Depravando a Livia: capítulos 36 y 37

Presentimientos de malos augurios, trampas que hieren y... una luz al final del túnel.

  1. PRESENTIMIENTOS

JORGE SOTO

Domingo 21 de mayo.

01:15 hrs.

No pude entender que esto estuviese ocurriendo de nuevo, que mi pecho ardiera y que mi corazón no dejara de palpitar. Valentino había desaparecido. Livia había desaparecido. Y yo me había quedado solo con los invitados, siendo Renata la que hiciera las veces de mi acompañante el resto de la noche.

Busqué a Livia por los dos jardines de la casa, donde Joaco me había dicho que la había visto. Al no encontrarla por ningún lado me dirigí de nuevo a la estancia donde se llevaba a cabo la fiesta, y allí, con gran vergüenza, tuve que despedir a mis invitados… sin ella… Sin la que se suponía que en tres semanas sería mi esposa.

Nunca se me ocurrió que Livia podría estar recostada en nuestra habitación, con el cabello mojado y una bata de dormir tinta que rozaba su hermoso cuerpo. Y es que no entré allí hasta después de la madrugada, tras pasar un largo tiempo conversando con mis amigos, que fueron los que permanecieron allí al final.

Livia me dijo que se había sentido mal por la presencia de Valentino y que se había ido a dormir, que la disculpara. Me pidió perdón tres veces más y luego ya no dijo nada.  No le hice más preguntas. Tampoco las necesitaba. Vi sus pupilas dilatadas y noté que sus párpados se describían un poco hundidos.  Estaba desmejorada, al menos eso era real. ¿Cómo había podido pasar de estar radiante, tan solo un par de horas atrás, a encontrarse en esas condiciones tan deplorables?

Tampoco se lo pregunté. Lo único que se me antojó en ese preciso momento fue tomarla como mía, y hacerla pagar por cada una de las mortificaciones que me había hecho pasar durante todo ese tiempo y recibir complacencia.

¡Era una zorra, o al menos lo presentía! Por eso decidí follarla, no con amor ni con el respeto y cariño con el que siempre la había adorado. ¡La follaría como una golfa! ¡Una golfa que constantemente se había burlado de mí! ¿Me casaría con ella? No lo sabía, de momento sólo la quería usar. Si ya la habían usado otros, ¿por qué yo no?

Tenía que hacerlo antes de cumplir las reglas de castidad. En mi entorno social se acostumbra distanciarse de tu pareja una vez que haces las amonestaciones con el sacerdote, pues esto se considera un tiempo propicio para que el novio y la novia reflexionen a solas y despejen sus dudas respecto a si verdaderamente se quieren casar.

Livia y yo acordamos en que yo me quedaría en aquella casa y que ella se iría a la casa de su madre.

Nuestra boda sería sólo horas después de la gran gala de cierre de campaña que se llevaría a cabo en La Sede, donde políticos, militantes y trabajadores de «Alianza por México» nos reuniríamos previo a la contienda final.

Basándonos en las mismas normas sociales que se supone regirían hasta el día de nuestra boda, Livia y yo sólo podríamos comunicarnos por teléfono si la situación se juzgaba indispensable. En ese tiempo de introspección no podía existir ningún otro tipo de contacto entre los dos bajo ninguna circunstancia. Si en dicho lapso alguno de nosotros se arrepentía de querer contraer matrimonio, esa persona tenía la obligación moral de informárselo inmediatamente al sacerdote confesor para que este, a su vez, se lo comunicara a la otra.

Por eso no hice dramas de ningún tipo a mi prometida esa noche. Ya tendría mi tiempo durante la veda para pensar, reflexionar y decidir. Mientras tanto… esa madrugada me quise desquitar. Llevaba tanto tiempo sin tener sexo con nadie que verla así, tan sexy aunque un tanto macilenta, me enardeció.

Sólo fue cuestión que cogerla de los tobillos, arrastrarla hasta la orilla de la cama y desprenderla de su bata para que ella comprendiera que necesitaba poseerla.

Lo mejor es que esa sesión de sexo sería diferente, entre otras cosas, porque ya estaba circuncidado y las molestias del pasado serían eso… cosas del pasado.

A pesar de su visible extenuación, muy pronto se puso a tono, lo noté por cómo le brillaron los ojos y cómo se pusieron duros sus deliciosos pezones cuando repasó mi cuerpo desnudo y marcado por el ejercicio de los últimos meses. Ojalá hubiera podido verse ella misma el gesto de impacto y asombro que asomó cuando me hube desnudado frente a ella y vio el glande de mi pene completamente libre del prepucio.

—¡Por Dios! —exclamó maravillada—, ¿por qué no me dijist…?

—Calla y ponte a tono —le exigí con brusquedad.

Hasta yo me sorprendí de su longitud cuando se puso erecto y mi capullo apuntó hacia sus tetas. No sé si fue cuestión de estética, un efecto visual, o en si verdad haberme hecho la circuncisión hacía lucir mi falo mucho más grande de lo que era. El caso es que ella se dejó ir contra mi polla como si en ello le fuera la vida. Y ella… por Dios… esta tenía un semblante de no dar crédito a lo que veía.

—Voy a follarte duro, Livia, hasta saciarme y lo haré como se me dé mi puta gana. Y que sepas… que ya no usaré condón.

