Descubriendo el placer de viajar - 06

Me apuesto con mi marido a que soy tan liberal como mi amiga, y me reta a que lo demuestre en un local de striptease, en el que ocurre algo más que un baile.

Striptease amateur

Nuestros maridos regresaron del trabajo fuera de la capital y les comentamos que ya sabíamos bailar tango como dos profesionales. Se empeñaron en que les hiciéramos una demostración, y allí mismo, en el salón de la casa, nos marcamos unos pasos, haciendo ella de hombre y metiendo su pierna entre las mías.

Quedó apoteósico y mi marido me dijo que le daba envidia ese don del baile con el que algunos habíamos nacido. Marcos, el marido de Maite, se empeñó en que nos bailara en plan striptease, para que viéramos que era verdad que lo hacia muy bien y ella puso una música suave y se contoneó delante de nosotros, quitándose la ropa despacito y con el ritmo de la melodía.

No se desnudó del todo, se quedó en ropa interior, pero fue bastante porque siempre usaba unas bragas pequeñísimas o tangas y cuando se dio la vuelta, con el hilo dentro de la raja del culo, era como si estuviera desnuda completamente. Dijo que otro día seguiría más y se sentó con nosotros, sin vestirse.

Marcos me dijo que si yo no lo intentaba. Miré a mi marido, que no decía nada y no supe que responder, porque esperaba que él se negase o le dijera cualquier excusa. A mi solo se me ocurrió decir que ya era muy tarde, pero que algún día lo haría para demostrarles que yo también sabía bailar así.

En la cama tuvimos una pequeña discusión sobre este tema, porque yo le eché en cara que no hubiese dicho ni una palabra y me dejase a mí con la papeleta de tener que negarme y quedar como una sosa delante de sus amigos.

  • bueno, no dije nada porque pensé que a lo mejor a ti te apetecía hacerles una exhibición.

  • ¡estas tonto! Como me voy a desnudar delante de otras personas solo porque sí. Para que me vean en pelotas todos tus amigos. ¡Que ocurrencia!

  • ¿por qué no? En la playa te desnudas, y en la piscina también alguna vez y no siempre estas sola.

  • Una cosa es eso y otra una exhibición para calentar a dos tíos.

  • y a ti que te importa quien mire o deje de mirar. Si lo haces es porque te apetece y deseas mostrar a todo el mundo lo buena que estás. No sé qué tiene eso de malo.

  • o sea que a ti no te importaría que me viese un montón de gente desnuda encima de un escenario.

  • ya te he dicho mil veces que a mi me gustas como eres y lo que hagas me parecerá siempre bien. El que te vean alguna vez, porque te de la gana de enseñar, lo haces mil veces con esas faldas que en cuanto te sientas se te ven las bragas.

Me temí que si seguíamos la discusión acabaríamos mal y decidí no rebatir unos argumentos que en parte eran ciertos, pero que yo consideraba que no tenían relación entre si. Para acabar con ese tema le solté una cosa que pensaba que le molestaría y que le haría echar marcha atrás.

  • de acuerdo. En realidad a mi no me importa desnudarme delante de la gente, como tu bien dices. Si crees que es lo mismo hacerlo en un escenario, el primer día que te de la gana, volvemos al garito de la otra noche y te lo demuestro.

No contestó nada, me desarmó como siempre, abrazándose a mí y besando mis labios. Mientras me acariciaba para apaciguarme, yo pensé que se había zanjado la cuestión, y le había dejado sin argumentos.

Cuando volvíamos dos o tres noches, después de cenar por ahí, nos metimos en un bar a tomar unas copas y justo al salir nos encontramos en el mismo local de espectáculo de la primera vez. Sus luces de neón no muy grandes, de color rojo, nos volvieron a llamar la atención y su nombre sugerente e íntimo atrajeron nuestras miradas: La Gatita Colorada. Maite enseguida dijo de entrar y tomar allí la última, le gustaba ver como lo hacían y si había chicas nuevas.

Ya quedaba muy poco para el final del show, las parejas de actores porno estaban acabando y solo permanecían dos chicas que hicieron un desnudo completo y luego se arrimaron la una a la otra en un espectáculo medio lésbico, medio sensual, con cierta gracia y que calentó bastante al publico.

