Desconocidos

Se conocieron en un avión y...

Eran las 10:25 de la mañana. El piloto acababa de comunicar que comenzábamos el descenso hacia el aeropuerto de destino. Por una parte tenía ganas de llegar a casa y poder tirarme por fin en el sofá a ver la tele un rato. Por otra, me daba un poco de pena terminar con el juego que habíamos empezado al subir al avión, aunque, pensándolo bien, por fin podría conseguir un buen orgasmo con mis deditos.

Nunca me había pasado algo así. Cuando entré al avión me di cuenta de que el asiento que tenía asignado era el de la ventanilla. Era un avión pequeño, de esos que solo tienen dos hileras de asientos a los lados del pasillo. Por lo tanto no es que fuese un avión de esos que se caracterizan por lo amplio de sus espacios. Cuando por fin encontré mi asiento ya había alguien sentado en el asiento del pasillo, ni siquiera lo miré, estaba preocupada por encontrar hueco para mi mochila en el portamaletas, por suerte no había problemas en ese sentido, y pude acomodar mi equipaje de mano, tras sacar el libro con el que pasaría el rato que durase el viaje. Cual no fue mi sorpresa al descubrir que el tipo que ya estaba sentado en el asiento de al lado no paraba de escanearme el escote mientras yo maniobraba con el portamaletas. No pude evitar ponerme un poco colorada, y él, al darse cuenta de que lo había pillado me dirigió una sonrisa, y en ese momento pude darme cuenta de que era un hombre realmente atractivo. Apenas me hizo hueco para poder pasar a mi asiento, y casi me caigo encima de él. Cuando por fin estuve bien acomodada en mi asiento me puse el cinturón, me acomodé un poco y me dispuse a leer mi libro y pasar lo mejor posible las casi 3 horas de viaje. Al principio nos peleamos un poco por ocupar el reposabrazos central, pero creo que los dos disfrutamos del contacto. Notaba demasiado contacto por su parte, su rodilla se chocaba continuamente con la mía, y yo, en lugar de evitarlo como haría en una situación normal, les respondía de igual forma. Unos minutos más tarde estaba rozándome con los dedos la parte exterior del muslo, pero siempre de una manera casual, casi parecía que lo hacía sin querer. Cuando quise darme cuenta, su manera de tocarme no era nada casual, se estaba envalentonando, ahora me acariciaba el muslo directamente con las yemas de los dedos. Yo llevaba puesta una falda vaquera, por encima de la rodilla, y al sentarme estaba un poquito más arriba, por lo que podía sentir el tacto de sus dedos directamente sobre la piel. Sentía que sus dedos me quemaban, de repente se quedó quieto. Me di cuenta de que había bajado el libro y estaba mirando directamente como me tocaba el muslo. Mi mirada se cruzó con la suya y volví a ruborizarme, me miraba con una intensidad que nunca antes había visto, no pude soportarlo y volví a subir el libro. Confiaba en que siguiera, no quería que pensara que me molestaba, así que abrí ligeramente las piernas para animarle a seguir. No sabía que me pasaba, no me considero una persona atrevida, pero allí estaba, dejándome acariciar el muslo por un completo desconocido y disfrutando de ello. Y no solo eso, además mi mente volaba imaginando que me follaba hasta hacerme gritar. Tras un par de minutos que me parecieron eternos, durante los cuales intenté concentrarme en mi libro (el cual ahora me resultaba terriblemente aburrido) sus dedos continuaron su trabajo. Deslizaba las yemas desde la rodilla hasta el borde de mi falda, haciendo que se me pusiera la carne de gallina. Poco a poco fue deslizándolos hacia la parte interior, donde la piel es más sensible, y yo creía que no podía más, sentía que podría correrme solo con tener esa mano ahí, ardiendo como el fuego. En esa parte del muslo podía recorrer más distancia, y eso hizo. Volvía a llegar a la rodilla, y subía lentamente dibujando círculos, primero pequeñitos, y luego grandes, se introducía un poco por el interior de la falda, casi hasta la ingle, y volvía a retroceder, y volvía a la zona exterior del muslo, torturándome.