Mi mujer me dedicó una sonrisa traviesa, aunque pude notar una gran impresión, miedo y asombro en su expresión; pronto se puso de pie, me empujó a la cama tras mirarme con deseo un largo rato y luego se echó encima de mí.

Livia gateó sobre la cama con el propósito de acercarse a mi cuerpo y, como si de una fantasía  se tratara, vi cómo se  encimaba sobre mi pecho, pasando una de sus gordas piernas hacia el otro extremo de la cama. Luego incorporó su culo y moviéndose con sus rodillas se subió hasta la altura de mi cabeza y se sentó sobre mi cara.

Su rajita estaba empapada y sus fluidos calientes escurrieron en mi nariz, labios, mejillas y cuello como si su coño fuese un tubo de desagüe. En automático abrí mi boca y metí la lengua en su estrecha caverna de carne a fin de beberla completa. Mi faringe ardió al pasar su magma de hembra cachonda. Mi lengua chapoteó entre sus pliegues, y luego con mi boca aspiré sus labios mayores y menores, tan carnosos como su propio culazo.

—¡Ahhh! ¡Síiii! ¡Jorge asíiii! —se removía sobre mi cara como si me quisiese asfixiar—. ¡Cuánto te extrañaba, cuánto te echaba de menooos!

Livia estaba empapada, estilando, deseosa, y sus gritos se oían obscenos, escandalosos, provocando que el flujo de la sangre sobre mi verga me la ensanchara y endureciera aún más. Ella cambió de postura. Se levantó de nuevo, se dio la media vuelta y otra vez se sentó sobre mi cabeza, aunque ahora mirando hacia el otro lado. Adiviné su intención cuando sentí el calor de su boca quemándome la cabeza de mi pene. Y lo chupó. Era la primera vez que hacía un 69 con ella, con mi «inocente» y «angelical» prometida.

Pese a estar circuncidado, era casi imposible no retorcerme como una víbora ante el contacto de su lengua en mi sensible glande. Me volví loco. Livia era tremenda mamándome la polla. Y yo me entregué a satisfacerla a ella también, por lo que el placer fue mutuo, inmenso y magistral, sin detenerme a pensar en dónde, cuándo y en qué lugar aprendió a ser tan hábil con su boca cuando se trataba de chupar una polla.

Antes de correrme, la cambié de posición violentamente. La tiré sobre la cama y me puse encima de ella, evitando que mi pene la penetrara, aún.

Apenas llevaba dos meses con mi operación de fimosis y, aunque ya no me dolía, la sensibilidad de mi glande era mi perdición. Me tomaría algo de tiempo acostumbrarme a ello.

—Golfa —le dije saliéndome del alma, y ella, aun si creía que todo era parte del juego, sonrió pero a la vez esbozó un gesto amargo y perplejo.

La agarré de las piernas y la atraje hasta que su coñito chocó contra mis testículos y mi falo quedó enterrado muy dentro de ella. Su grito fue atroz. Es verdad que su rajita la sentía diferente, pero me obligué a no pesar en ello para evitar desconcentrarme. Puse sus pantorrillas en mis hombros y comencé a hundirme dentro de su agujerito caliente, con ímpetu. El calor y fricción de su carnoso coño me estremeció de nuevo, haciéndome temblar.

Su carita de ángel trasmutó a un gesto diabólico, perverso, depravado. Su pelo estaba pegado a sus mejillas por el sudor, y yo solo pude pensar en lo mucho que me excitaban sus ojitos llorosos, su sonrisa siniestra, su lengua de fuera y sus labios mojados.

Vi en su mirada el disfrute de mi miembro enterrándose dentro de ella, su pequeña boquita entreabierta babeando, su respiración volviéndose densa, acelerada, y su expresión exudando lujuria consiguiendo que mi glande palpitara.

—¡Así… amor… así… fuerte… fuerte! —me instó cuando comencé acelerar mis embestidas.

—¡Cállate y gime…!

Cuando menos acordé, mis arremetidas estaban fuera de control. Las fibras nerviosas de mi glande me estaban doblando de placer. Y comencé a jadear con vehemencia, en tanto los golpeteos del escroto contra su periné se hacía cada vez más rápido.

—¡Ah! ¡Sí!¡Sí! ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Que bien lo haces! ¡Me encanta! ¡Me encanta! ¡Ohhh! —chillaba ella de placer mientras mis testículos golpeteaban con fuerza sus nalgas—…¡Aaahhh! ¡Dios! ¡Qué… deliciaaaa! ¡Diooos!

—¡Que te calles… put…! ¡Diooos!

Adoré la forma en que Livia movía sus caderas y el sonido del chapoteo de su coño mientras la penetraba. Eso no lo pude negar. No recordaba un solo instante del pasado en que ella se hubiese movido de esa manera tan magistral, y pensarlo me hizo rabiar y embestirla más fuerte.

—¡Me vengo, me vengo! —le advertí al cabo de unos segundos.

Nunca había follado a ninguna chica sin condón, así que esa sensación fue apoteósica, placentera. Follar a pelo y sentir cómo el interior carnoso de una vagina se contrae y se aprieta sobre tu pene, comprimiéndolo exquisitamente, es una sensación inigualable.

Livia alzó sus manos y atrapó mi cuello. Tiró de mí y me tumbó sobre sus tetas, cuyos pezones se hundieron en mi pecho. Enredó sus piernas por mi espalda y me mantuvo pegado a ella. Mi boca alcanzó la suya e intentó besarme, pero yo la rechacé..., sobrecogiéndola.

