Depredador (I): recuerdos.

Martín piensa que ha dejado atrás su terrible pasado. Pero el destino se encarga de que así no sea.

I

Martín se levantó a las seis de la mañana… Igual que todos los días. Hacía algo más de cuatro años que ese viejo despertador sonaba impasible siempre a la misma hora;  que hoy fuera domingo no marcaba ninguna diferencia nada para él.

Después de hacer su rutina de ejercicios vespertinos en la otra habitación que había en su pequeño apartamento, y que consistían en varias tandas de abdominales, flexiones, y dominadas que repetía marcialmente hasta que su cuerpo quedaba totalmente exhausto, se dispuso a salir a correr durante una hora para dar por finalizado su entrenamiento, aprovechando la tranquilidad que le ofrecía la calma que aun reinaba por las calles a esas horas.

Poco importaba que el frío cortara la piel de su cara a cada zancada que daba durante ese amanecer del mes de Enero. Los cascos sobre sus oídos, y la discografía completa de The Creedence que salían por ellos a todo volumen, hacían que el despertar gélido de la ciudad y el sudor que emanaba de su piel por el esfuerzo, calmasen en parte todos los demonios que le acompañaban desde niño, y que tanto sufrimiento le había costado dejar al fin atrás.

Mientras el sonido de su agitada respiración se mezclaba con el de las canciones de aquella extinta banda estadounidense de Rock, y el ruido que hacían sus zapatillas de deporte al pisar los congelados adoquines de las aceras, observaba como las furgonetas de reparto de prensa hacían su parada diaria en los pocos quioscos que aun quedaban por su barrio, a la vez que jóvenes parejas retozaban en los portales después de una larga noche de juerga.

El mirar de pasada como algún chico en cuestión metía la mano bajo la falda de su acompañante, mientras ella hacía lo mismo en la bragueta de él, acompañado todo por los jadeos que salían de sus bocas y que eran ahogados por las lenguas de ambos tratando de comerse la una a la otra, ya no tenía ningún efecto sobre Martín Vega.

La persona que era antes se habría escondido tras algún coche para observar la escena con detenimiento, mientras el veneno que corría por su sangre desataba su instinto más animal, y la voz que vivía dentro de su cerebro le daba indicaciones precisas de lo que debería hacer a continuación.

Pero todo eso había quedado atrás desde aquel último y terrible episodio de locura. Se juró así mismo que aquella barbarie que había cometido jamás se volvería a repetir, y que pondría freno de una vez por todas a aquella tormenta de miedo que había desatado durante más de diez años en la ciudad que le había visto crecer. Pero eso sí, fue incapaz de no guardar en su preciado cofrecito de madera, que escondía celosamente tras un armario, el recuerdo que se había llevado del cuerpo de aquella mujer, y que haría compañía para siempre al resto de sus "trofeos".

María, su apreciada psiquiatra, le había diagnosticado un trastorno maniaco depresivo con claros indicios de bipolaridad. Los síntomas que Martín arrastraba  y que había dado a conocer a su terapeuta, fueron claves para su diagnóstico: episodios anormales de optimismo, nerviosismo o tensión; aumento de actividad o agitación incontrolable; sensación exagerada de bienestar y euforia; falta de sueño; locuacidad inusual; frenesí de ideas; distracción; y la toma de malas decisiones, como hacer inversiones absurdas o tener prácticas sexuales de riesgo, habían llevado a su salvadora, como él la llamaba, a tal conclusión.

Y todo eso era cierto… Absolutamente todo. Únicamente había obviado un pequeño detalle que no se había atrevido a mencionarla durante sus largas sesiones de terapia. Y era algo que de haber dado a conocer a la señora Sánchez, habría supuesto su ingreso en prisión de por vida.

Sobre todas las cosas que le volvían loco en su triste existencia, había una que resaltaba sobre el resto de las demás, y que esa maldita voz siempre le decía que aquello hacía de él alguien inigualable y muy especial… Le encantaba matar.

Pero ya era una persona nueva. Su esfuerzo personal, la disciplina diaria, la decisión de cambiar de trabajo y abrir una pequeña cafetería, y sobre todo la medicación que llevaba tomando desde hacía cuatro años, habían conseguido controlar su psicótica enfermedad; ganando al fin la batalla al monstruo que llevaba dentro, y que tanto daño había causado en aquellas personas con las que dio rienda suelta a sus más bajos instintos.

Regresó de vuelta a casa a eso de las ocho. Se preparó un descafeinado y un par de tostadas para desayunar antes de darse una ducha de agua fría. Siempre agua fría. Eso formaba parte de su tratamiento; o eso pensaba él cuando todos sus definidos músculos se tensaban a causa de la contracción que sufrían al encontrarse con el agua.

Después se afeitó como todos los días. Con cada lenta pasada de la cuchilla sobre su cara, se aseguraba de que ningún resto de pelo quedara sobre ella. Le gustaba ir bien acicalado. No es que le importase lo más mínimo que ninguna mujer se fijase en él. De hecho procuraba mostrarse indiferente ante las insinuaciones que muchas chicas le hacían cuando él las llevaba la cuenta a la mesa correspondiente. Parecía que la fea cicatriz que surcaba su rostro en forma diagonal, desde algo más arriba de la ceja izquierda hasta su pómulo, le daba un aspecto peligroso; y eso le encantaba a muchas de sus clientas. Pero ya no quería volver a sentirse tentado por su pasado. Las daba las gracias educadamente por su visita y se marchaba otra vez a la barra, dejando atrás los cuchicheos que se traían entre ellas, y otra cosa mucho más terrible que no imaginaban: el deseo atroz que seguía apareciendo de vez en cuando por su mente, y que no era otro que el de violar una y otra vez los cuerpos de esas ignorantes hasta su muerte.

Miró su reloj y se apresuró en vestirse. Hoy era domingo. Y como todos los domingos hacía una visita a su madre. No era plato de buen gusto ir a visitarla, de hecho, lo odiaba. Cada vez que escuchaba el desprecio hacia su persona que salía en forma de insultos por la boca de la mujer que le había dado la vida, hacía que recordase una y otra vez las terribles palizas que su padre le daba cuando él era niño cada vez que llegaba borracho a casa, mientras ella se mantenía impasible y se reía viendo como le molía el cuerpo a patadas. O cuando él volvía orgulloso del colegio con las excelentes notas de ese trimestre, y la única felicitación que recibía por parte de su madre era la del más absoluto desprecio por su esfuerzo, mientras le decía que de poco le iban a servir los estudios a un inútil como él, a la vez que Martín se marchaba a su habitación sin poder reprimir las lágrimas.

Después de la muerte prematura de su padre a causa de un tumor en el hígado, cosa que celebró en lo más profundo de su ser, dieron por finalizados los maltratos físicos. Pero la indiferencia y los agravios de su madre todavía seguían ahí; en forma de taladro invisible que traspasaba su cerebro. Sólo la compañía de esa voz que tanto le había costado hacer desaparecer, fue el único consuelo que tuvo durante tantas y tantas noches de su infancia en las que el miedo y el dolor hacían compañía a sus pesadillas.

Pero al igual que todo lo que intentaba borrar del sus recuerdos, aquello también había quedado atrás; o al menos no ya producía el mismo efecto en él.

Se vistió con la ropa que tocaba ese día de la semana, que era otro de los hábitos de la vida que ahora llevaba, cogió la bolsa con la comida que la cocinera que tenía contratada preparaba cada sábado antes de cerrar la cafetería para llevársela a su madre, y se miró en el espejo del recibidor que tenía al fondo del pasillo.

-Bueno, Martín. Hoy seguro que mamá tiene alguna palabra de afecto para ti -dijo a la alta figura que se reflejaba en el cristal, sin saber que esa noche volverían otra vez todos los demonios que creía haber encerrado para siempre… Y de la forma más cruel que jamás había podido imaginar.

II

Unas horas antes Sonia se retorcía entre las sábanas de su cama mientras notaba las pasadas que la lengua de ese chico daba entre los labios de su sexo. No era nadie especial para ella; sólo otro que había conocido en una aplicación de contactos, y que cada cuatro o cinco meses utilizaba para satisfacer los deseos que tenía como mujer.

-Así, joder… Sigue así… No pares, cabrón…

-¿Te gusta cómo te lo chupo, ehh?... Joder que buena que estas, coño… Podría estar así toda la noche sin cansarme -decía el afortunado joven mientras devoraba el clítoris de aquella preciosa mujer que había visto por primera vez en su vida quince minutos antes.

