Desconocido
Cuando un encuentro fatal te hace plantearte que lo único que quieres es salir con vida...
Dos pasos más y tendré que decirle que llamo a la policía.
El tipo lleva uno de esos gorros oscuros para la nieve, enfundado hasta las orejas. Tiene los ojos duros, rasgados pero grandes al mismo tiempo. La nariz aletea con cada respiración, y la boca es una línea recta que intimida incluso más que los ojos. En definitiva, ese hombre me da miedo.
Me está mirando como si valorara mi capacidad para salir corriendo. Le complace que lleve tacones, sin duda, pues le brillan los ojos al mirarme los pies, y no creo que sea por fetichismo. El pantalón no le gusta. ¿Difícil deshacerse de él? Estoy prensada dentro, casi seguro que no se puede quitar deprisa si no es rajándolo. La camiseta no le importa, y la cara ni me la mira.
¡Por Dios…! ¡Mírame a la cara! ¡Ten los cojones de mirarme!
Tengo el teléfono móvil en la mano, pero no creo ser lo suficientemente rápida para marcar el número de emergencias y pedir ayuda. En contraposición, creo que él es lo suficientemente rápido para abrir la navaja que sospecho que lleva en la mano, porque algo metálico lleva escondido en el puño, seguro, y colocarlo en mi cuello y rajarlo de un solo movimiento.
Tengo miedo.
El desconocido está empalmado. Teniendo en cuenta el tamaño de su cuerpo es comprensible que su verga tenga unas dimensiones considerables. Aunque eso de que las proporciones no suelen corresponder en este caso no me consuela nada, ya que lo mire por donde lo mire el bulto que asoma es más prominente que a lo que estoy acostumbrada. Aun así, no creo que la mejor forma de persuadir sus intenciones sea mirar la bragueta a ese tipo, la tenga del tamaño que la tenga. Que el pantalón vaquero lo lleve hinchado en esa zona es un problema, no un motivo de júbilo. La mujer que hay temblorosa debajo de la ropa se congraciaría de excitar a un macho, pero ahora está aterrada.
Este macho no viene con buenas intenciones.
No es solo miedo, es autentico pánico. Y lo peor de todo, que no logro entender… estoy excitada.
¿Qué coño le pasa a mi cuerpo que ante una amenaza tan clara se pone a mojarme la entrepierna? Pediría ahora mismo un par de buenos bofetones si tuviera a quien hablarle, pero a falta de eso a lo mejor vale que me pellizque el muslo hasta dejarme un buen hematoma, para que se me quite la tontería. El corazón me late con fuerza y me intento engañar pensando que es por el puto miedo… pero no es verdad. Estoy mojando las bragas por ese tipo desconocido que se me ha plantado delante y no me deja continuar el camino.
No dejo de mirarle la bragueta a ese jodido gigante, por más que me tiemblan las piernas.
Y él se está riendo en mi cara, sabiendo que estoy aterrada y a la vez siento calor en mis bajos fondos. Se le curva de forma casi imperceptible esa línea que tiene por boca, y mientras lo veo hacerlo parece que decide hacerme un regalo de última hora… Saca la lengua y se lame el labio inferior con perversa lentitud.
Y da un paso más.
Busco con la mano la tecla de llamada, rellamar a cualquier número con tal de decir quién soy, donde estoy y que necesito ayuda. Si hay suerte descolgarán al segundo toque y podré gritar socorro al menos una vez antes de tener la navaja apuntando a la garganta. Con suerte solo me amenazará para que me quede calladita mientras me desnuda y me empotra contra la pared para bajarme los pantalones, rasgar las bragas, separar las nalgas y penetrarme con rudeza en un coño que se moja por su polla tiesa. Solo amenazarme con no gritar, solo decirme que si grito me mata. Dejarlo hacer, sentirlo bombear contra mi culo y estrellarse sus pelotas contra el chapoteo de mi coño, morderme el labio para no gritar mientras me taladra las entrañas y me desgarra por dentro. Incluso disfrutarlo si no me hace demasiado daño… Cualquier cosa con tal de salir con vida de esa calle, de volver a ver a mis padres, de abrazar a mi perro y suspender el examen de mañana de inglés.
