Descenso
De la noche en que dejé atrás el pasado
La fiesta había acabado, al menos para mí. A pesar de eso, mis amigas y Estefania no tardaron en seguirme al verme bajar las escaleras.
- Esperanos, oye!
Estefania me miraba diferente. No había estado exactamente recatada durante la reunión y el trago no había hecho más que incrementar sus indirectas.
- Te acompaño, Jackie – le dije a mi amiga. Era mi ruta de escape.
- Ya, está bien. Carla tu ve con tefa, pues.
Sin nadie darse cuenta, un taxi se había detenido. Estefania le sonreía y hablaba al conductor. Mientras tanto, yo me despedía de Carla.
- Ya está! Vayan, vayan – Estefania metió a Carla al taxi y luego jaló a Jackie, ante mi sorpresa (y la de todos).
- Oye, qué haces? Yo me iba a ir con Jackie!
- Te ibas a desviar mucho pues… - Estefania sonreía pícaramente. Ya estaba sentenciado.
El sonido de la puerta cerrándose y el “usen condón, chicos” de Jackie ya me auguraba todo lo que había querido evitar. Un nuevo taxi paró ante el llamado de mi exnovia.
- Ven, vamos
- Le dijiste que fuese por dos rutas, no?
- Sí, sí, oye. Ya no jodas y sube!
Las rejas de la celda del taxi se cerraron tras de mí. Había triunfado la pequeña zorra. Me había traído a su trampa y yo había caído redondo. Las promesas que me hice de no volver con ella yacían a solo un paso de distancia de su cuerpo. Y comenzó todo
Su pequeña mano yomó súbitamente mi hombro, acariciándolo y descendiendo lentamente hasta mi codo. Su cabeza se recostó en mi regazo ante mi rostro estático, mientras la contemplaba moverse cual gata. Su otra mano pronto cogió mi pierna y la acariciaba, dándome pequeños arañones.
- Nene… te he extrañado mucho – me dijo, con su cabeza viendo hacia arriba. Sus labios esperaban una respuesta.
La besé. La besé con desgano, con resignación. Safé mi mano de su cuerpo y la llevé instintivamente hacia su cuello, descendiendo por el camino hasta su pecho, donde me desvié hacia uno de sus senos. La travesía no duro mucho.
- No… no quiero nada aquí – Estefania se sentó y me miró fijamente.
Sus ojos mostraban deseo, deseo como nunca antes yo había visto en ella, pero que no movía nada más en mi que no fuese un pedazo de carne. Me tomó del rostro y me besó nuevamente. Mi boca se movía por inercia y mis ojos abiertos después de tanto tiempo me indicaban que habíamos llegado ya a su casa.
- Oye, ya llegamos – le dije, separándola de mí.
- Mmm…
- Iré a mi casa con el taxi, sí?
- Qué?... No.
- No qué? – No quería estar con ella, pero un poco de sexo no me venía nada mal. Aún así, había otras cosas en qué pensar aparte de un poco de contacto físico.
- Quédate. Mi abuela no está en la casa.
Sentía como el taxista nos miraba por el espejo retrovisor. Sabía que se estaba diviertiendo al verla rogar, es una fantasía que compartimos muchos (y muchas). Yo también lo disfrutaba, disfrutaba tenerla así al fin, después de tanto tiempo subyugado. Finalmente los papeles habían cambiado. Yo ya no era más el perro, sino que ahora ella era la perra. Podía aprovecharme de aquello, pero luego tendría que lidiar con los problemas que…
- Está bien… Pero solo hablaremos, sí?
Estefania asintió.
Bajamos del taxi y le di un billete de diez al tio, quien sonreía de oreja a oreja al verme. Castígala, me dijo, antes de arrancar el motor. Entré a su casa tras ella. 1 año antes había salido de esa casa con el corazón roto y ahora volvía buscando rompérselo a ella. Era algo impropio de mí, pero algo que siempre había querido hacer al fin y al cabo. Y todo seguía igual en esa casa. Los mismos muebles, la misma tele, los mismos cuadros, el mismo orden. Algunos recuerdos empezaban a flotar en mi cabeza, pero los desechaba a medida que aparecían. No importaban. Me senté y la miré fijamente, mirada que fue correspondida con la de ella.
- Nada ha cambiado por aquí – dije
- Sí. Todo sigue igual.
Se quitó los tacos, dejándome ver sus bellos pies. Descalza, libre, se acercó a mi y tomó mi mano.
