Desconfinamiento

En este primer relato os cuento como me reencuentro con la chica que actualmente es mi novia, de la que he estado separado por casi dos meses. Algunas de las experiencias son inventadas pero otras corresponden a encuentros reales. Espero que lo disfrutéis.

Así estaban las cosas. Habían pasado casi dos meses desde nuestro último encuentro. Ocho agónicas semanas tras esa velada en el café, pero más había pasado desde el último encuentro sexual. Y eso hacia mover mis pasos a mayor velocidad de lo que normalmente caminaba. SI bien en aquellos primeros días los que tenían permisos más relajados respecto a las horas y distancias eran los deportistas, mi atuendo poco se acercaba al de quien se disponía hacer deporte o realizar un paseo informal. Vestido completamente de negro, tanto en tela como cuero, botas en vez de un calzado más cómodo y bajo aquella cazadora, corbata, todo ello dejaba muy claro que mis intenciones eran otras más allá de hacer ejercicio. O al menos no el ejercicio que la mayoría se empeñaba por disimular. Creo que es la primera vez que veía tanto runner , una escena patética y divertida a la vez. Las señoras que habían dejado de hacer zumba o yoga, habían vuelto a sacar las mallas y los deportistas de verdad trataban de hacer sus mejores tiempos. Pero los señores en chándal que caminaban mirando el móvil con más barriga que espalda, me hacían dudar mucho de cuanto ansiaban ‘’hacer ejercicio’’ de nuevo. Había estimado en una media hora lo que tardaría en llegar a su casa. Error. Habían pasado ya veinte minutos y apenas empezaba a entrar en la larga avenida que aún me llevaría otros diez minutos el recorrerla. No quería sudar y echar a perder el momento, asique saqué el móvil y texteé:

-          En la avenida, ya falta poco – escribí tras varios intentos en poner todas las letras bien.

-          Aquí te espero – fue su escueta respuesta.

No era escueta por nada. Sabía que su interior bullía tanto como las ganas de hacerla mía de todas las formas posible. La sola imagen del reencuentro hizo que el pantalón se marcara ligeramente. Por suerte la cazadora tapaba buena parte de la zona y resulto imperceptible para las pocas personas que se cruzaban conmigo.

Tras casi otros 15 minutos me encontraba frente al portal. El corazón me bombeaba fuerte, no por el esfuerzo de la caminata, sino por la emoción y el deseo. Sin embargo otro órgano se esforzaba en bombear más fuerte aún, por lo que tuve que calmarme un poco antes de apretar el timbre. En apenas tres segundos, se abrió como recordaba tantas otras veces. Nada más puse el pie en el último escalón, la puerta ya se había abierto. Y allí estaba ella, sonriente. Tras esperar que cerrara la puerta, el abrazo fue inminente. Tan pronto se echó a mis brazo la apreté contra mí, con una fuerza que no recordaba que tuviera. Paso una eternidad hasta que cualquiera dijo una palabra. Quería besarla, besarla y no separarme en mucho, y así lo hice. Aún abrazados el beso fue lo mejor que había sentido en meses, tierno, cálido, con calma, sorprendentemente.

Tras otra eternidad la cogí de la mano y la lleve al comedor. Quería hablar con ella, ver como se sentía y que me contara todo aquello que no podíamos decirnos como en otras ocasiones. Me senté en el sofá e hice que se sentara en mi regazo. Pasamos algún tiempo hablando de cosas varias entre caricias y miradas largas, tratando de alargar esos pequeños momentos previos al deseo carnal. Hasta que volvieron los besos profundos. Esos besos con claro significado, húmedos, con mordiscos en el labio, en la lengua y que a medida que se van desplazando hacia el cuello y el lóbulo de la oreja, más ardiente se vuelve la situación.  En esta ocasión ella tomó la iniciativa. Levantándose y tomándome la mano susurró:

-          Vamos a la cama – la voz más tierna y dulce que había oído en tiempo, y a la vez tan cargada de lujuria que hizo que me estremeciera por dentro.

