Desconocidos

Una serie de desconocidos coinciden en un solitario hotel de playa y darán rienda suelta a sus deseos.

DESCONOCIDOS

VACACIONES

“Si haces siempre lo que siempre has hecho nunca llegarás más lejos de lo que siempre has llegado.”

Este fue el contundente what´s app que Rosario recibió en su móvil mientras desayunaba tranquilamente en la cafetería de siempre por última vez ante de irse de vacaciones. Lo enviaba su íntima amiga Marta y fue el último empujón en su decisión. Le había dado muchas vueltas, pero esa frase, había sido definitiva. Reservaría un fin de semana en el discreto hotel del que su amiga tanto le había hablado. Necesitaba hacer algo diferente y salir por fin de esa capsula invisible en la que parecía enclaustrada.

Se sentía una mujer sexualmente activa pero parecía que por su físico, y sobre todo por su carácter, pasara desapercibida para el sexo masculino. No era una mujer fea, pero su imagen andrógina de piel muy morena y rasgos faciales muy marcados, la hacían un tanto extraña. Era muy delgada con manos huesudas y poco pecho. Su vestimenta, demasiado recatada, no promocionaba lo suficiente su parte anatómica más atractiva, su culo. Además era muy tímida e introvertida, poco dada a la vida social con los compañeros de trabajo que la tenían por una solterona aburrida. Incluso alguno llegó a rumorear que su problema era la no aceptación de su supuesta homosexualidad. Nada más lejos de la realidad, Rosario era heterosexual y se sentía atraída por más de un compañero de su oficina bancaria pero le resultaba imposible acercarse a ellos.

A sus treinta años, había mantenido una relación de pareja con un novio durante siete pero hacía dos que lo habían dejado y desde entonces se mantenía en una “forzada” castidad. Su buena amiga Marta, había insistido en que en su situación lo mejor era darse un homenaje con un profesional, pero Rosario no estaba dispuesta a pagar por sexo. Así transcurría su pobre vida sexual, hasta que logró convencerse que necesitaba hacer algo antes que su autoestima acabase destruida o peor aún “…te volverá a crecer el himen…” como vaticinaba Marta. De vuelta a la sucursal bancaria donde trabajaba su expresión era diferente, al punto que uno de los compañeros se fijó en ella y le hizo un cumplido, “se te ha subido el guapo ahora que te vas de vacaciones…”


Juan y Ana llevaban varios años casados. Formaban un matrimonio típico. Padres de dos hijos de siete y cinco años, ambos trabajadores y a sus cuarenta años no sabían en que momento de su relación les invadió la rutina. Trabajo, niños y casa formaban un triángulo del que parecía imposible salir. En su juventud y noviazgo habían sido divertidos, aventureros, muy activos y dispuestos a cualquier cosa que no fuera quedarse quietos. Pero desde el nacimiento de Juanjo, el mayor de sus hijos, la cosa comenzó a cambiar. El tiempo para ellos comenzaba a menguar absorbido por el pequeño de la familia.

Casi como una obligación de padres dieron una hermanita al pequeño de la casa. De manera que el tiempo que les dejaba Juanjo lo acaparó Julia. A medida que pasaba el tiempo fueron perdiendo el interés por su intimidad hasta no recordar un momento a solas. La edad les fue pasando factura, Juan fue perdiendo pelo en su coronilla y sus sienes se volvían blancas mes a mes. Hacía unos años que había dejado de practicar el deporte que siempre le mantuvo un físico fibroso lo que empezaba a notarse en su abdomen. Ana, comenzó a descuidar su vestuario y su imagen, sus magníficos pechos comenzaban a rendirse a la gravedad victimas de la crianza de sus dos criaturas. Su maravillosa melena había dejado paso a un corte más cómodo de cuidar. Sus torneadas piernas, envidia de sus amigas, empezaban a acumular grasa en la parte alta propiciada por el desorden alimenticio a que se sometía.

Después de una cena familiar, para la que lograron colocar a los niños con los abuelos, salieron a tomar unas copas con la hermana de Juan y su marido. Lo pasaron en grande rememorando un tiempo que ya apenas recordaban haber vivido. Fue entonces cuando Isabel, su cuñada, le recomendó a Ana que se tomasen un fin de semana de vacaciones en un hotel al que solían ir ellos. Por los niños no tendrían que preocuparse ya que sería la misma Isabel quien los acogiese en su casa durante esos dos días. Ana, quedó por un momento pensativa y se decidió a proponérselo a Juan.


Tras la larga reunión en la que Ricardo ató uno de los mejores negocios del año, llamó por el teléfono a Susana, su secretaria. A sus cincuenta y cinco años el director general de la empresa tenía todo lo que se había propuesto. Tenía dinero suficiente para mantener a su familia en un palacete y un físico aún atractivo que le permitía seguir atrayendo a mujeres más jóvenes que él. Susana había sido su última “víctima”. Su secretaria tenía quince años menos aunque aparentaba muchos menos. Sin obligaciones familiares, tan solo mantenía una relación de idas y venidas con un hombre de su edad con quien no terminaba de cristalizar en relación de pareja. Hacía año y medio que se veía con su jefe como amante.

Éste, cada cierto tiempo, se las arreglaba para que pasaran unas mini vacaciones los dos solos en algún lugar paradisíaco. Ambos formaban la típica pareja de amantes. Él un empresario triunfador que apuraba los últimos vestigios de un pasado de galán cuyo físico le era imposible mantener a su edad. Ella era una belleza nórdica que mantenía un físico espectacular, pese sus cuarentas recién cumplidos, gracias a una genética familiar que se había dedicado a cuidar con buena dieta, mucho ejercicio y una alergia irrefrenable de ser madre.

Al entrar en la oficina, Ricardo la recibió con un apasionado beso antes de comunicarle la buena noticia del negocio recién cerrado. Le propuso que buscara un lugar donde “celebrar la siguiente gran reunión empresarial”, excusa con la que dispondrían de un fin de semana para los dos solos. Ella dejándose comer el cuello tiró la cabeza hacia atrás y se imaginó a los dos tumbados al sol en aquella playa de la que le habían hablado.


