Derial: Historias de Guerra (2)

Frontera finlandesa: Calvario de Sonia

DERIAL: HISTORIAS DE GUERRA (2)

Frontera finlandesa: Calvario de Sonia.

La frontera finlandesa se sometía a la amenaza doble – por parte de alemanes y de finlandeses que sentían poco afecto por la Unión Soviética después de la guerra ruso-finlandesa en 1939. Afortunadamente la amenaza era teórica. La práctica demostró que se trataba de un foco de relativa tranquilidad donde las actividades militares podían ser denominadas “nominales” o incluso “ficticias”. En los frentes de alta tensión se armaban masacres escalofriantes, las balas segaban la población a millares, las tumbas colectivas crecían como hongos, pero los soldados de la frontera disfrutaban de silencio y paisajes maravillosos. Tampoco llevaban la vida de ermitaño mortificando su carne, ya que las lavanderas y cocineras crearon un mini-harén bastante satisfactorio. Todos ellos tenían un aspecto fresco y lozano. Con una sola excepción: Sonia, la nueva enfermera.

Frágil, aérea, extenuada, una lechuza con ojeras violetas. Se iba marchitando sin remedio. Los hombres, confundidos por su conducta autista, la dejaron en paz. Algo contagioso brotaba de ella, un aliento de Muerte.

Sonia estaba enfrascada en la espera de Derial. “¿Por dónde andará?” - se preguntaba ansiosa maldiciendo el velo de misterio que cubría sus ausencias. “Muy bien, no dejes de acumular la tristeza mientras no estoy contigo. Los sufrimientos amorosos aumentan tus reservas. Es parte de juego, querida mía - se reía Derial cuando ella intentaba exponer sus quejas incoherentes. – Tengo asuntos pendientes en muchos lugares”. “¿No estás hambriento sin mí?” “El amor como el tuyo es un manjar exquisito, lo admito. Pero no, no estoy hambriento, el ambiente de destrucción masiva me da lo suficiente”. Le quedaban dos distracciones: ocasos melancólicos y recuerdos de su maravilloso viaje.

*

A la salida de la ciudad les esperaba una jauría de perros rabiosos – enemigos, dispuestos a entablar un tiroteo. Sonia cerró los ojos despidiéndose de su familia, cantando Requiem para sus adentros.  “Estamos perdidos”. “Ellos sí que están en el umbral de perdición”. Sintió que Derial la tapaba con sus alas a la vez que gritaba una sarta de insultos alemanes en un tono burlón. La lluvia de balas no hizo ninguna mella en la coraza férrea que les protegía. Acto seguido una bruma espesa envolvió todas las siluetas. La megalomanía de invasores se vino abajo sin dejar más que un poso de impotencia como si estuvieran vagando en un bosque encantado, lleno de bestias monstruosas. Acabaron por matar uno a otro en un intento frenético de afrontar lo Desconocido. Entretanto, los culpables del alboroto se alejaban a velocidad de rayo. Sonia creyó desvanecerse, pero en realidad se sumió en un estado febril, entre sueño y vigilia. No podía definir su modo de viajar – por aire, por tierra o por regiones subterráneas. Daba igual, el proceso en sí era asqueroso.

La falta de movimiento en pleno movimiento,

carrera de moscas en una lata de miel

. Idénticamente el tiempo transcurría fuera del tiempo. La única cosa real era la mano inflexible de Derial.

Respiró aliviada a la orilla de un lago, rodeada de pinos y alerces. Derial estaba saliendo del agua. Sus ojos reflejaban el azul del cielo, el tórax ancho relucía como una moneda recién acuñada. Azorada, Sonia apartó la mirada de su verga, una serpiente mítica a punto de atacar. Una inocencia arraigada se resistía a la tentación de arrojar la voluntad a los pies de aquel ser, entregarle el núcleo más importante de su alma.

-         ¿Qué pasa, niña? ¿No compartes la teoría “el vaso de agua”? Los comunistas de los años 20 sabían disfrutar de la vida. Decían que ofrecer sexo era lo mismo que ofrecer un vaso de agua a un “tovarich” sediento. Así de sencillo. Una excusa para disfrazar la necesidad de fornicar como conejos.

-         ¡No comparto teorías tan descabelladas!

-         ¡Quien lo dudaría! Si mi cuerpo te confunde, te ayudaré a recobrar la compostura. ¡Mira!

Un enanito calvo se reía delante de ella estrujando su pene ridículo.

-         ¡No! ¡Eso no es Derial!

-         Claro, es una broma grotesca. La forma anterior corresponde a mis exigencias estéticas.