Sonia, a sus treinta y seis años, seguía conservando el mismo físico envidiable que tenía justo después de terminar su carrera de derecho y entrar en el Cuerpo Nacional de Policía; tras su paso por la academia de formación en Ávila. Siempre le había gustado el deporte, y aunque el ascenso a inspectora jefe de homicidios, que se había ganado por méritos propios aunque muchos de sus compañeros no pensasen de igual forma al verla tan joven, le quitaba casi todo el tiempo libre del que disponía, siempre conseguía arañar unos minutos al día para poder mantenerse en forma dentro del pequeño gimnasio que había en la comisaría.

-Para ya, tío -susurró despacio a su amante- ¡Que pares ya, joder! -gritó Sonia a los veinte segundos al ver que aquel capullo no la hacía ni caso. El chico se incorporó con sorpresa ante la orden que aquella morena de ojos penetrantes le había dado.

-¿He hecho algo mal, Sonia? -preguntó sorprendido mientras se limpiaba la boca de los fluidos que ese rasurado sexo había soltado.

-Túmbate en la cama y cierra el puto pico -dijo tajante, para después ver cómo el joven se retiraba a un lado del colchón y obedecía sin rechistar.

Sonia se sentó a horcajadas sobre las piernas de aquel afortunado chico, y después de agarrar su polla con la mano, la introdujo de una sentada en el fondo de su húmeda vagina, para empezar a cabalgarle de forma desenfrenada hasta que consiguió que todo el semen que el chaval había conseguido retener a duras penas soportando la bestial follada que esa mujer le estaba dando, quedase atrapado dentro del preservativo que llevaba puesto.

La inspectora ni siquiera estuvo cerca del orgasmo; para eso hacía falta mucho más… Y ni tenía tiempo ni ganas. Ese hombre sólo la había servido para desfogarse un rato después de toda la mierda que tenía que aguantar diariamente en su trabajo.

-Ya te puedes marchar -dijo Sonia al acabar el cigarro que siempre se fumaba después de echar un polvo. O algo parecido a lo que eso significaba, pensó.

El joven entendió a la primera lo que aquella preciosa pero fría mujer le había dicho sin apenas mirarle a la cara. Después de quitarse el condón y dejarlo sobre el cenicero, se vistió apresuradamente para disponerse a salir de la casa en la que apenas había estado más de una hora.

-¿Te puedo llamar algún día? -preguntó antes de salir por la puerta de la habitación.

-No -respondió tajante la atractiva mujer, mientras se encendía otro pitillo y enseñaba su placa de policía, para volver a recostarse sobre el cabecero de la cama después.

-Va, vale, Sonia… Cuídate, adiós.

Ni siquiera se molestó en devolverle la despedida. Cuando escuchó la puerta que daba a la calle cerrarse, se levantó e inspeccionó todas las estancias de la casa. Sabía que aquel hombre al que se había follado era totalmente inofensivo, pero su instinto de policía la hacía comportarse a menudo como los neuróticos que tienen que apagar y encender las luces de una habitación varias veces antes de quedar satisfechos.

Después de darse una ducha, en la terminó por regalarse a sí misma con los dedos el orgasmo que su incauto acompañante la había negado, se puso el pijama y fue como todas las noches a la habitación donde guardaba los archivos de todos los casos en los que había trabajado.

Pensaba que cualquiera que entrase allí se asustaría al ver las paredes llenas de estanterías metálicas repletas de carpetas marrones que escondían tanto dolor en su interior. Y para colmo, un montón de recortes de periódico empapelaban los escasos metros de pared que quedaban libres. Pero no la preocupaba el aspecto de todo aquello. Allí no pasaba nadie excepto ella.

Sonia siempre había leído que a todos los policías les atormentaba un caso que nunca habían podido resolver. Y era verdad. Encima del escritorio de aquel cuarto estaba el informe de uno que llevaba paralizado cuatro años, y al que la habían asignado al poco tiempo de ascender a subinspectora  bajo las órdenes de Pablo Dueñas; su mentor.   Pero no era un caso cualquiera. Era su caso… Y el de un montón de buenos policías que habían tratado de resolverlo durante diez largos años sin conseguir ningún resultado.

En la carpeta había escrito un número de expediente con varios dígitos, pero por todo el mundo era conocido por el sobrenombre que la prensa le dio en su momento: el Depredador.

Cuando la joven se incorporó al equipo que trataba de dar caza a ese asesino en serie, ya llevaban tras el cuatro años en los que lo único que habían conseguido era dar palos de ciego sobre cualquier pista que creían tener. Al igual que los seis siguientes, en los que ella y el resto de su unidad seguían sin obtener resultados en la investigación. Pero los terribles crímenes continuaban produciéndose en intervalos de trece meses más o menos.

Un total de dieciocho víctimas: diez mujeres comprendidas entre los veinticinco y los cuarenta años, y ocho hombres entre los mismos rangos de edad.

Los dos primeros casos se dieron hacía catorce años, cuando ella seguía cursando sus estudios. Dos mujeres de veintisiete y treinta años respectivamente; que aparecieron terriblemente mutiladas y con signos claros de que habían sido brutalmente violadas antes de morir. La primera fue encontrada en un vertedero a principios de Febrero de dos mil cuatro, justo una semana después de que sus padres denunciaran su desaparición. Y la siguiente un año después; pero esta vez el cuerpo apareció en su casa al cabo de una semana de su asesinato, después de que los vecinos del inmueble denunciasen el mal olor que salía de su apartamento.

Al encontrar esta última, los investigadores unieron ambos sucesos a causa del modus operandi que tenía el asesino. Aparte del terrible ensañamiento con el que habían tratado los cuerpos de esas pobres mujeres antes de fallecer, había un detalle que la policía no había pasado por alto, y que  volvería a repetirse en las ocho siguientes. A todas les habían cortado el pezón del seno derecho.

Las siguientes víctimas fueron todas parejas. A tres de ellas las habían encontrado dentro de sus coches, donde el asesino les había sorprendido mientras copulaban en el interior de estos. Y las cinco restantes en sus domicilios particulares. Cabe destacar que los varones habían sido apaleados con saña hasta morir por los terribles golpes recibidos, y que posiblemente no habrían sido testigos de lo que el hombre que había acabado con su vida iba a hacer después con la de su pareja. Sonia pensó que al menos eso se habían ahorrado.

Cuando ella entró en el caso, el Depredador había acabado con la vida de cuatro mujeres y dos hombres. Fue entonces cuando una filtración salió a la luz y los medios de comunicación dieron a conocer que un asesino en serie andaba suelto por la ciudad; aterrorizando con ello a toda la población de esta, y con el transcurrir de los años al país entero.

Hasta ese momento la policía española pensaba que estos individuos eran feudo de otros países como Los Estados Unidos, Rusia o la India; grandes extensiones de terreno con muchos millones de habitantes, donde un sujeto así sería más difícil de atrapar entre tanto territorio. Pero aquello desgraciadamente no era cierto. Aquel asesino operaba en un estado con apenas cuarenta y siete millones de habitantes. Y lo peor de todo es que no tenía nada que envidiar a ningún Andréi Chikatilo o Ted Bundy, que se comparasen con él.

El semen que encontraron dentro de los orificios de las mujeres era el mismo. Eso lo único que el Depredador no se había encargado de hacer desaparecer en la escena del crimen. Imaginaron que eyacular repetidamente dentro de sus víctimas era parte de su macabro juego.

Pero esta pista tampoco era de gran ayuda. Cotejaron el ADN encontrado en sus fluidos con el de más de cinco mil ex convictos que habían salido de la cárcel dos años antes de dar comienzo a todo. Pero no encontraron ningún resultado positivo. Después probaron con todos los delincuentes sexuales por pequeño que hubiese sido su delito… Y nada.

Entre risas de desesperación, algún policía había pensado que si obligaban a hacerse una paja a unos diez millones de hombres, igual daban con el suyo. Pero eso era inviable, aunque Sonia llegó a pensar que esa posiblemente sería la única solución para dar con él.

Las víctimas no se conocían entre ellas, dejando a un lado las parejas. Los trabajos que todas tenían eran dispares entre ellos; había dependientas, un abogado, mozos de almacén, una arquitecta… No había nada que las uniese, excepto las terribles heridas con las que aparecían sus torturados cuerpos y las mutilaciones genitales que se presentaban en todas las mujeres; aparte de ese pezón que siempre faltaba en el pecho derecho de todas ellas.

