Descubriendo el placer de viajar - 02

Continuamos entreteniendo al vecino voyeur y el solicito camarero busca a un amigo para ayudarle.

PARIS - 2

A mi marido le encantaba encontrarme de tan buen humor cuando regresaba de las largas series de trabajo a mediodía. Pensaba que estaría abrumada, toda la mañana sola y aburrida, encerrada en la habitación, y me confesó su extrañeza.

  • bueno, es que he encontrado un entretenimiento increíble y además excitante. Nunca hubiera pensado lo excitante que podía llegar a ser.

  • a ver, cuéntame. Me tienes sobre ascuas.

  • siéntate en esa silla y mira con disimulo hacia la casa de enfrente.

  • Ya está. No veo nada de particular. ¿Qué es lo que tiene que ocurrir?

  • ¿no ves a nadie?

  • si… hay un hombre sentado en el balcón de enfrente.

  • ¿y qué hace?

  • nada. Parece dormido.

  • ven aquí, donde no te vea. Siéntate un momento y espera.

Coloqué la puerta del armario, la que tenía un espejo de gran tamaño, de tal forma que, desde su posición, viese la casa y el balcón de enfrente. Entonces le dije que se fijase en el hombre.

Fui al final de la cama, próxima al balcón,  con el albornoz en la mano y me fui quitando la ropa con calma, colocando cada prenda en la silla, meticulosa y ordenadamente.

Con solo la ropa interior me enfrenté al espejo y me cepillé el pelo, también con parsimonia, las piernas abiertas y alzando exageradamente los brazos por encima de mi cabeza.

En esta postura, mi culo sobresalía respingón y mi cintura parecía más estrecha, marcando y resaltando más las curvas de mi cuerpo.

  • ¡te está observando con unos prismáticos! ¡Está mirando hacia aquí!

  • puedo alargar el juego todo lo que quiera. Está mañana se ha bajado el pantalón y se ha masturbado pensando en lo que estaba viendo.

  • ¿pero cómo puedes ser tan malvada?

  • ¿malvada? Pero fíjate ¡está en la gloria! Si sigo un rato mas se la vuelve a sacar.

  • mueve un poco el espejo y ven aquí. Tengo una idea.

Lo hice y me fui a su lado. Me dijo que íbamos a ir a un sitio para hacer unas fotos que tenía pensado hace tiempo y que el día luminoso y mi predisposición exhibicionista hacían de hoy el mejor día para ello.

Encontró un vestido ligero de gasa, muy colorido, que me traje por si hacía calor, y que se podía llevar con una chaquetilla de punto cuando empezase a refrescar por la noche. Luego le tuve que enseñar todas mis bragas, hasta que encontró unas que le gustaron, muy finas y negras, casi transparentes, pero con muchos dibujos de colorines que disimulaban el efecto de desnudez y ofrecían un aspecto alegre y casi elegante.

Me dijo que si quería seguir con el espectáculo, me podía vestir delante del balcón, que a él le daba igual y cuando estuviese lista nos iríamos.

Como no teníamos prisa, primero recogí toda la ropa que había dejado sobre la silla y a continuación preparé en el mismo sitio la que pensaba ponerme. Me desnudé a su lado y me acerqué a él antes de vestirme. Se había animado de pronto, desapareciendo su cansancio. Acercó su cara a mi vientre despacio, y me besó, restregando la cara por mi pelillo y apretándome contra él, con las manos bien aferradas a mi culo.

Me estaba gustando y quise aprovechar el momento, aunque después del ajetreo de la mañana no lo necesitaba realmente. Pensaba en él, más que en mí. Llevábamos casi cinco días en Paris y solo lo habíamos hecho una vez y eso era bastante raro: los viajes y las camas extrañas le ponían.

  • ¿te apetece…?

  • sabes que siempre me apetece, pero lo dejaremos para la noche. Vístete y nos vamos por ahí

  • pues en cinco minutos acabo la función y nos vamos.

No necesitaba más tiempo, a pesar de lo despacio que me vestí. Para ponerme las bragas y el sujetador, colocarme el vestido y abrochármelo no necesitaba más de dos. El resto fue de pura maldad exhibicionista, como decía él.

Llegamos al sitio y me explicó lo que tenía que hacer. Era un bulevar amplio y lleno de árboles. En el centro, una gran rejilla metálica ocupaba casi toda la acera y se oía circular el metro en su interior. Hasta la calle llegaban los chirridos metálicos de las ruedas provenientes de la profundidad del subsuelo.

Muy próximo, detrás de mí, con los luminosos fluorescentes todavía sin encender, un molino enorme, de extraños colores, anunciaba a los transeúntes que estaban ante el Moulin Rouge, el cabaret más famoso de la ciudad y posiblemente del mundo.

Nunca me había traído a esta zona y me dijo que el viernes iríamos a ver el espectáculo. Se alejó al otro extremo de la plataforma metálica, advirtiéndome que anduviese de puntillas y sobre la parte ancha de la viga, para evitar que mis tacones quedaran atrapados en la rejilla, o se partiesen en un mal paso.

