Descubriendo a mi nueva madre 3.

Qué pasaría si descubren que tienes sexo con tu propio hijo. Sigue el amor de una madre y su hijo.

Descubriendoa mi nueva madre.

A lo viejo también le gusta lo nuevo.

Cuando abrí los ojos, me sentía tranquilo, no sabía qué podía haber soñado, sólo tenía la sensación de paz.

Miré a mi lado y allí estaba mi amada madre, de espalda a mí. Me giré y la abracé, pegando mi cuerpo al suyo, besé su cuello y ella empezó a despertar.

-    ¡Buenos días mamá! – le dije al oído.

-    ¡Buenos días! Te has levantado con fuerza. – tenía una erección mañanera y frotaba mi polla contra su culo. - ¿Qué hora es?

-    Las diez y media. – le dije mientras metía mi erección entre sus piernas.

-    ¡No! – gritó y voló de la cama. - ¡A las once llega tu abuela!

No pude razonar con ella. Medio me empujó de la cama para hacerla y me ordenaba que me vistiera rápido. Su cara era de miedo.

-    Si tu abuela se entera de lo nuestro salimos en los periódicos…

Ordenaba cosas apresuradamente, iba de un lado a otro nerviosamente. La veía pasar y todo lo que me decía era: “¡Y tú sin hacer nada!”. Harto, la cogí del brazo y la abracé, besé su frente.

-    ¡Tranquila, nadie sabrá nunca qué somos amantes!

Sonó el timbre y ella dio un salto del susto.

-    ¡Tu abuela! – se marchó rápido a abrir la puerta.

Las escuché desde el pasillo, se saludaban y escuché la autoritaria voz de mi abuela.

-    ¡¿Dónde el niño qué hace tanto tiempo que no visita a su abuela?!

Caminé hacia ellas y caí en la cuenta de que hacía cerca de una década que no veía a mis abuelos. Él, mi abuelo, murió a los cincuenta y tantos años, y en su entierro fue la última vez que mi a mi abuela.

-    ¡¿Este hombretón es mi pequeño nieto?! – me abrazó y con lágrimas en los ojos me dio besos hasta que le dolieron los labios - ¡Qué alegría verte! – su autoridad desapareció para dar paso a una tierna abuela - ¿Por qué no me has llamado nunca?

-    Tranquila abuela. – la miré a los ojos y descubrí de dónde le venían aquellos preciosos ojos a mi madre – He vuelto para quedarme y ya nada me alejará de aquí. – miré a mi madre para que supiera que nunca la abandonaría.

-    ¡Eso dices ahora! – mi abuela se puso inquisidora – Después vendrá otra pelandrusca y te volverá a alejar de nosotras.

-    ¡La próxima la buscaré por aquí cerca! – le di beso y después nos fuimos a hablar al salón.

Tuve que estar un buen rato contándole mi vida, desde al amargo día del entierro de mi abuelo. Y por si eso fuera poco, además quería saber cuáles eran mis previsiones de futuro, en cuanto a trabajo o estudios. Mi lengua no daba para más conversación y el timbre de la puerta me salvó.

-    ¡Ésa va a ser la Pili! – dijo mi abuela a mi madre qué caminaba hacia la puerta.

Y así fue. Me puse en pie y entraron en el salón mi tía Pili y su morenazo novio Julio. A él le di la mano, pero mi tía se abrazó a mí y casi no me dejaba respirar.

Qué más puedo contar de aquel día, tuve que contar mi vida y obra, sin incluir la parte de mi madre, a las mujeres de mi familia repitiendo las partes que más les gustaron. A cambio, escuché historias de ellas que me hicieron añorar la infancia robada por mi padre.

-    Mamá. – dijo mi tía Pili – Nosotros tenemos que irnos. ¿Te vienes o te vas a quedar?

-    Pues la verdad. – contestó observando a mi madre – Estaba pensando en quedarme esta noche con Marta.