Yo, por muy desinhibido que estuviera mi cuerpo, haciendo caso omiso de mi mente, no era capaz de pedirle lo que tanto ansiaba, que me acariciara por fin el coñito, así que me mordía el labio inferior mientras intentaba controlar lo agitada que tenía la respiración. Creía que todo el avión debía estarse dando cuenta de nuestro juego, nada más alejado de la realidad, pues todos parecían enfrascados en sus cosas, ninguno nos prestaba atención. Sin embargo aquella situación prohibida me estaba poniendo a mil, y ya hacía rato que notaba el coñito empapado, deseando que aquel desconocido se sumergiera en él a darme placer. La tercera vez que en lugar de acariciarme el coñito retiró la mano para seguir acariciándome el muslo me atreví a echarle una mirada de reproche, y vi que él no paraba de mirarme mientras me tocaba, no me quitaba ojo, mientras yo me hacía la loca. Esto me dejó un poco desconcertada, así que mientras el por fin introducía la mano como dios manda debajo de mi falda me dediqué a mirarle yo a él. Haciéndolo supe que era imposible resistirse a él, moreno, guapo, y se notaba que tenía una erección porque el bulto del pantalón parecía que iba a reventar. Desee poder abrirle la bragueta allí mismo y agradecerle con el mismo cariño lo que él me estaba haciendo a mí. Pero estaba totalmente paralizada. Me estaba acariciando el coñito por encima de las braguitas, mientras yo me mordía los labios para no gemir. Cuando empezaba a levantar el borde de las braguitas para introducir sus dedos se oyó al piloto comunicando el inminente aterrizaje y retiro rápidamente la mano. Las azafatas empezaban a deambular por el pasillo y ya no era tan discreto nuestro juego.

Así que allí me encontraba yo, con la falda ligeramente levantada, las piernas separadas, súper cachonda, y a mi lado un tipo haciéndose el loco. Me recompuse como pude e intenté quitarme la calentura distrayéndome con el paisaje. Por fin aterrizamos, el se levantó rápidamente, cogió su equipaje de mano y se fue del avión sin decirme nada. Al fin y al cabo no éramos más que desconocidos, pero me sentí ligeramente triste de que no me dijera ni un triste hasta la vista. Vi su silueta alejarse por el pasillo mientras pensaba que tenía un culo precioso. En fin, cogí mi equipaje de mano y me dispuse yo también a salir del avión y a recoger el equipaje que había facturado. Encontré un hueco entre la gente que esperaba en la cinta y allí me coloqué. De repente noté una presencia a mi espalda. Giré un poco la cabeza y miré, pensando que fuera quien fuera no tenía demasiada educación, pues estaba muy cerca y me empezaba a incomodar. Cuando vi que era mi compañero de avión casi me desmayo, el corazón me latía a mil por hora y volví a ruborizarme de nuevo. Intenté olvidar que estaba ahí detrás, pero cada vez estaba más cerca, podía notar su respiración en mi oreja, y su pecho en mi espalda. De repente me agarró de las caderas y me apretó contra su erección que seguía igual de insistente como en el avión. El calor me envolvía, era lo más excitante que me había pasado nunca, sentir como un desconocido hacía conmigo lo que quería me estaba llevando a límites insospechados. La presión de su polla en mi culo me hacía pensar que en cualquier momento iba a correrme allí mismo, de pie delante de un montón de gente. Entonces oí por primera vez su voz, grave y masculina. Se acercó a mi oído y con voz ronca me dijo:

  • Salí corriendo a hacerme una paja en el baño, pero entonces pensé que igual te apetecía acabarlo conmigo.

Aquello terminó de derretirme por completo. Como única respuesta recosté mi cabeza hacia atrás en su pecho y me sorprendí diciéndole:

-Sí, por favor.

Permanecimos así como estábamos hasta que salieron nuestras maletas, las cogimos y nos dirigimos hacia la salida del aeropuerto. Todo el camino el me llevó de la mano, yo estaba como ida, como drogada, me dejaba llevar. Nos metimos en un taxi y él dio su dirección. En el camino no dijimos nada, no teníamos nada de qué hablar, supongo que los dos pensábamos en qué pasaría al llegar a su casa. Sentí una punzada de miedo, realmente era una locura lo que estaba haciendo, pero no podía luchar contra el instinto animal que sentía en esos momentos. Por fin llegamos a su casa, el me guió por el edificio, subimos en el ascensor callados, hombro con hombro, disfrutando de la tensión sexual. Por fin entramos en su casa, soltamos las maletas en la entrada, me miró, y me sonrió de esa manera tan seductora que tenía, entre tímido y golfo, esa sonrisa estaba echando abajo todas mis barreras. Yo lo miré entre asustada y excitada, y él me preguntó que si quería tomar algo.