Cada verano, Patrick se tomaba el mes de septiembre de vacaciones en su empresa informática en París para disfrutar de su mayor pasión, el surf. A sus veintiocho años, con su furgoneta Volkswagen Caravelle amarilla, recorría toda la costa atlántica hasta el cantábrico en busca de las mejores olas de Europa. En solitario, recorría cientos de kilómetros con la única compañía de su tabla. Iba parando en distintos albergues en los que coincidía con otros “locos” como él con los que acababa haciendo amistad. Al final de esas vacaciones solía cruzar España en busca de los aires del estrecho para terminar por todo lo alto en alguna playa perdida. Este año no iba a ser menos, y siguiendo los consejos de un colega parisino iba a hospedarse en un pequeño y discreto hotel donde. según le comentó Jacques, le había sucedido una cosa increíble. El surfista reacio por completo a tener pareja prefería disfrutar su envidiable físico como un alma libre. Sabía que su trabajado y fibroso cuerpo no pasaba desapercibido para ninguna mujer heterosexual, por no hablar de su exotismo.


Pedro había encontrado lo que buscaba por Internet. El hotel tenía muy buena pinta y según las fotos, el paraje lo hacían muy íntimo. Justo lo que necesitaban para hacer realidad otra de sus fantasías. Sin pensarlo ni un momento hizo la reserva para el fin de semana en que su pareja, Silvia, tomaba las vacaciones. Desde que comenzaron a salir habían tenido claro que su relación estaría marcada por su particular forma de encarar el sexo. Él era un tipo normal, no era feo pero no cuadraba dentro de los cánones de lo que se tenía por un tío bueno. Ana en cambio sí era muy guapa aunque su cuerpo tampoco era el de una top model, pese a que su pecho si tenía mucho “tirón”. Habían tenido multitud de relaciones juntos y por separado pero aún les quedaba por delante mucho.


El avión de Frankfurt llegaba a su hora a la T4 de Barajas. Raphael tan solo llevaba un trolley como equipaje de mano. Estaba acostumbrado a viajar con lo mínimo ya que sus estancias en los sitios a penas se reducían a un par de días. Su ritmo de vida era vertiginoso. En la última semana había visitado las bolsas de Tokio, Nueva York y Frankfurt para poder tomarse este fin de semana en España donde su mujer, Natalia, le esperaba.

Ella, abogada y vivía a caballo entre Barcelona y Madrid. Había llegado a la capital desde la ciudad condal el día anterior y ahora se disponía a tomar un taxi hasta Atocha donde esperaría a Rapahel. Almorzarían algo rápido antes de tomar el AVE destino a Sevilla y comenzar unas mini vacaciones de un fin de semana en un pequeño hotelito perdido en el Golfo de Cádiz. Le habían dado muy buenas referencias. Ellos siempre buscaban algo muy discreto ya que el poco tiempo de que disponían lo querían disfrutar en la intimidad.


Enclavado en la ladera de un pequeño monte, el hotel, era solo accesible por una carretera privada, techada por la abundante vegetación, a la que se llegaba tras dejar atrás diez kilómetros de carretera comarcal. Un discreto edificio de piedra se situaba en un espacio abierto circular. A modo de rotonda, una fuente sobre un terreno de gravilla. El hotel tan solo disponía de diez habitaciones cinco en cada una de las dos plantas. La fachada principal disponía de un pequeño vestíbulo donde se encontraba la recepción, atendida a turnos por una joven pareja de modales exquisitos. A continuación, un comedor con amplios ventanales que hacían de espectacular mirador hacia la playa. Ésta estaba abajo del pequeño acantilado sobre el que pendía la terraza del hotel. Por una puerta de servicio se accedía a una escalinata privada por la que se descendía hacia la fina arena de la playa nudista.

PLAYA

Portando una cesta de mimbre donde llevaba una toalla y algo de crema protectora, Rosario llegó a la playa a media mañana, un poco nerviosa pero decidida. A penas había andado unos escasos veinte metros cuando vio a una pareja que había llegado antes. Se sentó cerca de ellos cuando estos ya disfrutaban del sol tumbados en sus respectivas toallas.

A simple vista era una pareja común. Él no era feo, pero su cuerpo era muy normal, de estatura media, algo de barriga y una incipiente calva en su coronilla. Junto a él, su mujer, de media melena castaña, rellenita, tetas con grandes areolas y un culo con tendencia a la celulitis. Su pubis se cubría con una fina capa de vello negro. Rondaban los cuarenta años y por su comportamiento tampoco parecían expertos en las visitas al hotel, cosa que a Rosario le tranquilizó. Le asustaba no estar a la altura.

La empleada de banca, se quitó su pareo y tan solo cubierta por una gran pamela exhibió por primera vez en público su desnudez. Sus pezones morenos reaccionaron al contacto con la primera brisa, esto le provocó un escalofrío. SE observó. La piel morena de su cuerpo contrastaba con la blancura de sus tetas y de su zona pélvica nunca antes descubierta. La abundante mata de pelos negros de su coño parecía ser de mayor tamaño en esta situación. Levantó su angulosa cara morena y sus almendrados ojos color miel descubrieron a sus vecinos observándola sin ningún pudor. Su primera reacción fue violentarse ante lo que consideraba una insolencia pero de inmediato comprendió que esa era su objetivo allí.

Después de un rato de constantes miradas, por fin, Rosario decidió un acercamiento. La mujer anduvo despacio, y con disimulado nerviosismo, la distancia entre ellos. La pareja se levantó para recibirla cortésmente. Tras las presentaciones con dos besos, primero con Ana y luego con Juan, la “single” pudo comprobar como el hombre no podía controlar una erección que hizo que su pene alcanzara un considerable tamaño.

Después de sentarse, los tres compartieron unas latas de cerveza:

-Pues yo es la primera vez que vengo –confesó Rosario, tratando de justificar alguna posible torpeza. –Me lo aconsejó una amiga que sí ha venido varias veces.

-Nosotros también somos primerizos –consoló Ana que sentía una extraña excitación traducida en un caluroso rubor facial.

-Buscábamos algo nuevo y discreto –intervino Juan entregado ya a la voluntad propia de su polla.

