Descubriendo a Cristina

Una cantante conocida (aunque mantengo el anonimato) me cuenta su experiéncia más morbosa.

Descubriendo a Cristina

Como algunos de vosotros ya sabéis, soy periodista de una prestigiosa revista de moda, que no voy a nombrar ahora para conservar el anonimato. También sabéis que ya he publicado otros relatos, tanto aquí como en otros portales, con otro pseudónimo, teniendo la gratificación personal que su propio éxito me ha causado.

Hasta el momento, todos los relatos que he publicado han sido sólo producto de mi fantasía más morbosa y calenturienta. Sin embargo esta vez voy a contar la historia real de una mujer que en la actualidad regenta un bar en la localidad valenciana de Alborada, donde el destino me llevó hace poco gracias a mi trabajo, y cierto suceso acaecido allí, y no tiene nada que ver con la misma historia, por lo que omitiré a conciencia.

La mujer de la que hablo es una señora de cuarenta y siete años que, como he dicho, regenta una cafetería en la actualidad, pero que hace unos años era una de las voces más importantes de la canción española.

Mantendré su nombre profesional de entonces oculto, pero se llama Cristina y, a pesar de su edad, aún mantiene un tipo estupendo, y una gran simpatía, de la que hizo gran alarde conmigo, y que me conquistó en seguida.

Esta historia, que contaré en primera persona, con todo lujo de detalles, tal y como me la contó ella, y tratando de ser tan explícito y pasional como fue ella mientras lo relataba, es según ella una de sus experiencias sexuales más significativas, y que la hicieron comprender y apreciar el sexo con la grandeza que sin duda este tiene.

Yo puedo dar fe de ello, puesto que tengo la grabación del relato, de la cual hago una práctica transcripción sin apenas licencia alguna.

Recuerdo aquella noche de hace veinte años como si todo hubiera sucedido ayer. Qué joven era, tan sólo contaba con veintisiete años, una prometedora carrera musical, miles de admiradores… Sin duda mis años dorados.

Nos acababan de conceder un disco de platino, el primero de dos, y el premio por los grandes esfuerzos y apuros que habíamos pasado para llegar a él. Aquel verano estaba plagado de conciertos. Recuerdo la llegada a Madrid dentro del camión, mientras lo aparcaban en Las Ventas. Hacía un calor horrible en aquel jueves de agosto. Yo llevaba unos pantalones cortos y una camiseta pegada por el sudor. Fran y Lluís, guitarra y bajo respectivamente, lucían tipo y esos tatuajes que me encantaban. Había fantaseado muchas veces con ellos, pero eran del equipo, y ya sabes lo que se dice, que es mejor no liarse con tu gente, que sólo deben ser parte del equipo, así que no se me había ocurrido hasta entonces llegar a mayores con ellos.

Yo estaba cansada por el viaje, así que me fui directa al hotel. Estaba muy apartado de allí, en Chamartín, así que Lucía, mi manager, se ofreció a llevarme en su coche. Allí me di una ducha y me acosté a dormir la siesta, no sin pedir antes en recepción que me avisaran en dos horas, para ir a Las Ventas y empezar con los ensayos, mientras preparaban el escenario y todos los medios técnicos. Teníamos sólo dos días para prepararlo todo, pues el concierto tenía lugar el sábado por la noche.

Me quedé dormida pensando en Fran y en Lluís, como muchas veces, aunque en aquella ocasión noté mi humedad de forma especial. Sin embargo, no quise desperdiciar tiempo en masturbarme, práctica que hice común como inauguración de los hoteles que visitaba.

Me despertó el recepcionista, como habíamos convenido, y me di otra ducha, vistiéndome a continuación con ropa informal, cómoda para los ensayos. Cuando bajé de la habitación, Lucía ya me esperaba en la puerta del hotel.

—¿Estás descansada? —me preguntó—. Hoy tienes una dura tarde de ensayo.

Me estiré bostezando y le dediqué una cálida sonrisa.

