Descubrí a la mujer de mi mejor amigo
Una noche descubrí la versión más zorra de la mujer de mi amigo y acabamos en una espiral de sexo incontrolada.
Descubrí a la mujer de mi mejor amigo
Al entrar en el despacho de mi Silvia, abogada experta en materias fiscales, la saludé:
—Hola, ¿preparado para repasar números? —me preguntó.
—Claro, ¡Qué vamos a hacer!, habrá que presentar la declaración de la renta ya, el plazo se acaba mañana, ¿no?
Silvia se había ofrecido a hacerme la declaración porque cada vez se había complicado más. Me había citado a última hora del día, después de haber terminado el trabajo y una vez ya sola su oficina para poder trabajar tranquilos dado que se trataba de un favor personal. Silvia era la mujer de Miguel, mi mejor amigo. Desde que conocí a Miguel durante la universidad había sido novio de Silvia y a los pocos años de terminar se casaron enamorados. La vida les fue genial hasta que la crisis echó por tierra los negocios inmobiliarios de Miguel y de la noche a la mañana se encontraron salvando como podían la casa y los muebles y pagando las deudas atrasadas de Miguel a duras penas con el suelo de Silvia en el despacho.
Desde hace varios años mis ingresos se habían ido multiplicando por varias inversiones que había ido haciendo en discotecas por Barcelona. Mi plan era sencillo, compraba un local de copas que no funcionaba demasiado bien, le daba un lavado de cara y con una red de relaciones que había forjado pronto se convertía en el sitio de moda para salir en Barcelona. El problema es que varios de los asesores fiscales que había mantenido hasta entonces habían colmado mi paciencia por excesivamente prudentes o por intentar robarme parte del dinero. Al final, una noche en la que cenaba con Miguel y Silvia, ella misma se ofreció a ayudarme en su tiempo personal y no lo dudé porque me fiaba plenamente de ella.
Mientras repasamos los cálculos que Silvia había preparado, la observé en aquel entorno al que no estaba acostumbrado, no en vano siempre la había visto en casa o de juerga y no allí rodeada de papeles y enfundada en traje. A pesar de que siempre le había respetado y nunca había sentido atracción sexual por ella, también siempre reconocí que Silvia era una mujer bella, muy bella. Lucía un pelo castaño largo y liso, un rostro redondeado y salpicado por unas preciosas pecas, y un cuerpo muy bien definido. No era especialmente alta, pero su cintura estrecha remarcaba unas delgadas piernas largas y unos pechos prominentes en su busto que había podido admirar numerosas veces en la playa de Barcelona.
Esa noche, su cara mostraba signos de cansancio por llevar todo el día trabajando siendo además la época en la que se presentan todos los impuestos y los clientes se vuelven locos. Recogía su pelo tras la oreja para que no le molestara mientras no paraba de mover las piernas nerviosa porque todo estuviera bien. Vestía un traje negro cuya chaqueta había dejado apoyada en el respaldo y la falda se subía demasiado por el roce de la silla mostrando sus largas piernas.
Volví de nuevo a concentrarme alejando mis pensamientos de ella. Nunca había roto esa confianza que nos une como amigos y no lo iba a hacer ahora por descubrirla allí tan profesional en su despacho. Todo estaba correcto, excepto unas dudas que tenía Silvia en cuanto a unos recibos a mano en los que yo anotaba “Servicios a Terceros”.
—Lo que todavía no entiendo es que son estos recibos Pedro, ¿de qué son? —preguntó al final.
—Nada, no hace falta que los descuentes, me da un poco igual —contesté sinceramente porque en realidad casi todo el dinero que ganaba era “b” y un poco más o menos de impuestos no me iba a complicar la vida.
—Ya, si lo entiendo, con la pasta que estás ganando no me extraña —aseguró sonriente—, pero todo lo que puedas deducirte hay que aprovecharlo. ¿Qué son? ¿Servicios de preparación de fiestas, de catering, a empresas por eventos? —mostrando su vena fiscalista.
—Que no, déjalo que me igual —respondí amablemente restándole importancia.
—Venga Pedro, que yo no soy Hacienda, dímelo y así el año que viene lo organizamos para que puedas. No sale de aquí, ni siquiera se entera Miguel, te lo prometo. —rogó con una sonrisa en los labios.
Miguel me había pedido trabajo varias veces en los clubs para hacer lo que fuera, pero como buen amigo mío que es, en vez de darle un trabajo que sé no necesito y él no valdría había preferido dejarle el dinero directamente. Ellos siempre me dijeron que lo devolverían en cuanto pudieran y que si Miguel tenía que trabajar en cualquier puesto lo haría. Y siempre les respondí que no era necesario y que lo hacía por el placer de ayudar a un par de amigos.
—Mira que eres pesada Silvia… son servicios de chicas —hice hincapié en la palabra para que lo entendiera.
—¿De camareras, de las gogós? —preguntó inocente.
—No. De “ mujeres para otros” …
No se enteraba, hasta que por fin le cambió la cara.
—¿De putas? —preguntó incrédula.
—Bueno, putas, putas, no. Son chicas que animan a la gente en las discotecas, que calientan el ambiente todo lo que pueden y luego acaban la faena… —pensando en voz alta—. Bueno sí, son putas.
—Joder Pedro, nunca lo había pensado —se quedó pensativa—. Está claro que tiene sentido, pero no me había parado a pensarlo. ¿Y todas esas chicas tan guapas que hay en tus discotecas son putas? —preguntó curiosa.
—¡No, qué va! Algunas de las que ves controlando a los grupos de 4 o 5 personas de empresas o que coordinan las barras se prestan a hacerlo. No soy ningún chulo ni nada de eso. Sólo sé que en el mundo de la noche muchas de las chicas que hacen de camareras, gogos o relaciones públicas lo hacen y a veces cuando un cliente me pide ayuda sobre el “tema” les organizo y al final el responsable de cada discoteca me pasa esos recibos para que cuadre la caja —mientras le hablaba se le notaba ensimismada en sus pensamientos.
—¿Y tú las usas? —preguntó con una mezcla de miedo por mi reacción pero al mismo tiempo sin poder reprimir una curiosidad innata en todas las mujeres. Sus mejillas se tornaron rosadas y sus piernas volvieron a moverse nerviosa. Sabía que estaba entrando en un tema demasiado personal y sus ojos dudaban sobre si tenía la suficiente confianza como para preguntar.
Mi primera reacción fue contestarla que no era asunto suyo pero al verla nerviosa en su silla del despacho y pensar que había sido amiga mía durante años, me encogí de hombros dispuesto a sincerarme.
—¿Usar? Supongo que no. Pero no puedo negarte que mi posición como dueño de las discotecas me da ciertas ventajas con las chicas que trabajan allí —contesté.
A mis cuarenta años siempre me había conservado bien y sin ser el más guapo, había tenido una vida sentimental para mí muy buena. Nunca he tenido relaciones largas, pero tanto antes de montar los clubs como después, siempre he estado acompañado cuando lo he querido. Muchas veces Silvia y Miguel me había preguntado si no sentaría la cabeza con ninguna mujer y siempre respondí que no lo necesitaba, que era feliz con mi vida tal y como estaba.