-    ¡Oh, hay un problema! – contestó mi madre algo nerviosa – Vamos a rehacer la habitación de Enrique y está hecha un asco. Si quieres más tarde te llevo a tu casa.

-    Está bien. – mi abuela aceptó.

Vimos marcharse a la pareja y los tres deambulamos un poco más por la ciudad. Después regresamos a nuestra casa y media hora más tarde mi abuela decidía que quería regresar a su casa.

-    Vamos hija, llévame a mi casa. – dijo levantándose y recogiendo sus cosas.

-    Esperar y voy con ustedes. – dije yo y mi autoritaria abuela volvió a aparecer.

-    ¡No hijo, hay momentos que una madre tiene que hablar a solas con su hija! – me dirigí a ella para besarla y despedirme o otra ración doble de besos.

Mi madre cogió sus cosas y un tanto sería, le dio el brazo a su madre para llevarla hasta su casa en coche.

Madre e hija entraron en el coche y la hija sabía que algo malo pasaba por la cabeza de su madre.

-    ¿Cuántos días hace que ha vuelto tu hijo? – preguntó la madre y su rostro era muy serio.

-    Cuatro o cinco días… - contestó la hija - ¿Por qué?

-    Me resulta muy raro que en tan poco tiempo ya te estés acostando con tu hijo.

A la hija le tembló todo el cuerpo y se sentía pillada en su mentira.

-    Pero ¿Qué tontería estás diciendo? – intentó protestar para defenderse.

-    No me engañes, te conozco muy bien y sé cuándo estás enamorada… - la miró a los ojos – Esa alegría que demuestras la tenemos todas las mujeres de la familia cuando nuestro corazón está ocupado y nuestra vagina llena.

-    ¡Pero escuchas bien lo qué estás diciendo! – la hija mostraba indignación como única defensa.

-    ¡Claro! – la madre agarró la mano de su hija con cariño y la miró con dulzura – Tranquila hija, no me importa ni me parece mal. – la hija quedó desconcertada – Mira, las mujeres de nuestra familia son muy ardientes. Imagina que a principios del siglo pasado, mi madre y su hermana vivían con sus maridos en la misma casa. Allí nací yo y mis dos hermanos, al igual que mis dos primos. Pues tu abuela y su hermana compartían a sus maridos, y creo que más de una vez hicieron el amor los cuatro a la vez. Eran discretos en ello, pero a tu tío Ricardo no se le escapaba una y los pilló. Más de una vez me llevaba con él a escondidas por la noche para ver cómo nuestros padres y tíos follaban. Y como no, nos poníamos tan calientes que nosotros mismos lo hacíamos mientras veíamos a los mayores.

-    ¡¿Eso es verdad?! – fue lo único que se le ocurrió decir a la hija.

-    ¡Claro! Sólo te pido que seas discreta para que no haya habladurías, la gente es muy cabrona. – miró a su hija que tenía cara de no poder asimilar todo aquello - ¡Vamos hija! Somos mujeres ardientes que nos gustan las perversiones. Mira, con sesenta y ocho años que tengo, permito que el chulo de Julio viva con nosotras pues me dejan mirarlos mientras follan. Él le da por todos lados a tu hermana y yo me masturbo mientras los miro.

Estaba en el salón cuando regresó mi madre de llevar a mi abuela a su casa. Entró, tiró el bolso en el suelo y se desplomó en el sofá con una cara de desconcierto, me asusté al verla.

-    ¡Mamá ¿te ocurre algo?! – le pregunté.

-    ¡No me lo puedo creer! – fueron sus palabras.

Después me contó la conversación que había tenido en el coche. Me miró a los ojos.

-    ¡Todas somos unas pervertidas!

-    ¡Y yo qué me alegro! – le dije mientras me acerqué a ella y le di un suave beso en los labios – Si no fueras una pervertida, no estaríamos disfrutando de este amor. – le di otro beso más apasionado. La agarré de la mano y la hice levantarse - ¡Vamos a la ducha y verás cómo se te pasa todo!