  • ¿Coca cola? - contesté.

  • ¿No prefieres nada más contundente?

-Una coca cola está bien, gracias.

Me trajo el refresco y él se sirvió lo que parecía ser un whisky. La situación no era como yo me la había imaginado. Creía que íbamos a entrar en la casa y a tirarnos el uno encima del otro a follar como leones pero aquella lentitud me estaba matando, y la timidez empezaba a asomar las orejitas. Él debió notarlo porque me preguntó que si estaba incómoda. Yo le respondí que solo un poquito. El se levantó de donde estaba y se sentó a mi lado en el sofá. Me puso la mano en el muslo y me dijo que si me sentía mal podía irme sin ningún problema. Me planteé la posibilidad, y eso debió asomar a mi cara, porque el retiró la mano y se dispuso a cambiarse de sitio de nuevo. En ese momento se me quitaron todos los pudores, al fin y al cabo, las locuras están para cometerlas, y yo no había cometido nunca ninguna de tal magnitud, y me apetecía muchísimo cometerla. Así que mientras se levantaba para irse le sujeté la mano y tiré de él hasta que volvió a sentarse a mi lado. Me acerqué a su cara, le rocé la nariz con la mía, y le dije que mi casa quedaba muy lejos, que mejor me quedaba un ratito. Volvió a sonreírme y entonces me besó. No me había dado cuenta de lo mucho que deseaba sus besos. Nos habíamos visto por primera vez hacía 4 horas pero yo sentía que lo deseaba desde hacía años. Me cogió la cara con las manos y apartándome el pelo de la cara me besaba sin parar. Metía su lengua en mi boca, buscaba la mía, yo le lamía sus labios, nos estábamos comiendo como si fuera lo último que íbamos a hacer. Me recostó en el sofá mientras él se inclinaba sobre mí y me besaba el cuello, me pasaba la lengua por él, la introducía en mi oreja, y colaba una mano por debajo de mi falda para acariciarme el trasero.

Yo creía que me iba a morir de placer, toda mi piel deseaba ser tocada y lamida por él, quería que me follara hasta hacerme gritar. Entonces se paró, me miró a los ojos, me sujetó las piernas, y abriéndomelas se situó en medio, mientras yo le rodeaba con las piernas las caderas. Frotaba su polla durísima aún guardadita en el pantalón contra mi coñito empapado. Empezó a desabrocharme los botones de la camisa uno a uno, mientras yo no podía evitar mover las caderas restregándome contra aquel bulto duro y caliente que me prometía mucho placer. Los gemidos ya habían empezado a salir de mi boca sin yo poder hacer nada para evitarlo, y tampoco quería hacerlo, realmente estaba disfrutando muchísimo. Cuando acabó con los botones de la camisa se incorporó un poco para mirarme y yo aproveché el espacio para acariciarle la polla por encima del pantalón, él gimió y me sacó las tetas del sujetador para apretarlas con las manos.

A mí no hay nada que me guste más que que me toquen las tetas, que me las acaricien, me las chupen, me las aprieten, y sin poder evitarlo, frotándome contra su polla dura como una piedra, me corrí. Al hacerlo apreté todo mi cuerpo contra él, que ronroneó encantado y me susurró que si había estado bien. Como respuesta me levanté, me quité la falda, la camisa que aún llevaba abierta y el sujetador. Quedando solo con el tanga negro me arrodillé delante del sofá y me preparé para disfrutar mi regalito. Muy despacio, deteniéndome en cada detalle, para poder rememorarlo luego, empecé a desabrochar su cinturón, luego los pantalones, bajé la cremallera, bajé los bóxer, y por fin la tenía ante mí. Era preciosa. Dura, gruesa, con la cabecita roja y brillante, con una gotita de líquido pre seminal en la punta que recogí golosa con la lengua. La acaricié suavemente con las yemas de los dedos, de arriba abajo, luego la cogí con toda la mano, disfrutando de su dureza, notando sus latidos. Saqué la lengua y con la punta recorrí todo su largo, hasta llegar a la punta, que lamí con verdadero deleite. Entonces la metí en mi boca, dejando dentro solo la cabeza, chupándola. Poco a poco empecé a bajar la cabeza y a metérmela entera en la boca, de vez en cuando me retiraba y la pajeaba un poco con la mano, para de nuevo metérmela dentro de la boca y disfrutar de su calidez dentro de ella. Sus gemidos retumbaban en mis oídos, poniéndome más y más cachonda, y su mano reposaba en mi cabeza, animándome a seguir. Entonces me apartó, y me dijo:

  • Si sigues así me voy a correr y no quiero hacerlo todavía, ven, ponte de rodillas sobre el sofá.

