Descubriendo el amor en una biblioteca
De como las fantasías a veces se pueden hacer realidad en los lugares más inesperados.
Para comenzar diré que me llamo Julián y soy de Mallorca, tengo 24 años, estudio filología hispánica, soy rubio, ojos marrones, cuerpo bien definido y mido 1.76. La historia que voy a contaros me pasó a principios del verano pasado, cuando todavía me encontraba en plenos exámenes de junio. Para entonces buena parte de mis amigos ya habían finalizado los exámenes y yo estaba cansado ya de empollar. El relato lo he dividido en varias partes por su extensión, ya que no quería suprimir ninguna de las emociones que me vienen a la cabeza al recordar lo pasado, creo que cada detalle tiene su importancia en la historia.
Aquella tarde me había quedado en la biblioteca a repasar los apuntes para el examen de literatura medieval que tenía al día siguiente. Normalmente no solía ir a la biblioteca a estudiar, porque prefería hacerlo en casa, pero desde hacía unos días habían empezado a trabajar en la reforma del piso de arriba y con el ruido se me hacía muy difícil concentrarme allí. Además, el calor a finales de junio se hacía insoportable y en mi casa no teníamos aire acondicionado, así que empecé a acudir todas las mañanas a una biblioteca que tenía cerca de casa.
La verdad es que no estaba muy motivado para estudiar, pues muchos de mis amigos ya habían acabado sus exámenes y disfrutaban ya del buen tiempo y las vacaciones, y la simple idea de encerrarme en una biblioteca y rodearme de libros me agobiaba. Solamente tenía ganas de acabar y tomarme unos días de descanso, tener tiempo para relajarme y quedar con los colegas para ir a la playa y salir de marcha.
El caso es que aquel día había decidido apurar al máximo el tiempo que me restaba y quedarme en la biblioteca estudiando hasta tarde. Así, después de toda una mañana de estudio, bajé a comprar un bocata a una cafetería próxima y lo comí rápidamente para poder volver pronto a la tarea.
Cuando subí nuevamente, la enorme sala de estudio de la biblioteca se encontraba prácticamente vacía, tan sólo se podía ver algún que otro montón de libros y apuntes encima de alguna mesa y un chico que parecía estar muy concentrado delante de una montaña de hojas descolocadas.
Me senté en mi sitio y tras observar, desganado, la pila de apuntes y libros que tenía delante, lancé un suspiro, para enseguida intentar volver a centrar mi mente en el estudio. Se me hacía difícil estudiar y mi vista se despistaba frecuentemente a observar cualquier detalle, buscando cualquier excusa para apartarse de aquellos apuntes que estaba obligado a memorizar.
Entonces le vi. Acababa de llegar, aunque no le había visto entrar, y, una vez se hubo sentado, comenzó a sacar de su mochila un par de cuadernos y una carpeta repleta de papeles divididos en diferentes compartimentos. Aquel chico me llamó la atención. Era realmente guapo. Su mirada tenía algo especial, aunque me costaba llegar a descifrar algo de él en aquellos ojos.
Era bajito, menos de 1,70, y tenía un cuerpo muy bien formado que se adivinaba por debajo de su ropa ceñida. Vestía una camiseta verde ajustada, que hacía que se le marcaran unos pectorales bien definidos y unos brazos fuertes, y unos vaqueros que dibujaban unos muslos y piernas también fuertes. Además, sentado se podía ver como asomaba por encima del pantalón un bóxer de color blanco y de él, un hilillo de vello que llegaba, a través de un abdomen bien marcado, hasta su ombligo, que quedaba prácticamente cubierto por la camiseta. Su pelo era moreno y ligeramente ondulado, aunque no lo llevaba muy largo. Tenía la cara de un niño y unos ojos de un azul intenso que me hechizaron cuando se clavaron fijamente en los míos. Había advertido que me estaba fijando en él y yo, avergonzado, enseguida aparté la mirada y fingí cara de concentración, pasando las hojas de mis apuntes.
Intenté borrar su mirada de mi mente y comencé a recitar en voz baja unas líneas que tenía marcadas con rotulador, intentando memorizarlas, a la vez que procuraba centrarme en aquellos dichosos apuntes. Pero las palabras se hacían cada vez más ininteligibles en mi cabeza.
