Descubriendo a Cris. 9. Despistes y mentiras.

Tras haber conseguido lo que parecía imposible, Migue se encuentra desbordado. Que Cris hubiera rellenado el cuestionario sexual ofrece más quebraderos de cabeza que respuestas. Desgraciadamente, no es lo único a lo que debe enfrentarse. Un insistente pretendiente y un despiste lo cambiarán todo.

9. Despistes y mentiras

Viernes 8 de noviembre

La noche D

La llamada se cortó en seco. Piii... Piii... Piii… Mi alargada sombra, proyectada sobre las inmundas esquinas, se congeló de repente, oscuras siluetas inertes. Cris me había colgado, dejándome con la palabra en la boca y el rostro desencajado. El eco del callejón, testigo de mi angustia, me devolvió mi propia voz . ¡¿Dónde te has metido?! ¡¿Con quién coño estás? ! No podía concebir que me enviara al patíbulo con semejante frialdad. ¿¡Por qué me haces esto!? Sus jadeos acababan de destrozarme el alma, sus palabras más dolorosas que una patada en los cojones. «No... Ahhhhh..., no..., no vengas, nene..., ahora no... Ahhhh, dios mío... Uffff... No..., al parking no, ni se te ocurra... Mmmmmm... Luego te explicoooo... Ohhh, por favorrrrrr... Piii... Piii... Piii... ». Había bebido más de la cuenta, cruzado las líneas de la desinhibición y asomado al barranco de la tentación, ¡yo había sido testigo de ello!, pero ¿hasta el punto de mandarlo todo a la mierda por culpa de un juego del que siempre ha salido victoriosa? ¿Así de bajo estaba el listón? ¿Tan poco valoraba en realidad nuestra puñetera relación? No, no, imposible, me negaba a creerlo, no podía ser verdad; debía estar dormido y algo me impedía despertar. Era eso, sin duda. Me llegué incluso a abofetear para salir del trance, quería cerrar y abrir los ojos y encontrarme en casa... Pero no, todo estaba ocurriendo en el mundo real, no demasiado lejos de donde me hallaba. El corazón me iba a estallar, una sensación de ahogo comenzó a sofocarme.

No me hagas esto, ahora no...

La telefoneé de nuevo, dos veces más, conteniendo la respiración en mitad de la apestosa callejuela, con la camisa empapada. Cógelo, vamos... Mas no tuve suerte, me saltó el contestador. ¿Sin cobertura? ¿Sin batería? ¿Sin ganas de que interrumpiese...? Mis niveles de frustración sobrepasaron el máximo tolerable y me entregué a la más absoluta enajenación. El resultado final de cuanta provocación había sido testigo me había dado la puntilla por sorpresa, sacado de mis casillas. Así que llegado a tal punto de locura, haciendo caso a un primitivo instinto y a mi estado de ebriedad, e ignorando las súplicas cargadas de lujuria de Cristi, hice lo único que podía hacer en ese momento: correr en su búsqueda, hasta las últimas consecuencias. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Quedarme de brazos cruzados mientras ella y el otro...?

En absoluto , me convencí. Demasiada observación pasiva durante la madrugada. Era hora de actuar, de detener aquel despropósito. Así que corrí. Corrí como alma que lleva el diablo deseando que no fuese demasiado tarde.

Iluso de mí.

Atravesé las viejas y estrechas callejas del centro a trompicones, resbalándome al tomar alguna esquina a causa del sirimiri y el resbaladizo embaldosado del casco histórico. Un revoltijo de sensaciones me iba gobernando: desde el desengaño y la desilusión a la rabia, la impotencia y la ira. Incluso se me vinieron a la mente las advertencias de mi primo. Incluso las de mi hermano. A mi alrededor, el mundo parecía distorsionado, como si lo viese a través de una de esas lentes con efecto ojo de pez. Solo mis brazos y mis manos, extensiones de mi cuerpo que hacían de avanzadilla hacia el parking y evitaban que me estampara contra farolas, paseantes nocturnos y escaparates, me recordaban que el que estaba viviendo la escena era yo y no la protagonista de un videoclip de The Prodigy.

¿Cómo habíamos llegado a este punto, por favor? ¿Por qué no reaccioné antes viendo la pasividad de Cris? ¡Todo ha pasado demasiado rápido! , me lamentaba resoplando, secándome con la manga de la camisa algunas lágrimas que achaqué al frío, al viento y a la tremenda galopada.

Enfilé calle Cervantes y divisé el parking a unos cincuenta metros. Empapado en sudor tras un par de minutos a la carrera, no pocas miradas se fijaban en mí, un tío con la preocupación escrita en el rostro y sin aliento. Como si me importaran. Levanté la mirada, eché un rápido vistazo a la octava planta del aparcamiento público y di un último esprint. En su garita, el viejecito encorvado me vio subir a toda leche. El cartel seguía colgado del tirador metálico del ascensor, que parecía burlarse de mí:

FUERA DE SERVICIO

El infarto era inminente.

¿Cómo lo había permitido?, me repetí. Joder, en mis putas narices, se la ha llevado en mis putas narices... Pensaba que Cris..., bueno, que Cris iba a comportarse como había descrito en el maldito test; sí, dejándose llevar si la ocasión invitaba a ello, dándole una alegría a su ego y sabiendo cuándo parar, ¡si incluso me había parecido excitante verla así con aquel tío, para qué negar tal extremo!... Pero no, esos gemidos no tenían absolutamente nada de divertido. ¡Y sonaban muy pero que muy reales!

Mi vida se hace pedazos...

Subí los escalones de tres en tres, describiendo una espiral ascendente y vertiginosa alrededor del espacio que ocupaba el hueco del ascensor. Me detenía en cada planta, buscaba a mi novia en el interior de cada uno de los coches estacionados y subía a la siguiente como un rayo. Un dolor se me cogía en el estómago al hacerlo. Me consumía por dentro al superar cada nivel, pero el tiempo se agotaba. Tras examinar la penúltima planta del parking, me detuve. Saqué fuerzas de donde no tenía, respiré hondo y, sin remedio, calibré las consecuencias reales de mi aparición en el último piso. No pude evitar preguntarme qué coño había salido mal cuando todo parecía indicar que las aguas volvían a su cauce con más fuerza que nunca.

Tenía que echar la vista unos días atrás para intentar cuadrar lo que a todas luces estaba sucediendo en el último piso del aparcamiento. Comprender y asimilar de alguna manera lo que estaba a punto de ver.

Algo se me había escapado. Pero... ¿qué?

*

Lunes 4 de noviembre

El trueno quebró el silencio de la madrugada y me arrancó de las garras de Morfeo. Su estruendo, que se prolongó durante unos segundos por los cielos hasta aplacarse por completo, dio paso a la lluvia. Primero fueron unas gotas sobre el alféizar de la ventana, un leve chisporroteo; después llegó el chaparrón.

Eran las siete menos cuarto de la mañana del primer lunes de noviembre y no dejaría de llover hasta el domingo siguiente. Putos Guns N’ Roses. Con retraso y una bajada generalizada de temperaturas, el otoño había llegado. Junto a él, la normalidad tras el Puente de todos los Santos.

Aparté la sábana y me senté en la orilla de la cama. Estaba cansadísimo, somnoliento, agotado física y mentalmente. Hasta me costó esfuerzo extender el brazo para agarrar el teléfono. Un pequeño bostezo fue telonero de otro más intenso. Apenas había dormido tres horas y aún intentaba procesar los hallazgos tras el cuestionario sexual. Indigestos, qué voy a decir a estas alturas. Un millón de interrogantes me asaltaban. No era lo único que me mantenía en un vilo constante. En la pantalla del móvil, como ocurrió durante la madrugada, la captura que le había hecho a la foto de perfil de WhatsApp del «misterioso escribidor nocturno», de cuyo número teléfono me había apropiado, refulgía frente a mis narices. No me suenas de nada, cabronazo , le dije al tipejo de pelo entrecano que me daba la espalda tatuada mientras contemplaba desde los acantilados las azulísimas aguas del cabo de San Vicente, en Ibiza. Por más que intenté ponerle rostro, no recordaba a nadie en el entorno del MöTu  o de la pandilla íntima de Nacho que encajara con el colega de la foto. Ni con su espalda coloreada ni aquella desgreñada melena atestada de blancas hebras.

Así que tú eres el que le escribe a mi novia de madrugada...

No tuve tiempo de dejarme llevar hacia pensamientos más oscuros y recurrentes, cuando el repiqueteo de unos tacones se aproximó a la habitación y la puerta se abrió con suavidad. Oculté casi por instinto el teléfono entre mis muslos y disimulé con un nuevo bostezo. Bajo el umbral, una morenaza vestida con vaqueros ajustados, camisa blanca y chaqueta celeste me observaba con esa mirada cristalina de quien lleva dos horas en pie.

—Venía a despertarte, pero veo que ya lo ha hecho la tormenta. Son casi las siete, nene. ¡Y no veas cómo llueve! —Cris sostenía uno de esos vasos de café desechables en una mano y el bolsito en la otra. Sonreía, como si disfrutara al llevarle la contraria al mundo. Y yo me pregunté si tenía delante a la Cristina de siempre o si mi visión de ella iba a verse influenciada irremediablemente por los descubrimientos de la madrugada.

Le agradecí el gesto, me aguanté las ganas de mostrarle la captura para que me confesara si el ibicenco le sonaba de algo y le pregunté si había hecho café para los dos. Me contestó que había suficiente café para todo el vecindario, pero que, sintiéndolo mucho, ella se llevaba la mitad en el termo. Comenzaba con las horas extraordinarias impuestas por la empresa para la planificación de la temporada primavera-verano e iba a estar dos semanas currando de siete de la mañana a siete de la tarde en la factoría —y posiblemente de siete de la tarde a siete de la mañana en casa si se lo proponía—. Hoy llegaba tarde e iba con prisas, lo que me vino bien para evitar incómodas preguntas relacionadas con mi tardío regreso a la cama la noche anterior. Aunque de haber habido turno de preguntas, creo que de mi boca hubieran salido un millón.

¿De verdad soy un triste seis? ¿Tan falto de imaginación me encuentras o la puntuación viene por eso de que te sientes atraída —a veces cohibida— por las pollitas bien gordas? ¿De verdad piensas que no me preocupo por satisfacerte cuando me he corrido? Y ya que estamos... ¿en serio has follado en el baño de un pub? ¿En el trabajo? ¿A bordo de un velero? ¿Dónde fue, en la cubierta o en un camarote? Joder, ¡y conmigo no te dejas hacer en público! ¿También con un tío que te sacaba ypicomil años? Y... ¿qué hay de aquel famoso trío con el empresario? ¿Se la chupasteis las dos a la vez? Por cierto, ¿hablamos de esas fantasías que tienes con desconocidos... o mejor con las que tienen como protagonistas a personas de tu mismo sexo? Por saber, ¿eh? No es que quiera yo meterme donde no me llaman...

Nos despedimos en la puerta justo cuando salía Paulo de su casa. Llevaba el uniforme de vigilante algo arrugado, barba de tres días y mala cara. Cris me hizo un mohín divertido dándole la espalda y acto seguido desaparecieron tras las hojas metálicas del ascensor. No tardé en regresar a la cama, de donde no me hubiera movido durante todo el puto día, y me arrebujé bajo las sábanas. La imperiosa necesidad de recuperar las horas de sueño que de nuevo me habían sido arrebatadas por mi propia idiotez me tentaba a quedarme en casa.

Los diez minutos que le regalé a la pereza me sirvieron para plantar las semillas que iban a germinar durante el día. Semillas de cacao... mental. ¡Pero es que no tenía de otra clase! Porque si pensaba que la madrugada del domingo se iba a convertir en un remedo de muro de contención que frenaría la hecatombe en que había transformado lo que se suponía que iba a ser un fin de semana de sexo y relax, no podía estar más equivocado. El dichoso mensaje era prueba fidedigna de ello, pero no el único motivo de inquietud. De nuevo, las imágenes de la noche anterior se dibujaron frente a mí. Eran la representación viva de mis miedos e inseguridades, a todo color y hasta en 4K. Obviando aquella información que maltrataba mis artes íntimas, a ningún hombre debería atormentarle el pasado de su pareja, soy consciente; pero ahí estaba yo, torturándome con un ayer que jamás conocí, un pasado que sin duda guardaría cierto paralelismo con el de cualquier hembra sana en edad reproductiva de veintitantos años. Más o menos... Y si tenía dudas, no me iban a faltar cuestionarios con los que comparar sus resultados. Como contrapunto absurdo, intentaba atiborrar el otro platillo de la balanza con aquellas vivencias propias que podían competir con las de mi novia. Como si una cosa pudiera compensar a la otra para equilibrar mi psique, convencerme de que haber vivido situaciones parecidas equiparaba nuestras formas de entender la vida. Incluso me llegué a plantear qué hubiera hecho yo si me hubiese surgido la posibilidad de hacer un trío con alguno de mis mejores amigos y una encantadora desconocida. O varios, que pedir es gratis. En fin, menudo pringado, soy consciente. Yo mismo había gestado el plan que me había reventado en las narices y la tremenda onda expansiva sería el precio a pagar por semejante osadía. No había excusas que valiesen un rábano.

En la ducha, sin poder desconectar de tanto martirio y retomando la tarea que había dejado a medias por la irrupción de Cris, analicé el trasfondo del mensaje, último acicate a mi turbación. Me había quedado claro que mi novia le había dado largas sutiles al chaval. No esperaba otra cosa, y no sé qué cojones esperaba él de una tía con novio. ¿Acaso Nacho no le ha advertido o qué coño le pasa al puto pelirrojo cocainómano? Pero también que el muchacho, confundido, resignado y fingiendo obediencia, parecía no darse del todo por vencido. « A esperar otra casualidad para poderte ver y bailar... Aunque pondré de mi parte ». Sin duda, el amiguito de Nacho, sea quien fuere, había cogido bastante confianza con una Cris que habría hecho alarde de todo su encanto y extroversión, especialmente si tanto ella como Chiqui habían cedido al libertinaje que concede el ron en vena. Sin duda debió ser un sábado movido. Se habrían conocido, risas y payasadas, habrían tomado algo y se habrían largado de bailoteo a Fuengirola. Tal vez después hubiera proseguido la tónica en el MöTu, aunque ignoraba tal extremo. No había sido mi chica demasiado generosa en detalles cuando le pregunté el día anterior, pintándolo como un sábado para el olvido. Y aunque al principio creí que la noche pudo transcurrir sin pena ni gloria, ahora no pensaba igual. Alguna influencia me hacía malpensar. Quisiera o no, los resultados del test arrojaban a todas luces una imagen de mi novia distinta de la que creía estar seguro de conocer; ahora, imaginármela más cerca de cualquiera de esas líneas rojas que separan la lealtad y el respeto del dejarse querer y desear me resultaba más sencillo. Especialmente en esos casos en los que nacen los condicionantes concretos que favorecen la universal atracción física entre humanos. ¿Me encontraba frente a uno de esos casos en los que habría tenido que inhibir todo posible deseo?

A medida que me mimetizaba con el lunes, no obstante, le fui restando importancia al mensaje y al hecho de que un desconocido, a pesar de que mediara Nacho entre ambos, pudiera haber intentado traspasar las líneas anteriormente mencionadas con mi novia —supongo que porque el resto de rayadas pesaban más, como las preguntas que se me atoraron en la garganta cuando Cris me dio los buenos días—. No era la primera vez que mi novia se veía en esas ni sería la última. Incluso conmigo delante. Una vez, a los pocos meses de comenzar a salir, mientras cenábamos en un restaurante, alguien le había metido en el bolso un mensaje escrito en una servilleta. En ella aparecían anotados un número de teléfono y una propuesta:

676 433 8394

POR SI TE DEJAN A MEDIAS ESTA NOCHE

Nos lo tomamos con cierto humor, e incluso pensamos en llamar antes de que Cris se deshiciera del papelito cuando la dejé en casa. Aun así, le di mil vueltas durante toda la noche... Quién coño habría sido el capullo de entre todos los posibles, en qué momento le habría echado el ojo a mi novia y cuándo habría cometido el crimen. Ahora que lo rememoraba, no podía evitar relacionarlo con esa pregunta del test que hablaba sobre las fantasías en los momentos de intimidad.

¿Una de esas ocasiones en las que se le activaba la imaginación al proyectar su mente qué hubiera ocurrido de marcar ese teléfono desconocido... a solas?

Si eso sucedió conmigo en frente, os podéis imaginar que no tardaría muchas miradas y acercamientos más en comprender que dejar a Cris sola con sus amigas era tentar al diablo —« […] en cuanto Migue se quita de en medio acuden como moscas, estoy cogiendo complejo de caca de perro, tía […]» —. Pero qué iba a hacer, yo mismo la había elegido presuponiendo estos... inconvenientes nimios de pareja. Si no confiamos el uno en el otro no hay relación posible.

¡La confianza lo es todo! ¡To-do!

Y en tal premisa debía centrarme aquel día para estabilizar mis funciones neuronales. Confianza y presente. Por supuesto, nada de evocar ideas universitarias ridículas, tríos con desconocidos, sexo con maduros, empresarios exigentes, chicas —¿quizás amigas?—  besándose entre sí, propuestas anales... ni grandes pollas profanando estrechos coñitos. Ni tampoco a exnovios que dicen « Ahora te cuento, ahora te cuento... Vas a flipar ».

Mis cojones y un palito, por más que lo intentara. Una pizca de cada una de estas turbaciones iba a estar siempre revoloteándome por la mollera. Lo que había descubierto me era demasiado chocante como para que se convirtiera en algo intrascendente a las pocas horas. Tardaría días. ¡O más! A mi favor diré que voluntad y madurez le puse al asunto.

*

Mi teléfono sonó por trigésima vez a las dos de la tarde, lo cual no era necesariamente  mala señal. Tampoco salieron de él pocas llamadas. Proveedores, bancos, mecánicos, clientes —media hora con Jacobo para ultimar los detalles del Audi Q8—, pedidos a fábrica, transportistas, entregas, MAPFRE, recogidas, citas, alguna queja, mi padre y su obsesión por el control, un par de consultas a un amiguete de la DGT... Esta vez, a diferencia de las anteriores, descolgué con una sonrisa nerviosa en los labios:

Ciao Salvatore, come stai? —saludé con un acento siciliano que avergonzaría a cualquier siciliano.

—Molto preocupado, capullini —contestó Salva, garante de la seriedad, al otro lado. Me lo imaginaba echado sobre su silla de dirección, piernas estiradas y cigarrito electrónico en mano, apoyando unos lustrosos zapatos sobre la enorme mesa de roble que preside su despacho. Más que psicólogo, debió hacerse bróker.

—¡Y yo ahora también, qué casualidad! Que me llames un lunes a la hora de almorzar no es lo habitual... Pensaba escribirte a lo largo de la semana. Cuéntame, ¿qué tal con Elena por Venecia? —pregunté para ganar algo de tiempo por si llamaba por el tema del cuestionario. Alguna excusa debía esgrimir si se había enterado de mi último periplo.

—Uy, si yo te contara, Mike... —dijo con toda la intención del mundo, aunque cualquier posible suspicacia que hubiera podido desprenderse de su tono aún quedaba a siglos luz de mi entendimiento—. Dejémoslo en que hay agua por todas partes, en cada esquina, demasiados turistas... y muchas góndolas llevando a demasiados turistas sobre el agua. Buenos aperitivos y mejores helados, se come bien, pero hay que pagarlo. Ah, y máscaras, muchas máscaras. Por aquí tengo un par, un bonito souvenir . También hay que pagarlas. La plaza de San Marcos no está mal, tampoco la Biennale. Curiosa y preciosa arquitectura urbana la de esta ciudad única, ideal para fotógrafos urbanitas. Una pena que todo vaya a acabar en el fondo del mar más pronto que tarde —añadió con tono de fingida resignación—. Te recomiendo una visita inmediata, a menos que la quieras admirar buceando. Pero ya te contaré el fin de semana mi aventura por Venecia. Ahora háblame de Mori, anda.

—¿De Mori? —pregunté sorprendido, aunque en el fondo agradecí que me preguntara por él y no por mis chaladuras—. No sé qué decirte, llevo toda la puta mañana intentando localizarlo y no hay manera. ¿Lo mencionas por algo en particular? —Quise saber ocultando un deje de sospecha.

—Me escribió a primera hora un mensaje atípico, impropio de él, pero por más que lo he intentado yo también... no hay manera de que descuelgue el teléfono. Como a ti, me ha extrañado que alguien del equipo me escriba un lunes... y más extrañado me he quedado por el contenido. ¿Hay algo que puedas adelantarme?

Fue a la yugular; a su manera, pero a la yugular. No me fui por la tangente. Era la oportunidad de alejar de mí unos focos que buscaban a otro protagonista. Suspiré antes de entrar en materia.

—Jana lo dejó anoche. Por lo visto es definitivo —le aclaré más relajado mientras ordenaba unas facturas y hojeaba unos trípticos antes de salir a comer. En la pantalla del iMac una de tantas tiendas eróticas online que había visitado aquella mañana, incluida la web de El sueño de Chloé. Había que comenzar cuanto antes a sacarle provecho a la información positiva obtenida del cuestionario, no todo iba a ser lamerme las heridas y darle vueltas a lo que había follado o dejado de follar Cris antes de conocerme. Además, tenía que subir nota. Había llegado a la conclusión de que si la morenita de mi corazón ansiaba probar tantísimas cosas nuevas, es porque a menudo pensaba en un sexo del que aún no habíamos disfrutado. Si lograba participar de esos pensamientos suyos tan íntimos y ser parte esencial de nuevas fantasías, abriría interesantes horizontes para ambos. Lo sabía de primera mano.

—Joder, ¿definitivo... definitivo? Ha debido pasar algo gordo, con todo lo que se han estado tolerando estos años.

—Eso parece —mentí, porque no solo parecía algo definitivo, también lo era—. ¿Qué fue lo que te dijo exactamente?—. Ya había metido en la cesta de una empresa local unos nueve artículos, por tenerlos localizados e interesarme por ellos más tarde.

—Dijo mucho con pocas palabras. Me ha escrito diciéndome que me llamaría para hablar conmigo a lo largo de la semana, que necesitaba al Salva profesional. Mori no es de los que piden ayuda, y menos a un psicólogo. Debe estar tocado de verdad.

—Pienso lo mismo —confirmé sin querer añadir el matiz de los cuernos que le habían metido—. He... Ha pasado un fin de semana... jodido. Jana estuvo fuera unos días y justo regresó ayer... No tardó en volver a pirarse, por lo visto. Así que... sí, está fastidioso... —Y mucho más de lo que yo pensaba. Que se pusiera en contacto con Salva para contarle sus penas sin haber pasado por mí significaba que había cruzado el límite de la cordura, ese al que me acercaba y del que alejaba yo constantemente.

—Fastidioso... —respondió él, degustando el adjetivo en el paladar—, bonito eufemismo.

