Descubriendo el placer de viajar 04
La oportunidad de viajar a América no la podía desperdiciar, y aquí empiezo a conocer a mi caliente y lanzada compañera de viaje.
Viaje a Argentina – Preparativos
De todos los viajes a los que me llevó mi marido, el que mas recuerdos y añoranzas me trae fue sin duda el que hicimos a Argentina. No es un tópico afirmar que ese país es para los españoles como un imán, es América, el sueño americano.
Pienso que para muchos argentinos, España es algo parecido y comprenderán mejor lo que quiero expresar con mis palabras. Es como estar en casa, pero en la casa que nos gustaría que pudiera ser la nuestra.
Iban a ir dos compañeros de trabajo juntos y estarían muy ajetreados durante al menos un par de semanas. Cuando se tranquilizaran las cosas y pudieran dedicarnos algo mas de tiempo iríamos su mujer y yo, para estar el máximo posible, intentando alargar para poder regresar los cuatro en el mismo viaje.
Nos visitamos algunos días antes de partir, para ir conociéndonos nosotras, puesto que íbamos a pasar juntas mas de un mes, y cuando ellos partieron nos vimos un par de veces mas.
Ellos no tenían hijos, ella no podía, pero no habían hecho ningún drama del asunto y vivían felices el uno para el otro. Se llamaba Maite. Su carácter era optimista y abierto. No tenía preocupaciones ni conocía restricciones a sus deseos: existía para ella y su marido y se la veía encantada con el viaje.
Una noche que quedamos a tomar una copa y charlar, cuando ya teníamos los billetes del avión y las maletas casi hechas, me di cuenta de la soltura con que hacía todo y su alegre naturalidad.
Al ver que el camarero no nos atendía, se acercó a la barra y yo me quedé esperando en el sitio. Me extrañó lo que tardaba y me puse en pie para ver si la divisaba entre la gente. Seguía en la barra, rodeada por tres o cuatro chicos, con las bebidas en la mano y charlando casi con todos, gesticulando y riéndose a carcajadas.
Me vio en pie y regresó a la mesa, pero acompañada por toda su nueva pandilla. En cinco minutos había ligado, conocía a todos por sus nombres y me los presentó.
Habíamos ido allí para hablar de nuestros planes, qué había que llevar de ropa, cuanto dinero, qué tarjetas aceptarían, dudas que nuestros maridos no nos habían resuelto. Pues bien, uno de los chicos era argentino y ella al oírle hablar se metió en el grupo y ya parecía que les conociera de toda la vida.
La verdad es que fue de una ayuda enorme. No había que llevar abrigo, o muy poco. En noviembre está a punto de empezar el verano, es al revés que aquí. Una cosa tan tonta no nos lo habían advertido nuestros maridos. Eso y otras mil cosas. Bailamos con todos, casi nos emborrachamos, mas bien yo, porque ella parecía que no lo notaba, y al final de una noche bastante loca, aparecimos las dos en mi casa, donde ella se auto invitó a dormir.
Cuando me desperté por la mañana, estábamos las dos desnudas entre las mantas, con un dolor de cabeza enorme y la boca seca como el estropajo.
Ahora no parecía tan alegre, pero desde luego no tenía las ojeras que mostraba yo, aunque su voz era ronca como la de un camionero. No se preocupó en absoluto, preparó su remedio casero a base de café y no sé que otras cosas y fue mano de santo. Por lo menos el dolor de cabeza y la resaca desapareció y la voz se aclaró algo.
Decidió entonces que en los seis días que quedaban antes de irnos se vendría a vivir a mi casa. Ella estaba sola y mi hijo se pasaba casi todo el día en el colegio. Nos haríamos compañía y prepararíamos el viaje juntas.