Pidieron ayuda a un agente del la Agencia Federal de Investigación Norteamericana, que tras varios meses de asesoramiento sólo les había detallado un perfil psicológico de aquel "serial killer", como él lo denominaba: varón de raza blanca; con una edad comprendida entre los veinticinco y los cuarenta y cinco años; posiblemente de gran altura y con buena forma física; coeficiente intelectual alto, aunque no pensaba que desarrollase ningún trabajo acorde con sus posibilidades; soltero y sin hijos; introvertido aunque seguramente sociable; y algo que a nuestros agentes les chocó sobremanera. La deferencia que había tenido en dejar abrazadas en la cama a las dos últimas parejas,  y que denotaba que el asesino tenía algún tipo de sentimiento de culpa por lo sucedido. Eso descartaba a cualquier psicópata de manual. Algo en eso cuatro asesinatos, y en los dos que vendrían en dos mil dieciséis, les decía que un atisbo de remordimiento había aparecido en él. Los crímenes eran igual de macabros que los anteriores, pero esa forma en la que había dejado a esas tres pobres parejas daban en algo más en lo que pensar. O simplemente había aparecido la vena artística en al aquel hijo de la gran puta, como pensaba Sonia.

De todas formas, aunque la inestimable ayuda de aquel discípulo de Robert Ressler estrechaba bastante el cerco, aun había muchos hombres que podrían responder a ese perfil. Era como buscar una aguja en un pajar.

Y seis años después de que aquella joven subinspectora entrara en el caso, todo terminó. El Depredador dejó de actuar. Durante los últimos cuatro años no se había vuelto a producir ningún crimen de esas características. Nadie imaginó que algún día se detuviese sin más. Algo había pasado, y nadie excepto él sabía con certeza el por qué de ese parón repentino; aunque toda la sociedad descansó al ver que los meses pasaban, y los periódicos empezaban a olvidar el asunto. La policía pensó que la teoría de la Navaja de Ockham explicaría el cambió de parecer del asesino. Si había dejado de actuar, posiblemente sería porque habría muerto; o eso deseaban al menos. No le buscaron más sentido, y agradecieron que ese demonio que había aterrorizado a medio país, hubiese dejado de matar… Por el motivo que fuera.

Sonia miró el reloj que colgaba sobre una pared. Las cuatro de la mañana. Menos mal que acaba de comenzar el domingo y podría dormir el resto del día, pensaba. Salió del cuarto y se dirigió al baño antes de irse a la cama para poder seguir con sus fantasmas allí.

Mientras se cepillaba los dientes se dio cuenta de que una mosca revoloteaba cerca de la luz del mueble del baño. Sonrió con malicia al verla, y se miró en el espejo.

-Se que no has muerto, hijo de la gran puta. Eres como el Virus del Ébola; hace todo el daño que puede y vuelve a la selva para esconderse. Pero sé que estas ahí… En algún sitio… Y tarde o temprano volverás a actuar -dijo en voz baja al cobijo de los azulejos del servicio, para después apagar la luz e irse a intentar descansar un rato.

III

Martín paró el motor de su viejo Volkswagen al lado de la casa donde vivía su madre desde hacía más de cinco años, y que se encontraba en un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara; a una hora escasa de Madrid Capital.

Anteriormente en ella habían vivido sus abuelos, que eran las únicas personas que siempre le habían querido de forma incondicional. Recordaba con nostalgia como su abuelo le daba largos paseos por el monte en verano, mientras su abuela les esperaba con un vaso de limonada cuando regresaban a casa. Sólo tenía cinco años por aquel entonces, pero en su memoria estaban grabados a fuego aquellos días como los más felices de su vida.

Poco después de que Martín cumpliese los veinticuatro años, murió su abuelo de un infarto cerebral. Su esposa no pudo soportar la falta del hombre con el que había pasado casi toda su vida, y al año siguiente falleció ella también; de pena como él siempre solía decir. Nunca se llegó a recuperar de esa pérdida.

Al poco tiempo su madre vendió el destartalado apartamento donde se habían criado él y todo el odio que llevaba acumulado en su interior, y se trasladó a ese pequeño municipio de apenas quinientos habitantes… Tres meses después, comenzaron los terribles asesinatos.

-Buenos días, mamá, ¿estás en casa? -preguntó Martín después de utilizar el juego de llaves que tenía de esa vivienda, y entrar por la puerta con la bolsa llena de tapers de comida que había traído consigo.

-¡En la cocina! -gritó su madre.

Martín atravesó el pasillo mientras se fijaba en que la casa seguía igual de sucia que el domingo anterior. El polvo que había sobre los muebles y el desagradable olor a cerrado, le decían que todo seguía como siempre.

-Hola mamá, ¿Cómo ha ido la semana? -preguntó mientras metía una tartera en la nevera y el resto de la comida en el congelador.

-¿Tu como crees que me ha ido, gilipollas? -el primer insulto del día, pensó Martín sin darle importancia- ¡Y te he dicho que no me vuelvas a traer más comida preparada por esa asquerosa china!.

Aurora siempre se refería de forma despectiva a la cocinera de origen asiático que su hijo tenía contratada desde que abrió hace cuatro años la cafetería.

-Se llama Aiko, mamá… Y no es ninguna asquerosa. Además, se queda siempre preparando lo que te traigo después de terminar su jornada de trabajo, y nunca me ha pedido dinero extra por ello. No deberías hablar de esa forma de ella.

-¡Pues me suda el coño que lo haga! Yo no se lo he pedido, y a ti tampoco… Además, seguro que te la estás follando desde que abriste esa mierda de bar. Si tu padre levantase la cabeza te mataría de una paliza si viese a la basura que tienes por cocinera -hizo una pausa y se encendió un cigarro- Aun no sé cómo le detuve el día que casi te mata a golpes cuando cumpliste los diez años.

Martín tenía bien presente esa mañana en su cabeza. La cicatriz que atravesaba su ojo se encargaba cada vez que se miraba al espejo de que no se le olvidase. Aun se levantaba empapado en mitad de algunas noches  cada vez que sus sueños se transformaban en pesadillas recordando lo sucedido. Pero quiso zanjar el tema; no llevaría a ningún lado esa discusión.

-¿Te hiciste los análisis el miércoles pasado? -preguntó Martín, recordando que ese día su madre tenía que acudir a revisión como todos los años desde que superó un cáncer de mama que le diagnosticaron once meses antes de que él se independizase al fin; gracias a los ahorros que tenía desde que empezó a trabajar a los dieciséis años como cerrajero. Habían pasado ya casi cuatro lustros de aquello, pero no olvidaba las noches que había pasado en vela mientras sujetaba la cabeza de su madre a la vez que ella vomitaba sobre cualquier lugar de la casa, a causa de los efectos secundarios de la quimioterapia. También recordaba cómo le decía a todas horas que el cáncer que tenía era a causa de amamantarle cuando era bebe, y que si le hubiera tirado al primer contenedor de basura cuando dio a luz, eso no habría pasado.

Esas frases y otras mucho peores eran las que Aurora soltaba por la boca mientras su hijo limpiaba los restos de vómitos del suelo, para después llevarla en brazos hasta la cama, y esperar pacientemente a que ella se quedase dormida; perdiendo las horas de sueño que tanto necesitaba antes de ir a trabajar. Pero siempre pensó que era su obligación como hijo soportar aquello, aunque a cada minuto que pasaba a su lado desease que la enfermedad la destrozase por dentro de una vez por todas.

-¿Para qué cojones voy a ir al médico, a ver? -preguntó y se levantó el mugriento jersey que llevaba, dejando ver a su hijo el pecho derecho reconstruido bajo ese obeso torso- ¡Mira qué maravilla, Martincito! A que esa zorra asiática no tiene unas tetas tan bonitas como tu madre -exclamó mientras se apretujaba con la mano el seno cubierto de silicona- La lástima es que los pezones no entraban en el paquete… Pero he visto en la televisión que te pueden tatuar uno si quieres… Y encima te lo hacen gratis, los muy atontados.

Martín no podía seguir viendo aquello por más tiempo. Nunca perdió la esperanza de que Aurora se convirtiese algún día en esa madre que nunca tuvo. Pero cada día que pasaba, se daba cuenta de que eso que tanto ansiaba nunca sería posible. Siempre le había odiado. De hecho el único momento en que se podía decir que intercedió por él, fue esa mañana en la que cumplió los diez años.