- Ven, vamos arriba, nene. Te necesito
- No – el juego recién empezaba – Te dije que hablaríamos.
- Mira, no pienses que hago esto por que me haya tomado unas copas, no es eso… Te he extrañado mucho – cerró sus ojos un instante ante mi mirada inquisidora y prosiguió – se que tú todavía me quieres.
No vacilé ni un instante.
- No, yo ya no te quiero.
Mis duras palabras hicieron efecto en ella. Miraba atento como su rostro se rompía en un mar de lágrimas, como se llevaba las manos a la cara, tratando de ocultar su llanto culposo.
- No… - las palabras se confundían en su boca – no… Tú me quieres.
- No, Estefania. Te amé, te amé como no sabes cuanto, pero todo eso murió – Me sorprendió lo frio que estaba siendo con ella. Tiempo atrás hubiera decidido escapar antes de decir semejantes cosas – Murió por tu culpa.
Estefania pegó un quejido, como si se estuviese destruyendo.
- Lo sé… Lo sé… Yo tiré todo al tacho…
- Pues entonces no me pidas nada. Me voy. – Voltee y me dirigí a la puerta. Sin embargo, sus dos manos tomaron una de las mías. Sonreí sin que ella lo notase.
- No! – gritó ella – Yo te necesito. No sabes por lo que he estado pasando – no podía interesarme menos – No sabes todo lo que ha sucedido. Lo único que puedo decirte es que te necesito ahora conmigo, Manu. Te necesito esta noche conmigo. Te necesito para siempre conmigo…
Sus manos volvieron a juntarse, pero esta vez alrededor de mi cuerpo estático. Sollozaba con su mejilla apoyada en mi espalda, mientras sus manos iban recorriendo mi torax. Su entrega me parecía real, algo que me había sido esquivo durante los últimos meses de nuestra relación.
- Hazme tuya, amor. Soy tuya esta noche. Soy tuya siempre…
Voltee y vi sus ojos inyectados de sangre, aquellos ojos frágiles de los que hacía algún tiempo me había enamorado y que ahora solo me producían lástima. Limpié sus lágrimas con mis manos y la tomé del rostro, acercándola hacia mi para besarla.
- Ya no llores.
La besé con ira. La besé con rabia, con toda la rabia que había guardado durante todos estos meses. Su lengua se movía despacio, tratando de disfrutar algo, mientras yo solo pensaba en devorarla. Mis manos escaparon de su rostro y viajaron por su silueta, llegando hasta su pequeño y redondo trasero, que apresé con vehemencia y usé como ancla para atraer su cuerpo al mío. Estaba siendo algo brusco (como nunca había sido con ella), pero no importaba. Quería cogerme el rencor que sentía hacia ella.
Mis manos se sumergieron debajo de sus jeans, dejándome sentir la suave piel de su culo. MI boca saboreaba su cuello largo y dulce y luego se transportaba hacia su oreja, a la que daba pequeñas mordidas; todo esto mientras ella me recorría por encima del pantalón con ambas manos. Mi pene casi salía por encima. Era hora de actuar.
- Desabróchame el pantalón.
Mi prenda cayó al suelo, dejando ver unos bóxers en donde se dibujaba un pene completamente despierto. Tomé a Estefanía del rostro nuevamente y le ordené su siguiente tarea.
- Hazme una paja mientras me miras al rostro.
Su expresión era de desconcierto. Yo nunca había sido así. Pero los tiempos cambian, no? No encontré queja alguna. La pequeña siguió viéndome fijamente, mientras con sus manos bajaba mis bóxers y dejaba desnudo mi miembro erecto, húmedo por el líquido preseminal.
Estefania inició una paja lenta pero firme. Tomaba mi pene con fuerza, como queriendo castigarme por la insolencia de haberle hablado así. No lo podía negar, me gustaba sentir ese ligero dolor.
- Lo disfrutas, nene? – Me decía, mientras me miraba lascivamente.
- Yo te he dicho que me pajees, no que hables – Mi mano izquierda bajó a su entrepierna, perdiéndose debajo de los blue jeans, adentrándose en su concha humeda.
- Ahhhh!
- No puedes hablar a menos que yo lo quiera – dije, mientras apretaba su botoncito erecto – Eres mía esta noche y vas a hacer lo que yo quiera.
Estefania me miro como perra en celo. Le fascinaba que la devorasen y yo recién lo estaba descubriendo. Asintió a mi orden y siguió con la paja. Mi mano humeda por sus jugos escapó de sus jeans, para luego ir hacia su boca. Mi mirada era la orden innecesaria. Estefania empezó a succionar mis dedos como si de mi pene se tratara.