—Sabes que nunca he tenido problemas para ligar Silvia —seguí hablando— pero al poco de montar la primera discoteca noté que la disposición de las chicas en el negocio iba mucho más lejos de lo cualquier persona puede imaginar. Te sorprendería ver lo que muchas chicas están dispuestas a hacer sin que si quieras lo insinúes con tal de trabajar en mis clubs.
—Quiero verlo —me contestó al instante.
—¡Qué! ¿Qué quieres ver el qué? —pregunté incrédulo.
—Quiero ver a esas chicas que dices —Silvia se mostraba segura ahora.
—¿Para qué?
—Quiero ver ese poder de atracción en las mujeres. Siempre que hemos ido a tus discotecas he notado esa mirada en la gente, sobre todo en las chicas pero en general en todo el personal, y ahora que sé por qué es quiero verlo en persona. Lo necesito. —contestó con ansiedad.
No era pregunta, era una súplica. Me acordé de mi amigo.
—¿Y Miguel? —pregunté con sorpresa.
Cogió su móvil y llamó:
—¿Miguel? Sí, hola cariño. Estaba aquí con Pedro y como ya hemos terminado me dice que nos invita a tomar una copa a su discoteca. ¿A cuál? —apartó el móvil y preguntó—. Al Galaxy dice Miguel. OK, nos vemos después, un beso.
Y colgando me informó:
—Que se viste y lo que tarde en llegar hasta allí en metro.
¿A esta hora en metro? Tardará más de una hora, pero le esperaremos pensé. Recogió sus cosas y al entrar en mi coche para ir hasta el Galaxy le pregunté:
—¿Estás segura?
—Sí, venga que somos amigos, ¿no? —contestó seguro de sí misma y radiante.
—Pero, ¿qué quieres ver exactamente? —la verdad es que seguía sin entender muy bien qué es lo que quería comprobar.
—Pues eso, cómo es un día de trabajo normal tuyo y lo que haces con esas chicas —respondió con toda la naturalidad del mundo.
Joder, pensé. Pues sí que estaba empeñada. Bueno, si lo que quería era acompañarme una noche así lo haría. No podía pasar nada malo porque Miguel estaba de camino.
—¿Y vas a ir así? —le pregunté mirando su traje de chaqueta y falda.
Acto seguido se quitó la chaqueta, se sacó la blusa blanca de dentro para remangársela por encima de la cintura y se desató un par de botones dejando ver su escote.
—¿Mejor así? —preguntó burlona.
—Sí, mejor… —atiné a decir.
Dejé el coche en la puerta al aparcacoches y como un caballero abrí la puerta a Silvia. Cuando salió todas las miradas de la gente que hacía cola se dirigieron hacia ella. Al salir pudieron ver sus piernas perfectamente torneadas. Con cierto orgullo, la agarré por la cintura para entrar pegado a ella a pesar de que fuera mi vieja amiga y la mujer de mi mejor amigo. Incluso el gorila de la puerta no pudo resistir lanzar una mirada furtiva al escote que lucía Silvia.
Al entrar le sugerí tomar una copa y asintió sin poder hablar por el volumen alto de la música. La Galaxy es mi discoteca más antigua y la más importante. Allí es dónde paso la mayor parte del tiempo y donde tengo mi despacho. Cruzamos toda la pista de baile para acercarnos a la barra. Podíamos haber tomado una copa en mi despacho, pero si lo que quería era ver a las chicas lo mejor era ir directo a la zona de barra y privados.
Nada más llegar a la barra, dos de mis mejores relaciones se acercaron a saludarnos. Conocían bien a Silvia porque había estado varias veces con Miguel de copas y al saber que sólo era amiga mía se mostraron tal y como hacían siempre. Y siempre me daban un par de besos demasiado cerca de los labios y luego, cada una en su momento, me contaban al oído qué tal iba la noche. Cuando terminaron, acercándome de nuevo a Silvia le pedí su bebida favorita: un buen ron con limón.
—Te lo dije, te miran con puro deseo… —me dijo tras pegar el primer sorbo a su copa.
—Si tú lo dices —hablábamos al oído y muy pegados por la música.
—¿Qué te han contado? —preguntó curiosa.
—Lo de siempre: que la discoteca se llenará hoy, que hay un par de grupos de despedida que tienen ganas de juerga y que han tenido que llamar a más chicas porque más tarde llegaba un grupo de alemanes preparados para todo —contesté con toda sinceridad.
—¿Has visto cómo te miraba la morena? —me preguntó inquieta—. Casi te desnuda con la mirada. ¿Cómo se llama?
—Se llama Patricia y sí, sé que le gusto por experiencia —contesté ya dispuesto a sincerarme para intentar acabar cuanto antes aquel minucioso.
—¿Por experiencia? ¿Te las ha tirado?
—Sí, muchas veces, es la que más me gusta —intenté provocarla.
Noté en su cara un punto de excitación y también de celos. Acercándose más a mí me preguntó al oído despacio para que no le molestara el ruido de la música:
—¿La que más te gusta? ¿Esa morenita de rizos? ¿Por qué?
Silvia quería saber y el punto de retorno en sinceridad ya lo habíamos cruzado hace rato y además empezaba a sentir curiosidad hacia dónde nos llevaría aquella situación.
—Porque no hace preguntas —le dije pegándome más a su cuerpo para que lo entendiera bien—. Sube al despacho conmigo y enseguida sabe lo que tiene que hacer. Tiene unos labios prodigiosos que la chupan como nadie y un culo estrechísimo que siempre abre para mí. Además, lo más importante, es tan zorra que sé disfruta tanto o más que de la situación.
Se lo conté despacio, haciendo hincapié en cada detalle. Ella me miró con los ojos abiertos, confundidos, excitados y pegó un largo sorbo a su copa. Y otro más. Mientras no dejaba de mirarme ahora con la boca entreabierta:
—Quiero verlo.
Había intuido que lo diría y no me hice de rogar. Sus mejillas lucían ruborizadas y sus piernas se rozaban nerviosas dejando ver que su grado de calentura estaba haciendo estragos en su interior. Había acabado casi totalmente pegados para hablar y por la cantidad de gente que había ya a esa hora en la discoteca. En silencio, acabé mi copa mientras ambos sabíamos que iba a presenciar cómo el amigo de su marido se iba a follar aquella joven delante de ella. Cuando terminé mi bebida me acerqué a Patricia y le dije que subiéramos al despacho. Ella con una sonrisa se despidió de la gente a la que estaba acomodando. Mientras subía junto a Patricia a mi despacho de la planta superior, Silvia nos siguió justo detrás, y al llegar a la puerta fue cuando Patricia reparó en ella. Se miraron unos segundos, Patricia luego me miró a mí y sonriendo entró la primera por la puerta contorneando ese precioso culo que tenía.
Patricia vestía como siempre un vestido mínimo completamente pegado a su cuerpo que, junto con unos zapatos de tacón demasiado altos, realzaba sus largas piernas. El vestido negro de lentejuelas dejaba ver toda su espalda hasta casi insinuar demasiado de su culo. Era delgada y con un pelo largo moreno liso que le caía hasta más allá de la mitad de la espalda. Una vez cerré la puerta de mi despacho, como siempre hacía, serví tres copas de uno de los mejores whiskeys que tenía y colocando un hielo grande en cada una les entregué a Silvia y Patricia sus respectivas.