Rosario sonreía nerviosa, sentada totalmente desnuda ante una desconocida pareja de cuarentones también desnudos. Comenzó a notarse muy excitada, sentía como su coño palpitaba y una sensación de calor húmedo subía desde su vagina hasta su cerebro. Se hizo un incomodo silencio entre los tres. Juan miró a los ojos de la chica nueva y luego agachó la mirada hasta su polla erecta. Su capullo era de color violáceo brillante. La invitada con media sonrisa dejó la bebida sobre la arena y miró a Ana en busca de una aprobación innecesaria, dadas las circunstancias, antes de alargar el brazo y agarrar con su mano izquierda la dura polla del marido de ésta.

Juan echó su cuerpo hacia atrás, apoyando los brazos tras su espalda, ofreciendo todo su encanto a Rosario. El hombre dio un pequeño salto cuando notó las manos frías de la morena envolver su ardiente miembro. Su mujer, ante el espectáculo de que una desconocida masturbase a su marido se sintió muy excitada y comenzó a acariciar su coño de vello perfectamente triangulado.

Rosario respiraba agitada viendo a Ana hacerse un dedo mientras ella pajeaba a Juan, que con los ojos cerrados suspiraba de placer. Sin dejar de mover su mano, la invitada se acomodó de manera que inclinó su cuerpo hasta acercar su boca a la polla de aquel tío que acababa de conocer. Sacó la lengua y lamió el glande antes de introducirse poco a poco el falo en la boca ante la atenta mirada de Ana. Sin ser una experta feladora si acomodó la polla a su cavidad bucal hasta notar la punta muy adentro y los vellos púbicos de Juan rozaban su nariz. Lentamente fue subiendo su cabeza hasta que tenía la polla justo entre los labios para volver a descender por aquel latente ariete venoso. La lubricación salival hacía que el proceso fuese acelerándose. Notó la presión de la mano del hombre sobre su cabeza marcándole el ritmo al tiempo que la animaba:

-Así, zorra, así…

Ana, de rodillas junto a su marido, aceleraba su dedo sobre su clítoris al tiempo que le besaba antes de ofrecerle una de sus grandes tetas:

-¿Te gusta como te la chupa? –preguntó morbosamente excitada a su marido.

Juan no contestó y se limitó a degustar la propuesta. Lamía, besaba, succionaba y mordía los enormes pezones de su mujer al tiempo que disfrutaba de la mamada que le estaba dando aquella desconocida.

Antes de llegar al orgasmo, Ana detuvo su paja. Sentía una extraña y a la vez excitante sensación. Ante la visión de una Rosario indefensa, arrodillada y sometida bucalmente por su marido, se acercó y acarició el culo de la morena. Era la primera vez en su vida que tocaba con deseo a otra mujer. Con su mano derecha acarició y masajeó el blanco y suave culo de aquella chica. Recorrió la raja del culo con su dedo corazón. Fue descendiendo, notando como iba creciendo la mata de pelo y el calor la guiaba hasta una vagina grande e inundada de néctar caliente. No se lo pensó a la hora de introducir uno, dos y hasta tres dedos en el coño de Rosario y comenzar a moverlos en círculos provocando un estremecimiento en la empleada de banca.

A esas alturas, Juan estaba tumbado boca arriba intentando mirar el espectáculo. Rosario movía frenéticamente la cabeza sobre la polla del hombre que estaba a punto de terminar, mientras sentía los tres dedos de Ana muy adentro llevándola al éxtasis.

Agarrando la cabeza de su amante, el hombre comenzó a mover su pelvis hacia arriba antes de anunciar con un aullido que se corría. Rosario, entregada a la situación dejó que aquel tipo violase su boca y llenase su garganta de semen que engulló como pudo. Con restos viscosos en la comisura de los labios se incorporó. Su melena alborotada, su cara angulosa, su mirada lasciva y con restos de la de la corrida sobre sus labios. Ana se le quedó mirando antes de plantarle un beso de tornillo, metiéndose las lenguas hasta la garganta. Compartieron el sabor del hombre que yacía derrotado por el placer junto a ellas. Se abrazaron y frotaron sus endurecidos pezones en busca de un placer desconocido. Se amasaron las tetas y los culos entre besos y mordiscos en el cuello. Juan presenciaba encantado a su mujer en plena relación lésbica con una desconocida.

Las mujeres, atrapadas por una atracción morbosa fuera de toda lógica, acomodaron sus cuerpos sobre la arena hasta hacer coincidir sus coños enfrentados, entrelazando sus piernas. Enredando sus rizos púbicos, besándose con sus humedecidos labios vaginales y frotando con placer sus clítoris hasta caer rendidas en un majestuoso orgasmo, nacido en lo más perverso de sus morbosos cerebros y finalizado en un pequeño punto indeterminado de su feminidad. La contracción muscular fue el preludio de un grito que acabó con las dos mujeres tumbadas y en estado de semi inconsciencia.


Raphael tomaba el sol de mediodía en pie tan solo cubierto por unas llamativas gafas Oakely de cristales azules algo más oscuro que el de sus ojos. Su fibrosa anatomía parecía estar siempre en tensión. Su musculatura, perfectamente definida, lucía más y mejor ante la total falta de vello corporal. Incluso carecía de vello púbico haciendo que su miembro pareciese aún mayor.

A lo lejos, podía ver como el trío formado por Juan, Ana y Rosario iban camino de las dunas. Las mujeres cogidas por la cintura mientras el hombre, delante, parecía estar impaciente por llegar. El holandés sonrió ante la situación mostrando una perfecta dentadura de dentífrico. Les recordó apenas una hora antes, cuando mantenían una pequeña orgía ajenos a su llegada. Se dirigió en un perfecto inglés a Natalia para comentarle lo que había visto.

La abogada rió sin abrir los ojos y siguió bronceando su cuerpo diez, trabajado con horas de spinning y zumba. El broker se giró hacia su mujer y admiró su maravilloso físico. Sus largas piernas torneadas se unían para enmarcar una preciosa V rasurada, su abdomen mantenía la firmeza y sus tetas, de tamaño perfecto, caían levemente a ambos lados dada la postura. Haciendo que el precioso conjunto de pezón-areola sonrosado pidiese a gritos un lametón. Raphael lanzó un piropo casi obsceno en inglés que Natalia repelió levantando su cabeza y haciendo un mohín de desaprobación con su precioso rostro antes de guiñarle un ojo y sacar la lengua para hacerle burla.