—Por supuesto —le dije—, aunque te aseguro que hubiera preferido ir de compras a El Corte Inglés.

—Eso ya podrás hacerlo mañana por la mañana.

Me subí al coche y Lucía arrancó sin más preámbulos. Se estaba bien dentro del coche. En aquel tiempo no había muchos vehículos con aire acondicionado, pero ella se cuidaba en esos detalles, además me seguía a mi y al equipo por todas las ciudades de la gira, y aquel era un verano especialmente caluroso.

—¿Está todo el equipo preparado?

—Casi —me contestó—, aunque faltan los ajustes de audio. Han dicho que los harán contigo.

—Bien.

Cuando llegué a Las Ventas estaban montando el escenario, preparando el patio frente al escenario y poniendo la publicidad de los patrocinadores. Los músicos estaban afinando los instrumentos. Les saludé desde debajo del escenario.

—¿Te importa que me quede a mirar? —preguntó Lucía, sentándose sobre uno de los bafles auxiliares. Le gustaba vernos ensayar, era un encanto.

—Claro que no.

Subí por las escaleras laterales y me crucé con Lluís justo bajo los cables del telón.

—¡Hola princesa! —siempre me llamaba así—. Lo tenemos todo listo.

Nos dimos dos besos, y en aquella zona teníamos que estar muy pegados. No me habría dado cuenta, pero noté un bulto duro en su entrepierna. ¡Estaba excitado! De repente vinieron a mi los recuerdos de aquella tarde antes de quedarme dormida, y reconozco que me sonrojé. No sólo por tener aquella certeza, sino también porque sentí cómo yo misma me empapaba.

Nos separamos enseguida, pero a partir de aquel momento no conseguí concentrarme en toda la tarde.

Subí al escenario y di dos besos a todos, dejando a Fran para el final. Supongo que para aquel momento ya estaba paranóica, porque aún no sé si fueron manías mías, o si Fran me había acariciado las nalgas mientras me ofrecía su mejilla para besarla. Aquel pensamiento me calentó aún más.

Como he dicho, la tarde fue un desastre, no atiné demasiado, desafiné como nunca, y no podía quitarme de la cabeza ni el bulto de Lluís, ni las manos de Fran.

Cuando volví al hotel no quise cenar con nadie. Pasé la velada sola y sólo después de masturbarme dos veces conseguí quitarme todo aquello de la cabeza.

Al día siguiente, el viernes, Lucía y yo nos fuimos de compras por la mañana. Estuve tentada de comentarle lo que me había pasado el día anterior, pero al final preferí no hacerlo. Me vino bien, porque aquella mañana nos lo pasamos estupendamente juntas. Incluso bromeamos en los probadores y nos reímos mucho.

Por la tarde el ensayo fue muy fructífero, y aunque de vez en cuando me sorprendía pensando en aquellos dos, conseguí estar concentrada y hacer bien mi trabajo. Supe que el concierto del día siguiente iría sobre ruedas.

Esa misma mañana me dediqué de nuevo a fantasear con ellos, y por primera vez en mi vida, me imaginé siendo la protagonista de un trío. En mi fantasía me imaginaba siendo colmada de caricias, besos y demás por Fran y Lluís. Incluso me atreví a imaginarme situaciones con ellos de los más morbosas y calientes. Estaba masturbándome como a mi me gustaba, desnuda completamente sobre la cama del hotel, conduciendo mis dedos por todas aquellas zonas sensibles de mi piel. Les imaginé penetrándome a los dos al mismo tiempo cuando llegué a un delicioso orgasmo mientras conseguía introducir en mi coño parte del mando a distancia del televisor

En este punto, como imaginaréis, tuve que interrumpir la entrevista, porque yo mismo me había puesto a mil con los últimos detalles, y ella vio que me estaba colocando continuamente el pantalón, muy molesto por la erección que llevaba en aquel momento.

Ella se dio cuenta y me sonrió.