El presentador dio las gracias a los asistentes y anunció que según la costumbre, el espectáculo terminaba esa noche ofreciendo a las artistas amateur que hubiera en la sala la oportunidad de enseñar sus gracias y dar rienda a sus deseos ocultos. La pista estaba a su disposición.

Salió una chica de una mesa y se encaramó tímidamente al estrado, poniendo cara de vergüenza. Los hombres le animaban y le enseñaban billetes, como dándole a entender cual sería su premio si seguía.

Ella se quitó poco a poco la ropa, volviéndose cada vez mas atrevida y sensual, contoneándose delante de las primeras filas, ofreciendo su culo para que le metieran billetes entre las braguitas mínimas que todavía le quedaban y que al final se quitó, entre grandes aplausos y vocerío.

El presentador pidió alguna aficionada más y me temblaron las manos cuando vi como Maite miraba a su marido con una enorme sonrisa y un contoneo de caderas, como pidiéndole que la animara a subir.

Marcos se puso en pie, la cogió de la mano y la acompañó hasta las escaleras del escenario. El presentador respiró feliz al ver aquel ejemplar de tía buena subir decididamente las escaleras y acercarse a él. Entonces se me ocurrió que la chica anterior había sido un reclamo para incitar a alguna otra con tendencias exhibicionistas y que el truco resultó, y allí estaba Maite para deleite de todos los presentes.

Le preguntó algunas cosas en voz baja y después de conversar entre si, supongo que poniéndose de acuerdo o dándole instrucciones, cosa que no había hecho con la anterior, recobró el micro y anunció que una gallega anónima nos daría la alegría de enseñar su cuerpo a los presentes y que esperaba que fuéramos generosos.

Y ahí quedó sola, con un poquito de embarazo, que apenas se le notaba mas que en un ligero temblor en las piernas, esperando que sonase la música.

Primero se quitó la blusa, desabrochando botón a botón y la arrojó hacia atrás. El sujetador era pequeño y apenas sujetaba su pecho, como siempre usaba ella. El público pedía mas y se bajó la falda, tardando una eternidad y dando vueltas, subiendo y bajándola, mostrando y tapando las bragas y al final la desechó también hacia atrás.

Quedó bailando lentamente en el escenario con solo la ropa interior, descalza mostrando todo el culo entre la escasa tela de su tanga de fantasía.

Se paseó delante del público, agachándose para que le pusieran billetes entre la ropa, o mas bien para que le tocaran por todos los lados con esa excusa. Se desabrochó el sujetador y delante del tío mas generoso, que estaba en primera fila, lo echó a un lado, moviendo las tetas delante de su cara.

La enseñaron montones de billetes para que siguiera y el jaleo era tremendo. Al final, con la misma tranquilidad de todo lo anterior se fue bajando el tanga y se mostró desnuda de todo el mundo, adelantando el vientre para que nadie perdiera detalle de su sexo y acabando de espaldas, con el cuerpo inclinado y el culo hacia arriba, en una impúdica postura que dejaba expuesto totalmente su culo abierto y la raja de su sexo, depilado y medio abierto, enseñando un poco de su piel interna, rosada y brillante.

Me pareció ver el brillo de la humedad correspondiente a una excitación sexual, el jugo de su interior, que se derramaba por los lados, pegándose a su piel afeitada y dando la sensación de un disfrute real de lo que había hecho, de que se había recreado con la representación y que había acabado cachonda perdida, en una palabra.

La gente aplaudió a rabiar, incluso yo, medio muerta de vergüenza, que me puse en pie también cuando los hombres se levantaron para jalearla. Ella se retiró hacia atrás, buscando su ropa, pero un hombre que estaba en la oscuridad la condujo hacia dentro, hacia los camerinos.

Al sentarme después del alboroto me di cuenta de que los dos hombres me miraban con fijeza, pero mi marido además, con una sonrisa retadora. No había olvidado mi bravata de la otra noche y me dijo bajito.

  • esta es tu oportunidad.

  • ¿quieres que suba?

  • lo estoy deseando.

  • te vas a enterar.

Apenas acababa de pedir un nuevo aplauso para Maite y cuando abría la boca para pedir otra voluntaria, me vio subiendo la escalerilla del escenario.

Se acercó a mí, retirando el micrófono, para hablar más privadamente.

  • se ve que sos mayor de edad, pero es obligatorio que me lo confirmes vos misma.

  • si, por supuesto, soy mayor de edad.