Volví a dirigir mi vista hacia él. Estaba pensativo intentando escribir algo, con la mirada en sus hojas. No podía apartar la mirada. Entonces alzó la cabeza y nuestras miradas se volvieron a cruzar. Esta vez aparté la vista de él de una forma más discreta y, de reojo, pude ver que bajaba la mirada sobre sus apuntes, al tiempo que sus labios dibujaban una leve sonrisa.
-¡Dios mío!- pensé, mientras una sensación muy extraña, como un cosquilleo, comenzaba a invadir todo mi cuerpo. Me había puesto muy nervioso, las manos me temblaban, la temperatura de mi cuerpo se había disparado. Estaba totalmente avergonzado y seguramente me hubiera puesto rojo como un tomate. Pero al mismo tiempo sentía una gran excitación que hizo que mi polla comenzara a crecer.
Intenté volver a concentrarme en mis apuntes, pero fue imposible. Estaba nervioso, seguía pensando en el significado de aquella sonrisa, y decidí salir al pasillo a fumarme un cigarrillo. No podía quitarme la imagen de aquel tío de mi cabeza y, mientras fijaba la imagen de aquel rostro angelical en mi mente, trataba de buscar una razón para dejar de pensar en su penetrante mirada y en esa tímida sonrisa, que comenzaban a obsesionarme y no permitían que me pudiera concentrar para el importante examen que me esperaba al día siguiente. En esta situación, mi mente volvió en si, cuando la puerta de la sala de estudio chirrió y se abrió. Con paso decidido y sin mirarme, salió él. Yo estaba sentado en un banco, en el pasillo que conducía a la sala de estudio, aún con la colilla en la mano. Al Pasar por delante mía me fije en la carpeta que llevaba bajo el brazo, tenía escrito "2º Magisterio". Pensé que seguramente salía para hacer alguna fotocopia.
Ya sabía algo más de él, estudiaba segundo de magisterio y, además, su apariencia denotaba que debía tener unos 19 años.
Mis deseos por estar junto aquel chico, por abrazarle, por hacerle el amor con pasión hasta quedar exhaustos los dos, aumentaban y aquella sensación de excitación comenzaba a superarme. Tenía que controlar mis impulsos. Encendí otro cigarrillo y después de fumármelo volví a entrar en el aula de estudio. Todavía no había vuelto.
Ya más relajado, retomé el estudio. Me decía a mi mismo que tenía que apartar las fantasías de mi mente y debía estudiar para aquel examen que tenía al día siguiente, ya que si conseguía aprobar, pasaría el curso limpio y no tendría que estudiar en verano.
Conseguí centrarme y continué estudiando un buen rato, dejando de lado incluso mis instintos más primarios.
Había pasado alrededor de una hora, cuando volvió a abrirse la puerta de aquella sala de estudio y aquel chico, del que por unos momentos había conseguido olvidarme para adentrarme en el mundo del romancero medieval castellano, volvió a cruzar la sala con paso decidido hasta llegar a su asiento. Me fijé en cada detalle de su insinuada anatomía, en cada movimiento de aquel precioso trasero al caminar y en su mirada, que por unos instantes volvió a cruzarse con la mía, esta vez de una forma menos directa.
Al sentarse abrió su carpeta y sacó unas hojas que colocó encima de la mesa. En ese instante levantó su mirada y la clavó en la mía. Después continuó con lo que estaba haciendo. Por mi parte, esta vez no hice ningún esfuerzo en apartar mi vista de él, aunque tampoco podía. Me lo habría follado ahí mismo, no podía soportar la excitación que me producía ver aquella pose que me parecía tan provocativa.
Llevábamos un buen rato de estudio y en todo aquel tiempo habían entrado en la sala algunos estudiantes. Nuestras miradas coincidieron unas cuantas veces más y yo seguía sin poder centrarme en aquello que tenía que estudiar.
