Descubriendo a Monique

Con la feminización del marido, una pareja descubre nuevas posibilidades

DESCUBRIENDO A MONIQUE

T odo comenzó siendo un inocente juego.

Nos encontrábamos de vacaciones y salíamos de comer de un conocido restaurante. Para bajar el exceso de comida decidimos volver al apartamento caminando, por el paseo marítimo, que estaba repleto de tiendas de ropa, bañadores, toallas, etc. Entre risas comentábamos lo exagerado y hortera de algunas camisetas y vestidos que parecían estar hechos para vendérselos a los “guiris”. En uno de los expositores, al lado de algunas prendas curiosas había un delantal que por la parte de delante llevaba el dibujo de una mujer desnuda e incluso, a la altura del busto, reproducía unos señores pechos, hechos en resina…

  • Esto te quedaría bien a ti, cariño… Me dijo

  • Estoy seguro de que sí. ¿Quieres que me lo compre?

Dicho y hecho. A los cinco minutos salíamos del establecimiento con una bolsa en la que además del delantal había algunas prendas femeninas que mi mujer había añadido. Siempre lo hacía así pues lo de comprar, le gustaba.

  • ¿Te lo tendrás que poner, eh? A ver si ahora se va a quedar para que se lo enseñes a los amigos. Si es así se lo regalaré a tu madre.

  • No metas en esto a mi madre, le dije. La pobre nunca entendería nuestras bromas.

Llegamos a casa a media tarde y por supuesto que tuvimos sesión de sexo. Una cena ligera y dormimos profundamente hasta el día siguiente.

Acabó el verano y con él nuestra vida volvió a la rutina. Carolina es una persona emprendedora, que ha trabajado desde edades tempranas. Es dueña de una tienda de artículos de regalo y siempre le ha ido bien económicamente. Tiene don de gentes y sabe elegir lo que vende y a quién. Mide 165cm, es morena de pelo, con labios carnosos y ojos grandes de color miel. Está muy bien, diría yo. Ligeramente rellenita y con unas piernas bien formadas que llevan a un culo de los de infarto. Ella lo sabe y saca partido de ello, sobre todo conmigo, poniéndose tangas y faldas cortas y ajustadas que marcan sus formas. Además le gusta llevar tacones muy altos. Me vuelve loco.

Pasaron algunas semanas y un sábado encontré por casualidad el delantal entre la ropa del armario. Por circunstancias del trabajo llevábamos varios días sin practicar sexo y andaba ligeramente salido con lo que al verlo se me encendió una bombilla y decidí provocarla. Me desnudé por completo y me coloqué el delantal. Ella estaba en el salón de la casa y no pudo verme cuando me dirigía hacia la cocina, con la intención de hacer la comida.

  • Cariño, le dije, voy a preparar algo para comer.

  • De acuerdo. Comienza tú y en unos minutos te acompaño.

Moví cacharros, abrí la nevera y comencé mi tarea, con el culo al aire. Estaba excitado con la idea de que me pillara con lo cual nos meteríamos mano, unos morreos y nos esperaría una tarde de cama. No sé cuánto tiempo había pasado pero cuando me di cuenta debía de llevar un rato largo observándome desde la puerta.

  • Estás muy gracioso, pero que muy gracioso…

Y acercándose por detrás comenzó a acariciarme el trasero.

Yo, que no necesito demasiado para ponerme a tono, me empalmé enseguida.

  • Vaya, vaya… sí parece que a la cocinera le gusta que le metan mano… Estás guapa con esas tetitas, aunque pienso que estás incompleta. No te quites el delantal, que ahora vuelvo.

Se perdió por el pasillo entre risas, con lo que supuse que algo estaba tramando. Escuché abrir y cerrar cajones y puertas, lo que aumentó mi incertidumbre y excitación… No tardó en aparecer de nuevo llevando entre las manos algunas prendas femeninas.