—Nunca había subido aquí Pedro, está muy bien —reconoció Silvia mientras deambulaba por el despacho.
El despacho lo había diseñado a medida cuando reformé la discoteca. Era amplio con forma circular y un ventanal entero desde el techo hasta el suelo con vistas a toda a discoteca para poder controlar todos los detalles. Silvia se acercó al cristal para mirar:
—¿Pueden vernos los de fuera? —preguntó Silvia con voz curiosa.
—No, el cristal sólo permite ver desde aquí, desde fuera es como un espejo gigante. No quiero que nadie fisgonee mis asuntos privados —le expliqué acercándome a ella. Miraba por el cristal hacia la gente bailando pero al mismo tiempo también veía el reflejo de Patricia a mi lado.
Alargué mi mano hacia el culo de Patricia y lo empecé a manosear sin pudor mientras los tres mirábamos hacia la discoteca. Silvia no quitaba ojo de mi mano sobre Patricia y cómo le levantaba el corto vestido para meterle mano directamente y acariciar ese precioso y pequeño culo. Patricia por su parte ya tenía su mano sobre mi paquete y apoyó su mano sobre mi paquete. Cuando noté que el coño de Patricia se humedecía me separé lentamente de ella y me dirigí hacia el sofá grande que había en medio del despacho.
Patricia me siguió e hizo lo que muchas veces había hecho: moviendo su cintura lentamente, se agachó hasta ponerse de rodillas delante de mis piernas y me empezó a desabrochar los pantalones y cinturón. Después siempre con cara de ansiedad y deseo, me sacó la polla del pantalón y empezó a mover su mano lentamente de arriba abajo recorriendo toda su extensión. Cuando notó que se endurecía bajó su cabeza y primero besando mi glande, luego empezar a pasar su lengua por toda la polla, ensalivándola preparándola para su especialidad. Levanté la mirada para cruzarme con la de Silvia que atenta miraba la cabeza de Patricia subiendo y bajando con su culo en pompa apenas tapado por su fino tanga y el vestido por la cintura.
Silvia se acercó y se sentó en uno de los sillones justo al lado nuestro. Sus mejillas estaban enrojecidas pero no sabía qué era lo que más sorpresa le estaba provocando aquella cara de incredulidad. Estaba claro que ver cómo le comen la polla al amigo de tu marido debe ser chocante pero era algo más.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Es, es… es enorme —susurró mientras me miraba la polla.
Patricia levantó su cabeza y dirigiéndose a Silvia asintió:
—Aha…. —y volvió a mi polla. Patricia abrió tanto como pudo sus labios y lentamente fue tragando poco a poco hasta que se la metió por completo. Aguantó tanto como pudo y al quedarse sin aire subió de nuevo arrastrando al salir un hilo de saliva que apuntaba directamente a la punta.
Silvia se revolvió inquieta y sin poder contenerse y abrió sus piernas dejándome ver unas finísimas bragas blancas que a duras penas tapaban su sexo. Al cruzar una mirada con ella comprobé claramente que estaba a punto de liberarse, condujo su mano pegada a su cintura para meterse por dentro de sus bragas y apoyar directamente la mano sobre su coño. Susurrando nos dijo:
—Así es que esta es una de tus putas —preguntó descarada.
—No. Es mi colega Patricia, llevamos trabajando junto desde el principio y digamos que tenemos… buena sintonía —razoné mientras Patricia me miraba asintiendo todavía con mi polla en la boca.
—Ya, no será una puta pero es una buena zorra, ¿verdad cariño? —le preguntó directamente a Patricia.
Patricia asintió excitada con su cabeza mientras me dedicaba una de las mejores mamadas que me había hecho. Se nota que la presencia de Silvia le excitaba y conociéndola quería demostrar su destreza.
No conocía de esta forma a Silvia. Siempre le había tratado en el día a día, pero ahora estaba desatada y no se cortaba con ningún comentario. Estaba tan salida, que se bajó las bragas hasta los tobillos y subiendo una de sus piernas por encima del brazo del sofá me mostró a la perfección su reluciente coño. Silvia lucía un coño precioso, muy rosado, depilado a penas con un pequeño triángulo encima de su pubis, marcado por dos labios vaginales perfectamente marcados. Con su mano izquierda se abrió el coño de par en par y con su dedo índice derecho se empezó a acariciar de arriba a abajo recreándose en el clítoris.
Silvia tendría ya cerca de cuarenta años y hasta ahora siempre había considerado que tenía un buen tipo porque era delgada y bastante alta para la mayoría de las mujeres. Lo que no podía imaginarme es que tendría unas piernas tan perfectamente largas y un coño tan apetecible. Seguía sin verle los pechos. La visión me había puesto enfermo y junto con la esmerada mamada de Patricia noté que me correría pronto.
—¿Qué tal la mamada Pedro? ¿Te gusta? Esta zorra tiene pinta de chupar como una experta —nos dijo mientras aceleraba las caricias en su coño—. En cuanto termine contigo seguro que estará deseando de comerse el mío… —le soltó a Patricia y ésta se revolvió excitada.
La situación era límite para mí y también Patricia notó cómo me correría. Como siempre, bajando el ritmo de la mamada, chupó tan fuerte como pudo y acabé corriéndome por entero dentro de su boca. Recogió todo lo que pudo sin tragar su semen y sin dejar de sonreírme, se giró hacia Silvia y todavía a gatas se colocó delante de su sexo. Me miró en busca de consentimiento y asintiendo con mi cabeza enterró su boca en el coño de Silvia. Patricia era tan zorra que una vez posó sus labios en el coño de Silvia dejó escapar todo mi semen provocando una cara de placer sin igual en Silvia.
—Sí, zorra, vamos comételo entero —le decía mientras con una mano le presionaba la cabeza hacia su coño —. ¿Te gusta comerte el coño de la amiga de tu jefe eh zorra? Ahhhhh. Sí, que caliente esa leche, me encaaaaantaaaaaaaaa….
Y arqueándose hasta casi doblar su espalda se corrió entre gemidos y gritos mientras la lengua de Patricia recogía todos sus fluidos. Se corrió largo y cuando por fin acabó se derrumbó en el sofá y acariciando el pelo de Patricia y mirándome nos dijo:
—Gracias.
Patricia se levantó e intuyendo que allí estaba ya de más, se colocó como pudo el vestido, de un sorbo se acabó su whiskey y se fue por la puerta dejándonos a solas. La situación era incómoda. Allí estaba yo con la polla de nuevo dura por el espectáculo que había presenciado y la mujer de mi mejor amigo desparramada en el sofá al lado mío totalmente abandonada a la pasión.
—Hemos ido demasiado lejos, ¿esto era lo que querías ver? —le pregunté sin dejar de mirar su precioso cuerpo.
—No exactamente, quería comprobar en persona el poder que ejerces sobre el personal de la discoteca, no me imaginaba que acabaría así… pero una cosa ha llegado a la otra y al final no he podido resistirme —me confesó sincera mientras volvía a colocar su mano sobre su coño.