Sé que me está follando ahora mismo en su mente. Planea como hacerlo, como lanzarse sobre mí de la forma más eficiente. Probablemente sabe que no intentaré huir con los tacones si no es por puro pánico, y que me alcanzaría si lo hiciera en un par de metros debido a los zapatos. No sé si se imagina lanzándose sobre mí y estrellando mi cuerpo contra el asfalto sucio y maloliente, cayendo yo de bruces y dando la mejilla contra el suelo, raspándola. Su cuerpo sobre el mío, aplastándome dolorosamente con el golpe. Su mano buscando mi boca para taparla y evitar mis gritos, su otra mano con la navaja apuntando a mi garganta y cortándome la piel a un lado para que entienda que no es una broma lo que está pasando. Escucharle decir que si hablo me mata…
Y da el segundo paso…
Echo mano al móvil, desesperada. Histérica, le doy a llamar mientras avanzo un paso hacia atrás, sin decidirme a darle la espalda a ese tipo tan amenazante. Mi tacón resuena como uno de mis latidos en la oscura calle, seguramente casi con la misma velocidad porque siento que mi corazón de están deteniendo del susto. El segundo paso hacia atrás mío propicia que el desconocido avance uno, y entonces ya pierdo el control de mi cuerpo y acerco el móvil a la oreja para gritar a todo pulmón, esperando que alguien me escuche. Mi cerebro no es capaz de relacionar a quien estuve llamando por última vez para saber a quién llamo yo a esas horas, pero ni importa porque al acercarlo a mi rostro todavía se escuchan los pitidos de los toques sin descolgar del otro lado. Me da tiempo de dar un tercer paso hacia atrás antes de verle sacar la navaja, y es cuando empiezo a llorar de forma descontrolada. Cierro los ojos y me hago un ovillo en el suelo, sabiendo que es una tontería correr cuando está a escasos dos metros de mí. Mi cuerpo, al fin y al cabo, ha reaccionado de la peor forma posible, rindiéndose ante la amenaza. Nunca me imaginé que no sería capaz de salir corriendo, esta era la única opción que me parecía inaceptable. Echarme al suelo como una maldita cobarde. La rendición no entraba dentro de mis planes.
Veo sus zapatos pararse al instante a mi lado, y escucho su respiración contra mi cabeza. Ha debido agacharse porque su aliento me roza la nuca. Huele a tabaco y a sudor rancio, trazas de alcohol y carburante. Grasa… Tal vez mecánico…
El teléfono ha caído al suelo, se ha abierto la tapa y ha perdido la batería, distinguiéndose las tres partes a mi lado. No sé si mis llantos y gritos fueron escuchados por alguien antes de estrellarse y desconectarse, aunque no tengo ninguna esperanza de que haya sido de esa forma. Y si lo fuera de nada serviría, no he dicho donde estoy. Para cuando me encontraran puedo estar muerta, rajada de parte a parte… o gravemente herida. O violada…
Me doy cuenta de que esa idea me alivia. Si solo salen perjudicadas mis partes nobles y mi orgullo seré la mujer más dichosa de la tierra. Vivir, al fin y al cabo, era la mejor opción. Y quiero salir viva. No es deseo por ese gigante, es deseo de supervivencia. Si se la tengo que chupar se la chuparé, si me tiene que reventar a pollazos le dejaré hacer, si quiere que gima lo haré como una buena guarra. Si veo amanecer bien follada habré sido.
Me enseña la navaja poniéndomela delante de las narices. Aprecio el largo aunque hay muy poca luz, y mis gritos y llantos se agudizan. Tengo los brazos rodeando las piernas, y la barbilla apoyada en las rodillas. Al ver la navaja oculto más la cara, apoyando la frente en el mismo sitio.
- No me hagas ir a buscarte…
Sus primeras palabras; su voz ronca, la entonación lasciva y amenazante.
Y aunque no puedo ni articular una sílaba de forma coherente intento incorporarme, pero las piernas no me responden. Y entonces él hace lo que había prometido… buscarme. Me agarra de los pelos y tira de mí hacia arriba con tal fuerza que creo que me va a arrancar la cabeza. Apoyo las manos en el suelo para incorporarme y afirmo los pies para no perder el equilibrio, y en un momento estoy erguida sujeta por los pelos. Me empuja contra la pared y choco violentamente al llegar al cemento empapelado de anuncios viejos y pintadas de grafitis. La forma en que pega su cuerpo al mío me indica que no me equivocaba para nada en sus intensiones; había estado rogando para que solo quisiera la cartera, los pendientes y el reloj de pulsera. Pero ese enorme bulto que ahora me insinuaba en el abdomen pegado me lo deja todo claramente plasmado.
- No me haga daño, por favor…
Su rostro me respira en el mío, calentando la piel que tiembla, empapada en lágrimas. Un horrible tic se ha apoderado de mis labios, que no dejan de moverse, y casi rezo por lo bajo que me toque una teta y se olvide de la puta navaja. Pero esas manos me han aprisionado contra la pared, impidiendo mi huída colocándose a ambos lados de mi cuerpo… y no me toca. La navaja está a mi izquierda, al menos la tengo controlada.