- Te gusta esto, no? No puedo creer que no te tratase así antes.
Mis dedos limpios abandonaron la boca de Estefanía, quien me miró por un segundo antes de abalanzarse a mi boca. Sentí sus tetas apretarse contra mi torso mientras sus manos se enrollaban en mí y bajaban hacia mi trasero (movimiento que fue recíproco). Sí, me estaba gustando esta fase, pero no podía dejarme llevar. Era yo quien tenía que controlar la situación.
- Vamos arriba, nene.
No contesté. La besé nuevamente, dirigiéndola al baño de su casa. Abrí la puerta con su cuerpo y la arrimé hacia la pared.
- Yo decido por ambos, putita.
- Qué dices? – Jamás la había llamado así. De hecho, jamás se lo había dicho a ninguna mujer – Tu no eras así, Manu. No se quien eres.
- No importa quien soy. No soy nadie esta noche.
Desabroché su blusa con violencia, dejando sus pechos cubiertos en exposición. Jalé el brasier hacia abajo y pude ver su carne y sus pezones erectos adornándola.
- Hazme una cubana.
Estefania no dudo un instante. A pesar de lo que me había dicho, disfrutaba que la tratasen como una perra. Se arrodilló ante mi pene erecto y lo contempló por un segundo. Me sonrió descaradamente, para luego darme una mordida en el glande que casi me hizo perder la cabeza. Se deshizo completamente del brasier, dejando sus tetas libres. No tuve que hacer nada. Sus senos guiaron mi pene al centro de ellos, quedando mi herramienta aprisionada entre los dos montes de carne suave y tibia. Las movía despacio, de arriba abajo, dándole pequeñas lamidas a la cabeza hinchada de mi pene. No era la primera vez que me hacía esto, pero ahora lo hacía con otra técnica, como si estuviese poseída. Estaba perdido en el placer de sus tetas suaves, perdido en el juego que yo había iniciado pero en el que ella siempre había sido experta. En un arranque, la tomé del pelo y la jalé hacia arriba, cuidando (hasta donde podía) de no excederme.
- Qué hace…?
En un intento por recobrar el timón, la voltee y la llevé contra la pared, bajando de un tiron sus blue jeans. Me sorprendí al ver que no habían bragas que cubriesen su intimidad.
- Así que no tenías nada abajo eh? – dije a su oído, con mi cuerpo pegado al de ella.
- No me gusta esto. No seas tan brusco, pendejo.
- No me digas eso. Yo se que te gusta, puta.
- Que has dicho?
Tomé mi pene con una mano y lo dirigí hacia su mojadísima concha, metiéndola hasta el fondo ante su reclamo.
- Ahhh!
La tomé de las caderas y empecé un furioso vaivén. Su cara yacía contra la pared, en donde se dibujaba un rastro de saliva. Sus tetas se mecían a mi ritmo, aunque mis manos pronto las apresaron.
- Ahhh, que rico papi… Así
- Esto te gusta, no? A las putas les gusta duro
- No… - El ritmo era perfecto – No me digas así… Ahhh
Se la saqué. Mi pene latía con fuerza, embelesado por la imagen del culo expuesto de Estefania, ansioso de más follada.
- Qué? Qué haces? – me dijo, con un rostro suplicante que no hacía más que excitarme.
- No haré nada más hasta que no me digas lo que eres.
- Que…?
Deslizé mi pene por su raja humeda, de arriba abajo, sin penetrarla.
- Ahhh… Métela, por favor…
- No.
Estefania se mordía los labios mientras hacía su cuerpo hacia atrás, en un afán de coger mi pene con su raja. Merecía ser castigada y pronto una sonora nalgada hizo eco en el baño.
- PLACK!
- Puta… Mira como estás. No habrá más que nalgadas si es que me sigues desobedeciendo.
- Está bien…
- Está bien? Qué está bien?
- Soy… soy una puta – Su voz se fue apagando mientras decía la última palabra.
- Sí? – Coloqué mis dos manos en sus nalgas y la traje hacia mi. Mi pene yacía entre sus muslos, a la espera de la estocada – Y qué más?
- Quiero que me la metas…
Acaricié su suvae culo, viéndome ganador al fin. Sumisa como estaba ella, me daba carta blanca para mi verdadero deseo. Mi dedo índice viajó hasta su arrugado anillo, acariciándolo suavemente mientras mi pene seguía rozándose con su humeda raja.