No le pude decir que no, pero es que además me pareció buena idea, había sitio de sobra en la casa y dos o tres habitaciones vacías. Que tontería, dijo ella, dormir en otra habitación, como un huésped, dormiremos juntas. Y así fue, por supuesto. Cualquiera le llevaba la contraria…
Esa tarde fuimos a su casa, recogimos un montón de ropa en una maleta y se trasladó, invadiendo mis armarios, el cuarto de baño y la mitad de mis cajones.
Estábamos en la cama nada mas despertarnos al día siguiente, antes de desayunar y aprovechando la penumbra del dormitorio y el silencio de la casa me hizo una pregunta, no precisamente extraña, pero viniendo de ella me hizo desconfiar.
¿No echas de menos a tu marido? ¿No necesitas un poco de sexo de vez en cuando?
si claro, como no le voy a echar de menos. ¿Por qué?
por lo del sexo que te he preguntado. ¿Qué haces cuando necesitas sexo y no está tu marido?
bueno, es que yo no estoy tan necesitada como para no aguantar una temporada mas o menos larga. No he sentido nunca esa necesidad cuando él esta fuera.
¿y eres capaz de aguantar las casi dos semanas que llevamos solas sin llevarte nada a la boca?
a ver, esas preguntas llevan una intención. Deja de dar rodeos y dime de una vez que es lo me vas a proponer.
pues mira, te voy a ser sincera porque ya somos prácticamente amigas intimas. Esto no se lo he contado nunca antes a nadie, así que me tienes que jurar que tú tampoco se lo dirás a nadie en absoluto.
yo nunca he contado chismes por ahí y mas si me piden discreción, pero si te vas a quedar mas tranquila, pues te lo juro.
ni a tu marido, ¿de acuerdo?
a mi marido el que menos. Adelante
Me confesó que se había echado un amante hacia algún tiempo y que le llamaba cuando se sentía sola. Era un hombre muy discreto, casado también, con una casa de fin de semana en las afueras que usaba de picadero y que era un amante perfecto. Siguió contándome cosas mientras nos levantábamos y desayunamos.
A veces estaban semanas sin verse y otras se veían todos los días. Alguna vez se traía algún amigo, para hacerse un trío, y otras era ella la que llevaba alguna amiga. Era una situación casi perfecta. Ninguno de los dos pedía nada ni esperaba nada del otro. Solo se daban sexo y compañía cuando estaban solos.
Me reveló que alguna vez había ido solo por verle y estar con él, aunque su marido no estuviese fuera, pero solo por la excitación de la aventura y del engaño, no porque estuviese enganchada.
Me parecía una barbaridad. Yo no era quien para juzgar, desde luego. Tampoco era una santa, pero esto era muy rebuscado y además podía ser hasta peligroso. Su marido, por supuesto, no sabía nada y pensaba que nunca se iba a enterar.
¿Y la mujer del otro? Algo sospechaba, pero no la importaba demasiado. Vivía bien con él, tenía toda clase de lujos y no le ocultaba que ella también tenía sus aventuras cuando le apetecía y no estaba obligada a darle explicaciones.
Era una especie de engaño mutuo, consentido y que evitaba una separación que había estado a punto de producirse. Cada uno vivía su vida, eran discretos de cara al exterior, y no se molestaban mutuamente. Me pareció muy triste llegar a ese estado de infelicidad, pero supongo que había que estar en la piel del otro para comprender lo que pasaba y como llegaron a esa solución.
En fin, que lo que me estaba proponiendo era que la acompañase un día a desahogarnos, por ejemplo esta noche, si él podía, y que si quería lo compartía conmigo y si no, le decía que trajese a un amigo para mi.
Consideré que estaba loca, y no entendía como me podía proponer algo así. Nos conocíamos de hace solo dos días, pero ya se había convertido en inseparable, y no porque yo lo hubiera provocado.