Ahí estaba de nuevo, vestido de uniforme, impasible y un poco malévolo.

-         ¿Estás lista a pisar el Camino de Vida, conquistadora?

-         Ya sabes la respuesta.

-         Entonces sígueme.

Así empezaron su marcha por la ruta marcada, tremendamente cerca y al mismo tiempo separados por galaxias incontables.

*

A lo largo del recorrido Derial reveló otra faceta suya, la de un guía atento y cuidadoso. Al principio la joven tenía miedo de dormir al aire libre, comer porquerías indigeribles, intuir la cercanía de animales salvajes… su salud delicada no lo aguantaría. Pero su acompañante solucionó los problemas a medida de que iban surgiendo. Traía un monton de ropa para abrigarla del frío otoñal, cazaba liebres y perdices para preparar buena comida, construía cabañas para garantizar un refugio seguro. Además, permitía tomar todos los descansos que requería su organismo. Aquellas noches le regalaron los ratos más felices, lejos de asentamientos humanos, frente a la hoguera, al lado de un misterio encarnado. Al adivinar sus impulsos creativos Derial le entregó papel y tinta: “Dibuja mis retratos y escribe poemas sobre mí. Te vas a desahogar”. Y Sonia se dedicó a esbozar su imagen, componer versos amorosos… La calidad pésima de esos productos no importó al objeto de su deseo.

-

Los resultados son irrelevantes. Lo relevante es la fuerza de pasión que inviertes. Sabes,

si no te hubieras enamorado de mí hubiera podido arrebatar tu energía de una manera más radical – mediante una ejecución. U obligándote a perpetrar un crimen. Pero tú misma has elegido tu destino, sin mi intervención. Pobrecita. Me das lástima cuando pretendes pasar por alto mis abluciones en el lago. ¿Crees que no me doy cuenta? Me estás mirando a través de un telón de juncos, tiritas en el viento implacable mientras un laberinto de venitas azules se dibuja en la superficie de tu piel. Y tú sigues en pie, incapaz de quitarme la vista de encima.

-

Perdóname.

-         No tengo nada que perdonar. Sólo te recomiendo que dejes de atormentarte con los secretos que conozco de antemano. Por cierto,

¿te gusta mirar el fuego?

-

¡Mucho!

-

En los pueblos de los Cárpatos la gente suele montar fiestas paganas saltando sobre hogueras. Un encanto embriagador se diluye por los valles, una risa despreocupada suena por todas partes, jóvenes y viejas parejas se enfrascan en una danza infinita. A veces me entran las ganas de reunirme con ellos y enfrascarme también en un baile borracho sin causas ni consecuencias. ¿Qué puede ser más sencillo que andar por la tierra sin notar más que el lado exterior de las cosas, sin tener más que unos cuantos dogmas prefabricados, sin ver más lejos de su nariz o de la tapia de su casa? ¡Ja! Y después me acuerdo del goce que experimento al poseer la energía, me acuerdo del goce que experimento siendo como soy. ¡Y entonces me hace reír el regocijo de aquellos rebaños degradados!

-

¿Y yo también pertenezco a un rebaño degradado?

-

No te imaginas qué sensación tendría si alguien de ellos me besara. ¡Una inyección de chorros de mierda que infecta todas las células! Algo semejante.

-

Resulta que hay portadores que no se enamoran de ti.

-         Tu caso es una de las excepciones rarísimas, únicas en su especie. Generalmente inspiro amor a los que no son portadores mientras que los que lo son no me complacen con sentimientos íntimos. El principio de convergencias y divergencias es igual para todos.

-         Mirarte y no quererte… ¿cómo es posible?

-         ¿Y cómo es posible que no des salida a un instinto natural? Vete al baño, no te cortes.

Sonia se puso roja como un tomate y se perdió entre los arbustos. Odiaba sus necesidades físicas que la hacían morir de vergüenza. La única nubecilla negra en el cielo despejado de su fantástico viaje.

-         El frío de hoy es menos intenso que de costumbre. ¿Te apetece nadar un poco? – propuso Derial unos ratos más tarde.

La chica asintió. Estaba acostumbrada a las temperaturas bajas del Golfo Finlandés. Y si contraía gripe no le importaba pagar un precio tan insignificante por el placer de compartir el lago con Derial. Además, necesitaba aplacar su calentura.