—De todas formas, si te soy sincero, prefiero que sea él el que te ponga al tanto y mantenerme al margen hasta que esté preparado para abrirse conmigo. Yo no soy el psicólogo, Salva, y está claro que no va buscando consuelo, sino cierto tipo de ayuda profesional—añadí conciliador para deshacerme de una responsabilidad que no me correspondía. Esteban me había dejado claro en su último mensaje que no tenía ganas de hablar.

No pude evitar extrapolar a cada momento la cornamenta de mi amiguito a las locuras cometidas durante el fin de semana. El mundo se había vuelto del revés. Ahora él necesitaba ayuda por un mal de amores como yo la necesité unas noches atrás por un mal de estupidez. Lo que me llevaba a rememorar, como es normal, el punto de partida de semejante ataque de estupidez: el caso Tania Morales. Bajo ninguna circunstancia podía Salva enterarse de lo del cuestionario sexual, me repetí de nuevo. De tener la necesidad de abordar mi crisis personal con él debía hacerlo desde una nueva perspectiva, concluí. Y hablando del cuestionario, Esteban ya lo había hecho desaparecer junto a la página web y el perfil de Instagram. Solo quedaba vivo el correo electrónico, que había recibido la última encuesta a las diez y cuarto de la mañana. Ni me había avisado, así que supuse que ya sabría que Cris lo había enviado. ¿También lo habría leído?

Nos despedimos tras una dura negociación en la que acabamos cerrando un viernes de birras no sin antes suplicarme que le avisara si Esteban contactaba conmigo. Mi mejor amigo psicólogo estaba realmente preocupado, como yo, y no pude evitar pensar en cómo sería la vida en ese momento de haberme citado con él en el irlandés en lugar de con Mori. La ignorancia, dicen, es felicidad.

La siguiente llamada fue de Cris, siempre tan puntual. Estaba en su descanso y también se disponía a comer. Le había bajado la regla al llegar al curro y no encontraba regalo que mereciera la pena para Bárbara. ¿Puede una chica empezar peor la semana? Supongo que sí, todo era cuestión de que se rompiese una uña.

Así que diecinueve, eh... , susurré para mí evocando uno de tantos apuntes que acechaban a mis inseguridades.

El trabajo diluyó la lluviosa tarde del lunes, que se me pasó volando. No había encontrado durante mi vida mejor analgésico para los males mentales que currar. Currar como un esclavo. Así que cuando llegué a casa, sabiendo que ni aunque me hubiera apetecido hubiera mojado el churro, cené y caí rendido en el sofá con mi novia. Por cierto, que sin menstrualitis algo me dijo que tampoco me hubiera comido nada. No recordaba a una Cristina tan apática y distante en mucho tiempo. Estaba agotada, dolorida y estresada, según sus propias palabras. Lo único que salvó la charla fue comentar el trance por el que estaba pasando Mori —problemática que mi novia sintetizó afirmando que Jana siempre le había parecido rara de cojones y que los tíos solo nos dejamos llevar por el exterior—y el haberse comprado unos tacones que en principio valoró como regalo para Barbi. Poco más, aunque suficiente para que mi imagen de ella mantuviera el perfil de siempre y no se viese (demasiado) emborronado por mis hallazgos, incluida la intriga que me causaba pensar qué le habría contestado al escribidor nocturno . Antes de venirse conmigo a la cama, donde la hubiera colmado a caricias y comprensión —que con toda probabilidad era lo que yo anhelaba para mí—, se perdió en su pequeña sala de costura y diseño y trabajó durante un par de horas. Ni un besito de buenas noches que aplacara el malestar que crecía en mi interior. Cargo de conciencia, que le llaman. Supongo que por esta sensación de culpa pasé una horrible noche de pesadillas.

*

Martes 5 de noviembre

El encapotado martes me recordó a aquella película de Bill Murray titulada Atrapado en el tiempo o El día de la marmota, según región. La única diferencia con el lunes fue que Cris y yo nos levantamos a la par para demostrarnos que a veces el humor no es lo nuestro a primeras horas del día. Ni rastro de esa sonrisa suya tan contagiosa que tanto necesitaba para combatir la amargura que se posaba en mi espíritu cuando mis temidos pensamientos se hacían fuertes. Y todas mis dudas sobre sus preferencias sexuales y su visión sobre mí. A mediodía, Salva volvió a telefonearme para saber si Mori había dado señales de vida. Seguía sin responder al teléfono. A punto estuve de preguntarle si una persona podía considerarse retardada si se martirizaba con el pasado sexual de su pareja, pero me abstuve. En la oficina, a escondidas de Elena, mi administrativa, no su novia, visité las mismas tiendas eróticas que el día anterior para marear un poco la cesta de la compra y seguir curioseando. También me animé a espiar un poco el Instagram de mi chica en busca de fotos que hubiera subido antes de conocernos. Puro trámite... y una insana curiosidad por unir algunos cabos sueltos —¿Algún velero por ahí? ¿Fotos con algún supuesto empresario? ¿Etiquetado cierto exnovio de cuya existencia no tuviera constancia?—. Al llegar a casa, satisfecho tras varias entregas, más de lo mismo: ducha, cena, sofing ... y mucho cansancio. Aunque, por lo visto, no el suficiente para que Cris se volviese a perder entre su sala de trabajo y el despacho antes de meterse en la cama refunfuñando algo sobre mi manía de apropiarme de las sábanas.

¿Debía malpensar por tal distanciamiento? ¿Algún número no registrado enviando insistentes y babosos mensajes que la desestabilizaban? Daba por hecho que Cris había contestado al mensaje del amiguito de Nacho del domingo. ¿Habría habido mucho más?

A saber. Lo mismo estaba imaginando más de la cuenta. Uno de los problemas de saber... más de la cuenta.

Pensé mientras conciliaba el sueño que de nada me había servido arrancarle tantas confesiones si las vicisitudes de la vida nos apagan hasta el punto de volvernos incapaces de demostrar nuestros sentimientos. Y nuestras ganas por... mejorar la calidad de nuestros encuentros íntimos a base de inventiva. ¿Cómo iba a comenzar a explorar su mundo interior en estas condiciones tan hostiles? Puto cuestionario. De nuevo por su culpa iba a pasar una noche de perros. ¡Odio las pesadillas!

*

Miércoles 6 de noviembre

Si hubiera habido una segunda parte de la citada película, el primer miércoles de noviembre la hubiera representado con exactitud. Lluvia. Pocas palabras en casa. Mucho trabajo que disipaba la niebla que se cerraba frente a mí cuando las respuestas de Cris a la encuesta volvían a mi memoria. A Mori se lo había tragado la tierra, Salva seguía buscándolo. La lucha entre la Fuerza y el Lado Oscuro en mi interior. Sofá al regresar. Distancia, pensamientos tenebrosos y más cansancio. Aunque, de nuevo, no tanto como para que mi chica no echara más horas de trabajo en casa. Comenzaba a recelar de semejante actitud, joder. Eché de menos las pocas horas en que Felipe fue el único motivo de frustración en mi vida y el sexo anal un contratiempo. Incluso comenzaba a resultarme anecdótico aquello del asuntillo .

Desazón.

Y mucha.

Hasta que pasó algo que lo cambió todo, un detalle de última hora: al regresar a la cama, bien entrada la madrugada, Cris no me dio la espalda. Se abrazó a mí y frotó sus mejillas contra mi pecho. Ronroneó y se quedó dormida rodeándome de una manera imposible con sus brazos.

*

Jueves 7 de noviembre

Un día antes del día D

Todo cambió por sorpresa el jueves. Y no quiero decir que el FBI hubiera encontrado a nuestro amigo. Llovía a mares, trabajé como un burro y no estaba menos cansado que el lunes a primera hora. Pero Cris era otra. Amaneció, siguiendo con la tónica de la madrugada anterior, abrazada a mí como un bebé koala. Al desperezarse, solo la falta de tiempo impidió que los arrumacos se transformaran en algo más... libidinoso. Tanto así, que en cuanto se largó me tuve que hacer la primera paja en días para aliviar la tensión acumulada. Estaba hipersensible. Puede parecer una tontería, pero mis ganas de sexo desde que me enteré de que iba algo justito en comparación con otros casi habían desaparecido.

El resto del jueves sirvió para que se acentuara su extraña mutación, lo cual me vino bien a su vez para tener la mente alejada de respuestas robadas. No paró de enviarme mensajes y fotos de la colección que estaban diseñando, haciéndome partícipe de todo cuanto acontecía en su vida. Y por la noche... bueno, la noche fue bastante... calurosa. Llegué a casa y me esperaba junto a un montón de envases de cartón de nuestro restaurante indio favorito.

—¡Sorpresa!

—¡Guau! ¿Qué celebramos? ¿Te han ascendido a jefa de sección por ser la más curranta ? —pregunté con una sonrisa antes de besarla. El recibidor olía a canela, cardamomo, cúrcuma... Se me abrió el apetito enseguida.

—Aún no... —contestó con picardía, risueña, como lo estaría a partir de entonces. Parecía otra. Se había abrazado a mi cuello y sus tetas se apretaban contra mi pecho. Las palmas de mis manos se estamparon sobre su culo. Rico, rico—. Hoy me levanté feliz y creativa, solo eso.

Feliz, ¿creativa?, bipolar y misteriosa, me dije no sin compartir su grata sensación de bienestar. Estuve a punto de hacer alguna broma relacionada con su ciclo menstrual pero me abstuve. Y me alegré de que así fuese. Si llego a decirle que se vuelve insoportable en sus días y que ya empezaba a echarla de menos, no me hubiera obsequiado con aquel polvazo que disfrutamos antes de dormir. ¡El primero en no sé cuántos días! Ni con aquella sensual cubana —¿Hacía cuánto que no le follaba las tetas?—. Ni con la imagen de su rostro nevado. Ni con palabras tan sucias mientras me limpiaba el glande con su lengua.

Glorioso —mucho— e inesperado. Cuánta falta me hacía follármela para recuperar el equilibrio y resetear la mente, hiperactiva los días anteriores. ¡Y todo había sucedido sin recurrir a preámbulos novedosos, nuevas fuentes de imaginación ni al sexo anal! Había espantado de un plumazo toneladas de inseguridades de mi interior. Al menos hasta que me planteé las lógicas dudas, en mayúsculas: ¿se habría corrido? ¿Habría logrado llevarla al clímax o había fingido? ¿Habría pasado del seis? ¿Mi anchura le habría resultado suficiente...?

Lo que tampoco supe en ese momento es que la follada que nos dimos poca relación guardaba con cambios hormonales. Su frenetismo sexual adquiere un significado superlativo antes de ovular, no después. A lo acontecido el fin de semana me remito. Pero no caí en ese detalle ni en los motivos que podía tener para manejar aquella receptividad tan pasional hasta que ya era tarde. Ni hubiera caído en la vida, claro. Ya comenté que soy despistado como yo solo.

Mi vida acababa de cambiar de facto hacía menos de veinticuatro horas y ni me había enterado.

*

Viernes 8 de noviembre

El día D

El largo viernes vino a confirmar la buena sintonía del jueves. Los besos y arrumacos al despertar sirvieron de preámbulo, esta vez sí, al segundo polvo en pocas horas. Fue un misionero un tanto animal y no duré demasiado, pero Cristi se había entregado como una leona, dejando las sábanas empapadas. Incluso se fue a trabajar con un moretón cercano a uno de sus pezones—no lo pude evitar al contemplar el vaivén de esas dos maravillas siguiendo el ritmo de la follada—y una sonrisa de oreja a oreja. ¿Le habría gustado tanto como aparentaba o simplemente actuaba para contentarme? Sea como fuere, a mí me dolía la mandíbula a causa de los cinco intensos minutos de tortura que disfrutó su clítoris, expuesto e hinchado. Morboso como hacía días que no me sentía, me permití el lujo de imaginar cómo le resbalaría el semen por los muslos cuando su vagina lo expulsara a lo largo de la mañana. ¿Tal vez mientras hablaba con algún encargado... o con su jefe?

La alargada sombra del cuestionario parecía alejarse definitivamente y de nuevo me encontraba con la Cris de siempre, sin interferencias ni preguntas comprometidas picoteándome la conciencia. ¿Percepción real o producto del ajetreo sexual que a muchos nos devuelve a nuestro estado mental más primitivo?

De regreso a casa a media tarde me llamó Salva. Mori había salido de su escondite y había contactado con él. ¡Estaba vivo! Nada más colgarle al psicólogo encontraría varios wasaps de Esteban pidiéndome perdón por haber desaparecido así y unas explicaciones que ya concretaría en persona algo más tarde. Pero para cuando lo leí, Salva ya me había puesto al tanto por teléfono. Así que por la noche, en lugar de dos, seríamos tres. Maravilloso, siempre y cuando el estado psíquico de Esteban no le hiciera largar más de la cuenta. Con las defensas bajas todos hablamos con menos filtros en busca de aceptación y desahogo, mas tocaba ser prudentes. La encuesta sexual nunca había existido...

*

La noche D

—¿Qué tal me veo? ¿Te molan las botas?

Vestido gris cortísimo y de generoso escote. Botas negras de tacón de aguja, caña hasta la rodilla, puntera afilada y cremallera. Muslos al aire. Una chaqueta motera de cuero bastante molona. El pelo suelto y el maquillaje preciso. Cris se veía espectacular. Ideal para tumbarla, levantarle el trapito, apartarle el tanga que se intuía debajo y lamer como un San Bernardo.

De las ganas no iba a pasar.

—Venga, peque, di algo, no me seas bobo... Se hace tarde —me pidió dándose la vuelta sobre sí misma una y otra vez, llevándose el tacón al culo, poniendo los brazos en jarra y abriendo las piernas en gesto de impaciente espera. La fragancia de su perfume en cada rincón. Buah.

—Estoooo... Emmmm... Increíble, estás que rompes; qué voy a decir yo... Vaya noviaca tengo... —respondí desde el escritorio del despacho con la boca abierta. Antes de que hiciera aparición tuve tiempo de cerrar la ventana de la tienda erótica en la que acababa de comprar el Ultra Slim Satisfyer y un par de artilugios más.

—Me vale... —Me sacó la lengua y el taconeo se perdió camino al baño del dormitorio. No me cupo duda de que ya conocía la respuesta y solo había venido a ponerme los dientes largos. Quizás otra cosa también. Si digo que un insano cosquilleo se acomodó en mi estómago no estaría faltando a la verdad. Demasiados pajaritos aún en la cabeza como para imaginármela de esa guisa en otro viernes noche de amigas y alcohol.

Chiqui la recogía en quince minutos, a las ocho y media en punto. Con motivo del cumpleaños sorpresa de Bárbara, se reunía casi al completo el clan Los Olivos : las propias Chiqui y Bárbara, Gema —una larguirucha con cierto encanto que había sido modelo para varias firmas nacionales antes de convertirse en policía—, Patri Salas —la farmacéutica que le había vendido el lubricante a mi novia—, Paula Romero —eterna opositora a la Abogacía del Estado— y Nerea —una morena muy morena que en su juventud fue gordita hasta que pegó el estirón y le crecieron los melones, dejando los complejos a un lado y follándose desde entonces a todos aquellos macizos que un día le hicieron bullying —. Solo faltaba Leire Alarcón, la joya de la corona, que estaba en Madrid por motivos de trabajo. Afortunado el primero que se la cepillara tras haber roto recientemente una relación de casi seis años. Una mezcla cordobesa entre Megan Fox y Renee Murden a la que me costaba imaginármela padeciendo un duelo que, aunque sobrevenido de la peor de las formas (había pillado a su prometido, un capullo milloneti, en el catre con otra), iba a verse amortiguado por una descomunal oferta de apuestos y no tan apuestos pretendientes.

El plan era tan sencillo como universal: se reunían todas en el gastro-bar El Gallo Rojo y esperaban la aparición de Nerea, que hacía de gancho, junto a Bárbara, la enganchada. En cuanto cruzaran la puerta... ¡Sorpreeeeesaaaaaa! ¡Bienvenida a los veintiocho, Barbiiiii! ¡A cenar ya, que nos tenemos que emborrachar de pub en pub!

Como si lo viese.

—¿A qué hora habéis quedado vosotros?

Cris terminaba de acicalarse el pelo frente al espejo de la entradita. Yo observaba su perfil mientras permanecía apoyado en el marco de entrada a la cocina con los brazos cruzados, salivando. Qué curvatura la de su espalda baja, la virgen. ¡Qué culazo! La idea de que coincidiéramos al llegar para pegarle pollazos hasta en el carnet de identidad cobró fuerza en mis deseos más inmediatos. Ni siquiera descarté despertarla si llegaba más tarde o esperarla despierto si sucedía lo contrario. Aunque el destino parecía que me lo iba a poner más sencillo.

De nuevo, simplemente, lo parecía .

—A las diez y media recojo a Mori y nos vamos para Torremolinos... —contesté embobado con la visión de su cuello.

—Sigo pensando que Salva podría haberse venido a Málaga. Quizás hubiéramos coincidido todos en el centro —dejó caer como si tal cosa. No estaba yo muy convencido de que quisiera ver alterada su noche de chicas con nuestra presencia. Tal vez que no hubiera alternativa le hizo sentirse segura al proponer aquel hipotético plan. Quedó genial.

—Tiene el coche en la Volkswagen hasta el miércoles... —le recordé por quinta vez.

—Bueno... —contestó sin darle importancia a mi quinta explicación, concentrada en domar su melena—, en cualquier caso hacemos lo que hemos dicho, ¿vale? Cuando terminéis y traigas a Mori a casa, pégame el toque y te voy chivando cómo vamos. Si puedes y quieres , me recoges, que Chiqui no aguantará mucho, trabaja de mañana. Y si no pues me apaño yo un taxi con alguna de estas o me doy un paseito si no llueve.

La idea de recogerla me pareció fabulosa, especialmente porque ya cavilaba cómo hacer para estirar la noche y amoldarme a sus horarios, y en eso quedamos. En cuanto se largó, algún intento por magrearla de por medio, me preparé una cena ligera con algo de música —y un par de vídeos porno— de fondo y me arreglé.

*

Mori me esperaba en el viejo zaguán de acceso a su vivienda, en pleno centro neurálgico de la ciudad. A unos metros, el irlandés donde todo comenzó mostraba signos de que sería una gran noche. Se estaba fumando un cigarro sin aliñar y no pude más de pensar en la cantidad de tabaco que habría aspirado durante una difícil semana. Había vuelto a caer. Lo veía más delgado y ojeroso, y destilaba cierto aire melancólico. Me costó no sentir pena por él y su situación, con la que casi me identificaba. En cuanto se subió al coche, camisa arrugada, pantalón con el dobladillo vuelto y sus Converse®, aspecto siempre desenfadado con el que intentaba aparentar que no se sacaba casi los cincuenta mil al año, trató de fingir entereza:

—¡Cómo te miran las chatis cuando vas chuleando con este buga! —exclamó levantando la vista cuando hubo tomado asiento. Sonó forzado.

A través del techo de cristal del F-Type vimos a dos rubias de aspecto nórdico apoyadas en la barandilla de la terraza del primer piso que se alzaba a nuestra derecha. Sonreían.

—Las miradas las roba el coche, que no te engañen —le aclaré echándole un vistazo de arriba abajo—. Dame un abrazo, hermano.

Y en un largo abrazo nos fundimos antes de salir del centro de la ciudad en busca de la autovía.

Tras unos minutos de respetuoso silencio en los que le permití que ordenara ideas y tomara la iniciativa mientras se le iban los ojos y comentarios hacia cualquier buen par de tetas, en tanto yo hacía de tripas corazón para obviar cualquier mención al test, no tardó en quitarse la máscara:

«Las tías son todas unas putas. Lo sabías, ¿no, Migue?...»

Tras semejante máxima cuando uno se siente despechado, herido y machista, comenzó la cascada de explicaciones y lamentos. Las mismas que repetiría en el Arniches, el pub de corte cultureta sito en el paseo marítimo de Los Álamos donde nos habíamos citado con el otro mosquetero.

«Tenía que desaparecer, me asfixiaba. Ardía por dentro. He estado en la casa de campo de mis padres, en el pueblo, meditando, respirando y fumando naturaleza, teletrabajando algo...»

«Sí, solo completamente. Miento: estuve con mi hermano un par de días, luego se largó. Necesitaba paz, Miguelón...»

«Jamás. Nunca me lo hubiera imaginado. Quiero decir, teníamos motivos para mandarnos a la mierda cada dos por tres, y lo hacíamos, pero cómo me iba a imaginar yo que la ruptura definitiva llegaría por algo así…»

«Con el ex, tío, se veía con el ex. No sé en qué momento retomaron el contacto ni cuando comenzaron a quedar. Le surgieron las dudas, ¿sabes? Por lo visto aquello era como tener una espinita clavada, un asunto pendiente. Según me dijo, se arrepentiría si no gastaba su último cartucho... y que lo sentía, que lo sentía mucho... Hasta leí entre líneas la posibilidad de que lo volviéramos a intentar si aquello no funcionaba. Menudo choteo el de la mierdosa...»

«¿Que cómo la pillé? ¿Cómo crees? Un mensaje en su móvil de alguien que le preguntaba cuándo volvía “a casa”... Imagínate el percal... “A casa”. En fin. A ella se le abrió el cielo. He llegado a creer que dejó el móvil sobre el escritorio para que yo lo viese y ahorrarse así un montón de explicaciones...»

«No, no he vuelto a saber de ella. Se largó y... fin...»

Las palabras de Mori no hicieron más que crear un enorme vacío en mi interior. Y en cuanto el hueco estuvo ahí, comenzaron a caer mis dudas. Luego cayeron mis miedos. El puchero de inquietudes estaba de nuevo hirviendo. Lo que yo temí para mí era justo lo que estaba viviendo él. Al fin y al cabo aquello guardaba un enorme paralelismo con lo que imaginé que pudo pasarme al conocer a Felipe y todo lo que vino después. El muy cabrón sufría en carnes propias la base de los mismos temores que me habían llevado a pedirle ayuda unos días atrás y que casi me pintaban como un paranoico celoso. Parecía como si algo que a mí me resultaba totalmente lógico no lo fuese para el que no lo padece de cerca. En cuanto se había puesto en mi pellejo y padecido el golpe de la realidad que se esconde tras algo tan inocuo como la presencia acechadora de un exnovio, no pudo más de rendirse a mis desazones, lo cual tampoco era consuelo para nadie. Por suerte, no iba a tardar en levantar cabeza, y de mil maneras se lo hice saber. Como os podéis imaginar, por más que su afirmativo gesto de cabeza dijera que sí, su mente no atendía a razones. Necesitaba urgentemente algo más que palabras de aliento.

*

Salva es un tío que ha ganado con los años, y eso ya es decir. De acentuados rasgos masculinos y buen porte, siempre ha hecho gala de una seguridad incontestable. El tiempo, además, lo ha vuelto interesante, estiloso, sereno y descreído. Si no fuese porque Cupido lo unió a Elena en Bachillerato, sus peripecias sexuales hubieran avergonzado al Gran Julito. Sin duda. Y aunque Elena siempre ha sido una monería, incluso bien entrados los treinta, muchos nos hemos llegado a preguntar alguna vez cómo es posible tal grado de entrega y compromiso a lo largo de los mejores años de la vida sin tropezar con alguna de las muchas tentaciones con las que se había cruzado.