A esas alturas, mi erección era más que evidente, donde mi miembro luchaba por escapar a la opresión del bóxer que había elegido para ese día. La prenda blanca que tanto le gustaba a ella era como una prisión de tela para él, quien no había hecho sino humedecer el tejido como señal de protesta. Ella lo notaba al andar, se pegaba a mi paquete mientras caminábamos despacio. Yo la tenía abrazada por las caderas oliendo su pelo, su cuello, mientras mis manos acariciaban aquellos preciosos pechos bien enmarcados por un sostén que se adivinaba bajo la blusa. Ambos habíamos elegido las mejores armas para ese primer asalto. Ella sabía perfectamente que ese sostén era algo que activaba mis más primitivos instintos animales, de igual forma que yo sabía que mi prenda, sumada a la camiseta que ella aún no había visto haría que se desatara.

Tras cerrar la puerta y subir ligeramente la persiana, la abrace de nuevo, dejando que nuestras manos pasearan libremente por nuestros cuerpos. A la primera señal de beso, mis dedos se entrelazaron tras su nuca, sosteniéndole la cabeza, tratando de profundizar al máximo la sensación, a la vez que ella paseó sus delicadas manos por mi pecho y espalda. Llegado el momento la corbata sobraba y ella se encargó de deshacer el nudo y quitármela con tal seducción, que poco faltó para empujarla contra la pared y hacerla mía de pie. Pero el autocontrol que había decidido imponerme para que la experiencia fuera lo más romántica y pura posible, se hizo cargo de la situación. Mi sistema nervioso enviaba señales como loco a todas las partes de mi anatomía involucradas. La sangre fluía, movida por el corazón a las zonas más necesitadas, la respiración se aceleraba y se entrecortaba. Las manos tocaban por todos los sitios posibles, caricias en la cara, los pechos, la cintura, la espalda… agarrones y arañazos por sus piernas y sus nalgas, ese culo perfectamente ajustado por unos pantalones que no tardarían en caer. Pero ella no se quedaba atrás. No me pasaron inadvertidos, los pequeños temblores en su vientre, síntoma de orgasmos que trataba de reprimir. Siempre me fascinó como podía llegar al clímax con las caricias adecuadas, y simplemente aproveche la situación. Me había propuesto que mi reina disfrutara como nunca y ahí estaba ese primer punto débil. Tras mirarla levemente a los ojos, la volteé apretándola contra mí, agarrándole de la cintura mientras le susurraba al oído:

-          No te contengas, tenemos toda la tarde para el placer – dije con una voz que casi era un gemido.

Si ella iba a decir algo no me quedo claro ya que en cuanto mi mano se posó en su bajo vientre una sacudida mayor dejó, simplemente, escapar suspiros y gemidos ahogados.

