Derial: Historias de Guerra (3)

Aventura en los pantanos. Pesadilla y salvación.

DERIAL: HISTORIAS DE GUERRA (3)

Aventura en los pantanos. Pesadilla y salvación.

- ¿Qué pasa? ¿Por dónde anda todo el mundo? ¿Por qué se violan las reglas del Ejército? – echaba rayos y centellas el general Voronov, recién llegado de Moscú.

- S-s-se han id-d-d-do de paseo por F-f-finlanda. D-d-deberán v-v-volver pronto, - tartamudeaba un oficial sin saber cómo ocultar su cara arrebolada, su aliento agitado.

- ¿De paseo? ¿Han cruzado la frontera sin permiso? ¡Sólo una operación militar de gran importancia puede justificar un acto tan atrevido!

- Es que los finlandeses no cuidan bien el sitio y a veces nos gusta recoger bayas y setas en sus bosques. ¿Qué hay de malo? – intervino un hombre más valiente.

La “explicación” casi le dio un infarto al general. Entretanto, la radio se puso a croar con voz de Estalin:

- Nuestra labor de organización y construcción produjo cambios positivos para la gente de retaguardia. La gente se hizo más rigurosa, menos ociosa, más disciplinada, ha aprendido a realizar su trabajo con ahínco militar, ha comenzado a tener conciencia de su deber ante la Patria y ante sus protectores en el frente, es decir, ante el Ejército Rojo. Los vagos e irresponsables, desprovistos de la conciencia de su deber civil, van disminuyendo. Las filas de la gente organizada y disciplinada, llena de la conciencia de su deber civil, van aumentando. La retaguardia soviética nunca ha sido tan fuerte, como ahora.

- ¿Han oído, compañeros? ¿Y qué diría nuestro querido Caudillo si viera el caos de esta retaguardia? ¡Menudo ejemplo de disciplina y responsabilidad! Habrá que establecer verdadero orden

De repente se transmitió una señal alarmante: “Nos hemos perdido en los pantanos. Localización problemática. ¡Socorro!” Los soldados de carne y hueso se convirtieron en soldaditos de estaño que se fundían en el horno del miedo.

- Papá, manda un grupo de rescate, - sonó una voz femenina, rebosada de hechizo musical.

El estupor se volvió definitivo. La belleza desconocida arrasaba el sentido común. Demasiado vital, brillante, expresiva. Una llamita rebelde que se escapó de chimenea.

- Les presento a Alina, mi hija, - presa de una tos nerviosa, el general pronunciaba las palabras con dificultad. – Sí, vamos a formar un grupo de rescate. ¡Y después apretaré las tuercas aflojadas! Ya verán, señores.

“¿Cuál de las opciones es preferible? ¿Ahogarse en los pantanos o caer en las garras de mi padre? Una situación de cuentos populares: si vas a la derecha perderás tu caballo y tu vida, si vas a la izquierda morirás solo” – pensó Alina al percatarse del pánico general. La hijita mimada representaba el único punto débil del general, su talón de Aquiles y su tesoro invalorable.

- ¡Dios mío! ¿Quién es? – exclamó indicando a una silueta solitaria que se divisaba entre las sombras de los pinos. Debía de ser un espejismo, fruto de imaginación febril.

- Sonia, nuestra enfermera.

- ¿Cómo es capaz de curar a alguien si ella misma necesita tratamiento? ¡Pobrecita!

- Se trata de un caso especial

La joven se avergonzó de su salud de hierro frente a aquel ser demacrado. Nadie podría adivinar que hace unas noches Sona había emprendido un viaje sin retorno. Su alma se rompió junto con su himen. No era más que un bizcocho desmigajado, un cuadro desteñido, una mariposa disecada.

Una sensación rarísima embargó a Alina mientras observaba a la enfermera. Un roce de relámpago en su rostro. Una arremetida del viento la hizo temblar como si unos brazos invisibles hubieran abrazado su cintura dibujando círculos calientes sobre las curvas de una diosa.