Un par de maduritas de buen ver lo siguieron con la mirada, un vistazo a su trasero y algún comentario acerca de la chaqueta rosa sobre camisa celeste que acentuaba su moreno natural. Mori no evitó poner de manifiesto el exceso de perfume del que hacía gala el psicólogo tras darse un abrazo con él y yo hice leña del árbol caído añadiendo que Giorgio Armani debía estar pensando en regalarle unas cuantas acciones.

—Qué bien te veo, hijoeputa . Se te ve sanote —le dije tras darle un buen par de palmadas en la espalda.

—Sí, bueno, mucha verdura, ya sabes. El que da pena es este —respondió echándole un vistazo de arriba abajo a Esteban, que le hizo un breve corte de mangas tras otro afectuoso abrazo—. Vamos, sentaos.

No habíamos tomado asiento cuando una atractiva camarera nos sirvió unos botellines que Salva ya había encargado al vernos entrar al local. Para él fue la sonrisa cómplice de la pelirroja, y con ella se acabaron los momentos agradables de la noche hasta pasado un buen rato.

Mori estaba peor de lo que aparentaba, y tenernos allí fue bálsamo para su profunda depresión. No nos quedó otra que absorber quejas y lamentos, ser sus pañuelos en el peor momento de su vida amorosa. Para desahogarse, prosiguió con la misma retahíla de la que había hecho gala durante la ida a Torremolinos y poco le quedó para maldecir a todas las mujeres del planeta cuando se le calentó la boca. La de barbaridades que soltó durante dos horas, la leche. Lo peor de todo —o casi— es que cada vez que hacía alusión a cada cosa buena que había hecho por Jana y cómo ésta se lo había pagado, además de identificarme con su historia, temblaba al sentir que iba a ponerme a mí como ejemplo para no cargar él con todos los pesares. « Mira, Migue se desvive por Cris y no veas la de cosas que ha descubierto. Venga, cuéntale lo del test sexual a Salva, dile cómo te valora en la cama tu nenita, cómo le gusta el tonteo cuando está con su coleguita de correrías, cómo ha hecho tríos y copulado con hombres mayores... ¡Y que no se te olvide decirle que fantasea con chicas y encuentros excitantes con desconocidos! ». Pero no, Mori no hizo alusión a Cris ni al cuestionario con Salva presente. No sé si porque ya no le importaba un rábano o porque lo había olvidado por culpa de su dantesca situación sentimental: oficialmente cornudo y despechado, como se había autoproclamado. Así que en eso se centró el pobre desangelado hasta que no pudo reprimir alguna lágrima.

Por suerte, allí estaba yo para putearle vivo. Y también Salva, algo más cabal y paciente, para echarle un cable. Sus apuntes servían para hacerle entender entre cerveza y cerveza que mejor vivir una situación así sin compromisos de por medio que una vez formada, por ejemplo, una familia. Era un consuelo, sí. Cagarla es mucho mejor que cagarla a destiempo. También formuló teorías y razonamientos con los que intentó hacer entender a nuestro cornudo amigo el mundo de posibilidades que se abría ante él y lo útil que le resultaría la experiencia vivida con Jana. También en que debía focalizar sus futuras atenciones en chicas que pudieran encajar en su vida sin forzar nada, no en almas perdidas que no eran de su talla. Debían acabarse los apegos tóxicos y demás dependencias emocionales, de mezclar atracción y bajos instintos con amor. Tocaba interiorizar la lección. Y nada de querer saber esas mierdas que balbuceaba como un crío al que le han robado la bicicleta: poco iba a aportarle a él saber desde cuándo la otra se veía con el ex, si habría llevado desde el primer momento una relación paralela a la suya o si cabía la posibilidad de haber sido engañado con otros. Salva no dudó en dejarle claro que, una vez superado un periodo de luto cuyas necesarias fases desgranó al detalle, lo único que debía hacer era mirar hacia delante y olvidar lo que pudo ser y no fue. Magnificar lo bueno para recrear una falsa sensación de felicidad solo iba a perjudicarle la recuperación. Tocaba mirar al frente y no apartar la vista del horizonte. Al fin y al cabo, sintetizando mucho el panorama, solo tenemos futuro, y somos nosotros los que lo vamos hilando a base de decisiones presentes. Tocaba diseñar un bonito telar.

Como cabía esperar, de nada sirvieron tantas reflexiones y símiles textiles. Puedes decirle lo que quieras a un hombre con el corazón partido y el ego aplastado que de antemano sabes que solo el tiempo curará las heridas, por muy doctas que resulten las palabras de aliento. Al menos diecinueve días y quinientas noches, como dijo aquel.

Tras varias birras y una conversación que dejaba por momentos de ser monográfica, el psicólogo abrió las puertas a una distendida charla que nos transportó a su relación con Elena y a Venecia. Misteriosa Elena y misteriosa Venecia. Sentí alivio de que la charla se alejara de mi situación, con la que me había estado identificando toda la noche y sin remedio a medida que Esteban destapaba sus penurias. Incluso llegué a sentirme tristemente afortunado no solo por haberme alejado del final que había padecido el informático, sino por los planes de futuro que sabía que Cris tenía conmigo. Lo negativo que pude sacar del test me supo a gloria bendita. Ojalá todos mis problemas fuesen estos, pensé, conformista, al ponerme en la piel de Mori.

—En fin, creo que ha sido suficiente por hoy, zorrunos. Gracias por escucharme y no haber comentado nada de esta situación a nadie más —concluyó Mori tras unos últimos coletazos que regresaban al punto de partida: lo guarras que son las tías—. Y si no estuviera medio borracho y asqueado de todo, a esta la ponía yo esta noche mirando a Cuenca —continuó, echándole una descarada mirada a la camarera, que iba y venía para dar reemplazo a nuestros botellines y renovar el cuenco de los frutos secos. A punto estuve de decirle que de haber estado en su mejor momento, la pelirroja de ojos verdes que respondía al nombre de Elvira hacía rato que había escogido a quien cabalgarse esa noche... y que no era él... ni tampoco yo.

*

—¿Una última?

La propuesta de Mori de camino a Málaga llegó justo cuando ojeaba la hora en el salpicadero. Eran casi las tres y Cris, de la que apenas había hecho mención a lo largo de la velada, no me había escrito. Era relativamente temprano, y a menos que la noche fuese un aburrimiento mi novia no me escribiría antes de las cuatro. Como poco. Así que aunque mi compañero de fatigas, que seguía sin decir ni mu sobre el cuestionario, fuese doblado, no le dije que no por puro egoísmo.

Enfilé calle Cervantes, donde se ubica el parking público de Tejón, saqué mi ticket y comenzó la escalada. Como siempre, tuve que llegar a la última planta del edificio para encontrar un hueco lo suficientemente grande como para que ningún desaprensivo me rayase la carrocería por culpa de uno de esos despistes que se tienen al abrir de par en par y de manera salvaje las puertas de un coche. Al final, el coche arrumbado en una esquina, junto a la pared y una columna.

El ascensor estaba escacharrado, por lo que tocó bajar por las escaleras las ocho plantas. Mori me echó el brazo por encima, no tanto por lo ebrio como por lo desolado de su alma, y descendimos entre palabras de consuelo, las mías, y otras que no lo eran tanto. Desde luego que el retiro espiritual solo le había servido, concluí, para acumular un rencor que propagaría en cuanto tuviera la mínima ocasión. Y aquella noche fue su primera oportunidad para sacar lo que llevaba una semana callando. Le debían estar explotando los oídos a Jana, la dulce Jana.

El viejecito encorvado que hacía las veces de vigilante en una desordenada garita nos dio las buenas madrugadas con cara de pocos amigos. Estaba viendo una película de acción, y las voces de un Esteban que no encontraba mejor manera para expresar su resquemor con su ya exnovia que vociferando todo tipo de improperios le había sacado del argumento .

El irlandés, como ya aventuré al recoger a mi compañero de fatigas, estaba hasta la bandera. Y casi que lo agradecí. No me traía buenos recuerdos ese rincón, la verdad. Así que para encontrar un lugar algo más tranquilo donde hacer tiempo para esperar a Cris, nos dimos un paseo. Un puti-paseo, a decir por cómo se nos iban los ojos detrás de las jovenzuelas. Acabamos en Indiana, un pub pasillero en el que se dan cita los que ya han pasado los treinta y muchos y buscan un rincón alejado del reguetón y el niñaterío de otros pubs y discotecas con un enfoque mucho más comercial. El último rescoldo para los que están en la recta final de su época de borrachera y prefieren canturrear los grandes clásicos del pop español que bailar lo más nuevo de algún pseudo-cantante latino al son de unas buenas caderas.

Con la oreja puesta en el inagotable desaliento de un Mori con el que me sentía en deuda y la atención centrada en una vibración del móvil que se hacía esperar, transcurrió la siguiente tétrica hora. Por suerte, la música era bastante buena y el ambiente acogedor. No me hubiera importado estar allí en otras circunstancias, evadiéndome de mis propios problemas, bebiendo vodka y dejándome querer por alguna hipster de buen ver para darle un subidón a la autoestima. Sin cruzar líneas prohibidas, huelga aclararlo.

Estaban sonando los últimos acordes de la noche en Indiana —aleluya—, cuando el corazón me dio un vuelco. Algo se agitó varias veces en el bolsillo del pantalón y el garito desapareció a mi alrededor.

Mi niña

Nenito cómo vais??? Andas por el centro ya??? No me has escrito en toda la noche, no sé si es buena o mala señal jijiji

Acabamos de salir de Malafama que cierra ya y nos vamos a Liceo

Dime lo q sea para hacer mis planes con estas o no, que estoy molíaaa, bebíaaa y no aguantaré mucho :P

Muaaaaaak so feo

3:56

—¿Cris?

La pregunta de Esteban me sacó del ensimismamiento en que me había sumido. Me moría de ganas de verla. Más cuando había leído «Malafama», antro de ligoteo puro y duro, y ciertos temores me asaltaron.

—La misma... —le contesté mientras escribía una respuesta. La luminosidad de la pantalla remarcó la suave cogorza que se había adueñado de mí.

Yo

Ando por el centro, sí, tomando la última con Mori, que está para el arrastre

Me tocará consolarlo antes de acostarlo

Se está bebiendo hasta las gotillas del aire acondicionado

No te he escrito pq no quería interrumpir tu noche, ya tú sabes

Me escribes cuando terminéis y quedamos en algún sitio

He traído el coche y lo he dejado donde siempre, en la última planta

Pero no estoy para hacer de taxista de nadie, por si te lo pide alguna amiwita

Yo no voy mucho mejor que este... :P

3:58

Al levantar la cabeza me encontré con la mirada perdida de mi amigo. Chasqué los dedos frente a sus narices y me guardé el teléfono en el bolsillo. De manera estudiada, sus ojos encontraron a los míos. Tras unos segundos, me habló al oído, derramando su hedor etílico sobre mi rostro.

—Lo borré todo. El lunes por la mañana. Justo antes de salir de casa. Supongo que te coscaste enseguida. Lo hubiera hecho incluso si Cristi no hubiera contestado al test. Y no lo hubiera leído incluso de haber tenido tiempo e interés. Solo para que lo sepas, hermano.

Esta vez fui yo el que convirtió en una eternidad los segundos en que tardé en procesar sus borrachas palabras.

—No importa, Mori, créeme. Sobran explicaciones... —Su respuesta vino dada por un movimiento sutil de cabeza—. Sabrás que aquello funcionó —añadí frunciendo los labios—. La tontería... salió bien. Lo volvimos a hacer. Y eso es lo que cuenta... —El último trago amargo y recalentado me supo a mil demonios. Me levanté de la banqueta.

Él apuró su botellín y lanzó la pregunta que hubiera estado a la cabeza de haber tenido una charla en otras circunstancias:

—Y... ¿te sirvió? ¿Sacaste algo en claro? —preguntó con la mirada perdida más allá de mis ojos, aguantando el equilibrio.

—Mucho —no mentí, y por un instante pensé en lo bien que le hubiera venido a él conocer las respuestas de Jana una semana antes del fatal desenlace de su relación—. Hablaremos de eso cuando las aguas se calmen. Hoy te puedes permitir el lujo de ser un egocéntrico —afirmé con un guiño y media sonrisa. Y lo cierto es que no me hubiera importado arrancarle más horas a la noche para sacar de mí todo lo que había callado durante la semana. El Caso Mori había opacado cualquier mal ajeno, pero indudablemente yo también necesitaba ayuda. Tampoco es el momento , me convencí viendo cómo mi amigo se tambaleaba.

El móvil vibró de nuevo cuando el informático y yo nos despedíamos en su portal. Una despedida que se iba alargando a medida que el desfile de hembras sanas en recogida se acentuaba sobre la acera. Fue entonces cuando mi estado de ebriedad se manifestó en todo su esplendor y me planteé por primera vez en toda la noche la problemática de conducir hasta casa. Nada, un trayecto de unos pocos minutos si los semáforos eran benévolos al salir del casco histórico, pero no por ello menos peligroso. Para mí y para el resto. La idea de dejar el coche en el garaje comenzaba a ganar peso.

Mi niña

Qué borrachiiiiines estais hechos... peores que nosotras!!!

Pues nos hemos quedado Nerea, Patri y yo, así q terminamos en nada rey jiji

Una copita más después de esta quizás :P

Hay poca cobertura en Liceo, x cierto, tardan en llegar los mensajes

Si no podemos escribirnos y nos perdemos nos vemos en Tejón en cosa de media hora

Dale besillo de buenas noches a Mori

4:22

¿En cosa de media hora?, me pregunté de mala gana antes de darle el OK. Estaba cansado, y no quería que el sueño venciera mis ganas de follar. Porque las tenía, no paré de recordármelo durante toda la noche, y todas esas chicas que pasaban a mi lado no hacían más que, a su manera e involuntariamente, meterme más y más ganas de perderme entre las piernas de mi morena.

Así las cosas, no, no iba a esperar media hora para verla. Tenía ganas de boca y magreo, de palabras sucias y lengüetazos con sabor a alcohol. Dejándome llevar por las siete u ocho cervezas y ese vigoroso estado de excitación provocado por la sugestiva noche de sábado, me despedí a duras penas de Esteban, al que prometí llamar al día siguiente, le escribí una mentirijilla piadosa a Cris —« Te esperaré en la última planta del parking en media hora si no nos escribimos antes »—, y me dirigí, varias calles más allá, a la discoteca Liceo.

*

La cola para acceder al local giraba la esquina y subía la perpendicular hasta el punto de cruzar otra bocacalle. El palacete de dos plantas donde se ubica uno de los templos del pijerío local estaba a rebosar. De hecho, la otra cola, la que deben formar los que salen a fumar y los enchufados para volver adentro, también conformaba otra cadena humana que torcía la esquina y se perdía entre la negrura de otra callejuela que suele apestar a orina y vómito. La fiesta Bombay tenía la culpa. Aunque también quizás aquel antiguo videoclip del tema Galvanize de The Chemical Brothers que se rodó en su interior y le dio fama al lugar.

Visto el angustioso panorama, tenía tres opciones: esperar fuera como un lelo, esperar finalmente en la última planta del parking como un lelo mayor... o dejarme ver por la persona adecuada y cazar por sorpresa a mi novia en el interior.

—Hombre, Miguelón, ¿qué pasa contigo? ¿Cómo tú aquí a estas horas?

Ramón — Reymon para los amigos—, es el típico armario empotrado con el que tratas unos minutos y te das cuenta de que es mucho más que un ciclado que se desvive en el gimnasio, un adicto a las tiendas de suplementación deportiva . Bueno, quizás no sea lo típico, pero suele suceder... a veces. Pobre del que pensase que Reymon era poco más que un mamotreto sin materia gris. Era un artista, en el sentido más literal de la palabra. Uno de sus lienzos adorna el salón de casa de mis padres, para quienes trabajó varios años. No necesité darle ninguna explicación para que apartase una cadena, separase las vallas de la entrada y me invitara a pasar... a pesar de alguna mirada de desaprobación, incluida la de su compañero, el Ortega , que sí era el mamotreto típico y follonero cuarentón que solo piensa en mancuernas, esteroides y chochitos jóvenes.

Tras subir unos escaloncitos y empujar la segunda doble puerta de seguridad, la calidez —y el olor a humanidad— del local me dio la bienvenida. Hacía tiempo que no entraba en Liceo y supongo que sentí un atisbo de aquello que cualquiera piensa la primera vez que lo hace. El estilo clásico del exterior, un edificio de tres plantas de principios de siglo, poco tiene que ver con el moderno interior. Futuristas barras vestidas con la luz de fluorescentes que cambian constantemente de color, tabiques acristalados y espejos en cada rincón, sofás de cuero blanco, luces estroboscópicas, equipos de sonido de última generación funcionando a pleno rendimiento. Cada una de las estancias de la planta baja estaba atestada de gente; las dos barras, intransitables. Si te querías mover, tocaba meter hombro y rozarte con culos. Algunos apañados, todo hay que decirlo.

¿Dónde estás, nena?, me pregunté estirando el cuello.

Le eché un vistazo a la pista central, nada más entrar; también a las dos salas de la derecha. Mucha niña mona, como siempre, pero ahí no estaban ni mi novia ni las amigas. El único rostro conocido que vi fue el de Josemi, un acólito de la noche malagueña acodado a una de las barras, lo que me obligó a mimetizarme con la plebe para que no me reconociera. Lo último que me apetecía era encontrarme con algún antiguo compi de jarana y que me diera la tabarra. Suficiente llevaba encima. Que se quedara charlando con la camarera.

Tras otro rápido vistazo aquí y allá esperando dar con Cris antes de que ella me viese a mí y me jodiera la sorpresa, decidí subir a la segunda planta. Antes de enfilar los dos tramos de la ancha escalera, levanté la mirada y le eché un vistazo al foso de los beodos . Tras este mítico nombre que le pusimos unos amigos y yo mucho tiempo atrás, no se esconde más que un enorme hueco ovalado de unos dos metros de diámetro en el suelo de la segunda planta circundado por una barandilla de madera. Antaño sin acristalar, se rumoreaba que algún alma ebria había perdido el equilibrio y caído a la pista de baile que dejaba en ese momento a mis espaldas. Pero aquello solo fueron rumores, una caída de cinco metros bien merecía una portada en el diario local. Eso sí, rumores acrecentados en cuanto el foso se acristaló.

El ambiente y la música en Liceo varían dependiendo de si estás arriba o abajo. Un sonido mucho más techno me dio la bienvenida al aterrizar en la segunda planta, abajo se quedaron el reguetón y el flamenco. Y no sabría decir si abajo había más gente que arriba o arriba estaba la cosa tan impracticable como abajo.

Empecé por la sala de la derecha, relativamente despejada, para a continuación seguir por la barra central, ubicada al fondo, y que presidía la planta frente al foso . Nada. Dejada atrás, no sin esfuerzos por serpentear entre el gentío, me quedaba por visitar la barra de la sala de la izquierda, junto a su reservado VIP. Pero tampoco allí estaba mi novia. Ni siquiera escondida tras la máquina expendedora de tabaco.

¿Quizás la cola del baño? Ya no quedan opciones, me pregunté dudando de que Cris hubiera tenido tiempo de largarse del local antes de que yo llegara.

Me asomé al angosto pasillo que lleva a los baños, escabroso camino para el incontinente, pero no vi ningún vestido gris conteniendo un buen par de tetas. Ni a nadie del entorno de mi novia conteniéndose las ganas de evacuar.

¿Dónde coño se ha metido? No ha pasado tanto tiempo..., me pregunté otra vez consultando la hora a la que nos habíamos escrito. Tal vez se me había ido la cabeza entre que cerramos Indiana y lo de acompañar a Mori a su casa y el tiempo había volado. Borracho todo se ve diferente, ¿no?

Me disponía a bajar de nuevo a la planta principal para revisar el reservado que hay nada más entrar a la derecha, cuando una mano se posó sobre mi hombro.

—¡Hombre! ¡Pero a quién tenemos aquí!

Oh, oh, mierda...

Me giré entre la multitud que bailaba a mi alrededor, frente a la barra central, y me di de bruces con Josemi, un tipo grandote de cráneo brillante que en su época fue un fijo en las noches del MöTu. El mismo Josemi que debía esquivar en la planta principal. Buen tipo, pero agotador cuando va ebrio. E iba ebrio.

—¡Cuánto tiempo, Josemi! —correspondí haciéndome el sorprendido—. ¡Veo que sigues conservando las buenas costumbres! —El abrazo fue sonoro, casi derramó el whisky sobre mi camisa.

Buenas costumbres o como llamar borracho a un colega en sus putas narices.

—¡¿Qué haces en Liceo?! He visto a un tío con tus hechuras subir y no estaba seguro de que fueras tú. Qué arte tienes, coño. Tío, ¿te acuerdas de Álex el francés? Estoy con él por aquí, se me ha perdido. Este ve una linda gatita y se me pone en celo. Abajo está Meli, ¿quieres que te ponga algo de beber? Te invito yo, coño. Joder, qué de tiempo. ¿Cuánto? ¿Un año ya? No te prodigas mucho por la noche. Imagino que sigues con aquella moza.. ¿Cómo se llamaba? ¿Susana? Tío, con todos los respetos, qué curvitas, ¿eh?...

Erré. Iba borracho y hasta las cejas de lo que se aspira. Hablaba de forma nerviosa e ininterrumpida. Le tuve que corregir dos veces: Cristina, la de las curvitas se llamaba y se llama Cristina, no Susana. Pero le daba igual, no paraba. Me hablaba de este y de aquel, con el coraje que me da esa gente con complejo de radio macuto, y no paraba de mojarse los labios con la lengua seca, con el asco que me da la gente que se droga. Se conocía la vida de todo el mundo al dedillo y de todos soltaba alguna prenda. Si al menos hubiera recordado el nombre de mi novia en lugar de su culo o sus tetas, me hubiera atrevido a preguntarle si la había visto, pero si no recordaba su nombre algo me decía que tampoco iba a tener grabado su rostro en una mente que debía perder millones de neuronas a cada golpe de aspiradora.

Acabé comentándole que estaba haciendo tiempo y mi noche tocaba a su fin. Había quedado con mi novia la curvitas , a la que no dejaba de buscar entre siluetas y tonos azulones, y tristemente nos recogíamos ya. No resulté demasiado convincente, a tenor de su mirada risueña, y me insistió para que me tomara una copa con él mientras aparecía quien fuese. Supuse que su tozudez se debía a que él también esperaba a ese tal Álex, del que yo tenía un vaguísimo recuerdo, y no quería seguir deambulando de aquí para allá en busca de otra presa a la que calentarle la mollera.

Estuve a punto de negarme a esa copa que ya encargaba en la barra cuando un reflejo en el espejo tras la misma me obligó a girar la cabeza.

Entre varios grupos de chicas, dirección al pasillo de los aseos, el pelirrojo: Nacho. Sin el menor atisbo de duda.

Enseguida sentí un pálpito.

¿Qué coño hace este tío aquí? ¿Habrá venido solo?