—No conocía tus tendencias lésbicas…. —le dije intentando picarla para que se explicara.
—Ni yo, pero necesitaba sentir una boca en ese momento y buscaba entender tu posición con estas chicas —y seguía moviendo sus dedos sobre su coño—. Además quería sentir tu leche caliente sobre mí, lo…. necesitaba.
—¿Si?, tendrás más —le dije ahora en tono serio entrando en su juego—. ¿Hay algo más que quieras saber?
—En realidad no, ya sabía lo increíblemente bellas que son esas chicas, sabía que babeaban por ti y ahora sé que te has follado a todas y cada una de ellas. Lo que no sabía era que además de tu posición como dueño de los locales, ellas lo hacen también por pura excitación —ahora de nuevo había salido su vena fiscalista.
—¿Por excitación? ¿A qué te refieres? —le pregunté indagando hacia dónde quería ir—.
—¿No lo sabes? Por tu polla, Pedro, por tu polla. Es… simplemente perfecta —atinó a decir.
—Nunca lo había pensado de esa forma —contesté humilde.
—No soy una experta, pero es enorme, recta, muy roja excitada y con un glande tan grande y sobresaliente que estoy segura les pone tan cachondas tanto cuando te chupan como cuando las follas —Silvia estaba muy salida pero hablaba con sinceridad.
En ese momento sonó su teléfono móvil y levantándose para cogerlo contestó:
—¿Sí cariño? … ¿Qué estás en la puerta? … Bueno, ve entrando que Pedro y yo hemos parado a tomar algo de comer antes de ir y llegamos enseguida… Adiós, un beso.
Se levantó hacia el cristal y se quedó delante de mí mirando hacia la discoteca todavía con la falda por encima de la cintura mostrándome toda su desnudez.
—¿Y cómo te las follas? —volvió a preguntar como si su marido no hubiera llamado.
—Uff, de muchas formas. Ayer mismo me follé a la camarera que antes nos ha servido ahí mismo dónde estás mientras se apoyaba en el cristal. Me encantó porque esa chica sabía cómo mover su cuerpo.
—¿Cómo? —me preguntó mientras apoyaba sus dos palmas en el cristal y sacaba su desnudo culo para fuera, apuntando hacia el sofá en el que me sentaba—. ¿Así te la follaste?
—Abrió ligeramente las piernas y echó aún más su culo para atrás —le contesté desafiante.
Ella, imitando la pose empezó a mover su culo como si estuviera siendo follada de verdad. En ese momento me dio igual que fuera la mujer de mi mejor amigo, una de mis mejores amigas o una mujer casada. Sólo vi a una mujer tan sexy con ganas de ser follada que me levanté, me quité los pantalones y el bóxer lentamente y acercándome por detrás de ella completamente erecto apoyé mis dos manos en sendos cachetes de su culo y sin preámbulos le inserté de golpe tan fuerte como pude mi polla.
Su coño rezumaba tal cantidad de líquido que entró resbalando y ella soltó un grito que si no fuera por la insonorización del despacho y la música de la discoteca le habrían oído incluso en la calle. Dejé mi polla completamente dentro de ella y dejé que ella entre gemidos fuera acostumbrándose al tamaño. Pegaba su cuerpo contra mí sin querer separarse un instante y pronto empecé a sentir sus flujos cayendo por mis testículos al estar completamente empapada. Ella sólo gemía y se contorneaba y al ver por fin a su marido entre la multitud fue cuando empezó a moverse poco a poco, muy despacio sintiendo como se penetraba con aquel falo a su disposición.
No logró contenerse mucho tiempo y pronto empezó a empujar más fuerte contra mi polla. Plas!, Plas! Retumbaban mis huevos contra su coño. Decidí tomar la iniciativa y seguí follándola con tanta fuerza como podía mientras nuestros dos cuerpos se movían desesperados. Ella no paraba de gemir y gritar cómo nunca había visto a una mujer en aquel despacho.
—Mira —atinó a decir señalando hacia la barra mientras recibía mis embestidas.
—Vaya… a esta guarra le gusta que la follen mientras mira a su maridito —le susurré al oído y la atraía hacia mí tirándola del pelo.
Aquello fue demasiado para ella, y entre espasmos se corrió sin separar su culo de mi cintura ni un centímetro. Notaba cómo sus fluidos manaban de su coño y le resbalaban por las piernas también como no había visto correrse a ninguna de las zorras que había pasado por aquel despacho. Se notaba que lo necesitaba porque literalmente se corrió patas abajo quedando rendida, sin fuerzas y derrumbándose en el suelo sin poder moverse o articular palabra.
Mi grado de excitación era tal que apoyándome en el suelo le dije:
—Yo todavía no he acabado —y le metí la polla entera en su boca medio abierta.
Ella apenas podía abrir aún más su boca porque seguía exhausta pero fui yo el que follé aquellos labios como si de su mismo coño fuera. Sabía que estaba pasando varios límites, follándome a la mujer de mi amigo casi desfallecida pero ella se lo había buscado. Enseguida noté cómo me corría y aún fuera de mí, saqué la polla y dirigí todo mi semen no hacia sus labios sino directamente encharcando su inmaculada cara y derramando chorros sobre su pelo. Pude apreciar una sonrisa de satisfacción en Silvia al notar mi leche ardiendo sobre su cara y su pelo y en ese momento supe que aquella mujer me iba deparar placer sin igual.
Roto por el vacío de fuerzas, me eché en el suelo al lado de ella. Estuvimos así unos minutos hasta que volvió a sonar su móvil. Perezosa se arrastró hasta donde estaba y contestó:
—¿Sí? —su voz sonaba ida—. Sí, sí, cariño, ya llegamos, es que hemos tenido que parar porque no me encontraba bien…. Sí, enseguida.
Al colgar sacó fuerzas y recogiendo los restos de semen esparcidos por su cara los saboreó. Los que tenía en la cabeza en cambio los escondió como pudo entre sus pelos. Acercándose hasta mí me besó en los labios.
—Esta boca es tu tuya para follarla cuando quieras —me susurró.
Y buscando los whiskeys, me acercó el mío y ya de pie junto a la ventana, aún desnudos de cintura para abajo saboreamos la copa sin dejar de acariciarnos y viendo a su marido apoyado en la barra.
—En mi vida me había sentido tan completa Pedro —confesó—. Miguel y yo habíamos hablado de devolverte el favor, pero nunca pensé que sería de esta forma.
—No tienes que devolver nada y lo sabes. Tampoco yo había follado así a nadie —decidí mostrarme sincero.
—¿Mañana volverás a follarte a una de esas guarras? —preguntó curiosa.
—No, mañana te volveré a follar a ti aquí mismo—aseguré mientras apuraba mi copa. Toda su respuesta fue una sonrisa y un último trago.
—Será mejor que bajemos —respondió al cabo de un par de minutos.
—Sí, será mejor.
Nos arreglamos como pudimos y bajamos hasta la barra donde estaba Pedro.