—Bésame… Jorge…

—¡Sólo muévete y calla!

—¡Jorge… bé…sa…! ¡Aaaahh!

El calor de nuestros alientos se enredaron con infernal impudencia, y sus largas uñas se enterraron en mi espalda cuando sentí que estaba a punto de descargarme luego de que ella tuviera un nuevo orgasmo.

—¡Córrete dentro, machito, córrete dentro de tu hembra e inúndame!

—¡Liv…! ¡LIVIAAAA!

Y lo hice. Me corrí dentro de ella descargando intensos chorros de semen que escaparon de mi polla como una manguera de presión, rellenando su útero.

Livia pegó un grito y yo terminé por tumbarme pesadamente sobre su cuerpo, extenuado, gozoso, satisfecho, mientras sus uñas dejaban de sepultarse en mi cuero y sus gemidos se volvían lentos.

Sus piernas se destensaron y aflojaron su amarre en mi cadera. Y agitados, sudorosos, mi polla comenzó a encogerse, sintiendo la densidad de mi abundante simiente escapando sobre ella. Para evitar sofocar a mi novia con mi peso, me eché a un lado y me quedé tendido con los brazos y piernas abiertas, entrecerrando los ojos.

—¿Ves lo que me has hecho, Jorgito? —me preguntó con una voz seductora—. Me has rellenado de ti. —Abrí los ojos, me incorporé a su lado un poco y vi cómo recogía con sus dedos grandes restos de mis espermas y se los llevaba a sus senos.

Hizo la misma maquiavélica tarea un par de veces hasta que ambos pezones y sus enormes aureolas estuvieron embadurnados de mi semen, estilando gotitas en sus puntas.

Finalmente introdujo sus dedos medio y anular en su coñito escocido y removió dentro la leche que le quedaba. Echó su cabeza hacia atrás y alzó su mano a centímetros de su boca, de manera que los restos del semen que acababa de sacar de su vagina gotearon en su lengua, que serpenteaba en el aire, como queriendo atraparlos, y luego se la metió completamente, comiéndose mi simiente hasta que sus dedos quedaron limpios.

Yo me sentía estupefacto, sorprendido y caliente. Ni en mis peores fantasías habría soñado con que mi angelical novia pudiera comportarse de esta manera tan guarra.

Y me empalmé, pero este fue un proceso agridulce, pues a pesar de que me encantaba todo esto, y mi polla se me había puesto dura otra vez, en el fondo sabía que estos comportamientos suyos que eran inéditos para mí, y que los había aprendido fuera de mi cama.

Ella ya no era Livia, mi Livia. Y me dolió pensar que a la otra, a la que amaba, la había perdido para siempre.

—Has estado maravilloso, mi amor —me halagó con una gran sonrisa. Se la veía satisfecha, complacida. Y me sentí orgulloso—. Nunca pensé que pudieras hacérmelo de esa manera tan… deliciosa. ¡Eres… un gran semental! ¡Me ha fascinado… aunque… tu trato hacia mí fue… un poco… raro…!

Fingí no escuchar lo último y le dije:

—Como has podido ver, me he operado la fimosis, Livia. Por eso me he dejado llevar por primera vez por mi instinto animal. Antes el 50% lo pasaba intentando que disfrutaras tú. El 40% moderando mis embestidas para evitar sufrir un desgarro. Y solo el 10% lo destinaba a mi placer.

—¿Lo ves, bobo? Cuántos años perdidos de sexo riquísimo, y todo por estar empeñado en no operarte.

En eso tenía razón. Entrecerré los ojos. Me sentía cansado. Quería dormir y dejar de pensar en pendejadas.

—Quisiera quedarme aquí en tus brazos, Jorge. —Puso su cabeza en mi pecho y pude percibir el aroma de mi propio semen—. Y que no amaneciera nunca. —Se refería a que mañana tendríamos que separarnos hasta el día de la boda—. Ojalá las manecillas del reloj no avanzaran, que no existiera nadie en este mundo, salvo tú y yo.

—Y Bacteria —le recordé con una sonrisa, acariciando su pelo para que no fuera tan evidente… ese rechazo que sentía hacia ella.

—Y Bacteria —se echó a reír también con rastros de cansancio—«Reloj no marques las horas» —tarareó ella entre susurros.

—«Porque voy a enloquecer» —contesté con mi desafinada voz.

—«Ella se irá para siempre…»

—«Cuando amanezca otra vez…»

Eché un bostezo y entrecerré los ojos.

—Este es mi lugar favorito, ¿sabes? —me dijo en un susurro—, contigo, en tus brazos, con tu amor sincero, desinteresado, limpio, justo. Ahora lo puedo ver, Jorge, lo puedo sentir. Yo te amo… Lo demás… lo demás ha sido un simple espejismo.

—¿Lo demás? —le pregunté pestañeando—, ¿estás llorando, Livia?

—Te amo, mi cielo hermoso; te amo aunque mi egoísmo me haya obnubilado el entendimiento. Amo tus ojos grises… como el plomo derretido; como un cielo nublado, transparentes, siempre sinceros, cuando me miran entre silencios. —Sus palabras me tenían confundido, extrañado. Era como si me anunciara un mal augurio que pronto llegaría, y me asustó—. Amo tus cabellos revueltos, tan rojos como un arrebol en el crepúsculo, sobre todo cuando se enredan entre mis dedos cuando hacemos el amor y me aferro a ellos para sentirte mío, para conectar más profundo. ¡Me hacía tanta falta sentirte, recordarte…! Lo que pudiera haber hecho… y lo que sea que hag… Quiero que sepas que al final todo habrá valido la pena. Cuando seamos marido y mujer quitaré ese chip que ahora me atormenta y me seguirá atormentando hasta ese día… y seremos felices, lejos de todo esto, para siempre.