Por la orilla y aún vestidos venían cogidos de la mano, Anabel y Pedro. Ella divisó la figura del broker holandés y llamó la atención de su marido. Pedro tras examinar rápidamente al “maromo”, se fijó en la acompañante femenina. La chica de unos treinta años estaba, ahora, sentada y bebía directamente de una botella de agua en un gesto muy sensual. Su pelo corto y moreno le daban un aspecto incluso más joven a un rostro de perfil casi perfecto. Sus tetas, naturales, se veían muy deseables incluso a esa distancia.

El matrimonio dio por buena la vecindad y se instalaron a escasos veinte metros de los otros. Se desvistieron sin prisas para no denotar nerviosismo pero sin pausa para no mostrar pasividad, ante unos vecinos que ya les observaban con cierto disimulo.

La desnudez de los recién llegados era mucho más normal que la que exhibían, el broker y la abogada, pero también muy agradable y excitante. A sus treinta y siete años, Anabel aún conservaba el bello rostro de mujer morena, algo rellenita pero muy bien proporcionada. Concentraba su mayor encanto en unas magnificas tetas. Sobre sus gruesos labios vaginales, una estrecha tira de vellos. Por su parte, Pedro, a punto de entrar en los cuarenta no destacaba especialmente por nada pero se conservaba bien. En conjunto tenía un físico agradable y ahí radicaba su atractivo. Se podría decir que era “simpático”, ese eufemismo tan femenino para referirse a alguien que les atrae aunque no entre en los cánones del tío bueno.

Ambas parejas se observaron disimuladamente durante una media hora, con constantes paseos y movimientos aparentemente inocentes pero con toda la intención de mostrar sus encantos. Anabel decidió ir a darse un baño dejando solo a su marido en la toalla. Pocos minutos después, Natalia, se puso en pie y se dirigió hacia su vecino con pasos firmes pero pausados. Pedro la miraba deleitándose con el magnifico cuerpo de la abogada y entendiendo este acercamiento como prueba de aceptación:

-Hola, ¿tienes fuego? –preguntó la recién llegada con un cigarrillo en la mano.

-Sí claro. –Contestó el hombre que sentado hizo un escorzo para alcanzar una mochila.

Natalia se arrodilló frente a él. El sol recortaba la bella silueta de la abogada. Sus hombros caían suavemente, sus maravillosas tetas se mantenían firmes con unos preciosos pezones de fresa que apuntaban levemente hacia arriba. Su cuerpo se estrechaba perfectamente en la cintura y sus piernas, ahora juntas y dobladas, escondían una magnifica vulva totalmente rasurada.

Pedro ofreció la llama de su mechero, sentado como estaba con las piernas cruzadas, su regazo era una especie de nido para su miembro en estado de semi erección. La chica se inclinó con el cigarrillo entre los labios acercándolo a la llama y apoyó su mano perfectamente cuidada en el muslo del hombre. Muy cerca de su ingle, haciendo que su polla cayese hacia ese lado rozando la mano levemente con su punta. Era toda una declaración de intenciones por parte de la desconocida:

-Perdona, no nos hemos presentado. Yo soy Natalia. –Volviendo a repetir el acto de inclinación y apoyo pero esta vez para ofrecer su mejilla.

-Yo soy Pedro. –Besó el hombre a Natalia tomándola por los hombros.

-¿De vacaciones por aquí? –Trató la abogada de entablar conversación.

-Tan solo este fin de semana, por cambiar un poco de aires…

-Nosotros también –señaló a su marido, Raphael, que permanecía de pie cerca de la orilla mirando a Anabel nadar. –solemos terminar el último fin de semana de vacaciones aquí para desestresarnos.

La conversación continuó esa línea amena aunque insustancial para romper el hielo y acercar distancias. Mientras, en la orilla, la nadadora y el “voyeur” también se habían presentado. A la chica, el broker le pareció exageradamente guapo una vez que pudo verle de cerca. Los ojos azules, la mandíbula muy marcada, encuadraba un rostro anguloso. A él, le pareció excitante la belleza latina y sus morbosas imperfecciones. Sus bonitas piernas algo cortas daban paso a una sensual vulva coronada por un peinado a lo mohicano. Una barriguita un tanto descuidada no afeaba en nada el conjunto bien proporcionado de su cuerpo donde sus majestuosas tetas acaparaban toda la atención y que la mujer no había tenido reparos en rozar impúdicamente contra el pecho imberbe de Raphael en los dos besos de presentación.

Luego se unieron a sus parejas que seguían hablando a unos metros de ellos. De inmediato surgió una complicidad y entendimiento entre los cuatro. El broker y la abogada eran expertos en la materia. La otra pareja tenía muy claro lo que iban buscando y lo acababan de encontrar. Entre bromas y risas por los ruidos que provenían de detrás de las dunas las dos parejas acordaron quedar para cenar antes de tumbarse todos al sol.


Tras la duna, Juan estaba tumbado y siendo cabalgado por su mujer que parecía haber tomado las riendas de aquella relación a tres bandas. Ante la atenta mirada de Rosario que se masturbaba enterrando sus dedos en la frondosa mata de rizos negros viendo el espectáculo, Ana movía sus caderas salvajemente sobre la polla de su marido gritando y jadeando. La soltera, ofrecía sus dedos al hombre para que se los lamiese antes de frotarlos por su clítoris.

Ana, en un estado de excitación desconocido aceleró aún más sus movimientos mientras volvía a sentir un extraño placer morboso por aquella mujer que se hacía un dedo junto a ellos:

-¿Quieres que le coma el coño? –Preguntó a su marido pellizcándose uno de sus pezones mientras sentía como este no podía aguantar más y se corría en el interior de sus entrañas.

El semen de Juan resbalaba por el interior de sus muslos cuando se fue a por Rosario, la besó y la tumbó sobre la arena. Descendió por su cuello, sus pechos, mordiendo los pezones y siguió por su abdomen y su ombligo. La empleada de banca entregada a las delicadas caricias femeninas abrió sus piernas ofreciéndole su jugoso y dilatado manjar.