—¡Bueno! ¿Pero dónde estabais? —pero al mirar a su mujer comprobó que no se encontraba bien. Tenía el pelo todo enmarañado y cara de muy cansada—. ¿Estás bien cariño?
—Sí. Es que estoy muy cansada y además me he mareado un poco en el coche —respondió mientras la mano de Miguel recorría las mismas mejillas en las que acababa de correrme—. ¿Nos vamos a casa?
—Vale, claro, tranquila —y dándome la mano Miguel se disculpó—. Perdona amigo, será mejor que me la lleve y venimos otro día.
—Sí —contestó Silvia—. Si eso volvemos mañana por la noche que ya estaré mejor.
Y dándome un beso y apretándome la mano al despedirse se marcharon. Pude ver a lo lejos la sonrisa traviesa de Patricia mientras contemplaba la escena, consciente de lo que acababa de suceder.
Al día siguiente, cuando me desperté casi a la hora de la comida comprobé que tenía una llamada perdida de Miguel. Llamé de vuelta:
—¡Hola Pedro! —contestó al otro lado de la línea.
—Hola, ¿qué tal?
—Bien, Silvia ya se encuentra mejor, sólo necesitaba descansar —me informó inocente—. Dice que le perdones por haberse tenido ayer que ir tan pronto pero que su cuerpo no la respondía. Dice que nunca le había pasado, ya sabes, mujeres…
Miguel nunca había sido muy listo pero la perversión de Silvia iba tan lejos que enseguida me puso cachondo volver a verla.
—Bueno, dile que no pasa nada. Que hoy volvéis otra vez y listo —y Miguel se lo repitió a su mujer.
—OK, dice que hoy ha recargado pilas y que está dispuesta a todo. Eso es cariño, así me gusta, a tope de marcha hoy sábado —claramente Miguel era gilipollas—. Eh? Sí, vale.
—Quiere que te diga que ya hemos pensado cómo devolverte los favores que nos has hecho desde que me quedé sin trabajo —esto se ponía interesante.
—Miguel, ya os he dicho muchas veces que no es necesario. Lo hago porque sois amigos míos —insistí.
—Ya, pero ni Silvia ni yo estamos tranquilos con la situación. Ella misma me dio la idea y me dijo que podría trabajar como tu chófer y seguridad. Y no parece mal, para estar todo el día sin hacer nada. Tú no te preocupes, yo te guardo las espaldas cuando necesites y te llevo dónde quieras que seguro estoy más descansado que tú —lo tenían muy claro.
—No sé Miguel, si os parece buena idea podemos intentarlo. Eres mi mejor amigo y si esa es vuestra forma de agradecerlo pues lo respeto. Os espero esta noche en el Galaxy y lo hablamos.
—OK. Hasta la noche —se despidió Miguel.
Al llegas las 11 de las noche les vi entrar en la discoteca y se dirigieron directamente hacia la misma zona de la barra en la que habíamos estado la noche anterior. Silvia estaba radiante. Llevaba un vestido blanco de gasa suelto, atado al cuello y la falta demasiado corta. Miguel, supongo que ya dispuesto a trabajar, vestía un traje negro sin corbata a modo de guardaespaldas. Me quedé allí en la ventana observando cómo Silvia se acercaba a hablar con la camarera que nos había atendido la noche anterior y sus movimientos. Parecía mucho más segura que antes y por lo que podía apreciar su cara lucía una sonrisa de felicidad que no conocía de ella durante tantos años.
Silvia miraba repetidamente hacia la ventana de mi despacho, sin saber si estaba allí o no, pero con ansiedad por averiguarlo. Al cabo de un rato en los que bebía su copa y seguía hablando con la camarera mientras ignoraba por completo a Miguel se acercó a saludarla Patricia. Las dos se dieron dos besos y un abrazo como si se conocieran de toda la vida. Estuvieron charlando sin parar entre risas y leves caricias en sus brazos. Cuando Silvia se acercó al oído de Patricia y me lanzó una sonrisa hacia el cristal decidí bajar hasta la barra.
Nada más llegar dónde se encontraban e ignorando completamente a Patricia y su marido, Silvia me besó tan cerca de los labios que sentí su respiración ya algo agitada. Me guío hasta la barra para pedir una copa. Lo más que crucé con Miguel fue una mirada a modo de saludo puesto que con la cantidad de gente que había y el volumen de la música poco más se podía hacer. Miguel se quedó alejado de la barra unos metros y una vez con nuestras copas, Silvia pegó completamente su cuerpo al mío y al oído me dijo:
—Necesito que me folles. Estoy tan cachonda desde ayer que necesito tu polla dentro de mí. Ya, por favor —me soltó directamente. Sin preámbulos.
—¿Y Miguel? —pregunté mientras ocultado por el gentío deslizaba mi mano por debajo de vestido y palpando su tanga comprobaba que estaba empapada.
—¿Miguel? No te preocupes. Ayer se portó como un caballero. Me dejaste tan baldía que en el coche sólo pude acurrarme en el asiento, el olor que desprendía a semen era intenso pero él sólo acertaba a decirme que estuviera tranquila que pronto me mejoraría del mareo. Cuando llegamos a casa me ayudó incluso a desvestirme y ponerme el camisón y tuvo que verme mi coño enrojecido por tu follada —estaba disfrutando la zorra de ella cada vez más mientras me contaba con mis dedos ya libres acariciando su coño encharcado y su clítoris—. Por la mañana le dije que teníamos que hacer algo contigo por lo bien que te habías portado con nosotros y le dije que más le valía que fuera útil.
—Subamos —le ordené y cogiéndola de la mano me dirigí hacia el despacho.
Miguel, sin saber muy bien qué hacer y puesto que no le habíamos dicho nada, nos siguió detrás como si de un verdadero guardia de seguridad fuera. Ya en la escalera hacia la planta superior nos alcanzó y nos preguntó dónde íbamos.
—Ven, tienes que empezar ya a trabajar de seguridad. Síguenos y vigila —le contestó Silvia sin soltarme la mano.
Así hizo y cuando llegamos a la puerta de mi despacho su mujer le explicó:
—Miguel y yo vamos a hablar unos temas de trabajo que ayer no terminamos.
—¿Y no puedo entrar? —preguntó Miguel a su mujer.
—No. Tú quédate aquí y que nadie nos moleste —le ordenó categórica.
Nada más cerrar la puerta, la abracé por detrás, ella giró la cabeza y desesperadamente más que besarnos, nos comimos la boca el uno al otro. Su lengua jugaba con la mía a discreción mientras mis manos ya habían subido su vestido por encima de la cintura y la metía mano a placer en su coño completamente empapado. Ella se contorneaba sin parar, restregando su culo contra mi polla y hábilmente y con mi ayuda logró quitarme el cinturón, bajarme la bragueta y liberar mi polla. Seguíamos todavía de pie, ella moviéndose mientras nos besábamos con mi polla enterrada entre los cachetes de su culo.
