Descubriendo el placer de viajar - 11

Iguazú. Mientras mis amigas se divierten entre ellas, yo recibo placer y sexo por parte del guarda del parque y su mujer en el paraíso natural de Iguazú.

IGUAZÚ

Una excursión que yo no deseaba perderme por nada del mundo era visitar el parque y las cataratas de Iguazú, y nuestros maridos se encargaron de toda la excursión, los pasajes, el alojamiento y los guías allí. Nos alojamos en una colonia de la compañía, ahora vacía y a cargo de un guarda y su mujer, cada pareja en un bungalow. Visitamos el parque y las cataratas y el lunes se fueron los tres y nos dejaron solas.

Decidimos compartir la misma casita los cinco días que quedaban hasta que volvieran y le pedimos al guarda que nos ayudase. Este nos mandó a su mujer, una chica joven de aspecto mestizo, increíblemente guapa y con un pelo negro larguísimo. Se quedó a comer con nosotras y cuando salimos al aire a tumbarnos en las hamacas, nos hizo compañía. Maite y yo nos desnudamos del todo, lo hacíamos en las playas y allí, todo mujeres y en la más absoluta soledad, no había el más mínimo problema.

El calor era agobiante y Lydia poco a poco se fue quitando prenda a prenda, como si no le acabase de convencer el quedarse así en público, al aire libre, sin la protección de las paredes de una habitación. La chica nos miraba y sonreía azorada. Le debía de resultar curiosa la desenvoltura con que nos quitamos la ropa y chocante que no nos importase que estuviese ella delante.

Ya se había ido y nosotras estábamos a punto de entrar a vestirnos para cenar y nos sobresaltó una voz a nuestro lado. El guarda de la colonia estaba allí delante presentándose de una manera totalmente silenciosa y pillándonos de improviso.

  • ¿necesitan ustedes algo? Ya vuelvo para casa ¿les atendió bien mi mujer?

  • si, Miguel, muchas gracias, se fue hace un par de horas a prepararle la cena.

  • pues si no ordenan nada, volveré mañana por la mañana y en la noche a ver si va todo bien. Que descansen.

  • gracias Miguel, buenas noches.

Ni nos dio tiempo a taparnos ni casi teníamos con qué, solo nos cubrimos un poco juntando las piernas y las manos. Lydia que era la que habló con él estaba muy azorada.

  • ¡qué vergüenza! me ha visto toda desnuda ¡qué vergüenza!

  • pero chica que mas da. ¡Qué hubiera avisado antes de presentarse así! No pasa nada.

  • ¿es que no os importa?

  • hombre, si… pero tampoco es tan grave, parece que te hubiera violado.

Durmieron juntas. Quisieron que me fuera con ellas a la cama pero estaba cansada de los días anteriores y me suponía que se dedicarían a jugar entre ellas y no me apetecía una juerga lésbica, como me imaginaba que ocurría casi todas la noches en el dormitorio de una de las dos.

Por la mañana fuimos a la piscina cubierta que estaba en uno de los edificios. Tenían gimnasio también y un pequeño Spa. No hacia tanto calor como en el exterior y nos volvimos a quedar desnudas  para nadar y luego para tumbarnos al sol y pensando a que podíamos dedicar los siguientes días. Apareció la mujer del guarda, que volvió a sonreír al vernos tan tranquilas con todo a la vista delante de ella. De pronto le preguntó a Lydia si no le importaba que se quitase ella también la ropa.

¡Como la iba a importar! La invitamos a que se pusiera a su gusto y seguimos toda la operación con gran interés. Debajo de su ropa rustica y barata escondía un cuerpo increíble, delgada, con unas curvas perfectas, el pecho redondo y tieso, una mata de pelo negro en el pubis que apenas destacaba en una piel morena y tostada, de un color canela precioso.

Vio nuestros ojos de admiración y se tumbó corriendo, algo turbada y avergonzada. Estuvo un buen rato con nosotras antes de retirarse para ir a preparar la cena para su marido. Era brasileña, justo del otro lado de la frontera y se llamaba Graziella. Yo no podía dejar de mirarla, su cuerpo era de una belleza y armonía increíbles.