Una magia sin precedentes la ascendía a un trono celestial. Las constelaciones cabían en la palma de su mano. El arco iris servía de sortija, la aurora boreal – de pulsera. La luna llena, una rueda de yeso, añadía teatralidad al paisaje. El agua cristalina de Ladoga bautizó el amor de Sonia y desenredó la madeja del miedo. Su cuerpo estaba cubierto por un manto de gotitas – tan diáfanas que parecían lágrimas de hadas. Derial la observaba con sonrisa de Pigmalión. Transfigurada por la emoción, podría interpretar a una sacerdotisa de templos antiguos. Al finalizar los ritos preparativos se acercó a su deidad sin recelos ni falsos pudores. Sus pequeños senos se endurecieron, impregnados de savia vegetal. “Gracias por haberme enseñado un milagro” – un susurro sensual, apenas audible, trazó un surco sobre la quietud del lago. “Gracias por haberme enseñado la desnudez de tu alma” – repuso Derial abrazando a esa niña radiante que se inmolaría por él a una sola petición. Sonia se tumbó de espaldas por su propia iniciativa y atrajo hacia sí al gigante alado para colmarle de besos angustiosos que no buscaban el placer sino la fuente de hipnosis. Derial permaneció insensible a sus caricias inexpertas provocando un rechazo inmediato en la joven. “Es inútil. No estás conmigo”. “Estoy contigo porque la huida representa la quintaesencia del hechizo. ¿Crees que te he hechizado? ¿Crees que he huido de tu amor? ¿Sí? Eso significa una cosa: me has tenido, me tienes y me vas a tener”.  “Sí, es verdad, mi ángel de piedra, mi ángel caído” – y ella volvió a arrimarse al pecho escultural, más frío que una lápida. “No estoy emparentado con ángeles caídos”.  Como una polvareda de voluptuosidad le quitaba la razón Sonia no se percataba del contraste monstruoso entre dos cuerpos: tan suave, tierno y vulnerable el uno; tan duro, cruel e imperecedero el otro. Derial esperó pacientemente hasta que explorara los rincones más deseados. No le molestaron los dedos tímidos en su miembro.  Permitió satisfacer la curiosidad de neófita y después tomó el relevo. Sonia se derretía al notar que una lengua áspera de dragón recorría el universo de su piel saboreando el aroma fresco, hurgando en lo más íntimo, descubriendo el grado de excitación. Todas las pliegues de su carne mojada le dieron la bienvenida. Anhelaba sacrificarle su espacio virgen, subir a la cumbre del dolor visceral y, quizá, encontrar la clave al enigma de aquel esfinge vivo que tenía delante. Sentía que la punta poderosa ya empezaba a deslizarse en su interior, ya empezaba a rasgar su himen… y de pronto se detuvo. “No, ahora no. Lo lamento, mi niña, pero quiero que alcances los límites más increíbles de tus ansias. Has avanzado bastante”. Sonia no protestó. Seguía estremeciéndose en las últimas convulsiones orgásmicas, provocadas por los primeros movimientos de penetración. Se preguntó mentalmente cómo sería su semen. “Aquí verás la respuesta”. Divisó algo negro en la arena, un montículo de brea petrificada. “Tranquila, no puedo fertilizarte. Soy depredador que consume. No me incumbe regalar vida”. Ella le miró con fascinación

*

Sonia no sabría decir exactamente cuántos kilómetros habían dejado atrás ni cuántos días habían gastado. “Habría que poner una placa conmemorativa: ¡Sonia es la pionera! ¡Ha sido la primera en estrenar el Camino de Vida” – bromeaba Derial. El punto final del viaje fue puesto por el aterrizaje ruidoso de un helicóptero.

-

¿Qué te parece si prestamos este medio de transporte? Pero antes prefiero deshacerme de su dueño Müller-Schmüller. El tercero está de más. ¿De qué manera le mato? ¿Hay versiones?

-

Mencionaste que sabías asimilar las costumbres vampíricas

-

¿Quieres decir, las mañas de un vámpiro clásico? ¡Correcto! Vamos a deshacernos de él

a la Nosferatum vulgaris. ¡Obsérvame!

Derial se acercó al helicóptero, abrió la portezuela con ostentación y derrumbó al alemán sobre la hierba. Con unos golpes bien calculados convirtió su cabeza en un caos de cartílagos rotos y con la lentitud de un catador experimentado le chupó la sangre por la carótida y bebió los sesos por las cuencas de sus ojos. Realizaba los procedimientos sangrientos sin entusiasmo, extremamente aburrido.

-         Unos entremeses así tienen su encanto aunque es una tontería en comparación con el consumo de energía. ¡Sube!

Sonia recurrió a todos los mecanismos de defensa para frenar el vómito. Por otra parte, la crueldad de Derial le hacía aún más deseado para ella.