Me negué, por supuesto, y le dije que no estaba tan desesperada, ni creía que lo fuera a estar nunca como para ir a buscar a un hombre por ahí, para follármelo.
no pensé que fueras tan escrupulosa, se te veía tan desenvuelta la otra noche con aquellos chicos.
y no lo soy. Pero nunca he ido a buscar tíos por ahí, ni salgo a la busca de sexo, por muchas ganas que tenga.
bueno, hagamos otra cosa, si no te importa. Acompáñame a cenar y tomar unas copas con él, solo por acompañarme y que no te aburras aquí y luego te acercamos a casa y nosotros dos nos vamos a lo nuestro.
en serio, que no me gustan las encerronas. Como vea la mas mínima insinuación me largo y te dejo plantada.
no, no te preocupes. A mi me da igual lo que tu hagas y como vives tu vida. Respeto lo que tu decidas y en serio que no es ninguna trampa. Incluso si tú quieres invitamos a algún amigo de tu confianza para que te sientas más segura.
es que no tengo amigos de confianza con los que salga a cenar cuando no está mi marido.
bueno, vamos a desayunar y te lo piensas. Le puedo decir que se lleve a un amigo para parecer más formal y no estar impares y eso no te obliga a nada, de verdad, pero me gustaría que vinieras.
Desayunamos y no volvió a decir nada. Nos arreglamos y salimos a comprar, para dejar comida suficiente en la nevera para cuando nos fuéramos, y que mis padres, que vendrían a quedarse con mi hijo, no tuvieran que molestarse para nada en los primeros días.
Estuvo dándome la paliza en el supermercado de forma sutil pero insistente. Lo presentaba como solo una cena y unas copas, ni siquiera ir a bailar, pasar una noche entretenida en compañía y acostarnos sin más, las dos juntitas y solas, como ayer. Íbamos a estar si no toda la tarde viendo la tele como dos bobas, hasta que fuera la hora de dormir. Seguro que nuestros maridos salían alguna noche también a tomar algo, era lo normal, y eso no quería decir que fueran a tener un lío, ni siquiera que lo intentaran.
No se si me convenció o fue por que dejara de darme la paliza, pero el caso es que la dije que la acompañaría a cenar, me tomaría una copa y me volvería a casa, con ella o sola.
Se puso a dar saltos en mitad del súper, me llenó de besos y me dijo lo contenta que estaba de haber cambiado de opinión. Ya me estaba arrepintiendo de haberle dicho que si, o por lo menos de habérselo dicho tan pronto, estaba dando un espectáculo, todo el mundo nos miraba.
Lo primero que hizo nada mas llegar a casa, en vez de ayudarme a guardar las cosas, fue coger el teléfono y llamar a su amigo, eso si delante de mi.
- oye, ¿que si quedamos a cenar esta noche?... no, solo a cenar, si acaso una copa después, pero nada mas… es que voy con una amiga… si, es muy amiga… no, no sabe lo nuestro, que va a saber… ¿tienes alguien que nos pueda acompañar y que no sea muy pesado?... si, ese vale, pero adviértele que no espere nada mas que una copa, hoy no tengo ganas de juerga, es que no queríamos cenar solas…. Vale, hasta la noche.
Todo delante de mi y para que quedara bien claro que no había segundas intenciones. Mejor, porque no me había gustado la cosa desde el principio y esto parecía una salida normal y no me importaba aceptar pasar un rato con amigos, aunque no los conociera de nada, si solo era eso: pasar un rato.
Nos arreglamos, aunque no demasiado, pero si lo suficiente para que al salir a la calle se nos quedasen mirando y el taxista no perdiera de vista nuestras piernas al sentarnos, mientras nos preguntaba donde queríamos ir.
Llegamos con una gran puntualidad, diez minutos después de la hora fijada, y salieron a saludarnos dos hombres desde la barra. Maite me los presentó. Conocía al otro por ser un amigo común, aunque según me dijo, no le veían con frecuencia. Se llamaban Paco (su pareja) y Carlos, el otro amigo.
