Depravando a Livia: capítulos 3 y 4

El redescubrimiento de Livia y sus bajos instintos se vuelven cada vez más agresivos: su calentura, sus deseos y las fantasías sexuales que la poseen la llevan a cometer un primer error.

  1. BAJOS INSTINTOS

“De su miembro sobre su cara…”

Eran las tres de la madrugada cuando Leila me despertó con un mensaje de WhatsApp. Yo estaba en el quinto sueño, probablemente nadando en las insondables aguas de lo onírico, esas aguas donde permanece el inconsciente y la realidad. Siempre solía poner mi teléfono móvil en mi buró, al costado de mi cama, en modo vibrador. Pero por todos es bien sabido que el ruido de la vibración de un celular es semejante al de una locomotora, sobre todo cuando está sobre la madera y el mutismo de la atmósfera es abundante.

Gemí, fastidiada.

«No inventes, Leila, ¿por qué carajos no me dejas dormir?» pensé, cuando vi entre pestañeos su nombre en la pantalla.

Me incorporé un poco y noté que Jorge estaba durmiendo como un bebé. Podía pasarle un tren encima y él ni siquiera se inmutaría. Por primera vez me alegró que fuese imperturbable mientras dormía, o su abominación por la loquita de Leila iba ser letal.

Juro por Dios que no iba a mirar el whats, pues tenía bastante sueño y prefería dormir. Pero, ¿no es verdad que el que manda un mensaje a deshoras de la noche es porque algo grave le está sucediendo? A lo mejor necesitaba mi ayuda. Nadie en su sano juicio podría ser tan inconsciente de despertar a su mejor amiga sólo porque le da la gana. ¿O sí?

Esa razón me llevó a incorporarme un poco más, poner un segundo almohadón sobre mi espalda alta y desbloquear el teléfono para leer lo que Leila me ponía.

Leila Velden

Escandalaaaa!!!Mi amoraaa!!! 03:05

Mira lo que me estoy comiendo 03:05

«¿Es en serio, Leila?» le dije con fastidio desde mi fuero interno «¿Me has despertado para presumirme lo que te estás tragando a estas horas de la madrugada? ¡No inventes!»

El mensaje me pareció tan fútil como injustificable, así que los próximos quince segundos me la pasé parpadeando en mi vano intento por  descifrar lo que me quería decir en realidad.

Y cuál fue mi escalofriante sorpresa cuando recibí la imagen de una selfie que me enseñaba su cara, en la que exhibía una perversa y triunfal sonrisa, y delante de ella un descomunal pene: grueso, pesado, recto, bronceado y brillante (como si alguien lo hubiese estado chupando con verdadera devoción). Leila apenas podía abarcarlo con la mano, y lo sujetaba de tal forma que parecía querer estrangularlo.

«¡Oh, por Dios!»

Me parece normal haber sufrido un ligero vahído, que mi pecho remeciera, y que mis ojos terminaran por abrirse desorbitados. ¡Ese miembro, Dios mío! Sus venas, su color, su forma… ¡el tamaño de su glande, que lucía esponjoso y un tanto sonrojado! Era suyo, lo intuí, mi instinto y vestigios me lo dijeron.

¡Era suyo y Leila estaba con él!

Sufrí un segundo vuelco en el corazón, aspirando con verdadero asombro.

Leila Velden

Te has quedado muda mi cielaaa. Contesta, con lo que odio que me dejen en visto 03:07

Y adjunto al mensaje apareció una nueva foto pero ahora con la mitad de ese descomunal falo hundido en la boca de mi amiga.

Su imagen era ridícula, morbosa e irrisoria: ambas debíamos tener el mismo tamaño de boca, pequeña, y, sin embargo, su gesto era grotesco, casi animal. Parecía que estuviese inflando un globo, o más bien como si alguien le hubiese metido una pelota de golf para que se la tragara. Sus mejillas estaban infladas, y el pómulo visible lucía deforme. Sus ojos se exhibían crispados, y sus labios por poco se enroscaban de lo grande que había tenido que abrir su discreta boquita para devorarse semejante anaconda.