Primero preparó la maquina, colocando la luz, la abertura y esos ajustes que siempre hacía, pero que esta vez le duraron más de lo normal.

Miró y remiró por el objetivo, la calle estaba casi desierta y solo otra chica se acercaba por el bulevar, hacia nosotros. Entonces me hizo una señal y avancé despacio. Se oía aproximarse un tren y la otra chica, igual que yo, avanzaba pisando la viga principal, más ancha y segura.

De pronto me quedé ciega. Un torbellino de aire caliente ascendió desde las profundidades, repentina y violentamente. Un gran revuelo de hojas secas ascendió impulsadas por la corriente de aire, y mi falda subió como un globo, intentando escaparse por mi cabeza.

La cintura del vestido quedó retenida por debajo del relieve de mi pecho, que le impidieron continuar hacia arriba. Luché por sujetarla y evitar que escapase hacia los tejados de Paris y cuando conseguí agarrarla fuertemente con los puños cerrados, volví a luchar para bajarla y tapar mi cuerpo de alguna manera.

No creo que fueran mas de diez segundos, pero me parecieron siglos hasta que conseguí apretarla contra mis muslos, todavía con bastante revuelo, pero dominada y escapé corriendo hacia el otro lado de aquella trampa.

La otra chica también había conseguido tapar lo que podía y ahora retrocedía unos pasos para bordear la rejilla traidora, y mi marido, al otro lado, a salvo, disparaba sin parar a la chica y a mi, hasta que ambas dejamos de dar el espectáculo y conseguimos recuperarnos entre risas y sonrojos.

No estaba histérica, pero sí muy enfadada y avancé hacia mi marido con cara de pocos amigos, pero no me dejó hablar, me besó, agarrándome del brazo y dijo:

  • ha sido perfecto, el mejor recuerdo que vas a tener de París.

Ya no me pude enfadar, no me dio tiempo; echó a andar calle arriba, llevándome del brazo y por mas que le insultaba y le decía que era tonto e insensible, no me hizo caso.

Él sabía que a los cinco minutos se me pasaría y en lo del recuerdo de París, tenía razón. Con el paso del tiempo he olvidado la cara del camarero que me hizo el amor casi todas las mañanas, alegrando mis despertares, la del hombre de enfrente del hotel y otras cosas que nos ocurrieron, pero esos diez segundos de desesperación, de lucha por mantener mi ropa y mi decoro en su sitio, no se me olvidaran nunca.

Eso y la cara de la otra chica, que debía ser espejo de la mía. Su pánico y desesperación, intentando controlar la falda al vuelo y a continuación las miradas a todos los lados con vergüenza, para comprobar cuanta gente había sido testigos de la interminable exhibición de prendas íntimas en mitad de la calle.

Visitamos el barrio de los artistas, hacia Montmartre y escogió uno de los artistas callejeros para hacerme un retrato a tiza. Quedó bastante bien y todavía decora una pared, colgado en el salón de nuestra casa.

Esa noche no hicimos nada, pero me despertaron varias veces sus manos, recorriendo mi cuerpo con pasión. Cuando se fue por la mañana, sentía su calor y maldecía su trabajo que le obligaba a abandonarme en lo mejor, dejándome inquieta y nerviosa.

Por eso, cuando oí unos toques en la puerta, y abrió el chico de siempre, empujando un carrito con el desayuno que yo no había pedido, permanecí quieta en la cama y esperé a que decidiese volver, como siempre, a recogerlo todo y dedicarme su tiempo libre.

Me equivoqué esta vez. Ni siquiera desplegó los utensilios encima de la mesa, como siempre. Directamente se desnudó y se metió en la cama conmigo.

Su cuerpo estaba frío en contraste con el  mío ardiendo. Me tocó y me besó como en días anteriores, elevando mi libido, que ya estaba dispuesta por las caricias de mi marido durante la noche. Sin él pretenderlo, había hecho la mitad del trabajo a mi amante casual, que vio lo rápido y fácil que fue ponerme a tono en esta ocasión.

Lo hizo como en las veces anteriores, con detenimiento y maestría, consciente de su habilidad y de mi entrega total, y también, como en días anteriores, introdujo una variante.

Cuando estaba empezando a sentirle y agitarme, se salió de mí, que protesté quedamente, intentando retenerle, se tumbó boca arriba y colocándome a mí en cuclillas, de espaldas a él, me hizo bajar con precaución, insertándome yo misma en su miembro

Sentía su pene hasta el fondo, pero me faltaba un estimulo muy importante y yo misma me lo proporcioné, introduciendo mis dedos junto a su miembro, y moviéndolos en mi interior, mientras subía y bajaba sobre su embolo, que desde esta posición me era posible verle entrar y salir, reluciente e hinchado.

Parecía mentira que estuviera tan mojada ahí abajo. Nuestros jugos se mezclaban y desde mi posición veía brillar el pelo de mi pubis y las gotas que caían hasta la sabana.