Se giró para quedar frente a mí pero no dejamos de besarnos. La cogí por el culo y la levanté mientras ella rodeaba con sus brazos mi cuello, la separé las piernas cada una a un lado de mi cintura y la apoyé contra la puerta. La misma puerta en la que por fuera su marido esperaba y hacia guardia. En cuanto nos apoyamos mi polla quedó apoyada en la entrada de su coño, y tras un rápido movimiento de ella hacia arriba se la metió de golpe gimiendo:
—Síiiiiiii, ¡Joder que polla! —gritó sin importarle a pesar de la música alta su marido la oyera al otro lado.
La follaba con todas mis fuerzas allí apoyada contra la puerta, cuanto más fuerte la follaba más le gustaba, y supongo que por toda la excitación que teníamos acumulada, ambos estábamos a punto de corrernos al poco tiempo. La puerta con nuestro cuerpo vibraba en cada embestida y pudimos oír unos golpes en la puerta mientras Miguel gritaba:
—¿Todo bien ahí dentro?.
Ni nos molestamos en contestar mientras seguimos follando ambos conscientes de que, a pesar de que no había pasado ni siquiera un par de minutos nos correríamos. Casi al instante ella gimió gritando y la susurré al oído:
—Yo también y me pienso correr dentro de ti...
—Sí, me corroooooooooooo, fóllame, córrete dentro —de nuevo entre sollozos y gritos sin importarle nada más.
Y vaya si me corrí, para los dos fue breve pero muy intenso, acabé en un par de embestidas con toda mi leche en su coño y algo fuera de él resbalando por sus piernas. Fue para los dos tal liberación que allí mismo en la entrada del despacho nos tiramos juntos en suelo con sus piernas abiertas rodeando mi cintura, nuestras manos acariciando ambos cuerpos mientras nos besábamos aún con pasión.
—Cómo lo necesitaba cariño… me he vuelto adicta a tu cuerpo —confesó.
—Yo al tuyo —le dije sincero—. Sólo he pensado en ti desde ayer. Sabes que he estado con muchas mujeres, pero…
—¡Modestia aparte! —solté tras recibir un codazo suyo—. Pero… todavía no había encontrado una unión tan perfecta entre un cuerpo como el tuyo, una mujer además amiga y con una mente tan salida como la tuya.
Nos estábamos calentando de nuevo, yo metiéndole mano en todo su coño y ella subiendo y bajando la mano por mi polla mientras hablábamos. Decidimos tomarnos una copa del bar del despacho y nos levantamos hasta allí. De camino ella se quitó el vestido pero se quedó el tanga medio de lado y los zapatos mientras avanzaba contorneándose delante de mí. Yo perdí los pantalones, el bóxer y decidí quitarme la chaqueta y camisa. Nos pusimos una copa de whiskey mientras seguíamos acariciándonos cada uno sentados muy juntos en dos taburetes que había en la barra.
Ella paró, se incorporó y se sentó en mis piernas de espaldas a mí. Mientras cogía su copa con una mano, con la otra agarró mi polla ya de nuevo empalmada y se la dirigió a la entrada de su coño. La altura del taburete era perfecta para ella poder apoyar sus pies en suelo mientras me follaba. Aquella mujer era espectacular, realmente se comportaba como una puta, de lujo eso sí.
Únicamente vestida con su tanga corrido a un lado de su coño y sus zapatos de tacón alto que no se había quitado, subía despacio mientras se apoyaba con su mano libre en mi rodilla sintiendo poco a poco toda la longitud de mi polla y una vez arriba con la punta de mi polla en la entrada de su coño, se sentaba sobre ella incluso más despacio disfrutando de la follada mientras gemía muy bajo: Ahhhhhh, siiiiiiii.
Cuando ya tenía toda mi polla dentro, descansaba reclinando su espalda sobre mi pecho a lo que yo aprovechaba para acariciarle su clítoris libre. Ella, durante esos segundos, vaciaba a sorbos su whiskey disfrutando de mis caricias.
Mis dedos en su coño le estaban provocando tanto placer que pronto empecé a notar cómo estaba cerca de su orgasmo y aceleré mis caricias sobre su coño con mi polla completamente dentro de ella mientras le decía:
—¡Córrete Silvia!, ¡córrete para mí con mi polla dentro, córrete a gusto sintiéndote tal puta que va a mojar hasta lo moqueta con la polla del amigo de tu marido mientras espera fuera. ¡Córrete putita mía!
Para ella fue la gota que colmó el vaso y explotó en un fuerte orgasmo soltando el vaso que tenía en la mano dejándolo caer al suelo sin cuidado. Empezó a convulsionarse encima de mí, estrujando mi polla dentro de ella entre gritos sin pudor de placer. Jamás había visto a alguien correrse hasta vaciarse de aquella forma. Yo no paré con mis dedos hasta que noté que ella no podía más y suavemente apoyó sus dos manos sobre la mía en su coño intentando protegerlo de las oleadas que le llegaban. Cuando terminó todavía entre gemidos y pequeños movimientos dejó caer su cuerpo de espaldas a mí completamente ida, y claro todavía con mi polla como un mástil dentro de su coño.
—Pedro… nunca me había corrido así, tengo empapadas hasta las piernas. Primero en la barra, luego tus caricias, tu polla y ahora este orgasmo. ¿Te gusta tu nueva putita? Ya no tendrás que follarte a esas zorras de abajo —me dijo muy segura de sí misma.
Silvia me tenía loco. Para mí su figura era sencillamente perfecta, su piel suave y caliente, blanca manchada de pecas por todo el cuerpo, su olor a mujer elegante y al mismo tiempo a olor intenso a sexo, su pelo moreno suelto hasta el cuello que se movía sin parar de adelante atrás y a los lados según sus gestos. Sus pechos duros que se movían acompasados a sus embestidas y aquel coño rasurado de labios rosados que también se entendía con mi polla. Su sonrisa entre amorosa, intrigante y morbosa. Su culo firme, redondo, blanco, y que movía con endiablada soltura. Sus manos finas y algo frías pero que se enclavaban perfectamente con fuerza entre las mías y conseguían transmitirme seguridad y necesidad. Y su coño…. su coño había sido toda una revelación. Había follado con mujeres a lo largo de mi vida y nunca había sentido en mi polla esa compenetración. Desde el momento en que la penetré sentí un placer intenso mientras recorría sus labios y una acogida perfecta. Su coño me arropaba suave, caliente pero a la vez con necesidad y ansiedad.
Cuando Silvia se recuperó con ayuda de besos y mis caricias en sus pechos notó mi polla todavía dentro de ella empalmada pidiendo a gritos más. Se levantó y se sacó la polla de su mojado coño. Se apoyó en la barra y nos sirvió una copa más a cada uno con toda la parsimonia del mundo. Me entregó la copa frente a mí mostrándome todo su cuerpo en esplendor, estaba reluciente de cintura para abajo con sus flujos y su cuello mostraba brillos de su sudor y mis besos. Me cogió la polla con su mano libre y me empezó a masturbar muy lentamente mientras se inclinaba para besarme en la boca con pasión desenfrenada. Me comía la boca entera, me entregaba su lengua y buscaba la mía y me susurró al oído:
—Ahora Cariño, voy a comerte esa polla tan preciosa que tienes. Llevo deseando desde que ayer me follaste literalmente la boca. Nunca se la chupé al pardillo de mi marido por pequeña e inútil, pero no soporto más sin tener la tuya entre mis labios.