  • Mira. Si te vas a vestir de putita “Monique” (me acababa de bautizar) lo mejor es que te pongas este tanga mío. No es decoroso que vayas por ahí desnuda.

Esto lo dijo, a la vez que me hacía levantar una pierna, para colocármelo.

  • Ahora, la otra… Muy bien, Monique.

Cuando lo subió estaba tan excitado que suponía un problema porque el paquete no cabía. Pensé que lo dejaría así pero debió de pensar otra cosa y me sacudió un manotazo con el fin de hacerlo bajar.

-¡Uffff! Qué daño. Casi me corta la respiración.

Como aquello no parecía querer disminuir su tamaño, abrió el congelador y sacó de él una bolsa de guisantes que procedió a instalas sobre mi pene. Entre perplejo y curioso le dejé hacer y la cosa bajó. Entonces se sacó del pelo una goma que llevaba para sujetar la coleta, una de esas grandes y cubiertas de tela y cogiéndome el pene entero dio varia vueltas sobre él, a la vez que doblaba la punta. Aquello quedó inútil y me pudo terminar de colocar el tanga.

  • Mucho mejor. Ahora te queda perfecto. Esto, hoy, no te sirve para nada.

No contenta y visiblemente excitada continuó transformándome y me colocó un liguero y unas medias de rejilla. Cuando hubo terminado, me quitó el delantal y me puso un sujetador. Había cogido un vestido negro, de gasa, con escote en V y elástico en la cintura, que acababa con una minifalda con mucho vuelo.

  • No te muevas, que voy a por más cosas, Monique.

Se le escuchaba reír por el pasillo a la par que repetía, cantando…

  • Monique, Monique,…

Volvió con unas sandalias negras, que se abrochaban mediante una pulsera, con un tacón de 12cm, que me calzó. Luego terminó poniéndome un pequeño delantal blanco, atado a la cintura y una peluca de pelo liso y negro con melena a media cara.

  • Siéntate que te voy a pintar las uñas y a maquillar. Tienes que estar guapa, como puta criada que vas a ser, para que puedas hacer bien tu trabajo. Me puso maquillaje y sombras de ojos negras, que contrastaban con el rojo intenso de los carnosos labios que me dejó.

  • Termina de hacer la comida y pon la mesa… para uno. Hoy comerás cuando yo te lo permita. Coge un cojín y lo colocas al lado de mi silla. Permanecerás de rodillas y a mi lado, durante la comida, por si te necesito para algo.

Todo esto me lo decía presa de una excitación como no la había visto hasta entonces. Yo andaba entre intrigado y excitado pues aunque el número era nuevo para mí, esperaba que acabaría en una sesión de sexo de toda la tarde o quizás en una orgía de fin de semana entre los dos. Lo único que ocurría es que había dejado de sentir el pene, pero no me importaba porque podía más el morbo del momento.

Terminé de hacer la comida y dispuse la mesa tal y como me lo había ordenado, mientras ella se había ido al dormitorio. Escuché movimientos de cajones y puertas, por lo que supuse que estaba vistiéndose. En alguna ocasión se había disfrazado de conejita o de puta con motivo de nuestros juegos de sexo, por lo que me pareció bien que se preparase.

Cuando vino al salón estaba divina. Se había hecho un moño alto y se había maquillado en tonos oscuros. Vestía una blusa de gasa, transparente sin mangas, guantes con encajes y sin dedos. Las uñas, como los labios, de color negro. Un corsé de piel negra, por debajo de los senos y una minifalda de cuero, del mismo color, debajo de la que salían unas ligas que sujetaban las medias de seda negra, lisas, con costura posterior. Sobre ellas se había colocado unas botas de tacón altísimo y fino, que le llegaban por encima de las rodillas, también de piel negra, haciendo juego con el resto del conjunto.

Al verme puso cara seria y visiblemente enfadada, me gritó

  • ¿A qué esperas? ¿No he dicho que te quiero de rodillas?