Los culpables violaron las reglas del Ejército por una razón obvia: se olvidaron de la existencia de fuerzas adversas en su Patria concentrándose en la búsqueda de diversiones que garantizaban la variedad del ocio. Por lo tanto un grupito alegre de oficiales, tenientes y soldados se dirigió al territorio de Finlanda con tal de “recoger un poco de setas”. En realidad organizaron una fiesta campestre en la que vodka manaba a borbotones. Las mujeres sumisas bajaban al fondo de los barrancos para participar en pequeñas orgías. La cocinera Marfa se recreaba en mamadas de campeonato mientras un hombre disfrutaba de su inmenso culo y el otro le comía el coño. La enfermera Tania se inició en el placer de dobles penetraciones. La lavandera Nadia estaba cabalgando a lomos de un mocoso sin dejar de dar recomendaciones a un cincuentón borracho que iba a desvirgar a su hija quinceañera. Cuatro ayudantes aferraban muñecas y tobillos de la niña esperando su turno

Todos pagaron su tributo a Pan, Dios libidinoso, hombre-chivo. Menos el coronel Nikitin que atiborraba las cestas de bayas y setas sospechosas. Por fin decidió que había llegado su turno de apurar la Copa de la Vida con una jovencita que le invitaba con gestos elocuentes. Apenas se hubo quitado la parte superior del uniforme oyó un gruñido. No, no era un oso, ¡mucho peor! Un finlandés, un huevo abigarrado en la forma humana, se levantó del suelo. Fijó su mirada agresiva en la pareja y ya se preparaba para disparar… El coronel, extraordinariamente ágil e ingenioso en todo lo que concernía a su seguridad personal, lanzó las cestas a la cabeza del asaltante y consiguió derribarle para unos instantes.

El episodio dio origen a la pesadilla colectiva en la que la Fortuna se propuso la tarea de enseñarles su revés repugnante. Una procesión de bacantes se transformó en una manada de potros despavoridos que corría sin rumbo, a la desbandada, por terrones, raíces resbaladizas, montículos accidentados. Lejos o cerca sonaban los tiros de enemigos y de vez en cuando se discernían sus gritos en una algarabía indescifrable. Por fin el grupito ruso se adentró tanto en el corazón de la espesura que ya no captaba ningún sonido que provenía de sus perseguidores. Si pudieran escuchar la conversación su alegría se evaporaría al instante, ya que los finlandeses se burlaban de los fugitivos que acabaron de penetrar por descuido en la región de pantanos. De allí existía la única salida – hacia NADA.

Una vez extinguidos los primeros arrebatos de alivio, “los turistas” descubrieron la inestabilidad del terreno debajo de sus pies, aspiraron los olores putrefactos y sintieron que los pelos se les ponían de punta. El silencio se iba saturando de un sentido hostil, lleno de puñales invisibles del aire. En el crepúsculo incipiente, entre las rayas de niebla gris-azul, fuegos fatuos y silbidos apenas audibles, el Pantano empezaba a bostezar con sus bocas multivalvas en las mejores tradiciones de Escila. La tierra se estremecía de vibraciones, los reflejos sangrientos del sol esparcían sus tentáculos por la superficie estancada, y un alcaraván no dejaba de soltar aullidos angustiosos como si le estuvieran arrancando el alma. Entonces se dieron cuenta de que se trataba de la guerra real.

- ¡Socorro! ¡Que me ahogo! – exclamó uno de los oficiales. El pobre dio un paso fuera del sendero y se atascó en la ciénaga.

- Tranquilo, Kolya, ¡no te muevas! Te vamos a sacar.

Los amigos le animaban como podían, pero no se atrevían a desviarse para tenderle la mano. Simplemente le observaban hundirse en lo Desconocido sin un resquicio de luz, observaban el fango templado impregnar su cuerpo hasta los huesos. Lo último que vieron era un hoyo abierto de su boca y las burbujas de sus ojos inundados de sufrimiento. La tragedia ocurrida les incitó a hacer una parada para continuar el movimiento en la claridad del amanecer.


- ¿Qué opinas de la hija de Voronov? Un bomboncito rico, ¿verdad?

- Me encantaría darle un mordisco… Esos ojos brujos te queman entero. Me pregunto si tiene vagina de fuego.

- Corren rumores de que está enamorada de un tal Sergio, mano derecha de su padre.

- ¡Qué suerte!

- Y el tío es serio, frío, seco… ¡Caprichos de chicas! ¿Quién los entiende?

- Ya le demostraría qué es un hombre con temperamento

- Jaja, no está prohibido soñar.