Me siguió por el pasillo hasta su habitación. Me miraba y me sonreía. Volví a besarla sus labios dulcemente y ella empezó a sonreír.

-    Tienes razón. – me rodeó con sus brazos por el cuello – Si no fuera una pervertida, no podría disfrutar del amor y del sexo con mi propio hijo. – nos fundíamos en un gran beso.

Poco a poco nos fuimos desnudando, entre abrazos, caricias y besos. Dejamos toda la ropa por el suelo y agarrado a su mano me llevó al baño. Fue una de las mejores duchas que me he dado en la vida. Mi polla y sus pezones erectos mostraban lo excitados que estábamos, pero no hicimos nada sexual en la ducha más allá de apasionados besos.

Cuando nos secamos, volvimos a la habitación. Ella empezó a recoger la ropa que habíamos tirado por el suelo y me ordenó que llevara la ropa sucia al bombo de la ropa. Caminé todo el tiempo con una gran erección, pero aquello parecía que no excitaba a mi madre, sin duda, la conversación con mi abuela le había incomodado y aquella noche no estaría para tener sexo, menos con su hijo.

Volví a entrar en la habitación y la encontré ordenando las sábanas y las mantas de la cama nerviosamente. Me acerqué a ella.

-    Mamá, comprendo que después de lo que has hablado con la abuela estés demasiado turbada para aguantar a tu hijo en tu cama. ¿Quieres que me vaya al sofá esta noche?

-    ¡¿Turbada?¡ - me miró como si yo fuera tonto y me sentí cohibido - ¡Turbada dice! Desde que he escuchado lo que me ha contado, no hago más que darle vueltas… - cogió mi mano y la llevó a su depilado coño - ¡Cuánto más pienso en eso, más excitada me encuentro! ¡Quiero que tú polla no se baje en toda la noche!

Me empujó a la cama y me coloqué bocarriba en medio mientras ella su subía gateando y con su mirada clavada en mí. Se subió sobre mí y puso su coño sobre mi polla, podía sentir el enorme valor que brotaba de su vagina. Me besó aferrándose a mi cuerpo, sintiendo el contacto de nuestra piel desde nuestros labios hasta nuestros pies. Se agitaba sobre mí y nuestros sexos se frotaban intensamente.

-    Mamá, estás caliente pensando en las noches que habrán pasado tus padres y tus tíos ¿no?

-    Nunca había sentido este calor que me invade.

-    Pues arde con mi polla. – mi glande chocaba con su enfurecido clítoris y su boca lanzaba suaves gemidos de placer – Imagínate a la abuela con su hermano, en la oscuridad, viendo a sus padres follando en grupo… - mis manos amasaban sus glúteos para que mi polla le diera más placer – Seguro que al tito se le pondría durísima.

-    ¡Sí hijo, seguro! Y mi madre se la clavaría hasta lo más profundo de su vagina… - movió sus caderas y mi glande se colocó en la entrada de su vagina, un movimiento brusco y se la clavó por completo - ¡Siiiiiií, su vagina se llenó por completo con su polla! ¡Sí hijo, sí! Tu madre es una pervertida a la que le pone el sexo en familia.

-    Y tu hijo también – le di un guantazo no muy fuerte en el culo – Soy un pervertido al que le vuelve loco follar con su madre.

-    ¡Sí, sí, sí! – gemía y empezaba a sentir su primer orgasmo - ¡Me corro, me corro!

-    ¡Yo también mamá!

-    ¡No, no! – su cara mostraba el placer que estaba sintiendo - ¡No te corras, quiero que me des más placer! – hice un esfuerzo para no correrme.

Estaba totalmente sentada sobre mi polla, se clavaba por completo agitando intensamente sus caderas para disfrutar de su orgasmo. Sentía mis huevos totalmente empapados por los flujos que lanzaba su vagina.

-    ¡Sí, qué maravilla! – sus piernas se convulsionaban.