Inmediatamente me puse sobre el cojín y se acercó. Se colocó detrás de mí y acariciándome comenzó a hablarme.

  • No te voy a castigar porque es tu primera falta y tienes que aprender. A partir de ahora vas a ser Monique, mi “puta criada” y me vas a tratar como Ama tuya que soy. No quiero que me mires si no te lo pido y no quiero que hables hasta que no te lo diga. Vas a obedecer cada una de mis órdenes sin rechistar. Vas a dedicarte en cuerpo y alma a satisfacer mis caprichos y a mi persona. Cualquier deseo mío deberás considerarlo como una orden y cumplirlo con celeridad. Si considero que te portas bien, a lo mejor tienes un premio, pero lo que sí es seguro es que te voy a castigar cuando cometas algún error…

Según me estaba diciendo esto, aprovechó para colocarme lentamente un collar y una cadena de perro que sujeté con los dientes. Bueno, de perra, porque era de color rosa.

En ese momento sentí mi pertenencia a aquella mujer. Realmente era mi dueña y yo me sentía contento porque quisiera tenerme con ella.

Se sentó y me ordenó levantarme para servirle la comida.

Comió el primer plato con lentitud, saboreando la comida. Yo cocino bien y había preparado como entrada una ensaladilla rusa. Una vez que parecía haber terminado me ordenó que le sirviera un poco más, que estaba buena…

  • Vuelve a ponerte de rodillas, levanta la cabeza y mírame, putita.

Estuvo masticando durante unos segundos y se acercó a mí como si quisiera darme un beso. Haciéndome un gesto me conminó para que abriera la boca, cosa que hice. Con delicadeza vertió sobre mi cavidad el alimento que había preparado con su saliva. A la par introdujo una mano por mi escote y comenzó a estimular mediante pellizcos uno de mis pezones. No sé quién estaba más excitado de los dos.

  • Traga tu comida, puta perra. Hoy vas a comer sólo lo que yo te quiera dar, y de mi boca. Piénsalo bien, te lo doy parcialmente digerido, con lo que le ahorro un trabajo a tu metabolismo.

Me encontraba tremendamente excitado aunque algo molesto pues no podía sentir cómo crecía mi falo y la sensación era extraña. Esto había dejado de ser un juego de los de siempre y, el caso, es que había algo que me hacía estar en mi papel. Sentía de verdad que era mi Ama.

No sé durante cuánto tiempo se dedicó a alimentarme, de su boca a la mía, pero se me hizo corto. Cuando decidió que era suficiente se puso de pie y se subió la faldita, como remangándose. Apoyó el pie izquierdo sobre la silla y separándose el tanga con una mano, me hizo colocar debajo y con la boca bien abierta.

  • Imagino que tendrás sed, así que no quiero que desperdicies nada de lo que te doy. A ver cómo te portas o de lo contrario tendrás que beber el agua del cubo de fregar.

Ni qué decir tiene que no dejé que cayera nada al suelo. Bebí con devoción el maravilloso licor dorado que mi ama me regalaba. Una vez terminó de orinar sobre mi boca se recompuso la falda y me ordenó recoger la mesa, fregar y arreglar el salón y la cocina, mientras ella veía en la televisión una conocida serie.

Una vez que todas mis tareas estaban hechas me senté en una silla de la cocina y esperé a que reclamara mi presencia, cosa que hizo.

Llegué hasta su lado y me puse de rodillas ante ella, mirando hacia el suelo. Estuvo acariciándome durante unos minutos y luego se dedicó a recorrer todo mi cuerpo con sus manos. De pronto una caricia, un tirón de pelo o un manotazo. Estuvo un rato jugando con mi boca y metiendo sus maravillosos dedos; en algún momento los introducía demasiado y me provocaba una arcada que en seguida desaparecía porque los retiraba.

  • Chsssstt. No te pongas nerviosa, me decía. Y volvía a meterme de nuevo sus dedos.

