Descubriendo a mi nueva madre 2.

Sigue la vida de esta incestuosa pareja, querrás vivirla.

Descubriendo a mi nueva madre.

Todo lo nuevo no es bueno.

-    ¡Has deshonrado a tu padre! ¡Has llevado a la pecadora de tu madre a la lujuria asquerosa del incesto!

Mi padre estaba de pie a los pies de la cama, enfurecido nos apuntaba con su escopeta de cacería. Mi madre y yo estábamos desnudos, abrazados. Nos iba a matar, había venido a torturar mi sueño.

-    ¡Tranquilo cariño, mamá está contigo! – escuchaba la dulce voz de mi madre que me acariciaba - ¡Tranquilo!

Desperté de aquella horrible pesadilla. Mi madre me acariciaba para tranquilizarme. Me abracé a ella asustado. Mi consciencia tal vez me acusaba en sueños por haber hecho que mi madre tuviera sexo conmigo, con su propio hijo. La figura inquisidora de mi padre me acusaba de mi pecado.

-    Mamá ¿crees qué hemos hecho mal?

-    Hijo, la sociedad nunca verá bien nuestra relación, pero es la primera vez que me siento querida de verdad por un hombre. El matrimonio con tu padre estaba bendecido por Dios y sufrí por muchos años… Dime ¿qué elegirías tú? – se abrazó a mi pecho agarrándose desesperada para no perder mi amor.

Mi madre tenía razón, no todo lo que la sociedad reconocía tenía que ser bueno, de la misma manera, que un hijo y se madre tuvieran una relación sentimental tan intensa que llegarán a desearse sexualmente no tenía que ser malo, aunque esa sociedad hipócrita no lo viera bien. La miré a los ojos y por primera vez nos besamos apasionadamente. Tal vez mi madre siempre necesitó el amor de su hijo, unido a su necesidad de tener sexo consiguió que desde aquella noche no hubiera un momento en que nos deseáramos.

Mientras nos besábamos apasionadamente, nos acariciándonos haciendo que la llama de la pasión se encendiera. La coloqué boca arriba y puse mi cuerpo sobre ella. Sus brazos me tiraron y sus piernas se abrieron para recibirme. Besé sus pezones mientras mi polla empezaba a acariciar su coño. Volví a besarla con pasión y mis caderas empezaron a moverse.

-    Mamá ¿nunca has disfrutado del sexo?

-    Lo que sentí anoche, nunca lo había sentido.

-    ¡Pues ya es hora de que tengas todo el placer qué te mereces!

Me deshice de las ropas que nos cubrían, me incorporé y quedé de rodillas entre las piernas de mi madre. La miré, desnuda y sensual, deseando que la amara y la hiciera sentir todo aquello que nunca había podido sentir. Puse mis manos en sus muslos y los acaricié suavemente, bajando hasta llegar a su sexo, lo acaricié con suavidad. Sus caderas empezaron a moverse suavemente, mi dedo gordo buscó su clítoris y lo acaricié con suavidad.

-    ¡Sí hijo, eso me gusta!

Mientras la masturbaba con una mano, con la otra agarré mi polla y la agitaba para que ella me viera masturbarme.

-    Mamá ¿te han comido alguna vez tú coño? – hablarle de aquella forma la ponía muy caliente – Tu niño va a conseguir que te corras con su boca.

-    ¡Sí por favor! – su coño empezaba a soltar flujos y sus caderas no dejaban de moverse.

Sonó el teléfono. Con desgana se movió para ver quién la interrumpía, aunque ya eran las diez de la mañana, ella estaba en algo más importante.

-    ¡Es mi madre! – dijo aligerándose para descargar - ¡Hola mamá!

Continuó hablando con mi abuela mientras yo la miraba de rodillas y empalmado. Estaba desnuda, boca arriba y concentrada en su conversación. Me deleité en las curvas de su cuerpo, sus redondas tetas caían a ambos lados de su cuerpo. Miraba sus hermosos labios moverse pero no escuchaba lo que decía, sus largas piernas flexionadas ocultaban entre ellas mi objeto de deseo… Me tumbé boca abajo y metí mi cabeza entre sus muslos que se abrieron para recibir los besos que iban bajando por sus muslos poco a poco, saboreando su suave piel.

