Descubriendo a Mireia

Mireia y yo nos habíamos hecho íntimas después de la muerte de su marido. Durante una salida nocturna a solas descubrimos que la ternura que sentíamos la una por la otra no era solo amistad.

Conozco a Mireia desde Quim y yo nos mudamos a la que ahora es nuestra casa. Ella enviudó al poco tiempo de llegar nosotros al vecindario. Su marido murió en un accidente de automóvil. Se quedó sola en la casa. Ella estaba muy deprimida y yo, perdida en el nuevo barrio. Comenzamos a charlar, poco después a salir de compras, más tarde a tomar algo de vez en cuando y, finalmente, establecimos que una noche a la semana en la que ella y yo saldríamos a divertirnos sin ningún hombre alrededor. Nos habíamos hecho buenas amigas. Mi marido estuvo de acuerdo, él también apreciaba a Mireia, empatizaron mucho después de la muerte de su marido y al mío le pareció una buena idea que yo la acompañase en aquellas salidas nocturnas.

Si bien al principio solíamos ir al cine, a medida que fueron pasando las semanas disfrutábamos más hablando de nuestras cosas en cualquier local que dormitando la última superproducción de Hollywood en una sala a oscuras. Para mí era asombroso lo fácil que era sincerarme con ella y abrirme. Me daba la impresión de que Mireia entendía lo que le estaba diciendo incluso antes de que hubiese acabado las frases y a ella le pasaba lo mismo conmigo. Nos desplazábamos por los pueblos de la costa buscando un lugar en el que estuviésemos realmente a gusto.

El problema de estar las dos juntas en un "pub" tomando unas copas es que atraíamos a los chicos como la miel a las moscas. Era al mismo tiempo agradable y molesto, agradable porque solían mostrarse simpáticos y ocurrentes con nosotras, y molesto porque nos resultaba imposible tener una conversación un poco larga sin ser interrumpidos constantemente. Ambas somos del tipo de mujer que hace que los hombres giren la cabeza cuando nos ven por la calle. Ella es algo más alta que yo, con el cabello castaño claro, unos ojos azules que parecen dos ventanas al cielo y un cuerpo espectacular, trabajado y firme. Yo, como ya he revelado en relatos anteriores, si bien no soy muy alta, tengo un cuerpo que parece tener un éxito absoluto entre el género masculino, unos ojos pardos y el cabello cortado en media melena.

Una de aquellas noches que estábamos particularmente animadas decidimos vestirnos de forma provocativa para reírnos un poco de los pesados que se acercaban cada noche. Mireia se puso un vestido negro de fiesta, ceñido, de tal forma que se marcaban perfectamente las deliciosas curvas de su cuerpo. No llevaba sujetadores y los pezones se dibujaban como dos canicas de acero a punto de reventar la tela. Bajo la tela negra se bamboleaban sus pechos llenos y deliciosos como frutas maduras. La falda era tan corta que cada vez que se giraba, se levantaba descubriendo el nacimiento de las perfectas esferas que son sus nalgas.

Yo, por mi parte, me puse un vestido tejano muy ajustado, un top blanco debajo y a diferencia de ella, aquella noche opté por no llevar bragas. Pensé que le daría morbo estar sentada tranquilamente, sentir el aire acariciando mi vello púbico bajo la faldita y notar como la vista de todos los chicos se desviaba invariablemente hacia mis muslos. Pero, antes que ninguna otra cosa, quería ver la cara de mi amiga cuando se lo explicase. Ella siempre que salíamos me comentaba que si hubiese sido lesbiana estaría colada por mí.

Una vez en el coche, decidimos que sería todavía más divertido ir a una discoteca. Ella no había ido a ninguna desde que había enviudado y yo ya ni recordaba cuando fue la última vez que estuve en una. Así que llamé a Quim, le conté nuestro plan y le dije que esa noche seguramente me quedaría a dormir con ella para no despertarlo al volver. Él, como siempre, estuvo de acuerdo conmigo y nos deseó que nos disfrutásemos de la velada.