Le fui sintiendo y saqué los dedos de mi vagina, que rápidamente fueron reemplazados por los suyos, esperando el placer que ya llegaba y agarrándome a sus piernas para tener un apoyo que soportara los embates de mi cuerpo ante los espasmos que ya llegaban.

Me debatí, arqueando la espalda y agitando la cabeza y el se aferró a mis caderas, acabando casi simultáneamente.

Caí de espaldas sobre su cuerpo, derrengada y su miembro en esta posición se salió de pronto, quedando entre mis piernas, aflojándose por momentos hasta que dejé de verlo.

Definitivamente no me gustaba esta posición. Puede que para él fuera mas excitante, veía mi culo aplastado entre sus piernas, su pene entrar y salir en mi interior y con sus manos alcanzaba mis pechos con comodidad, pero para mi fue algo decepcionante. Sus pies no me interesaban, mi clítoris no era tocado por su miembro, que además no entraba tanto y le sentía peor.

Estaba en estas cavilaciones, ya a su lado, tumbados los dos y cubiertos por la sabana y entonces se acercó a mi oído y me dijo bajito mientras agarraba el teléfono con una mano.

  • sabes, el compañero que vino la otra mañana me ha repetido un montón de veces que se siente altamente atraído por ti y que te desea. Le voy a llamar para que venga.

Me quedé cortada y sorprendida. No pude reaccionar, casi no entendía lo que me decía, pero si le había comprendido bien, era una desfachatez y una osadía inigualable. No podía permitirlo.

Apenas colgó el aparato, se presentó el otro, debía de estar esperando casi en la puerta. No demostró tampoco ninguna vergüenza, debían de estar acostumbrados a compartir sus conquistas. Se desnudó en un santiamén y se metió en la cama al otro lado de mí.

No sabía si gritar y organizar un escándalo, llamar a la policía, levantarme y salir al pasillo dando voces de auxilio. Estaba confundida y rabiosa. Era una de las situaciones más humillantes que nunca me habían ocurrido. Sentí ganas de llorar, furiosa por esta situación tan denigrante.

Pero mientras esto pasaba por mi cabeza, el otro chico me estaba besando y acariciando, con gran delicadeza y casi sin sentirlo pasé del horror al placer. Sus manos me hicieron olvidar poco a poco mi rabia y la tranquilidad me vino de su sabia actuación en mi cuerpo, que de nuevo aceptó complacido los mimos y agasajos que recibía.

La sabana fue descendiendo a los pies de la cama y me sentí enardecida por sus manos, ahora a dúo y entre los dos me devolvieron la confianza y me arrastraron de nuevo a un delirio que no creí alcanzar unos minutos antes.

Mi enojo se fue diluyendo y deseaba sus caricias. Mimaban todo mi cuerpo y sentía cuatro manos actuando por cada centímetro de mi piel, sin parar y consiguiendo que deseara ser poseída de nuevo por aquellos mástiles que se apretaban contra mí, uno a cada lado, fuertes y palpitantes.

Estaba en medio de ambos y de costado. Uno me atendía por delante y el otro por detrás. Sentí un pene, por fin que se introducía y se movía con trabajo en mi vagina. Luego se salió y rápidamente fue sustituido por el otro que desde atrás, levantando un poco mi pierna, entró como un rayo para que no notara el vacío.

Fueron intercambiándose, llegué a pensar si me cabrían los dos al mismo tiempo, hubiera sido algo fabuloso. En aquel momento hubiera sido capaz de cualquier cosa y si me hubieran dicho de intentarlo les hubiera animado a hacerlo.

Sentí las convulsiones del que tenía delante y su semen verterse dentro de mí, mientras yo me derretía en un largo orgasmo, contenido por mi aprisionada posición entre los dos cuerpos que me rodeaban.

Con su pene chorreante y de buen tamaño todavía, se salió rápidamente y el otro entró con enorme facilidad en mi sexo chorreante y empapado, moviéndose con velocidad y fuerza hasta que volví a sentir otro orgasmo y otra rociada en el fondo, mezclándose con la del anterior.

Fue una mañana larga y agotadora. Estuvimos jugando casi dos horas mas, en las que paramos a desayunar, me lavé de vez en cuando de tanto sudor y suciedad, descansé agotada esperando que se dieran por vencidos y se retirasen y no pensé en nada mas que en mi satisfacción y la plenitud de mi cuerpo para recibirles.

Se iban turnando para darse tiempo a recuperarse, pero siempre había uno a mi lado, tocándome y besando mis pechos, mi cara y mi sexo, que ya debía estar maloliente de tanto semen. Yo me sentía pringosa y con pegotes pastosos pegados por mis piernas y mis muslos.

Cuando por fin se fueron a eso de las doce apenas me quedaban fuerzas para entrar en el baño y caer como una piedra en la bañera llena de agua humeante y reparadora. No salí hasta que sentí frío y procedí a arreglarme para ir al encuentro de mi marido. Ese día habíamos quedado para comer juntos.