Su mano acariciaba mi pelo cuando delante de mi boca tenía su coño cubierto por aquella barrera de pelos que lo custodiaban. Lo besé suavemente, como si fueran los labios de su boca, con amor. Su cuerpo se agitó y la miré a la cara. Su gesto pedía que me detuviese. No lo hice, di otro beso y mis dedos empezaron a apartar los pelos, separando sus labios vaginales y apareciendo su rosado interior, esa vagina que había penetrado la noche anterior y que me disponía a saborear. Su clítoris sobresalía entre los pliegues y me llamaba. No hubo dudas. Cuando mi lengua lamió y acarició su punto más sensible, todo su cuerpo se tensó. La volví a mirar mientras me llegaba su sabor más íntimo, su rostro descompuesto por el placer me rogaba que me detuviera. Su madre, mi abuela, le hablaba y ella apenas podía lanzar algún monosílabo, su mano tapaba su boca para contener los gemidos que necesitaba soltar.

No tuve piedad. Mientras ella intentaba mantener la conversación, mi lengua recorría toda la raja de su coño. Sus caderas se agitaban y su mano empujaba mi cabeza para separarme. No podía, mis manos se aferran a sus muslos y toda mi boca se hundía en su sexo. Sentía toda mi boca mojada por los flujos que no dejaban de brotar. El olor intenso de mi madre inundaba toda mi mente, excitándome y empujándome a que le diera más placer.

-    ¡No, no me pasa nada! – escuché decir a mi madre – Es qué intento vestirme mientras hablo.

Y la verdad es que su hijo le comía el coño y la hacía gozar como nunca mientras hablaba con su madre. Al momento, su mano dejó de rechazar mi cabeza y la empujó contra su coño, sus piernas se convulsionaba y mi boca no podía contener tantos flujos. Un distorsionado “¡Hasta luego!” salió de su boca y por fin pudo colgar el teléfono.

-    ¡Joder, qué bueno! – se liberó por fin y sus gemidos llenaron toda la habitación - ¡Esto es maravilloso! – se retorcía de placer entre gemidos - ¡Tómame, tómame, necesitó tenerte dentro de mí!

No la hice esperar. Mi boca abandonó su coño para dejárselo a mi polla endurecida que esperaba. Sentí en mis caderas sus muslos e intenté penetrarla. Mi polla resbalaba sobre su coño y no entraba. Entonces su mano la agarró y la dirigió directamente a su ardiente vagina. La penetré fuerte, de un solo movimiento mi polla llegó a lo más profundo de mi madre. Ya no decía nada, por fin tenía a su hijo dentro y el placer que sentía sólo le permitía gemir frenéticamente mientras yo gruñía con movimientos bruscos para penetrarla.

Otro orgasmo llegaba para hacerla estallar en gemidos y convulsiones. Aún me quedaba un poco para estallar dentro de mi madre y me movía frenéticamente metiendo y sacando mi polla. Nuestros cuerpos se tensaron cuando clavé mi polla todo lo que pude y empecé a lanzar mi semen en lo más profundo de su vagina. Ella casi lloraba por el placer y sus dedos se clavaban en mi culo, empujándolo para que permaneciera dentro de ella.

Permanecimos unos minutos abrazados, sin movernos, saboreando el final de aquel orgasmo que habíamos tenido. Mi polla menguaba dentro de su vagina. La miré a los ojos y le di un suave beso mientras acariciaba su pelo

-    ¡Ve a ducharte pervertido! – me dijo sonriendo y dándome una cachetada en el culo - ¡Hueles al coño de tu madre!

-    ¡Y más que oleré! – le contesté frotando mi sexo suavemente contra el suyo – He descubierto que mi madre es la mujer más sabrosa del mundo.

Nos levantamos de la cama y nos preparamos para la llegada de los compañeros de facultad de mi madre.

Todo lo nuevo ya existía.