Y, en efecto, yo me quedé muda, helada, ansiosa y petrificada.

Mis dedos y mi cabeza habían hecho interferencia y era complicado conectar para preguntarle sobre el contexto. No sabía por qué, pero en realidad no me importaba si se la había chupado o si se la estaba a punto de meter por… allá abajo. Lo que quería saber era si el dueño de ese miembro venoso era él…

Livia

¿Con quién estás, Leila? 03:12

Leila Velden

Con quién va ser, mi amoraaa? Con Míster verga, Nuestro jefecito. Valentino Russo. 03:17

De todos modos la respuesta era casi obvia cuando recibí la tercera imagen de la madrugada. Era evidente que «míster verga» era mi jefe, Valentino. Yo conocía esa exquisita anaconda gorda, de relieves  venosos bastante visibles, y de glande de textura esponjosa y húmeda no sólo porque una vez lo había visto masturbarse en su oficina, desde la distancia, sino porque yo conservaba en la computadora portátil que me había regalado, una serie de fotografías donde aparecía su pene erecto en primeros planos.

Me había masturbado con esas obscenas imágenes infinidad de veces, en medio de cientos de impúdicas fantasías sexuales: y me había corrido como una desquiciada imaginando lo que sería intentar abarcar ese rabonón con mis pequeñas manos, al tiempo que sus gruesas venas palpitaban en mis palmas, en mis dedos y en mis yemas para después sentir el brillante, húmedo e hinchado glande entreabriendo mis carnosos labios vaginales, como un poderoso soldado en combate, que de tan mojados y acuosos, estarían listos para recibirle con ganas.

«Valentino y Leila» «¡Valentino y Leila!»

¿Cómo era posible? ¿Por qué él estaba con ella? ¿De qué me había perdido? ¿Desde cuándo ambos se acostaban y yo sin saber? ¿Sería la primera vez? ¿Por qué Valentino había elegido a Leila? ¿Él sabía que ella me estaba compartiendo esas fotos?

¡Dios santo!

Tuve una oleada de celos, indignación y morbosidad. Eran sentimientos encontrados que no lograba dominar. ¿Por qué mi jefe estaba con ella?

Esa tercera foto no era una selfie , sino que había sido tomada por él… por Valentino.

Las vistas de la foto eran asombrosas y extravagantes. Ya no sólo se observaba el rostro de Leila y ese poderoso miembro: ahora la postura horizontal de la cámara móvil permitía ver a mi amiga de forma más panorámica. Aparecía sentada sobre sus propias pantorrillas arriba de una alfombra tinta, sumisa y entregada.

Parecía estar semidesnuda, y aunque no se lograba apreciar del todo su entrepierna, sí que se distinguían sus pequeños pechos. Uno de ellos yacía desnudo, y colgaba por arriba de una copa de su sostén rojo, mientras que el otro permanecía oculto dentro.

El pecho que le colgaba tenía signos rojos de haber sido estrujado recientemente, y hasta mordido. Su pezón lucía duro, colorado y erecto.

Por la posición de la foto, confirmé que el dueño de semejante pene se había apoderado del celular de mi amiga y le había hecho esa foto a la altura de sus pectorales (por petición de Leila o morbo personal del semental) y desde allí la perspectiva de la imagen era delirante.

En esta ocasión la cara de Leila miraba hacia arriba, y tenía la lengua de fuera y la boca humillantemente abierta como una perrita que espera que su amo le vacíe un chorro de leche. Me pareció una postura denigrante e inmoral, pero a la vez sensual y hasta morbosa. Aun así, el éxtasis de la imagen no era la sumisión de mi amiga en esa posición, sino el hecho de que el monumental miembro de Valentino le cruzara toda la cara, aplastándole la lengua, labios, nariz y frente, toda vez que dos enormes testículos finamente depilados, golpeaban su mentón.

