Descubriendo el placer de viajar - 18

Túnez - un día en la piscina - Un día de relajo en la piscina del hotel se convierte en una sesión de exhibicionismo involuntaria por culpa de un torpe camarero y sus ganas de agradar a los huéspedes.

Túnez - un día en la piscina

Era una oferta de la agencia de viajes y la verdad es que nos apetecía conocer el país africano, sobre todo por su forma de vida diferente y las ruinas romanas y la historia de ese país tan cercano. El hotel era muy bonito, totalmente de estilo árabe y tenía unas piscinas enormes y cristalinas, mejor que en la playa, bastante sucia y abandonada.

Es por eso que los días que no teníamos alguna excursión me los pasaba allí, tumbada cómodamente con mi marido o sola, si él estaba en la siesta, descansando de las varias salidas que teníamos programadas antes de salir de Madrid.

Aquella tarde del segundo día de llegar me encontraba en mi tumbona tan a gusto, con el bikini y una camiseta por encima, y no sé si por la hora o por el fresco que aun hacia incluso a esa hora estaba prácticamente sola.

Pasó un camarero, vestido casi de sultán y se acercó para preguntarme si quería algo: no, muchas gracias le contesté. Desapareció y como el sol ya calentaba mas, me quité la camiseta, pero seguía con el sujetador puesto. El camarero volvió a acercarse y volvió a preguntar y yo medio dormida le contesté con una especie de gruñido, pero su insistencia acabó por despertarme.

Todo el recinto estaba vacío, la poca gente que estaba hacia un rato había desaparecido y el resto deberían haberse ido a alguna de esas excursiones por los alrededores, el camarero se alejaba con paso cansino y el calor se notaba ahora un poco más.

Miré a un lado, luego al otro, nadie, y me desaté el sujetador por detrás para que no quedase marca. Dormitaba de nuevo con el sopor de la tarde y la tranquilidad, el ruido del agua de los surtidores que adornaban los jardines era relajante y no es que me quedase dormida, pero si bastante abstraída de todo lo que me rodeaba.

Una mano en mi espalda me hizo incorporar bruscamente, y casi me golpeo en la cabeza con la bandeja del sultán que de nuevo estaba a mi lado.- desea un te frio? Hace mucho calor a esta hora y le refrescará.

Debía estar avergonzado o temeroso por haberme despertado y sobresaltado, porque no me miraba, con la vista gacha esperaba mi respuesta. Si, no me vendría mal un refresco, la verdad, además, a lo mejor con eso se iba de una vez.

  • De acuerdo, tráigame un té, muchas gracias.

Creo que me oyó pero no se movió, su cabeza seguía gacha y sus ojos… bueno, entonces caí de golpe, cuando casi su nariz se pegó contra mis tetas que al levantarme de golpe y tener el sujetador sin atar habían quedado al aire y no es que estuviese avergonzado, es que no había podido levantar la vista del espectáculo que le estaba dando.

Me tapé por delante con la camiseta, y solo entonces reaccionó y se levanto de mi lado para dirigirse de nuevo, con la misma lentitud hacia el interior para traer el pedido. Fui inusitadamente rápido, no me dio tiempo a ponerme el sujetador y tenía la camiseta abajo para buscar el sujetador perdido por la hamaca, cuando apareció de nuevo, con todo preparado.

Me puse la prenda tapándome el pecho con una mano, y esperé mientras colocaba una mesita, dejaba la bandeja, vertía el té en una taza preciosa y me preguntaba cuanto azúcar. Le hice una seña con los dedos, me preguntó cuántos cubitos de hielo, y preferí tomarlo así, caliente, para que no perdiera el sabor. Con la mano libre agarré la taza y sorbí solo un poquito y la solté casi de golpe, la mitad cayó sobre la camiseta y la otra mitad menos mal que en el suelo porque estaba ardiendo, el calor atravesó la prenda y llegó a mi piel, la retiré a toda prisa y casi tiro todo lo de la mesa, y el pobre sultán cayó de culo, mirándome asombrado de que en una decima de segundo hubieran ocurrido tantas catástrofes, pero rápidamente se dio cuenta de la situación, y empezó a actuar:

Con el limpísimo trapo de limpiar que colgaba de su brazo, me secó lo escaso que había caído sobre mi cuerpo, y luego continuó buscando manchas por el resto del pecho, de nuevo a la vista, para continuar por mis muslos, la tripa y hasta por encima del bikini, que estaba clarísimo que no estaba manchado. Parece que no estaba muy seguro y dejó el trapo para palpar la tela, metió dos dedos dentro y comprobó, pero no le convenció y bajó un poco mas hasta que si encontró un poco de humedad, y se lo llevó a los labios para ver si estaba en lo cierto.