Ella siguió recostada en mi pecho, en el lado de mi corazón, escuchando mis latidos. Yo apenas la escuchaba. Mi cabeza estaba en otros bulevares. En otros ojos. En otra mirada.

—Amo tu piel y tu sonrisa, mi Joli, y esa forma… en la que me amabas —continuó—. ¿Y tú, Jorge? ¿Tú que amas de mí?... ¿Cielo?, ¿me estás escuchando?

—¿Qué? Ah, sí, sí… yo… te estoy escuchando.

—¿Qué amas de mí?

Sentí una punzaba en mi pecho cuando advertí que… no podía responderle nada preciso. Cuando mi mente se ensombreció y me di cuenta que adolecía de motivos para amarla; cuando concluí que ya no podía encontrar puentes que me unieran a ella, a su alma… a su corazón.

La boca se me secó al pasar saliva y verme impedido a contestarle nada. Es que yo sentía quererla demasiado; es que yo sentía amarla irremediablemente, pero… pero esa noche en particular, no puede decirle nada. ¿Qué iba a decirle?, ¿Que algo iba mal conmigo respecto a mis sentimientos por ella? ¿Que… a pesar de quererla tanto, justo en ese momento había venido a mi mente el aroma del cabello de Renata?

¡Carajo…! ¡Carajo…!

—¿Cielo? —insistió, incorporándose.

Me miró con su hermoso rostro, intentando encontrar en mi gesto una razón para mis silencios. Maldición. Ahora mismo sólo podía pensar que la amaba por su belleza.

—¿Jorge?

Intenté sonreír para evitar que mi semblante me descubriera.

—Voy a casarme contigo, preciosa, ¿alguna otra prueba de que te amo?

Su sonrisa no fue convincente.

—Tres semanas —determinó un tiempo que parecía tan corto y tan lejano.

—¿Por qué lloras, Livy?

—¡Porque no te siento como antes, cielo; porque… a pesar de haber hecho el amor… es como si todo lo que me dices lo dijeras de dientes para afuera, y me duele mucho, y me da miedo haberte perdido y que tú ni siquiera te hayas dado cuenta, y me siento frustrada… triste… angustiada!

—A ver, a ver, Livia, lo que pasa es que ambos nos estamos reconstruyendo. Nuestra relación fue víctima de un terremoto que tumbó sus muros y fracturó sus cimientos. Ha sido muy fuerte todo lo que hemos vivido: nos hemos ofendido, nos hemos faltado al respeto de muchas maneras y es lógico que nos sintamos diferentes. Demos tiempo al tiempo, es normal que te sientas así, que yo me sienta así. Es raro, ¿comprendes?, yo ya había dado por hecho que…

—Que no regresarías conmigo nunca, dilo tal cual, Jorge.

—Pues sí, pues eso. Entonces… de pronto…

—Entonces de pronto tu hermana por poco me mata y tú, por culpabilidad, remordimientos o compensación… mágicamente me perdonas y… —Livia se quedó en silencio—. Jorge, he cometido muchas faltas, errores imperdonables y… despropósitos irreversibles que me llenan de vergüenza y que por eso no soy capaz de con…

—Livia…

—Jorge, por eso… por eso te pido que me des esta oportunidad para demostrarte que merecerá la pena todo, que cuando nos casemos me portaré bien contigo y que haré lo que tú me pidas para salvar lo nuestro.

—¿Quieres decir que sólo te portarás bien hasta que nos casemos? ¿Qué en estas próximas semanas tú…?

—A ver, lo que estoy diciendo es que… todo será diferente cuando digamos el «sí» en el altar. Yo seré otra, una Livia nueva. Por eso quiero que nos marchemos de aquí. Que nos vayamos lejos, muy lejos. Lejos de todo, lejos de… de… —hizo una pausa, respiró con densidad y suspiró profundo—. Lejos de todo. Mientras estemos aquí… yo segui… Jorge… vámonos lejos.

Livia… Livia… tan ingenua y a veces tan estúpida.

—Lo haremos, Livia, te prometo que voy a poner todo de mi parte para conseguirlo.

—Y yo también, es una promesa.

Antes de dormirme la volví a mirar, sintiendo un horrible presentimiento, como si esa presunta calma precediera a una gran calamidad que estaba a punto de destruirnos para siempre. Con ese temor, me resigné a que esa sería la última vez que la vería y hablaría con ella hasta dentro de tres semanas, cuando el 3 de junio diera paso al día de nuestra boda.

Si es que antes… no me arrepentía.

  1. ENCERRONA

Sábado 27 de mayo.

23:55 hrs.

El Bar Fermenta

Habían pasado seis días desde que Valentino Russo hubiese tenido el descaro de presentarse en el Bar Fermenta de la mano de Mirta, la ex mujer de Patricio Bernal.

Pato los vio llegar mientras supervisaba que todo marchara en orden en su bar, como todas las noches, a través de un sitio que había destinado como su oficina en la segunda planta, cuya panorámica era la ideal gracias a un vinilo espejo que fungía como muro, y desde donde se podía mirar el interior del bar, pero no hacia dentro de su oficina.