- Oye, no… Métemela, vamos. No juegues así, nene...
- Creo que quiero hacerlo por aquí esta noche
- No, vamos…
Estefania tomó mi falo con su mano y lo metió en su concha. La dejé hacerme. No importaba, al final y al cabo cumpliría mi cometido de cualquier manera. Ensalivé mi dedo índice nuevamente y lo llevé hacia su ano, tratando de introducirlo. La puta solo atinaba a fruncirlo mientras seguía con su movimiento.
- Oye, déjate. Yo se que te va a gustar. A las putas como tu les gusta por el culo.
Su movimiento se detuvo inesperadamente. Volteó la cabeza y, con una mirada sumamente subordinada, asintió. Sin embargo…
- Está bien. Pero no serás el primero.
Era una batalla y ese era un golpe muy fuerte. No pensaba que ella hubiese entregado el culo a nadie cuando a mi no me lo había dado en los tres años que estuvimos juntos.
- Puta…
- A tus órdenes.
Dejé caer un reguero de saliva en su ano, para luego presionarlo nuevamente con mi dedo. Mi dedo ingresó más fácilmente, aunque sintiendo aún la presión de su pequeña cueva. Lo detuve un momento, esperando que se acomodase su culito al invasor.
- Muévelo. No eres el primero que me prepara para esto.
Estaba sucumbiendo. Su cuerpo no era más que un juguete y yo era el niño que estaba embobado con el. No iba a permitir eso. No.
Esparcí un poco de saliva sobre mi pene y, sin pensarlo, se la metí por el culo. Un ahhh fuertísimo salió de la boca de la perra, mientras yo empezaba a sacarla para iniciar un nuevo movimiento. Era una sensación indescriptible. Su ano apretadísimo ajustaba mi miembro, que latía erguido de placer. No se comparaba en nada a su conchita, era casi como volver a desflorarla. Cada embestida hacía más fácil el ingreso, pero no por ello disminuí mi fuerza. Quería destruirla a punta de sexo, hacerla sentir que yo era su amo y ella era la esclava. Pero esto era demasiado.
- Te gusta por el culo, no puta?
- Ahhh, mi culito…
- Dime que te gusta
- Ahhh… Sí, nene… Ahhh. Dame más…
No podía seguir así. Las paredes apretaban cada vez más mi herramienta, haciendo que no pudiese contenerme por más tiempo. Di una embestida más en la que se la clavé hasta la base de mi pija, liberando toda mi leche en su culo mientras ella pegaba un alarido. Una, dos, tres, cuatro y no se cuantas más corridas de lefa caliente yacían ahora en el fondo de su cueva, dejando a mi pene y a mi cuerpo exhaustos. Su ano dilatado era mi trofeo y el recuerdo de que su culo al fin había sido mío.
Tomé aire un segundo para luego subirme el pantalón e irme del baño. Estefania me veía extrañada mientras se quitaba la ropa y se decidía a ducharse.
- A donde vas? No quieres que nos demos una ducha, Manu?
- Yo no me ducho con las putas que me cojo.
- Qué? Qué dices oye? Ya acabó ese momento.
- No, no lo entiendes – dije, mientras me acomodaba el cuello de la camisa – Sí, ya pasó ese momento y además se quedará ahí para siempre.
- De qué hablas?
- Prende las luces, oye – Encendí un cigarrillo y proseguí – Todo esto no significa nada para mi. Tu no significas nada para mi. Esto fue una fantasía, yo no vuelvo más contigo, putita.
La cara de Estefania pasó de la extrañeza al llanto. El humo de mi boca cubría tenuemente su imagen que se desmoronaba de a pocos.
- Hijo de puta… - me decía entre sollozos – Hijo de puta…
- De nada, guapa. Salúdame a tu primo, dile que ya le perdoné todo después de esto. Ah, lávate bien también.
Estefanía rompía en llanto mientras yo sellaba la puerta tras de mí. Me sentía ido, como si no fuera yo el que iba caminando por la vereda en la desolada noche. La venganza me había complacido, pero una parte mía se había ido con ella también. Había destruido a la mujer que alguna vez había amado y había matado al hombre que había sido en esos tiempos ya lejanos. Las imágenes se arremolinaban en mi cabeza. Mi cuerpo húmedo apestaba a sexo y a lágrimas. Una pitada larga a un nuevo cigarrillo me dio confort mientras veía como pasaba una prostituta por la calle. Y paré un taxi.