No quería fatigarla, por lo que la devolví a la posición original y lentamente fui bajando la cremallera de su blusa. Ella decidió hacer lo mismo tras masajear brevemente mi entrepierna y comenzó a desabrochar los botones de mi camisa. En cuanto el primer tirante de la camiseta asomó, su cara cambio completamente, de la niña que parecía, tierna y feliz, a una diablilla lujuriosa y malévola. Malévola porque casi sin darme cuenta se lanzó a mi cuello mordiéndolo con pasión. Lejos de alejarme la apreté contra mí, metiendo las manos bajo el pantalón y agarrando esas nalgas que tanto me gustaba azotar. Ella se estaba volviendo salvaje por lo que tenía que calmarla o hacer que bajara la marcha, así que con un movimiento, tiré de la tela de sus bragas haciendo que su sexo se apretara. Lejos de conseguir que se calmara, lo que hizo fue empujarme a la cama y quitarme la camisa totalmente dejando esa camiseta de tirantes al descubierto y el siguiente paso fue lanzarse a desabrochar el cinturón. No se lo impedí, pero cuando lo hubo quitado antes de comenzar a desabrochar el pantalón, la puse de pie nuevamente. Aún tenía mucha ropa encima. La blusa salió rápido y lo siguiente que me estorbaba era el pantalón. Quería recrearme con ella por lo que desabroche y bajé, dejando al descubierto esa lencería a juego con el sostén. Sabiendo que si lo hubiera arrancado a ella no le habría importado y la habría excitado aún más lo deje estar, me senté en la cama e hice que se sentara frente a mí. Desde esa perspectiva podía comerla a besos por todas partes, su cuello, su cara, su pecho. No vaciló cuando bajó una de las copas, mostrando aquel pezón rosado y lo acercó a mi boca haciendo que se endureciera rápidamente. Lo disfruté; succioné, lamí, mordí y tiré de aquella delicia que mi Diosa ponía a mi alcance. Tras hacer lo propio con el otro, le volví a colocar el sujetador e hice que se acostara. Le tome delicadamente de la pierna y comencé a besarla desde la rodilla hasta el empeine, con suaves caricias. Sabía que en el momento en que comenzara con sus pies, el torrente de orgasmos no se pararía. Decidí darle una tregua y me coloque de pie frente a ella, para que viera como lentamente me quitaba el resto de ropa, quedándome solo con la camiseta y el bóxer. Pude ver que ella tenía unas tremendas ganas de abalanzarse sobre mí para comer todo lo que pudiera, pero la disuadí de ello sentándome encima. No era el momento aún. Quería tocarla, tocarla y saborearla por todas partes desde la frente a los dedos del pie, pero primero me entretuve masajeándole la cara, con besos tiernos, el cuello, sus preciosas tetas que hacían lo imposible por escapar de sus retenes y bajando por su ombligo, su vientre, muslos y finalmente, pies, momento que, como predije fue un auténtico festival de placer. Un orgasmo por cada dedo mordido, un orgasmo por cada zona lamida. Mientras uno era masajeado el otro descansaba sobre mi pecho o mi paquete, según su gusto, cosa que a mí no dejaba de hacerme palpitar.  Cuando consideré que había satisfecho todos y cada uno de los lugares marcados, me abalance sobre el premio final, aquel que ardía y goteaba por igual. Tras unos pocos besos sobre la tela de sus bragas e ingle comencé a bajar la tela, la cual no podía estar más empapada. Me quedé durante un momento admirando aquella fotografía de piel rosada, en contraste con el cuidado pelo oscuro que coronaba su monte de Venus. Si quería haberme excitado hasta cotas insospechadas no podría haberlo hecho mejor. A esas alturas no sé cómo aun podía controlarme, físicamente, evitando el orgasmo y mentalmente, evitando que me volviera loco y me abalanzara sobre ese precioso sexo. Comencé acariciando la superficie, primero con los dedos, luego con la palma de la mano, hasta que finalmente comencé a hundir mi cara entre sus piernas. Mientras pasaba mi nariz por su vello y me impregnaba de su olor ella comenzó a acariciarme la cabeza, suave al principio, pero con fuerza cada vez que mi lengua soltaba un lametón hacia abajo. No podía esperar más, aquellos labios hinchados prácticamente palpitaban abriéndose a mí. Mi lengua se concentró en acariciar los bordes, secando parcialmente la humedad producida, solo para ser sustituida por mi propia saliva. En esos momentos mi querida Eva ya era incapaz de contener sus orgasmos. Cada vez que mi lengua rozaba el clítoris era un espasmo tan intenso que involuntariamente hundía mi cara contra su vagina buscando exprimir al máximo el choque eléctrico que se desencadenaba. Sabía que debido a casi dos meses sin penetración ella estaría bastante estrecha, lo cual era muy satisfactorio, pero provocaría por un lado que ella tuviera molestias y a mi haría correrme casi en el instante en el que entrara. Para ello dedique unos cuantos minutos a ensancharla con los dedos, acostumbrándola a un grosor no doloroso. Cuando estuve saciado de su dulzura volví a subir para continuar besándola pero para mi sorpresa me echó a un lado y se colocó a horcajadas sobre mí. Yo había disfrutado de su cuerpo y ella ahora no estaba dispuesta a esperar por el mío. Tras indicarme que no me moviera, se quitó su sostén y allí estaba, completamente desnuda para mí, dispuesta a utilizar sus armas. En este caso sus manos serían las primeras. Decidió sorprenderme con algo que me volvía bastante loco y, contra todo pronóstico no se llevó mi miembro a la boca. Me quitó el bóxer y saco de su bolso el aceite que utilizaba para los masajes. Sabía perfectamente lo que se disponía a hacer y mi polla palpitó en señal de aprobación. Los masajes que había aprendido a dominar sobre mi erección eran valor seguro para tenerme excitado y al límite. Tras embadurnar perfectamente toda la superficie y calentar sus manos con su aliento comenzó a masajear, primero con lentos movimientos de abajo hacia arriba del tronco, parando en el glande y volviendo a bajar. Estos movimientos los alternaba con ambas manos, mientras una estaba subiendo y bajando la otra se concentraba en masajear los testículos de una manera, prácticamente divina. No sabría decir cuánto tiempo estuvo con el masaje, ya que mentalmente conseguía llevarme muy lejos, me tenía a su merced y eso era algo que ella disfrutaba, mientras veía mi cara, como cambiaban mis expresiones con los ojos entrecerrados, abriendo la boca o mordiéndome el labio. Cada profunda bajada era acompañada de un movimiento de mi pelvis, lento y cadencioso.