Se hizo tarde, eran ya las once y media pasadas de la noche. No se si fue por desesperación ante el suspenso que veía que se me avecinaba o por otra razón, creo que más evidente, pero el caso es que decidí quedarme a estudiar hasta la hora de cierre de la biblioteca, es decir, a las 4 de la noche, y así intentar memorizar todo aquel interminable temario. A medida que iban pasando los minutos, la gente que quedaba en la sala fue recogiendo sus cosas y abandonando la biblioteca. Hasta que quedamos cinco personas allí, entre ellas yo y mi guapo estudiante desconocido. Éste hacía un buen rato que no había levantado la vista de sus apuntes y yo no conseguía quitar la mía de él. En el fondo me sentía mal, porque pensaba que estaba perdiendo la cabeza por un sueño inalcanzable (tener a aquel chico entre mis brazos) y lo más grave, que aquella quimera me llevaría al fracaso en la importante prueba que me esperaba en unas horas . Pero no podía evitar excitarme pensando en mil escenas eróticas diferentes con mi amado desconocido, en noches enteras junto a él, desnudos los dos, bajo las estrellas y a la luz de la luna, haciendo el amor como dos enloquecidos, con nuestros cuerpos pegados el uno al otro.
En aquel momento se levantó de la silla y una punzada me golpeó el corazón: se marchaba y todos mis sueños se desvanecían, pues pensé que seguramente no le volvería a ver. Pero no se marchaba, se alzó de su asiento pero no recogió ninguno de sus cuadernos o carpetas, cruzó la sala, abrió la puerta y salió. Entonces pensé que debía ir al baño y sentí la necesidad de salir yo también, de sentirle cerca, solos los dos. Y sin darme tiempo a pensarlo, me levanté y salí de la sala. Ya en el pasillo, vi como la puerta del baño de hombres se cerraba y entonces me dirigí hacia allí.
Al entrar en el baño se me vino una sensación de angustia que hizo que me encerrara en uno de los váteres: lo que iba a hacer era una locura, pensé, pero tenía que salir, necesitaba sentir su olor, su respiración. Abrí la puerta y me dirigí a los urinarios. Justo enfrente, en los lavabos, estaba él lavándose las manos. Pasé por detrás de él, casi rozándole y él me miró a través del espejo que tenía delante. Desabroché mi pantalón, saqué mi verga dura como estaba y me dispuse a mear. Mientras tanto escuchaba el ruido del agua en el lavabo que no dejaba de correr. Cerré los ojos y comencé a descargar toda la orina que acumulaba mi vejiga, a la vez que intentaba atinar la puntería con la polla que comenzaba a estar demasiado rígida. Cuando acabé, me la metí como pude en el calzoncillo y abroché mi pantalón. Me giré y abrí el grifo del lavabo. A mi lado estaba él secándose las manos en el secador. Puso su mirada en mi nada disimulado bulto de entre las piernas. Parecía que se había parado el tiempo en aquel instante. El silencio sólo era roto por el ruido del secador de manos. Y algo inesperado sucedió:
-Me he fijado en que no has dejabas de mirarme-, dijo levantado la vista hasta quedar fijada en la mía.
Nos quedamos en silencio mirándonos fijamente. No supe contestar, me había quedado mudo, y se me subieron los colores.
Entonces se acercó a mi y me dio un beso y se apartó rápidamente. Nos quedamos mirando nuevamente. Y entonces, como movidos por un extraño impulso, nos fundimos en un abrazo y comenzamos a comernos los labios. Como no paraban de escucharse ruidos afuera y temíamos que pudiera entrar alguien y descubrirnos, nos metimos en un váter y cerramos la puerta con pestillo. Todo fue muy brusco, y sin separar nuestros labios, él me desabrochó el cinturón y mis vaqueros, que cayeron al suelo. Inmediatamente hice lo mismo con los suyos. Entonces sus manos comenzaron a subir por debajo de mi camiseta y, acariciándome todo el abdomen y mi pecho, me fue quitando la camiseta, que tiré encima de la tapa bajada del váter. Así, y sin que me diera tiempo a quitarle su camiseta, sus labios dejaron mi ansiosa boca y comenzaron a bajar, besando apasionadamente mi cuello y luego mi pecho, y se entretuvieron en mis pezones. Para entonces mi excitación era tan grande que mis manos se limitaban a allanar el camino, sujetando su cabeza para que no parase por un segundo de devorar mi cuerpo. No podía evitar dejar escapar algún suave gemido mientras él continuaba su carrera descendente hasta llegar a mi ombligo, para continuar bajando hasta el elástico de mi bóxer. Mi polla intentaba asomar ya por éste, como ansiosa por ser tragada por aquellos sensuales labios. De repente paró. Subió la vista hacia mi y sus labios buscaron nuevamente los míos. Me besó con pasión, con su lengua explorando hasta el más oscuro rincón de mi boca. Se separó por un instante, me miró a los ojos de provacativa, sonrió y dijo: -me llamo Andrés-. Con respiración entrecortada acerté sólo a contestar: -yo Julián-.
