Descubriendo el placer
- No se lo vas a decir a nadie, ¿verdad? preguntó ansioso.
Aníbal sonrió divertido cuando vio mi mirada de asombro dedicada a su pene mientras orinaba. Estábamos en el parque, presenciando un partido de fútbol que jugaban unos amigos, y yo me levanté para ir detrás de unos arbustos, mi vejiga no daba más…
¿Adónde vas? – preguntó - ¿Te estás aburriendo?
No, voy a mear, que no puedo más – dije.
Dale, también yo necesito descargar rápido.
Así que fuimos a buscar un lugar discreto para aliviar la naturaleza. Me puse detrás de unas acacias que creían bajas, a unos veinte o veinticinco metros de la cancha, alejadas del camino. Saqué por el costado del short y me dispuse a orinar, cuando me di cuenta que había llegado a mi lado y había hecho lo mismo, solo que aquel miembro nunca lo hubiera imaginado…
Aníbal, de diecinueve o veinte años a la sazón, tenía una prodigiosa herramienta de la que salía con fuerza un potente chorro de orina que iba haciendo un pocito en la arena sucia del suelo repleto de hojarasca. Confieso que era la primera vez que veía al hijo de mi vecina en toda su gloria y simple y llanamente quedé estupefacto. A mis dieciséis o diecisiete años, yo ignoraba todavía que aquella simple visión perturbadora decidiría definitivamente mis elecciones futuras. Él notó de inmediato que no podía despegar mi vista de ahí, y con aire divertido ofreció:
- ¿Te gusta lo que ves? Agarrala entonces, sacudímela un poquito…
Con cierto pudor no exento de ganas, extendí mi mano y rodeé su miembro percibiendo la salida de los últimos restos de orina que parecían acompasados al calor de mi mano.
¿Y? ¿Qué onda? ¿Te gustaría probarla? – preguntó sonriendo siempre, entre divertido y ansioso por mi respuesta.
¿Qué querés decir con probarla? – inquirí con miedo o vergüenza, porque en el fondo me daba cuenta que sí, que quería tenerla más tiempo en mi mano, o quizá…
¿Te gustaría chuparla un ratito? – su voz sonaba neutra, pero diferente a la que yo reconocía como su voz.
Si me bajo el short, ¿me la mamás? Mirá que no se lo voy a contar a nadie, esto va a ser un secreto entre los dos nada más. Dale, animate, mirá cómo está de rica…
Y sin decir más, se bajó el short no sin antes de echar una ojeada alrededor para cerciorarse que nadie se acercaba ni por el camino cercano ni desde la dirección de la cancha. Entonces me agaché bastante más alejado del charquito húmedo que ya había sido absorbido por la arena y tomándola con una mano la olí… No tenía olor alguno. Le pasé la lengua por la cabeza, que se me antojaba enorme –lo era- y seguí por el tronco, que ya había tomado una dimensión considerable mientras le acariciaba los huevos peludos que se balanceaban debajo.
- Comémela… - sugirió, empujando mi cabeza para que la pusiera definitivamente en mi boca.
El sentirla dentro de ella me provocó una breve arcada que notó, diciéndome:
- Respirá por la nariz, así entra bien adentro.
Obedecí sin más, porque me esta gustando hacerlo, sin pensar en otra cosa que en proporcionarle placer, placer que también yo conseguía evidentemente, porque me esta sintiendo cómodo con aquella verga venosa y dura que me follaba la boca con fuerza y precisión.
¡Ah, qué lindo, qué bien la chupás, Tito! – me decía bajito mientras mi boca se llenaba de saliva y permitía que el roce no me produjese molestias, sino más bien una inmensa satisfacción por su halago.
¿Querés que acabe? – preguntó - ¿querés tomarme la lechita?
Sí, dale – contesté sacándola un segundo para poder hablar- antes que pueda venir alguien para este lado y nos vea…
La primera experiencia de mi vida se vino en seguida, con fuertes trallazos que me inundaron la garganta obligándome a tragarlos para evitar las “pruebas del delito. Una vez lograda su descarga, la sacó rápido de mi boca y guardó inmediatamente en su short, ordenando:
- Volvamos a la cancha, a ver cómo sigue el partido. Y de esto ni una palabra a nadie.
Sin decir una palabra, asentí con la cabeza y dejamos el lugar, uno y otro colorados y sudorosos para regresar a la cancha, donde el partido estaba terminando en ese mismo momento.
Junto con los otros pibes abandonamos el parque, regresando al barrio.
Cuando llegamos a la puerta de su casa, éramos solo tres, los otros quedaron de camino, y para que Ernesto no sospechara nada, Aníbal señaló:
- Tito, tengo las revistas que me habías pedido, ¿querés llevártelas ahora? – y añadió saludando al otro – Chau, Ernesto, nos vemos. ¡Qué buen partido!
Mientras Ernesto se alejaba rumbo a su casa, me dijo:
- Vení, entrá. Mis viejos y mi hermana están en casa de mi abuela y hasta la noche no vuelven…
Lo pensé, pero no mucho:
Bueno… pero no me acuerdo de las revistas de las que hablaste.