“¡Cabrones!” – murmuró Alina al interceptar los últimos fragmentos de la charla. Descartó la posibilidad de partir la cara a esos soldaditos ociosos. Su carácter indomable podría jugarle una mala pasada, había que controlar los impulsos. Alina pertenecía a la tribu de amazonas soviéticas, capaces de “irrumpir en una casa ardiendo y detener el caballo a pleno galope”. A diferencia de comunistas asexuales tenía una feminidad muy marcada que la convertía en un objeto de deseo contrariamente a su voluntad. Era menudita, de estatura regular, pero su porte orgulloso la hacía alta. Ningún vestido holgado, ningún uniforme militar ocultaban las líneas esculturales de su cuerpo tallado de una sola pieza de mármol. Pechos jugosos, cintura estrechita y caderas de guitarra formaban un conjunto impregnado de armonía. Cada partícula, cada fibra, cada músculo desprendían fuerza. Su melena, desparramada por los hombros como la cola de una cometa, parecía toda una explosión de matices castaños, rojos, dorados, trigueños; una procesión de luciérnagas a la luz de la luna. Los ojos, tachados de “brujos”, sí que encajaban con el ensueño romántico acerca de una mujer especial cuya mirada de esfinge equivalía a una puñalada. Ojos verdes, “esmeraldas fatales”, de color intenso y fondo oscuro, capaces de expresar una gama riquísima de sentimientos en un solo instante. El contraste entre el esplendor de su cuerpo desarrollado y el rostro de niña representaba la combinación más acertada que otorgaba el título “dueña de corazones”.

Los soldados no se equivocaron. Alina estaba enamorada de Sergio, su antípoda en muchos aspectos. “Nada de extrañar, - decía el general. – Los extremos se tocan, los cabos se juntan”. Hace tiempo que su imaginación había dotado de rasgos heroicos a un oficial corriente y moliente que se atenía a lo “correcto” y renunciaba a cualquier acción fuera del reglamento militar. Ahora estaban paseando juntos por la frontera, ella eufórica y él, huraño.

- Mira, Sergio, la luna está rodeada de un cerco rojo. ¿Habrá sufrido una hemorragia? Un ambiente propicio a montar aquelarres, ¿verdad?

- No sé, no me entero de tus fantasías.

- Quiero pasar esta noche contigo.

- ¿Qué? ¿Te has vuelto loca? Sabes muy bien que no tenemos derecho de hacerlo antes del casamiento. Nos casaremos en cuanto la guerra haya terminado y sólo entonces empezaremos nuestra vida conyugal

- ¡Tenemos todo el derecho del mundo! ¿En cuanto la guerra haya terminado? ¿Y si no termina en los próximos diez años? ¿Y si te matan en un combate? ¿Y si me muero de peste? No me apetece declarar beligerancia a mis propios deseos, deseos auténticos que no tienen nada de “amoral”. Ahora o nunca. Dejaré abierta la puerta de mi cuarto.

- Reflexiones infantiles, cariño. Ahora o nunca, todo o nada. ¿Qué sería de nuestro Estado sin fuertes baluartes morales? – se interrumpió, ya que los labios carnosos en la forma del corazón echaban por tierra sus “baluartes”.

- Demuéstrame que no eres tan frío y seco como te describen. En el caso de que no vienes voy a romper nuestro noviazgo. Estoy hablando muy en serio. ¡Todo depende de ti!

Se alejó corriendo sin prestar atención a unas carcajadas siniestras en el rumor de las hojas

“No vendrá, demasiado hipócrita, no tendrá cojones para confesar que me desea, no tendrá cojones para nada…” – el chirrido de los goznes puso el punto final a sus reflexiones.

- ¿Sergio…? ¿Es posible…?

- ¡Claro que sí! Tienes tanta energía, tanto potencial… ¿Cómo podría resistir a la llamada de tu carne, preciosa? – su voz era más ronca y sensual que de costumbre. Los brazos que la apretaron ocultaban una fuerza descomunal.

- No sabía lo de tus músculos. No se notan debajo del uniforme.

- Habrá una buena oportunidad de explorarlos.

- Imagina que celebramos nuestra noche de bodas. Así acallarás los reproches de tu conciencia.

- Mi conciencia está sordomuda.

Alina desató las cintas de su camisón de noche para facilitarle el trabajo, pero él la tiró de las trenzas y la atrajo hacía sí. Cinco largas uñas se clavaron en la nuca de la chica mientras despedazaba la poca ropa que llevaba.