Entonces se reanudó aquel frenesí de besos y caricias. Con sus manos cogió las mías, temblorosas por los nervios y la excitación y me ayudó a quitarle la camiseta. Aquel torso y aquellos pectorales, antes sólo adivinados por mi calenturienta imaginación, ahora lucían ante mi y comenzaron a ser el objeto de mis más apasionadas caricias. No quería dejar de recorrer un solo centímetro de su piel.
Su boca comenzó de nuevo a ensañarse con mi pecho y sus manos se posaron en mis nalgas, que comenzaron a acariciar con deleite, para luego dirigirse hacia el cierre de mis pantalones, desarmando mis defensas de un tirón. Entonces su boca comenzó nuevamente a descender por mi cuerpo hasta poco más abajo de mi ombligo quedando su barbilla rozando con la punta de mi rabo. Un profundo suspiro salió de mis entrañas al tiempo que la cabeza del chico dirigió su mirada una vez más y por un segundo hacia la mía, para bajarla de nuevo y tragarse toda mi polla de una vez. Mi cuerpo se estremeció y se tensaron todos mis músculos. Entonces Andrés comenzó un vaivén con su cabeza que parecía a cámara lenta, apretando sus carnosos labios contra mi glande. Sus manos recorrieron mi cuerpo desde mi pecho hasta las nalgas y su boca siguió chupándome con su incansable y calculado movimiento por unos minutos. Luego sacó mi polla de su boca y con esa mirada seductora que me estaba poniendo a mil clavada en mis ojos, pasó su lengua por el glande, jugando con él. Después se levantó me dio un beso en la boca y me dijo: -me encantaría que te comieras mi polla-.
Nervioso y excitado como estaba no perdí un segundo y mientras nuestras bocas volvían a juntarse comencé a intentar desabrochar sus pantalones, tarea nada fácil para mis manos temblorosas. Entonces sus manos cogieron las mías, con una caricia de ternura, y las guiaron hasta conseguir bajar sus pantalones, sin que nuestras lenguas salieran de la boca ajena. Y el mismo se bajó aquellos bóxers de marca y a cuadritos tan sexys que llevaba, y luego con una mano me acarició el pelo y con la otra me cogió una de mis manos y me dirigió hacia el miembro que tanto anhelaba tener dentro de mi. Y comencé a chuparlo de una forma ansiosa, casi brusca. Él colocó ambas manos en mi nuca y continuó acariciando mi pelo de una forma muy tierna, ralentizando el ritmo de mi mamada.
No podría describir el sabor tan maravilloso que tenía aquel miembro en todo su esplendor dentro de mi boca. Me deleitaba jugando con mi lengua y disfrutaba con cada arremetida, cuando su glande humedecido chocaba casi contra mi gargante y volvía a escurrirse hasta quedar aprisionado entre mis labios, para volver nuevamente hasta el interior de mi boca, de forma que mis labios podían tocar sus huevos y mi nariz aquel torso que se tensaba al compás de cada embestida.
Después de deleitar mi paladar por un rato, Andrés sacó su polla de mi boca, me levantó y me cogió por la cintura, aprisionando mi cuerpo contra la pared de aquel diminuto habitáculo. Se agachó para buscar alguna cosa en uno de los bolsillos de su pantalón y volvió a incorporarse. En sus manos llevaba un condón, al que se apresuro a quitar el envoltorio. Muy lentamente lo fue desenrollando sobre su miembro tieso como un palo, al tiempo que cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás, sus dientes mordían aquellos labios tan sensuales, para soltarlos después y dejar escapar del interior de su boca un leve gemido, como un susurro. Su cuerpo se tensó. Cuando hubo terminado aquella magnífica escena que pareció dedicada a mi disfrute, su mirada excitada me dijo que quería follarme. Me cogió por detrás de mis muslos, elevando mi cuerpo, al tiempo que yo flexionaba las piernas y apoyando mi espalda contra la pared, soltó una mano con la que cogió su polla, que colocó en mi raja, en la entrada de mi culo. Luego dirigió aquella mano hacia su boca y la humedeció con saliva. Y pasó la mano por toda la raja, después se detuvo en mi ya dilatadísimo agujero y de una sola vez me introdujo tres dedos. Un leve gemido mezcla de dolor y excitación me salió de dentro. Comenzó entonces a meterme y sacarme los dedos extendidos de mi culo haciendo un ligero movimiento circular con la mano.