Nos contó de su vida feliz y tranquila, de  su marido bueno y cariñoso y una cosa que interesó mucho a Lydia: cuando no había que vigilar la colonia actuaba de acompañante de grupos en el parque nacional, había nacido allí, jugado de niño por todos aquellos lugares y no había rincón que no conociera.

Cuando se presentó Miguel a la puerta de casa nos volvió a pillar por sorpresa, como un indio. Como le esperábamos y Lydia quería hablar con él nos habíamos puesto las bragas pero no nos dio tiempo a vestirnos mas, por el sigilo con que se presentó.

Lydia no necesitó mucho para convencerle de que nos llevase al día siguiente a ver el parque y los sitios que él conocía y a los que no solían ir los turistas, nosotras estaríamos listas a la hora que él dijera.

Salimos en su furgoneta a las siete de la mañana y su mujer había hecho comida para todos. Nos sorprendió que ella no viniera, pero dijo que al vivir allá todos los días iban con mucha frecuencia los dos solos a bañarse en los charcos y recovecos del río.

Nos llevó a ver de nuevo las cataratas por la pasarela de tablas, andando hasta la parte superior donde el agua caía por el borde, despeñándose con gran estruendo. Íbamos ligeras de ropa, con los shorts y camisetas finas, y sin prisas.

La naturaleza era increíble en todo el recorrido. Yo paraba y pedía que me hicieran fotos cuando las mariposa de todos los colores imaginables se posaban en mi cara o en mis manos, sin ningún temor, como sabiendo que allí nadie les iba a hacer nada. A mediodía comimos en un claro de la selva donde no había casi camino para el coche y después bajamos por una senda casi oculta hasta el borde del río. Los árboles enormes tapaban casi toda la luz y entre las rocas discurría una corriente de agua que se despeñaba de pronto en una hoya redonda y amplia y desde allí se escapaba mansa hacia la cuenca principal.

Maite y yo le preguntamos enseguida si nos podíamos bañar y al contestar afirmativamente nos desvestimos rápidamente en la orilla y solo con las bragas nos metimos en el agua. Lydia miró un par de veces a Miguel, sentado en un árbol y al fin se decidió y se metió también con nosotras. Jugamos y nos tiramos agua, nadando un poco, era como un paraíso sin Adán, todo para las tres.

Salimos un buen rato después y nos tumbamos al calorcillo de los pocos rayos de sol que atravesaban las ramas. No se veía al guarda por allí cerca y nos quitamos las bragas, escurriendo el agua y poniéndolas a secar. Ellas dos se fueron acercando, comenzaron a jugar, dándose besitos y abrazándose.

Ya no me daba corte verlas en esa intimidad, pero no quería interferir y menos que me incluyeran, así que me levanté cuando mas apasionadas se las veía, rodeé un poco el charco y me coloqué detrás de unos arbustos donde no se las distinguía.

  • ¿a usted no le gustan esas cosas?

  • ¿Qué cosas?

  • las que están haciendo sus amigas.

  • pues la verdad es que no, yo prefiero otras

Allí estaba Miguel, como siempre discreto y sigiloso y yo había ido a parar al mismo sitio tranquilo que él eligió para no ser testigo de lo que hacían las chicas. Vi su mirada en mi cuerpo casi desnudo y se me ocurrió que podía interpretar mal mis últimas palabras. Antes de que pudiera arreglarlo se acercó a mí y agarró una mano, elevándola hacia él.

  • ¡qué blanca es usted! Qué piel tan blanca y suave. Nunca había visto una mujer blanca desnuda.

  • bueno… la otra tarde nos vio a las tres

  • no, no las vi. A las esposas de mis jefes yo no las miro, estén como estén

  • pues ahora si que mira

  • ahora no soy su empleado, soy su acompañante, pero además no podía evitar mirarla, cuando la he visto aparecer de pronto ante mi vista pensé que era un regalo del cielo.

  • es usted muy amable

Cuando se acercó a tocar mi brazo, mis hombros y mi cara no pude rechazarle. Su rostro era como si hubiera recibido un regalo de verdad. Me fue tocando el pecho, las puntas ariscas que enseguida protestaron y se encogieron, la cintura, las caderas, ya con las dos manos.

Pensé tontamente que en aquel paraíso se había aparecido Adán y que se había rendido al ver la belleza de Eva. Quise ver como era mi Adán y le fui desabrochando la camisa y se la quité mientras él seguía recorriendo mi cuerpo con sus manos.