No iba a tardar en descubrirlo.

De mala gana, fingiendo que me apetecía su compañía y noqueado por la música, la cogorza y la nueva aparición, le acepté el vodka a Josemi. Brindamos y comenzamos a recordar los buenos tiempos. Bueno, eso es lo que él hizo, porque mis ojos viajaban de aquí para allá a la velocidad de la luz. Mi mente también. No quería que Nacho me localizara al salir del meadero, pero tampoco que viera a un Josemi de metro noventa y me localizara igualmente cuando se acercarse a saludarlo. Porque Nacho es de esa clase de individuo que disfruta dándose baños de masas, sintiéndose querido y respetado, como antiguo miembro de la realeza empresarial nocturna que era. No, no me apetecía nada tener un encontronazo con él en mi estado.

Vamos, pequeñaja, ¿dónde coño te metes? ¡Sácame de aquí! , me dije sin dejar de buscarla.

Con disimulo, descartando absolutamente la posibilidad de que Cris, Patri y Nerea hubieran estado meando o retocándose en los lavabos entretanto las buscaba, me llevé a Josemi al otro lado de la barra principal, alejado todo lo posible del otro extremo de la segunda planta, donde estaban los aseos. Y lo iba a lamentar, porque mientras Josemi me contaba que una chica que con toda probabilidad yo conocía porque, según él, quiso tema conmigo en la primera época del MöTu, se había quedado embarazada del dueño de no sé qué antro metalero, Nacho salía acompañado del oscuro pasillo de los excusados. Un tipo alto y delgado, con barba de dos semanas, sonrisa ancha y con lo que parecían ser hebras grisáceas abarrotando su cabeza desgreñada iba a su lado.

Otro mal pálpito.

¿Es él? , me pregunté mientras trataba inútilmente de distinguir unas facciones que no recordaba haber visto con anterioridad. Entrecerré los ojos y traté de centrar toda mi atención en los dos compadres, que, abrazados, iban tonteando con las chicas con que se cruzaban. Tiene que ser él . Pero no, no estaba seguro al cien por cien, joder. Nacho conoce a demasiada gente. Tampoco Josemi me ayudaba a concentrarme. Aguardaba el momento en que se digieran a la escalera para verlo de espaldas, tratar de captar algo de su aspecto que coincidiera con el chico de la foto de WhatsApp, pero entonces algo cambió el rumbo de la noche. Porque iban hacia la escalera, sí, pero hicieron un pequeño alto en el camino. Se apoyaron sobre la barandilla de madera, echaron un vistazo a través del cristal ovalado y vieron algo. Nacho señaló con el dedo hacia algún lugar indeterminado de la planta baja y al otro se le iluminaron los ojos. Acto seguido, se echó sobre Nacho, le dio una palmada en el pecho y se lo llevó escaleras abajo con brío.

Es él, estoy seguro al 99%.

Invité a Josemi a cambiar de ubicación con la excusa de que allí no podría ver a Cris si cruzaba hacia los baños. No hubo queja. Nos apartamos de la barra y nos asomamos al foso de los beodos , donde nos apalancamos. Fui discreto, no quería que Josemi se coscase de nada —aunque algo me decía que él ya estaba viviendo en su mundo de fantasías desde hacía rato—, y eché un vistazo a la planta baja.

Y allí estaban. Los pálpitos se convirtieron en punzada.

Como si acabaran de entrar de nuevas a Liceo, Cris y Nerea. Colocaron sus bolsos y chaquetas sobre la esquina interior de la barra ubicada en la sala de la derecha y llamaron a la camarera —¿Meli?—. Me llamó la atención que Patri no estuviera con ellas, y quise imaginar que habían salido a despedirla. Pero ¿desde cuándo sales de una discoteca para despedir a alguien? Con toda probabilidad, pensé después, habían salido para que Nerea fumase y Patri había aprovechado el momento para quitarse de en medio. O Nerea habría aprovechado para fumar en cuanto Patri decidió pirarse. ¿Y cómo que no las he visto?

Qué más daba.

El motivo por el que me había asomado al foso poco tenía que ver con la certeza de saber que mi novia acababa de entrar, sino con los dos tíos que se abrían paso entre la muchedumbre para alcanzar la esquina interior de la barra ubicada en la sala derecha de la planta baja. Las habían visto entrar y no se lo pensaron. Vaya dos buitres asquerosos.

Estaba Cris sacando la tarjeta del monedero cuando las manos de Nacho se posaron sobre su cintura. Vaya confianzas más novedosas . Ambas, ella y Nerea, se giraron al unísono. Al hacerlo, la panorámica desde mi posición me permitió disfrutar de dos escotes increíbles. Y si desde mi posición podía admirar semejantes pares de tetas, no me quería imaginar cómo se verían desde abajo.

Aparentemente, Cris se mostró mucho más entusiasmada con el encuentro que Nerea, quien habría visto a Nacho dos o tres veces en su vida. Tirando por lo alto. Mi chica se abrazó al sobador, que la levantó en volandas como el divo que es, y luego invitó a su tetona amiga a que le diera un par de besos al pelirrojo. La sorpresa llegó cuando mi chica se dio cuenta de que el empresario no estaba solo. Se llevó las manos a la boca en señal de sorpresa y empezó a troncharse. Enfrente tenía al Escribidor Nocturno , el Sin Nombre, el Bailarín . Entre risas se abrazaron, aunque por suerte con menos entusiasmo del que había sido testigo con el abrazo anterior. Igualmente, me dije, había más afinidad de la que demuestra una persona que no guarda el teléfono de otra junto a su nombre de pila. En cualquier caso, las reacciones de unas y otros me hicieron pensar que aquel encuentrono estaba ni de lejos programado. El foso de los beodos tuvo la culpa.

—¿Y el Primi? ¿Qué sabes del Primi? Imagino que te habrás enterado, ¿no?

Josemi seguía dándome palique, hablándome de personas que tal vez había visto una sola vez en mi vida, a otras quizás jamás, y yo seguía escuchándolo como el que oye de llover. Pero por alguna razón que seguramente tendría mucho que ver con los últimos acontecimientos acaecidos en mi vida —y tanta cerveza—, y actuando como no hubiera actuado una semana atrás, pensé que de aquel encuentro con el calvorotas podía sacar provecho. Josemi era mi excusa perfecta para ser testigo de la práctica que desarrollaba parte de las preguntas teóricas que había diseñado para el test sin levantar sospechas. Era una oportunidad de oro para observar aquellos comportamientos que, según muchos, no tienen nada de malo. Ser testigo de actitudes que no iba a poder admirar —o sufrir— si mi presencia se manifestaba. Tan fría y segura era mi decisión de no intervenir y tragarme mis ganas de devorar cuanto antes a mi novia, que ahogué en alcohol mis deseos por escribirle un mensaje que pusiera fin a un encuentro que a todas luces me resultaba indigesto. No, no iba a meterle prisas. Lo había pasado poco menos que regular durante toda la semana, dándole vueltas a preguntas y respuestas relacionadas directamente con la situación que comenzaba a producirse a siete u ocho metros de mí, y qué menos que cerciorarme de la autenticidad de sus manifestaciones más secretas.

Quiero saber cómo actúas cuando yo no estoy. Qué entiendes tú por líneas que no se deben cruzar. Hasta dónde te dejas llevar, hasta dónde los dejas llegar. Demuéstrame que puedo confiar en ti, que lo bueno del cuestionario es tan cierto como lo malo.

Aproveché lo que Josemi me comentaba sobre el Primi, todo un personaje, para pedirle que me contara la historia al detalle. Estaba interesadísimo por saber por qué había estado en prisión. Desgraciadamente para él, más me interesaba lo que se cocía en la planta bajo nuestros pies. Así que mientras esputaba whisky hacia un grupito de tres chonis que se nos habían acoplado al lado, yo admiraba las pésimas artes de Nacho y Bailarín para acaparar la atención de mi novia y la exgordita.

Vaya dos buitres de recreo...

El cuarteto charlaba en corrillo de manera animada en la tenue esquina frente al ventanal, escoltados por el sofá blanco, ocupado por un grupo de maduritas, y el final de la barra. El mundo había desaparecido para ellos. Nacho había sacado el móvil en algún momento de la charla y los cuatro centraban su atención en la pantalla. ¿Quizás fotos de la última vez que se vieron los dos personajes con mi novia y Chiqui? ¿Alguna de sus aventuras deportivas? A saber. Lo que me quedó claro es que no eran suficientes fotos las que albergaba su móvil y quería más. Al minuto, el empresario estiró su brazo y el grupo se colocó en posición selfie . Ellas con las rodillas flexionadas y ellos tras sus culos. Ejem . Se reunieron nuevamente entorno al celular de Nacho y admiraron el resultado de las seis o siete instantáneas que se habían lanzado, que sin duda acabarían en la galería de imágenes del resto.

Mi espalda comenzaba  sudar y mi mente a dividirse. Ver o no ver, esa era la cuestión. Y mientras decidía qué era lo mejor, atendía a la charla y vigilaba a Cris con la excusa de estar esperando a que apareciera... la misma Cris.

Le di algo de gasolina a Josemi para que no callara, le eché un vistazo a la morena choni que se me había puesto al lado, la más esbelta de las tres crías de poco más de veinte años, y disimulé otra vez. Dejé que mi atención se perdiera más allá del cristal del foso y le di un sorbo al vodka, levanté la mirada al techo, a la barra, a Josemi, al baño, a la otra barra... y de nuevo al foso. Y así otras tantas veces. Sonaba una versión light de Insomnia.

El grupo se disgregó de una forma que me pareció algo artificial, estudiada. Nacho acababa de acaparar la atención de Nerea, o las enormes tetas caídas de Nerea habían acaparado la atención de Nacho, y charlaban distendidamente junto a la barra. Cris hacía lo propio con el Sin Nombre . Y eso ya me gustó menos. Porque no soy tan tonto de pensar que mi novia jamás ha charlado con desconocidos mientras sus amigas hacen lo propio con otros. Incluso sabía que mi chica le había dado palique a algún chico desconocido mientras alguna amiguita se liaba —o se follaba— al amiguito de turno. Pero el tío con el que charlaba no era un desconocido. No era un amigo de Nacho al que acabara de conocer. Era el mismo notas con el que ya había pasado una tarde noche de fiesta, el mismo con el que había bailado —¿quizás tonteado?— y exactamente el mismo que le escribía por teléfono desde un número no registrado para confesarle sus ganas de volver a verla, ¡sus ganas de volver a bailar!

Supongo que el estado de nerviosa excitación que se estaba apoderando de mí no nacía tanto por ver a mi novia y a su amiga dedicándoles su atención plena a dos tíos a pocos metros de mí como al hecho de imaginar qué narices estaría escuchando Cris con tanto interés. Hubiera pagado por saberlo, y lo peor de todo es que el comodín del test sexual ya se había agotado.

Levanté la mirada del foso, tras cuyo cristal las dos parejas seguían enzarzadas en sendas e intensas conversaciones, y traté de apaciguarme. No están haciendo nada malo , me dije. Josemi, que tenía puesto el piloto automático, miraba ya con ojos vidriosos a la morena que meneaba hombros y cadera a escasos centímetros de la mía. Sus dos jovencísimas acompañantes tampoco estaban nada mal, aunque su aspecto no encajara del todo con mis estándares de estilo y vestimenta. En un flash, jugarreta de mi cerebro, me imaginé entrándole a la morena, pidiéndole su Instagram y consultando el correo para saber si había hecho y enviado el test de Durex®. Sería curioso, sin duda.

Por suerte o desgracia, no estaba yo para tonterías, y aunque Josemi se había puesto frente a mí para tener más a la vista (y a tiro) a la jovencita de larguísimo pelo negro, pude girar la cabeza para comprobar que abajo las cosas seguían igual de intensas. ¿Cuántas copas llevarán Cris y Nerea encima?, me pregunté haciendo esfuerzos por mantener la cordura, convencerme de que tanta camaradería también estaría influenciada por el ron y no por intereses tenebrosos.

—Pues chato, hablando de todo un poco, Nacho, el del MöTu, ha vuelto con Pamela —soltó el grandullón, cuya voz volvió a mi mundo.

Espera, espera, no puede ser una casualidad. ¿Te refieres al mismo Nacho que estoy viendo babear por Nerea? ¿Al borracho que tenemos bajo los pies deseando mojar el churro esta noche? ¿El que se la metería a cualquiera que hoy le diese algo de charleta?

—¿Con Pamela? —repliqué girando la cabeza otra vez hacia el foso con la repetitiva excusa de que esperaba a Cris.

—Sí, hará cosa de dos meses. Viven juntos otra vez y todo, y ella se pasa por el bar de vez en cuando. Yo creo que lo hacen por el crío, porque Nacho ha sido siempre un fucker y ella no tiene un pelo de tonta. Tía a la que le echa el ojo, tía a la que se trinca. Hace dos semanas se fueron él y Jordi con las dos camareras nuevas que ha contratado a Cádiz. Volvieron los cuatro muy felices. Se dice que hubo... intercambio —dijo con un deje misterioso en la voz—. Joder, con lo feo que es el cabrón y lo que liga... Creo que Pam se merece algo mejor, aunque esto que quede entre nosotros. Y hablando de Cádiz, ¿te acuerdas de...?

Mi mente se abstrajo de nuevo. ¿Pam y Nacho otra vez juntos? Qué poco se quieren algunas, pensé. Giré la cabeza entre lamentos por la pobre Pam y clavé mi atención en la esquina de la barra donde estaban los cuatro compis . Nerea se había sentado en un taburete y Nacho, a su lado, le ponía la oreja. Estaba dicharachera Nerea, que no paraba de gesticular. A su lado, Cris hacía lo propio con el canoso tatuado, que no paraba de sonreír. ¿Por qué coño sonríes? ¿Encuentras graciosa a mi novia? A ratos él se acercaba al oído de Cris y a ratos era ella la que se le arrimaba. Esto invitaba a aquel mentecato a inclinarse y desde mi posición parecía que se le echaba encima. No me cupo duda de que gracias a esa diferencia de estatura las vistas de las que disfrutaba lo debían tener contento. Especialmente cuando Cris se giraba para mirar vete tú a saber qué entre el gentío y él aprovechaba para mirarla con descaro.

Un codazo me sacó de la escena y una vocecilla dulce habló a mi lado:

—Lo siento —soltó la morenita, que apoyaba su trasero sobre la barandilla de madera a mi lado.

¡La hostia, qué guapa! , pensé cuando nuestras miradas se cruzaron fugazmente.

Le hice un gesto con el que le dejé claro que no había tenido importancia y le sonreí. Le sonreí porque me había quedado cortado. La hostia, qué muchachita tan bonita.

Para disimular, saqué el móvil sin dejar de escuchar a Josemi, al que le regalaba algún gesto afirmativo, y consulté la hora. Quedaban poco más de diez minutos para que se cumpliera la media hora pactada y Cris no se había bebido ni un tercio de copa. Me pregunté qué pasaría si se les alargaba el rato. ¿Me escribiría para decirme que se retrasaba? ¿Qué ya se recogía ella más tarde? Joder, comenzaba a inquietarme la buena onda que parecía destilarse entre los cuatro, el miedo a sentirme desplazado en mis propias narices comenzaba a apoderarse de mí.

—Estás amariconao perdío, Migue...

Josemi se me había echado literalmente encima para poner en duda mi sexualidad. La música retumbaba a nuestro alrededor. Mi cara de sorpresa debió pedirle alguna explicación, porque repitió acercamiento y me susurró:

—¿Hace falta que se ponga a chuparte la polla aquí mismo? Tío, está buenísima, mírala. De esta se aprovecha todo, hasta el hilillo del tanga.

Lo explícito de su comentario provocó que girase la cabeza con disimulo, pura curiosidad, y examinara con más detenimiento a la chica de sonrisa preciosa que tenía al lado. Falda estampada hasta las rodillas, top blanco de tirantes que ponía de relieve un cuerpo delgado y un pecho discreto, y un rostro anguloso en el que destacaban unos ojazos y unas pestañas larguísimas, una nariz fina y alargada y unos labios gruesos en rojo que ya había visto expandirse en horizontal. Debía rondar los veintipocos. No se giró en ningún momento, pero la mirada —y la sonrisa— que me echó una de sus amigas, a siglos luz de su aspecto ahora que me fijaba bien, parecía corroborar las palabras de Josemi. Me dije entonces, tratando de ser objetivo, que si a la bonita le incomodaba mi presencia, como podía haber pasado perfectamente, hacía rato que se habría largado a cualquier otra parte.

Joder, es guapa, guapa, guapa. Hija de puta. ¿En serio tiene esta tía interés alguno en mí? ¡Si casi podría verme como un madurito! En fin, igualmente hoy no es el día.

—Escucha, escucha, le ha puesto una carilla a la que tiene enfrente en el momento de darte el codazo... que me da a mí que no ha sido sin querer. Dale palique, Migue, tío, dale un poco de coba, así le entro yo a la chiquitina que tengo a mi lado. ¿Te parece buena idea, eh?

No supe si reír, si juzgar sus gustos choniles , si mandarlo a la mierda o si hacerle caso. Quiero decir, si llego a estar soltero hubiera puesto a prueba las dotes de Cupido de Josemi, sin duda. Al menos le habría entrado a la morenita de metro ochenta que se sonreía con las amigas mientras comenzaban a animarse a bailar y sabido qué se contaban. Por mí, no por él, que se ha follado a lo más desechable del mundo cuando ha ido caliente o drogado, ni por la chiquitina, que me importaba un pimiento. Pero no era el día ni tampoco mi estado civil . Así que educadamente le recordé que debía irme en diez minutos si no aparecía Cris antes y que no podía doblegarme a sus deseos. Si quería mojar el churro con la amiga de la buenorra, llamémosla así, iba a tener que tirar de recursos propios. Lo que me faltaba era estar pendiente de mi novia mientras tonteo con una veinteañera de aspecto choni. Por muy mona que ésta fuese, joder.

—Vamos, Migue, por los buenos tiempos. Solo rompe el hielo, te prometo que al segundo entro yo y te piras con tu chati. Te están mirando a ti, no a mí. Hazlo por los buenos tiempos, tío. ¿Lo harás? Venga, como el Migue de siempre. ¡Migue, migue, migue! ¡Ese Migue, oeeeeee!

El muy cabrón iba tan borracho como cachondo... y acababa de ver el cielo abierto. Aunque solo fuese en su imaginación. El retaquillo rubio que tenía a su lado podría ser su hija, coño. Estuve a punto de negarme en rotundo entre una risa floja, cuando...

—Voy a mear, no tardo nada de nada, ¿vale? Cuando vuelva te quiero comiéndole la oreja a la morena, ¡sé bueno, tío! —me gritó al oído. Raro que la morena no se hubiera enterado de sus propósitos, hostia puta.

De nada sirvió que intentara contestarle con un: «¡Espera, so cabrón, no me dejes solo, que eres mi pretexto con patas para estar aquí asomado sin parecer un tarado!».

Se perdió entre el barullo, la idea de que iba a algo más que a mear sobrevolando mi pensamiento, y no me quedó otra que girarme hacia el foso copa en mano. Clavé los codos sobre la balaustrada, la música reventándome los tímpanos, y miré con impaciencia la escena que transcurría en el bajo.

¿Bajar o no bajar?, cuestión que emergía a cada ratito a mi estado de consciencia sobria.

Si Nerea se mostraba risueña con un Nacho que desde mi posición parecía frotarle el paquete contra su muslo so pretexto de hablarle al oído, Cris no se mostraba menos cooperativa con el Escribidor Nocturno . A saber la de tonterías que debía estar diciéndole aquel tipo. Claro que, pensándolo fríamente, mi chica jamás ha sido muy paciente con los babosos de discoteca. Por más que me jodiera, el colega debía saber bien qué decirle para haberla acaparado así. Y Nacho tres cuartos de lo mismo con la otra, rendida a su conversación. Ni un ápice de incomodidad en las chicas, que se habían desentendido la una de la otra demasiado pronto para convertirse en carne de buitre. Porque es lo que eran esos dos.

Si Pamela viese lo que hace Nacho cuando cierra la tapería y se pierde de discoteca en discoteca hasta las siete de la mañana...

Eché otro vistazo al teléfono: faltaban cinco minutos para la hora señalada, pero la copa de Cris no menguaba. La idea de hacer acto de presencia se me pasó como un rayo por la cabeza de nuevo, pero no tardé en evaluar el hipotético resultado. El típico novio controlador que persigue a su novia allá donde va. No. Enseguida lo descarté, aunque fuese plenamente consciente de que iba a quedar de pagafantas si mi novia me escribía para darle preferencia a la compañía de aquel tío en lugar de demostrarme que se moría de ganas por verme.

¿Estoy siendo demasiado egoísta? ¿No cabe pensar que simplemente se lo está pasando bien en su noche de ocio semanal y a mí me ve todos los días? ¿No habría hecho yo...?

Estaba intentando justificar la cercana actitud de Cris con aquel zorro y el tonteo cada vez más flagrante de Nacho con Nerea, cuando pasaron dos cosas a la vez: una, que las manazas de aquel tipo se posaron sobre la cintura de Cris, que se limitaba a hablarle al oído con las botas de puntillas; y dos, unos suaves toquecitos sobre mi omoplato derecho.

—Perdona...

Me di la vuelta y ahí estaba ella. De nuevo, una enorme sonrisa de oreja a oreja. Vaya boca. Suerte que el lugar no es un quirófano y la luz apenas permite distinguir formas y colores, porque se me habría notado el rubor ascendente que me abrasó las mejillas. No recuerdo si dije o no dije algo, quizás simplemente lo pensé, es posible que lo balbuceara, solo recuerdo su primera pregunta:

—Perdona que te pregunte —se excusó con una sonrisilla simpática en el rostro—, pero ¿tú tienes una empresa de coches?

¿Empresa de coches has dicho? Sí, bueno, algo así.

—Mmmm... Sí, un concesionario... Sí, sí... —respondí con torpeza. Las ganas de girarme para saber si aquellas manos seguían posadas sobre el vestido de mi novia quemándome por dentro, la nueva presencia haciéndolo por fuera.

¿Y tú cómo lo sabes? ¿Te he vendido algún coche y después me han formateado la memoria para no recordarte? ¿Hemos coincidido en algún evento? ¿Nos hemos liado en alguna vida pasada? La sarta de preguntas que cruzaron velozmente mi imaginación se desbarataron y me salió un mecánico «¿Por qué?».

La muchacha, bastante más avispada de lo que pude suponer en mi estado, notó el desconcierto en mi mirada y sonrió. ¡Sonrió! Siguió tanteando:

—Es que creo que sé quién eres —manifestó con energía acercándose a mi oído—. ¿En tu empresa trabaja una que se llama Elena? —preguntó con una voz melosa que acompañaba al resto del conjunto. Qué guapa eres, hija mía. ¡Qué ojazos, qué pómulos, qué nariz, qué boca, qué barbilla, qué ristra de blancos dientes tan bien puestos!