Resultó ser una noche muy divertida para las dos, bailamos mucho y fuimos asediadas por un tropel de hombres. Creo que ninguna de las dos repitió un baile con un mismo chico. Además, Mireia y yo conseguimos uno de nuestros objetivos no declarados: dejarlos bien calientes y con ganas de llevarnos a la cama. Ya sé que la mayoría era unas personas muy agradables y que no estuvo bien, pero una noche es una noche.

Llegamos a su casa y comenzamos a recordar las estupideces que habían hecho y dicho aquellos conquistadores fracasados que vanamente pretendían seducirnos. Nos estuvimos riendo de cómo los calentábamos y después los mandábamos a pastar barro. Reíamos como posesas al comentar cada una de las anécdotas de la velada. Mireia sacó una botella de champagne y nos tomamos algunas copas mientras charlábamos. Estuvimos de acuerdo en que ambas habíamos quedado muy calientes después de nuestra exhibición. Después, la conversación, por una vez desde hacia muchas semanas, se apagó y nos quedamos unos minutos en silencio, decidimos que era hora de ir a dormir.

Para poder seguir hablando antes de dormir nos acostamos las dos en su cama. Nos desmaquillamos y ella me prestó una camiseta para dormir. Nos acostamos, apagamos las luces y por unos minutos hubo silencio.

Yo estaba acostada de lado dándole la espalda a Mireia, ella me abrazó por detrás y puso su brazo en mi estomago. Empezó a bromear sobre que yo era una cabrona calienta braguetas y me recordó a Lluis, un compañero de trabajo, quien ambas sabíamos, en aquellos mismos instantes se debía estar masturbando pensando en mí. Al pobre desgraciado le había estado calentando durante toda la mañana e incluso le había comentado que pensaba salir de fiesta sin bragas. Nos reímos hasta que nos dolió el estómago. Yo le dije que ella también era una desconsiderada, y le recordé una escena que había tenido con un tipo especialmente pesado en la discoteca:

— ¿Recuerdas cuando estabas bailando con Mario, ha empezado a frotarse contra ti y tú le has tirado toda la cuba encima? — nos volvimos a reír y ella respondió irónicamente:

—¿ Qué pasa con eso? Parecía muy caliente y yo lo que he hecho ha sido bajarle la temperatura, ¿No has visto que la cuba tenía hielos? — Nos volvimos a carcajear.

Volvió el silencio, Mireia pasó su mano sobre mi muslo, cerca de la cadera y con su otra mano empezó a recorrer mis cabellos teñidos de rojo. Empezó a contarme no sé que, sus caricias me estaban arrullando, un momento después Mireia me estiró del cabello ligeramente y me despertó de mi sopor, entonces le dije:

— ¿Qué quieres ahora, pesada?

— ¿Sí o no? — Me preguntó ella en un susurro. Yo no sabía a qué se podría estar refiriendo. Pero para que no pensara que no le había estado prestando atención le dije: —Sí.

Entonces ella se estiró, subió medio cuerpo encima de mí y me besó en los labios. Eso me descontroló pero no me alarmé ni le dije nada, entonces ella me preguntó:

— ¿Te ha gustado?

— Sí, claro, le respondí —, no sabía que había pasado ni que es lo que me había estado contando.

Acto seguido se recostó frente a mí, siguió acariciando mi cabello y me volvió a besar. Yo no la rechacé, me gustaba lo que estaba haciendo. Besó mi cuello y empezó a tocar mis nalgas y mis senos —ella siempre me decía que le gustaría tener mis senos, porque que los míos son mayores que los suyos— Me empezó a subir la camiseta. Yo no actuaba, sólo me dejaba hacer. Aunque respondía a sus besos, mis manos estaban inmóviles.

Ambas nos fuimos acomodando hasta que ella quedo encima de mí, abrió las piernas y se recostó completamente sobre mi cuerpo. A continuación cogió mis manos y las colocó en su cintura, me beso introduciendo su lengua entre mis labios. En aquel momento reaccioné y empecé a tocar sus nalgas, su espalda y los lados de sus pechos. Como pude intenté bajar su tanga y subir su camisón de dormir. En aquella posición era imposible, así que nos detuvimos un poco y nos ayudamos a desvestirnos.