  • y lo hace voluntariamente, no la obliga nadie.

  • nadie

  • ¿sos gallega también?

  • no, de Madrid.

  • ah… que bueno. Escuche, un par de recomendaciones: apenas verá al público porque los focos le iluminaran directamente. Eso da confianza, al no darse cuenta de cuanta gente hay abajo, pero observe las luces del borde, son muy fuertes, y evitaran que caiga abajo.

  • muy bien.

  • otra cosa: no se preocupe por su ropa. Un empleado estará detrás llevando lo que usted arroje, incluso el dinero que le entreguen, y cuando termine la acompañara a un camerino para que se vista y se arregle.

  • de acuerdo.

  • ¿quiere que la presente con algún nombre?

  • no, prefiero que no sepan como me llamo

  • pues venga, no se preocupe, sea natural y pase un buen rato, verá como todo sale bien y se divertirá.

Eso de pasar un buen rato me sonaba. Mi marido me lo decía continuamente, pero yo estaba como un flan. Era tonta. Tonta perdida. ¿Quién me mandaba meterme en estos líos? ¿Y para que tenía yo que demostrar nada a nadie, y menos a mi marido? Con lo fácil que era sonreírle y decirle: tenías razón cariño, no me atrevo, soy una cobarde.

Y de pronto me di cuenta que la música llevaba sonando un rato y muy cerca, en la oscuridad, un griterío de gente me pedía acción.

Entonces se me ocurrió hacer las cosas normales, como cuando me desnudo en casa para acostarme, con un poco de picardía para provocar a mi marido.

Me moví al son de la música, soltándome los botones del vestido. No era nada fácil. Mis dedos temblaban y no era capaz de sujetar el botón para meterlo por el ojal. No era capaz de hacerlo bien por arriba y empecé por abajo, a ver si había más suerte.

Cuando mis piernas quedaron al aire, el rugido aumentó de tono. Me puse de espaldas, para que no vieran nada antes de tiempo y con los focos sin dañarme tanto la vista se me dio mejor.

Me crucé el vestido sobre el pecho y me di la vuelta. Me estaba tranquilizando rápidamente. Apenas se veían las caras de la gente, era verdad que los focos sobre mi figura me aislaban mentalmente del resto del local y eso me dio tranquilidad y me pude concentrar en darle picante al espectáculo.

Me di un par de vueltas, abriendo primero un lateral del vestido y luego el otro. De espaldas, me subí la falda hasta la cintura, enseñando el trasero. Lastima de bragas tan grandes, las de Maite si que estaban bien, pero las mías eran de un solo tono, beige, muy brillantes, y que tapaban todo. Vamos, que eran bragas de lo mas normales y castas.

¿Y cómo es que Maite venia tan preparada? ¿Acaso sabía algo y no me dijo lo que íbamos a hacer? Claro que ella siempre iba más o menos preparada para cualquier eventualidad. Raro era el día que se ponía ropa interior normal, como la mía de hoy.

Seguí con la actuación, quitándome por fin el vestido y dejándolo caer a un lado. Hice mas o menos lo mismo que Maite: bailé provocativamente al son de la música, pegadiza y insinuante, levantándome el pelo por encima de la cabeza, moviendo las caderas cerca del borde del escenario y agachándome para que se me viera bien de cerca.

Cuando me desabroché el sujetador se me ocurrió una idea para variar algo y darle mas picante. Me puse las manos en el pecho para que no se cayera y me acerqué al borde. Entonces vi bien de cerca las caras de los tíos, con los ojos saltones, la boca abierta, gritando y animándome y la baba goteando por toda la barbilla.

Me fijé en uno bien parecido, con un fajo de billetes abultado en la mano, delante de mis narices y me aproximé a él, ofreciéndole mi pecho y el poder quitarme el sujetador; puso el montón de plata en el elástico de mis bragas y  situó sus manos sobre las mías.

Separé despacio las manos del sujetador, quedando solo las suyas encima del mismo. Apretaba mis pechos, estrujando, palpando, apreciando la mercancía. Cuando eché las manos hacia abajo, dejándole libre el camino, separó con devoción las copas de mis pechos y lo retiró lentamente, observando como aparecían las redondas carnes ante su vista.

Le facilité la labor, estirando los brazos para que salieran las tiras y me pasó los dedos por el pecho, apretando el pezón. Le dio tiempo a darme un par de besitos en uno y morderme el otro, antes de que me levantase, y diese una vuelta completa en el escenario, enseñando mis tetas levantadas y brillantes por el sudor.