De no ser por la oportuna intervención de su novia Valeria y del Gera, que por las noches trabajaba para él como uno de los gorilas del Fermenta, Pato habría cometido una locura. Sentía herido su orgullo de hombre y una indignación tremenda que le dolía más que el orgullo.

—No permitas que lo que haga ella te afecte, o en serio comenzará a joder lo que tenemos tú yo —le reprochó Valeria, deslizando sus manos sobre las mejillas de su hombre—. Me ofendes cada vez que te emborrachas y te afliges por ella, como si yo no significara nada en tu vida y como si el amor que te prodigo no  compensara lo que nos ha hecho esa traidora. Tienes que entender, Pato, que Mirta ya no es parte de nuestras vidas. A ella ya no le importamos, decidió marcharse con quien sólo la ve como una bolsa de carne y no hay nada que podamos hacer nosotros al respecto. Mucho te quejabas de la actitud blandengue de Jorge hacia y Livia, y mira cómo estás tú ahora.

—¡Estoy viviendo un duelo que significa demasiado para mí, Valeria! —le respondió Pato intentando ser fuerte—. Y esto no tiene nada que ver con lo que siento por ti, que es demasiado hermoso y potente. ¿Es que no te das cuenta que Valentino lo único que pretende es hacerme daño a través de ella? Y eso me preocupa. ¡Te recuerdo que por culpa de ese cabrón ya una vez murió mi primer amor! ¡Por eso temo por Mirta, que ella termine igual de degradada y a cuatro metros bajo tierra!

Pato no entendía cómo Mirta, su Mirta, alguien que se supone lo había amado con locura, podía prestarse a semejantes despropósitos ideados maquiavélicamente por su nuevo macho, sabiendo que éste sólo la utilizaba por el simple placer de humillarlo, no porque sintiera algo especial por ella.

—¡Quiero que se vayan de aquí! —ordenó Pato al Gera con los puños temblando—. ¡A la mierda los dos o yo mismo los saco a patadas!

Valeria, ofendida por la actitud de su novio, abandonó el despacho y se fue gimoteando.

—¿Ves lo que provocas? —Le dijo el Gera hundiéndolo en la silla—. Con tu puta actitud castrosa lastimas a Valeria que lo único que ha tratado desde que esa cabrona de Mirta se fue es hacerte la vida más ligera. ¡Este perro de Valentino lo único que está haciendo es joderte la vida! ¿No lo entiendes? ¡Ese asqueroso hizo lo mismo en la fiesta de Jorge, donde se apareció en su fiesta de presentación con el único propósito de romperle las pelotas! Lo mejor que puedes hacer es mandarlos a la verga y no darles el gusto de verte derrotado. Yo te tengo por un tipo ecuánime y sensato, Pato, no la cagues ahora.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —gritó exasperado, dando un puñetazo a la mesa—, ¿y mientras qué hago? ¿Me quedo como pendejo viendo cómo vienen a burlarse de mí? ¡Míralos cómo se están restregando! ¡Se besan en mi propio establecimiento, mientras ella se deja estrujar el culo y se comporta como una auténtica golfa! ¿Cómo esperas que reaccione entonces? ¡Ser un pelele no está en mi naturaleza! ¡Ese cabrón se está buscando una chinga que lo deje destrozado!

—Y la va a tener, Pato —le prometió el Gera—, la va a tener, porque a  mí también ya me ha colmado la paciencia. Esa mierda con patas está buscando enloquecerlos a ti y al pollo pelirrojo, ¡ya logró separarlos gracias a tu puto orgullo, Patricio!, pero yo no voy a dejar que continúe avanzando. Le vamos a poner una verguiza que va haber preferido nunca haberse metido con nosotros. Tú me ayudarás, pero no ahora, no aquí. Tienes que aprender a ser paciente.

Paciencia. Paciencia. Lo único que no tenía.

Cómo le hacían falta las palmadas en su espalda y los comentarios conciliadores de su amigo el pelirrojo. Cómo echaba de menos la simplicidad con que resolvía las cosas (excepto las de su vida personal) la calma y placidez con que era capaz de cortar los momentos de tensión, y esas ocurrencias tan ingeniosas que solía soltar en los instantes menos esperados, sacándole las mejores carcajadas.

Por eso, ese sábado 27 de mayo, Pato quedó consternado cuando le dijeron que su ex novia estaba llorando en una de las barras de Fermenta.

Pato fue tras Mirta por dos razones; la más importante fue porque la amaba con demencia, y la segunda sencillamente porque no la había visto follar con Valentino en los baños de su bar el domingo pasado, lo cual resultó una verdadera pena para el Lobo, quien habría querido completar con éxito su macabro plan de humillación si él se hubiese enterado.

Encontró a Mirta llorando recargada sobre la encimera de la barra del fondo del local. Pato, que en el fondo era una buena persona (aun si solía aparentar frivolidad y acritud para evitar ser lastimado) se presentó ante ella, la tomó las manos, le cogió el mentón y elevó su rostro para mirarlo.

—¿Qué te pasa, Mirta?

—¡Valentino… Valentino…!

—¿Qué te hizo ese cabrón?

—¡Nos jodió la relación! ¿No lo entiendes? ¡Nos jodió la relación y ahora estoy arrepentida!

Patricio tuvo que suspirar para moderar la emoción que sentía dentro de sí.