—Espero no haberte puesto muy caliente con esto.

—Pues sí que lo has hecho —le contesté.

—Pero chico —me dijo quitándose el vestido, con aquella sonrisa pícara que ella tiene—, si aún no ha llegado lo mejor

Intenté ser profesional y resistir a la tentación, pero como algunas de vosotras sabéis, eso me resulta imposible, y cedí. Cuando se desabrochó el sujetador y vi sus pezones erectos frente a mi cara, no pude evitar empezar a lamerlos y succionarlos con fuerza.

Ella bajó sus manos a mi entrepierna y empezó a tocarme por encima del pantalón, mientras mis manos habían apartado su tanga y se mojaban con el calor de sus fluídos. Cuando introduje con fuerza dos de mis dedos en su vagina, dio un respingo y gimió abriéndose más para mi.

Disfrutó de mis tocamientos durante un par de minutos en los que mis dedos y mi mano entera se empaparon como si de un grifo se tratara.

—Hay que seguir con mi historia…—dijo entre jadeos.

—No me puedes dejar así ahora —le contesté.

—No te preocupes, no pienso hacerlo.

Se deshizo de mi mano y se arrodilló frente al sillón en el que estaba sentado, desabrochándome el pantalón y bajándolo hasta mis rodillas. Me sobó por encima del boxer, incrementando aún más la dureza de mi miembro, si es que a esas alturas eso era posible. Luego bajó mis boxer dejando al descubierto mi verga, que apuntaba enhiesta hacia el techo. Se quedó mirándola un momento, después la acarició, y pude tener un primer plano, desde arriba, de sus senos que, aunque no muy turgentes, sí eran generosos en cuanto al tamaño. Admiré los enormes pezones sonrosados que acababa de tener en mi boca hacía sólo unos minutos.

En un instante, atrapó mis testículos con su boca, succionándolos de uno en uno, causándome un poco de dolor. Luego su lengua fue subiendo lentamente hacia mi glande.

—Me encanta sentirla palpitar en la lengua —y sin decir más la engulló.

Soy incapaz de describir la felación que empezó en ese momento. Sólo sé que, en apenas un par de minutos estuve a punto de caramelo, y decidí avisarla, pues en aquel momento aún no conocía sus gustos.

—Cristina, si sigues chupándome así voy a correrme —paró un momento y sonrió.

—Pues hazlo, cielo —y volvió al ataque con su lengua mientras su mano atacaba a mis testículos en un maravilloso masaje.

Sentí el orgasmo mientras ella apretaba la base de mi verga con los labios y trabajaba el glande con la lengua. No quise cerrar los ojos y vi cómo en mis tres descargas su garganta se movía tragando todo néctar que yo le daba.

Tenía su pelo cogido con mis manos, y tuve que tirar de él cuando el dolor sustituía al enorme placer que esta mujer acababa de proporcionarme.

—Ahora te toca a ti —le dije.

—De eso nada, encanto. Pienso esperar a que te pongas de nuevo a mil con mi historia. Quiero sentirte dentro un buen rato

El sábado hubo ensayo por la mañana. La tarde sería para descansar un poco, antes del concierto, y quería elegir un conjunto que impresionara a mi público. Fue Lucía, como siempre, la que me acompañó a comprarlo.

Era un conjunto muy provocativo, de tela negra semitransparente en lo superior, no muy común en la época, pero que realzaba mis formas. Ana Torroja solía utilizar ropa similar en sus conciertos, y pensé que a mi me quedaría mejor. Abajo una falda muy corta por encima de unas medias de colores, y botas por encima de los tobillos, de media caña, también negras. Me veía fantástica.

—Estás estupenda —me dijo Lucía—, si no fuera porque soy tu manager, no sé lo que te haría.

—Pues nada, un día te animas y te subes al hotel conmigo —le contesté bromeando.