Fue una revelación acabar de desnudarla: cuando estuvo de pie, parecía como si el calor brotara de entre los muslos de Mieria. Podía sentir el aire alrededor de la braguita entibiando mi mano al aproximarla más y más a su coñito. Tras lo que pareció una eternidad acariciando su muslo, mi mano se acercó lo suficiente para tocar su tanga de algodón. Con la punta de mi primer dedo tracé la forma de su monte de Venus entre sus piernas, pasando el dedo desde su ano hasta su clítoris por el exterior de su ropa interior. Ella gimió, levanté la vista y me encontré con su ojazos, brillantes como nunca antes los había visto, clavados en los míos. Terminé de quitar la pequeña prenda fuera de sus pies, dejando libres sus piernas. Puse las manos en sus rodillas, y despacio separé sus muslos, mientras escuchaba que la humedad pegajosa de su raja hacía un ruido suave al abrirse su concha como una flor frente a mi cara.

Me separé de ella y ambas nos quedamos admirando nuestros cuerpos, anteriormente nos habíamos visto desnudas muchas veces. Las dos éramos conscientes de que teníamos unos cuerpos apetecibles. Después yo tomé la iniciativa, cogía su barbilla y la besé. Me separé y admiré sus pechos, pequeños, esféricos y duros como dos bolas de marfil, en el centro de los cuales se descubrían dos fresones escarlatas y erectos apuntando directamente a mi cara. Por su parte, ella me cogió por la cintura y reunió nuestros cuerpos.

Empezamos a acariciarnos y besarnos apasionadamente. Mireia besaba como los propios ángeles y yo no quería quedarme atrás. Al poco rato ella volvió a moverse para quedar encima de mí, entonces fue bajando sus besos, por mi barbilla, mi cuello, que también lamía, luego mis hombros, en medio de mis tetas, luego mi teta. Yo gemí mientras sus labios se cerraban contra mi pezón, succionando profundamente. Sus manos agarraron mis glúteos, sus dedos fríos masajeando cariñosamente mi piel caliente mientras chupaba mi pezón, luego lo dejaba, frío y mojado al aire al moverse al opuesto y chupaba otra vez.

Moviendo mi cabeza hacia atrás, abrí mi boca para gemir sonoramente, cerrando los ojos. Inhalé a fondo mientras seguía jugando con mis tetas, sus dientes frotando los pezones, pellizcándolos, y sus manos aún excavando en mi culo. Estirándome, me agarré de la cabecera de la cama, apoyando mi cuerpo mientras acercaba más mi seno a su rostro. Mireia gruñó alrededor de mi pecho mientras lo succionaba incluso más, mamando no sólo el pezón sino también toda el área a su alrededor, como si me fuera a devorar.

— ¡Anaïs, qué pechos tan sabrosos tienes! — A mí eso me ponía aún más cachonda. Después ella pasó su boca a mi otra teta repitiendo la misma acción. Tras unos minutos de hacer eso, volvió a bajar con sus besos, por la boca del estomago hasta llegar a mi ombligo. Allí estuvo jugando con su lengua unos minutos. Continuó descendiendo por mi anhelante monte de Venus. En aquellos momentos yo ya estaba algo más que simplemente caliente y acariciaba su melena castaña clara y presionaba su cabeza contra mí.

Me abrió de piernas y poso su boca directamente en mi clítoris, mi vagina en esos momentos chorreaba de líquidos, me estaba dando un placer indescriptible, me sentía tan bien, lamió por un rato mi vagina, Mireia sabía donde lamer, chupar y tocar con sus dedos, pero también sabía que mi orgasmo vendría pronto, así que súbitamente quitó su cabeza de mi vulva yo abrí los ojos y con mirada maliciosa me preguntó:

— ¿Te gusta?

— Me encanta, respondí jadeando

Entonces Mireia se acercó a mi cara y me dio un beso, que hizo que probara mis fluidos, yo pude sentirlos junto con el calor de sus labios, su lengua enlazándose con mi lengua, explorando cada rincón de mi boca.