¡Dios mío! Aquella era un arma de destrucción masiva, y ver cosa semejante me puso tan cachonda como horrífica.

Lo que más me impresionada era que ese gordo trozo de carne fuese más largo que el propio rostro de mi amiga, y que los testículos fuesen tan enormes en comparación del tamaño de su mentón.

«¡Dios…!»

Y algo extraño me ocurrió.

Nunca antes sentí esta sensación de ardor y cólera apoderándose de mi cuerpo y mi razón. Por un lado me sentía furiosa, traicionada y recelosa, (¡aun si sabía que no tenía motivos para sentir nada de eso, pues mi jefe no era nada mío y no teníamos ninguna relación salvo la estrictamente laboral!) No obstante, por otro  lado mi útero zumbaba, se contraía y me pedía a gritos sentirlo dentro, a él o lo que fuera que pudiera reemplazarlo y llenarme como si fuera su pene.

Pensé en mis dedos, pero me dije que no me abastecerían: no si lo que quería era emular la sensación de un falo como el suyo inundándome la vagina.

Miré a Jorge en las penumbras y suspiré apasionadamente. Me dolía admitir que mi novio tampoco era mi mejor opción, pero su miembro era preferible a cualquiera de mis dedos. Y no podía negarlo, desde la primera vez que hicimos el amor me sentí realizada, plena y satisfecha con él. El problema era que Jorge no era Valentino, ni tenía su cuerpo, ni tenía su miembro ni mucho menos su carácter y temperamento: eso… ¡Jorge no tenía ese carácter y temperamento masculino del que mi jefe era dueño y que me hacía mojar las bragas nada más sentir su presencia!

Y mi prometido seguía durmiendo, mientras la guarra de su novia era presa de un irrefrenable deseo, febril e incontrolable que estaba quemándola por dentro, pensando en otro, en su inmoral jefe, ¡fantaseando con ser sometida por ese macho seductor, ansiando que le mordiera los senos como a Leila, que la pusiera de rodillas y que la hiciera comerse ese falo con su boca hasta atragantarse!

¡Dios… Dios… Diooos! ¿Qué me estaba pasando?

No lo podía negar, quería saber lo que se sentía ser penetrada con una monstruosidad como esa. Lo necesitaba, ¡tenía ganas, deseos y curiosidad! Y, en ese momento, era preciso calmarme esta horrible calentura. Y mi egoísmo me llevó al desenfreno.

Me quité el pijama de seda hasta quedar sólo en bragas y sujetador. Abrí el cajón de mi buró y saqué un condón. Cuando me incorporé y me puse de rodillas sobre la cama los pezones me dolían debajo de las copas de mi sostén de tan duros y erectos que se encontraban. Y yo no me lo pensé dos veces y procedí: quité las cobijas que cubrían a Jorge y como pude abrí la bragueta de su pantalón de dormir, de tal manera que conseguí acariciar su pene semi erecto con mis yemas. Había estudiado lo que le excitaba y había descubierto que cuando metía mis dedos dentro del prepucio y acariciaba su glande directamente, él moría de placer. Y así lo hice.

Jorge era diferente a Valentino. Su piel era suave como la de un durazno y no áspera y viril como la que parecía poseer mi jefe. Aun así, me gustaba esa sensación  blanda al acariciar a mi novio.

Dejé que dos dedos de mi mano derecha (previamente ensalivados directamente por mi boca) separaran el cuerito que cubría su prepucio y los introduje. Jorge se estremeció aún en sueños. Me di cuenta que él ya estaba húmedo, así que lo único que hice fue homogenizar mi abundante saliva con sus líquidos pre seminales. Froté con mis yemas su cabeza y su sensible frenillo, y los fluidos se hicieron más líquidos y abundantes.

Nunca he entendido cómo los hombres pueden tener erecciones mientras duermen: lo cierto es que esa noche Jorge estaba así, por lo que deduje que se me facilitarían las cosas en mi deseo porque me inundara mi sexo.