Después de ir a comprar el pan, los dos comieron en la mesa de la cocina. Ni la madre ni el hijo intercambiaron palabra alguna. Cuando terminaron  Aurora se echó una de sus largas siestas, mientras él pasaba la tarde adecentando un poco la casa y reteniendo a duras penas la bilis que ansiaba salir de su estómago; síntoma de que todo su cuerpo le decía que ya era hora de marcharse de aquel infecto lugar. Miró su reloj y vio que ya eran las casi las nueve de la noche.

-Bueno, mamá. Ya he terminado de limpiar. Me voy a Madrid antes de que se haga más tarde. Te he dejado café recién hecho, y la cena está sobre la encimera -susurró tras la rendija de la puerta del cuarto de su madre antes de despedirse; soportando cómo podía el nauseabundo olor a rancio que salía de allí.

-¿Para qué cojones me despiertas, imbécil?, ¿te he dicho yo que me molestases?... ¡Anda y vete ya a tomar por el culo! -gritó enfadada Aurora, mientras lanzaba el cenicero que tenía en la mesilla de noche contra el marco de la puerta; con la intención de que este se estrellase contra la cara de su hijo- Y por cierto, ni se te ocurra dejar preñada a esa guarra… Como algún día me traigas aquí alguna basurita amarilla de ojos rasgados, te juro por la tumba de tu padre que le rompo sus pequeñas costillas de una paliza, al igual que lo hacía él contigo.

Poco importaba que Martín la dijese una y mil veces que Aiko y él nunca se habían acostado. Cierto es que la joven era un encanto, pero nunca se atrevería a rozarla ni un pelo de su cabello. Durante esos cuatro años que habían pasado desde que la conocía, ella también había sido un bálsamo para su cerebro cuando tenía algún día malo. Y entre esa guapa joven y él había surgido una relación de aprecio sólo comparable a la que tienen dos grandes amigos. Pero no pensaba volver a repetírselo otra vez; únicamente quería salir de allí de una vez.

-Hasta el domingo que viene, mamá -dijo mientras contenía la rabia apretando los puños, para después cerrar la puerta de ese cuarto despacio, y salir de esa maldita casa de una vez.

Cuando Martín se disponía a abrir el coche, escuchó los gritos de un hombre que se encontraba a escasos diez metros de su posición.

-¡Te he dicho que nos vamos ya a casa, payaso! ¡Estoy hasta los huevos de tener que sacar de paseo al crío de una zorra sólo por poder follármela esta noche! -le gritaba a un niño de unos cuatro años que jugaba con su pequeña bicicleta sin pedales a pocos metros de distancia- ¡Te he dicho que vengas aquí, bastardo! -se acercó al pequeño para después agarrarle con fuerza de la oreja y zarandearle hasta tirarlo al suelo.

Viendo como el niño se llevaba una de sus manitas al oído mientras no paraba de llorar, Martín no pudo aguantar más y se dirigió hacia aquel sujeto.

-Perdone caballero, pero no creo que esa sea forma de tratar a su hijo -dijo con tranquilidad al grueso espécimen que tenía delante.

-No es mi hijo, gilipollas… Además, ¿para qué cojones te metes tú donde no te llaman? -replicó el gordo mientras sacaba la bicicleta de entre las piernas del pobre niño- ¡Levanta de una vez capullo, que tengo el culo congelado de estar aquí!

Mientras el hombre seguía soltando improperios al asustado pequeño, algo en Martín empezaba a despertar otra vez después de tanto tiempo.

-Disculpe, pero creo que no me ha entendido bien -dijo mirando al hombre de tal forma que este soltó al momento el pequeño juguete que tenía en la mano- No pienso consentir que trate así al chaval… Lo mismo me da si es su hijo o no.

-Te he avisado, tocapelotas -amenazó el hombre y lanzó un puñetazo al desconocido individuo que le reprendía aquella helada noche.

Martín paró el golpe con el antebrazo prácticamente sin inmutarse, y después con la mano del brazo que tenía libre agarró el cuello del desprevenido agresor, mientras apretaba los labios con la misma fuerza que la tráquea de aquel desgraciado.

-Estoy harto de aguantar a mierdas como tú durante toda mi vida -susurró mientras el hombre ponía las dos manos en los antebrazos de aquel extraño- Llevo años viendo cómo basura de tu calaña daña a la gente indefensa… Pero ya estoy harto de mirar para otro lado -y seguía atenazando con sus dedos el cuello de aquel tipo, mientras este caía de rodillas en la acera y abría la boca tratando de coger aire- ¿Ahora no eres tan valiente, a que no, escoria?

Y seguía aplastando el gaznate de ese hombre mientras la cara de este se empezaba a poner morada por la falta de oxigeno, y de su boca comenzaban a salir babas que resbalaban por su barbilla. Y hubiese seguido hasta matarle; ya estaba fuera de control. Pero en su mente volvió a escuchar a alguien que prácticamente había conseguido olvidar desde que empezó su nueva vida.

"Eso es Martín… Acaba con él… Pero déjale que siga sufriendo un poco más… No sabes el tiempo que llevaba esperando esto, amigo"

-¡Nooo! ¡Otra vez nooo!... -gritó Martín mientras soltaba el cuello del casi desvanecido sujeto y llevaba sus manos hasta la cabeza- ¿Pero cómo has podido volver? Me tomo la medicación como todos los días… ¿Cómo es posible? -se preguntaba en voz alta ante la aterrorizada mirada del hombre que había en el suelo; y que seguía tratando de recuperar la respiración.

"¿De verdad crees que esas pastillas que te tomas cada mañana iban a conseguir hacerme desaparecer, amigo mío?... De eso nada… Sólo he estado callado durante cuatro años, esperando pacientemente a que tu volvieses a darte cuenta del magnífico hombre que eres, Martín?"

-Cállate ya, por favor… Cállate ya, te lo ruego…

"Sabes que no voy a hacerlo, amigo. No te imaginas lo que echaba de menos esas largas conversaciones que ambos teníamos desde que eras pequeño… Aunque no te voy a engañar si te digo lo mucho que me ha dolido que tratases de olvidarme… ¿Ya no te acuerdas de quién se pasaba las noches tratando de consolarte después de que ese hijo de la gran puta te moliese el cuerpo a golpes?... Pero no te guardo rencor, Martín. Para que están los amigos, ¿no?"

-Déjame en paz, Misha, Te lo suplico… Déjame de una vez, por favor.

Martín daba vueltas sobre sí mismo mientras se estrujaba las orejas con las manos, y no paraba de hablarle a la fría noche; repitiendo una y otra vez ese nombre que el sólo conocía. No paraba de pensar en qué había fallado en su tratamiento. Había hecho todo lo que la señora Sánchez le había dicho para tener controlada su enfermedad. Se medicaba todos los días, había dejado su antiguo trabajo, se ejercitaba frecuentemente… Pero esa voz había vuelto. Esa voz que apareció un día en su interior hace tanto tiempo que ya ni lo recordaba. La cabeza le iba a estallar, pero una manita que tiraba de su gabardina consiguió que regresase a la realidad.

-¿Quién es Misha, señor? -preguntó el niño mientras se frotaba las lágrimas con la manga de la chaqueta.

-No es nadie, pequeñín -hizo una pausa recobrando la compostura tratando de buscar una explicación para ese hombrecito- Bueno, la verdad es que Misha es el amigo que me ha ayudado a regañar al señor que te acompañaba, cuando hemos visto lo malo que era contigo -trató de tranquilizar al niño que aun se llevaba los deditos a la colorada oreja- ¿Te duele mucho? -le preguntó dulcemente a la vez que le ponía bien las gafitas naranjas que llevaba.

-No señor… Ya soy muy fuerte… Casi no me duele -respondió el pequeño mientras se sorbía los mocos de la nariz.

-Ya lo sé, campeón, ya lo sé -susurró a ese indefenso niño que tanto le recordaba a él después de que su padre le diese alguno de tantos golpes- Oye… ¿Y cómo te llamas?

-Me llamo Lucas, señor… Lucas Arroyo -dijo sonriente y orgulloso el pequeño mientras estiraba su brazo hacia Martín.

-Pues encantado de conocerte, Lucas Arrollo… Mi nombre es Martín Vega. Un placer conocerte -dijo y apretó la manita que tenía delante.

-Igualmente Martin -respondió educadamente Lucas, para después soltar la mano del desconocido que le había defendido, y ver como este se dirigía al hombre que dormía muchas noches en su casa.