—No me tientes

Me miró con una sonrisa pícara, como solía hacer ella, y pensé si lo diría en serio. Yo aún no había probado el sexo entre mujeres, aunque reconozco que también había fantaseado alguna vez con aquello. De hecho, me dije que si alguna vez lo probaba me encantaría que fuera con ella. Nos habíamos hecho muy amigas, compartiendo momentos inolvidables.

Terminamos las compras y la invité a comer en un lujoso restaurante de Chamartín, muy cerca del hotel, junto a la M-30. Durante la comida estuvimos hablando de cosas triviales, pero cuando menos lo esperaba me soltó:

—Te gustan Fran y Lluís.

Casi me atraganto con el pescado. Me quedé muda de asombro y no contesté.

—Bah, no pongas esa cara. He visto cómo les miras.

—No creerás que me liaría con alguno de ellos… —le contesté.

—¿Y quién habla de liarse? Yo hablo de sexo, mujer —se tragó lo que tenía en la boca y dio un sorbo a la copa de vino—. ¿O me vas a negar que están como un tren?

—No…, claro…, pero

—No te andes con remilgos. Están buenísimos. Yo misma he fantaseado mucho con ellos —me dijo, poniendo de nuevo esa sonrisa pícara.

—Bueno, yo también… —le dije, y me lancé al contraataque—. Y si tanto te gustan, ¿por qué no lo has hecho tú?

—¿Y quién te ha dicho que no lo he hecho?

—No me puedo creer que estemos hablando de esto

—Pues mira, chica —me dijo—, a mi me apetecía contártelo.

—¿Y qué tal? —pregunté como si nada, dándome cuenta de que quería los detalles más morbosos.

Ella se rió.

—Ja, ja, ja. Son estupendos, creo que es uno de los mejores polvos que he echado.

—¡¿Me estás diciendo que con los dos a la vez?! —pregunté estupefacta.

—Baja la voz, insensata, que nos van a oír. Sí, con los dos. Y te lo recomiendo de todas todas.

—Pues ya estás contándome todos los detalles.

Y vaya si me los contó. Tanto que sólo de escucharla me mojé entera. Nos reímos de lo lindo, pero llegó la hora de descansar un poco antes del concierto. Yo quería echar una siesta, así que le pedí que me acompañara al hotel.

—Oye —me dijo—, yo también quisiera echar una siesta y no tengo nada que hacer esta tarde. ¿Te importa que suba contigo?

—Claro que no, hay sitio de sobra en la suite.

Dejó el coche en el parking del hotel y subimos juntas a la habitación.

—Bueno, yo dormiré en el sofá —le dije.

—Ni hablar, el sofá es para mi.

Comenzó a desnudarse quedándose sólo con el sostén y las braguitas. Yo hice lo mismo y me tumbé en la cama. Ella puso la tele.

—No te preocupes —me dijo—, la pondré bajito para no molestarte.

—Como quieras.

Me quedé dormida de inmediato. No quise fantasear porque estaba ella, aunque pensé que tenía una bonita figura.

Me desperté al cabo de un rato y abrí los ojos sin moverme, no quería despertarla si dormía. Vi en el reloj que sólo había pasado media hora. Miré hacia el televisor y vi que estaba encendido. Cuál fue mi asombro cuando lo que vi en pantalla fue una escena porno en la que una chica, no mucho mayor que yo, le hacía una felación a un tipo de color con un miembro enorme. Miré a Lucía y mi asombro fue aún mayor, pues la vi mirando fijamente la pantalla mientras se masturbaba como una posesa. Ella no se había dado cuenta de que yo estaba despierta, y yo me quedé mirándola estupefacta. No quería que me descubriera, pero por otra parte no podía apartar la vista de ella.

Poco a poco mi sorpresa fue mudando en calentura, y sin saber cómo, me encontré abierta de piernas y acariciándome yo también. Pero cometí el error de gemir un poco más alto que ella, entonces se giró y me descubrió.

Primero puso cara de susto, nos habíamos quedado las dos calladas y quietas. Luego volvió a obsequiarme con su sonrisa. Se levantó del sillón y vino hacia mi.