—Eso es, sí. Elena Somavilla, ¿no? —respondí algo desconcertado. Me armé de valor y contraataqué—: ¿De qué la conoces? —Esta vez fui yo el que adelantó el cuerpo para hacerme escuchar.

—¡Sí! ¿De qué la conozco? ¡Elena es mi prima! —exclamó orgullosa de su vínculo familiar, y no pude más de pensar que entre ambas distaba un mundo—. Soy Martina Somavilla, aunque todo el mundo me llama Nina —dijo, y no supe si al decir su primer apellido buscaba afianzar el vínculo con Elena para mostrarse cercana conmigo o simplemente se acababa de presentar. Igualmente, continuó con su desparpajo y me ahorró presentarme—: Tú eres Miguel, ¿no?

Toma ya.

—¡Eso es! Aunque me puedes llamar Migue. ¡Soy conocido entre la familia Somavilla, por lo que veo!

Esta vez fui yo el que sonreí, aunque no tardó demasiado en esfumarse el gesto de mi rostro. Giré el cuello para prestarle mi oído, bajé la mirada al foso y pude ver que al otro lado del cristal la cosa había... evolucionado. Fueron tan solo dos o tres segundos, pero suficientes.

Si bien Nerea y Nacho seguían enzarzados en una intensa —y a todas luces embriagada— conversación, Cris, copa en mano, se dejaba bailar por el larguirucho. El tipo se le había colocado detrás y seguía los movimientos que marcaba mi novia. Como no sabía qué puta canción estaban poniendo en la planta baja, ignoraba qué mierdas bailoteaban. Y no solo era la complicidad para bailar lo que me molestaba. Cris sonreía cada vez que el otro se le arrimaba para decirle algo a la oreja. Cuando mi chica se giró para enfrentarse a él y seguir moviéndose —algo no apto para cardiacos, doy buena fe de ello—, aparté la mirada, fruncí el ceño y con mirada de Clint Eastwood fingí interés en lo que me decía la muchacha.

—¡Y mucho! ¡Te lo digo en serio! Mi prima habla muy bien de ti. ¡Y sus padres están contentísimos de cómo la tratáis en la empresa! Lo ha pasado muy mal tiempo atrás con el tema del curro, ¿sabes?

En otras circunstancias hubiera puesto todos mis sentidos en la preciosa jovencita cuyo cuerpo casi rozaba el mío. Pero no era el día . Y supongo que el efímero pensamiento que tuve mientras la escuchaba hablar solo fue fruto del alcohol y de que tengo polla, pero de haber estado soltero, y aún a riesgo de adelantar acontecimientos e intereses ajenos, hubiera hecho todo lo posible por follarme a la prima de Elena. Aunque fuese la prima de Elena. Joder, hasta su aliento me estaba embaucando como no soy capaz de describir. Pero las circunstancias no eran las que acababa de proyectar el diablito sobre una de las paredes de mi corto entendimiento. Mis ganas por girar de nuevo la cabeza y bajar la mirada a la planta baja vencían todo estímulo externo. Aun así, aguanté las honorables palabras de la chica y no me quedó más que corresponder cuando hubo terminado de contarme la de faenas que le habían hecho a Elena y la estabilidad que nosotros le habíamos dado:

—Todo se lo ha ganado ella solita. Podría llevar el negocio sin problema. Y no me cabe duda de que algún día otras Elenas trabajarán para ella —correspondí solemne. Ella sonrió y le dio un trago a su copa. Me estudió con la mirada, semblante que en otras circunstancias me hubiera matado, y cambió de tercio:

—Por cierto, ¿a que no sabes cómo te he reconocido? —preguntó directa.

Joder, así iría de borracho. Ni había caído en la cuenta. ¿Cómo coño me había reconocido si jamás nos habíamos visto? Le planteé la duda, mi sufrimiento al ver bailar a Cris con otro devorándome por dentro, y se acercó a mí.

—¡Porque te he visto Instagram! Sigo el perfil de tu empresa, ¿sabes? Y también veo las fotos que sube mi prima. —Cómo no, una adicta a las redes sociales, otra más que encuentra gozo en mostrarle al mundo su desayuno y su cena—. ¡Vaya cochazos vendes, eh! Te he visto a veces dándole la mano a algún futbolista cuando haces la entrega de la mercancía —dijo entre risas inocentes.

Sí, bueno, el mérito es tener la posibilidad de comprarlos, no lo que yo hago de diferentes maneras, que solo es vender. Pero me gusta tu memoria fotográfica, chica.

—¡Qué vergüenza! —Iba a pronunciar su nombre para no parecer tan impersonal, cuando recordé que no lo recordaba—. Te confesaré que yo soy alérgico a las redes sociales. Tengo el Insta de la empresa y poco más. Un Facebook por ahí perdido. Y aun así, fíjate... — Si yo te contara que he tenido un perfil de Durex® hasta hace poco...— . Por cierto, cuando entre, si quieres, te agrego y así te sigo yo también— dije más por compromiso que otra cosa. Joder, qué mareo llevaba.

Le di un sorbo al vodka, saqué el teléfono del bolsillo compartiendo sonrisas con la prima de Elena, sus dos amigas cotilleando Dios sabe qué a nuestro lado, y comprobé que era la hora. En ese momento debíamos estar en el parking discutiendo sobre si volver andando o arriesgarnos con el coche. En su lugar, la prima de Elena:

—Vergüenza ninguna, anda ya —dijo ella, conciliadora—. Por cierto, ahí viene tu amigo, ¿no?

Automáticamente giré la cabeza al pasillo del baño, del que surgía Josemi, e hice lo que llevaba un minuto esperando: bajar la vista. Como no podía ser de otra forma, me llevé un nuevo revés. La pregunta «¿Qué coño estoy haciendo?» volvió a revolotearme por quinta vez. Cris y el canoso bailaban frente a un Nacho que, vete a saber cómo, se había llevado a Nerea al sofá. Mi novia y el otro, ajenos a la charla que mantenían el pelirrojo y la superglobos, se movían con cierta destreza. No sé si reguetón o algún ritmo latino más clásico, como la bachata o la salsa, pero estaban coordinados. Aquel tipo sabía moverse: giraba con calma y seguridad a una Cris que demostraba sus dotes como bailarina risueña y sin complejos. Vaya escena de la que estaba siendo testigo. ¿Cuántas como esa habrá vivido Cristi a mis espaldas? , me pregunté intranquilo y algo más. Porque, a decir verdad, en ese momento no hubiera sabido describir todas las sensaciones que me estaban invadiendo. Demasiados focos alterando mis sentidos. Estaba el alcohol, estaban las circunstancias que me habían llevado allí y de las que esperaba no arrepentirme, la semana que había pasado, las imágenes que había esbozado mi mente sobre el pasado y ciertos presentes de mi novia; estaba el capullo de Nacho y su pasividad, estaba el canoso, estaba mi novia bebida y alegre y estaba una Nerea a la que le importaba tres pitos que Cris bailoteara sensualmente con otro que no era yo —¿estaría acostumbrada?—; estaba Josemi, estaba el foso... y estaba Martina —¡pude recordar su nombre a tiempo!—.

Cuando el pelón llegó a nuestro lado, los presenté:

—Josemi, esta es Martina, Nina para los amigos. Es la prima de Elena, mi administrativa. ¡Fíjate tú qué casualidad! —exclamé con fingido interés.

Qué importaba. El cabrón se había salido con la suya, aunque yo me había anotado un tanto que no me correspondía. Ni de coña hubiera tenido el coraje de entrarle a Martina si no llega a saludarme ella primero. Si no hubiera estado mi novia en la planta baja de la discoteca, quiero decir.

La presentación y el intercambio de las primeras frases —bastante cutres, he de decir— me dio algo de tiempo para apartar mi atención de ellos. Giré el cuello hacia la derecha, por simular que buscaba a alguien a quien ya había encontrado, y volví de nuevo a la izquierda. A la planta baja. ¿Estás por aquí, nena? , me pregunté con sorna.

Fui testigo en ese momento del siguiente nivel. Mientras Nerea reía a carcajadas y Nacho se le echaba encima sin parar de hablar y gesticular, el Escribidor Nocturno iba más allá ante la pasividad de mi novia. Agarró su copa, la dejó sobre la barra y la tomó de las manos. Ella rio, se abanicó el rostro con la palma de la mano y le pidió algo de tiempo. ¿Cansada? ¿Borracha? ¿Las dos cosas? Se giró hacia la pista central, luego hacia el reservado, buscando algo o a alguien, miró hacia arriba —¿me habría visto?— y de nuevo se volteó hacia él. Al instante, tras algunas palabras al oído por parte del caballero y el gesto afirmativo de ella, comenzaron a bailar. Esta vez, como comprobé enseguida, no como antes: ahora estaban motivados. El tipo la agarraba de la cintura, la giraba y se frotaba contra su culo. Después la volvía a girar, se pegaba a su cuerpo y comenzaban a describir un movimiento circular. ¿Cuándo he bailado yo así con ella? , me regañé. Y después volvían a repetir virajes, roces y movimientos con gran soltura. Y mientras eso sucedía abajo y mis pulsaciones se disparaban arriba, la rabia brotando contenida, frente a mis narices Josemi le comía la oreja a la pobre Nina, que prestaba su oído a las sandeces de mi robusto compañero. La guapísima morena me miró con cara de circunstancias, angelita ella, y no me quedó otra que actuar. Siempre he sentido debilidad por las mujeres en apuros.

—Nina —interrumpí—, yo me voy a marchar en breve. Se me hace un poco tarde y me esperan —le dije, y no sé si mi exceso de imaginación advirtió un mohín de pena—. Acabo la copa y pliego. Josemi —que me miró absorto o embebido a causa de lo que habría esnifado unos minutos antes— es buen tipo, ¿por qué no le presentas a tus amigas por mí?

Si ambas me hubieran escuchado, creo que me habría correspondido ser objeto de más de una maldición. Pero qué iba a hacer, no quería que el peso de tener que soportar a Josemi recayera en exclusiva sobre una chica tan maja y a la que me encontraba unido por Elena. Que se lo repartieran. O que se lo quedara el retaco rubio. Viendo el cielo abierto, y por mera cortesía, Nina nos presentó a sus dos amigas. Acto seguido, mediando agradecimientos y mi placer por haberla conocido por si no la volvía a ver después, me excusé para ir al baño. Josemi, cómplice, me guiñó un ojo y me dio una sonora palmada en la espalda.

Misión cumplida.

Al girarme, aprovechando que lo intransitable del sitio apenas si me permitía dar un paso sin detenerme, comprobé cómo seguían las cosas abajo. Para mi sorpresa, Nacho y Nerea habían abandonado el sofá y charlaban junto a Cris y el otro payaso. Estaban junto a la barra. Me alegré de que aquel tipo no tuviera ya excusas para manosear a mi novia y seguí el camino al meadero.

Como todo había comenzado. Así me sentí. Ambiente recargado y música a todo trapo, una fila hasta arriba de testosterona aguardando el turno para desaguar la vejiga y tonteo entre machos y hembras. Esta vez, por suerte, no había brujas ni policías, solo un tipo raro que tenía a su novia bajo sus pies dejándose querer por un memo que le escribía mensajes a deshoras.

Los cinco minutos entre que llegué y pude abrocharme por fin la bragueta se me hicieron eternos. Salí a través del oscuro corredor, flanqueado por la cola de chicos a un lado y la de chicas al otro, y llegué al salón principal. No vi a Josemi, y ni rastro de las chonis, que podían estar en cualquiera de las dos salas que visten cada ala de la planta huyendo del borrachín. O con él, vete a saber. Con mi copa a medio terminar, rodeé la balaustrada y me coloqué donde el ángulo me permitía espiar lo que me interesaba.

Y la sorpresa fue mayúscula. Confusión, sudores fríos y boca seca.

Cris y el canoso estaban solos. Nacho y Nerea habían desaparecido, y me atrevería a jurar no haberlos visto aguardando su turno en la entrada a los aseos. ¿Dónde coño se han metido? , me pregunté antes de centrar mi atención en Cristi y su acompañante. Ambos, ajenos a todo, bailaban a placer. Sendas copas sobre la barra y movimientos rítmicos frente a la misma. ¿Celos? Es posible, sí. Que mi rostro hirviera me prohibía negarlo. ¿Inseguridad? Pues hasta cierto punto. Quiero decir, acababa de conocer a una chica monísima, pero creo que bajo ninguna circunstancia me hubiera puesto a bailar con ella como Cris hacía con el canoso. Así que la subjetividad del concepto que abarcaba la seguridad en la pareja chocaba con la manera de entender el respeto. A mayor respeto, entendido como no hacer con otros actos que se suponen exclusivos para con tu chico o chica, mayor seguridad para tu par. Pero claro, ¿quién había puesto sobre la mesa qué era ilegal y qué no? Nunca habíamos hablado de límites porque la lógica los imponía. Así que no me sentía inseguro en el sentido de que sabía que mi chica no pasaría de ahí, y a la vez sí me sentía inseguro al entender que Cris estaba pisando un terreno situado más allá del respeto que yo le tenía a ella. Qué cacao. ¿Miedos? Pues los derivados de las inseguridades. Todos y ninguno. Supongo.

Tras un par de minutos de idas y venidas, mi copa extinguiéndose, se acodaron a la barra para refrescarse. La cercanía entre ambos me resultaba incómoda, no tanto por cómo se acercaba él sino por cómo ella se dejaba hacer. Vaya manera de hacerse querer, de dejarse desear. Tremendo ego. El barbitas debía estar que no cabía en sí mismo.

Y en ese momento, cuando él le decía vete tú a saber qué al oído y la hacía reír, agarré el teléfono. Habían pasado quince minutos de la hora pactada, y eso me jodió. Aunque más me fastidió ver cómo se desplegaba un mensaje entrante de mi novia y leía lo siguiente:

Mi niña

Un cuarto de hora y estoy

Muaaaaaaaaka

5:17

El mensaje me había llegado con retraso, probablemente debido a la falta de cobertura, por lo que la prórroga debía estar acabándose. Aun así, a pesar de que me tuviera presente y se hubiera acordado de la hora, aquello ya no me gustaba. La idea de bajar y hacer acto de presencia cobraba fuerza. Cariño, se hacía tarde, estaba solo, aburrido, y quise venir a saludar a la homenajeada. Oh, vaya, ¿Bárbara fue la primera en irse? Qué pena... ¿Y este tipo quién es? Vale, vale, no pegaba, no. Debía idear otra manera de interrumpir de inmediato tanto baile y tanta pesadez, buscar la manera de regresar a casa para follar como un condenado. Porque si por una parte la situación me resultaba repugnante, otra parte de mí la encontraba excitante. Al menos en el sentido de rozar lo prohibido, en el hecho de ver a mi novia deseada por un pretendiente, algo bastante común, por lo que tenía entendido, y quizás también por la manera en que era testigo de aquel juego que solo podía tener un perdedor.

Y degustando este último adjetivo estaba, creyéndome por encima del bien y del mal, cuando mi novia y el canoso perdedor hicieron a la vez un gesto de sorpresa. A éste le siguieron unas risas que me parecieron bastante cómplices... y algo más. El tipo agarró a Cris, que se dejó querer entre más carcajadas y una mirada panorámica al tendido —¿asegurándose de que nadie la veía con aquel notas?—, y comenzaron a bailar de nuevo. Sin duda, me dije, acababa de comenzar una canción que los unía de alguna manera, algún tema del que hubieran hablado o simplemente bailado. ¿Quizás el sábado anterior en Fuengirola? ¡Sin duda ignoraba más de lo que imaginaba! Debía anotar mentalmente que era imperioso averiguar qué se habían estado escribiendo estos días atrás.

Aquí hay algo que se me escapa...

Abajo había muchísimos grupos de chicos, de chicas, mixtos, y mucha gente bailaba o hacía como si bailaba, pero no había parejas bailando más que ellos. No llamaban demasiado la atención por la discreta ubicación en que se emplazaban —alguna mirada de envidia por parte de algún borracho—, pero desde mi balcón personal era consciente de lo chocante de la escena. Perfectamente podrían ser pareja, dos amigos que se conocen desde hace tiempo... o simplemente dos desconocidos con la receptividad por las nubes que juegan a bailar como paso previo a escenas muchos más tórridas.

La idea de que cualquier conocido pudiera ver así a Cris me sobrevino. También todas aquellas ocasiones en las que se hubiera visto en las mismas en cualquier otro lugar, con otros testigos. Quizás para nosotros no había sido nunca algo malo, la libertad era bandera de nuestra relación, al menos hasta hace poco y en cierto sentido, pero a ojos de un tercero cabían muchas interpretaciones.

Y en ese pensamiento andaba, cuando yo mismo tuve que dudar del concepto de libertad para amoldarme y amoldarlo a lo que estaba viendo. Porque si Cris había bailado con muchos tíos de la forma en que lo estaba haciendo con éste, más de una noche —y más de dos y más de diez— habría llegado bien manoseada a casa. Y quizás otras cosas.

Lo digo en serio, apartando todo componente etílico de la situación, aquel tío cada vez se cortaba menos. A unos movimientos más cercanos y una búsqueda menos prudente de roces y caricias, estaba una Cris cada vez más... participativa. Me cago en todo , pensé, el alcohol y la afinidad no deben servir jamás de pretexto para montar una escenita de estas. Que sabía a lo que me atenía de primera hora, pero esto era demasiado.

Aunque no lo suficiente.

Por momentos, el tío paraba de bailar y se dedicaba a otros menesteres. Daba igual si estaba detrás de ella o delante. La abrazaba, le decía dos tonterías para hacerla reír y continuaba con sus movimientos. Como ahora. Acababa de pasar sus brazos por la cintura de Cris y la abrazaba desde atrás. Joder, haz algo, coño . Pero no, Cris no hacía más que reír, que reír y mirar de aquí para allá siendo rodeada por unos larguísimos brazos. Para disculpar su actitud, como un imbécil, me dije que con toda probabilidad se había pasado con las copas. Como pudo, se deshizo de él, le plantó cara y le dijo con un inequívoco gesto que «no». No debió resultar demasiado contundente, porque de nuevo el tipejo posó sus manos sobre su cintura, colocó su cabeza sobre uno de los hombros de Cris y prosiguió con sus tácticas de persuasión. ¿Qué narices quieres, joder? Y me dije que quizás era eso precisamente lo que buscaba. Ante la tensa situación, de manera instintiva, agarré el teléfono y le escribí:

Yo

Qué te queda?

Me voy a quedar dormido en el coche

Te echo de menos...

5:24

El mensaje fue más un grito de auxilio que otra cosa. La cobertura era casi nula y Cris no estaba pendiente del bolso. De hecho, muy a pesar de mis nervios, que comenzaban a excitarse sobremanera, cada vez estaba más pendiente de aquel cabrón. Tanto, que cuando el colega la abrazó por décima vez, ella se agarró a su cuello y dejó que aquél la elevara una y otra vez como si fuese una niña pequeña. Entonces mis miedos se dirigieron a sus manos. Porque tan solo tenía que bajarlas unos centímetros para que se encontraran con el culazo de Cris. Por fortuna, parecía respetar esos límites. Y me dije que mejor que no sucediera, porque mi paciencia comenzaba a agostarse, el vodka a hacer efecto y la inacción de mi novia a desesperarme.

Era capaz de entender que una chica tan llamativa y simpática como ella despertase el interés de más de uno, pero lo que no estaba dispuesto a tolerar era un interés por parte de mi novia. Jamás. Por más cuestionarios que recogieran en palabras el comportamiento del que estaba siendo testigo y pareciera que no tiene relevancia.

Pero si pensaba que lo había visto todo, erraba. Cris pudo escaparse de aquel estrechón que le acababa de dar el larguirucho en el aire, pero no de que la agarrase entre risas y comenzara a bailarla frotándose contra ella. Las risas ahora me resultaban mucho más pícaras, la actitud bastante exaltada.

Desde mi posición no pude ver hasta donde llegaba el roce que se estaban dando, una de las piernas de él entre las de mi chica, que subía y bajaba al ritmo que él le marcaba, pero sí hasta dónde llegó el sensual baile cuando mi chica se dio la vuelta. Con tranquilidad, sabiéndose seguro de que tenía el permiso, el canoso agarró a Cris de las caderas, acercó su paquete y comenzó a mover su cintura. Cabía esperar un rechazo por parte de mi chica, sí, pero para mi asombro fui testigo de cómo el culo de mi novia comenzaba a describir un movimiento circular al tiempo que su espalda se arqueaba. Ante la colaboración de ella, él acentuó los movimientos de pelvis y llevó sus manos a la cintura, recreándose con las vistas sin el más mínimo pudor.

Me cago en la mismísima puta, lo está poniendo cachondo, joder. ¡Y él le está frotando con la entrepierna el mismo culo del que habrá hablado con Nacho en no pocas ocasiones! ¡Esto les dará para mil pajas mentales! ¡Y a él para las que no son mentales!

No me había dado cuenta hasta ese momento de cómo de seca estaba mi boca, petrificadas mis piernas y dolorida mi espalda, hasta que me tocó verlos refregando sus cuerpos. Lo estaba pasando mal, pero un algo impreciso me mantenía firme. Como si hubiera vivido demasiados males en poco tiempo y aquello no fuese más que un apéndice más de algo que casi me merecía por algún motivo. O como si fuese lo que cabía esperar...

Aunque lo peor estaba por llegar, mi paciencia, tolerancia y nervios a prueba.

Cris le miró de perfil por entre sus cabellos, me dio la sensación de que le sacaba la lengua, y se recompuso como pudo. De nuevo el colega extendió los brazos y la abrazó por la cintura, provocando que ella levantara los suyos y los pasara alrededor de su cuello. La impresión de que él le besaba el hombro antes de volver a bajarla a tierra, donde tuvo que estirarse el peligroso vestido y abanicarse con las manos frente a las risas del otro, provocó que se me fuera la fuerza y casi se me resbalara el vaso. Puse el suelo perdido con el último culillo recalentado de vodka y me dirigí a la barra para dejar la copa con el regusto amargo de lo que acababa de ver. Me detuve unos segundos, apoyando una de mis manos sobre el mostrador, y me dije que ya estaba bien. Si en algún momento reciente se me había pasado por la cabeza espiar a Cris en una de sus noches y saber hasta dónde podía llegar, ya tenía más datos de los necesarios para reflexionar al respecto de ciertas actitudes con las que no estaba del todo de acuerdo.

Al regresar entre suspiros, pesares y ciertos cargos de conciencia a la barandilla de madera, quizás observado por más de un rostro que se preguntaba qué narices hacía allí un tío solo y borracho desde hacía un rato, el corazón me dio un vuelco.

En el espacio entre la ventana, el sofá y la barra no había nadie. ¡Nadie!

¡Ya no estaban!

Pulsaciones a mil y desconcierto.

Ni rastro de Cris ni del tipejo. Solo las dos copas a medio beber sobre la barra. Sobre el diván blanco, cuatro chicas haciéndose selfies . Nadie más en los alrededores, que examiné tan rápido como pude dándole la vuelta a la barandilla.