Como yo no podía negarle nada y soy de naturaleza obediente, así lo hice. Se puso detrás de mí, apoyando su espalda en mi pecho, y dejando su polla entre mis nalgas. Con una mano me inclinó y me hice poner mis manos en el respaldo del sofá, cuando estuve así deslizo sus manos por mis tetas acariciándolas.

  • Quédate así.

Noté sus manos en mis nalgas, acariciándolas despacio, mientras deslizaba un dedito por el centro, de arriba abajo, provocándome escalofríos. En seguida noté una lengua deslizándose muslos hacia arriba, hasta llegar a mi coñito, que ya estaba de nuevo preparado para un nuevo orgasmo, y deseando tenerlo. Me lamía suave y despacio, introducía un dedo, luego otros, los sacaba, me masturbaba con ellos, mientras su lengua hacia circulitos alrededor de mi clítoris. Yo mordía el sofá, para no gritar, si seguía así iba a correrme de nuevo, y no podría seguir disfrutando de aquel maravilloso trabajito. Noté como algo viscoso caía en mi ano y lo esparcía con la mano. Mientras me comía el coñito empezó a jugar a meterme un dedo en el culito. Me derretía de placer, lo metía, lo sacaba, lo volvía a meter…pronto me di cuenta de que no era mi culito el único que disfrutaba de sus dedos, otros dos dedos estaban alojados en mi coñito, me follaba con los dedos, arrancándome auténticos gritos, no iba a aguantar mucho más sin correrme, así que le supliqué:

-Por favor, métemela.

  • ¿Quieres que te la meta? ¿Por dónde?

-Por donde tú quieras pero la necesito dentro ya. Clávamela.

No se hizo de rogar, se colocó detrás de mí y la colocó en la entrada de mi coñito.

-Como estás siendo muy buena te voy a follar primero el coñito, el culito me lo reservo para luego.

Y entonces la metió, por fin la tenía dentro, por fin me sentía llena. Se movía suavemente al principio, a lo que yo respondía con gemidos. La sacaba entera y la volvía a meter despacito, disfrutando el momento. Yo necesitaba que me follara, que me la clavara hasta el fondo sin piedad, necesita notar sus caderas chocando contra mi culo, y así se lo hice saber:

  • Fóllame. Fóllame fuerte, venga fóllame.

Él disfrutaba torturándome así que se quedó quieto y dejó que fuera yo la que me moviera. Así que prácticamente le follaba yo a él, pero como a mí me gustaba, salvaje y sin contemplaciones, impulsándome hacia atrás clavándomela hasta el fondo. No pudo soportarlo más y empezó el a moverse también, follándome de verdad, arrancándome gritos de placer, apretándome las tetas hasta dejármelas marcadas, mordiéndome el cuello, y así, sintiéndome verdaderamente follada por fin me corrí sintiéndome la más puta del mundo por pedirle a un desconocido que me follara así. Al acabar me desplomé exhausta en el sofá, pero él me dijo:

  • Todavía no neni, aún tengo que follarme ese culito.

Y mientras decía esto me hizo volver a recuperar la posición de antes. Sacó la polla de mi coñito y la puso en la entrada de mi culito.

  • Clávatela tú, quiero disfrutar de la vista.

Deslicé mis caderas hacia atrás, ensartándome esa polla aún más dura que antes en mi estrecho culito. Lo hacía despacio, yo también disfrutaba torturándole, lo hacía muy poquito a poquito, moviendo mi culo en círculos, gimiendo de gusto cada centímetro que entraba. Cuando había entrado aproximadamente la mitad, me agarró de las caderas y me la clavó hasta el fondo. Y así, sin soltarme de las caderas, me folló bestialmente hasta que me dijo con voz ronca que se corría, y sentí como me llenaba el culito de leche. Se quedó unos minutos resoplando con la cabeza apoyada en mi espalda, mientras sus manos recorrían agradecidas mi cuerpo. Por fin pudimos tumbarnos en el sofá, y besarnos. Había sido una mañana perfecta.

-¿Comemos?

  • Me encantaría, gracias.

  • Por cierto, ¿cómo te llamas?

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