Nunca imaginé que mi madre pudiera darme el amor que tanto había buscado en otras mujeres. De pequeño, bajo la dictadura de mi padre, ella nunca me pudo mostrar el auténtico amor que sentía, se limitaba a obedecer a su marido y a descargar el odio hacia él en mí, su hijo. Una vez liberada de la opresión, todo lo que podía darme era amor. Y sí, comeríamos incesto. Tal vez el no haber conocido a ningún hombre que le diera un sexo con amor y por mi parte, buscar un consuelo sentimental y sexual a mi ruptura, todo esto hizo que en apenas unas horas nuestras almas y nuestros cuerpos se unieran más de lo que un hijo y una madre debían unirse. A pesar de que la sombra de mi padre me torturaban en sueños, por el día podía disfrutar mirando y observando a mi madre. Su cuerpo bien proporcionado de generosas curvas; no era muy alta, pero sus movimientos tan sensuales me tenían todo el tiempo dispuesto a complacer sus deseos. Como cuando entró en el salón para anunciarme que íbamos a comer y debíamos preparar la mesa.

-    ¡Cariño! – me dijo mientras yo sentado en el sofá abría los brazos para recibirla mientras ella se sentaba en mi regazo – Vamos a comer, hay qué preparar la mesa.

-    ¡Y si me como a mi madre! – le dije mientras una de mis manos acariciaba su culo y la otra se colaba por debajo de su chaleco y buscaba sus pechos - ¡Me comería todo esto ahora mismo!

-    ¡Eres insaciable! – me contestó mientras pasaba sus brazos por mi cuello y nos fundíamos en un apasionado beso.

-    Tengo que darte todo el amor que no he podido darte todos estos años. – mordí levemente su cuello y todo su cuerpo se estremeció – Quiero que conozcas el amor, de un hijo y de un hombre. – volvimos a besarnos y nuestras lenguas jugaban una con la otra.

-    ¡Vamos cariño! – me empujó y empezaba a levantarse – Tenemos que comer pues en breve llegarán Juan y Lucía.

Y así lo hicimos. Tras comer y dejar todo recogido, estábamos en la cocina. Me senté en una de las sillas y la miré. Iba a pasar por mi lado y la detuve cogiéndola por la mcintura. La coloqué delante de mí y no tuve que decirle nada. Ella abrió las piernas y se sentó sobre mí. Puse mis manos sobre su culo. Aquel pantalón realzaba perfectamente su redondo culo y mis manos la acariciaba mientras nos besábamos. No sé cuánto tiempo llevábamos allí, besándonos, acariciándonos, frotando nuestros cuerpos el uno contra el otro. Era como una lucha y sólo el timbre de la puerta nos hizo separarnos sin que hubiera un claro vencedor en el amor que sentíamos.

-    ¡Ya están aquí! – dijo ella levantándose y recomponiendo sus ropas para abrir a sus compañeros.

Entraron en el salón, ellos tras mi madre. Juan era un chico alto y fornido, un tanto tímido y bien educado. Lucía era ese tipo de chica con la que todos los hombres sueñan, con su cara de ángel de ojos azules tenía un cuerpo creado por el propio demonio para hacer pecar al más vasto de los humanos, verla caminar con sus movimientos femeninos y sensuales hacía que se destruyera cualquier voto de castidad.

-    Este es mi hijo Enrique. – dijo mi madre y me acerqué a ellos para darle la mano a Juan y un par de besos a Lucía. – Estos son mis compañeros de clase Juan y Lucía.

Si uno quedaba prendado de la belleza de aquella joven, mi mente se embriagó cuando sentí su perfume. Si no me hubiera enamorado de mi nueva madre, aun estaría peregrinando tras aquella chica allá donde fuera.

Me senté en el sofá tras la silla que ocupaba mi madre. Podía admirar la redondez de su hermoso culo. Ellos hablaban de sus estudios mientras yo ojeaba en el móvil mis redes sociales. Tras varias horas de estudio, terminaron definitivamente. Recogieron sus cosas.

-    ¿Queréis un café? – mi madre les preguntó.

-    Sí, gracias Marta. – contestó Lucía con su dulce voz – El café que nos haces cuando estudiamos contigo nos sabe a gloria.

-    ¡Gracias! – contestó mi madre y me miró - ¡Tú, a la cocina a ayudarme!