—Espera —empecé—, yo no

—Shhh —me dijo, poniendo su dedo índice en mis labios, haciéndome callar. Me inundó la nariz el olor de su sexo mojado, y dejó mis labios humedecidos. Pasé mi lengua por ellos y también lo saboreé. Un torrente se deslizó por mis muslos cuando sentí sus labios sobre los míos. Entonces me rendí, y supe que esa tarde iba a ser de total disfrute.

Cuando separó sus labios de los míos, traté de hablar:

—Lucía

—Shhh —volvió a decirme al oído—, déjate llevar y disfruta.

Llevó sus manos a mi entrepierna.

—Estás empapada… Date la vuelta.

Hice lo que me pedía sin discutir. Me puse bocabajo y empecé a sentir su lengua en mis orejas y sus pezones acariciando mi espalda. Se había quitado el sostén y ahora me desabrochaba el mío. Fue bajando suavemente por mi nuca con los labios. Mi piel se puso de gallina cuando recorrió con la lengua los hoyuelos de mis omoplatos, embadurnándolos de saliva tibia.

Luego siguió descendiendo, dándome pequeños mordiscos, al tiempo que cogía mi tanga, suavemente con los dedos y me lo quitaba. Siguió bajando hasta la base de mi espalda, y sentí sus manos acariciando mis nalgas. Empezó a abrirlas, despacio, y un cúmulo de sensaciones se apoderó de mi cuando sentí su lengua jugueteando con mi ano. Recuerdo el placer que sentí, la ternura que volcó en aquel acto hizo que todos mis perjuicios desaparecieran. Sentí su lengua tratando de entrar por detrás mientras sus manos me abrían cada vez más.

—Date la vuelta.

Obedecí.

Puso su mano en mi mejilla, me acarició. Bajó con sus dedos jugando con mis pezones endurecidos. Yo me dejaba hacer sin chistar. Volvió a besarme. Esta vez introdujo su lengua en mi boca, buscando la mía, y encontrándola.

Entonces sentí su propia humedad en mis muslos. Se alternaba entre uno y otro frotándose contra ellos, contra mi. Qué delicioso intercambio de saliva en nuestras bocas.

Quise tomar la iniciativa, así que busqué sus pechos con mis manos, encontrando unos pezones pequeños y duros como botones. Sacó su lengua de mi boca y me los ofreció. Los atrapé entre mis labios, los chupé y los succioné con fuerza, dándole pequeños mordiscos que la hicieron gemir. Al mismo tiempo deslicé mis manos por su espalda, hasta llegar a sus nalgas, que acaricié con ternura y deseo.

Yo aún estaba bocarriba, así que ella se abrió de piernas y puso su jugoso coñito frente a mi cara. Supe de inmediato qué era lo que debía hacer. Acerqué mi lengua mientras abría sus labios, buscando su clítoris. La introduje lentamente, pero con fuerza. Ella gimió con intensidad. Lamí, comí, mordí… Hice todo lo que se me ocurrió para darnos placer.

Ella se dio la vuelta y quedamos en un perfecto sesenta y nueve. Me volví loca de gusto cuando ella empezó a lamerme mi coño. Le metí dos dedos y empecé a comerle el culo. Era delicioso.

—Por favor… —me dijo entre jadeos—, por favor, lléname el culo también.

Lo tenía muy dilatado y no tuve ninguna dificultad en meterle dos dedos. Cómo se movía mientras la follaba ambos orificios. Noté su orgasmo de inmediato. Aplastó su coño contra mi boca y descargó un torrente de jugos que tragué con avidez. Al momento llegó mi orgasmo mientras ella succionaba mi clítoris. Fue delicioso, como nunca antes lo había sentido.

Nos quedamos así, tumbadas en esa posición, dándonos besos en nuestros coñitos de vez en cuando, abrazadas cada una a las nalgas de la otra, descansando. Luego nos tumbamos y nos abrazamos. Besándonos cada vez que nos apetecía.