—Me has hecho mucho daño, Mirta —le dijo él mientras la abrazaba. Extrañaba el calor de su aliento, el  aroma de su pelo, el magnetismo de su cuerpo y de su voz.

—¿Alguna vez me perdonarías, Patito hermoso?

—Te perdonaría si me lo pidieras con sinceridad —le dijo, poniendo su mentón sobre la nuca de su preciosa ex novia—, pero no olvidaría.

—Si no olvidas no es perdón —lo acusó Mirta.

Pato se separó un poco de Mirta, miró sus labios gruesos pintados con su extravagante morado, y luego ascendió a sus ojos para preguntarle:

—Sé sincera, Mirta, ¿Valentino te ha mandado a la mierda y por eso ahora vuelves conmigo con la cola entre las patas?

—¿Qué? No, Pato. He vuelto porque te amo, porque estoy arrepentida y porque… porque tienes que saber que Valentino planea vengarse de ti.

Pato infló su pecho, meneando la cabeza y respondió:

—Pero si ya lo ha hecho, Mirta, encamándose contigo.

—No, no, Pato, eso no es suficiente para él. Valentino tiene planes verdaderamente perversos contra ti y…

—Ya, ya. No hablemos de él. Mejor bebamos, conversemos, y luego vayamos con Valeria para ver lo que opina de esto, aunque ya te digo que una reconciliación no será así de sencilla.

Duraron casi una hora conversando sobre ellos, bebiendo, más Pato que Mirta, y riendo. De vez en cuando el chico hípster atendía asuntos con sus colaboradores y luego volvía con Mirta, encontrando rebosante la copa que recordaba vacía.

—Eres una tramposa —le decía Pato acariciando las mejillas de su ex novia—. Rellenas mi bebida cada vez que vuelvo y tú apenas te has tomado dos chupitos.

—Es que te quiero violar —Mirta pegó sus senos al pecho de Pato y con una mano le acarició la entrepierna.

—Tú sabes que nunca necesitaste ponerme borracho para «violarme» —respondió él divertido.

Una cosa llevó a la otra y de pronto Mirta lo besó.

—¡¿Pero es que no tienes dignidad, Patricio?! —exclamó una Valeria indignada que se había aparecido frente a ellos casi de forma fantasmagórica—. ¡Sobre advertencia no hay engaño, y la verdad es que yo no tengo vocación de alfombra! ¡Me largo de tu vida, Pato, y si no te molesta, mañana paso por mis cosas!

—¡Valeria, espera! —exclamó Pato poniéndose de pie sintiendo un fuerte mareo.

—Déjala —lo retuvo Mirta, y juntos miraron cómo Valeria escapaba llorando del local—. Ahora no lo entenderá. Ya sabes cómo ha sido siempre de severa. Deja que se vaya y te prometo que yo luego hablo con ella.

—Quiero aclarar esto ahora, Mirta, en caliente.

Pato intentó dar un paso pero se tambaleó.

—Creo que… estoy un poco ebrio —sonrió levemente, aunque se sentía bastante intranquilo por el cómo había tomado las cosas Valeria.

—¿Dónde está tu apartamento? —le preguntó Mirta—, a lo mejor deberías descansar.

—Allá arriba.

—Vamos.

Fue lo último que Pato recordó.

Cuando abrió los ojos, le costó trabajo identificar su habitación, pero el aroma a nicotina y a marihuana lo remontaron pronto a su sitio. Estaba en su cama, recostado, y Mirta le acariciaba la longitud de su polla con adoración.

—Siempre me encantó tu pollón, mi amor —le dijo Mirta, que debía de estar sobre su cama arrodillada devorándole su falo—: no sabes cómo lo extrañaba.

La estancia permanecía semi oscura. Las luces azules fosforescentes que pendían de los muros sobre plafones hundidos apenas aclaraban los costados de su cuarto y le daban a la atmósfera un ambiente erótico.

—Y yo a ti… y yo a ti —admitió Patricio dejándose llevar por las mamadas de su exnovia.

La sensación de tener su pene prensado al calor de la boca de Mirta era muy placentera.  Las manos de la chica rodearon su gorda barra de carne, e hizo por metérsela más hondo.

—Ahh, síii.

La humedad de su esponjosa y suave lengua serpenteando sobre su glande lo enloquecía.

—Cométela toda, Mirta, desquita el tiempo perdido.

—Mmmmh —jadeaba ella mientras se la mamaba con gusto, masturbando su falo de vez en cuando y lamiendo el orificio de la uretra para provocarle más placer.

—¡Cómo te extrañaba, mi tóxica hermosa…!

—Mgggh ... mggghh.

—Jodeeer... como extrañaba tu boquita. Mi verga también te extrañaba... ahhh... mierrrdaaa... que lengua... que lenguaaa... ahhhh.

Y Pato explotó en borbotones dentro de su boca, mientras ella bramaba de placer:

—Pórtate mal, Mirta, y haz gárgaras de semen como solías hacerlo.

—Te extrañaba, Patito —le decía Mirta desde un punto irreconocible de la habitación.

—Móntame, Mirta, y haz lo tuyo.

En otras circunstancias Patricio Bernal la habría colocado en todas las posturas del kamasutra, pero esa noche no se sentía especialmente dispuesto producto del alcohol.