- Estás acostumbrada a mandar, guerrera. Sin embargo, esta noche deberás escuchar a la segunda parte. Yo tampoco soy manco en lo que respecta a las órdenes.

Aterrizaron sobre la cama en un revuelo de telas desgarradas y pelo suelto. Una batalla confusa culminó en una avalancha de besos, acompañada de mutuos mordiscos y arañazos. “Increíble” – murmuró Sergio. “¿Qué hay de increíble en mi entrega voluntaria? Te quiero y punto”. El hombre se abstuvo de responder. Optó por trasladar la artillería hacia las protuberancias de los senos, dos conos henchidos de frescura. Sorprendida por ramalazos de una tortura exquisita, Alina se quejó al sentir la insistencia de su lengua puntiaguda, la crueldad de su dentadura. Le chupaba los pezones como si se tratara de un canal de conexión entre él y su vida que ansiaba absorber libando al estilo de una abeja. ¿Estaría alucinando? Ese caballo apasionado que se retorcía sobre ella no mostraba la mínima semejanza con el búho pensativo de su novio. “¿Tienes frío, Sergio?” “Sí, caliéntame” Le abrazó lo más fuerte que pudo.

Seguía asustada pese a su aparente bravata. Más aún cuando la mano implacable palpó la suavidad de su pubis e intentó adentrarse en el surco delicado abriendo los labios, como un abanico. “Me has acusado injustamente. La seca eres tú porque todavía desconoces la naturaleza de tus deseos. La pubertad formal no te sirve de nada. Tus impulsos sexuales se originan en el cerebro, no han alcanzando la hendidura adecuada” – se burlaba. “Has puesto baluartes morales demasiado duros – le espetó a su vez. – A lo mejor el problema no está en mí, sino en mi maestro” “Por supuesto que no está en ti, - se rio con ternura. – Te he provocado aposta para que me alimentes con tu furia. Además, la cosa tiene arreglo”. En efecto, encendida por sus palabras irónicas, la gruta virgen segregaba fluidos. Las caderas se alzaron para aumentar el contacto con las yemas de sus dedos. “El bamboleo acompasado de tus pechos en la penumbra es la danza más excitante que he visto. La blancura de tu piel se asocia con una perla dormida en las profundidades oceánicas. Una blancura saludable, llena de resplandor interior, capaz de arder en rubores de una manzana. No es una blancura transparente, enfermiza, como la de…” “¿De quién?” “De unas chicas nerviosas, un auténtico desastre. A pesar de que pueden vislumbrar algo de ti, les falta el poder para reforzar tu interés”. ¿De qué hablaba? Los contornos de su cuerpo eran familiares, pero la manera de expresarse… La vena poética contradecía a la imagen de Sergio. Los ojos que reflejaban la mirada de Alina parecían totalmente negros.

Muy pronto dejó de buscar respuestas. Se adaptó al ritmo de acometidas incesantes y necesitaba descubrir otros hallazgos. Empezó por regalar puñados de besos agradecidos al torso de su amado, dominada por el anhelo de complacerle. “Tu boca tiene el tacto de pétalos de magnolia que me gustaría sentir un poco más abajo” – ordenó acercando su cabeza hacia el miembro viril, bien parado. No había otro remedio que confiar en la intuición que ayudaba a acariciar el tronco, masajear la bolsa escrotal, lamer y chupar la verga por toda la extensión. Al principio Sergio dirigía sus movimientos, pero, al verla tan entusiasmada en la tarea, permitió experimentar a su antojo mientras respondía con el mismo favor. Hundía la lengua en la fuente palpitante de su deseo, juguetaba con las zonas más sensibles, quitaba la tensión acumulada para deleitarse al máximo con la dulzura del sabor femenino. La práctica de un 69 les iba de maravilla, de un modo tan intenso que Alina volvió a asombrarse por las posibilidades inagotables, escondidas en la modestia de su novio. El pene hinchado derramó los primeros líquidos preseminales en su boca. Y entonces fue transportada en otra dimensión. Visiones extrañas se agolpaban en su mente: un desierto, una cruz, unos cuervos, unos gritos incomprensibles, una angustia punzante… “Para ya, nos queda poco tiempo” - Sergio la apartó bruscamente tumbando de espaldas. Acto seguido hincó su lanza dentro de ella y de un solo tirón destruyó la fina membrana de virginidad. Un sufrimiento bestial se apoderó de Alina, estaba medio desmayada, reducida a un recipiente pasivo. Su vagina seguía rezumando regueros de sangre por el interior de los muslos. Debería de haber muchas manchas en las sábanas de lino.