  • está usted mojada, puede sentarle mal, debería quitarse eso…

  • no, no se preocupe, por ahí no ha caído nada.

  • mire que me siento responsable. Debería haberle advertido que estaba un poco caliente.

  • no, no me lo voy a quitar, no insista.

  • por favor señora, que me pueden echar del trabajo, venga conmigo a un sitio tranquilo y yo se lo secó en un momento y además se podrá lavar un poco, esta pegajosa del té que le ha caído encima.

Y paso su mano por el pecho desnudo, ya que yo aun no había acertado con la camiseta que estaba bastante manchada y no encontraba el sujetador por ningún lado, la mano se pegó realmente en mi teta, era verdad que estaba algo pringosa del azúcar o del té, y el volvió a pasarla por los dos pechos para demostrarme que era verdad.

Me puse la camiseta por delante y le seguí, y entonces descubrí el sujetador del bikini, casi debajo de la tumbona y lo agarré para que no se perdiera. Estaba también pringoso y sucio, debió de caerle algo de líquido también.

Me llevó a una de las cabinas del Spa, que estaba tan vacio como el resto del hotel a esas horas, me metí dentro y él corrió la cortina discretamente, y allí me bajé las bragas y se las entregué y ya de paso el sujetador para que lo lavase un poco también. Abrió un poco el lateral de la cortina, pero sin asomar, menos mal, y me preguntó si no prefería esperar en la sauna o el hamam, tardaría unos diez minutos en estar seco y listo, y así no se me haría muy largo esperar.

Esperé a que se retirase y abandoné la cabina con cuidado, mirando a los lados, pero él no estaba y agradeciendo el detalle salí al fin totalmente desnuda y me dirigí donde la flecha indicaba el hamam y justo cuando iba a entrar apareció el chico con una toalla en la mano.

Me senté a disfrutar del calor y de la limpieza del sitio, mientras recapacitaba que el buen hombre me había visto más tiempo desnuda que vestida, y curiosamente nunca había intentado nada, me miraba y después educadamente se iba por donde había venido. Eso me dio confianza, después de todo, había estado muchas veces en playas nudistas, no me daba vergüenza de mi cuerpo y podría decirse que me halagan las miradas apreciativas de los hombres, siempre que se quedasen en eso, miradas.

Estuve un buen rato de tiempo tranquila, casi adormilada, hasta que la puerta se abrió y apareció de nuevo el atento camarero para anunciarme que la ropa estaba limpia y seca y que la dejaba preparada en el vestuario para cuando quisiera salir. Gracias, respondí sin abrir los ojos siquiera, y seguí a lo mío, sudando y pensando en nada.

Algo me dijo que tenía compañía, una sombra que se cruzó entre la luz y yo, un movimiento, algo intangible y abrí los ojos lentamente para comprobar que efectivamente, seguía allí, mirándome fijamente, expuesta ante él.

Decidí no taparme con la toalla, después de que recapacitara anteriormente sobre el tiempo que llevaría ya expuesta ante él, así que volví a cerrar los ojos y seguí a lo mío.

  • Le gustaría un masaje, es lo menos que puedo hacer para que disculpe mi torpeza.

O sea que ya no se conformaba con mirar, ahora quería tocar también. Bueno, por qué no, después de todo, hasta el momento no había intentado nada, y parecía bastante inofensivo, incluso era bastante más bajito que yo, seguro que si quisiera quitármelo de encima no tendría ningún problema.

Me enrollé en la toalla y sonrió levemente, me hizo una seña para que le siguiera y llegamos al cuarto, donde una camilla, toallitas y frascos de todas clases y tamaños se esparcían por unas estanterías inmaculadas y blancas, y un suave olor a lavanda impregnaba el ambiente.

Me tumbe en la camilla después de que hubiera puesto una sabana sobre ella, y no me despojé de la toalla, a pesar de que me hizo una seña de que la dejase sobre la silla. Dio lo mismo, en dos maniobras la sacó por debajo de mi cuerpo y me cubrió solamente el culo, dejando la espalda al aire y comenzando a hurgar en los frascos, impregnarse de aceite las manos y ponerlas inmediatamente sobre mi espalda.

Bueno, estaba claro que no tenía la menor idea de dar masajes, se limitaba a esparcirme los aceites sobre mi cuerpo desnudo, despojado ya por fin de la toalla y pasar las manos por todo él suave y meticuloso, hurgando en todos mis recovecos, metiendo la mano descaradamente por la raja del culo, llenándolo de aceite oloroso, seguir por mis muslos, las pantorrillas y deleitarse largamente en los pies, que si agradecieron su atención, debía ser un fetichista de pies, porque cuando me dio la vuelta boca arriba, siguió un buen rato entreteniéndose en ellos, en cada dedo, en el empeine hasta que por fin empezó a subir por las piernas de nuevo.