Se agachó entre mis piernas y en cuclillas, mostrándome la perfección de sus curvas y su redondo culo, dejó su copa a un lado. Me besó primero con devoción la punta y el tronco de mi polla y luego de repente se la metió entera de golpe. Disfrutaba de mi whiskey con hielo mientras Silvia me devoraba la polla. La muy zorra pasaba la lengua desde mis huevos hasta la punta de mi polla sin dejar de mirarme a los ojos:
—¿Te gusta cómo te la chupo cariño? —preguntó.
No quería contestarle y sólo le sonreí. Pero sabía lo que ella necesitaba: le acaricié la mejilla mientras tenía mi polla en la boca y me miraba y sus ojos me pidieron más. Pasé mi mano por su pelo y guíe su mamada. Apretaba fuerte su cabeza contra mi polla para que se la tragara entera y la dirigí para que acelerara el ritmo. Tenía la polla a reventar y ella lo estaba notando así es que se esmeró con su lengua y se concentró en la punta de mi polla.
En ese momento volvieron a llamar a la puerta. Silvia dejó mi polla con fastidio y se acercó a la puerta. Miró por la mirilla y la abrió a medias.
—¿Qué? —preguntó a su marido.
—No, nada, que estaba preocupado por si pasaba algo porque oía ruidos —su cara se fue tornando en asombro mientras después de ver a su mujer desnuda con su tanga a un lado y su coño rebosando semen, me vio sentando en el taburete con mis pantalones por los tobillos y la polla enhiesta fuera.
—Sí, todavía nos queda. ¿No te he dicho que no nos molestaran? Tú vigila que para eso te paga Pedro —le dijo Silvia con toda la naturalidad del mundo.
—Ehhhh —balbuceó Miguel—. Vale —y el mismo cerró la puerta—.
Silvia se giró sonriente hacia mí y sólo enfocada en mi polla se acercó y agachándose de nuevo volvió a comerme la polla con ansiedad. Aquella mujer era increíblemente sexy.
—Mira si me gusta esta putita que me pienso correr contigo, sigue así—le dije y estaba tan cachonda que noté cómo movía su cintura y su culo estremeciéndose ante mi orgasmo.
Apuré mi copa y la solté justo antes de que me corriera. Quería que ella terminara con mi orgasmo como quisiera. Y mi nueva mujer, la muy puta, paró y me miró mientras me daba pequeños besos húmedos en la punta mi polla a punto de reventar y goteando líquido seminal.
—Uhmmmmm, me vuelva loca el sabor de tu polla cariño. ¿Te vas a correr para mí? —siguió mientras movía su mano sobre mi polla de arriba abajo muy despacio pero apretando muy fuerte, me tenía la polla a explotar—. Quiero tu leche en mi lengua, en mi cara, en mis pechos y sobre mi coño mi amor. La quiero ahora cariño.
Exploté en un orgasmo tremendo y me corrí tan excitado como nunca. Mi primer chorro fue directo a su cara, ella rápidamente se metió la polla en su boca y me la comió a placer mientras terminaba de correrme. Cuando terminé, se puso de pie y aprovechó los chorros de semen que corrían por sus labios y cuello y sin dejar de mirarme se magreó las tetas a gusto mientras se untaba con mi semen y terminó con sus dedos aún húmedos de mi leche por el borde sus labios vaginales. Cuando terminó con el espectáculo recogió su vaso y apoyada en la barra nos sirvió un par de copas más. Se sentó a horcajadas sobre mis piernas de cara a mí mientras se reclinaba y apoyaba sus codos sobre la barra.
Mientras hablábamos y bebíamos pude acariciarla a discreción desde su cara, su cuello, sus tetas, su cintura y terminaba metiéndole mano sin pudor en su coñito.
—Vaya follada cariño, jamás me había sentido tan satisfecha en mi vida. Es verdad, mi cuerpo necesitaba del tuyo, mi coño necesitaba una polla como la tuya y mi lengua tus labios. ¿Qué vamos a hacer ahora? — preguntó juguetona.
—Serás mía —le contesté mirándola fijamente a los ojos. Y ella me contestó acercándose a mis labios y besándome mientras me metía su lengua tan dentro como podía.
—¿Y Miguel? —pregunté de nuevo incrédulo por la situación.
—¿Miguel? ¿No has visto su cara cuando nos ha visto? Él, internamente sabía que un día tarde o temprano ocurriría esto. Cuando le conocí me enamoré de su personalidad tan buena y su honestidad. Follando, desde el primer día fue un desastre pero con el tiempo empecé a restarle importancia pensando que sería pasajero, que acabaría por satisfacerme y que había más cosas que me gustaban de él. Después, cuando nos casamos y empezamos a ganar dinero, los viajes y el tren de vida que llevamos ocultó de nuevo mi ansiedad sexual.
Silvia hizo una pausa para servirse de nuevo otra copa y se dirigió hacia el cristal. Mirando por el cristal y mientras me unía a ella, siguió su relato:
—Pero desde hace unos cuatros años las cosas cambiaron de repente. Miguel y yo perdimos todo por culpa de sus negocios inmobiliarios y mi actitud para con él sufrió demasiado. No era un tema de dinero, me conoces lo suficiente para saberlo, si no que la realidad de nuestro matrimonio sin pasión me golpeó haciéndome ver que había sido una reprimida e insatisfecha durante demasiados años. Los primeros meses rechacé directamente cualquier contacto sexual, pero poco a poco mi cuerpo empezó a traicionarme y me noté cada día más ansiosa e irascible. Cuando hablé con mi hermana sobre el tema, me dio un sabio consejo: “Tú lo que necesitas es un buen polvo, de esos que te provocan un orgasmo que hacen que se te quiten todos los nervios”.
Hizo una pausa mientras se pegaba a mi cuerpo y alargó su mano hacia mi polla para empezar a menearla.
—Ese consejo caló hondo dentro de mí y busqué desesperadamente a Miguel para follar pero era incapaz siquiera de arrancarme un mínimo orgasmo, cuando menos conseguir la sacudida hormonal que mi cuerpo necesitaba —me dijo mientras sonreía maliciosamente—. Pasaron meses y mi cuerpo cada vez reclamaba más y más y no lo encontraba. Decidí buscar la satisfacción sola y me compré varios juguetes, entre ellos un maravilloso consolador. Al principio fue suficiente pero pronto también empecé a necesitar más. Como Miguel ya había aceptado que con él nunca tendría lo que necesitaba, optó al menos por ayudar y empecé a usarlo.
Dirigí mi mano hacia su coño para comprobar que se estaba calentado de nuevo. La atraje hasta el sofá y al sentarme, se sentó a horcajadas sobre mí para empalarse sin más con mi polla y moverse muy lentamente, disfrutando de todo el recorrido de ella mientras continuaba:
—Ahhhhh, cómo me gustaaaaa —sin poder reprimir unos gemidos mientras follaba—. Cuando jugaba con el consolador muchas veces me sentaba encima de la cara de Miguel hasta casi ahogarlo, era casi cuando sentía cómo se quedaba sin respiración cuando me corría patas abajo llenando su boca, sus labios y toda su cara con mi líquidos. Le obligaba a observarme cómo me metía un pollón que compré mientras le miraba con cara de pena por saber que él nunca llegaría a meterla de nuevo. Mi perversión con él llegó a tal punto que mientras me masturbaba al lado suyo le narraba mis fantasías más ocultas y obscenas con otros hombres hasta correrme.