Tras hacerlo, dirigí mi atención a las escaleras. No podía descartar que subieran a mear. Pero allí no apareció nadie. Tragué saliva, o al menos hice el intento, y comencé a mirar con nerviosismo de un lado a otro de la sala.

No, no. Aquí ni de coña han subido. Quizás se han ido al otro lado de la barra, al reservado en busca de un sofá libre. Joder, han transcurrido treinta puñeteros segundos, no más. ¡Será posible!

Me dirigí a las escaleras, descendí el primer tramo y observé la planta baja cobijado por la oscuridad de esta zona de la discoteca. La gente subía y bajaba por mi lado y yo permanecía allí como un zombi. Al comprobar que no había ni rastro de los dos, bajé a la sala principal, me volví a asegurar de que no estaban y me asomé a los ventanales situados justo donde habían estado ellos un par de minutos antes.

La luz ambarina iluminaba la calle peatonal Ramón Franquelo, concurrida a esas horas. Pero ni rastro tampoco por este lado.

¿Dónde ha ido?

Concluí entonces, hecho un mar de dudas, que era hora de largarse, ya no pintaba nada en Liceo. Y debía salir con cuidado. Sin ser visto. Podían estar en la entrada, donde se agolpaba muchísima gente, y ser pillado. Lo mismo el tío se estaba echando un cigarro, tratando de espantar los nervios tras tanto frote. Charlando con Cris sin gente ni ruido de por medio. Claro que también cabían otras hipótesis menos atractivas para mí.

No, no, no pienses en idioteces. Ahora no.

Salí al exterior, frío y húmedo, y me alejé de la entrada. Tomé la izquierda y me perdí en la zona oscura de calle Beatas. Un par de chicas salían de un callejón del que descendían chorros de pis.

¿Dónde coño estás?, me pregunté impaciente, ajeno al mundo.

Agarré el teléfono, comprobé que había leído el último mensaje enviado y volví a escribirle de nuevo:

Yo

Dónde estás?

5:36

Permanecí inmóvil un minuto, dos, hasta que el doble check azul apareció reflejado en la pantalla y respiré. Estaba en línea. O lo estuvo unos instantes. Acababa de leer mi mensaje y me había ignorado.

Volví a intentarlo.

Yo

Nena, pasa algo?

Estoy preocupado

Vente para el coche, estoy en la última planta de Tejón

5:38

Como si ella no lo supiera, se lo volví a repetir. Y como hizo con el mensaje anterior, me leyó y se desconectó otra vez.

¿Será posible...?

No me quedaba otra. Estaba pendiente del móvil y tenía cobertura. La llamé conteniendo el aliento.

Creo que lo cogió al octavo tono, pero no dijo nada, un pequeño zumbido de fondo.

—¿Cris? ¡¿Cris?! —clamé impaciente, mamado como iba.

Tras unos segundos, un pequeño sollozo...

—¿Cris? —insistí. Comprobé que la llamada no se había cortado.

Y otro pequeño sollozo al ponerme el teléfono en el oído de nuevo, este más audible que el anterior.

—¡Cris! —grité en mitad de la oscura y fría calle.

Y la llamada se cortó.

¿Pero qué coño...?

Pulsé de nuevo el botón y comencé a escuchar los tonos de llamada. Uno, dos... ocho... y descolgó otra vez.

Esta vez no era un sollozo, era un gemido continuo, prolongado. Un «Ummmmmmmmmmm» nítido y femenino.

—¿Cristi? ¡¿Cristina, me oyes?! —exclamé, mis pies caminando sin gobierno, describiendo una espiral informe.

Pero no obtuve respuesta comprensible, solo el... ¿quejido? al otro lado.

—¡Oye, qué pasa! ¡Qué leches pasa! —grité al vacío, perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

Agucé el oído, subí el volumen al máximo y lo escuché con mayor claridad. Ahora el gemido era discontinuo, su intensidad, variable. Y hubiera jurado que era Cris.

Y era Cris.

—Nene... —murmuró. Su voz sonaba... ¿borracha? ¿Adormilada? ¿Drogada? ¿EXCITADA?

—¡Cris! ¡¿Dónde estás?! —pregunté dejando que mis ojos se perdieran por cada rincón del callejón al que había llegado sin ser consciente.

—Nene, nos vemos... nos vemos más tarde... ¿vale?... Mmmmmm...

¿QUÉ? ¡¿QUÉ ME ESTÁS DICIENDO?! ¡¿MÁS TARDE?!

—¿¡Qué dices!?

—Ahora no..., ahora no... —musitó con un hilo de voz casi ininteligible. ¿¡Qué coño estaba haciendo!?

—¡¿Dónde te has metido?! ¡¿Con quién coño estás?! —pregoné a viva voz. Que despertara a los vecinos o llamara la atención fue algo que ni contemplé. Estaba ido. Aquello me estaba despedazando por dentro, tuve que luchar por no colapsar.

—En el parking, nene... Creo que en el parking... pero... no... vete tú... vete a casa... —Su tono desprendía inequívocamente un cáliz sexual. Me dolía, y hacía por excusar lo más obvio, pero había llegado el momento de rendirse a la puta evidencia. El tiparraco se la habría llevado a su coche aprovechando su estado, le estaría haciendo vete a saber qué y no tardaría en llevársela a otra parte.

¿Cómo es posible que esto haya llegado al punto de...?

—¿A casa? Pero qué mierdas dices... ¡Ahora mismo voy para el parking! —exclamé conteniendo la rabia. Y la cagué. La cagué porque se suponía que yo ya estaba en el parking esperándola. Pero ni en eso caí. Y ella, sumida en otros menesteres, más borracha de lo que me había parecido, menos aún.

—No... Ahhhhh..., no..., no vengas, nene..., ahora no... Ahhhh, dios mío... Uffff... No..., al parking no, ni se te ocurra... Mmmmmm... Luego te explicoooo... Ohhh, por favorrrrrr... Piii... Piii... Piii... — Tras sus súplicas, el tono de fin de llamada.

Espera, espera, ¿me acaba de colgar? ¿Acaba de colgarme el teléfono tras obsequiarme con una retahíla de gemidos y la voz entrecortada? ¿O han colgado por ella...?

El corazón me iba a estallar, una sensación de ahogo comenzó a sofocarme. La ansiedad me corroía.

No me hagas esto, ahora no...

La telefoneé de nuevo, dos veces más, conteniendo la respiración en mitad de la apestosa callejuela, con la camisa empapada. Cógelo, vamos...

Pero el teléfono estaba apagado y saltaba el contestador. Así que, sin otra opción, corrí, corrí como alma que lleva el diablo.

*

Me detuve tras echarle un rápido vistazo a la hilera coches aparcados en la séptima planta; estaba asfixiado, empapado en sudor. Y alterado, muy alterado. Tuve que aceptar que las lágrimas que brotaban de mis ojos no se debían al frío ni a la carrera. Estaba a punto de perderlo todo, pensamiento que sacaba de mí una cólera hasta ahora desconocida. Porque si perdía a Cris, ese hijo de la gran puta iba a perder todos los dientes.

Qué típico, ¿verdad? Volcar toda tu ira sobre la tercera persona en lugar de admitir que quien debió guardar el deber de fidelidad te ha traicionado.

Me dirigí a las escaleras. A pasitos cortos esta vez subí escalón a escalón, y me dije que el destino era un cabrón irónico. Por puro descarte, el canoso despeinado había aparcado en la misma planta que yo. Al parecer, desde que había llegado al centro el azar me había unido a él de alguna manera absurda. Siempre y cuando Cris no me hubiese engañado y en realidad no hubieran llegado al parking. Quizás solo quiso ganar tiempo...

Superé el último peldaño, giré tras el pequeño murete frente a la puerta del ascensor y, temblando y con gran frialdad, barrí con la mirada todos los coches aparcados en batería, incluido el mío, arrumbado el último de la fila, junto a la columna. Tiritaba, mi cuerpo parecía prestado, casi podía sentir los latidos de mi corazón bombeando la sangre necesaria para no perder el conocimiento. Y después volví a mirar con detenimiento cada uno de los coches.

Pero allí no había nadie.

Una tercera pasada al interior de todos los vehículos... y... nadie.

¡Nadie!

Todos los vehículos estaban... vacíos. Ninguno con cristales tintados que me invitara a acercarme, ninguna furgoneta que me hiciera sospechar de lo que ocurría en su trasera.

Nada de nada. Y eso era lo peor que me podía pasar.

Mierda, he llegado tarde...

Demasiado tarde...

Se han ido...

No me había sentido tan abatido en mi jodida vida. Ni tan traicionado. Solo quería llorar y gritar aquello que tantas veces había repetido Mori durante toda la noche.

¿Cómo podía haber pasado?

Era... imposible. Quiero decir... Pensaba que Cris era mucho más difícil de conseguir. Estando soltera, quiero decir. Porque si estando conmigo aquello había sucedido de una manera tan... ¿simple?, no me quería imaginar la facilidad con la que...

Iba a proseguir pensando algo así como: «… la facilidad con la que se iba a follar con el que sea estando soltera. Lógico que lleve diecinueve, si no son más en realidad. Aunque quizás lo que he visto no ha sido fruto del alcohol, unas risas y otros tantos bailes, quizás esta semana el cabrón ha estado a pico y pala con mi novia... Claro, por eso tanto trabajo de madrugada...», posiblemente antes de caer arrodillado y abatido por convertirme en un Mori más, cuando un fogonazo llamó mi atención. Provenía de una de las esquinas de la octava planta.

¿Había visto bien o mi mente ya deliraba?

Di unos pasos al frente y anduve como un autómata unos metros. Entonces, desconcertado en mitad del parking, volví a ver con claridad el fogonazo. Y provenía... ¿¡de las luces largas del Jaguar!?

Sin aliento por el mal trago, uno de los peores en toda mi vida sino el peor, troté hasta situarme frente a  mi coche .

¿Qué pasa aquí...?

No me dio tiempo a figurarme nada extraordinario cuando la vi.

Cris estaba sentada en el asiento del copiloto.

Sola. Vestida. Como si tal cosa. Como si llevase un buen rato ahí retrepada.

Tenía los brazos cruzados en señal de impaciencia, escote imponente, y una cara que fingía querer pocos amigos. A pesar de intuir cierto gesto divertido en la mirada, sí.

Mi desconcierto era, simplemente, absoluto.

Miré hacia todos lados, comprobando que no hubiera nadie más con nosotros —¿Dónde se ha metido el otro? —, y me acerqué con cuidado a la puerta del conductor. La abrí hasta el máximo ángulo posible y me acuclillé frente al vano. Mis dientes castañeaban, mis piernas apenas si podían soportar el peso de mi cuerpo. No me atreví a entrar.

Cris me sonrió desde dentro antes de mostrarme otra vez el ceño fruncido y los labios arrugados. Estaba aparentemente tranquila. Solo dijo:

—Te lo has dejado abierto. Otra vez.

Bien. ¿Eso es todo? ¿Te acabo de escuchar gemir tras una hora de tonteo con un tío que no sé quién es y lo único que tienes que decirme es que le has encontrado otro fallo eléctrico al puto coche?

Ninguno de los dos habló durante unos segundos. Nuestros ojos medían el grado de componente etílico en la sangre del otro, el nivel de paciencia del adversario. Palpitaciones violentas en mi cuello, la tensión por las nubes.

Así las cosas, el instante de silencio acabó resultándome doblemente incómodo. Mis nervios comenzaban a templarse ante su presencia, los músculos de mi mandíbula a destensarse y me costaba aguantar la máscara de indiferencia. Joder, tenía ganas de llorar. De tirarme sobre ella y llorar, sacar lo que llevaba dentro en busca de paz. Pero no podía perder la compostura ahora. Lo que me faltaba.

—¿Estás... sola? —pude preguntar al fin.

Tardó en contestar el tiempo que dedicó a mirar cada rincón del habitáculo.

—¿No lo ves? ¿Y tú? ¿Estás solo, Don Malacara?

¿Yo?

La pregunta me descolocó. Como su mera presencia. Mirándola de arriba abajo... Cris estaba... inmaculada. Maquillaje, melena, vestido. Lucía sosegada. Sí, con la mirada ahogada en ron, pero sosegada. Su exterior y sus formas no mostraban indicios de haber tenido un encuentro íntimo. ¿Se habría quedado conmigo? Y si era así, ¿por qué? Yo parecía que venía de la guerra, como me hizo saber. No creo que pudiera tener peor cara, la verdad. Las ojeras debían llegarme al ombligo. Y me costaba contener el tembleque.

Miré hacia todos lados, como queriendo decir que la respuesta era una obviedad, y aguardé su réplica.

—¿No estabas aquí esperándome? —preguntó dulcemente. Fue un buen derechazo para comenzar, no obstante.

—Llegabas tarde y decidí salir un rato... —me inventé. Iba a preguntarle por los gemidos cuando me interrumpió. Hablaba rápido, sin trastabillarse, a pesar de desprender claros síntomas de ir bebida. Y no solo por la mirada.

—¿Salir un rato? ¿A qué? ¿A fumar, a tomar el solecito, a coger caracoles, a ver la tele con el vigilante... o a charlar con alguna chiquilla guapa? —Su tono dejó de ser dulce.

Pues mientras te esperaba, pensé que...

—Migue, no sigas, ¿vale? Dime, ¿desde cuándo me espías? —me interrumpió de nuevo con fiereza—. ¿Cuándo te has convertido en un mirón?

Me dejó KO, tambaleándome. La lona me saludaba sonriente. Lo peor de todo es que el motivo por el que me estaba preguntando aquello iba más allá de lo obvio, y no tardaría en confesarlo. Igualmente, me había pillado.

—¿Yo?... ¿Espiarte?... Cris, por favor... —me miró desafiante pero no dijo nada. Nuestras miradas se mantuvieron el pulso hasta que no pude más y bajé los hombros—: Si te refieres a... Bueno, eso, haber coincidido en Liceo... es una larguísima historia, Cris. Pero yo no te he espiado jamás —acabé por aceptar. ¡Me había pillado, qué iba a hacer!

Bueno, a lo mejor un poco sí que te he espiado, en cierto modo. Pero tenía justificación. Verás, todo comenzó cuando volvía de mear de los baños Andén la semana pasada. Sí, hace nada. Vi que charlabas con un tío guapete de pollón descomunal y entonces... Bueno, no te imaginas la que he formado, amor... Pero hoy no te espiaba como tal, solo quería ver cómo actúas cuando no estoy presente...

—Tenemos tiempo, es temprano. Podemos hablar de «coincidencias» e historias largas. Solo son casi las seis. Cuéntame de qué va eso de espiarme... —insistió con sarna. Sus brazos aún estaban cruzados sobre su abdomen, sus pechos hinchados parecían querer salírseles del vestido.

Pero yo no iba a entrar en su juego. ¿Qué le iba a contar que resultara racional o medianamente entendible? Y menos en mi estado. Todo lo que pudiera decir solo podía ser usado en mi contra. Así que simplemente traté de desviar la atención, atraerla a mi terreno, donde se amontonaban mil preguntas.

—¿Dónde está él? —pregunté directo.

Se encogió de hombros y engurruñó los labios. Insistí:

—Ah, ¿no lo sabes? Pensaba que habíais salido juntos de Liceo...

—Pues no, no lo sé. Y tampoco me importa. Se perdió entre la marabunta en cuanto salimos.

Otro duelo de miradas, en mis ojos se reflejó la paz derivada de su confesión. Si era cierto, se había quedado conmigo como un imbécil. Ella permanecía echada sobre el respaldo del asiento, piernas estiradas que se perdían bajo el salpicadero. Sus muslos desnudos, casi a la vista en su totalidad, eran pura sugestión. Pero debía mantener el tipo y no ceder, agarrarme a mi desazón y centrarme en lo que había visto. En lo real.

—Se perdió, claro. En fin, ¿qué te puedo decir al respecto? Por lo que he mironeado en Liceo... no parecía con ganas de perderse. Bueno, sí, pero de otra manera y en otro lugar —solté dirigiendo la mirada a su entrepierna.

Cris sonrió con autosuficiencia.

—Me da igual lo que él quisiera, como deberías imaginar. De todas formas, como tú dices, esto es también una larga historia y no voy a extenderme —respondió al cabo de unos segundos. Intentó devolvérmela.

—¿Tan larga? ¿Desde el sábado pasado se puede considerar larga? —solté con resquemor. Cartas sobre la mesa. Sé que os conocisteis el sábado, no vayas de lista.

—No, la historia de la que te hablo comenzó el miércoles. Y puede ser larga aunque sea reciente. Digamos que ha sido... intensa.

¿El miércoles? ¿Va de farol? ¿Me vacila? ¿Qué coño pasó el miércoles? ¿Se habría visto con él?

—Ya he visto, sí... —dije controlando mi incipiente irritación.

—Anda, siéntate, que tienes mala cara y no muerdo... —me pidió cambiando el tono a uno más dócil.

—Quizás sí que muerdes..., solo que no me ha dado tiempo a ver tanto... —contesté mientras tomaba asiento de mala gana sobre el caluroso cuero. Los movimientos para acomodarme en el interior del deportivo me recordaron que iba tocado y casi hundido.

—No hubieras visto ninguna mordida ni aunque me hubieras estado espiando cien años —afirmó con orgullo—. ¿Y sabes por qué, imbécil?

—No sé si quiero saber eso, Cristi. En cambio, me encantaría saber la causa de unos gemidos que he escuchado hace nada, el motivo por el que has apagado el teléfono cuando te he llamado y qué pasó el miércoles... Entre otras cosas... —Mi corazón aún bombeaba con fuerza, la sensación de incertidumbre seguía aferrada a mí a pesar de tener a mi novia a mi lado y la casi total certeza de que aquel tipo no había llegado al parking con ella.

Introduje la llave en el contacto para bajar mi ventanilla y encendí la luz de cortesía. Lo siguiente me pilló de sorpresa.

—No verás jamás bocado alguno mientras me espías... porque tú eres lo único que me apetece morder. So gilipollas celoso. Si es que... si no sabes torear... pa qué te metes...

Se echó sobre mí y me dio un buen mordisco en el cuello antes de volver a acomodarse en el asiento. Un mordisco de esos que derrumban defensas y sanan. Pero tras la de arena, después de haberme dejado fuera de juego unos instantes, llegó la de cal.

—¿Desde cuándo me espías, eh? —repitió. El cosquilleo producto de sus dientes sobre mi piel parecían ir eliminando toda la negatividad de mi organismo.

—¿Cuándo me viste? —pregunté acariciándome la marca del cuello.

Pensaba que iba a comenzar un combate dialéctico, cuándo me viste, desde cuándo me espías . Y así en un bucle infinito. En cambio, se hinchó el pecho, soltó el aire lentamente y habló.

—Antes de entrar, Migue. Antes de entrar —contestó con desgana—. Patri se largaba y la acompañamos fuera. Nerea también quería echarse un cigarrito y... bueno, ya que estábamos, también aprovechamos para hacer un pis. —Vaya, eso me recordaba a algo—. Te vi charlando con Ramón, y también cómo te colaba dentro mientras Nerea se encendía otro pitillo. ¿Suficiente?

Vaya...

—Eres mejor mirona que yo, me parece... —bromeé.

—Lo dudo —afirmó tajante—. Luego, dentro, te vi con el tío ese del Mötu, el gordito de frente despejada...

—Josemi. Sí. Me pilló por banda... —admití evitando todo contacto visual. Confieso que estaba avergonzado, aunque mis interrogantes siguieran aguardando en la garganta su turno.

—Eso, no me acordaba del nombre. Te iba a decir Luisma —dijo entre risas apartando la mirada—. Josemi, Josemi... Ese era con el que te vi... Estabas justo...

La interrumpí:

—¿Y por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me escribiste? —pregunté inocentón admirando su perfil.

Frunció el entrecejo y torció el rostro hacia mí muy lentamente:

—¿Perdona? ¿Por qué no me lo dijiste tú? Esa es la cuestión, Migue. A lo que le doy vueltas para unir cabos. ¿Viniste a buscarme o a espiarme? Sé sincero.

—Y dale con lo de espiarte. ¿Para qué te iba a espiar? ¡Fui a buscarte! Quería darte una sorpresa... —admití—. Pero cuando te vi ya estabas acompañada... Así que no quise interrumpir...

—¿Interrumpir? ¿Estás tonto? ¡¿Qué importaba la compañía?! — Mucho, pero no te puedo hablar de cierto cuestionario —. ¿Debo ser yo la que te diga algo siempre? —preguntó señalándose a sí misma con sendos índices—. Estabas allí cuando me habías dicho que me esperabas en el parking, la iniciativa te correspondía a ti, leches —dijo del tirón.

—Quería darte una sorpresa, ya te lo he dicho. Pero primero apareció Josemi, y luego os vi con estos dos, así que no vi el momento... Y esperé, y esperé... Y...

Vaya suerte la mía, tremenda pillada, pensé.

—Ya, ya. A lo mejor lo que pasó es que viste algo que te distrajo de tus planes iniciales. Algo con el cabello más largo y negro que Josemi. —Buen contragolpe, me dije. Aun así, no parecía de verdad enojada. Hubiera apostado a que lo decía por picarme. Ella jamás ha sido celosa.

—Esa es otra larga pero corta historia. Cortísima.

—Esto va de historias largas hoy, ¡guau!

—Sí, y la principal todavía no me ha quedado clara…

—¿La de Jaime?

—¿Así se llama el amigo de Nacho?

Cris asintió, pero no dijo nada más esperando mi continuación.

—Pues esa misma.

—¿Te refieres a lo que has visto...?

Tanteó.

—A lo que he visto y he escuchado. A todo, nena.

Me faltó decirle «Y leído», pero no iba a echarle más leña al fuego. Suficientes llamas se avecinaban.

—Migue —dijo tomándose su tiempo, cogiendo aire—, tómalo como quieras, ¿vale? Es difícil de entender sin entrar en terreno farragoso y no tengo la mente para explicaciones absurdas ahora, pero nada es lo que parece —¿eing?—. Yo no hubiera actuado así de no saber que tú estabas atento a todo cuanto hacía...

¿Qué? ¿Lo hiciste como vendetta por pensar que te espiaba?

—¿Qué? —salió de mi garganta.

—Pues eso, joer ... —dijo como si fuese lo más lógico del mundo—. Esa es la realidad, aunque no sé cómo explicarlo sin meter la pata... —comentó con aire despreocupado. Típico de cuando iba más que contenta—. Se me ha ido la cabecilla un poco. He creído que es lo que buscabas y he pensado que estaría bien intentarlo, ¿no? Era una buena oportunidad y no me ha importado...

—¿Intentar... qué? —pregunté anonadado, irguiéndome sobre el asiento y girando el cuerpo hacia ella. No, si al final se lo voy a tener que agradecer y todo.

La curiosidad se apoderó de mí. ¿Estaba a punto de contarme una mentira? ¿De justificar una actitud que sabía reprochable?

—Pues intentar cierta cosa que te gusta, Migue. —Me perdí aún más—. No puedo contártelo todo sin contar otras cosas... Jo... No me hagas hablar más de la cuenta. —De nuevo ese acentillo pesado que provoca el ron.