- Doy más placer viva…
Esa observación parece que sí lo ha sorprendido, ya que algo en su postura contra mi cuerpo cambia sutilmente. Ahora la erección es imposible de controlar, me supongo que le tiene que doler metida la polla en esos pantalones. Casi querría avanzar una mano para agarrar la cremallera e iniciar la maniobra de distracción, pero no me atrevo ante el miedo a que mi mano acabe con varios cortes en la muñeca y empiece a perder sangre. No me queda otra que seguir temblando entre sus brazos.
Y por fin sus dedos se acercan a mi pantalón, con la navaja salta los botones de la entrepierna y entre grititos de histeria por mi parte siento la tela ceder ante la presión de la navaja. Lo raja de parte a parte, separando las dos perneras, dejando las bragas al aire, que observa con poco interés. Ni se molesta en acercar el acero… con ambas manos aferradas a las tiras del tanga lo desgarra de un solo movimiento. Las lágrimas vuelven a agolparse en mis ojos mientras siento sus manos hurgar en mi coño, y oírlo reír.
- Importa poco si estás muerta cuando lo tienes tan mojado, guarra.
Y es jodidamente cierto. A no ser que le guste que me resista o que lo abrace y lo anime poco problema iba a tener para meterme la enorme polla en la raja y empujar con ganas hasta correrse. Me quiere aterrada, eso sin duda. Y si así me quiere así me tiene, eso tampoco tengo que fingirlo.
- Quiero vivir… haré lo que sea.
Y se ríe…
- Pues llora como la estúpida guarra que eres.
Tampoco me cuesta mucho que se me escapen las lágrimas.
De un movimiento me carga sobre sus caderas y estrujándome el culo me empala hasta el fondo. Duele, y lloro de miedo. Pero sobre todo porque él quiere que llore, y le diría que lo amo si me lo ordenara. Con una mano me agarra ahora un muslo para mantenerme en el aire mientras me empotra contra la pared, fuerte y si contemplaciones, haciéndome daño cada vez que profundiza, dejando mis carnes marcadas con la palma que me aferra. Con la otra sujeta la navaja, y la ha colocado justo bajo la mandíbula, para que note su presencia. Ese fue el peor momento, el instante en el que sentí que se enterraba pero no sabía hasta donde, ni si llegaría a cortar la carne. Cuando dejó de presionar contra la piel casi podría haberme corrido de lo aliviada que me sentí.
- Me encanta tu jodido coño, guarra. Sigue llorando, suplica por tu puta vida.
Y entre envestidas y jadeos yo lloro para contentarlo, a veces por puro dolor en mi entrepierna y a veces por miedo a sentir nuevamente la navaja clavarse con fuerza en la garganta. Incluso hay momentos en los que lo disfruté, porque su pelvis rozaba directamente en mi vulva abierta, pero era tan efímero el placer que no cortaba en absoluto el llanto. Ese hombre no quería que me corriera, y yo no tenía ningunas ganas de hacerlo.
- Me voy a correr, zorra de los cojones.
Me imaginé su pollón corriéndose en el interior de mi coño, con lo dolorido e hinchado que lo tenía, y casi me siento humedecer después de tantas embestidas brutales. Su miembro golpea un par de veces más mientras gime contra mi cuello, y la navaja se aleja para ceder el puesto. Respirando aliviada cuando eso sucedió reconozco que tuve un pequeño orgasmo, y que mis paredes vibraron acogiendo el esperma que el hijo de puta del gigante había esparcido en mi interior. Me abría puesto roja de vergüenza, pero lo importante era que hasta ese momento estaba viva, y que cada minuto que había ganado podría ser decisivo para mi supervivencia.
Se separa entonces de mí y observo su gran polla saliendo de la bragueta de los pantalones. Yo chorreo semen muslos abajo, y él observa también el estado en el que ha dejado mi entrepierna.
- Eso por ser una guarra…
Su verga aun gotea cuando la mete dentro del pantalón, dura como seguí estando.
- Que te cunda, zorra.
Tan tranquilo se da la vuelta y echa a andar hacia la oscuridad de la calle. Se agacha y recoge mi móvil, y con una señal hacia la navaja me da a entender que tal vez, si hablo, la próxima vez no tenga tanta suerte. Y yo, que me siento dichosa de solo haber perdido unos cuantos minutos, el orgullo y unos pantalones, echo a correr en dirección opuesta, sin importarme la guisa que llevo, ya que a esas horas poca gente voy a encontrar rondando por las calles.