Descubriendo el placer 1
Estaba en el cielo, me sentía sucia, erótica, cachonda, puta. Sí, me sentía puta
La verdad es que siempre he sido una chica muy especial. Me excitaba imaginarme escenas sexuales ya desde bien pequeñita. Sin embargo, nunca he podido llevarlas a cabo por mi excesiva timidez.
A los 18 años quería perder la virginidad. Sabía que los chicos de mi edad no sabrían tocar a una mujer, no podrían entender que necesitaba algo más que un revolcón en una esquina de la discoteca, por eso llegué a la conclusión de que tenía que prostituir mi primera vez. La manera estaba clara, colocaría un anuncio en el periódico dando una dirección, elegiría cuidadosamente la carta que más morbo y mas fluido hiciera salir de mí. Leer todas esas cartas llenas de hombres que querían follarme de las maneras más sucias me llenó de ansias. Tardé en elegirlo, pero me decanté por un tal Luis.
Según lo que me escribió era un hombre de unos 45 años que me ofrecía una buena cantitad por ser su juguete erótico una noche. Le llenaba de placer saber que era el primero en meterme la polla hasta las entrañas y hacerme sentir el mayor placer de mi vida. Sus palabras me hacían excitarme como no lo había conseguido nada antes.
Quedé con él en un hostal de mala muerte de Madrid. Para esa ocasión le dije a mis padres que iba a pasar la noche fuera con una amiga y me puse mi vestido favorito. Estaba nerviosa. El vestido resaltaba mis pequeños pechos y mi culito respingón.
El lugar acordado no era ni de lejos de gran lujo. El aspecto destartalado del edificio me gustó, pues le daba a mi pequeña aventura erótica el aspecto de un sueño. La mujer sesentona y obesa meneó las tetas cuando me dio la pequeña llave dorada. “Te están esperando” me avisó.
Caminé excitada ya por el pasillo y entré en la habitación. Luis no mintió. Era un hombre mayor, respetable. Vestía de manera elegante y llevaba colonia. Rápidamente ese aroma a macho, me mareó. Estaba abrumada.
Nada más verme sonrió. “Estás muy seria”-dijo-”Tranquila....” mientras me susurraba que me tranquilizara puso una mano sobre un pecho. Me tocaba con sus grandes dedos un pezón. Deslizó su mano por mi tripa hasta llegar a mi coño. El vestido cayó al suelo.
“Veo que estás algo mojada ya...” Era cierto, estaba muy excitada. Tenia su aliento golpeándome la cara y ya un dedo dentro de mi. Me tumbó en la cama.
“Lo primero que tienes que saber de los hombres es que estamos enamorados de los coños. Nos gusta tocarlos, comerlos, acariciarlos...Son nuestra fantasía” me tocaba el clítoris en círculos, me metía los dedos, los sacaba, los retorcía dentro de mí...Estaba en el cielo, me sentía sucia, erótica, cachonda, puta. Sí, me sentía puta.
Luis se bajó los pantalones dejando ver un bulto notable. Me incorporé de la cama un poco. Me sentía libre para hacer todas las cosas que había visto y leído. Le baje los calzoncillos, le toqué la polla. Era grande, estaba tensa. Me gustaba, me la metí en la boca. Ví como los ojos de él brillaban por la excitación.
“Una virgen comiéndome la polla...aprendes rápido...” La chupaba, la besaba, la acariciaba. Comencé a hacerle una paja mientras le chupaba el glande. Sentía la necesidad de seguir tocándome como lo había estaba haciendo Luis mientras me comía toda su polla.
Me dio la vuelta poniéndome boca abajo. Sabía que le iba a excitar que me pusiera a cuatro patas, así que lo hice. Me puse como una perra. Me giré para verle la cara, se estaba haciendo una paja. Me empecé a tocar. Manoseaba mi culo y mis tetas. Esparcía mi saliva por las partes más íntimas para lubricarlas. Luis estaba cada vez más excitado, veía como el sudor le caía por el rostro, hasta que llegó el momento en el que no pudo mas y se abalanzó sobre mí. Engulló mi delgado cuerpo con su espalda y me susurró que era el momento.
Clavó su enorme verga en mi. Dolía al principio, sabía que eso iba a ocurrir. Salió y entró en mí unas cuantas veces hasta que el dolor empezó a desaparecer y pudo empezar a florecer otra vez la puta que había en mi interior. Me puse encima suyo ante la sonrisa de Luis y comencé a experimentar con los movimientos de cadera. Al mismo tiempo, Luis tocaba y sobaba mis enrojecidas tetas y ocasionalmente me daba pequeños cachetes en el culo que sólo hacían que mi excitación aumentara.
Pronto sentí mucho placer. Empezaba a no poder controlar los movimientos y fue Luis el que me agarró de las caderas, me puso de nuevo a cuatro patas y continuó penetrándome una y otra vez salvajemente. Notaba el choque de sus huevos contra mí, el ruido de su mástil entrando y saliendo de mí, los gruñidos secos de él y mis propios gemidos, primero suaves, contenidos, y al final casi gritos. Gemía, suplicaba, no sabía qué más quería pero buscaba algo. Susurraba frases para alentar a Luis a seguir “Oh si, vamos, métemela más adentro, más, más...”
Y llegó el orgasmo. Me corrí como nunca había conseguido con la masturbación. Mi cuerpo se entremeció del placer. Sonreí y me lamí los labios. Era lo que quería. Me dejé caer en la cama al lado de Luis, quien me agarró de la cintura y me besó con los labios abiertos, un beso sucio, húmedo, con la boca abierta.
Paramos unos momentos, pero sólo había comenzado.