Se acabó de quitar toda la ropa y tiró de mí, llevándome de nuevo hacía la charca. Le seguí dócilmente, admirando su cuerpo musculoso y bronceado, sin un pelo en todo él, liso y reluciente. Me llevó hacia donde el agua abandonaba su encierro y empezaba a descender y ahí, con las piernas dentro del agua, me tumbó y se echó sobre mí.

Era mas bien bajito, de mi estatura, y mientras posaba una mano sobre mi sexo y me acariciaba buscando que me abriese a él, su boca, sin ningún esfuerzo, besaba mi pecho y mi cara. Estábamos a unos veinte metros de las chicas y se les oía los gemidos de placer que soltaban ya casi seguido, pero no podían vernos a no ser que se pusieran en pie.

Pensé en las mujeres que se habría llevado a ese lugar, además de la suya, porque me condujo directamente allí, sabiendo que era el sitio más adecuado y discreto. Seguía besando mi cara y mis pechos, apoyado en una de sus manos para no ejercer un peso excesivo sobre mí, la otra estaba hurgando en mi interior y me empezaban a llegar los primero síntomas de excitación.

Lo sentía cada vez más; le pasé mis brazos por el cuello, sacó su mano de mi interior, ah… el cambio fue inmejorable, su pene entraba despacio pero sin titubeos. No se entretuvo, volvió a apoyarse en las dos manos y comenzó a moverse con ganas, dentro y fuera, mientras yo le agarraba de los brazos, de la cintura, de donde podía en medio de unos espasmos maravillosos que me estaban llevando a la gloria.

Gemía bajito con unos ayes quedos y contenidos para que ellas no me oyeran por encima del estruendo de la catarata, omnipresente, que se hacia cada vez mas intenso debido a la sensibilidad de todos mis sentidos, acentuados y dispuestos para el paso final.

Y este llegó de pronto y me oí gritar sin pensar en ellas ni en nadie, y me agité toda ante el empuje de esa polla poderosa y magnifica que me taladraba sin parar, que entraba recta y rápida, activando todos mis sensibles nervios vaginales y consiguiendo una serie de orgasmos encadenados que me asaltaron sucesivamente hasta que pensé que había perdido el conocimiento y que estaba sola flotando en el agua.

Estuvimos bastante tiempo allá tumbados, él recostado a mi lado y pasando la mano suavemente por mi cuerpo. Como siempre después de hacer el amor necesitaba lavarme a continuación. Me tiré al agua y atravesé la charca nadando despacio, seguida por Miguel. Paré a mitad de camino al ver que ellas nos miraban desde la orilla, sentadas y en silencio. Me acerqué dando lentas brazadas mientras él se salía por otro lado y se dirigía hacía los arbustos.

  • ¿te lo has follado?

  • no, es que me preguntó si podía bañarse y entonces se desnudó y se metió conmigo. Como el otro día ella.

Me daba igual si se creían o no mi historia, pero no sabía si podía crearle complicaciones. El marido de Lydia era un ingeniero importante en la compañía y yo no estaba muy segura de la discreción de ella.

El viernes, Maite y Lydia decidieron ir al pueblo pero a mi no me apetecía. En la mañana siguiente llegaban nuestros maridos y estaba segura que ellas iban a buscar sexo, no podían esperar después de cinco días y necesitaban algo mas que otra mujer.

Cuando llegó Miguel a media tarde para llevarlas al pueblo venía acompañado de su mujer, que se quedó para hacerme compañía. Yo quería ir un rato a la piscina y le pedí que me acompañase. Aunque solo venía para invitarme a cenar con ellos, aceptó, para no quedarse sola igual que yo y echamos a andar mientras el coche desaparecía de nuestra vista.

Me quedé en bikini y me tiré al agua, invitándola a entrar. Algo me dijo que no había traído malla, pero la insistí para que se quitase el vestido y se metiese en ropa interior. Se lo quitó, pero cuando iba a zambullirse, se quitó también el sujetador y se tiró de cabeza. Estuvimos nadando un rato y luego salimos al aire para secarnos al sol y entonces hizo una cosa inusitada: se acercó a mí y me desabrochó el sujetador y luego empezó a tirar de mis bragas hacia abajo, mientras acercaba su cara y sus labios se abrían.