-A ver, pedazo de mierda -comenzó a hablar Martín mientras agarraba con la mano el escaso cabello del tipo al que casi mata minutos antes- Esto es lo que vas a hacer… Vas a llevar a Lucas a su casa, y cuando le dejes, le vas a decir a su madre que lo vuestro se ha acabado. Me importa una puta mierda lo que la digas, pero hazlo. No quiero que el niño vuelva a ver tu sucia cara en lo que te quede de vida -se acercó más a su cara- El domingo que viene volveré por aquí, y pienso enterarme de si has vuelto a su casa o no. Y como lo hayas hecho procura ir armado cuando yo te encuentre. Porque hoy alguien que me ha detenido, pero la próxima vez que volvamos a encontrarnos, te pienso arrancar el corazón con la misma mano que hace un momento tenías en el cuello -el aterrorizado hombre asintió con la cabeza, mientras una mancha oscura se iba haciendo cada vez más grande entre sus pantalones. Se estaba orinando encima- veo que me has entendido perfectamente -dijo y escupió sobre la cara del agresor, que empezó a llorar como el pobre niño al que antes había tirado al suelo.

"Deberías sacarle la piel a tiras delante del chaval… Así nos asegurábamos de que jamás vuelva a poner la mano encima a nadie"

-Creo que ha entendido el mensaje perfectamente, no será necesario llegar a ese extremo… Y cállate ya .

Soltó al tembloroso hombre y se dirigió otra vez al pequeño, que había escuchado todo lo que su héroe había dicho, y se arrodilló ante él.

-¿Estás hablando con Misha, Martín?

-Si, Lucas… Pero no se lo puedes decir a nadie, ¿Vale?... Será un secreto entre los dos, colega… Y no vuelvas a preocuparte por…

El niño no le dejó terminar la frase y se aferró a su cuello lo más fuerte que pudo. Dando a ese extraño que hablaba con su amigo imaginario, al igual que él lo hacía con el suyo, la muestra de cariño más grande que nunca había ofrecido a nadie; ni siquiera a su mamá.

Martín al sentir como alguien le abrazaba de esa forma después de tantos años, se quedó paralizado unos instantes. Pero después de no poder contener una lágrima ante el gesto del niño, le rodeó con sus brazos tiernamente, consiguiendo que su rocoso corazón se ablandase otra vez después tantísimo tiempo.

Se despidió del pequeño y volvió a su vehículo. Esperó pacientemente con el motor al ralentí unos minutos mientras observaba como ese tipejo al que casi había ahogado dejaba a Lucas en su casa; y después de un minuto de charla con la madre del niño, salía corriendo calle abajo ante la sorpresa de aquella mujer.

"Tendremos que asegurarnos de que Lucas seguirá bien, Martín"

-El domingo que viene lo comprobaré, no te quepa la menor duda.

"Ese es mi querido amigo… No te imaginas lo que te he echado de menos…"

-Cierra la boca de una vez -dijo Martín mirando al retrovisor interior del coche, después de contestar a esa voz que en el fondo de su alma tanto había echado de menos.

Pero aparte de volver a escuchar a Misha, había otra cosa que había conseguido hacer hervir su sangre otra vez del mismo modo, y era algo mucho más terrorífico… El volver a sentir que tenía el poder de matar a quien quisiera. Y esa era la mejor sensación que había experimentado nunca.

IV

Mario había echado hacia atrás el respaldo del asiento del copiloto del coche de su novia para disfrutar más aun del las buenas maneras de Yolanda. Mientras se fumaba un porro veía la cabeza de la chica subir y bajar, a la vez que la boca de esta hacía desaparecer su polla una y otra vez ante su atenta mirada.

-Uff, joder… Sigue comiéndotela así… Como la chupas, cariño -decía el chico con voz entrecortada.

-¿Te gusta cómo te la chupo, cari? -preguntó la chica de forma picara después de abandonar el rabo del joven unos segundos y seguir con la promesa que le había hecho a su novio aquella tarde; que no era otra que hacerle una felación mientras esperaban a su presa.

-Joder que si me gusta, cabrona… Como la mamas, hija de puta.

Yolanda dejó lo que estaba haciendo y tras sacarse la polla de su novio de la boca, le agarró los testículos hasta que este soltó un grito de dolor.

-Te he dicho que no me llames así cuando te la chupo, cari… -dijo enfadada mientras hacia un mohín- Haces que me sienta como una puta cuando me insultas… Y no soy una puta.

El dolor que el chico estaba sintiendo hacía que le fuese imposible arrancar a reír cuando escuchó a su novia.

Cuando salió de la cárcel hacía dos años después de cumplir una condena por asalto con violencia, conoció a Yolanda precisamente en un club de alterne cercano a donde se encontraban. Después de subir la primera vez a la habitación de la chica y follársela de todas las formas posibles, había ido a verla asiduamente varias veces. Era la típica profesional que no le decía que no a nada. Y eso le encantaba. Empezaron a congeniar poco a poco, hasta que seis meses después de haberla conocido, le planteó la idea de abandonar su trabajo y dedicarse a asaltar por las noches junto a él, a los incautos que viajaban solos por las oscuras y poco transitadas carreteras comarcales de provincia. La chica no tardó demasiado en decidirse; estaba harta de que un montón de viejos degenerados se la tirasen previo pago mientras ella fingía que se corría una y otra vez.

La treta que utilizaban para parar a los coches era bien sencilla. Aparcaban su vehículo en alguna cuneta y desinflaban una de sus ruedas. Cuando veían que se acercaba alguna luz, Mario se escondía en algún sitio, mientras ella, vestida con ropa provocativa, fingía que intentaba cambiar el neumático hasta que algún conductor paraba para socorrerla. Le sorprendió la facilidad con qué aquellos ignorantes, por lo general hombres, se detenían en medio de un páramo perdido en plena noche para ayudar a una chica guapa. Cuando las confiadas víctimas bajaban de su coche para ayudarla, su novio les asaltaba por la espalda y les amenazaba con clavarles la navaja que siempre llevaba encima si no le daban todo lo de valor que tuviesen encima. Por lo general funcionaba casi siempre sin necesidad de utilizar la violencia, pero algún valiente se había atrevido a plantarle cara al ex convicto, y se había llevado varias puñaladas. Gajes del oficio, pensaba el joven.

-Lo siento Yoli, pero es qué viendo lo bien que lo haces me sale la vena cerda y no puedo remediarlo -dijo lo primero que se le ocurrió para tranquilizarla y que volviese a reanudar lo que había dejado de hacer- Venga joder, vuelve a chupármela, por favor… Estoy a punto de terminar.

-Vale, tonto… Pero no vuelvas a decirme esas cosas. Ya he aguantado a demasiados mierdas en mi vida, pero ellos me pagaban por consentirles todo, no como tú -lloriqueó fingiendo que estaba molesta, aunque muy en el fondo la dolía que su novio la tratase como los clientes que se metían entre sus piernas casi todas las noches del año.

-Lo siento Yoli… Anda métetela otra vez en la boca, no vaya a ser que nos salga trabajo antes de que termines.

No hizo falta nada más para que la joven volviese a mamársela con todo el ansia que podía. Se metía una y otra vez el rabo del chaval hasta el fondo de la garganta, y aguantaba un rato en esa posición hasta que volvía a sacarlo y recogía con la mano todas las babas que había dejado entre sus labios, para después devolverlas al lugar donde estaban antes y engullir de nuevo la polla de su novio; parando de vez en cuando para lamer sus huevos, y así poner aun más caliente al joven de lo que ya estaba.

-Puff, joder… Eres la mejor, cariño… Como la chupas, cielo… Me voy a correr en nada - decía jadeante mientras se terminaba el porro y lo tiraba los restos por la ventanilla.

-Vale, pero avísame cuando lo hagas… Ya sabes lo poco que me gusta el sabor del semen -suplico con voz melosa, después de sacar esa dura verga de su boca y seguir masturbándole mientras hablaba.

Después de escuchar la promesa de su novio de que no lo haría, siguió chupando de la misma forma que antes, hasta que Mario la agarró por el pelo y tomó el ritmo de la felación como hacía siempre cuando estaba a punto de eyacular. Comenzó a mover la cabeza de la chica frenéticamente arriba y abajo, mientras que su cadera trataba de acompasar el movimiento para que su rabo se incrustase lo más profundo que podía en la garganta de la antigua prostituta, a la vez que ella no paraba de toser y soltar mocos por la nariz, a causa de la violencia con la que él la trataba. Y como tenía por costumbre y olvidando su promesa, el treintañero delincuente se corrió en la boca de la chica, aprisionando los labios de la joven contra los pelos de su pubis, hasta que se aseguraba de que ella se tragaba toda la leche que había salido de sus testículos; mientras esta intentaba salir de allí golpeando repetidamente los muslos del chico con sus manos.