Cuando abría los ojos le veía mirándome fijamente las tetas, el sexo apenas sin pelillo, arregladito para el bikini y la playa, y con la boca abierta y a pesar de sus ropas holgadas, un bonito bulto en la entrepierna.

Se entretuvo en los muslos y en su interior, acariciando mas que masajeando, acercando cada vez más la mano, un dedo cerca, luego entrando ligeramente, luego siguiendo el curso de los labios mayores hasta llegar arriba y bajarlo despacio y hundiéndose un poco más, agarrar otro frasco y casi impregnar el interior de mi coñito con algo oloroso y fuerte que se mezcló con la humedad que empezaba a manar de mi interior.

Abandonó la parte baja y se recreó en la redondez del vientre, hacía círculos con la palma extendida alrededor, bajaba por los costados y volvía hacia el centro y cuando llegaba al ombligo deshacía el camino y de nuevo comenzaba a hacer círculos hasta que descubrió mis pechos, los pezones erizados y casi invisibles, arrugados y duros, casi doliendo deseando que alguien los atendiera como al resto del cuerpo.

Ahora los círculos con toda la mano llegaron por fin arriba y cada roce en el pezón era como un pinchazo que me hacia botar de la impresión, pero él seguía, sin darse cuenta de cómo me estaba poniendo, solo atento a tocar y no perder detalle de cada rincón de mi cuerpo, desnudo y a su merced.

Mis manos apretaban la sabana, necesitaba agarrarme a algo para que no se notasen los calambres y suspiros que apenas podía aguantar, era seguro que tenia los nudillos blancos, y el rostro sudoroso, la boca abierta o apretando los labios con fuerza, cuando veía que los suspiros iban a delatar mi estado, hasta que en un momento paró casi de golpe, sus manos hasta entonces sobre mis pechos apretaron mas, casi hasta hacerme daño, rígidos los dedos y quieto todo el cuerpo.

Preferí no abrir los ojos en ese momento, no hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que al final el pobre había aguantado algo menos que yo, y seguí con los ojos cerrados cuando aflojó la presión sobre mi pecho, separó al fin las manos y dio un paso atrás vacilante.

Cuando los abrí, se iba alejando torpemente, medio atontado aun, y dejándome casi como una sardina en lata, rebosando y chorreando aceites por todo el cuerpo. Como no había nadie, cogí varias toallas de la repisa cercana y me fui quitando todo el exceso, misión casi imposible, porque cuando creí que ya no me quedaba más, todavía veía mi cuerpo brillante y luminoso, y desde luego, oliendo a todas las fragancias del harén.

Pensé que era mejor no colocarme el bikini en esas circunstancias, lo iba a manchar de nuevo y a saber cómo se quitaba todo eso de la tela después, y en cuanto a mí, ya me daría una buena ducha al llegar a la habitación.

La toalla que me había entregado al entrar en la sauna estaba empapada, pero allí había muchas, busqué una grande del montón, pero todas las que había eran algo chicas. Bueno, para regresar a la habitación me valía una cualquiera, con que me tapase un poco al pasar por el hall sobraba, tampoco se atravesaba toda la recepción y aquello era muy grande.

Con el pecho oculto por la tela y parte del culo fuera, no llegaba a tapar más, salí tranquilamente, subí el piso hasta la recepción y justo cuando salgo por la puerta, se abre la de la calle y toda la gente de la excursión entra en tropel para llegar los primeros al ascensor.

Como tenía un poco de ventaja pude coger el primero, toda apurada, pero no me dio tiempo a dar el botón antes de que se colasen tres o custro hombres, que muy rígidos, pero con una media sonrisa burlona observaban mi apuros para taparme ora por arriba ora por abajo sin apenas éxito, y creo que menos el ombligo, me vieron bien todo hasta que la cabina se detuvo en mi planta y salí corriendo sin importarme ya si quedaba todo el culo al aire con tal de no perder la toalla en la carrera.

Pero ahí, en mitad del camino, se me cayó el bikini, me agaché a recogerlo, la toalla cayó entonces y de reojo me di cuenta de que mis acompañantes anteriores seguían al pie de la puerta abierta del ascensor, todas mis evoluciones.

Ya daba igual, era casi peor intentar hacer las cosas precipitadamente, así que agarré todo con la mano y sin intentar ya cubrirme para nada, continué mi marcha tranquilamente hasta que llegué a mi destino.

Aun así, me pareció oír tres o cuatro silbidos seguirme por el largo pasillo hasta que la puerta se abrió después de casi un siglo dando con la mano en la puerta para despertar a mi marido, que observó muy serio mi entrada casi desnuda en la habitación, y el rastro oloroso que iba dejando tras de mí.