Empezó a acelerar su movimiento de caderas. Se movía perfectamente acompasada a mi polla y el sonido de sus líquidos chocando contra mis huevos era intensamente erótico. Noté cómo venía su orgasmo, muy largo y profundo porque no podía articular palabra y su cuerpo se contorneaba ansioso y desesperado. Al fin se corrió y esta vez gritó cómo nunca había oído a nadie disfrutar con un orgasmo. Estoy seguro de que Miguel oyó perfectamente los gritos de su mujer fuera del despacho. Al fin redujo sus movimientos lentamente y acabó apoyada completamente encima de mí, aún con mi polla enhiesta dentro de ella. Ahora casi en susurros terminó su relato:
—Ayer, cuando me confesaste las actividades de las chicas de tus locales se encendió dentro de mí una llama que no pude apagar —se sacó la polla dentro de sí y apoyándola contra su vientre comenzó a follarla con sus dos manos—. Por primera vez en mi vida, con tu semen manchando mi cara y el cuerpo exhausto después de la follada que me diste, acabé tan completa y satisfecha que lo único que quiero es que estés dentro de mí. Soy tuya.
Yo aún tenía la polla a reventar y después de su confesión sabía lo que ambos necesitábamos. Levantándome la dejé en el sofá hecha un harapo, rota por el cansancio de su último orgasmo, y dirigiéndome a la mesa del despacho saqué un bote de lubricante que guardo para las ocasiones especiales. Me acerqué de nuevo hacia ella quien al ver cómo dejaba caer el chorro de creme desde el bote hasta mi polla erecta sonrío y dándose la vuelta dejó ese precioso culo a mi disposición. Al terminar conmigo, solté el chorro frío de lubricante sobre su culo mientras la muy zorra se contorneaba y acercaba su culo hacia mí.
Sin contemplaciones, dirigí mi polla a la entrada de su culo y recreándome unos segundos con mi glande apoyado en su año se la metí tan fuerte como pude. El alarido que soltó me excitó aún más y continué follándola desde fuera hasta dentro del todo. Ella seguía gritando y más aún cuando empecé a azotarle suavemente sus nalgas y girando su cabeza me dijo:
—Más fuerte.
Zas. Zas. Le solté un par de azotes fuertes y secos obteniendo por respuesta unos gemidos inteligibles por su parte. Me tenía desatado, la follaba rápido y de forma brutal. Ella aguantaba todo hasta que la agarré por su cabello y atrayéndola hacia mí no pudo más y sintiendo mis embestidas con su espalda arqueada se convulsionó de nuevo en otro orgasmo tan intenso que desmayándose se derrumbó en el suelo boca abajo. Yo aún no había acabado con ella y apoyándome en su espalda la volví a penetrar su precioso culo y la follé lentamente pero sintiendo cada centímetro de aquel culo que me volvía loco y que a partir de ese día sería mío. La follé hasta que recuperó el aliento entre gemidos y por fin me sobrevino el mejor orgasmo de mi vida. Derramé dentro de ella hasta la última gota y completamente exhausto me derrumbé a su lado. Cuando la miré su cara mostraba una alegría que después de tantos años no conocía de Silvia.
Caímos rendidos en un sueño necesario después de las sensaciones de aquella noche y dejamos pasar el tiempo. Cuando de nuevo despertamos eran cerca de las cinco de la mañana y a pesar de que la discoteca aún seguía con ambiente decidimos irnos a casa. Nos vestimos como pudimos, ella con su mínimo vestido sin ropa interior perdida por mi despacho y yo arreglándome la camisa e intentando peinar con los dedos mi alborotado pelo. Silvia lucía preciosa pero su cara mostraba los signos de haber de nuevo pasado demasiados límites sensoriales como la noche anterior.
Al abrir la puerta y viendo aún a mi Miguel haciendo guardia, nos cruzamos una mirada breve pero llena de significado. Ambos sabíamos que desde aquella noche nuestra amistad se había acabado y ahora sólo faltaba saber si su vida también.
—¿Nos llevas a casa? —le pregunté casi a modo de orden.
—Por supuesto —dejando claro que era su trabajo. Algo en él era distinto, parecía más relajado, como liberado de un peso que había arrastrado hasta entonces.
Silvia se colgó de mi brazo y abrazados con Miguel detrás de nosotros bajamos hasta el coche. Una vez dentro, nos sentamos en la parte trasera mientras Miguel conducía me preguntó:
—¿A dónde?
—A mi casa.
Con toda la naturalidad del mundo Silvia me dijo lo suficientemente alto como para que Miguel la oyera:
—Cariño, he sido una maleducada y no te he limpiado esa preciosa polla que tienes después de haberme follado el culo, déjame que lo hago ahora —y sin más, abriéndome la bragueta reclinó su cabeza sobre mis piernas y pasó su lengua por mi polla.
Miguel miraba cuando podía por el retrovisor a su todavía mujer con el vestido subido por encima de la cintura, desnuda sin ropa sin interior, y comiéndole la polla a su hasta entonces mejor amigo. Yo decidí disfrutar de los labios de Silvia y recorriendo las calles de Barcelona aún de noche, acariciaba con mi mano a placer el culo enrojecido de Silvia.
Al llegar a mi chalet le dije a Miguel que me recogiera al día siguiente a las ocho de la tarde y Silvia, muy segura de sí, se despidió de su marido con un:
—Hasta mañana. No me esperes.
Lo cierto es que Miguel estaba en la puerta de casa al día siguiente a las ocho de la tarde en punto pero Silvia abriendo la ventana de la planta primera de la casa le dijo que hoy no le necesitábamos porque no saldríamos. Miguel observó cómo su mujer se lo decía apoyando los codos sobre la ventana, desnuda completamente y recibiendo mis embestidas desde atrás. Porque la verdad es que no salimos de casa en tres días. Días que pasamos desnudos, follando, disfrutando del cuerpo el uno del otro tanto como podíamos y conociéndonos de nuevo después de tantos años.
Desde entonces Silvia y yo nos hemos convertido en inseparables. Dejó su trabajo, yo vendí todos mis locales a varios inversores locos de la ciudad que, dada la fama que tenían, estuvieron dispuestos a pagar una auténtica fortuna y ahora pasamos el tiempo juntos alternando temporadas en Barcelona en la que prácticamente no salimos de casa y otras navegando en el barco que compré tras la venta de las discotecas. La mayor parte del tiempo lo pasamos desnudos, leyendo, hablando y aunque nos vestimos para salir a cenar cada noche nunca usa ropa interior. Miguel sigue trabajando para nosotros, nos conduce dónde necesitamos, nos atiende el jardín y la piscina y nos limpia el barco para cuando lo usamos. Más de una vez lo hemos pillado mirando mientras follamos pero no le decimos nada porque entendemos sigue trabajando por esos pequeños momentos.