Inesperado fue también el momento en el que decidido hundir su boca en toda mi extensión, haciendo que sus labios rozaran mi bajo vientre, con mi vello púbico tocando su nariz. Así comenzó la más dulce de las felaciones. Ella se tomó su tiempo por toda la anatomía de mi miembro, alternando labios, lengua, dientes y boca en perfecta armonía. Conocía sobradamente los puntos donde debía aplicar uno u otro, así la lengua era la más delicada en el glande y perineo, labios a lo largo del tronco besando la punta y los dientes me volvían loco con cada mordisquito en el escroto o la ingle. De vez en cuando se escapaba hacia las piernas para morder con mayor fuerza, cosa que me provocaba más placer que dolor, y ella lo sabía. Sabía cómo controlarme, cómo manejarme. Si quisiera, habría hecho que me corriera en un momento o cancelar el orgasmo solo posponiéndolo para mayor placer. Pero también sabía que si seguía por ese camino cuando fuéramos uno, ella tendría poco control y no duraría demasiado, ya que me desataría en mi pasión.

Con la misma delicadeza con la que empezó su masaje, finalizó con un beso y saco un preservativo. Me lo colocó con calma, acariciándome y tras ello se tumbó a mi lado mientras me beso profundamente. Me coloqué encima de ella despacio, no quería hacerla daño y no sabía cómo de estrecha estaría para recibir a mi miembro que en ese momento tenía un grosor considerable. No hizo falta nada más. Como acudiendo a su llamada, mi sexo se hundió en el suyo, provocando sendos gemidos de placer al encontrarse de nuevo el calor y la humedad de dos cuerpos desnudos. Lentamente comenzaron los movimientos. Las pelvis estaban enfrentadas luchando una contra la otra por ver cuál era capaz de aguantar la mayor envestida. La frecuencia fue aumentando, como aumentó la violencia de las estocadas. Cada gemido que escapaba de ella era una invitación a hacerlo más duramente. Sabía que cuando comenzara su cadena de orgasmos, las contracciones de su vagina harían lo propio conmigo.

Y llegó el momento en el que se desencadeno el placer, los cuerpos vibraron y gritaron, se juntaron y cuando cesó, solo la respiración agitada y el palpitar de los cuerpos podían sentirse en la habitación. Tras un momento en el que solo hubo besos tiernos y miradas, nos abrazarnos y así recuperar las fuerzas. El siguiente asalto no sería tan romántico…ni tan tierno.