Estaba muy acalorada, los focos eran muy fuertes y parecían una estufa. Mi cuerpo sudaba y brillaba y el calor interior que yo iba sintiendo no era menos que el que me daban las fuertes luces. ¡Me estaba excitando que me viesen y me tocasen manos extrañas, a la vista de todo el mundo!

Era como las fiestas de ganado de mi pueblo cuando yo era pequeña. Las reses y las caballerías se exhibían y aderezaban para que todo el mundo apreciase sus cualidades. Y así me sentí de pronto cuando una voz, entre las demás, llegó a mis oídos, ensalzando la grupa de esa yegua española que estaba ante ellos, ofreciéndose como en una subasta, ante el dinero que ellos ofrecían a cambio de mi ropa.

Esa frase me ofendió en un principio, y me calentó más después. Me volví a acercar al borde, meneando mis pechos ante sus narices y dejando que algunas manos llegasen hasta ellos y me tocaran brevemente.

Me pedían a voces que siguiera. La bombacha, decían. Yo no sabía si era un insulto o me pedían algún número especial. Uno dijo más alto: las bragas. Y todos reclamaron mis bragas, mis bombachas y no se qué otra cosa. Acabé suponiendo que sería una forma de llamarlas cariñosa o familiarmente, y eché mano al elástico.

No tenía intención de desnudarme del todo. Me daba vergüenza que me vieran completamente desnuda y expuesta. Me di otra vuelta por el borde y un gran montón de billetes se metió entre mis bragas y un sinnúmero de manos aprovechó para introducirse por dentro y llegar a todos mis rincones antes de que me pudiera retirar y poner en pie.

Me las subí como pude, roja de vergüenza y de excitación y me eché para atrás en el escenario. Ese dedo golpeando mi clítoris y llevándose parte de mi humedad fue contundente, pero el otro, entrando casi por completo y a traición, en el agujero de mi culito fue demasiado para mi exaltada cabeza.

Si en ese momento sale un tío desnudo al escenario, con las hermosas pollas que mostraban en la primera parte del espectáculo, me tiro a por él y me hubiera dado igual que ahí abajo hubiera un millón de personas desnudas esperando su turno y que mi marido y su amigo hubieran estado mirando en primera fila, esperando su turno también.

Temblando un poco me apoyé en una barra que estaba en medio y decidí que hacer, mientras un hombre recogía los billetes del suelo y trataba de recupera el sujetador de su ahora nuevo propietario, entonces fui bajando despacio la braga, hasta que se vio mi pelito recortado y el principio de mi rajita, y ya, sin asomo de timidez, me las bajé y exhibí mi cuerpo desnudo y brillante por el sudor y ante ese público que ahora aullaba.

Estaba lanzada, me di una vuelta, me acerqué a los de la primera fila, que tocaban por donde podía, y al final, eufórica por el éxito y las aclamaciones me retiré buscando mi ropa tirada por el suelo.

Me pasó lo mismo que a Maite. El hombre que estaba en la oscuridad del escenario me agarró de la mano y me dijo que le siguiera. Fui tras él por un pasillo estrecho, entramos en una habitación minúscula y por fin algo fresquita y depositó mi ropa y una bolsa de papel, donde dijo que estaba el dinero.

Sola, delante de él en ese cuarto, me dio corte y me tapé el pecho con la mano, mientras buscaba donde sentarme. Esperaba, pero no se iba. Cuando me vio sentada y calmada me dijo que una persona quería hablar dos minutos conmigo. Estaba fuera esperando y era muy importante para él. Solo serian dos minutos.

Sin que me diera tiempo a responder, salió y entró el hombre de los billetes a montones y el actual dueño de mi sujetador.

  • no se ofenda si le digo que es usted la hembra mas caliente que he visto nunca y que su espectáculo me ha excitado como nunca lo había conseguido nadie.

(Maite me diría luego que a ella le había dicho las mismas palabras exactamente)

  • gracias, es usted muy amable.

  • mire, le ofrezco todo este dinero si acepta pasar un rato conmigo.

  • no puede ser. Mi marido está ahí fuera esperándome, otro día será.

