Desconocidos

Pocas veces se culminan los deseos por una esconocida

Nunca habría imaginado cómo terminaría aquello. Llevaba rato mirándote en la terraza de aquel bar. Desde mi mesa, la tuya quedaba algo delante y apenas podía desviar mi mirada de tu cintura, pues al sentarte tu pantaloncito dejaba ver la tirita de tu tanga color melocotón pálido sobre tu piel tersa y color canela.

Había estado estudiando tus movimientos. Cómo tu mano retiraba tu pelo dejando al descubierto un cuello delicado y que se me antojaba tibio y dulce. Cómo tus dedos tomaban la copa de Martini acercándola a unos labios suaves y cálidos. Cómo tu sonrisa se dibujaba en esos mismos labios cuando hablabas por tu celular. Y poco a poco me fuiste atrapando en tu tela de araña.

Durante un instante, volteaste la cabeza, tal vez intuyendo mi mirada sobre tu cintura, tu mano, tu pelo, tu cuello, tus dedos, tus labios… Nos quedamos unos segundos mirándonos uno al otro y nos sonreímos mutuamente. Y con algo de descaro por mi parte, me aseguré de que percatabas de cómo mis ojos volvían a recorrer tu cuerpo con deseo. Y entonces vi, agradablemente sorprendido, cómo llevabas tu dedo índice a tu copa, lo mojabas en el licor, y sin dejar de mirarme jugabas con él en tus labios para después chuparlo lentamente.

Mi erección fue instantánea e hice un amago de levantarme para acercarme a tu mesa pero tú, adivinando mi movimiento, lanzaste una mirada de "aun no" mientras negabas con la cabeza rápidamente sin dejar de sonreír. Comenzó entonces un juego de tenis con la pelota de la seducción que duró una media hora interminable. Por fin te levantaste, tomaste tus cosas y, sin pagar la cuenta y dándome la espalda, subiste tus pantalones haciendo que tu pantaloncito marcara bien las formas de tu trasero apretado en una clara estrategia de seducción final y echaste a caminar rápidamente sabiendo que me tomaría algo de tiempo pagar las cuentas y encontrarte de nuevo.

Medio corriendo, logré verte girando la segunda esquina y apresuré el paso para no perderte el rastro. No te volteaste en ningún momento, segura de que más cerca o más lejos mis pasos iban detrás de los tuyos. Cinco minutos después, te parabas frente a un portal y buscando unas llaves en tu bolso, lo abrías y entrabas en él. Sabiendo que el momento era decisivo, corrí para alcanzar la puerta justo antes de que se cerrara y corrí de nuevo para parar la puerta del ascensor antes de que se te llevara, pero no lo logré. A través del cristal semitranslúcido, vi cómo tu silueta ascendía poco a poco perdiéndose en las alturas. Sin darme por vencido, comencé a subir las escaleras como si se acabara el mundo, nuestro mundo. Alcancé el ascensor justo cuando llegaba al último de los once pisos y tú abrías la puerta sonriendo, al tanto de todos mis esfuerzos.

No tuvimos tiempo para presentaciones, ni para que yo recuperara el aliento. Dejaste caer tu bolso en suelo de lo que era un rellano con tal sólo una puerta de metal cerrada que evidentemente daba a la terraza de la finca, a donde sabías que probablemente nadie subiría a esas horas de la tarde.

Nos abalanzamos uno contra el otro, tu boca buscando la mía, mis manos buscando las tuyas. Nos devoramos a besos mordiéndonos los labios. Los tuyos aún sabían a Martini, dulces y suaves tal y como los había imaginado. Nuestras lenguas se encontraron, sedientas, como dos serpientes en celo. Encajé mi muslo entre los tuyos, pegando mi sexo a tu entrepierna para que notaras la erección que me habías causado hacía rato y que ahora aumentaba por segundos. Mientras abrías tu boca para dejar que mi lengua entrara aún más en ella, mis manos bajaron a tu trasero, apretado bajo esos pantaloncitos cortos y te presioné con fuerza contra mi cuerpo. Ahogaste tu gemido en nuestros besos húmedos y profundos. Tomé la tirita de tu tanga y la halé hacia arriba, haciendo que la tela presionara rico tu sexo y tú contestaste frotándolo contra mi muslo. Era evidente que nada nos iba a detener.