—Ha sido estupendo —le dije.

—Sí, lo ha sido.

—¿Repetiremos?

—Siempre que quieras —dijo ella besándome de nuevo—, pero tendríamos que ponernos en marcha.

—Claro.

Nos metimos juntas en la ducha, y al salir, mientras no secábamos, me dijo:

—Tengo una sorpresa para ti esta noche.

—¿Ah sí? —pregunté ilusionada, pensando que volveríamos a estar juntas.

—Sí, esta noche lo harás con Fran y Lluís, pero con una condición.

—¿No crees que han sido muchas emociones para un solo día? —pregunté algo asustada.

—Para nada. Esta noche te lo pasarás mejor que nunca.

La idea me excitó.

—¿Y cuál es la condición?

—Que yo tengo que ver cómo lo hacéis

—Claro, y seguro que querrás participar —le dije bromeando.

—¿Te molesta?

—Ja, ja, ja. Claro que no, para nada —le contesté divertida.

—Entonces yo me encargo de todo.

Después de lo que acababa de escuchar, de los tintes y la calidad de lo que estaba grabando, y como comprenderéis, yo ya estaba de nuevo con una tremenda erección. Y teniendo en cuenta que Cristina y yo llevábamos mucho rato desnudos, no tenía cómo esconderla.

—¿Ya estás otra vez así? —me preguntó picarona.

—¿A ti qué te parece, después de lo que me estás contando?

—Eso está muy bien, y por el tamaño y dureza que tiene —dijo acariciándomela—, esto promete.

Y tanto que prometía.

Esta vez se acercó a mi, y apartando la grabadora se sentó a horcajadas sobre mi miembro, haciendo que los dos exhaláramos un profundo gemido. Empezó a cabalgarme con fuerza, cogida a mi nuca por las manos, lo cual aproveché para volver a saborear sus enormes y durísimos pezones, los cuales lamí y mordí con fuerza hasta que casi se me quedó dormida la lengua. Yo le agarraba las nalgas, acariciándole el ano hasta que conseguí introducir el dedo anular y a moverlo dentro, tratando de dilatárselo.

Al poco empezó a cabalgarme más deprisa, hasta que echó la cabeza hacia atrás y con varios gemidos profundos, supe que acababa de correrse. Se quedó quieta, pero mi miembro continuó en el interior con la misma erección.

Después de unos minutos me miró sonriendo y empezó a moverse de nuevo.

—Cómeme el culo —me dijo—, quiero que me lo folles desde atrás.

Se puso en pie y cogiéndome de la mano me hizo acompañarla hasta la habitacón.

—Túmbate —volvió a decirme.

Nos recostamos en un sesenta y nueve delicioso. Mientras ellas me hacía una mamada exquisita de poya y huevos, yo me dediqué a comerle el coño y especialmente el culo, hasta que tres de mis dedos entraban y salían de él con facilidad. No sé cómo aguanté tanto sin correrme de nuevo.

—Ya estás lista —le dije.

Ella se levantó y se puso a cuatro patas. Apoyé mi verga en la entrada de su ano y empujé despacio hasta que sentí que mis testículos se empapaban con los jugos de su coño. Entonces empecé un frenético mete-saca. Le cogí del pelo con la izquierda mientras palmeaba sus nalgas con la derecha. Sentí sus dedos acariciándose entre las piernas.

—¡Así, así!¡Fóllame! —era lo único que escapaba de su boca entre gemidos—. ¡Lléname el culo de leche!

No estoy acostumbrado a que me digan estas cosas en la cama, supongo que por eso me excité aún más, y en la última embestida me tumbé sobre ella cogiéndole los pechos y apretándoselos con fuerza. Entonces la inundé. Sentí el calor de mi propio semen vaciándose en su culo, y nos quedamos así tumbados, hasta que me verga se aflojó y lo abandonó.