  • me ha contado mi marido que sus dos amigas juegan y se tocan la una a la otra.

  • si, a veces lo hacen, para entretenerse.

  • no. Me dijo que se daban placer, como si hicieran el amor.

  • pues supongo que les gustará, no se.

  • ¿a usted le gusta? ¿no lo ha hecho nunca?

  • a veces me gusta. Es agradable si la otra persona te atrae

  • ¿se acostó usted con mi marido?

  • yo… ¿por qué me pregunta eso?

  • el otro día olía diferente. Se que alguna vez lo ha hecho con otras mujeres, viene arrepentido y obsequioso, me trata mejor y luego hacemos el amor como si quisiera olvidar lo que ha hecho.

  • yo, la verdad… no se que decirte.

  • no hace falta. Nunca he conocido a las otras mujeres, pero hoy al verla he pensado que no me importaba que se hubieran acostado con usted. Se irán dentro de dos días y él se olvidará.

  • lo siento, créame, fue algo espontáneo, allí solos… en el lago… el sitio, la tranquilidad. Vino solo…

  • si, he estado allá, se lo que dice.

Estaba muy confundida, su forma tan directa de encarar el asunto me había pillado por sorpresa y solo pude balbucear cuatro palabras mal dichas. No pensé nunca que una mujer tan callada y tan tímida pudiera afrontar un tema tan delicado de esa manera. Como tampoco pude pensar nunca lo que hizo a continuación.

Se acostó encima de mí y plantó su boca en la mía en un beso intenso y apasionado. Quedé tan pasmada que la deje hacer, y ella me besó y acarició por todo el cuerpo, mientras se retiraba de vez en cuando para observarme, sin el menor signo de rubor.

Parecía como si quisiera una compensación por lo que yo había hecho con su marido, pero me gustó de todas maneras. Ya me había deslumbrado su desnudez y su belleza el primer día que se quitó la ropa delante de nosotras y no podía negar que la encontraba preciosa y muy atrayente. Agarrándome de la mano me llevó a una de las camillas, que estaban más escondidas por fuera de la piscina y tenía unas cómodas colchonetas para tumbarse al sol

Me pegué a ella y pasé mi mano por su espalda y por su culo. Tenía un cuerpo firme, fuerte y algo tenso ante mis manos. La curva de su trasero era pronunciada y de una redondez y tersura envidiable, como no recordaba haber visto antes en ninguna otra mujer.

Cuando apoyé mi mano en su sexo se le escapó un suspiro largísimo y profundo. La acaricié por encima mientras la besaba. Ahora había tomado yo la iniciativa. Metí un dedo en su interior y se envaró toda, con los músculos en tensión. Cuando encontré su clítoris encogí un poco el dedo y le di unos suaves masajes circulares que la hacían botar y soltar unos sonidos roncos y apagados. Metí otro dedo, derecho hacia lo hondo de su vagina y se abrazó a mí nerviosa, con fuerza, sus manos sobre mis pechos y la boca entreabierta.

Vi como se derretía en mis brazos y se retorcía y agitaba en un tremendo orgasmo y yo seguía cada vez mas rápido, moviéndolo en su interior y sintiéndola vibrar, hasta que se agarró a mi mano intentando sacarla.

  • ya no mas… para… para por Dios… ya… para… ya…

Debía de tener los nervios a flor de piel, tan sensibles que estaría sintiendo una sensación extrema y difícil de soportar. Retiré mi mano y la besé en los labios y en la cara. Me gustaba. Era la mujer con el cuerpo mas bello y perfecto que había visto nunca. Era realmente preciosa y únicamente el rostro podía parecer ligeramente exótico para las personas acostumbradas siempre a los rasgos habituales en su país o región.

Cuando se separó de mí para vestirse e ir a preparar la cena, todavía sonreía con timidez, pero no era una señal de satisfacción sexual, parecía más el gesto del que queda a gusto por haber cumplido un trabajo o tal vez una venganza…

Cenamos juntos, como amigos de toda la vida y su compañía fue agradable y extremadamente hospitalaria. Cuando nos despedimos el domingo para regresar a Buenos Aires le di un beso cariñoso a ella y no creo que le pareciera mal el beso y el abrazo con el que me despedí de su marido.