Te viré contra la pared y pegando mi sexo a tu trasero, rodeé tu cintura con mi brazo y metí mi mano bajo la tela de tu pantalón y de tu tanguita para tomar tu sexo que descubrí casi depilado por completo en mi mano. Lo que antes había sido un gemido amortiguado se tornó en uno desinhibido, gutural y grave cuando mis dedos separaron los labios de tu conchita que rezumaba flujos cálidos y densos. Sin dejar de pegar tu culo contra mí, tus manos deshicieron los botones de tus shorts. Mi mano maniobró con más libertad y mi dedo corazón buscó tu clítoris hinchado y duro. Comenzaste a bajar tus pantaloncitos. Fue divino ver aparecer poco a poco tus nalgas redondas, tersas y morenas enmarcadas por esa tanga color melocotón que había anhelado ya en la terraza del bar. La mano que me quedaba libre, despasó con el mismo apremio mi pantalón y bajó mi ropa interior liberando por fin mi verga enhiesta. Me incliné sobre ti para alcanzar tus pechos con mis manos, pasándolas desde tu cintura hasta ellos levantando la tela de tu top y tu sujetador. Recibí el peso y el calor de tus senos en las palmas de mis manos mientras tú, con movimientos maestros, hacías ondular tu trasero, refrotando tus nalgas contra mi verga henchida cuan larga es. Irradiábamos calor en aquella batalla salvaje entre dos desconocidos que se entregaban sin reservas. Una de tus manos atrapaba la mía contra tu pecho mientras tu otra mano hacía lo mismo con mi mano sobre tu sexo. Abrías y cerrabas las piernas excitada haciendo vibrar mi mano en tu concha que se mojaba más y más.

Sin aguantar más me separé un momento de ti. Bajé tu tanga y arrodillado detrás de ti abrí tus nalgas con mis manos para entonces pasar mi lengua entre ellas, lamiendo lento desde tu culito hasta tu sexo carnoso que devoré como un mango maduro y jugoso mientras tus dedos se enredaban en mis cabellos. Casi arrastrándote te acercaste a los escalones que subían al cuarto de máquinas del ascensor. Apoyaste tus manos en el quinto escalón y con tus rodillas sobre el segundo, bien abiertas, dejaste a mi merced tu coño y tu trasero dándote una nalgada bien dura que resonó como un eco en aquel rellano vacío. La cabeza de mi verga abrió los labios de tu concha babosita que penetró sin resistencia. Sentir mi sexo expandiendo las paredes acolchadas de tu cueva nos hizo proferir un largo gemido conjunto de placer. Y entonces empezamos a follar con ímpetu. Yo culeaba detrás de ti mientras tú te frotabas el coño con tu mano abierta y hacías ondear tu espalda y tus caderas al ritmo de mis embestidas. El rellano acogía toda clase de ruidos: nuestros jadeos, el chapoteo de nuestros sexos y los chasquidos de mis muslos chocando contra tus nalgas ya sudorosas y vibrantes. Agarrándote de las caderas como un naufrago a un tablón bombeé mi verga en tu concha salvajemente, acelerado, sin darte tregua. Tu jadeo largo y entrecortado por mis sacudidas sonó cuando nos sobrevino un orgasmo espectacular.

Nos corrimos como fieras. Tu coño se empapaba, chorreante, mientras mis abundantes chorros de semen se estrellaban contra sus paredes. Seguimos follando frenéticamente, disfrutando de aquel orgasmo deliciosamente eterno, para después decelerar poco a poco hasta caer derrumbados sobre los fríos escalones de mármol. Me apartaste con delicadeza pero con decisión a un lado, haciendo que me recostara sentado sobre los escalones y tomando con una mano mi verga, todavía gorda y dura, la engulliste en tu boca ardiente limpiándola de todo resto de nuestros fluidos, saboreándola con devoción y pajeándola despacio pero con fuerza mientras te masturbabas cadenciosamente con la otra mano. Era una maravilla ver cómo me mamabas con dedicación, desnuda y caliente, echa toda una zorra que adoraré por siempre. Cuando terminaste de lamer y chupar, en silencio, te levantaste y comenzaste a vestirte. Lo hiciste despacio, dejándome que te observara mientras me mirabas a los ojos y una sonrisa se dibujaba en tus labios. Después cabalgaste uno de mis muslos, frotando tu entrepierna sobre él para inclinarte y hundir tu lengua en mi boca, en un beso húmedo, profundo y largo en el que saboreamos por última vez nuestros sexos. Te levantaste y desapareciste en el ascensor.