Poco a poco su pene se endureció y fue creciendo con mis dedos dentro de su prepucio, impregnando sus fluidos por todo su glande, al tiempo que frotaba mis yemas en el orificio de su uretra, mientras él continuaba convulsionando, ahora con burdos jadeos, y su miembro fortaleciéndose. Con mis dedos libres, tras haberlos ensalivado también, acaricié su pelvis y sus pelitos, y toda esa línea triangular inversa que llevaba a sus testículos.

Jorge volvió a gruñir y a estremecerse, víctima de mis caricias. De pronto mis uñas estaban deslizándose sobre sus testículos, raspando delicadamente su corrugado escroto, hasta que su miembro creció lo más que pudo y palpitó en mis yemas.

Jorge suspiró al sentir mis caricias y mis eróticos jadeos. No sabía si ya había despertado o aún soñaba… el caso es que saqué el condón de la bolsita metálica y se lo puse sin dilación. Y ya así, erecto, hice por rodear el tronco con esa mano. Lo conseguí sin problemas. No era grueso, sin duda, al menos no como el de Valentino, pero tenía una buena longitud y no podía negar que ese pene siempre me había provocado placer.

Sin preliminares ni protocolos (pues de todos modos ya estaba mojadísima) me abrí de piernas y me tumbé sobre Jorge en horcajadas y comencé a restregar mi gordo culo sobre su pene. No hay nada más excitante como mujer que sentir un bulto refregarse sobre tu cuerpo: lo había hecho Felipe aquella noche en el bar, cuando restregó intencionadamente su paquete sobre mi culo.

Lo había hecho algunas veces Valentino (inconscientemente) cuando se había puesto detrás de mí para ayudarme a subir folders en los archiveros o cuando intentaba ayudarme a subir a su vehículo. Y sí, ese paquete que se cargaba era el más grande y duro que había sentido en mi vida. Y ahora sentía ese bulto de nuevo, el de mi novio (aunque no fuera tan ingente), rozando mis paredes vaginales, mientras yo me frotaba con gusto arriba de él.

Incrementé la intensidad de mis movimientos hacia adelante y hacia atrás porque quería que se pusiera más duro y grueso. Y es que no: mi novio no tenía un pene pequeño, pero sí era enjuto, y aunque nunca me lo pareció así en el pasado, ahora que tenía como referencia la anaconda de Valentino… mi perspectiva hacia el tamaño había cambiado.

Y gemí cuando cerré los ojos y recordé la sensación de tener a ese enorme semental detrás de mí, rozándome “accidentalmente” mientras me decía «¿te ayudo?» provocándome los deseos de echar mis nalgas hacia atrás para sentirlo más cerca, más rico… más todo, que sus poderosas manos me agarraran de mis grandes senos y que me los estrujara como estuve segura se los había estrujado a Leila esa madrugada.

«Qué suerte tienes, Leila, qué suerte…»

Y en un movimiento involuntario el pene de mi novio entró a mi rajita empapada y se deslizó hasta el tope, y lancé un gemido de placer. Estaba satisfecha, pero sabía que si ese falo hubiese sido el de Valentino me habría hecho sentir más: me habría dolido la penetración, y es probable que hasta hubiésemos tenido que intentar hacerlo con cuidado, para que su circunferencia pudiese dilatar mi vagina y adaptarse lentamente conforme se iba hundiendo dentro.

—¡Ufff! —jadeé.

Y me imaginé allí, yo encima de él, de mi jefe, apoyada con mis manos de sus trabajados y fuertes pectorales morenos: con mis piernas abiertas, intentando, con dificultad, meterme su polla, ¡sí! ¡Su polla! ¡Su maldita polla! Porque su pene es lo que era: una obscena y blasfema polla. Imaginé que al introducirme ese monumental pollón destrozaría mi coñito mojado: mis pareces vaginales se contraerían, y mi inundado útero me ardería por dentro hasta tocarme la última fibra de mi cuerpo.