Yo no iba a tomar café, pero aquella orden la entendí como: “¡Tú, a la cocina a amarme!”. La acompañé y por el pasillo, en cuanto estuvimos fuera de la vista de nuestra visita, le cogí el culo descaradamente. Entramos en la cocina y puso la cafetera. Yo la miraba pasar de un lado a otro hasta que la agarré por la cintura y la atraje para besarla.

-    No, ahora no. – me empujaba con sus manos en el pecho para separarnos – Ven, no hagas ruido, sígueme.

De la mano me llevó por el pasillo hasta qué casi estábamos en el salón. Señaló a un espejo que había en la pared. Allí estaban Lucía y Juan besándose apasionadamente. Se puso el dedo índice en la boca para que guardara silencio y me hizo volver a la cocina. El café aún no estaba preparado.

-    ¡¿Qué son, novios en secreto?! – le pregunté mientras la abrazaba por la cintura y ella pasaba sus brazos por mi cuello. Me besó suavemente.

-    ¡No, son hermanos! – volvió a besarme.

-    ¿Desde cuándo lo sabes?

-    Casi desde el primer día. Les hago café y ellos aprovechan ese tiempo. Nunca he hablado con ellos del tema, pero creo que hoy podía ser un buen día.

-    ¿Y no se asustarán si les preguntas si son amantes? – puse mis manos sobre su culo y pegué mi cuerpo sin más.

-    Yo me ocupo de eso…

Lo nuevo es mejor compartido.

Varios minutos después volvimos al salón. Los dos hablaban entre ellos como si no hubiera ocurrido nada. Pusimos todo en la mesa y nos sentamos para tomar la merienda. Hablábamos un poco de todo y de repente mi madre cambió de tema.

-    Juan, Lucía, venís muchas veces y me ayudáis un montón con mis estudios. Mi hijo lleva aquí poco tiempo y desde que ha llegado hemos recuperado el amor que no pudimos tener mientras su padre vivía. – bajo la mesa llevó una mano hasta la mía – No quería tener secretos con ustedes y espero que mi secreto no salga de ustedes.

-    Tranquila Marta, puedes confiar en nosotros. – dijo Juan.

-    Veréis. – mi madre me miró y después siguió hablando – Además de madre e hijo, somos amantes.

Los dos hermanos se miraron y después nos miraron con una sonrisa de alivio. Mi madre se acercó a mí y yo la abracé. No sabía bien qué quería mi madre, pero le seguí el juego. Ella me miró y me dio un leve besó en los labios.

-    Comeréis incesto. – dijo Lucía y mi madre asintió con la cabeza – Pues nosotros hemos de confesar…

-    ¡Para Lucía! – le ordenó el hermano.

-    ¡Sí Juan! – protestó Lucía – Marta ha confiado en nosotros al contarnos su secreto. – miró directamente a mi madre – Nosotros también tenemos una relación sentimental, aunque no hemos hecho el amor.

-    ¡Pues eso es maravilloso! – dijo mi madre – en nuestra casa seréis libres de mostrar vuestro amor. – permanecimos unos segundos en silencio - ¡Vamos, ser vosotros mismos!

-    Me da vergüenza… - reconoció Lucía y se ruborizó. – Es un sentimiento muy intenso y además mal visto… ¡Es muy raro!

-    Sí nuestros padres descubrieran que algunas noches dormimos juntos… - Juan que era un año y poco mayor era el más preocupado – Siempre hemos tenido miedo de hacerlo por si nos descubrían.

-    En mi casa no tendréis problemas. – mi madre se levantó y extendió la mano hacia mí – Vamos Enrique, tenemos que ordenar unas cosas en la habitación y ellos pondrán estar solos.

La seguí hasta su habitación. Cerró la puerta tras ella y nos fundíamos en un abrazo con un apasionado beso.

-    ¡Doy gracias de no tener qué ocultar nuestro amor! – dijo y siguió besándome.

Durante más de media hora estuvimos en nuestra habitación, tumbados en la cama y abrazados, en silencio y sintiéndonos unidos. Mi madre bajó con cuidado de no molestar a los furtivos amantes. Cuando yo bajé ya eran las ocho de la tarde y los tres reían y charlaban en la cocina.