¡Zonzo! – rió – Ninguna revista, vamos a terminar lo que empezamos, eso.
No pude evitar ruborizarme, porque me encantaba la idea.
Ni bien entramos me hizo pasar a su habitación, que quedaba en la planta alta frente al baño y a los cuartos de sus padres y de su hermana.
- Pasá – me dijo – sacate la ropita que vamos a pasar bomba.
Obedecí gustoso mientras él traía del baño un pote de crema. En ese momento no entendía para qué, pero iba a tardar muy poco en saberlo.
Aníbal se quitó el short y la camiseta deportiva en un periquete y cerró con llave desde adentro la puerta de su habitación, “por si las moscas”. Yo, desnudo, sentado en su cama, tapándome el pito que se había puesto duro cuando mi olfato me reveló el olor que despedía su verga una vez seco el esperma que restaba de la mamada en el parque. Me hizo poner crema en la entrada de mi culo, y para asegurarse que lo estaba haciendo bien, me ayudó a distribuirla en redondo e introduciendo un poco con el dedo dentro de mi recto, comenzó a entrarlo y sacarlo produciéndome oleadas de placer que nunca antes había sentido.
Se acomodó en el borde de la cama, me pidió que untara bien su pija con la crema, y cuando su urgencia pudo más que su paciencia me indicó que me sentara encima, de frente a él. Fue indicándome con aire de suficiencia:
- Ponela bien enfrente de tu agujerito y sentate arriba, despacito, para que pueda cojerte.
El deseo pudo más que el miedo. Sin pensar que pudiera dañarme, me la coloqué en la entrada y me senté con decisión, provocándome yo mismo un dolor innecesario. Se dio cuenta, porque la punzada provocó que las lágrimas surgieran y no podía disimular ni que me dolía ni que esta llorando.
- ¡Sh, qué bruto! Despacito, despacito… ¡Qué goloso! Dejala adentro sin moverte, para que se te vaya acostumbrando el culo. Cuando deje de dolerte la pongo un poquito más adentro.
Me quedé inmóvil, y tenía razón: en unos pocos minutos el dolor cedió y me la acomodé un poco más. Creo que le dio mucho gusto, porque señaló:
¿Ves? De a poquito. ¿Te gusta?
Sí, mucho. Casi no duele ya…
Sin decir una palabra, con sus manos abrió mis nalgas y dio un leve envión de cadera que si bien provocó una molestia, permitió que se introdujese un poco más.
¡Que culito rico y caliente tenés, Tito! ¿Otro poquito?
Sí, más – respondí ansioso sintiendo que estaba bien ubicada dentro de mi recto.
Fijate vos mismo con tu mano lo que falta por entrar – indicó llevando mi mano hacia atrás.
Busqué el tronco y conferí que lo que quedaba era apenas una tercera parte, y aproveché para acariciarle los huevos, que pendían del borde de la cama.
¡Qué goloso que sos! Así me gusta… Hace tiempo que quería empomarte, Tito. No sabés la de pajas que me hice pensando en comerte ese orto divino que tenés.
Dale, metela un poco más… ¡Ay! Así, despacito…
Un movimiento suyo de la cadera me hizo dar un gritito, pero al tocar el tronco y la distancia de su base a mi anillito me aseguró que ahora sí estaba bien adentro.
Aníbal comenzó a moverse provocándome oleadas sucesivas de dolor y placer, la verga entraba y salía hasta la mitad y volvía a hundirse, mientras instintivamente con mi esfínter la abrazaba y la aflojaba.
¡Delicia de orto, Tito! Pero despacito, que todavía no quiero acabar…
Yo me estoy acabando en tu panza, Aníbal – señalé al comprobar que sin tocarme para nada mi miembro estaba baboso y descargando breves chorritos de esperma sobre el vientre velludo de mi amigo.
No importa, dale, acabate. Pero dejame que bombee un poquito más, no seas malo – dijo mirándome a los ojos antes de buscar mi boca para introducir su lengua en una experiencia para mí desconocida.
¡Ahora sí! – anunció – y un caliente chorro me sacudió las entrañas despiertas por primera vez al placer – Quedate quietito, dejá que salga sola, no te la saques.
Su lengua recorrió el interior de mi boca multiplicando sus espasmos, al tiempo que mi culo sentía su miembro aflojarse dentro y salir con un chapoteo, y tras él, una buena cantidad de esperma que se hizo un chorrete sobre sus bolas y terminó en el suelo.
No se lo vas a decir a nadie, ¿verdad? – preguntó ansioso.
No, te prometo que no.
Bueno, entonces ¿volveremos a repetir estos momentos?
Claro que sí. Por mí a cada rato…
Por mí también, pero hay que tener cuidado. Hay que hacerlo con cuidado para que nadie sospeche lo nuestro.
Y así fue mi primera vez. Aníbal y yo mantuvimos casi diez años de relaciones, casi diarias, hasta que un accidente de motocicleta se lo cargó prematuramente…