Cuando ella se colocó a horcajadas sobre sus piernas y se hundió lentamente sobre su embravecido mástil hasta que lo tuvo todo dentro, Pato notó una sensación distinta que no recordaba, y tampoco es como si hubiesen pasado tantos años desde su última follada, que había sido en febrero.

Para empezar, su coñito parecía mucho más estrecho y carnoso que antes. Además,  no recordaba que su culo fuese tan pesado ni que sus nalgas fuesen tan redondas y carnudas.

También desconoció esos movimientos ondulantes mientras se frotaba su verga en el interior de su vagina, ¿y qué decir de sus gemidos?

Tan dulces, esbeltos, ardientes:

«Aaaahhh… Aaaahhhh… ¡Máaaas! ¡Asíiii!»

Ella inició un concierto de gemidos aunado a los fuertes sentones vibratorios, húmedos y oscilantes que produjeron que toda la longitud de Pato se embutiera en esa boca inferior ante cada agujerada.

—Mira qué bonito te la follas… —dijo Mirta con una voz muy lejana que no coincidía con la de la mujer que tenía encima—, lo que dirá Jorge cuando sepa lo bien que se la pasa su mejor amigo con su prometida.

En ese preciso instante Pato advirtió que la luz de las bombillas centrales se encendían de forma abrupta, encontrándose con la brutal imagen de unos colosales melones blancos, duros, gordos y pesados rebotando sobre el pecho de la chica: de arriba abajo, de arriba abajo, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, ante cada embestida.

—¡Ricooo! ¡Ricooo!¡Aaaah! ¡Aaaah! —bramaba ella, echándose su larga cabellera hacia atrás.

Pato intentó explorar aquellas grandes y hermosas aureolas rosadas, que le resultaban desconocidas, en conjunto de sus duros y puntiagudos pezones, que coronaban ese par de carnudas tetas que rebotaban una y otra vez, pero no las reconoció.

Lo único que tuvo claro en ese momento, con gran estupor, mientras la hembra gemía y gritaba cual perra en celo ante cada acometida, fue que ella no era Mirta.

—¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Siiii! —aullaba aquella exuberante chica—. ¡Dame más! ¡¡Más… maaas!!

Livia estaba como perdida, cabalgando a Pato con una celeridad endemoniada. Su nariz estaba roja y sus poros dilatados, como si hubiese consumido bastante cocaína. La punta de su lengua mojada lamía el arco de cupido de sus labios de una forma tan obscena como vulgar.

En las comisuras aún había rastros del semen que le había quedado tras la mamada que había hecho a su verga y a sus huevos con aquella furia infernal, de modo que todavía le colgaban pequeños hilos de saliva que caían naturalmente sobre sus preciosos pezones.

Mirta estaba delante de los dos, con su teléfono móvil grabando video y sacando fotografías a la vez.

Patricio aspiró una bocanada de oxígeno sintiéndose demasiado atontado, todavía con sus dedos enterrados en aquellas carnosas piernas prohibidas, que sólo se inclinaban para impulsarse en el aire y volver a caer violentamente sobre él.

Las poderosas nalgas de Livia eran tan grandes, anchas y pesadas que Pato podía sentir el fortísimo impacto sobre sus piernas, así como el lúbrico y vulgar sonido de los «¡Plash… Plash…. Plash…!» cada vez que éstas le botaban.

Todo esto debía de ser una alucinación, una autentica putada: una vil fantasía que había aparecido en ese momento desde lo más hondo de sus instintos clandestinos para joderlo. No podía estar pasando, pero estaba pasando. Pato lo sabía, todo era real, y aun así no podía evitar percibir el irreprochable placer que sentía cada vez que su durísima polla invadía el coñito de la mujer de su mejor amigo, una punzaba muy grande en el pecho lo culpabilizaba. El aroma a hembra lujuriosa lo intoxicó enardecidamente, la mirada descarada de esa puta que se mordía los labios cada vez que gemía lo llenó de rabia y consternación.

«No puede ser ¡no puede ser!»

Ni los chapoteos, ni la desvergüenza de aquella inmoral, que iba a casarse con su mejor amigo en una semana, ni mucho menos la forma en que sus tetazas oscilaban y chocaban entre sí al tiempo que jadeaba como una zorra en brama hicieron reaccionar a Patricio Bernal, sino el recuerdo de él… de Jorge… de su hermano del alma.

La tentación de seguir follándose a Livia Aldama estaba ahí: nadie podría rehuir a un cuerpo glorioso como ese; a un coño tan apretado y empapado como ese, a una mujer tan preciosa como esa.

Pero hay códigos. Y esos códigos entre amigos son inquebrantables.

«Jorge» fue lo primero que pudo pronunciar.

Y fue en ese preciso momento en que, aun si estaba más caliente que la magma volcánica, empujó a Livia hacia su costado, se arrastró por toda la cama hasta encontrar la orilla y se levantó, agitado, con la cabeza a punto de reventarle.

—Pero… ¿qué mier…? ¿qué… mierdaaas? —vociferó todavía con el aturdimiento y el éxtasis del momento apoderado de su cuerpo y de su polla.

La borrasca que devastaba en ese instante su entendimiento era violenta e implacable. Una implosión de sentimientos carcomía su cerebro. Aunque su mente estaba revuelta, volcada, asfixiada, su visión y entendimiento estaba intacto.

—¡Dame eso! —gritoneó Patricio arrebatándole el teléfono para luego desbaratarlo en el piso.

