Describiendo el encuentro.

Detallando, como os prometí, los encuentros.

Y ahora intentaré, como os prometí, extenderme con más detalle en los relatos referidos en cada párrafo, uno a uno, intentando como me pedís, haceros percibir con más detalle las tan gratificantes sensaciones que me trajo un encuentro como este que, ya os conté en el anterior, me llevaba con las braguitas mojadas de tanto fantasear lo que esperaba que ocurriera desde el mismo momento en que me despertaba. Que espero os ponga como yo quiero teneros, y que me lo contéis, haciéndome reconocer en vuestras respuestas el efecto que me gustaría poner en vuestros cuerpos extendiendo el que gozó, de eso no tengo duda, mi adorado jovencito; al que me plació entretener durante algún tiempo haciéndole disfrutar como, estoy segura, no había disfrutado antes.

Solo de fantasearme empalada por aquel cuerpo duro que se le ponía entre las piernas a mi cachorro nada más que me manoseaba un poco; empotrada, como solía colocarme, contra la pared, o apoyando el vientre en una mesa mientras desde atrás me entraba llegándome lo más hondo que podía; me notaba lubricada y deseando. Cuando llegaba, siempre una hora y media antes de que mi hijo saliera de clase, estaba ya tan cachonda que solo tenía que tocarme a penas para que chorrease como una fuente. Era todo un descubrimiento su terso y juvenil cuerpo, flaco y terso, ofreciéndome semejante herramienta, con el tacto de la madera cuando se ponía duro, en la que no podía dejar de pensar y que me encantaba disfrutar dentro durante mucho y mucho rato, gustando de una penetración en la que me agarraba como si no quisiera soltarme nunca.

Podía, tras despertar, meterme la mano en las braguitas; con el morbo de tener mi marido durmiendo al lado; y, al fantasear en cómo el flaco adolescente iba a rellenar el espacio del que se creía dueño, sentir en las yemas de los dedos el sedoso tacto de mi lubricación; acercarlas a mi nariz y oler el embriagador aroma sexual que destilaba, para después, en un gesto obsceno, chuparlos mientras me imaginaba mirándolo a los ojos con la cara de zorra con que quería que me pensara. Un despertar en el que frecuentemente me entretenía mientras suponía como se le pondría su rabito si, en su cama, como debía estar en aquel momento, me viera jugar, a mi sola, esas escenas con las que disfrutaba en su ausencia. Eso si, como en alguna mañana, no era mi esposo el que despertando con ganas, me montaba mientras haciéndome fantasear que era el adolescente el que me follaba con las ganas con que más tarde esperaba ser atendida por él, siempre dispuesto a gastar toda la energía que le sobraba. A veces me generaba cierta culpabilidad engañar así  a mi esposo y me recomía en el remordimiento, pero no tardaba en asumir que sería un error fatal desaprovechar la oportunidad que la ocasión me había provisto con aquella situación. Que “morbazo” acabar diluida en el place que me metía dentro el despertar de un descansado semental y estar ya esperando, que al poco llegara el potro de mis sueños a terminar de penetrarme de gusto cuantas veces tuviese ganas.

Me recordaba, cielos, mi primer orgasmo en pareja, en que, apenas una jovencita, mi estrenado novio me sobo los pezones por dentro de la ropa; en el que le bastó un rato de acariciarme los botones en el granero, colándome las manos por el escote, desde mi espalda, sentada yo delante de él entre suspiernas, para que me corriera de placer invadidos el vientre y la vulva por una sensación que tras ir creciendo y creciendo, a medida que las tetas se me pusieron como piedras, que explote en un éxtasis que, más que nunca, me hizo empapar las bragas como si me hubiera hecho un pis. Un placer que se quedo gravado en mi memoria como nunca más y al que no he vuelto a llegar de semejante manera, por más que me ponga cachonda tales caricias, que si bien es cierto que me pone caliente, lo que me piden es ser follada para que me explote el vientre, pero no llegan rebasar el límite como entonces.

Evitaba las bragas bajo la falda; tratando de eliminar obstáculos de retraso, como alguna sorpresa que se pudiera producir ante la llegada imprevista de alguna visita, pero sobre todo por sentir la sensación de estar dominada por la de desnudez que vestir así me producía, y porque solo tenía que alargar la mano hasta mi rajita y acariciarme entre los labios para que el placer me inundara potenciado, en la mayoría de los casos, por la sensación que en los dedos recibía al estar agarrada a su erección a través de la ropa y sentir mi lengua en su boca buscando la suya. Preámbulo no muy largo, pero intenso, que nada más cerrar la puerta comenzaba cuando sus manos me alcanzaban las tetas desde mi espalda, a las que llegaba antes que el pestillo se encastrase en el cerrojo. Que placer, cielos, sentirlas así manoseadas mientras le correspondía restregando las nalgas por el paquete notando en ellas el estado que ya tenía dentro el pantalón, y que me ponía realmente cachonda.

En un alguna ocasión no pasamos de allí. Estábamos tan calientes que después de un rato de roce y sobeteo, mientras me besaba el cuello y me lamia la oreja, se tiró de la cintura del pantalón de deporte que traía, bajando la goma, y agarrándose la polla con autentica necesidad, con solo subirme la falda y pasármela unas cuantas veces entre los labios de mi inflamada vulva, aumentándome el gusto rico que notar así la punta de su espada me traía, y, agachándose un poco me la colaba entera. Despacio, suave y profundamente, haciéndome sentir la penetración de una embestida que yo aguantaba con los brazos extendidos y las manos en el marco para que la puerta no golpeara. Que morbazo tenerlo dentro, con las piernas abiertas, las suyas entre ambas mías, mantenidas juntas por el pantalón caído a los tobillos, empujando la cadera y follándome con todas sus ganas; mientras oía salir a los vecinos, que observaba por la mirilla, como esperaban el ascensor.