Babeé de tal manera que su mano se llenó de saliva. Entonces me ordenó dar la vuelta y enseñarle mis nalgas. Apartando el tanguita con la otra mano, untó con mi propia saliva el ano. Bueno, con mi saliva y con la que ella escupió. Una vez que le pareció bien comenzó por meter un dedito y darme masaje…

  • Uno….., dos…. y tres. Tres deditos llevo metidos por tu culo, putita. Ya verás lo que voy a enseñarte a hacer. Acabarás recibiendo por ahí más de una polla y verás cómo te gusta. Quién sabe si a lo mejor te pongo a ganar dinero con esto. Tengo algún amigo que sé que pagaría por poseer a una perra como tú. Incluso puede que te anuncie en alguna página de internet.

Algo sacó de su bolso y comenzó a jugar para tratar de metérmelo en el ano. Sin duda se trataba de un dildo. Lo intentaba pero mi ano se contraía y no le dejaba penetrar. Quizás era algo grueso. Se enfadó un poco y me dio unos cachetes en las nalgas, con el ánimo de que me relajara. Como no lo consiguió, sacó una fusta del bolso y me golpeó con más fuerza, una y otra vez, hasta que lo dejó bien rojo.

  • A ver si de una vez te quedas quieta y te relajas para que pueda colocarte esto. Al final verás cómo te gusta.

No sin esfuerzo por parte de ambos consiguió su propósito y me dejó bien metido un juguete. Al principio tenía un poco de dolor y después sólo quedó una sensación de presión que se fue tornando en algo agradable.

Me acarició y ordenó que me pusiera de pie.

  • Mira hacia arriba, Monique, que quiero darte una sorpresa.

Soltó la goma que aprisionaba mi pene e inmediatamente comenzó a darme masaje con la mano. No habría hecho falta pues sólo con el pensamiento se habría puesto el soldado en guardia, pero así fue infinitamente mejor. Cogido por mi polla y sin poder mirar, me condujo hasta la habitación. Yo notaba cierto cosquilleo por mis piernas pero no acertaba a saber qué era hasta que hizo que me mirara al espejo. El dildo que me colocó en el culo tenía como complemento una cola de zorra, se más de medio metro, de color negro y blanco, que asomaba por debajo de la faldita de mi vestido.

Fue tal la sorpresa que a punto estuve de perder el conocimiento por el subidón que me produjo semejante visión.

  • Ahora ya eres una zorra completa. ¿A que te gusta?

Comenzó a meneármela con pasión, tanto que creí que quería que me corriera. Cuando estaba cerca, paró de golpe y me dio una bofetada.

  • Ni se te ocurra correrte antes de que yo te lo diga.

Buscó mis pezones y los pellizcó y retorció todo lo fuerte que pudo. En el estado en el que yo me encontraba, todo eso sólo me producía más y más excitación aunque como había dejado de tocarme el pene, resultaba imposible el que me corriese. En algún momento decidió darme unas palmaditas en los huevos, suficientes para producirme un desagradable dolor y conseguir que aquello bajara. Inmediatamente recuperaba los masajes en el pene y volvíamos a comenzar con lo que ella llamó mi “entrenamiento”.

  • Me gusta que estés muy salida, puta, así que durante el fin de semana no voy a parar de excitarte sin dejar que te corras, para que te ocupes de mí como debes y para que cuando veas una polla de verdad tu único deseo sea que sodomicen como la puta perra en la que voy a convertir.

Abrió un cajón y sacó de él una jaula de castidad, metálica, que colocó en mi pene y cerró con un candado sobre mis testículos, que previamente había atado con un cordel para que se soltaran. Una vez conseguido esto y cuando comenzaron a ponerse morados tuvo a bien desatarlos, cosa que le agradecí.