—¿Qué te parece si me sigues contando lo que pasó? —me sonrió y empezó a contarme de nuevo, mientras yo corría al comedor a recoger la grabadora.

Llegó la hora del concierto y yo estaba detrás del telón, escuchando a mi público gritar exaltado para que subiéramos a tocar. Yo iba más provocadora que de costumbre. A mi izquierda Fran, y a mi derecha Lluís. Detrás el batería, el teclista y las chicas del coro. Las luces se encendieron y empezamos a tocar poco antes de que el telón se hubiera levantado por completo.

Durante dos horas fue un concierto que muchos de mis fans no habrán olvidado, y al final la canción de cierre y el bis. Fue precisamente con el bis cuando empezó el plan ideado por Lucía. Fran empezó a tocar acercándome a mi, y cuando estuvo a mi lado dejó de rasgar la guitarra y empezó un solo de bajo de Lluís. Fran me cogió de la cintura y bailamos juntos. Acariciaba mis nalgas mientras me tenía cogida, sin que el público se diera cuenta. Luego fue Lluís quien intercambió papeles con Fran, apretándose contra mi, haciéndome sentir la dureza de su erección. Me excitó muchísimo.

El concierto terminó y Lucía dijo que fuéramos al hotel a celebrarlo. La muy pícara había alquilado una suite enorme donde nos fuimos los cuatro con una botella de champagne.

Ella traía una minifalda negra y se sentó junto a mi. Ellos estaban de pie bebiendo.

—Ha sido un concierto estupendo —dijo Fran invitando a Lluís a brindar con él.

—Y que lo digas —dijo Lluís—. Se lo debemos a nuestra estrella.

—Vosotros también habéis estado fantásticos —dije yo, tratando de hacer gala de una modestia que nunca he tenido.

—Bueno chicos —dijo Lucía de pronto—, yo voy a ducharme. Estoy sudada y hace un calor tremendo. ¿Por qué no nos duchamos juntas? —me preguntó—. Así no les hacemos esperar.

—Claro que sí —dijo yo intuyendo sus intenciones.

Nos fuimos las dos cogidas de la mano.

El baño era enorme, con un plato de ducha que tenía las mamparas semitransparentes, y un jacuzzi enorme en una esquina. Nos desnudamos y entramos juntas en el plato de ducha. Cuando estuvimos dentro nos enjabonamos la una a la otra, y en seguida sus manos se fueron a mis pechos.

Era un poco incómodo, y mientras me lamía los pezones, abrió la puerta que quedaba a mis espaldas. Se enderezó y empezó a acariciarme la entrepierna mientras me besaba. Así estuvimos tocándonos un rato hasta que nos dimos la vuelta. Y allí estaban aquellos dos disfrutando del espectáculo que les habíamos dado.

—Por nosotros no paréis —dijo Lluís, que se frotaba la entrepierna por encima del pantalón. Fran no se tocaba, pero se adivinaba su erección por debajo del pantalón de cuero.

—De eso nada —dijo Lucía—, vosotros nos habéis visto a nosotras. Ahora nos toca a nosotras disfrutar del mismo espectáculo.

—¡Ni hablar! —contestó Lluís.

—Venga tío —le dijo Fran—, ¿o es que no quieres pasar una buena noche con estas dos bellezas?

Nosotras dos nos sonreímos, y yo me excité aún más pensando en el buen espectáculo que a presenciar. Fran se desnudó y se metió en la ducha, ofreciéndonos sin ningún pudor la visión de una hermosa verga erecta. Llusí se metió también en la ducha, con Fran. La poya de Lluís era enorma, y me empapé sólo de pensar en lo que iba a pasar.

—No te hagas el remolón, tío —le dijo Fran dándole una palmada en las nalgas a Lluís.

Yo me lo estaba pasando de lo lindo con aquello, pero ellos no parecía que fueran a llegar más lejos, o al menos tanto como nostras.

Lucía me acariciaba por encima de la rodilla, y yo no podía dejar de mirar aquellas vergas duras.