Me propuso que lo intentase yo. Estaba muy excitada, la empujé y cayó de espaldas. Deslizando mis labios por su cuerpo, besé delicadamente cada centímetro de la piel de Mireia. Los pequeños vellitos, tan diminutos que no podía verlos, rozaban apenas mis labios, provocándome cosquilleos mientras me movía sobres por sus muslos. Una delgada capa de sudor cubría su cuerpo y el olor almizclado de su excitación llenaba mi nariz y mi boca, como si se deslizara por mi lengua y bajara por mi garganta. Inhalé con fuerza, cerrando los ojos y disfrutando su aroma. Lentamente saqué la lengua de mi boca, y la deslicé más allá de mis labios frotándola contra su clítoris duro. Su sabor pasó por mis papilas y respiré con fuerza sobre su cuerpo caliente, refrescándolo con mi aliento. Con la punta de la lengua me dediqué al miembro rosa, dando rápidos lengüetazos suaves mientras escuchaba los quejidos de placer de Mireia. Cuidadosamente bajé la lengua, trazando el contorno de su entrada, pasando la lengua por los labios y evitando la piel ensopada entre ellos. Sin embargo, pero después de unos minutos ella me rogó que parara

— ¿Sabes? No hay que ser egoístas las dos podemos darnos placer —, me dijo. Nos acomodamos en un sesenta y nueve. A pesar de que ella es un poco más alta que yo, nos acoplamos bien y empezamos a darnos lengua en nuestras vaginas húmedas, calientes, palpitantes y excitadas. No lo podía creer, ahí estábamos dos mujeres dándonos y disfrutando del placer, yo nunca había presentado tendencias lésbicas, pero, en el fondo, a mí me encantaba Mireia: me gustaban su cuerpo y su cara, sin decir de su personalidad. Yo sabía que sentía algo por ella, pero siempre lo atribuí a la gran amistad que había nacido entre nosotras.

La deslizante piel parecía mojarse incluso más mientras la recorría, pasando la lengua por la longitud de su raja y de vuelta, saboreando sus jugos almizclado con toda la boca. La abrí más y empujé la lengua hacia el interior de su concha, latigando el interior de su conejito y escapando una vez más para pasar la boca una vez más hacia su clítoris.

Con rápidos lengüetazos logré que su clítoris se pusiera en un grado tal de erección que hizo que Mireia perdiera el aire de placer. Emitió quejidos mientras pasaba la extensión de mi lengua por el miembro duro, recorriendo su punta sensible hasta que mis labios se irritaron por mantenerse tan abiertos. Moviéndome de vuelta, arqueé la espalda adelantando mis senos y estirándome por un momento. Los grititos de Mireia inundaron mis oídos al adelantarse hacia mi boca, ansiosa de más. Observé la raja, brillante por los jugos, y de nuevo lamí mis labios. La podía saborear en mí, lo que me hizo sonreír, y me incliné otra vez para comerla un poco más.

Enrollé los labios alrededor de su clítoris, chupándolo con fuerza. Mireia gritó y movió sus caderas hacia mi cara mojando mi barbilla con sus jugos. Puse mi peso en las piernas y moví la mano por su pierna, acariciando la piel suave con la punta de los dedos hasta que mi mano llegó a su coño.

Por mi parte, al primer toque de su lengua, casi salté de mi piel. Gemí audiblemente otra vez mientras su lengua recorría tímidamente mi rajita. Ella se incorporó un poco para agarrar mejor mi trasero y yo me moví ligeramente en la cama para dejar que se introdujera un poco más. La lengua caliente apareció de nuevo y sus manos se tensaron en mi culo, acercando más mi conejito hacia su rostro mientras Mireia lamía mis jugos.

Yo deslicé el índice y el dedo de la mitad entre los pliegues lubricados de su carne, tanteando el interior, revolviéndolo mientras mamaba su clítoris con fuerza. Mireia gimió con fuerza y se puso rígida alrededor de mi mano, moviendo mis dedos con su coño. Dejé salir los dedos y aflojé mis labios por un momento antes de volver a entrar con vigor y de mamar incluso más fuerte que antes. Dentro de mi boca latigué su clítoris con la lengua, rozando la pequeña punta de éste mientras la comía.