Había terminado su obra de arte, por lo que se sentó en el sofá, relajada, dispuesta a descansar o, al menos, era lo que yo creía…

Se recostó sobre el respaldo, subió los pies y se abrió totalmente de piernas, mostrando al mundo su coño, totalmente depilado y limpio.

  • Monique, cariño, pilla un cojín y arrodíllate delante de tu ama, que necesito relajarme. Quiero que comiences a darme besitos en el muslo, por encima de las botas y que, despacito y con mucho amor, vayas subiendo hasta que llegues a mi chochito y te vayas comiendo todo lo que encuentres, hasta que te diga que pares.

  • Gracias Ama contesté, y sin más me apresuré a complacerle

Si hay algo que me guste es lo de bajarme al pilón, así que comencé con esta obligación tan placentera. Comencé observando todo el campo que ofrecía a mi vista y olfateando el manjar que iba a degustar. Poco a poco fui besando sus piernas y subiendo hasta la ingle, en la que comencé a alternar los besos con unos lengüetazos, muy suaves. Estaba atento a las señales que me enviaba su cuerpo, que de sobra conocía ya, así que fui rodeando los labios mayores retrasando el momento del ataque final. De vez en cuando procuraba que se me escapara una sutil lamidita dirigida a su clítoris o un pequeño mordisco en la ingle. Sé que esto le excita y hace que desee cada vez más, que le haga llegar al orgasmo. Cada vez que me como su coñito me pegaría horas allí y sé que en cuanto se corra tendré que pararme aunque no lo desee, por lo que retraso ese momento todo lo que puedo. Ella lo sabe y le gusta que se lo haga despacito. Así también contempla en el estado que me pongo, cual animal en celo. El morbo que me daba el llevar el rabo en el culo y la jaula de castidad en el pene se unía a la frustración por la imposibilidad de tener una erección y aumentaba mi deseo. De vez en cuando echaba las manos a mis atributos masculinos, en un intento de que mi pobre polla recibiera placer pero enseguida recibía de mi ama un fustazo que me recordaba cuál era mi obligación prioritaria. En algún momento me cogió por los pelos, con fuerza, y me miró fijamente a los ojos.

  • Tendrás que aprender a obtener placer de otras maneras, cariño, porque estoy observando que te esmeras más en estas circunstancias, que nunca y creo que no voy a renunciar al placer que me estás proporcionando en el día de hoy ¿te enteras? Fuera de sí y tremendamente excitada me propinó una sonora bofetada y apretó mi cara contra su entrepierna consiguiendo que casi no pudiera ni respirar. Ahora, zorrita de mierda, termina lo que has comenzado y haz que suba al cielo…

  • Ah, ah, ah, ah, AAAAAyyyyyyyyyyyyyyyyy! gritó cuando se corría.

Todavía conseguí prolongar durante medio minuto más mi comida de coño, hasta que se dejó caer rendida sobre el sofá. Me apartó, no sin dificultad pues yo no le dejaba hacerlo e hizo que mi cara se acercase a la suya.

  • Bésame. Despacito…, así…, bien…, bésame, sabes a chumino…, me gusta…, sigue besándome así…, muchas veces…

  • Gracias mi vida. Este ha sido uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me está entrando sueño, así que voy a dormir durante un rato, aquí en el sofá. No te quites nada porque pienso continuar después. Arréglate el maquillaje y la ropa y búscate algo que hacer mientras duermo. Despiértame dentro de una hora y media.

No me lo había pedido pero con mucho tacto bajé la cremallera de sus botas y las dejé a un lado. Antes de retirarme le di unos suaves besos en los pies, lo que hizo que durmiera con la sonrisa puesta.

Los juegos continuaron durante todo el fin de semana en el que despertó la parte más perversa de mi esposa y la más sumisa por mi parte. Desde entonces hemos practicado toda suerte de juegos BDSM y hemos ido depurando técnicas y aprendiendo nuevas maneras de obtener placer, a través de la humillación y el dolor.

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