-¡Eres un hijo de la gran puta! -gritó Yolanda cuando su novio la dejó libre, mientras se limpiaba las lágrimas que habían salido de sus ojos por el esfuerzo.

-Venga ya, tía, no te pongas así… Si sabes que lo hago siempre -rió el joven mientras se guardaba el pene otra vez en los pantalones, para después intentar besar a su chica haber si conseguía calmarla.

-Eres un puto cerdo, joder… Bastantes veces he tenido que aguantar que los puteros se corriesen en mi boca, para que encima ver como mi novio me hace lo mismo cada vez que se la chupo, imbécil.

Pero Mario sabía cómo tratar a Yolanda. No era la primera vez que la consolaba a base de palabras cariñosas y besos robados, hasta que al fin se la pasaba el enfado. Pero una cosa tenía clara; la próxima vez que se la chupase se volvería a correr de nuevo en el fondo de su garganta.

Lo que el confiado delincuente no sabía es que no habría próxima vez…

V

"Me has echado de menos, ¿no, viejo amigo?"

-Ni me he acordado de ti en los últimos cuatro años. Y déjame en paz de una vez, Misha.

Desde que Martín salió del pueblo, no había dejado de responder a esa voz que salía de su cabeza. Pero como antes había pensado, en el fondo echaba de menos su compañía, y los buenos consejos que siempre le había dado desde que un día empezó a escucharla siendo niño. Al igual que sabía que esa relación tenía que acabar. Misha formaba ya parte de su pasado. Un pasado en el que había cometido atrocidades terribles siempre en la compañía de su fiel amigo imaginario. Y le había costado mucho ser la persona que era ahora; no podía volver a su vida anterior.

"Ya sé lo que estás pensando, Martín. Mañana volverás a coger cita con la doctora Sánchez y la dirás que los episodios psicóticos han vuelto. Ella te recetará más medicamentos de buena fe, y tú te los tomarás sin rechistar. Pensando que con eso volverás a tu aburrida vida en tu bonita cafetería"

-Eso es lo que pienso hacer. A si es que trata de no volver a hablarme mientras conduzco -le decía a su némesis al cobijo del silencio que había en esa solitaria carretera; en la que sólo se escuchaba el aire que entraba por la apertura de la ventanilla, y su propia voz tratando de contradecir a Misha.

"Sabes una cosa, amigo. Eres como los fumadores que dejan un tiempo el tabaco y creen que han olvidado para siempre el placer que sentían cada vez que encendían un cigarro. No Martín… No te engañes a ti mismo. ¿Has notado como volvías a respirar después de tanto tiempo mientras apretabas la tráquea de ese desgraciado?"

-No digas tonterías, Misha. Sólo trataba de ayudar a ese pobre niño.

"Y eso te honra, amigo. Sabes que siempre he apoyado todas tus decisiones, e incluso te aconsejaba como proceder cuando desempeñábamos esa labor tan importante que un día nos propusimos llevar a cabo".

-No había ninguna labor que justificase los crímenes que cometimos durante tantos años, por muy convencidos que estuviésemos.

"Vaya, Martín… Estas empezando a utilizar el plural cuando hablas de nosotros, igual que lo hacías antes. Y veo que no has olvidado el por qué de aquellos actos, viejo amigo. En el fondo sé que no me habías olvidado. Nos une demasiado sufrimiento pasado, y los dos lo sabemos"

- Yo solo sé el que el nombre por el que me conocían definía perfectamente la clase de malnacido que era.

"No vuelvas a repetir esa palabra en la vida. Sólo cumplíamos con nuestra misión. Y hacíamos lo que era necesario para hacer de este mundo un lugar mucho mejor. Esa gentuza merecía terminar de esa forma por la clase de personas que eran. Y por cierto… Me encanta el nombre por el que nos conocía la prensa… ¿¡Que son esas luces que hay delante!?"

El aviso de su viejo amigo sacó a Martín del trance en el que se encontraba recordando todo lo que había comenzado a pasar hacía tantos años, al darse cuenta que a unos cien metros delante suya, unas luces de emergencia resplandecían en la oscuridad de aquella fría noche del finales de Enero.

Pisó suavemente el pedal del freno y se fue acercando lentamente a aquellos destellos de color naranja. Al aproximarse, se dio cuenta de que pertenecían a un viejo coche que había en la cuneta. A su lado había una mujer agachada tratando de cambiar un neumático. Al ver lo que trataba de hacer se detuvo a su lado después de mirar por el retrovisor y cerciorarse de que no venía ningún vehículo detrás.

"¡Cuidado, Martín!"

-Señorita, ¿va todo bien?, ¿ha tenido alguna avería? -preguntó a la joven después de bajar la ventanilla del copiloto.

-Si señor, todo va bien, ha sido sólo un reventón -respondió Yolanda mirando hacia atrás, dando comienzo con ello al plan que Mario y ella pretendían llevar a cabo.

-¿Quiere que la eche una mano con esa rueda? -preguntó a la chica.

-Pues si no le importa se lo agradecería caballero. No consigo aflojar estos malditos tornillos -dijo convincente la mujer mientras sujetaba una gran llave de cruz que tenía sobre las manos.

-Aparco y vuelvo enseguida, señorita.

Martín volvió a acelerar y situó su coche justo delante de aquel viejo cacharro, para después apagar el motor y poner los cuatro intermitentes.

"¿No te resulta extraño que una guapa joven vaya tan ligera de ropa con el frío que hace, amigo? Eso únicamente pasa en las películas, Martín. Esto no me gusta. Puede que no lo necesitemos, pero deberías coger de la guantera a nuestro antiguo compañero de aventuras por si acaso"

-Supongo que exageras, pero te voy a hacer caso, Misha. Siempre has tenido buen ojo para estas cosas.

Martín cogió el antiguo revolver que siempre le había acompañado desde que lo encontró entre los enseres de su abuelo después de fallecer, se lo metió en el bolsillo interior del abrigo y salió del coche.

-No se preocupe, señorita. No creo que tarde más de diez minutos en cambiar el neumático por el de repuesto. Métase en el coche si quiere, no es necesario que siga aquí pasando frío. Muy pronto volverá a estar de camino a casa, no se preocupe.

Justo al terminar la frase notó como alguien le agarraba por detrás y le ponía el filo de una navaja en la garganta.

-Ni se te ocurra moverte, hijo de puta. Va a hacer todo lo que yo te diga sin rechistar, ¿vale?... No quiero hacerte daño, a si es que no me obligues a cortarte el cuello, colega -dijo amenazante Mario, mientras pensaba que pronto se estaría follando a su novia en algún motel de carretera con el dinero que le robaría a ese pobre desgraciado.

"Te lo dije, viejo amigo. Sabía que tenía un mal presentimiento con esa zorra"

-Si Misha, tenías razón… Como siempre.

"¿Y cómo piensas solucionar este asunto, Martín?"

-De la misma forma que siempre, amigo… De la misma forma que siempre -respondió tranquilo a la voz, mientras el joven que lo amenazaba por detrás no entendía nada de lo que estaba diciendo ese alto hombre que tenía sujeto por la espalda.

-¿Pero con quién cojones hablas, puto loco? -preguntó Mario sin esperar respuesta- ¡Mira, Yoli, hemos dado con otro chiflado hoy!… Manda huevos la cosa -exclamó y miró a su chica- Anda, ves registrando su coche a ver lo que encuentras… Ya me encargo yo de este lunático, no te preocupes.

-Lo que tu digas, cari -respondió Yolanda y corrió hacia el viejo Volkswagen como le había indicado su compañero.

"Esto va a ser divertido… Muy divertido"

-No tienes que preocuparte por nada, muchacho. No pienso hacerme el héroe ni nada parecido -dijo Martín con voz relajada mientras su rostro denotaba una ligera sonrisa- En la cartera llevaré unos doscientos euros, y este reloj valdrá más o menos lo mismo -levantó el brazo para que Mario lo viese- Sólo quiero que esto acabe y volver a mi casa. Te ruego que retires la navaja de mi cuello, por favor.

El joven al escuchar la tranquilidad con la que aquel individuo le hablaba, se apartó confiado. Martín se dio la vuelta y metió la mano lentamente en el bolsillo de su abrigo; sin perder en ningún momento el contacto visual con los ojos del nervioso ladrón.