Por su parte, Mireia me penetraba con su lengua, trataba de meterla lo más profundo posible, y ahí dentro la movía maravillosamente, detenía con dos dedos mis labios vaginales, mientras que al mismo tiempo les aplicaba un leve masaje muy placentero.

Como ella anteriormente me había estimulado mi vulva yo ya estaba al margen de explotar en un orgasmo, pero ella detenía sus caricias para retrasar mi orgasmo, después de que me "tranquilizaba" un poco seguía con su labor, yo no paraba de lamerle, así que cuando me volvió a mamar mi vulva no pasaron más de cinco minutos cuando ella empezó a mostrar signos de que su orgasmo llegaba, pero no me detuve, y ella acelero la masturbación de mi rajita, como adivinando que queríamos llegar al orgasmo al mismo tiempo.

Con los dedos dentro de ella, dejé el movimiento y los revolví dentro de su carne suave mientras se corría contra mi boca. Su clítoris pareció crecer aún más mientras sus caderas se movían hacia arriba, el jugo fluyendo de todos sus poros hacia mi cara. Nuestras lamidas se volvieron salvajes, como fue salvaje la explosión de nuestros orgasmos, el cuarto se lleno de ruidosos gemidos de placer. ¡Aquello era el paraíso! Podía sentir los jugos saliendo de mi cuerpo mientras gritaba, mis nalgas tensándose en sus manos al adelantar mi coño en su rostro dispuesto. El orgasmo sacudió mi cuerpo, latiendo mi coño, tensándose mis músculos, al correrme sonoramente en el rostro de Mireia.

Mi nariz, pegada a su sexo, inhaló profundamente su aroma y yo suspiré contra ella, mamando fuerte y profundamente su coño mientras empezaba a relajarse. Sus caderas cayeron sobre la cama y dejé que su clítoris escapara, sacando los dedos de su raja húmeda y le planté un beso suavemente en el muslo.

Con suavidad recorrí sus jugos, limpiando su orgasmo con la lengua, mientras ella se revolvía y temblaba bajo mi lengua. Besando una vez más su muslo que se refrescaba, me deslicé en la cama observando cómo sus piernas se derrumbaban, y me acosté a su lado en el colchón.

Yacimos allí en silencio por unos minutos, respirando suavemente con los labios separados mientras nuestros cuerpos permanecían relajados uno junto al otro. Me puse la cabeza en la mano, elevada por mi codo, y observé sus rasgos suaves mientras se recuperaba de su orgasmo. Poco a poco sus ojos se abrieron y me miró. Nos invadió un sentimiento de ternura por ambas y nos abrazamos y nos besamos los labios. Las dos sabíamos que no había sido el alcohol, que no había sido un error, las dos en nuestros inconscientes lo deseábamos y hoy había sucedido, no había sentimiento de culpa, nos acurrucamos las dos abrazadas, y le dije:

— Mireia, me gustas de verdad —, y la besé.

Ella me correspondió y dijo:

— Tú también me gustas, Anaïs.

Iba a responder, pero temía que aquello se nos fuese de las manos, así que le indiqué que callase llevando los dedos a sus labios y callándola con suavidad. Respiró profundamente, aspirando su propio aroma al oler mis dedos. Tiernamente froté el dedo medio contra su labio y abrí un poco su boca. Deslicé mi dedo entre sus labios dentro de su boca tibia, sintiendo su lengua mientras ella limpiaba sus propios jugos de mi piel. Sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha al encontrarse de nuevo con mis ojos.

Despacio saqué los dedos de entre sus labios y tracé el contorno de su rostro. La humedad permitía que mi dedo se deslizara fácilmente por su cuello, y me regaló una dulce sonrisa al pasar alrededor de sus pechos pequeños. Aquella noche, por supuesto, no fue la última ocasión en que ella y yo tuvimos relaciones. Más adelante incluso hicimos un trío con mi marido... pero esa es una historia que me gustaría contar otro día.