  • solo quince minutos. Usted necesita desahogarse y yo cogerla a usted. (Me volví a acordar que significaba “coger” y me puse como un tomate)

  • le he dicho que no puede ser, váyase de aquí.

  • se lo doy si me da la bombacha para que la pueda guardar con el brasier.

  • ¿la qué?

  • la bombacha, las bragas, como dicen ustedes.

  • se las doy y se va.

  • sí, pero tengo que tocarla un poco para ver si todo lo que se aprecia ahí abajo es tan bueno como lo de arriba.

  • bueno, pero dese prisa.

Dejó la bolsa con el dinero junto a la otra y me fue bajando la bombacha. Otra palabra que había aprendido hoy. Mordisqueaba mi culito desnudo y besaba mi vientre, mientras la sacaba por los pies y la guardaba en un bolsillo de su pantalón.

Sentí su lengua en el interior de mi coño, muy adentro, chupando y golpeando mis paredes, ardiendo desde que empezó el espectáculo. Con los primero toques en mi clítoris me recosté en la silla y disfruté de la lamida tan sabrosa que estaba recibiendo.

No dejó que me relajase en el sillón, ni me siguió excitando con su lengua. Me había pedido quince minutos y aunque no se los había dado era todo el tiempo que él necesitaba. Sabía que las chicas salíamos calientes del escenario, es una sensación muy fuerte para una mujer que nunca lo ha hecho en publico. Si la chica se acobardaba y se retiraba antes de desnudarse, no le interesaba, pero si seguía, como yo, éramos presas fáciles.

Llegábamos tan calientes al camerino que en cuanto las tocaba se derretían, y yo no era una excepción en su calculada estrategia. Estaba deseando ser follada y aliviada de mi calentura y ese tío allí, tan oportuno, era la solución perfecta.

Me puso encima de una mesita, abrió mis piernas y su pene se acercó a mi rajita, empujando poco a poco, pero sin ninguna dificultad hasta que estuvo dentro. No era muy grande, pero si muy bueno y además no importaba mucho, hubiera aceptado cualquier cosa que entrase y me diese placer.

Los detalles los dejo a su imaginación, pero fue un polvo maravilloso y casi perfecto. El casi fue por lo breve, tardó justo el  cuarto de hora, y yo hubiese deseado cinco o seis veces más. Por lo demás, me dejó satisfecha y relajada al completo.

La mesa debió de haberla colocado él, pagada por su bolsillo, porque era exacta para la altura de su cuerpo y estaba acolchada y blanda. Sin posturas raras, entraba directamente y le permitía trabajar con comodidad. ¡Y como trabajaba!

Nada mas introducirla, me dio el primer ramalazo de gusto. A los cinco minutos me derretía de placer y él entraba y salía como en su casa, y a partir de los diez, fue un orgasmo sin parar hasta que la manecilla marcó las quince.

Al que le parezca poco, que ponga el cronometro y mire cuanto tiempo le dura a su mujer el orgasmo cuando le echa un polvo y luego venga presumiendo. Para mi, repito, breve, pero sensacional.

La dirección del establecimiento nos había obsequiado con una botella de champán y esperaban mi llegada para brindar.

  • cuanto has tardado, creíamos que te había pasado algo.

  • es que antes de cambiarme, llegó un tío pesado y tuve que esperar a que se fuera.

  • vaya, igual que a mi. ¿Y te quería comprar las bragas?

  • si… y por un buen montón de plata.

  • ¿y para que quería tus bragas?

Esta pregunta de Marcos no tenía fácil respuesta y Maite le contestó:

  • debe de hacer colección, yo se las he vendido, mira.

Y enseñó el paquete de papel con los billetes de banco, guardado en su bolso. Yo tenía el mío, envuelto con la chaqueta, pero no pensaba confesar que yo le había dado algo más que las bragas.

  • ¿tu también se las has vendido?

  • yo… ni hablar. Ya se quedó con el sujetador

  • pues habéis tardado mucho las dos solo para vender unas bragas a un tío pervertido.

Maite se agachó, como para colocarse el zapato y miró entre mis piernas. Las abrí ligeramente para que pudiera mirar cómodamente lo que ella sospechaba y confié en que me guardara el secreto. Al enderezarse, su sonrisa le llegaba de oreja a oreja y contestó, mas dirigiéndose a mí que hacia ellos.

  • es que somos difíciles de convencer. Necesitó un cuarto de hora para conseguirlo.