-    Ahora me toca a mí. – le dije agarrándola por la cintura y quitándome la de encima - ¡Ven aquí perrita mía!

La moví por la cama hasta colocarla a cuatro patas en medio de la cama. Tenía su redondo culo delante. Puse mis manos en sus cachetes y los separé. Pude ver sus dilatados labios vaginales y su oscuro ano. No lo pensé, me incliné y lamí aquel oscuro círculo. Su culo se agitó al sentir mi lengua y los dos dedos que metí en su vagina.

-    ¡Oh dios, me estás volviendo loca! – le chupé más intensamente su ano, mi lengua intentaba penetrarlo - ¡Joder, qué me estás haciendo!

Dejé de chuparle y me arrodillé detrás de ella. Me miró para saber que le esperaba ahora y pudo ver cómo agarraba mi polla con una mano y apuntaba directamente a su vagina. Empujé con todas mis fuerzas y mi polla entró por completo en su mojada vagina, mis huevos chocaron con su coño. La volví a sacar y de nuevo dirigí mi polla hacia el coño de mi madre para penetrarla con fuerza, la dejé bien clavada y ella me regaló un sensual gemido. La agarré por la cintura y empecé a darle frenéticas embestidas. Su boca lanzaba fuertes gemidos y chillidos de placer. Puse mis manos en su culo y separé sus cachetes, podía ver cómo mi polla entraba y salía de su coño, dilatando sus labios vaginales.

-    ¡Joder mamá, quiero correrme ya! – le supliqué.

-    ¡No, aun no! – me gritó gimiendo enloquecida por la lujuria.

Dejé caer un poco de saliva de mi boca y acerté de lleno en su ano. Mientras mi polla entraba y salía, apoyé mi mano donde acababa la raja de su culo. Mi dedo gordo se deslizó entre los dos cachetes hasta llegar a su redondo ano. Lo acaricié y extendí la saliva.

-    ¡Cabrón, te gusta el ano de mamá! – dijo agitando levemente su culo y gimiendo.

-    Me vuelve loco… Estoy pensando en clavar aquí mi polla. – en ese momento empujé mi dedo y su esfínter cedió. - ¡Mami, mi polla penetra tú coño y mi dedo tu culo! – aceleré las penetraciones - ¿Te gusta?

-    ¡Sí, sí, sí! – era lo único que podía decir mientras gemía - ¡Sí, sí, sí! – sus piernas empezaron a temblar, otro orgasmo la invadía - ¡Fóllame duro, muy duro! – me chilló y la obedecí.

Saqué el dedo de su ano y me agarré con fuerza a su culo. La embestía con toda fuerza. Sus gemidos y el golpeteo de mis caderas en su culo era todo lo que se escuchaba en la habitación. Yo gruñía y quería correrme.

-    ¡Me desmayo, me desmayo! – dijo mi madre y cayó boca bajo en la cama.

Quedé de rodillas en medio de la cama mientras mi madre se convulsionaba por el placer. Me iba a correr y quería llenar a mi madre con mi semen. La hice girarse y le abrí las piernas. Me metí entre ellas y mi polla volvió a la ardiente vagina de mi madre. Mordí su cuello mientras mis manos se pusieron en su culo. Mi madre se tensó y empecé a penetrarla con ganas de correrme. Sus piernas me rodearon por la cintura y sus manos en mi culo.

-    ¡Vamos mi niño, córrete y llena a mamá con tu semen! – me agité con fuerza y al momento empecé a eyacular en su vagina - ¡Sí, dámelo todo, puedo sentir tu cálido semen llenándome por dentro! – me clavé por completo en ella y acabé de correrme.

Nos quedamos un buen rato abrazados, besándonos suavemente, con cariño y amor. Cuando recobramos un poco las fuerzas, nos tapamos con las sábanas y mantas y nos quedamos dormidos hasta el día siguiente. Mi último pensamiento fue sentir que estaba enamorado de mi madre, la acaricié suavemente y me dormí abrazado a ella.