—Venga, inténtalo, estoy totalmente descolocado —la animé. Estaba guapísima, y su deje de ebriedad me parecía supersensual. Desprendía follabilidad por los cuatro costados, y hasta me costaba enfurecerme con ella por tal circunstancia. No era la primera vez ni sería la última.

Se tomó su tiempo, su mirada de aquí para allá antes de mirarme con cara de cordero degollado.

—Lo intentaré, ¿vale? —acabó diciendo tras unos instantes pensativa, un par de suspiros de por medio que inflaron sus pechos—. Pero si voy mal encaminada y la cago me corriges, ¿vale?

—Acepto.

¿Qué otra cosa puedo hacer?

Suspiró profundamente antes de continuar.

—Verás... Cuando te he visto en la puerta de Liceo... bueno, he pensado que ya nos habías fichado. Has pasado por nuestro lado y te has hecho el tonto. Bueno, eso pensaba, no me mires así, jolín. Estas no te han visto, pero yo sí. De hecho, me he quedado mirándote y Nerea me ha preguntado que a quién había visto. No le he dicho nada. Luego, cuando he entrado, te he buscado con la mirada pero no estabas por ninguna parte. Y al cabo de nada, un par de minutos, se nos han acercado estos dos. Cabía la posibilidad de que hubieras subido a hacer un pipí, pero tardabas demasiado. ¿Dónde coño se ha metido?, pensé. ¡Migue, que estoy aquí! —añadió muy divertida, sus ojos entreabiertos y la forma en que se expresaba me hicieron pensar en que estaba receptiva, pero no quería hacerme ilusiones. No era el momento —. Así que he supuesto que te habrías encontrado con alguien. Casualidades de la vida, te he visto a través del cristal del techo. Estabas con Luismi y...

—Josemi —la corregí.

—Eso —admitió sin darle ninguna importancia a su error. Algunas eses se las comía—. Estabas con Josemi y sabía que me habías visto otra vez. O que no habías dejado de mirarme, ¡qué sé yo! Pero pasaban los minutos y seguías ahí, observando, atento a mí... Y he pensado, y no me mires mal, que lo hacías porque te parecía curioso verme así... Quizás ya lo habías hecho otras veces, ¡no lo sé! Esto es muy confuso —afirmó bajando la mirada—. En fin, he pensado que no me habías dicho nada en la puerta porque te apetecía... verme... Joder, qué difícil. Que te apetecía verme así. Punto.

En mi mente solo apareció, como dicen por ahí, un enorme « What the fuck?! ». No daba crédito.

—¿Verte así? ¿Qué quieres decir exactamente con «verme así»? —pregunté arrugando el rostro, sin saber si reír o llorar.

—¡Pues así! ¡Verme bailar con otro y eso! ¡Lo hice por ti! ¡Supuse que habías venido a buscarme! Pero luego, al verte ahí pasmado, al no venir a rescatarme, me pregunté qué narices estabas haciendo y relacioné esa actitud con... con otras cosas... Así que empecé a jugar creyendo que era lo que... buscabas... —soltó tal cual, ¡y hablaba muy pero que muy en serio!

Acabé riéndome. Parecerme curioso verla así. ¡Y que lo ha hecho por mí! ¡Comenzar a jugar!

—Cris, ¿por qué iba yo a ver «curioso» eso? ¿Y qué quiere decir que lo hiciste por mí? ¿Qué otras cosas y qué juego? —quise saber, tan divertido como confuso.

—Nene, te digo curioso por no decir otras palabras. No me seas. Y lo de que lo hice por ti va ligado a todo lo demás, a lo del juego... ¡Deberías saber por dónde voy, joer ! —chilló con impaciencia. Yo andaba bastante perdido, asombrado, qué voy a decir. Casi me da la risa floja, aunque estaba seguro de que me hablaba desde el corazón.

—Ni puta idea. ¿Qué palabras? ¿Qué va ligado a qué? ¡Háblame de ese juego!

—¿En serio, nene? ¿Así estamos?

—Totalmente en serio, así estamos —afirmé contemplándola de arriba abajo.

Tomó aire y lo expulsó con una frase demoledora:

—Joder, Migue, simplemente pensé que podía llegar a excitarte verme así con otro y que por eso te quedaste mirando la escenita en lugar de sorprenderme. ¡Yo qué sé, jolín! ¡Solo estaba deseando que aparecieras y demostraras de quien soy para seguirte el rollo!

¿Excitarme? ¿De quién soy? ¿Seguirme el rollo? Me quedé a cuadros. Eso sí que no me lo esperaba. Por supuesto, las copas tenían mucho que ver con aquello que acababa de soltar. No podía ser de otra manera. Desconcertado era decir poco.

—¿Y de dónde has sacado eso? —pregunté incrédulo, otra vez casi risueño—. Es más —interrumpí lo que fuese que iba a decirme—, si llega a ser así, ¿a cuento de qué lo de largarte de allí enseguida con el chico cuyo paradero aún no me has confesado? ¿Viste que ya no estaba y aprovechaste para huir con él? ¿Y qué me dices de los gemidos? ¿También pensaste que era algo que podría... excitarme ?

Empezó a reírse de buena gana. La muy cabrona.

—Lo de los gemidos y todo lo demás ha sido como venganza, no entraba en mis planes. ¡Pero es que tenías que haber venido a liberarme de las garras del malo, so tontito!

Esta vez no me contuve y me reí.

—Aclárame lo de la venganza, por favor, nena.

—¡Te lo acabo de decir! ¡Por imbécil! ¡Para que aprendas que no puedes dejarme ahí tirada como si nada! Y también por lo de la morenita, sí, para que te acuerdes la próxima vez de que yo soy lo primero y no una jodida desconocida... —añadió entre risas.

—Por partes. Esa chica no era una desconocida, ¡era la prima de Elena Somavilla! ¡Y si no he bajado ha sido porque no parecías incómoda con una situación de cuyo detonante parece que quieres culparme, no por dejarte tirada! ¿Dejarte tirada de qué? Cris, piensa lo que quieras, pero llevo un rato perdido. Hablas de excitarme, de juegos y de otras milongas y todavía no me has contestado a ninguna de las preguntas que te he hecho o me respondes con evasivas y humo.

La conversación pudo haber tomado tantos caminos como explicaciones buscaba, había mucho de lo que hablar. Pero todo estaba a punto de cambiar. Porque, muy a mi pesar, solo había una explicación, y esta reunía a todas las demás, una verdad en la que encajaban todas y cada una de las piezas. Y qué verdad tan paradójica.

Se mojó los labios antes de hablar, miró al frente y después me miró a mí, directa a los ojos:

—Sé que hiciste un test, Migue. Uno de Durex®... —escupió a bocajarro. Pum .

El test... Oh, Dios mío... Quiero cerrar los ojos, sí, cerrar los ojos y despertar en casa, que todo esto no sea más que una pesadilla...

Me quedé de piedra, blanco, ojiplático, pasmado. No se me agotarían los adjetivos en un mes.

¿Cómo coño se ha enterado de lo del cuestionario?

Mori , concluí tras pensar unos segundos... Ha tenido que ser Mori...

Me ha descubierto hoy con el carrito de los helados y se ha enterado de lo del test... ¿Qué más puede salir mal? Ahora es cuando lo suelta todo. Me dice que he invadido su privacidad y todo esto no ha sido más que una patraña, una jugarreta como venganza. Que ni excitarme ni nada. Que en el maletero está Jaime y se va con él a follar.

Tragué saliva. Estuve a punto de decir algún sinsentido cuando, por suerte para mi salud cardiovascular y en el último segundo, aclaró aquello del test. Todo estaba a punto de cambiar. Vaya despiste el mío.

—Lo sé, lo sé —continuó. Gesticulaba sin parar—. Hice mal, nene. Muy mal. Joe , no debí abrir el archivo de las narices, pero vi el título del PDF en la carpetita de descargas cuando me bajé una extensión del Gerber —uno de los programas que usaba para temas de patronaje y que solo está instalado en mi portátil—... y me pudo la curiosidad. —Antes de continuar, me regaló una cara de niña chica traviesa—. Lo siento, ¡no sabía lo que era! Y cuando me di cuenta ya era tarde, y en lugar de parar... pues me puse a leer... y a leer... y a leer...

Y ahora se acababa de poner roja como un tomate. Más o menos como estarían mis mejillas.

Por una parte, alivio: no se refería al test como cuestionario, sino a un test concreto y sus correspondientes respuestas; por otra, confusión. Porque... ¡¿a qué test se estaba refiriendo?!

—Cariño, ¿de qué test estás hablando? —pensé en voz alta, mi tensión aumentando su frecuencia.

—Nene, que no soy tonta, coñi, no me trates como tal. — No, si el tonto soy yo —. Nunca miro tus cosas, ya sabes cómo soy para eso. ¡Pero que conste que fue un rato divertido! Y que nada me pareció mal... Hasta creo que he descubierto a un Migue nuevo... —dijo entre unas risas que provocaron un delicioso tembleque pectoral.

Espera, espera , me pedí calma a mí mismo. Antes de profundizar en lo del nuevo Miguel y tal , recapacita . Yo no había hecho ningún test. ¿Cómo era posible que supiera que...? Oh, dios. Dios. Dios mío. La Virgen. Todos los Santos. Ahora lo recordaba. El test que había en el ordenador era el test que cogí al azar para probar que se podían descargar los ficheros PDF desde el correo electrónico que creó Mori. El maldito archivo llamado «CuestionarioSexual2019.PDF». Normal que hubiera llamado su atención algo así.

Dios. Y lo siento mucho por blasfemar tanto. Pero ¡vaya cagada!

—Ah... El test ese que hice cuando... —murmuré intentando resultar convincente—. Ahora lo recuerdo... Y, claro, lo leíste todo... —balbucí. Demasiadas emociones. Así no llegaría a los cuarenta, pensé. ¿Qué narices habría contestado el tipo del cuestionario que descargué? Nada demasiado malo, imagino. Por eso lo del «nuevo Migue». Joder, por eso el cambio de humor del miércoles por la noche. Había leído las rspuestas y algo, por narices, le tuvo que agradar bastante. Fue cuando se aferró a mí como un koala. Lo único que me dejaba realmente roto fue pensar que de haber sido mío el test, ¡lo habría leído igualmente!

Afirmó de manera inocente y corroboró mi pensar:

—Migue, me gustaron muchas cosas y otras me resultaron algo más... inesperadas, curiosas. Pero bien, no pienses que me asusté, soy mayorcita. Además, supongo que si yo hubiera hecho un test así —¿Si hubieras hecho un test así? ¡Me acababa de mentir en la cara!— podrías encontrarte con respuestas que también te llamaran la atención. — Sí, sí, qué me vas a contar a mí... —. Hay parcelas de la vida del otro que no tenemos derecho a cruzar, xí, xí, xí. Y créeme, Migue, me siento fatal por ello. —¿Hablaba ella o el ron?—. Pero por otra parte hay cosillas que si se hablan... Jo, como lo de hoy. — ¿Cómo lo de hoy? ¡Yo hablaría contigo de mil cosas que he descubierto gracias al mismo test que nos traemos en esta conversación! —; yo no sabía que podía resultarte excitante verme en actitud cariñosa con otro para aparecer tú después y quedarte con el premio, como escribiste en esa pregunta... —Comencé a preocuparme por lo que hubiera contestado aquel desconocido, miedo me daba. Pero si algo tenía claro, es que mucho mejor «ser» aquel tipo, que ser el «hijo de la gran puta que diseñó un cuestionario con el que engañó a miles de personas en nombre de una conocida empresa para sonsacarle secretos a su novia»—. Pero estaba contentilla, tenía muchas ganas de verte y de que nos lo pasáramos bien esta noche con algo nuevo..., y me he lanzado al recordar eso. Joder, Migue, sabía que me estabas observando y no veía el momento en que bajaras. ¡Y me ha dado coraje que no lo hicieras, me he largado cuando he visto que no estabas asomado! ¡Me siento ridícula! ¡He tenido que quitarme a Jaime de en medio saliendo a toda prisa de Liceo! ¡Se ha quedado en la puerta, quieto, llamándome a gritos y preguntando qué me había molestado!

Mi cerebro carburaba a velocidad de vértigo, aunque sus últimas palabras me sacaran algo más que una sonrisa. Lo había dejado plantado allí mismo, qué cabrona. Enseguida se borró de mi faz todo atisbo alegre. Coño, hablaba de mi test sin hacer mención a que conocía su existencia desde hacía una semana. En fin, tenía que analizar las variables de la nueva ecuación por mi cuenta y ahora actuar como si tal cosa. Y aclarar demasiadas dudas antes de pensar en cómo darle la vuelta a la tortilla. Debía descubrir qué coño había contestado aquel tipo en el cuestionario cuanto antes. Vaya puto despiste el mío, mira que no borrar el archivo...

Tocaba ganar algo de tiempo para tratar de encajar un puzle cuyo resultado final iba a mostrar un mosaico algo desordenado de ideas.

—Uf... —suspiré—. No sé qué decir, reina... Me has pillado a contrapié, la verdad... No esperaba nada de esto... Quizás mi imaginación —dije para templar los ánimos— ha ido por delante de mi sensatez, mis fantasías quizás me han superado —convine tratando de minimizar las consecuencias de aquel juego—. Ha sido la primera vez que... que me he atrevido a hacer esto. Te juro que ha surgido, no lo había planeado. Nada de lo que te he dicho es mentira. Iba a darte la sorpresa y entonces... vi la oportunidad, un pequeño hueco para atreverme yo también. Será por eso que entré en bloqueo y no supe cómo... cómo aparecer en escena. Me gustó, ¿eh? Quiero decir, que sí, que... —¿Qué mierdas estaba diciendo? Supongo que cualquier cosa tras el susto que me llevé al creer que había descubierto lo del test—, me pareció divertido y estuviste convincente. Tanto que el pobre fíjate cómo acabó —dije entre risas algo forzadas. Ella sonreía risueña—. Pero claro, al no saber que estabas actuando pues me lo tomé como no era... Además, que el tío se estaba poniendo morado y yo...

—No se ha puesto morado —me frenó—, ¡estábamos bailando! ¡Hasta tuve que exagerar mis reacciones para ver si espabilabas!

No, si ya os digo: al final aquello era culpa mía y de nadie más.

—Todo lo que quieras, pero ese frotamiento de culo no era normal...

Empezó a descojonarse, con lo cual me otorgaba toda la razón. Hija de puta. Pero estaba deliciosa. No podía llegar a imaginar cómo habría sufrido el otro al quedarse sin el premio que anhelaba. Algo me decía que debía estar friéndola a mensajes pidiéndole explicaciones.

—No pensaba llegar a tanto. Pero eso también formaba parte del castigo. Que a ti te llegue a gustar ver cómo tu chica es… deseada... — y dale otra vez a lo mismo —, no significa que a mí me tenga que gustar que se te acerque una pilingui, por muy primísima que sea, y se te eche al hombro. No, no... Y menos distrayéndote mientras yo lo daba todo... —Se calló unos segundos tras soltar unas carcajadas y continuó—: Por cierto, ¿es verdad que es la primera vez que... me observas ?

Un gesto afirmativo con la cabeza le valió como respuesta. Era cierto, claro, pero es que a mí en la puñetera vida se me había pasado por la cabeza hacer eso. Es más, el motivo que me llevó a hacerlo poco tenía que ver con el morbo de ver a tu pareja con otro para aparecer después y joderle las fantasías al colega de turno. Me cago en la puta, macho.

Tenía que suavizar aún más el malentendido. Porque si había descubierto el cuestionario el miércoles y me hablaba de tener pajaritos en la cabeza, lo mismo que yo me había rayado con su test, no serían pocos sus interrogantes... y películas. Lo cual era un problema hasta que supiera a qué atenerme y quizás muchos problemas en cuanto hallase esas fuentes de incertidumbre que la invadían.

—Reina, hay una cosa que te quiero decir. No sé qué has leído exactamente —no lo sabía ni yo—, pero ese test lo hice un poco así... rápido, ¿sabes? Y es que no quería que se me pasara la fecha y perder ese viaje a Ibiza...

Abrió la boca de par en par. ¿Me creería?

—Migue, ¿en serio? ¿Cuánto de verdad hay en el test ese? —preguntó con profunda curiosidad. A saber lo que habría imaginado ya con la información obtenida.

—Digamos que un 50% es cierto —respondí convincente. Casi se me escapó un: «¿Y tu test, cómo es de fiable? Porque sé que tú también lo has hecho y estoy aquí haciendo de tripas corazón, me cago en mi puta vida ». No debía olvidar que estaba jugando conmigo. Y más que lo iba a hacer.

—Mentiroso. Mientes.

Le dijo la sartén al cazo. Hay que tener cara, macho.

—Te lo prometo. La mitad, más o menos. Cuando no tenía respuesta adecuada, pues hala, lo primero que pillaba. Tenía que contestar a muchas cuestiones porque no se podían dejar preguntas en blanco. En serio, venía en las normas.

Como si tú no lo supieras, maldita. Si finges así de bien con esto, quedándote conmigo en mi cara, ¿qué otras cosas no me dirás...?

—La mitad, ¿eh? Estaría bien saber qué cosas son ciertas y cuáles pusiste por poner. Por ejemplo, lo de hoy... ¿qué pasa con lo de hoy? —preguntó sacándome la lengua.

Me lo pensé bien y arriesgué. Al fin y al cabo aquel cuestionario no era mío.

—Lo de hoy habría que matizarlo un poco, pero es al 75% verdad —escupí tal cual.

—Una cifra alta. Algo te habrá gustado entonces... Aunque podemos hacerlo mejor la próxima vez — ¡¿Próxima vez?!—. Y si es por matizar... creo que habría otras muchísimas cosillas que matizar. Muchas que me han pillado desprevenida, y otras que ya conocía no sabía que fuesen tan importantes para ti... —De nuevo me sacó la lengua. Esta vez con una cara de pícara que activó todos mis sentidos sanos.

—¿Cómo qué? —Quise saber admirando su figura, echada a mi lado. Hacía rato que su perfume me había embriago por completo.

—Como... esto...

Se llevó la mano al borde inferior del vestidito y tiró de él hacia arriba un palmo. Para mi sorpresa, no había tanga. Su coñito asomaba entre sus piernas, preciosos labios al aire en el vórtice entre sus ingles. El corazón me dio un vuelco.

—¿Te gusta? —inquirió con una inflexión que era de todo menos inocente.

—Hostias, nena. ¿No llevas nada? —me incorporé sobre el asiento y miré hacia el parking para asegurarme de que estábamos a solas.

Negó con la cabeza muy lentamente. Acto seguido, levantó su pierna derecha y clavó el tacón de la bota sobre su asiento. Su sexo, totalmente depilado, quedó expuesto. La escena se pornificó aún más cuando se mordió el labio inferior.

No reaccioné. Me quedé embobado mirándola de arriba abajo. Mis hormonas, hipersensibles, se alteraron ipso facto.

—¿Dónde está? —Quise saber de manera ingenua, aunque el trasfondo de la cuestión buscaba saber si el tanga se había esfumado antes de aparecer ese tal Jaime con Nacho o se lo había quitado al llegar al parking y descubrir que me había dejado abierto el coche. Porque de casa había salido con él, estaba seguro.

—Se me cayó...

Joder, qué respuesta tan cochina. Un calambre me recorrió la columna. Vaya coñito más carnoso. Vaya mirada cargada de lujuria y Brugal. Vaya tetazas.

—¿Ah, sí? ¿Dónde? ¿Cuándo? —pregunté estirando mi brazo derecho. Iba a acariciarle el interior de los muslos cuando me agarró de la muñeca y me detuvo.

—No, no...

—¿No? —pregunté humedeciéndome los labios sin poder de mirar a otro sitio que no fuese su chochito.

No dijo nada. Se volvió a cubrir su sexo con el vestidito, hizo un par de movimientos gráciles y clavó sus rodillas sobre el asiento con su cuerpo mirando hacia mí. Suerte que es pequeña, porque el habitáculo no daba para mucho. Aunque qué importaba en ese momento.

Con una sonrisa en los labios, se aproximó a mi rostro y comenzó a lamerme el cuello. Sin preámbulos y de una manera sucia, hambrienta. Se apoyó colocando una de sus manos entre mis muslos, sobre mi asiento. Si había estado acumulando ganas de usar la lengua, lo había disimulado bien. Había palpado la tensión desde que entré al coche, pero aquello iba a superar todas mis expectativas. Porque si pensaba que todo lo acontecido hasta llegar al parking y encontrarme a Cris sola en el Jaguar era el comienzo de las nubes negras en mi mente, no podía estar más equivocado.

Prueba de ello fue que mientras me deleitaba con la forma en que mi novia me ensalivaba el cuello y la barbilla, su pintalabios sobre mi piel, noté su mano de apoyo sobre mis vaqueros. Mi polla reaccionó enseguida. Demasiada tensión, demasiados estímulos. Aunque no los últimos. Ni el alcohol podía mitigar el frenesí que atesoraban mis partes. Con no poca maña, sin dejar de morderme ahora el otro lado del cuello que yo le había facilitado atacar —benditos suspiros entre gemidos—, me abrió la bragueta de los vaqueros. No iba a quedarme atrás, así que entretanto comenzaba a lamer sus hombros, su cuello y succionaba el lóbulo de su oreja, me desabroché y bajé los pantalones hasta las rodillas.

Acababa de encenderme en un segundo, ignición espontánea.

Y las revoluciones no remitían.

—Se te ha animado ya, eh... —dijo con la boca entreabierta, dejándose hacer mientras yo sostenía su rostro con dulzura y le succionaba la barbilla. Al instante, nuestras lenguas se encontraron batallando fuera de nuestras bocas. Mis dedos se perdieron entre su melena y comencé a masajear su cuero cabelludo, guiando su cabeza mientras nos comíamos la boca. Qué bien olía.

Su mano apenas si jugó con mis calzoncillos. Un leve magreo. La dirigió entonces a mi polla, que había alcanzado casi el cien por cien de su potencial, y comenzó a masturbarla. Con ganas, con muchas ganas. No porque ansiara hacerme perder la razón, sino porque ella ya la había perdido. Cómo la batía mientras me chupaba la lengua, estaba fuera de sí. Acababa de pasar de cero a trescientos en nada.

La posición, aún con sus rodillas hincadas en su asiento y el enorme espacio del apoyabrazos entre ambos, era incómoda para cualquier tipo de postura, y aquello ya era forzar la máquina. Para mi sorpresa, la poca practicidad del coche no impidió que avanzara en su escalada sexual.

Dejamos de comernos la boca como dos animales y descendió. No se lo pensó, lo ansiaba. Su culo quedó en pompa mirando hacia el cristal del copiloto, el reflejo de sus glúteos en la ventanilla una locura. Podía apreciar su coñito y su ano a la perfección, una imagen increíble. Desgraciadamente, en cuanto Cris bajó mis calzoncillos y se tragó mi polla sin los preámbulos habituales, mi visión se emborronó. Pareciera que estábamos solos en el mundo, que podíamos hacer lo que quisiéramos. Tal era el grado de excitación almacenado que nos dejamos llevar sin pensar en nada más. En nada que no fuese sexo sucio.