Después del primer embate Sergio le dio una hora de descanso. Al adivinar que la abría de nuevo la joven se opuso tajantemente: “Basta para hoy, no aguanto más”. “¿Y qué pasa con tu actitud desafiante?” Por más que intentara arquear su cuerpo en un rechazo no fingido, el hombre consiguió la penetración absoluta. Esta vez la percepción era distinta. No tardó en chorrear de gusto. La serpiente, enroscada en el nido húmedo de lujuria compartida, la llevaba hasta la cima de lo inimaginable. El pecho de Sergio subía y bajaba con el ruido de una fragua. Las entrañas de Alina se contraían de placer recibiendo un río viscoso de su pasión.

- Por favor, quiero más, más, – jadeaba ansiosa, pegada a sus hombros, como una hiedra.

- Te he dicho que nos queda poco tiempo. Tu padre está a punto de ir a despertarte. Dime una cosa: ¿quieres que sobrevivan los que se han perdido en Finlanda?

- Sí, desde luego. Por desgracia, es imposible influir en ello.

- Quien sabe… Nos vemos, guapa.


La llegada del alba no pudo esclarecer el panorama sombrío ni ofrecer respuestas a la pregunta retórica “¿En qué dirección caminar?”. ¿Permanecer sentados? Lo mismo que reconocer su derrota y morir de hambre. ¿Avanzar? Esta opción amenazaba con repetir la suerte de Kolya. El dilema les tenía arrinconados.

Cuando de la parte más intransitable de los pantanos apareció un hombre de unos 35 años de edad, todos creyeron que era otro fuego fatuo aunque parecía demasiado real para respresentar un engaño centelleante.

- Buenas tardes, - les saludó muy cortés. – Estáis confundidos y despistados. Os voy a conducir.

No esperaba ninguna respuesta de su parte. Los desesperados no disponían de fuerzas suficientes para sospechar de él o protestar. Siguieron la figura vestida de blanco sin pensarlo dos veces. El hombre les condujo por un laberinto de senderos intrincados. Por el camino mantenía un simulacro de conversación eludiendo los arrecifes de preguntas concretas. Algunas personas especialmente insistentes se empeñaron en averiguar quién era y obtuvieron una semi-sonrisa y un comentario conciso: “Somos muchos aquí”. Su ruso sonaba puro a pesar de que surgía la impresión de que su voz reverberaba desde el otro lado del espejo. Las mujeres se sentían atraídas por él por otras razones. Pero las alusiones eróticas se tropezaron con un muro de silencio.

Los viajeros no recordaban cuántas horas estaban caminando codo a codo, fuera del poder del Tiempo. Literalmente de ninguna parte se divisó su querida frontera y el viento les trajo los sonidos inefablemente agradables de palabrotas rusas. Reventándose de emoción, los rescatados rodearon a su salvador para darle las gracias y estrechar su mano. Una enfermera joven le agarró del cuello y le besó en los labios. El hombre se libró de su abrazo, como poseso. Haces de chispas eléctricas saltaron de sus ojos y por un rato envejeció en 20 años. El guía-milagro no contestó nada a las efusiones de agradecimiento. Sencillamente desapareció. “¿Cómo que desapareció?” – inquerían más tarde. “¡Así! – se irritaban los testigos presenciales. – Se disolvió en la niebla. Estaba en el centro de un círculo cerrado de la gente y de repente… ¡puf! Y nada, como si nunca hubiera existido, como si le hubiéramos visto en un delirio”.

La tercera entrega de la serie me parece muy importante, ya que está basada parcialmente en acontecimientos reales. Un pariente de mi amiga rusa vivió una experiencia semejante. Su regimiento se perdió en los pantanos finlandeses durante una operación militar. Los soldados estaban a punto de morir, pero un joven rubio y radiante les salvó exactamente como describo en el relato. El hombre que lo había contado era dicharachero y poco fiable, por lo cual nadie le creía. Sin embargo, muchos años después de su muerte, la familia recibió la visita de un amigo suyo, un coronel muy serio y totalmente desprovisto de sentido de humor, que confirmó la historia mística e incluso se puso a temblar de emoción. Agrada pensar que los misterios existen. Gracias por vuestro apoyo y el tiempo gastado en la lectura.