Ana, con delicadeza palpó por primera vez un sexo femenino. Acarició con mimo aquellos rizos negros y separó con cariño los labios. Inspiró con placer el penetrante aroma a sexo que desprendía la rosada vagina de Rosario antes de lamer desde el perineo hasta el clítoris con lujuria y arrancar un suspiro de la otra mujer. Introdujo dos dedos dentro y se dedicó a saborear el placer desconocido del sexo femenino. Masajeó y lamió son su lengua de fuego el clítoris de Rosario hasta llevarla al éxtasis donde entró con un desgarrador grito de pasión.

Ante semejante espectáculo, Juan se había colocado de rodillas junto a Ana, cerca de su cara. Se masturbó hasta lograr correrse de nuevo, esparciendo su leche entre la cara de su mujer y la zona pélvica de Rosario. Ana no le hizo ascos y limpió los restos de su marido.


Ricardo tumbado de medio lado en la toalla, leía un ejemplar de bolsillo de ELLA cuando le vio llegar. Con un pequeño carraspeo a modo de código, llamó la atención de Susana que tumbada boca arriba aprovechaba el sol de la tarde. Sus impresionantes pechos operados siguieron desafiando a la gravedad cuando se incorporó para observar. Su melena rubia, aún mojada, quedó sensualmente sobre su bello rostro de facciones nórdicas y mirada gris.

Cerca de ellos había decidido parar un chico joven, de unos veintiocho años, negro. Su espectacular físico de metro noventa delataba su pasión por surfear y haciendo honor a su raza calzaba un considerable miembro. Tras dejar su toalla en la fina arena, se dispuso a hacer unos ejercicios de estiramientos más propios de un exhibicionista que de un nadador. Sin duda, se vendía muy bien. La pareja vecina, se miró en un gesto de aprobación y con la sensación de ser ellos los elegidos en vez de los electores.

Tras unos veinte minutos de largos estilo crol, el joven Patrick, salió del agua en dirección a la arena. Paseaba con elegancia su ancha espalda delimitada por unos poderosos hombros. Su musculatura, ahora cubierta por cientos de gotitas de agua, estaba perfectamente definida. Pectorales, abdominales, piernas y glúteos parecían cincelados en mármol. En su rostro, sobresalían unos pómulos marcados y unos labios carnosos, además de una preciosa mirada verde.

El desfile de aquel adonis de ébano fue seguido por Susana, que no dejó de mirarle con media sonrisa lujuriosa ni cuando sus miradas se cruzaron a escasos diez metros obligándoles a un leve saludo de cortesía. La mujer se untaba crema protectora en su fina piel blanca con especial atención a sus tetas, mientras Ricardo, su pareja, permanecía disimuladamente alejado, de pie hablando por teléfono móvil.

Una vez finalizada la conversación, se acercó a Susana y se ofreció a untar la crema por su espalda. La rubia, ahora de pie, seguía mirando al joven surfista mientras su pareja la masajeaba desde sus hombros hasta su culo, donde se entretuvo antes de recorrer la raja y acabar metiéndole un dedo en el ano al tiempo que besaba su cuello. La mujer cerró los ojos y tiró la cabeza hacia atrás suspirando a modo de satisfacción.

El joven francés no perdió detalle del espectáculo que le ofrecían y tras dar una calada al cigarro de marihuana que se estaba fumando abrió las piernas en dirección a la pareja mostrando los efectos que provocaban sus juegos en su tremenda anatomía.

HOTEL

A finales de temporada, la ocupación del hotel era mínima. Así que ese último fin de semana de vacaciones, el comedor a la hora de al cena estaba menos concurrido que en pleno mes de agosto. Distribuidos en cinco mesas comían todos los huéspedes.

Cerca de la puerta, discretamente situada en una esquina, estaba Rosario, la retraída empleada de banca. Meditaba la propuesta de seguir la fiesta playera en la habitación. Levantaba su copa de Rioja en respuesta al saludo que le brindaba, desde el otro lado del comedor, el matrimonio que formaban Ana y Juan. Él entregado a la desconocida actitud sexual mostrada por su mujer. Ella satisfecha por el paso dado y sabedora que nada volvería a ser lo mismo.

En la misma pared que Rosario, Patrick velaba armas. En su caso no meditaba nada, se dedicaba a disfrutar de una cena antes de subir a la habitación y satisfacer como mejor sabía a otra pareja deseosa de sexo sin compromiso. Al fondo del comedor, alejados del surfero francés y sin prestarle atención, bebían champagne entre cariñosos arrumacos, Ricardo elegantemente vestido con traje y corbata y su pelo plateado peinado hacia atrás. Pasaba por un playboy cincuentón de la Costa Azul. Junto a él y vestida para una fiesta, Susana, con un espectacular traje rojo de espalda descubierta y generoso escote que se le ajustaba al cuerpo delatando unas medidas perfectas de Barbie. Su melena rubia recogida en un moño dejaba ver unos pendientes de brillantes regalo de Ricardo para la ocasión.

Entre besos, él le decía comentarios obscenos al oído deseoso de ver el espectáculo que le brindaría su amante. Ella reía discretamente, cerrando los ojos y tirando la cabeza hacia atrás en un gesto suyo muy característico, ansiosa por poner a prueba la capacidad de su “contrincante” dado su nivel de exigencia.

Justo en el centro del comedor, la mesa mayor era ocupada por las dos parejas restantes. Enfrentadas entre sí los dos matrimonios, Pedro contaba divertidas anécdotas para combatir el nerviosismo. Pese a ser una fantasía de ambos y hablada muchas veces, el momento de la verdad se acercaba y el pellizco en el estómago era inevitable.

Natalia reía abiertamente y tumbaba su cuerpo hacia Pedro apoyándose en su hombro, ofreciéndole complicidad. Ante esto, Anabel se sentía un tanto descolocada y la sensación de no saber que hacer momentáneamente con sus manos tomaba su copa de Rioja y bebía. Raphael la miraba con media sonrisa y tras rellenarle la copa le acariciaba cariñosamente la espalda, desde los hombros hasta el mismo glúteo para luego hacer perder su mano bajo la mesa. Allí presionaba levemente su muslo, cerca de la ingle sin dejar de sonreírle y mirarla con sus impresionantes ojos azules:

-¿Estás bien? –Se preocupaba el holandés con una sensual voz grave.