Tan embelesado estaba en la voz y en la fría mirada de su víctima que ni siquiera se dio cuenta de cómo aquel hombre sacaba una pistola y le disparaba en la pierna, para dos segundos después hacer lo mismo en el tobillo de su novia.

"Vaya, querido amigo… Veo que no has perdido ni un ápice de puntería desde que no hablamos"

-No, la verdad… Supongo que es como montar en bicicleta, nunca se olvida -susurró a la voz mientras escuchaba los gritos y veía retorcerse los cuerpos de esos asaltantes por el dolor.

-Lo, lo siento, tío… No queríamos hacerlo, de verdad… Si nos dejas marchar te prometo que…

"Pobre infeliz"

-¡Cállate, joder!, y ponte de rodillas -ordenó Martín a chico, mientras veía como trataba de complacerle a duras penas a la vez que Yolanda empezaba a llorar no por la herida, si no porque que todo la decía que su sufrimiento sólo acababa de comenzar- Bueno, pedazo de mierda, te voy a explicar detalladamente lo que va a pasar a continuación -dijo y se agachó al lado del joven, para después meterle el cañón en la boca mientras este empezaba a temblar- Primero voy a matarte a golpes. Y no te voy a engañar, vas a desear que acabe rápido contigo. Aunque me tomaré mi tiempo. Cuando pierdas el conocimiento, voy a seguir reventándote hasta que no pueda más -Mario empezó a orinarse encima, igual que lo había hecho el hombre del pueblo- Después meteré Yolanda en vuestro coche y… Bueno, eso mejor que lo descubra ella. Merece conocer por sí misma la sorpresa que la tengo reservada, ¿te parece bien, claval? -dijo, y sacó el revólver de los labios del aterrorizado joven.

-No lo haga, por favor… Lo siento, señor… Lo siento mucho -suplicaba Mario agachando la cabeza hacia el suelo.

"Me encanta cuando se mean encima, ¿a ti no, viejo amigo?"

-A mí también, Misha… A mí también.

Cogió el revólver por tambor y agarró el pelo del chico, llevó su cabeza hacia atrás, y le miró por última vez a los ojos. Inclinó su brazo hacia la espalda, y después estrelló la empuñadura del arma contra el tabique nasal de Mario; con tal fuerza que pudo escuchar cómo el hueso se partía por la mitad. El cuerpo del muchacho se tambaleó hacia un lado, pero esa mano que lo sujetaba no iba a dejar que se moviera. Repitió el movimiento y esta vez el cruel impacto fue a parar al ojo izquierdo del inmóvil delincuente, que reventó haciendo un gutural sonido. El tercero fue al pómulo derecho, que automáticamente se quebró por el tremendo golpe que había recibido; hundiéndose hacia adentro. Y después llegaron los siguientes; destrozando la cara del joven a cada paso que la empuñadura del revolver machacaba piel, carne, y huesos de ese rostro, mientras las salpicaduras de sangre no paraban de salir a cada brutal impacto.

Cuando el Martín vio que ya no podía seguir aguantando ese peso, lo soltó. El joven calló muerto en el asfalto. Giró la cabeza y sonrió en dirección a la aterrorizada chica, que no había parado de gritar viendo cómo ese salvaje torturaba la cara de su novio. Dejó el arma en el suelo, se sentó a Horcajadas sobre el chico, y empezó a golpearle de nuevo con los puños con toda la intensidad que pudo; clavando sus nudillos una y otra vez en esa masa deforme y ensangrentada que antes era un rostro como otro cualquiera, mientras una las piernas del joven no paraba de temblar a causa de las últimas corrientes eléctricas que su machacado cerebro mandaban a todos lados.

Y así estuvo durante más de cinco minutos, hasta que los músculos de los brazos le pidieron una tregua, y se detuvo al fin. Se incorporó y levantó la cabeza hacia el estrellado cielo, mientras cerraba los ojos e inspiraba una gran bocanada de aire gélido.

"Sienta bien, ¿verdad, Martín?"

-No te lo puedes ni imaginar, Misha… No te lo puedes ni imaginar -dijo a la fría noche mientras notaba como su erecto miembro palpitaba entre sus pantalones.

"Bueno, viejo amigo, ahora vayamos a atender a esa guapa señorita"

Martín se levantó, cogió la navaja del chico y se dirigió hacia su siguiente objetivo, que empezaba a gatear hacia ninguna parte mientras arrastraba la pierna por el disparo.

-No lo haga por favor… No lo haga -rogaba Yolanda al saber que ya le había llegado el turno.

"Otra que se ha meado encima, Martín… Nunca entenderé por qué esta gentuza piensa que el suplicar les servirá de algo"

-Ni yo tampoco, Misha… Supongo que tendrá algo que ver con el instinto de supervivencia de los humanos, imagino -dijo el Depredador y empezó a reír compartiendo carcajadas con ese fiel compañero que sólo él escuchaba.

Cogió a la joven por el pelo y la arrastro hasta su coche, mientras ella pataleaba y agarraba la muñeca del demonio. Abrió la puerta y metió a Yolanda en los asientos traseros del vehículo de la pareja.

-¿Qué vas a hacerme, hijo de puta? -sollozó la mujer mientras veía como Martín entraba dentro y se bajaba los pantalones y los slips al mismo tiempo.

-Eso lo va a saber dentro de un instante, señorita, no se preocupe.

"Martín, no tenemos tiempo… Estamos muy expuestos… Termina rápido"

-Ya lo sé, Misha… Tranquilo. Hoy nuestra querida Yolanda va a tener suerte -dijo sonriendo ante la aterrorizada mirada de esa chica, que no paraba de temblar.

-No me hagas daño, cabrón… no me hagas…

Fue lo último que dijo antes de recibir un tremendo golpe en la cara que a punto estuvo de hacerla perder el conocimiento. Y eso deseo con toda su alma. Después notó como ese hombre la arrancaba toda la ropa del cuerpo arañando su piel mientras lo hacía, para después agarrarla del pelo, y con amenazas la obligaba a abrir la boca, que fue invadida segundos después por una venosa polla que se incrustó en el fondo de su garganta.

El peso de ese hombre la hizo caer de espaldas en el asiento, para a continuación notar como esa carne no paraba de destrozarle la tráquea a cada brutal envestida. Las lágrimas que salían de sus ojos a causa de la falta de aire y el miedo, hacían que el rímel que se puso esa mañana se mezclase con ellas. No sabía cuánto tiempo llevaba ese loco follándole la garganta sin compasión, pero a ella ya le daba igual. Sólo intentaba no moverse y que ese monstruo terminase de una vez. Cuando pensaba que su final había llegado al notar como sus pulmones dejaban de cumplir su función, esa polla salió de su boca dejando tras de sí un reguero inmenso de babas que habían salido de su interior. Notó como el estómago se la revolvía, y unos segundos después empezaba a vomitar todo lo que había dentro de él.

Giró la cabeza a un lado mientras empezaba a toser y a desmayarse. Pero los dientes que se clavaron en su pecho derecho la espabilaron de nuevo. Después de gritar hasta destrozarse las cuerdas vocales, agarró del pelo la cabeza de ese desconocido que aparecía borrosa ante su mirada. Pero él ni se inmutó, y siguió mordiendo su carne hasta que un pedazo de esta se separaba del resto, haciéndola chillar con más fuerza si cabe, mientras notaba como la sangre que salía de la tremenda herida, se derrababa lentamente por sus costillas. Tres fuertes puñetazos hicieron que sus labios se partiesen al instante, a la vez que dos de sus dientes luchaban por mantenerse en su sitio; mientras un pitido inaguantable aparecía para romperle  los tímpanos.

Pero aunque ya no tenía fuerzas para moverse y su mente estaba en otra parte, sintió como el diablo separaba sus piernas, volvía a clavar sus colmillos en el interior de sus muslos y la arrancaba otro pedazo de piel y músculos; aunque ya no gritó. Lo único que salía de su interior eran lágrimas y sangre; aunque el dolor seguía manteniéndola despierta muy a su pesar. Y este se incrementó cuando sintió como la polla que antes había destrozado su boca, ahora se incrustaba en el fondo de su seca vagina; para después salir y volver a embestir su coño de nuevo una y otra vez, con toda la fuerza que la pelvis de ese malnacido era capaz de reunir.

Mientras esa estaca la follaba sin piedad, notaba como las paredes de su sexo se desgarraban a cada brutal movimiento. La piel de su espalda era rasgada por la tapicería de ese asiento que estaba siendo testigo principal de la salvaje violación que estaba sufriendo.