Su amante, para qué llamarle de otra manera, era un hombre atractivo, aunque mayor que ella. Ya empezaba a perder pelo por las sienes y mostraba una barriguilla que delataba la edad, además de la buena vida que se pegaba. El otro parecía mas joven, era también atractivo, el cuerpo atlético y vestía con gran elegancia. Parecía un chollo como hombre y cuando me dijo que estaba soltero no me lo podía creer.
Durante la cena me enteré que en realidad no estaba soltero, más bien separado. Desde el divorcio había descubierto los placeres de la soltería, la buena vida sin preocupaciones ni ataduras. Su ex mujer tenía dinero por su familia y no le tenía que pasar pensión. El negocio de coches le dejaba mas dinero del que podía gastar y como no tenia unas costumbres excesivas, vivía feliz.
Todos los días el gimnasio, después al trabajo, por la tarde cena con los amigos o amigas, alguna vez juergas nocturnas, pero a él no le gustaban mucho, y casi siempre acompañaba y hacia de chofer de los demás. Apenas bebía.
Parecía muy sencillo, pero la misma sencillez con que lo contaba le hacia ser mas narcisista. En cualquier caso la cena fue muy agradable, era un gran conversador y gracioso y divertido en sus ocurrencias. No me importó acompañarles a tomar una copa en un local próximo, y además él prometió que me llevaría a casa cuando quisiera.
Tampoco me importó salir a bailar con él, y no tardamos mucho en estar con los cuerpos bien pegaditos, sus manos por debajo de mi cintura y mi cara apoyada en su hombro. Eso era lo malo de empezar, que luego te gustaba y ya no te podías volver atrás.
Fue Maite la que me llevó al baño un rato después y me dijo que nos íbamos, que me estaba viendo demasiado acaramelada con mi pareja y no quería que la echase nada en cara. Aunque le dije que no pasaba nada y que me lo estaba pasando bien, en cuanto nos reunimos con ellos les pidió que nos llevaran a casa.
No soltaron la más mínima protesta, recogieron nuestros abrigos y salimos a la calle. Ni siquiera esbozaron un gesto para darnos un beso de despedida al dejarnos a la puerta de casa.
Por eso, cuando dos días después me presentó la idea de volver a salir, no me pareció mal. Propuso además irnos luego a dormir a su casa, ya estaban mis padres con nosotros, y de esa manera al día siguiente recogíamos sus maletas, puesto que esa noche partíamos de viaje por fin.
Antes de arreglarme, saqué también mis maletas, y repartí toda la ropa que pensaba llevarme por encima de la cama, para guardarla al día siguiente y no tener que pensar.
Cenamos en otro sitio, por el centro, muy exquisito y caro. Probé un vino de Rueda increíble y no me atreví a preguntar el precio. Después, como el otro día, nos fuimos a tomar una copa y a bailar. Maite me preguntó antes si quería que nos fuéramos a una hora determinada, pero no tenía prisa. Al dormir esta noche en su casa, no tenía que madrugar para preparar el desayuno a mi hijo ni atenderle antes de que marchara al colegio.
No bebí demasiado, no le puedo echar la culpa al alcohol, excepto casi un tercio de la botella de aquel vino tan bueno. El asunto es que al rato estábamos igual que hace dos días: bien amarraditos y mi cara apretada contra su pecho. Me notaba alegre y cómoda en su compañía y reía y bromeaba como si nos conociéramos de toda la vida.
Sus manos sujetaban mi cintura, no demasiado bajas como para ser indecoroso, pero si lo justo para que el movimiento de mis caderas elevaran alternativamente una y otra. Sentí su cara bajar hasta mi cabeza y su respiración me hacía cosquillas en el pelo. Cuando levanté mi vista para decírselo, acercó su boca a la mía y me besó en los labios, suavemente, sin presionar, pero lo suficiente para sentir su calido aliento y su perfume invadir mi sentido del olfato, haciendo que mi respiración se agitara y mi vello se erizara por todo el cuerpo, en un escalofrío que me recorrió desde la cabeza a los pies.