Todo esto hacía que Ana sintiese una extraña sensación de ardor que nacía en su estómago y se propagara por todo su cuerpo haciendo que en su cerebro apareciesen imágenes sexuales con Raphael y una agradable sensación de humedad en su coño.


Definitivamente estaba allí, frente a la puerta nº3. Aún una última duda asaltó su cerebro antes de llamar, pero decidió cruzar cuando la puerta se abrió.

Accedió a una habitación en penumbra que se cerró tras ella. Solo había avanzado unos pasos cuando se sintió asaltada desde atrás. Las manos de Ana agarraron sus tetas antes de que su aliento se posase cálido en su cuello. Notó como pegaba su cuerpo desnudo al suyo, presionando contra su espalda las grandes tetas. Avanzaron juntas hasta la cama donde estaba Juan desnudo, masajeando su polla erecta:

-Hola –fue el escueto saludo de Rosario.

-Sabíamos que vendrías.

Contestó el hombre que se dispuso a ver como su mujer desnudaba a la recién llegada. Entre besos y achuchones, Ana despojó de la ropa a su invitada. Las dos mujeres desnudas se besaban apasionadamente al tiempo que no dejaban de tocarse. Ana acariciaba el peludo coño de Rosario, ésta agarraba y dejaba sus dedos marcados en una de las nalgas de la otra. Sus tetas se apretaban unas contra otras provocando una agradable fricción entre sus pezones.

De repente pararon y fueron gateando sobre la cama, se colocaron a cada lado de Juan y comenzaron una mamada a dos bocas alternándose la polla del marido de Ana que disfrutaba de la visión tanto como del sexo oral.

En la habitación nº10, Patrick acompañaba a la elegante pareja que formaban Ricardo y Susana. Tras abrir la puerta, el mayor cedió el paso a sus acompañantes. Primero entró Susana con paso firme y decidido lo que hizo que su culo se moviera sensualmente. Después de ella, el joven surfero francés no perdía ojo del escultural cuerpo que le antecedía embutido en el ajustado vestido de gala rojo. Dejaba la espalda desnuda, justo por encima del culo donde un tatuaje que anunciaba NO LIMITS, hacía de barrera entre lo visible y lo invisible. Ricardo fue el último en entrar y cerró la puerta tras él.

Aflojó el nudo de su corbata y se desabrochó el botón del cuello de su camisa. El hilo musical era lo único que acompañaba a sus movimientos en aquella habitación. Todos actuaban como si hubiesen ensayado, aunque ni siquiera habían hablado después de cenar. Tan solo una mirada les sirvió para comunicarse. Los tres eran expertos en estas situaciones, de manera que cada uno fue ocupando su lugar.

Patrick se deshizo de su camiseta mostrando su escultural torso, quedándose tan solo con un amplio pantalón pirata. Se tumbó en la cama apoyándose en el cabecero. En un rincón junto a la ventana, sentado en una amplia butaca, Ricardo se había servido una copa de brandy y se había encendido un puro impregnando toda la habitación con el penetrante olor. Luego con un mando a distancia manipuló el aire acondicionado y seleccionó otra banda sonora para aquel momento.

A los pies de la cama quedó Susana, a escasos dos metros de su pareja. El ambiente se cargó de tensión sexual con los primeros sones de Marvin Gaye y su Sexual Healling. La secretaria comenzó a excitarse ante la situación de que su amante Ricardo la compartiese con un impresionante surfista al que acababan de conocer bastante más joven que él. Además el morbo añadido para su libido femenino que el joven fuera negro, en su caso sería el primer contacto con la raza.

Con todos esos ingredientes, la secretaria de Ricardo se llevó las manos a la nuca para desanudar su vestido. Con sensuales movimientos fue descubriendo su espectacular anatomía. Ante las lascivas miradas de su pareja, Susana quedó frente a Patrick, tan solo vestida con un maravilloso tanga de encaje negro que cubría su rasurado sexo y unos tacones de aguja. Luego con su mano derecha deshizo el moño que atrapaba su melena y esta cayó liberada sobre sus hombros tapando los pendientes de brillantes que aún conservaba.

El joven surfero sonreía con lujuria cuando la chica comenzó a avanzar hacia él. Su miembro erecto apenas se disimulaba bajo su pantalón. Susana se colocó a horcajadas sobre su montura. Sus cuerpos se tocaron provocándoles un escalofrío. Las manos negras del chico recorrían la piel nacarada de la mujer. Acariciaba cada centímetro de aquel cuerpo. Leyendo con sus dedos cada pliegue, desde los hombros, descendiendo hasta sus senos firmes y turgentes, ajustándose con delicadeza a la cintura para acabar rodeando cada glúteo antes de apretarlos con deseo. Ella restregaba su sexo ardiente por el abultado regazo de Patrick, agarrada a su pecho descendió con sus manos por su torso hasta su abdomen, delimitando con sus dedos cada uno de sus bien definidos músculos. Sus miradas se cruzaron antes que sus bocas se encontrasen en un húmedo beso.

Ricardo, presenciaba excitado el espectáculo de su amante con un desconocido. Veía como aquel maravilloso culo blanco, que tantas veces había disfrutado ahora era amasado y profanado por unos poderosos dedos negros. Aquellas impresionantes tetas que tanto placer le producían estaban siendo disfrutadas por aquel presuntuoso joven. Y aquellos carnosos labios que tantas veces había recorrido su sexo ahora estaban siendo devorados por la gran boca de aquel surfero.

Ricardo comenzó a sacarse la polla, que reaccionaba a aquella fantasía de ver como un completo desconocido disfrutaba de su amante. Susana acomodó su cuerpo para poder acceder a la entrepierna de Patrick y liberar el tremiendo miembro del francés. La mujer rió nerviosa al tocar el impresionante falo mirando a los ojos verdes del surfero. El chico retiró el tanga dejando libre la vagina de Susana, quien con su mano colocó la polla en la entrada y poco a poco fue descendiendo. Patrick la sujetaba por la cintura tratando de encajarla, la secretaria comenzó con un suspiro morboso a medida que notaba como se abría paso aquella serpiente en el interior de su confortable cueva, para terminar con un grito de placer cuando su coño engulló la enorme polla.