Perdió la noción del tiempo. Ya no sabría decir si aquello duró minutos o años enteros, pero cuando sintió como un espeso líquido inundaba su matriz y se mezclaba con la sangre de sus entrañas, supo que ese hombre se había vaciado dentro de ella.

Logró mover los ojos hacia adelante, y vio como el mismísimo Satanás clavaba la navaja de su novio tres veces en su vulva, y otras tantas en el resto de su inerte cuerpo, para después agarrar su seno derecho y hacer desaparecer con el filo del acero el pezón que le coronaba. Pero ya no sentía nada.

Empezó a recordar cuando era pequeña y le decía a todo el mundo que quería ser bailarina; o aquella vez que la expulsaron definitivamente del colegio; o cuando un ex militar del este dijo que podría ganar mucho dinero con ese precioso cuerpo; recordó cuando conoció a Mario y empezaron sus andanzas a lo Bonnie and Clyde…

Una ligera sonrisa apareció en su rostro al darse cuenta que todo lo que pasaba por su mente, lo había visto en la televisión, cuando algunas personas relataban experiencias cercanas a la muerte.

Pero ella no quería regresar, sólo quería terminar con aquel infierno de una vez. El dolor hacía rato que había pasado pero aun seguía manteniendo algo de consciencia. Muy a lo lejos escuchaba la voz de aquel amable hombre que la había intentado ayudar, y que después había matado a golpes a su novio y más tarde había destrozado hasta el último rincón de su cuerpo. Parecía que seguía hablando con alguien mientras se vestía y no paraba de reír. Pero ella únicamente quería que se fuera de una vez, y al cabo de unos minutos así lo hizo.

Una extraña felicidad la invadió por dentro cuando se cerró la puerta del coche. Y a esta la siguió la calma que tanto merecía después de haber soportado aquella monstruosa tormenta. Ahora estaba segura; todo había terminado todo al fin. Cerró los ojos, y se durmió para siempre.

VI

Sonia prácticamente no había pegado ojo en toda la noche. Llevaba meses sin descansar como era debido. Su madre siempre la decía que eso la pasaba por comer tantas ensaladas, mientras ella trataba de aguantar la risa mientras la escuchaba.

Pero la joven inspectora sabía cuál era la razón de su insomnio. Y la respuesta se encontraba en los documentos y las fotografías que contenía la carpeta que repasaba una y otra vez.

Era muy buena policía. Ya ni recordaba al montón de criminales que había metido entre rejas, pero cada mañana volvía a su mente el mayor de todos ellos; aquel que muchos daban por muerto, y que nadie había conseguido acercarse jamás a él.

Era la una de la tarde cuando miró el despertador por vigésima vez ese día, y decidió que ya era hora de levantarse de la cama. Si seguía en ella diez minutos más pronto se la pondría un dolor de cabeza de mil demonios.

Bajó del colchón y fue a la cocina a prepararse el primer café de tantos que vendrían después.

Mientras se lo bebía volvió a su dormitorio a coger el paquete de tabaco. No hay nada como un buen desayuno a base de cafeína y cigarrillos, pensó.

Se fijó en el preservativo que aquel hombre había dejado dentro del cenicero, y no pudo contener la risa al recordar como aquel muchacho de la aplicación se había corrido apenas tres minutos después de que ella empezase a cabalgarle como una fiera.

Siempre pasaba lo mismo: miraba la foto de algún perfil que la gustase, contactaba con él, le daba su dirección, este llegaba a su casa, y ella desataba todo el deseo que tenía acumulado contra él durante los pocos minutos que duraba el apareamiento. Así era como ella lo llamaba, porque prácticamente era lo que hacía con esos perfiles. Ya ni se acordaba de cómo se llamaba el último.

Nunca había tenido una pareja propiamente dicha como el resto de sus amigas. Nunca la interesó eso de casarse y formar una familia como ellas. Aunque en el fondo de su alma se moría por encontrar a alguien especial que hiciese temblar hasta el último centímetro de su piel mientras hacían el amor; alguien que la llevase todos los días el desayuno a la cama; alguien que aguantase el montón de horas que dedicaba a su trabajo, y cuando regresase a casa la abrazase durante horas mientras se contaban como les había ido el día; alguien que la hiciese sentirse la mujer más importante del mundo… Un hombre a quién querer el resto de sus días, al fin y al cabo.

Pero ya había perdido la esperanza en todo aquello. Nunca daría con esa persona, y seguramente sería por su culpa. Pero por lo menos esperaba que alguien volviese a echarla un buen polvo; de esos que la dejaban destrozada a base de orgasmos durante toda la noche; esos de los que al igual que los nombres de sus últimas citas, ya ni recordaba.  A si es que mientras esperaba a ese príncipe azul que nunca llegaría,  ya que no tenía tiempo de conocer a nadie, seguiría mirando en esa aplicación cada seis meses a ver si algún día saltaba la liebre.

Empezó a reírse de sí misma pensando en lo patética que resultaba. Menos mal que los muebles de esa habitación no podían leer su mente. Sólo faltaba eso, se decía a si misma tratando de controlar las carcajadas.

Y fue una llamada de teléfono la que la devolvió a su triste realidad. Cogió el móvil que estaba en la mesilla de noche, miró el nombre que aparecía en la pantalla y contestó.

-Buenos días, señor comisario -dijo a su mentor.

-Querrás decir buenas tardes, Sonia… ¡Ya casi es la hora de comer, inspectora jefe! -exclamó tras la línea Pablo Dueñas- ¿Qué pasa, se te han pegado las sábanas?, ¿anoche tuviste otra de tus citas programadas con alguno de esos hombres con los que pasas la noche cada seis meses, para después salir por la puerta de tu casa a los veinte minutos?... Y llámame Pablo, joder, que te lo tengo que repetir todos los putos días.

Sonia se quería morir de la vergüenza mientras escuchaba al que había sido un padre para ella desde que lo conoció al poco de ascender a subinspectora. Si había llegado a algo en el cuerpo de policía era gracias a lo que había aprendido del mejor. Y ese no era otro que Pablo Dueñas, comisario jefe de su distrito; el hombre más inteligente, y bueno que había conocido en su vida. Nunca había tenido ningún secreto para él. Conocía a sus padres, su pasado, su desordenado apartamento, sus dudas, sus miedos… Y si, también le había contado lo de su aplicación contra el estrés.

-Ehh, claro, comi… Quiero decir Pablo -hizo una pausa mientras escuchaba como su jefe inmediato trataba de contener la risa, y ella se sentía estúpida al seguir respondiendo de esa forma cada vez que hablaba con él- Perdona, pero no he dormido casi nada en toda la noche, y estoy un poco espesa -contestó Sonia más tranquila, recordando que con quién hablaba era aparte del flamante comisario, uno de sus únicos amigos.

-Bueno, espero que sea por alguna buena razón, ya me entiendes -respondió socarrón el veterano policía.

-Si a cinco minutos de tonteo se le puede llamar así, entonces ya conoces la respuesta, jefe -los dos empezaron a reírse por teléfono, mientras ella le contaba el susto con el que se había marchado el ligue de esa noche, y el comisario le prometía bromeando que algún día le presentaría a uno de sus solterones sobrinos para a ver si por fin encontraba al hombre de su vida, deseo que también le había contado- Bueno Pablo, ¿a qué se debe que Olga te haya dejado llamarme un domingo cuando deberíais estar degustando su riquísima paella? -preguntó la inspectora ya más calmada después de ese buen rato que había pasado al teléfono. Pero la respuesta de su jefe tardo bastante en llegar; algo no iba bien, y ese silencio incómodo se lo decía.

-Sonia, ha vuelto… Ese hijo de la gran puta, ha vuelto.

La guapa mujer no necesitaba oír nada más. Apretó el teléfono hasta hacerse daño en la mano, cerró los ojos, y suspiró.

El Depredador había vuelto a mover ficha, como ella imaginó horas antes delante del espejo de su cuarto de baño…

Continuará…

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Nota para los lectores

Hace tiempo que empecé a escribir este relato. En un principio pensé en seguir con él, pero eran tantos los capítulos que necesitaría para contar toda la historia, que lo abandoné a la mitad de la primera parte; hasta que después de terminar Cuarenta y cinco días con Laura, decidí retomarlo. No sé si algún día lo terminaré, pero al menos lo he hecho con el primer asalto. Es posible que ha muchos de vosotros no os guste, más que nada por el tema que trata, pero de todas formas he querido compartir lo que llevo escrito. Espero que os haya parecido interesante al menos… Un abrazo, y cuidaros mucho.