-    ¡Cariño! – dijo mi madre dándome un beso en la boca – nuestros amigos se quedarán a cenar para celebrar nuestra amistad.

Pidieron comida y durante todo el tiempo que estuvieron en casa, se mostraron todo el amor que sentían. Estuvieron hasta bien tarde antes de salir por la puerta, se besaron apasionadamente para de nuevo volver a ser los hermanos que eran.

Tras cerrar la puerta, mi madre se lanzó contra mí, allí mismo, sin poder moverme. Me besaba y me ofrecía su cuerpo

-    ¡Vamos a ducharnos! – me dijo totalmente excitada – Está noche necesito sentirme amada.

Subimos a la habitación, me senté en la cama y ella empezó a desnudarse. Yo sabía que lo hacía para provocarme, pero no era exagerada en sus movimiento, no quería parecer una stripper, simplemente mi madre era muy sensual. Cuando bajo su pantalón, poniendo su culo en pompa, tuve que acomodar mi polla pues empezaba a crecer. Se puso frente a mí, con aquella camisa que apenas cubría sus muslos. En medio podía el bulto que formaban los pelos y los labios de sus coño. Ella desabrochaba los botones superiores de su camisa cuando alargué una mano para tocar su sexo.

-    ¡Quiero pervertido, eso no se le toca a una madre! – dijo dándome un manotazo en mi mano que estaba a punto de tocar su coño.

Siguió desabrochando botones hasta que su camisa estuvo suelta, la abrió y me mostró su cuerpo. Aquellas delicadas y excitantes bragas a juego con su sujetador me volvían loco, quería comérsela, pero ella me rechazaba cada vez que intentaba acercarme. Se acercó a mí y me levantó.

-    ¡Deja qué mamá lo haga todo! – me retuvo cuando intenté abrazarla.

Me quitó la camiseta y se entretuvo en lamer y besar mis pezones mientras sus manos liberaban mi pantalón, sentí que cayeron por mis piernas y después me liberé de aquella prenda. De nuevo intenté abrazarla y ella me rechazó. Apoyaba una de sus manos en mi pecho mientras sus ojos no se apartaban del prominente bulto que formaba mi erecta polla en los calzoncillos. Su mano libre empezó a acariciarla por encima de la fina tela. Intenté besarla, pero de nuevo fui rechazado.

Se giró y dejó caer su camisa, quedó en bragas y sujetador. Quedó vulnerable a mi ataque. Mis manos se aferraron a su cintura y me pegué a ella de forma que mi endurecida polla se restregaba contra su redondo culo. Mordí levemente su cuello.

-    Quítame el sujetador…

Obedecí como buen hijo y vi como aquella prenda caía al suelo. Pasé mis manos por debajo de sus brazos y agarré sus dos tetas. Besaba su cuello mientras acariciaba sus pechos, ella se contiene a y rumoreaba mientras empujaba su culo contra mi polla. Agarró mis manos y las quitó de sus tetas. Asido por una, me arrastró hasta el cuarto de baño. Se quitó las bragas de forma que pudiera ver bien su culo, entró en la bañera.

-    ¡Ven hijo mío, mamá te va a bañar! – cerró la mampara y esperó dentro.

Llevado por la loca lujuria que me despertaba mi madre, me desnudé por completo, abrí la mampara y entré en la ducha con ella.

-    ¡Qué dura! – dijo agarrando mi polla y agitándola levemente. Puse mi mano sobre su coño e intentaba separar sus pelos para tocar su vagina. - ¡Mamá tiene muchos pelos! ¡¿Quieres afeitarme?!

Tenía preparado allí un bote de espuma y una maquinilla. Me arrodillé delante de ella y echó agua para mojar sus pelos. Agité el bote de espuma y puse todos sus pelos blancos. Con mucho cuidado, fui rasurando su sexo, poco a poco, por todos lados. Después de enjuagarlo, le di un suave beso en los labios vaginales.

-    ¡Eh, hoy me toca a mí darte placer con la boca! – me hizo levantarme y ella se arrodilló – Nunca lo he hecho, espero no defraudarte.