En su característico gesto de satisfacción, la mujer cerró los ojos y echó su cabeza hacia atrás, ofreciendo al galo su esbelto cuello y maravilloso busto que el joven no dudó en disfrutar. Lamió con lujurioso placer desde su barbilla hasta sus pezones, humedeciendo con su saliva caliente una de las zonas más erógenas de Susana.

Desde atrás, Ricardo disfrutaba de la visión de ver a su pareja poseída por otro amante. Dio un sorbo a su copa de brandy y una calada a su puro al tiempo que Susana comenzaba a cabalgar a Patrick.

En la habitación nº8, el intercambio de parejas se lleva a cabo al ritmo acordado. Raphael y Anabel reposan en la cama. Ella recibiendo las caricias del holandés que disfrutaba sin prisas la situación. Poco a poco iba dejando desnuda a la española y ahora recorría a besos la imperfecta belleza morbosa del cuerpo de aquella mujer. Por otro lado, Natalia y Pedro permanecían de pie comiéndose a besos con sus torsos desnudos al final de la habitación.

La abogada, mucho más activa que su mujer, tomaba la iniciativa. Se arrodilló ante él y bajó de un tirón sus pantalones. Pedro apoyado en la pared observaba a Natalia como masajeaba su polla antes de ofrecerle su cálida boca sin dejar de mirarle. La mujer movía lentamente su cabeza a lo largo de su miembro al tiempo que se acompañaba de su mano para masturbarlo.

Delante de ellos, Anabel tumbada boca arriba en la cama, abría las piernas y presionaba al cabeza del holandés contra su coño. Raphael, arrodillado dejó ver a Pedro una majestuosa espalda en forma de V muy bronceada y un culo que asomaba por encima de un pantalón que aún permanecía en su sitio. Se empleaba a fondo en el sexo oral. Utilizaba la lengua para separar los labios vaginales y penetrarla mientras siente como la final tira de pelos roza su nariz.

La mujer notaba la lengua de aquel desconocido recorriendo cada pliegue de su coño hasta llegar a su clítoris, donde se entretiene mordiéndolo suavemente. Levanta la cabeza y puede ver a su marido de pie disfrutando de la mamada de otra mujer y no puede controlar que aquella situación morbosa degenere en un sonoro orgasmo.

Por su parte, la idea de que un desconocido le haya dado una comida a su mujer llevándola al éxtasis provoca en Pedro una excitación sin igual y agarrando la cabeza de Natalia le marca un mayor ritmo en la felación.

Raphael, aprovecha la relajación de Anabel para subirse sobre ella y, ahora sí, sin pantalones penetrarla con su gran polla. La mujer, notando que el grosor era mayor que el de su marido, abrazó al bróker rodeándolo con sus piernas para sentirlo más adentro. El holandés se esfuerza en el mete-saca, aumentando el golpe de cadera, arrancando gritos de placer en la mujer de Pedro. Éste no puede aguantar más y sin previo aviso eyacula gran cantidad de semen en la boca de Natalia que no hace nada por evitarlo y traga como una profesional.

Desde arriba llegaron los sonidos de la orgía de la pareja de la habitación número 3. Donde Ana disfrutaba del sexo oral que le estaba dando Rosario mientras disfrutaba de la visión de su marido penetrando a la desconocida.

Ana, tumbada en la cama, amasaba sus tetas encantada con la experiencia de tener a una mujer entre sus piernas. Rosario sabía donde tocar, con que intensidad, durante cuánto tiempo. La morena, entregada, sboreaba golosa el flujo vaginal de aquella mujer mientras recibía placenteras embestidas del marido de ésta. Juan agarraba a Rosario por las caderas y la penetraba con ganas, sin descanso, con una excitación jamás conocida al tiempo que se deleitaba con los gemidos y gritos de la mujer.

Cuando la tensión parecía imposible de contener los tres explotaron en un tremendo orgasmo. El hombre eyaculó en el coño de Rosario y cayó derrotado cuando sus piernas flaquearon. La mujer aprovechó el semen para lubricarse los dedos y terminar así una paja que la transportó a su pubertad y sus primeros orgasmos. Ana oyendo a su marido correse dentro de Rosario no soportó más la lengua de ésta sobre su clítoris y gritó con fuerza el placer que había sentido.

Los desconocidos durmieron sobre la misma cama entrelazando sus cuerpos desnudos, rozando sus sexos calientes sin más preocupación que el placer.

En la habitación número 10, el ambiente estaba inundado por el cargante olor del puro que fumaba Ricardo. Susana yacía boca arriba tratando de agarrar a su amante mientras éste le incrustaba la tremenda verga hasta lo más profundo de su ser.

El francés, cuyo aguante no parecía tener límites, se empleaba a fondo y notaba como la mujer entrelazaba las piernas a su espalda. Arañaba sin compasión su cuerpo con cada embestida mientras le pedía a gritos que le diera más fuerte apretando sus músculos vaginales. Susana es embargada por el morboso placer de ser observada por su amante mientras un desconocido le partía el coño.

Ricardo, se deleitaba con el cuerpo de Patrick mientras percutía incesantemente sobre su amante. Después de apurar su tercera copa de brandy pide a Susana que le haga una felación. Solícita, la secretaria, se zafó del surfista y se colocó a cuatro patas al filo de la cama. Su amante, de pie frente a ella se colocó el puro en la boca y acercó su miembro erecto a la cara de su pareja. Sin dudarlo y en una actitud sumisa, Susana engulló la gruesa polla de su amante hasta hacer tocar su nariz con los blancos vellos púbicos del empresario. Ricardo suspiró de placer antes de hacer señas al francés.