Me sentí muy frágil y sensible y le pedí que nos sentáramos con los otros. Me acariciaba las piernas mientras hablábamos y bebíamos, subiendo mi falda y dejando mis bragas a la vista y a su alcance. Me fui acercando a él poco a poco. Me besó de nuevo, mientras los otros nos miraban atentamente.
Maite me volvió a llevar al baño y me dijo que estaba perdiendo el control, que lo mejor era retirarnos.
no, no te preocupes por mi. Quiero seguir. Me lo estoy pasando divinamente y me gusta ese hombre. Me da igual como acabe.
¿quieres que nos vayamos a casa?
no, todavía no. Estoy tan a gusto aquí…
bueno, hay otra alternativa. Nos vamos los cuatro. Si quieres les digo que se vengan con nosotras.
¿a tu casa? De acuerdo. Vámonos cuando quieras.
No hicieron ninguna demostración de alegría excesiva, pero no cabía duda de que estaban satisfechos de que la noche acabara así. Yo pensé que si la cosa venia de esa manera y al final me acostaba con él, no me importaba demasiado y la verdad es que me apetecía tener un poco de sexo, ya llevaba mucho tiempo de sequía amatoria y el tipo este no estaba nada mal.
Disimulamos un poco al llegar a su piso, aunque los cuatro sabíamos como iba a finalizar aquello. Maite puso un poco de música y sacó unas bebidas. Hablamos y bailamos un rato, pero yo notaba sus ojos fijos en los míos, esperando que yo diese el primer paso, sin querer forzar la situación ni meterme prisa.
En realidad teníamos toda la noche para nosotros, no había necesidad de precipitarse y el momento y la compañía era suficiente para hacer que aquellos instantes sirvieran para ir rompiendo el hielo.
De pronto, y con la misma música melódica que estaba sonando, empezó a quitarse ropa, con gracia, pero naturalidad. Yo miraba como se desprendía de la camisa, desabrochándola botón a botón, se colocaba bien el sujetador y luego se soltaba la falda, quedándose en un precioso conjunto que dejaba la mitad del pecho libre por arriba y todo el culo por abajo.
Tiró de mi mano para ponerme en pie y decidí que iba a intentar que me saliera un buen espectáculo. Cuando dejé caer la falda quedando como única prenda las mínimas braguitas dudaba de que estuviera haciendo lo que debía, al ver la cara de aquellos dos hombres, dos desconocidos hace un par de días, mirando lascivamente mis pechos.
Me acerqué al amante de Maite e inclinando mi torso le coloqué prácticamente las tetas en su cara. No pudo evitar acercarme con sus manos y meter el rostro entre ambas, restregándose entre ellas y chupando como un desesperado.
No me quité las bragas, tampoco tapaban gran cosa y me senté encima de sus rodillas, para que no tuviera que esforzarse tanto. Cuando vi que su pene golpeaba contra mi muslo, me levanté y tiré de Maite hasta mitad del salón, para que siguiera ella. En un santiamén se desnudó del todo y sacó a bailar a Carlos en vez de su amante, para que este la viera mejor.
Ahí las cosas se fueron sucediendo con gran rapidez. Rota ya la incertidumbre respecto a nuestras intenciones, o mas bien las mías, dejaron de aparentar timidez y se lanzaron contra nosotras. Paco, al verse solo, me recostó en el diván y empezó a morderme las tetas, abrazado a mi cuerpo y besándome como un desesperado por donde podía. La otra pareja lo hizo al revés: fue ella la que le arrojó al mismo sillón y se tiró encima de él.