Su boca succionaba con suavidad toda la extensión de mi polla. Su cabeza subía y bajaba, de su garganta salían gemidos y muchas ganas. Pronto se humedecieron mis huevos, la base del tronco totalmente ensalivada, la mano con la que aprisionaba el cuerpo venoso de mi herramienta. Lo estaba haciendo con muchas ganas, muchísimas. Hacía tiempo que no percibía tanto apetito sexual en Cris. Sus labios apresaban la total anchura del pene y subían y bajaban al ritmo controlado que imponía la palma de la mano con la que me pajeaba. Se detuvo un par de veces para chuparme el glande descapullado, pasarle la lengua describiendo una circunferencia con su ávida la lengua, pero en cuanto me escuchaba suspirar y gemir un par de veces seguidas, volvía a tragarse mi polla entera para mamarla a placer. Sin duda, una de las personas con las que había compartido cama que mejor hacía felaciones.

Llevado por el momento, coloqué mi mano izquierda sobre su cabeza y la empujé para que tragara sin parar. Mi mano derecha, tras magrear un rato su culo totalmente expuesto, se dedicó después a jugar con los pliegues de su sexo. A ratos masturbaba su clítoris, lo pellizcaba, lo que provocaba que su cuerpo diera sutiles respingos, y luego comencé a introducir mis dedos en su vagina. El chasquido provocado por éstos y la extrema humedad de su sexo acompañó a los sonidos que salían de su boca. Estaba en la puta gloria. Si llegan a decirme no solo que la noche iba a acabar así, sino que mi cuerpo iba a responder de una manera tan bestia a sus estímulos, no me lo hubiera creída. Pero es que mi polla iba a reventar ya. Y no porque tuviera ganas de correrme, que ni por asomo, sino porque no recordaba haberla notado tan dura desde hacía muchísimo tiempo, amén del estreno anal de la semana anterior. Y hablando de sexo anal, tras hacerle un buen dedo mientras succionaba, le dediqué otro a su culito, prieto y tentador.

Cris se apartó la melena hacia el lado del volante y me miró de perfil con mi polla aún entre sus labios. No paraba de chupar. Tenía los labios hinchados, los alrededores chapoteados de su propia saliva. La imagen de mi polla en su boca era digna de una fotografía que perdurara hasta la posteridad. Brutal. Entonces se la sacó, un rápido lengüeteo a la zona del frenillo sin dejar de apretarla con la mano, y habló:

—Sácame los dedos de ahí y méteme esto... —pareció ordenar. Follármela era lo que pensaba desde hacía un rato, pero no había espacio para hacer mucho más. Se lo hice saber, pero no le importó. ¡No le importó! Eso sí que era una novedad.

—Pues entonces llévame a otro lado —concluyó pasándole la lengua a mi polla, desde la base hasta el capullo. Y así varias veces más. Joder, qué felina.

—¿Vamos a casa...? —pregunté ensimismado por sus artes orales.

—No... —dijo con rotundidad.

No.

—¿No?

—Hoy no...

Lo capté. O eso creí. Valía la pena arriesgarse de todas formas. ¿Iba a cumplir una de mis fantasías? ¿Sería capaz? Y lo más importante, ¿tendría algo que ver con el test no mío ? Todo al rojo. Vamos a ver cómo reacciona.

Un hilo de saliva pendió entre sus labios y mi glande antes de deshacerse. Se volvió a su asiento, se limpió la boca con el dorso del puño y se me quedó mirando. Estaba tremenda, extasiada, sus pezones marcados bajo el vestido y el sujetador. Hay cosas que mejor cocinarlas cuando ya están en caliente, me dije.

—Déjame probar una cosa —le pedí. Si íbamos a ir más allá quería comprobar su grado de colaboración.

Salí del coche con el pantalón a medio poner, di la vuelta y me coloqué junto a su ventanilla. Cris me siguió con la mirada, jugaba su lengua con sus labios, erótica pura. Le ordené que le diera al contacto y bajara la ventanilla y así lo hizo, sin apartarme la mirada. Asegurándome de que seguíamos solos, me saqué la polla y se la acerqué como el cerdo en que me había convertido.

No dijo nada. Simplemente acercó su boca a mi pene y lo volvió a poner erecto a base de mamadas. Cómo chupó, madre mía. Qué manera de tragar, qué suavecito, qué calentito. Y ni una sola queja. Al revés, sacó media cabeza por la ventanilla para mamar con más fuerza y poder masturbarme a la vez. Aquello era inaudito, y afirmar tal extremo cuando nuestra vida sexual siempre había sido —relativamente— movidita era mucho decir. ¡No decía una sola palabra de entregada que estaba!

No quedó ahí la cosa de la mamada. Ni de coña. Se detuvo solo para abrir la puerta, se acuclilló en el espacio entre mi coche y un Peugeot que estaba siendo testigo de todo y prosiguió.

Contra todo pronóstico, a pesar del placer que Cris y su imagen zorruna me ofrecían, no me invadía la necesidad de correrme. Era raro, muy raro. Hacía ya rato que en cualquier otra circunstancia la hubiera invitado a parar para pasar a trabajos mayores, pero no había atisbo alguno que me hiciera pensar que la eyaculación estaba cerca.

Tras un par de minutos con la morena arrodillada poniéndome la polla enrojecida y dura como el mármol, me dije que tal anormalidad había que aprovecharla cuanto antes. Juro que me hubiera encantado comerle el coñito, sacarle las tetas, pero la situación, el lugar y el momento invitaban a otra cosa. No podía desaprovechar aquello, y no me refiero solo a mi empalme de tres pares de narices. Además, ella estaba totalmente... ¿sumisa? Joder, me moría de ganas por...

—Nena, ven para acá —le ordené subiéndome los pantalones.

No dijo nada. Me echó los brazos alrededor del cuello cuando la abracé por la cintura y se dejó hacer. De un rodillazo cerré la puerta del copiloto, di la vuelta al coche y llevé a Cris al capó. Sobre el capó. No podía creer que no hubiera puesto una sola queja. Nada. Se estaba dejando hacer como nunca. Así que viendo el cielo abierto, la senté primero y luego la empujé con suavidad. La hostia puta, ni me lo creía. Clavó los codos sobre el metal... y levantó las piernas antes de separarlas. Su coño se mostró en todo su esplendor frente a mi entrepierna. Con una mano agarré la bota derecha de mi novia y con la otra me bajé el pantalón lo justo para que mi amiguita volviera a relucir. No tardé en dirigir el capullo a su vagina, chorreante, y empujé poco a poco. Tras unos primeros movimientos en el interior de su sexo, empapado y ardiente, usé ambas manos para agarrar las botas negras por la parte más estrecha del talón. En cuanto el movimiento se volvió mecánico, mi cintura a todo meter y sacar, separé más sus piernas, llevándolas al límite. Y Cris no se quejó. Desde que había comenzado a follármela no paraba de mover la cabeza de delante atrás, de gemir, de suspirar, de morderse el labio inferior para regalarme una mirada cargada de deseo y placer. Solo la postura y la necesidad de tener los codos hincados para no chorrearse hacia abajo le impedían que se masturbara el clítoris como tanto le gustaba. Y me dije que eso no podía ser. Así pues, tras un par de minutos de follada deliciosa, por fin, al «aire libre», en un sitio público, le indiqué que se bajase del capó. Me obedeció llevándose una mano a su entrepierna, quizás debido a alguna molestia, y se dispuso a entrar en el coche. No la dejé. La agarré de la muñeca y me la llevé a la parte de atrás del coche, justo a la esquina de la octava planta. Cris obedeció.

—Ponte aquí, así, mira...

La invité a que se pusiera de cara a la pared y lo entendió. Estiró los brazos, palmas de las manos contra el hormigón y espalda arqueada. Enseguida separó las piernas y sentí el morbo de verla con el vestido levantado y aquellas botas con tacón.

Ni me lo creía.

Tras un rápido vistazo al parking, le pasé el glande por entre sus labios íntimos y lo introduje un par de centímetros en su húmeda vagina. La polla entró como un cuchillo cortando mantequilla a cincuenta grados y no tardé en pillar el ritmo. Ni ella en comenzar a masturbarse con los deditos de su mano derecha. Gemía sin parar, había comenzado a morderse el labio inferior con fuerza. Me ayudé de los antebrazos para levantarle el vestido y la agarré de la cintura. Las vistas en ese momento no hubieran sido superadas por nada. A cada embestida, sus glúteos tremolaban sin control, lo que me incitaba a follármela con más ímpetu. Qué delicia. No tardaron en llegar sus primeros jadeos y sonoros lamentos, lo cual era otro reclamo para que la intensidad creciese. Tal era la follada que le estaba dando, que en un breve movimiento pude apreciar el perfil de su pecho derecho. La postura y los envites habían provocado... ¡que se le salieran las tetas! No pude resistir la tentación y adelanté mis manos hacia sus pechos desnudos, que hasta ese momento se mecían sin control. Imposibles abarcarlos a manos abiertas, los apreté con fuerza y eché mi cuerpo hacia delante. Comenzaba a sentir cierta fatiga, pero no las ganas de correrme, así que aumenté la intensidad. Pronto comenzaron a invadirme flashes de la noche, la imagen de Cris bailando con Jaime, Jaime acariciando sus caderas, ambos frotando sus cuerpos. Cierta rabia me invadió y su mecha sirvió para que mi frenesí no se detuviera. ¡Aparece por aquí, gilipollas, aprende cómo le gusta que se la follen! ¡Sufre, hijo de puta! ¡Mira cómo me entra, mira qué chochazo tiene, y es mío, solo mío! Con ello, pensamientos cada vez más sucios que se materializaban en carnes temblando, los jadeos y gemidos de Cris se multiplicaron. Podía notar cuando mis huevos se estampaban contra su sexo como sus dedos trabajaban a toda velocidad. Fueron unos minutos gloriosos. Estábamos totalmente idos, entregados. ¡Y follando en un sitio público!

Y cuando estaba en la puta gloria, ebrio y disfrutando de mi chica tras una dramática velada, lo mejor estaba por llegar.

Cris comenzó a tener pequeños espasmos, sus gemidos fueron leves quejidos que se transformaban en chillidos hasta que no pudo más.

—Nene, me corro, hostia putaaa, ¡que exploto, sigueeeeee!

No podía ser. ¿Se corría de verdad? ¿Ya? ¿En serio? Yo ni de coña estaba listo. Sentía la polla a tope, durísima, empapada en unos flujos vaginales que comenzaban a chorrear por sus muslos, pero mi orgasmo no se había enterado de que estaba follando y se habría quedado dormido. Igualmente, ante sus jadeos, gemidos, grititos y palabras que no lograba descifrar, volví a agarrarla de la cintura y le di con la mayor intensidad que pude. Mi pene entraba y salía a toda leche, nuestros cuerpos estampándose, su mano trabajando a marchas forzadas. Le estaba reventando el coño.

Y entonces, tras un minuto de fuerte follada, Cris se echó hacia delante, lo que provocó que mi polla se saliese de su interior totalmente erecta... y cayó al suelo en posición fetal. Enseguida se llevó la mano a la entrepierna y siguió gimoteando de placer. ¿¡Cómo era posible!? Nunca la había visto así, era algo totalmente nuevo para mí. Cris retorciéndose mientras un orgasmo azotaba cada una de sus células. ¿Pero qué he hecho que no haya hecho antes? Sollozaba y gemía, un «Mmmmmmmm» incesante, sus ojitos cerrados y su pelo desparramado por el suelo.

Tardé en reaccionar por lo novedosa de la situación, pero en cuanto tomé consciencia de lo que pasaba, me coloqué el pantalón como pude y me agaché a su lado. Cuando le pregunté qué le pasaba, sus cabellos cubriéndole el rostro, empezó a descojonarse:

—Nene... Uf... Uf... Uf... No me toques, espérate un poco... Mi madre, qué momento... qué momento... —decía fuera de sí mientras se acariciaba la entrepierna—. Joder, increíble —prosiguió tras unos instantes respirando de manera agitada—. Esto hacía tiempo que no lo sentía... —Vaya, ¿se referiría a esos orgasmos que le brindaron las pollas aquellas...? En cualquier caso, y sin querer, acababa de confesarme entre líneas que lo de correrse lo llevaba crudo conmigo—. Qué intensidad, joooooder... No me puedo ni mover... Ay, me tiemblan las piernas...

A mí me acabó dando la risa. Vale, me angustiaba verla en la esquina del parking, sucia y desmarañada, pero la situación era surrealista. Ni siquiera me importó no haberme corrido, verla así era felicidad para mí. Incluso cuando pensaba que todo lo acontecido durante la noche pudo haber influido en su estado de sobreexcitación sexual.

Cuando pudo levantarse al fin, algo mareada, nos comimos la boca en un fuerte abrazo. Le abrí la puerta del coche y la acomodé. No veas cómo iba. Parecía que el orgasmo hubiera multiplicado los efectos del alcohol. Fue al darle la vuelta al coche cuando aprecié la mancha sobre la esquina en que había estado tumbada Cris. No pude más de sorprenderme. Aquello, definitivamente, no había sido normal, y no estaba muy seguro de hasta qué punto yo había influido en su sobredimensionada reacción.

El trayecto de vuelta a casa estuvo acompañado de magreos, besos y lamidas de boca. Y risas. La sonrisa dibujada en el rostro del viejecito encorvado nos encendió como dos tomates. Algo me decía que no habíamos estado muy atentos a las cámaras de seguridad. En el aparcamiento de casa, tras una charla en la que me confesó sentirse culpable por haberme dejado a medias —algo a todas luces surrealista—, insistió en acabar lo que había empezado. Yo quería subir a casa y follármela a placer en la cama, ponerla a lo perrito y gozar de lo mejor de la vida, pero no estaba por la labor.

—Mañana será otro día. Mi chochito hoy no puede más, Migue. Pero me encantaría recompensarte...

De nuevo, como había hecho en el parking, hincó las rodillas sobre el asiento y comenzó a chupar. Esta vez, con más calma, me deleité con cada movimiento de sus labios, cada pasada de su lengua. Haber implosionado no limitaba su buen hacer. Al contrario, lo estaba disfrutando casi más que yo. Qué manera tan morbosa y dulce de lamer y chupetear una polla, la hostia.

—¿Nerea se fue con Nacho? —le pregunté al tiempo que acariciaba su culo desnudo y expuesto.

No sacó mi polla de su boca, pero asintió con la cabeza y emitió un leve chasquido con la garganta.

—¿Se la llevó al MöTu? —volví a preguntar. Era práctica habitual de Nacho conocer a una tía por la noche, invitarla a cualquier mierda y luego proponerle ir a su bar con algún pretexto tan infantil como previsible. Levantaba la corredera, se perdían en la oscuridad del sitio y en la cocina o alguno de los baños se las follaba a placer.

Cris volvió a asentir con la cabeza. Mi polla noto el movimiento en el interior de su boca. Uno de mis dedos rodeaba el agujerito de su ano.

—¿Tú crees que...? —le pregunté. Mi dedo corazón se adentró en su ceñidísimo culo.

Esta vez Cris se sacó mi miembro de la boca, se pasó el pelo por detrás de la oreja, y habló:

—Nerea iba cachondilla esta noche y Nacho más todavía. Así que... sí, sin duda. Mañana me enteraré de todos los detalles.

Y dicho esto, volvió a tragarse mi polla entera. La imagen de Nerea follando aquella noche en la oscuridad del bar activó nuevas parcelas de mi morbosa imaginación. Finalmente, aquellas enormes tetas iban a ser ensalivadas —y sin duda folladas— durante la madrugada. O ya lo habían sido. No era nadie el pelirrojo. ¿Esperaba que su amiguito apareciese por el MöTu con Cris para pasarlo bien los cuatro? Pues que se jodiera bien jodido.

Fueron casi diez minutos más de mamada en el garaje de nuestro bloque hasta que reventé. Cris tuvo que sacar la cabeza por la ventanilla para escupir lo que no pudo tragar y yo hacer malabares para no pringar el cuero. Le sequé la cara y nos dimos un piquito antes de subir. Los latigazos de la borrachera seguían muy presentes en ambos y cierto malestar por la vuelta de tornas con lo del test se hacía notar en mi psique.

Al llegar a casa me sentí, no obstante, revitalizado. Mi zona de confort, al fin . Cris encendió el teléfono mientras preparaba el baño y contestó unos cuantos mensajes. Yo me largué a la terraza mientras tanto tras visitar la cocina. Necesitaba aire. Y un baño relajante que Cris se había negado a compartir. Estaba muerta y se moría por pillar la cama. «Una ducha rápida y caigo frita».

Estaba picoteando algo y bebiendo tanta agua como me era posible —no tenía ganas de padecer una resaca de muerte al día siguiente—, cuando recapacité sobre todo lo acontecido durante la noche. Pura locura que añadir al resto de locuras. Lo más extraño de todo, curiosamente, y mira que había de dónde coger, había sido el test. El mío , no el suyo o que me hubiera mentido a la cara omitiendo que estaba al tanto de la existencia del cuestionario. Me refiero al que le había hecho ver a Cris un Migue «nuevo». ¿Quizás más morboso? ¿Más activo? ¿Mucho más imaginativo? No lo sabía aún, pero lo que había pasado en Liceo me podía dar una pista.

Y es que es increíble, ¡la de vueltas que da la vida!

Al final, después de todo, no solo su test iba a cambiar nuestro mundo. También mi test. El mío . Cuanto antes, me dije, debía echarle un vistazo a las respuestas del desconocido y averiguar qué había leído Cris. Qué se supone que ha estado pensando estos días y en qué medida ha podido alterar su visión sobre mí. Rezaba por que no hubiera ninguna barbaridad. De haberla, pensé, no me quedaría más remedio que replantearme la idea de mantener lo del cuestionario en secreto. Aunque me extrañaba que hubiera habido respuestas chocantes. Al menos para Cris, pues lo hubiera mencionado sin dudar.

Me dirigí al dormitorio huyendo de los mosquitos de la terraza y descubrí que la niña aún seguía en el baño. Se había dejado el teléfono sobre la cama y la luz de notificación parpadeaba. Tuve un pequeño pálpito. ¿Sí? ¿No? ¿Una miradita rápida o ya está bien? ¿Qué he aprendido de espiar los teléfonos ajenos?

Por lo visto, no lo suficiente. Y tardaría en aprenderlo.

Acerqué el oído a la puerta del baño y agucé el oído. No me hubiera hecho falta, porque escuche cómo mi novia deslizaba la mampara de la bañera, pero me quise asegurar unos cuantos segundos. Agarré el teléfono hecho un manojo de nervios, dibujé el patrón con mi dedo y vi un chorro de mensajes entrantes de WhatsApp. Un número llamó mi atención enseguida. Deslicé la barra de estado y pude leer parte de la charla.

+34 640 343 4321

Claro si te entiendo

Si te estaban esperando te estaban esperando

Yo más no he podido hacer morenaza

Solo te digo una cosa más

Se q eres una señorita de los pies a la cabeza y tb q se puede hablar contigo d todo

Pero ademas eres mujer mujer y esto te lo debía x lo que hablamos…

Mira lo que te has perdido esta noche :P

(IMAGEN)

06:58

En la propia pantalla, sin necesidad de abrir la conversación, apareció un pedazo de polla. Jaime aparecía tumbado sobre su cama, totalmente desnudo. En la foto se apreciaban sus piernas estiradas y sus largos pies al fondo. Pero lo que llamaba la atención era... ese pedazo de polla, más gorda en su zona central que en la base y la punta.

Lo que me faltaba, vamos. Ese colega masturbándose pensando en mi novia. ¿Ahora qué? ¿También formaba parte de nuestro juego que aquel tío le enviara eso? ¿Que le dijera que más no había podido hacer? Sí que había que matizar cosas, sí. Empezando por matizarle la cara al puto Jaime de los cojones.

Resignado, como no podía ser de otra manera, dejé el teléfono en el mismo lugar en que estaba. Ese tío era directamente, y perdonadme la expresión, un completo surnormal . ¿A cuento de qué le enviaba a mi novia una foto-polla y le decía lo que le decía? ¿Qué mierda era eso de que se lo debía por lo que habían estado hablando? Qué puto pesado fantasioso y pervertido. Lo peor de todo es que Cris acabaría viéndola y yo no podría hacer nada al respecto más que fingir que no sabía que a mi lado mi novia charlaba por WhatsApp con un colega que, para colmo de males, también calzaba una buena pieza y se la mostraba con orgullo.

Qué impotencia, de verdad. Y qué coñazo los tíos estos que no entienden las negativas e insisten cuando se topan con una chica incapaz de ser tajante. Ya tocaría el tema los próximos días y a ver si Cris soltaba prenda. Debía abrirle los ojos. Y si no lo hacía, ya inventaría algo. Ahora no era el momento, aunque me jodiese y diese igual a partes iguales. Al fin y al cabo, la polla que acababa de comerse era la mía; de la suya había huido.

En fin, tocaba esperar acontecimientos. Como por ejemplo en qué medida iba a afectarme todo cuanto había descubierto. En qué medida iba a cambiar Cris después de hacerme saber que había leído mi supuesto cuestionario. Y, por supuesto, cómo iba a alterar todo esto nuestras relaciones con el mundo externo...

Quedaba todo por saber. Todo por vivir. Lo bueno y lo malo. Por ese orden y viceversa.

Pero basta ya de cháchara y arranquemos de una vez.

Esta que comienza... es mi historia.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

Nota del autor

Durante el resto del día de hoy, quizás mañana, dejaré un comentario de agradecimiento a todos los que habéis seguido esta historia y os habéis molestado en comentar qué os ha ido pareciendo. También a quienes me habéis escrito por privado. Ambos grupos seréis premiados, porque vosotros sois la única contraprestación que recibimos los que por ahora escribimos de manera gratuita en este tipo de páginas. La única contraprestación . La gloria es vuestra. Asimismo, comentaré por encima cómo prosigue la historia y cómo y cuándo estará disponible la segunda parte de la misma, la «fuerte», para quienes buscan más emociones. El potencial del relato a la vista está. También daré respuesta a varias de las cuestiones que habéis planteado a medida que he ido subiendo capítulos y contestaré cualquier duda que pueda surgir. No he querido hacer acto de presencia en los comentarios para no desvirtuar el relato y centrarme solo en la primera parte de la historia y los personajes de «Descubriendo a Cris». Como narrador, mi única tarea era mostraros qué iba sucediendo en la vida de Miguel, Cristina y compañía y no podía hacer alusión a nada relacionado con la confección de la trama o su contenido. Es por esto por lo que tampoco he podido avisar del retraso que iba a sufrir la publicación de este capítulo (que en el libro original son muchos capítulos) debido a un problema técnico y a otro derivado de mis vacaciones.

Espero que a pesar de lo extenso de esta primera temporada introductoria, que sirve para presentar a los protagonistas, a los secundarios y esbozar lo que acontecerá a continuación, os haya gustado y entretenido. Por cierto, alguno no va desencaminado en sus elucubraciones.

¡Salud! Nos vemos prontito.

Randor® 2020.