Su mano agitaba mi polla suavemente, me miró desde abajo y me sonrió. Su mano tiro de la piel y mi glande asomó. Lo besó con suavidad, un beso, dos besos… Su lengua salió de su dulce boca y acarició el hinchado glande, una lamida rápida y corta, otra… Ahora se deleitaba pasando su lengua alrededor, otro beso y una mano acarició mis huevos, la otra sujetaba mi polla apuntándola hacia su boca.

-    ¡¿Te gusta?! – me dijo mientras me miraba.

No dije nada, puse una mano y la empujé suavemente para que se concentrara en mi sexo. No lo esperaba, su boca se tragó mi polla todo lo que pudo, mis piernas temblaron al sentir la fuerte succión.

-    ¡Para mamá! – la cogí por el brazo para que se levantara.

-    ¡¿No te está gustando?! – su cara mostraba preocupación – Perdona, sólo he tenido una vez una polla en mi boca y fue forzada por tu padre. He tenido que buscar por internet cómo se hace… ¡Perdona hijo!

-    ¡Mamá, si te dejo seguir mamando, me hubiera corrido ya! – la abracé y la besé con pasión – Duchémonos y seguiremos en la cama.

Mi madre tenía ganas de darme sexo oral. Tardamos nada en estar límpidos y, desnudos y agarrados de la mano, nos fuimos a su cama. Me coloqué en medio, tumbado boca arriba. Ella subió a la cama y gateando llegó hasta mi polla. No estaba erecta y su boca la tragó por completo. Succionaba y podía sentir que su boca se llenaba mientras crecía.

Miré su culo mientras ella seguía mamando. Alargué mi mano y acaricié el interior de su muslo. Podía ver sus labios vaginales, sin pelos, brillando por los flujos que empezaban a aflorar. Subí la mano para tocar su coño y masturbarla. Cuando estaba a punto de tocar su coño, ella se movió y se retiró.

-    ¡No me puedes hacer nada! – dijo de rodillas agitando suavemente mi polla - ¡Hoy sólo trabajo yo!

-    ¡Qué te crees tú eso! – le dije y me incorporé en la cama agarrándola por un muslo - ¡Ven aquí, quiero comerte tu caliente coño!

-    ¡Déjame pervertido! – le di una cachetada en su culo - ¡¿Cómo te atreves a pegar a tu madre?!

-    Porque no me deja comerle el coño. – intenté agarrarla pero se sacó - ¡Tendré qué forzarte!

-    ¡Ni se te ocurra! – me miró desafiante – Quiero comerme esa polla y tú vas a estar quieto.

Me revolví y la agarré como pude. La tumbé boca arriba y me coloqué sobre ella, poniendo mi polla a la altura de su boca.

-    ¡Vamos, mamá! – le ordené y de inmediato mi polla se perdía dentro de su boca - ¡Abre las piernas!

Ni caso. Las había cruzado y no tenía manera de obligarla a abrirla. Le tocaba el coño lo poco que podía meter mi dedo, estaba muy mojada pero no me permitía masturbarla. Su boca hacía maravillas en mi polla, succionando mi glande, tratándola por completo. No aguantaría mucho tanto placer, así que me dejé hacer. Besé su vientre y sentí que me iba a vaciar.

-    ¡No puedo más mamá, quiero correrme! - Me levanté y me coloqué de rodillas junto a ella agarrando mi polla para masturbarme - ¡Dónde lo quieres!

-    ¡En mi pecho! – agarró sus tetas y las juntó esperando mi semen - ¡Dámelo todo, hijo, quiero tu semen!

Empecé a lanzar chorros de semen, tan fuerte que cayeron por si pecho y por su cara. Ella no dejaba de mirar mi polla, cada chorro que salía.

-    ¡Sí, cariño, dale a tu madre tu semen! – se agitaba y sus manos extendían aquel líquido por su cuerpo - ¡Más, dámelo todo!

Quedé de rodillas junto a ella, exhausto por el placer, viendo como su cuerpo brillaba. Me incliné y besé su boca con amor.

-    ¡Eres un niño malo, ahora tendré qué volver a ducharme!

Se levantó de la cama, me limpió la polla con unas toallitas que tenía en la mesita de noche y se marchó al baño. Yo me metí en la cama y la esperé. Cuando regresó, me abracé a ella y los dos nos quedamos dormidos entre caricias.