Apenas tuve tiempo de pensar nada, pero en realidad era eso lo que yo esperaba que sucediese desde que Maite me invitó a salir ese día. Me apetecía un poco de alegría e incluso en mi interior, deseaba que hubiera sexo esa noche. Llevaba quince días o algo mas con mi marido fuera. No era excesivo, muchas veces nos pasábamos ese mismo tiempo sin practicarlo y no estábamos tan desesperados como lo estaba yo ahora.
La diferencia era que estábamos juntos, nos tocábamos, dormíamos abrazados, nos dábamos un beso antes de dormirnos y otro al despedirse o volver a casa. Había esas leves escenas de cariño, tan necesarias en un matrimonio y que muchas veces bastaban por si solas. Ahora, sin ellas, estaba necesitada de afecto y ternura, pero eso no me lo podía dar nadie. Sexo, en cambio, si.
Sus manos bajaron mis bragas y me vi desnuda encima de él, sentada sobre su vientre y viendo como su aparato sobresalía entre sus dos piernas musculosas y fuertes, piernas de atleta, sintiendo sus músculos tensarse bajo la carne suave y blanda de mi trasero.
Me sentí un poco violenta y mi mirada se cruzo con la de Maite, que me miraba asombrada, de pie y abrazada a su pareja, como si siguieran bailando. Me sonrojé ligeramente al ver sus ojos en los míos, mientras sentía los labios del hombre en mi pecho y sus manos levantarme para colocar su miembro en posición, intentando dejarme encima de su capullo para que yo misma me lo introdujera.
Ella comprobó que allí estaba ya todo en orden y desapareció discretamente camino de su habitación. Entonces fui yo la que, con ansia y sin poder contenerme por mas tiempo, me fui metiendo aquel miembro que llevaba ya un rato intentando introducirse en mí, mientras él me elevaba a pulso, agarrándome por la cintura.
Siempre me ha gustado hacerlo así. Yo me controlo mejor. Si me hace daño voy más despacio. Si es grande no me la meto toda, asciendo cuando la siento llegar al fondo. Si es gorda, espero a estar más lubricada antes de empezar el movimiento. Estas y otras tonterías se me ocurrían y pasaban por mi cabeza mientras esperaba sentir el placer que llegaba despacito, en pequeñas chispas en mi cabeza y en mi vagina.
Entonces pensé que estaba cumpliendo un tramite: necesitaba amor y lo cogía, pero una vez que lo tenía asegurado dejaba de ser tan importante, por eso me venían esa ideas tan raras cuando tenia que estar concentrada en lo que estábamos haciendo.
De pronto le miré a la cara: no estaba segura de si me encontraba follando con Paco o con Carlos, incluso cuando le reconocí, no sabía cual era su nombre. Y de pronto, zas… un escalofrío. Y luego una ola de calor subiendo hasta mi cabeza, y mi nariz y mis mejillas húmedas de sudor y mis ojos extraviándose al sentir que una gran sensación de goce ascendía desde mi sexo hasta la última punta de mi cabello.
Mi cuerpo se desató, mil espasmos me agitaron y pensé que Carlos o Paco o quien fuese, era el mejor, y que no me importaba su cara, ni si alguien estaba mirándome o tenía mil espectadores. Lo había conseguido. Mi cuerpo se deshacía de placer y yo lo recibía, esperando que no acabase nunca y deseando que acabase pronto porque no podría aguantarlo mucho tiempo más sin volverme loca, o desintegrarme en la nada.
Quedamos tumbados en el sillón. Él se vistió al aparecer su amigo, que me acarició un poco, pensativo, como analizando la posibilidad de intentarlo antes de irse. Puede que le pareciera excesivo o una bajeza aprovecharse de una amiga o puede que la aparición de Maite, que iba a buscarme para conducirme a su cama, le hicieran desistir, pero me pareció ver decepción en su rostro.
Cuando nos despertamos a la mañana siguiente, en vez de darme los buenos días, me dijo:
- creo que nos lo vamos a pasar muy bien en América tu y yo.