Esa misma tarde llegaron a la frontera. El ingenio de Derial y su poder de sugestión nublaron la mente de los militares que les recibían. “Sonia es pariente del famoso mariscal Zhukov, hay que cuidarla, mimarla, proteger de labores desagradables. En otro caso el mariscal puede imponer un castigo” - susurró a un coronel. “Entendido, mi general. Aquí estará a salvo”. (Derial apareció en guisa de un general luciendo canas y medallas para dar peso a sus palabras). El coronel cumplió la promesa. Sonia no se quejaba de su entorno aunque le gustaría correr riesgos al lado de su amado en vez de arrastrar una existencia sosa al lado de personas que la irritaban.

“¿No te cansas de rumiar los recuerdos? Estoy en nuestro pinar, a distancia de 300 metros” - por fin oyó la llamada telepática que tanto esperaba. Sí, Derial estaba en su habitual punto de encuentro. Al verla

se levantó de un solo movimiento silencioso de un tigre. Tenía un aspecto más joven y más viejo, más sonrosado y más lívido, más radiante y más tenebroso, más contento y más desilusionado combinando las dos imágenes a la vez.

-         No has acumulado nada esencial, - la reprochó con cara de pocos amigos.

-

¡No puedo hacerlo sin ti! No sé luchar contra los días monótonos llenos de tu ausencia. ¡Ten piedad! ¡Tómame!

-

Aprende a dominar tus arrebatos histéricos. Ven aquí.

La hizo sentarse sobre sus rodillas e incluso le dejó acariciar las lianas suaves de su pelo. Los rayos pálidos convertían sus ojos en vidrios multicolores. Estos ojos la absorbían entera, la disolvían en granitos de sal. Sonia se perdió tanto en la mirada escrutadora de Derial que no prestó atención a una sonrisa de víbora que torcía las comisuras de su boca. Todo se giró, se mezcló, gimió con un eco caliente en las parcelas minúsculas de la piel mientras él bebía su vida a tragos lentos.

-         Débil, demasiado débil, - murmuró con desdén.

-         Tómame y ya verás.

-         Es probable.

La realización del deseo va a generar una descarga nueva y potente. Te espero en la cabaña que he construido la última vez. A la medianoche. Tienes que adentrarte un poco más, ¿te acuerdas?

-

Gracias, Derial. No te arrepentirás.

*

A la medianoche en punto Sonia se estaba acercando al lugar de la cita más importante de su vida. El aire frío penetraba en sus pulmones, nubecillas de vapor se formaban de su respiración y se precipitaban hacia arriba, hacia allí, donde las siluetas quiméricas de búhos y de murciélagos atravesaban el cielo. El Universo parecía una inmensa balanza vibrante. La joven se sentiría desbordada de felicidad si no hubiera aquel rugido constante en sus oídos, aquellos empujones ensordecidos de la sangre por debajo de su piel, aquellos pensamientos sobre la muerte. Pero Derial la llamó, por su llamada valía la pena seguir viviendo. Llegaría a su lado arrodillada, agonizando, no dejaría de repetir su nombre hasta el último suspiro sin esperar oír la respuesta.

De repente la oscuridad se iluminó por resplandores de una hoguera. Lo tomó por una buena señal y aceleró el paso. Derial ni siquiera volvió la cabeza. Tendiendo las manos sobre las llamas murmuraba algo incomprensible. Por la noche su pelo ennegrecía hasta adquirir un denso matiz de cuervo. No se podía entender si eran unas malévolas lucecitas rojizas que corrían en sus ojos o un reflejo de estrellas fundido con el fuego. Por fin Sonia pudo discernir lo que decía.

  • El cuervo solitario, desde el busto, una sola palabra pronunció, cual si su alma fluyese en el vocablo. Calló después, inmóvil el plumaje. Yo apenas susurré: “Otros amigos volaron ya. Cuando despunte el alba, éste me dejará sin esperanza…” El ave dijo entonces: “Nunca más”.

-         Derial, ¿qué es?

-

El poema “El Cuervo”, muy apropiado a esas alturas. Edgar debió de haberlo creado para mí. ¡Qué pedazo de personalidad! Es una pena que no haya conseguido su energía. No tuve tiempo.

-

Termina, por favor.

Accedió a su ruego recitando acompasademente.

El cuervo, inmóvil, sigue aún posado sobre el pálido busto de Atenea, encima de la puerta de mi estancia. La luz sobre él mi lámpara derrama, sus ojos son de un demonio que sueña proyectando su sombra por el suelo. Y mi alma, fuera de esa flotante sombra, ¡nunca más se alzará!