Cuando llevaba así unos minutos, apartó la mano y metió su impresionante rabo de una sola vez. Y allí comenzó a follarme de forma frenética sujetándome con sus manos por las nalgas y con mi espalda en la pared. Me habría gustado poder ver mi cara retorcida con una mueca de placer, los ojos cerrados y jadeando de forma cada vez más rápida y escandalosa, mientras aquel fabuloso chico me follaba el culo con toda su energía sujetando mi cuerpo con la fuerza de sus poderosos brazos.
Su cuerpo había tensado sus músculos de una forma espectacular, no sólo por el esfuerzo que suponía suportar parte de mi peso y por el de las arremetidas cada vez más rápidas e intensas de sus caderas, sino por el placer que parecía emanar de cada poro de su sudorosa piel.
Mientras tanto mis manos tan sólo atinaban a posarse en sus duras y fornidas nalgas empujando su cuerpo hacia mi e intentando acelerar el ritmo de sus cada vez más fuertes embestidas. Podía sentir que mi polla estaba tan dura que me dolía y se movía de un lado a otro siguiendo el ritmo de sus arremetidas. Éstas cada vez eran más seguidas y más fuertes y con cada choque de aquel aguijón en mis entrañas sentía que me iba a venir de un momento a otro. Así, mi jadeos fueron aumentando en intensidad hasta convertirse casi en alaridos, mi cuerpo se tensó y mientras Andrés me seguía rompiendo abundantes chorros intermitentes de espeso semen comenzaron a salir disparados en todas direcciones con el vaivén del balanceo de mi polla.
Aún después de haberme corrido, Andrés siguió bombeando por un buen rato mi culo hasta que debió pensar que estaba a punto de venirse él también. Entonces sacó su polla de mi ya irritado agujero y me fue descendiendo hasta que mis pies tocaron el suelo. Con las piernas temblorosas, me costó mantenerme en pie.
Él, por su parte cogió su verga y se quitó el condón y lo tiró al suelo. Luego acercó la mano a su boca y escupió en la palma. Volvió a coger su polla y se la empezó a menear de forma , mientras con su otra mano me cogía por detrás de la nuca y me obligaba a descender hasta la altura de su cintura. Entonces aceleró el ritmo de masturbación, tensó su cuerpo y de forma espasmódica, su rabo comenzó a escupir trallazos de blanca leche que fueron a parar, como balas calientes, a mi cara y cuello. Todavía tuve tiempo de abrir mi boca y meterme aquel capullo que dejó escapar sus últimos disparos en mi boca. Tragué aquel néctar caliente y delicioso, y por unos instantes chupé aquella polla, quizás intentando sacar de su interior hasta la última gota del líquido de la vida.
Después me incorporé y aquel Adonis que había conocido tan sólo hacía unos instantes, comenzó a chupar como un gato hambriento toda la leche que empezaba a descender por mi cara y cuello, dejándome probarla luego de sus labios.
-¿Te ha gustado?- Exclamó enseguida Andrés, en voz baja y con el ritmo de respiración aún alterado tras el esfuerzo.
-Claro, ha sido fantástico- respondí.
No podía casi hablar, me parecía haber subido al cielo y no quería bajar. No quería salir de aquel baño y menos dejarle escapar. Me daba absolutamente lo mismo si alguien nos había escuchado entre tanto ajetreo. Sólo me sentía orgulloso, había deseado a aquel joven y él me había poseído con todo desenfreno. Ya me daba lo mismo el exámen del día siguiente. Tan sólo podía concentrarme en mirar a los ojos a aquel chico. Supongo que me había enamorado, ¡qué se yo! Pero era una sensación maravillosa. De alivio.
Aquel polvo había durado veinte minutos, pero me pareció que había durado toda una vida. Comenzó con suavidad, con ternura, como dos adolescentes que se quieren por vez primera. Y acabó de manera desbocada, con nuestras pasiones descontroladas en un desenfreno del sexo más instintivo y salvaje.