—Ups, creo que ya se han ido los archivos a la nube —se carcajeó Mirta como una desquiciada.

—¡Eres una hija de puta! —la encaró, empujándola hacia el frente—. ¿Cómo pudiste? ¿C…óm…o?

Patricio se llevó las manos a la cabeza y miró en derredor. La mujer de su amigo estaba recostada, perdida, entrecerrando los ojos y ajena a la conversación que mantenían él y su ex novia.

—¿Por… qué? ¿P…or qu…é? —No había palabras que Pato pudiera emitir que expresaran lo que sentía, esa sensación de traición, de burla, de humillación, orquestado por una de las que había sido el amor de su vida y con quien había compartido tanto.

—Lo siento, Pato —dijo Mirta, mirándolo sin un gesto particular—. Pero Valentino me da lo que tú nunca pudiste darme, y no me refiero sólo al sexo, pues allí tú eres mejor. ¡Me refiero al dinero, a las drogas, excesos… lujos… muchos, muchos lujos! —Cada palabra que Mirta expresaba, destruía a Patricio, su orgullo de hombre y su autoestima—. Yo te amaba, Pato, sobre todo amaba cómo me follabas, porque para eso eres un Dios. Pero con Valentino me di cuenta que tus cursilerías, tu vida bohemia, tus drogas baratas (porros de porquería) y tus pocas aspiraciones no me eran suficientes.

Pato temblaba de arriba abajo, con borbotones de bolas de fuego anidando en sus entrañas.

—Nunca quisiste superarte, y yo no podía vivir con un fracasado. Además… Pato, admítelo, siempre preferiste a Valeria por encima de mí. Aunque ahora… ups… ahora también se ha ido y te ha dejado solo.

—¡Largo de mi casa las dos! —gritoneó, rompiendo con un puñetazo un cristal que había detrás de él—. ¡Largo de mi casa par de perras!

—No te odio, Patricio, te juro que no te odio… —le dijo Mirta suspirando—, pero no sé qué tiene Valentino que… hace que sienta un placer inmenso al saber que te joderé la vida a ti y al presumido de tu amigo.

Pato observó que Livia se había terminado de vestir. Parecía hipnotizada, sin sentidos. Actuaba como un robot, como si no supiera quién era ella ni lo que hacía. Livia pasó a su costado sin decirle nada y él la sujetó por los hombros y la miró a los ojos. Quería encontrar en ella un atisbo de arrepentimiento: un deje de culpa, de locura o algo que le dijera que estaba coaccionada o que su desfachatez se debía a algo más que placer.

Pero no. Ella estaba perdida, despojada de su alma, como si no fuese ella, con sus pupilas dilatadas, seña inherente de que había consumido cocaína en exceso.

Y sin embargo, al pasar por su costado, agachando la cabeza, ella pudo decir en apenas un susurro.

—Lo siento.

Me apronté a ella, la cogí del cuello y la arrastré hasta la puerta, gritándole:

—¡Yo lo siento aún más, Livia! ¡Y si en algo valoras a Jorge, si aún te queda un mínimo respeto hacia él y hacia ti, desaparece de su vida y húndete en la mierda! ¡Y que lo sepas… asquerosa, no te casarás con él!

Cuando las dos chicas abandonaron la habitación, Pato se dejó caer en el suelo y se echó a llorar con amargura.

JORGE SOTO

Domingo 28 de mayo.

11:14 hrs.

—¿Diga?

—¿Con la doctora Erdinia? —hice acopio de valor.

—A sus órdenes, ¿quién me llama?

—Ah, buen día, doctora, soy Jorge Soto.

—Ah, querido, querido, ¿cómo estás? Recibí la invitación de tu boda y, supongo que me llamas para confirmar mi asistencia. Yo estaré encantada de…

—Yo… bueno… en realidad no… más bien… disculpe que la moleste en domingo… pero necesitaba comunicarme con usted para algo delicado. Me he tomado el atrevimiento de pedirle su número personal a… bueno… Me preguntaba si podría recibirme, es urgente.

Mis palabras se estaban torciendo en mi mente, el pecho se sacudía y mis poros exudaban.

—Justo estoy en México, querido, ¿es muy importante lo que tienes que decirme? Lo podemos tratar por videollamada, si gustas.

—No, no… en realidad… quisiera que todo fuera más… personal. Es, un poco grave lo que tengo que decirle y ya ve… que los aparatos electrónicos no son tan confiables.

Olga Erdinia se quedó en silencio, preocupada.

—¿Se trata de Raquel? Leí en la prensa que…

—No, no. Se trata de...

Un silencio. Ansiedad. Resuellos.

—Mira, Jorge, te noto nervioso, dime lo que sea, querido, y por la amistad que me unía a Minerva, tu preciosa madre, confía en mí, como una vez te lo pedí. Yo estoy de regreso en Monterrey el viernes, pero si es tan urgente yo podría…

—No, no, creo… —me tembló el teléfono en las manos—. No pretendo alterar sus diligencias. En realidad no debí de llamarla. Lo siento, no debí importunarla.

Colgué y apagué el teléfono de golpe.

¿Qué estaba haciendo? Él era como mi padre…

Y, sin embargo, no podía dejar de pensar en que lo tenía en mis manos.  Tragué saliva, temblando, y guardé la USB en mi bolsillo. Si esto salía a la luz… vería al mundo arder.

—Tiempo al tiempo —suspiré.

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Entramos a la senda de los capítulos finales.