Los ojos grises de Sonia se hicieron aún más transparentes, más asustados y al mismo tiempo se llenaron de calma, muy típica para una persona que ya no tenía nada que perder en el colmo de desesperación.

-         ¡Yo sé que mi alma nunca más se alzará de tu flotante sombra! ¡Yo sé que esta noche no representa el principio, sino el final de todo!

-

¡Qué sabes tú! Es mejor que me expliques por qué no eres capaz de alimentarme más, por qué tu energía tiene límites.

-

Si tú no puedes encontrar la respuesta, ¿cómo puedo yo?

-

Los sueños se desgastan, se reducen a un puñado de harapos, ¡aquí tienes la respuesta! No produces nada nuevo porque tu energía no es de carácter cíclico y no se recupera. Un soñar pasivo, incluso acompañado de amor, es pasajero y escaso respecto a la producción.

-

Sí, Derial, tienes razón, Derial, - reiteraba cabizbaja.

-

Cuando te vi por primera vez sentí unos indicios familiares de la presencia de un portador. El oído se agudizó hasta tal grado que la fricción de polvo lo hería. Las manos empezaron a doler, una serie de picaduras en los dedos. La piel emitía una luz fosforescente. Y ahora no queda nada, prácticamente nada.

-

Sí, Derial, tienes razón, Derial, todo se ha ido, todo se ha secado.

-

¡Corta la vieja canción! ¡Basta! Concéntrate y entrégame las ascuas que todavía arden en ti. ¡Te pido los últimos rescoldos! ¿Acaso no te honra? Sin mí morirías en un callejón sucio y no le servirías a nadie. Venga, Sonechka, tensa cada músculo de tu cuerpo y olvídate de todo excepto el amor por mí, el amor que devora el sentido común. La mayoría de humanos nace para ser víctimas, lastre, pasto ajeno, abono, estiércol, pero tu sacrificio es de lo más singular. Cumple bien tu servicio para que te recuerde con gratitud. Te ayudaré. ¡Vamos a la cabaña!

El toque de tambor seguía resonando en sus oídos, forte y crescendo. En un lugar recóndito de su subconsciente iban brotando lágrimas por una pérdida irrecuperable y, sin embargo, el deseo de estar con su elegido y de hundirse por completo en Nada se apoderó de cada partícula de su ser. Esta vez el tacto de Derial congelaba mucho más que de costumbre. Esta vez no hubo juegos preliminares. Se colocó encima de ella, la abrió de piernas al máximo, ensanchó cuidadosamente el canal apretado de sus futuras delicias y la traspasó con el filo ardiente del odio. Sí, en efecto, se trataba de un final, una separación, una desconexión, un corte de corriente, una amputación, una necrofilia, un puro Tanatos.

Durante toda la noche no la abandonaba la sensación de que estaba enterrada en un reloj de arena. Durante toda la noche no la abandonaba la sensación de que un frío viscoso soplaba por los pasillos de sus venas. Durante toda la noche no la abandonaba la sensación de que la habían emparedado en un convento destruido. Durante toda la noche no la abandonaba la sensación de que una manta pesada cubría su rostro y la dejaba asfixiada. La pasión por Derial buscaba su salida y no la encontraba. Antes tenía una ilusión ingenua de que el sexo le daría una pista a la comprensión de su personalidad, pero fracasó en sus cálculos. En lo ocurrido no había nada recíprocamente íntimo. Nunca experimentaba una soledad tan absoluta, nunca intuía la presencia de un hueco cósmico a una distancia tan próxima. Y a pesar de todo eso, Sonia no renunció a una alegría paradójica de que estaba precisamente con ella, precisamente en aquel momento, precisamente en aquella cabaña inundada de tinieblas. El susurro de hierbas, el rechinar de pinos, la ululación esporádica de búhos y otros sonidos nocturnos se invistieron de un sentido sagrado para ella. Se agarraba de sus hombros más duros que el mármol, se agarraba del reflejo rojizo de su mirada y rogaba que la muerte viniera antes del amanecer. Al despuntar el alba, a la hora mágica cuando la naturaleza guardaba un silencio perfecto en la espera del Nacimiento, los islotes aislados de la energía no utilizada se unieron en una línea recta, se transformaron en un deslumbrante pájaro de fuego que se escapó de su cuerpo con un salto y se infiltró en las células de Derial. El sonido de tambor desapareció, sustituido por cascabeles de plata. El cerebro de Sonia se llenó de asociaciones tradicionales: una explosión bendita, una luz en el final del túnel, una descarga de lava volcánica. Al instante fue envuelta en un velo tupido de un sueño sin sueños como si alguien hubiera volcado un barril de tinta sobre su cabeza.