El joven, con sonrisa lasciva, entiende perfectamente la petición del viejo. Lamió el ano de la mujer antes de colocarse en situación ventajosa para sodomizarla. Susana deseosa de aquel final, relajó su esfínter para dar cabida al ariete negro. Con un poco de trabajo y algunas quejas de dolor, Patrick logró penetrar el culo de Susana mientras Ricardo disfrutaba de la mamada. El surfero era quien marcaba el ritmo desde atrás acelerando a su antojo. La mujer entraba en éxtasis sintiéndose utilizada por su amante mayor y un desconocido mucho menor.

El empresario cincuentón fue el primero que se rindió a la situación. Sacando la polla de la boca de Susana, la abofeteó un par de veces:

-Eres una zorra –la definió morbosamente –y te lo vas a tragar todo. –Le informó.

El hombre se masturbó violentamente frente a ella mientras Patrick le daba por culo sin compasión. Eyaculó una gran cantidad en la preciosa cara de Susana que, con la boca abierta, sentía el calor del semen impactar contra sus mejillas aun con los dedos marcados. Además comenzó a notar la polla del joven francés latir en su esfínter segundos antes de que se le inundara el ano produciendo un morboso sonido acuoso con cada embestida del hombre que le tiraba del pelo mientras resoplaba por el esfuerzo.

Ricardo, derrumbado en el sillón, sonreía con satisfacción mientras los últimos espasmos de su polla escupían pequeños hilos de semen que manchaban de blanco el pantalón de su traje. Patrick, desincrustó su miembro del ano de la secretaria dejando un considerable hueco enrojecido, luego se tumbó exhausto en la cama de la pareja. A Susana, que a duras penas había soportado el castigo, le temblaban las piernas y se dejó caer sobre el colchón. Sentía latir su esfínter anal luchando por volver a una dimensión normal. El escozor y el ardor del semen saliéndose le provocaban una sensación entre el morbo y el dolor. Su cara, aun manchada de leche, estaba acalorada. Pensó que durante los próximos tres días le dolería el culo al ir al baño. Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios mientras miraba a Ricardo.

En la habitación número 8, Pedro sentado y apoyado en el cabecero de la cama disfrutaba del cuerpo de Natalia. La abogada, sentada sobre su polla. Subía y bajaba a un ritmo pausado, disfrutando de una penetración lenta pero profunda. La pareja se besaba apasionadamente. La mujer agarrada a la nuca el hombre, él recorriendo el bello cuerpo de ella para acabar agarrando sus tetas, pellizcándole los pezones antes de comérselos.

De pie, junto a la pared al fondo de la habitación, Raphael sostenía en vilo a Anabel. Sus poderosos brazos sujetaban las piernas de la mujer mientras la penetraba con fuerza empotrándola contra la pared. Ella gritaba de placer y mordía el cuello de él, quien aceleraba las embestidas llevándola a un nivel desconocido. La mujer respondía clavándole las uñas en la bronceada espalda de Raphael.

En la cama, Pedro estaba a punto de correrse cuando Natalia paró en seco y mordió los labios del hombre. Le miró fijamente a los ojos y llevó dos dedos a su boca. El hombre los lamió con ansias, luego es ella la que los chupa. A continuación los llevó a su culo donde masajeó su ano.

La abogada levantó su cuerpo y con la mano llevó el miembro de Pedro hasta la entrada de su esfínter. Es más pequeña que la de su marido, así la penetración es más fácil. El hombre notaba la presión de su glande contra el ano, Natalia hizo un poco de fuerza hacia abajo facilitando que el capullo traspasase el tenso anillo. Un grito de placer de ambos fue el preludio de la profunda penetración.

El hombre en estado de éxtasis trató de acelerar todo. La mujer notando cada centímetro de pene avanzar en su recto suspiraba profundamente cuando la notó entera dentro. Comenzó un movimiento de sube-baja sobre la verga de aquel morboso desconocido que trataba de moverse de manera torpe.

Ella cogió un ritmo placentero en la penetración y se separó haciendo un hueco entre los cuerpos donde meter su mano y masturbarse. Apoyada con una mano en el hombro de Pedro y con la otra haciéndose una paja, aceleró el ritmo de su cadera hasta llegar a un sonoro orgasmo. El hombre ansioso por ser él quien marcase el ritmo logró tumbar a Natalia sin salir de su interior. Ahora sí está sobre ella. Con las piernas levantadas y abiertas, la abogada estaba entregada a la voluntad del desconocido, que le daba por culo hasta eyacular en el interior de su ano gran cantidad de semen caliente y viscoso.

A la abogada se le escaparon un par de lágrimas por el último ataque pero la sonrisa en su cara delataba su satisfacción. Pedro, rendido levantó la cabeza y vio como Raphael sujetaba por las caderas a su mujer que estaba inclinada y apoyada sobre un mueble viéndose reflejada en el espejo.

El bróker holandés no tenía piedad y le metía con fuerzas sus más de veinte centímetros mientras la agarraba con sus manos las maravillosas tetas de Anabel. La mujer estaba fuera de sí siendo follada con violencia por aquel desconocido del que podía ver reflejada, en el espejo, su magnífica musculatura en tensión. Justo detrás de él asomaban las piernas de Natalia que estaba siendo sodomizada por su marido. Anabel exigió a Raphael que le diera más fuerte.

El bróker acatando la orden soltó las tetas para dar un gran cachetazo en el culo antes de introducirle un dedo en el ano y percutir con más fuerza. Esto es insoportable para la mujer que termina acariciándose el clítoris hasta el éxtasis. Sus fuerzas flaqueaban y sus piernas flojean imposibles de sostenerla. Ya tan solo se sujeta de la polla y las manos del holandés antes de llegar al orgasmo e inundar su jugosa vagina de fluidos de ambos.

La fotografía final la componen, Natalia boca arriba en la cama. Sobre ella reposa Pedro, ambos sudorosos y exhaustos. Raphael sentado en el suelo a los pies de la cama y Anabel derrotada de rodillas e inclinada hacia delante ofreciéndole al holandés una magnifica visión de su culo y su vagina totalmente expuestos.


A la mañana siguiente, como si no hubiese pasado nada. Como ni siquiera se conociesen de nada, cada huésped abandonó el hotel. Nunca más se volverían a ver en sus vidas pero siempre les quedaría el dulce recuerdo de lo que sucedió en este hotel.