—Venga, chicos, ¿por qué no os tocáis un poco para que lo veamos? —le dijo Lucía.

—Como broma ha estado bien, pero

—Sin peros o no nos catáis —le corté a Lluís lanzándome al ruedo.

Fran ni se lo pensó. Cogió la poya de Lluís y empezó a masturbarle. Lluís dio un respingo, pero sin dejar de mirarnos le dejó hacer. Poco a poco pareció desinhibirse, y su verga no perdió ni un ápice de erección.

Fran se acercó aún más, frotando su verga contra el culo de Lluís.

—Ni se te ocurra… —le dijo.

—Fran, cómesela, queremos verlo —dijo Lucía.

Lluís le miró, pero él, ni corto ni perezoso se arrodilló, y sin dejar de masturbarle, engulló su tranca hasta el fondo. Lluís dio un respingo y soltó un gemido.

Luciía me cogió de la mano y nos metimos en el jacuzzi.

—Os habéis ganado un premio —les dijo.

Se puso de pie frente a mi y abrió la piernas. Yo supe en seguida lo que quería, y empecé a comerle el coñito a mi amiga.

—Fran…, voy a correrme —dijo Lluís.

Creí que Fran lo dejaría estar, pero chupó con más fuerza y Lluís tuvo dos espasmos.

—Joder, tío, cómo la chupas, no pares ahora —le dijo a Fran. Luego gimió con fuerza y supe que le estaba llenando la boca de leche.

Cuando acabó, Fran se levantó y besó a Lucía pasándole parte de la leche de Lluís. Para mi fue algo tan morboso que creí que me vendría en ese momento. Lluís se acercó, con su verga fláccida, y mientras Lucía y Fran seguían morreándose, Lluís me dijo.

—Venga, pónmela dura otra vez— y me la plantó en la cara. Yo abría la boca y tragué aquel trozo de carne. Empecé a mamarlo como si me fuera la vida en ello. Tenía restos de semen que le limpié con la lengua, y empecé a notar cómo de nuevo se endurecía dentro de mi boca.

Vi que Lucía también se la estaba comiendo a Fran. En ese momento Fran se corría, tanto que a Lucía no le daba tiempo a tragar, así que se la solté a Lluís y decidí ayudarla. Su semen me pareció delicioso, y ¡en qué cantidad!

Noté entonces la poya de Lluís que intentaba penetrarme, así que abría las piernas y me la metió de un empujón. Empezó a follarme con fuerza y tuve un orgasmo fabuloso.

Me la sacó, y Lucía aprovechó la situación para ser follada por Lluís, que no dudó en metérsela de inmediato.

—Ahora chúpamela a mi —me dijo Fran—, pónmela otra vez dura, princesa.

Parecían insaciables los dos. Le hice lo mismo que a Lluís. Tardó un poco más, pero al final cogió de nuevo dureza. Sentí los dedos de mi amiga hurgando en mi ano mientras Lluís se la follaba. Al momento Fran puso su poya en la entrada de mi culo y empujó. Recuerdo un leve dolor inicial, pero pasó rápido.

No sé cómo, pero Lluís se acomodó debajo de mi y consiguió metérmela en el coño mientras Fran me follaba el culo. Lucía me puso el coño en la boca y se lo comí metiendo mi lengua todo lo que podía. Llegué a mi segundo orgasmo cuanto sentí el torrente de sus jugos en mi boca. De inmediato noté que las embestidas de Fran en mi culo se hacían más fuertes, y un agradable calor me inundaba por dentro.

Noté mi culo lleno de leche, y entonces Lluís también se vino dentro de mi.

Los cuatro nos quedamos exhaustos, y apenas sin poder movernos

No sé cómo conseguí aguantar hasta el final del relato, pero lo hice. Sin embargo en aquel momento apagué la grabadora y me tiré encima de Cristina. Fue un polvo sin igual que no merece ya la pena contar aquí.

Dentro de poco, volveré con una nueva aventura.