—¡Aaaah! ¡Ahhh! —gemí al visualizar la imagen en mi cabeza—. ¡Hummm! ¡Aaaaa!

—Pfff, mi ángel… estás… empapada —oía la voz de Jorge en la distancia, todavía modorro.

Había despertado. Era obvio que mis grandes nalgas encima de él no podían pasar inadvertidas.

—Cállate y dame duro —le dije sin pensar.

No quería escucharlo: no quería que rompiera esta burbuja en la que estaba fantaseando. Él no era Jorge, era Valentino, aunque su polla no fuera la suya. Y comencé a moverme en círculos, de tal manera que su tronco pudiera tocarme todas mis células nerviosas. ¡Juro por Dios que estaba ardiendo por dentro! Que mis flujos vaginales escurrían desde mi coñito como si fuesen chorros de orina y que el pene de Jorge, sus testículos y sus piernas se estaban empapando.

—Ohhh… Livy… ufff…¡Te estás… viniendo… ufff!

Ignoré su voz y me concentré en mis circulares movimientos.

—¡Ahhh! ¡Mmmm! ¡Uffff! —gemía, subiendo y bajando, subiendo y bajando—. ¡Qué rico… qué rico…! ¡Aaaahh!

Continué cabalgándolo con el firme intento de no acelerar el ritmo para no arruinar nuestro sexo como aquella ocasión en que me descontrolé y rasgué el frenillo de mi novio.

¡A ver cuando se iba a operar, maldita sea! ¡Lo necesitaba circuncidado para que no le doliera! ¡Para que me penetrara duro, durísimo, hasta que me hiciera bramar como una auténtica zorra!

—¡Ahhh! ¡Papi… ! —Ah, Valentino… así, más, más, Valentino…—. ¡Así papi rico… qué rico, qué rico!

—Me encanta, Livy, me encat…

—¡Que no hables!

No quería luces, no quería palabras, no quería mirarlo, sólo sentirlo, y sentirlo muy bien, muy hondo.

—¡Húndemela más dentro… más hondo… aaahhh!

Jorge no se pudo contener y comenzó a acariciar mis gordos muslos, a estrujar mis nalgas, hundiendo sus dedos en mis carnosidades. Luego, con sus yemas, subió por los costados de mi cintura, estremeciéndome, hasta que atrapó mis pechos y los amasó, haciéndome cosquillar.

—¡Amo tus tetas, Livy, las amo! ¡Pero más te amo a ti, ¿lo sabes?! ¡Y moriría si un día te pierdo!

Y ahí se rompió la magia. La burbuja explotó y abrí los ojos abruptamente. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Qué carajos estaba pretendiendo provocar? ¿Estaba utilizando al amor de mi vida para saciar mis más bajos instintos? ¿Estaba quitándome con Jorge la calentura que me provocaba Valentino, instigado por esas malditas fotos que no tenía la menor idea de por qué me las había enviado Leila?

Y tuve ganas de llorar. Menos mal que estábamos en penumbras, o Jorge me habría descubierto. Seguí cabalgándolo pero ya no sentí nada, no sentí placer ni deseo salvo vergüenza y frustración. Seguí cabalgándolo porque yo había sido la culpable de esto y Jorge merecía culminar. Mi novio estaba feliz, gimiendo, magreándome, diciéndome lo mucho que me amaba y no lo iba a interrumpir. Así que lo cabalgué un buen rato hasta que, gracias a Dios, se corrió.

—¡Ahhhh… carajoooo! —bramó de placer, derramándose en el condón mientras se estremecía debajo de mí.

Y él no supo que mis gemidos finales no fueron por un orgasmo, sino porque estaba llorando de pena y culpabilidad. Él no merecía que yo le hiciera esto. Jorge me amaba, ¿cómo podía dudarlo? ¡Él me amaba con la misma intensidad con que lo amaba yo!

—Te Joli —le dije en un susurro—, voy a ducharme antes de dormir… porque… me he empapado mucho. Y perdón por despertarte.

—No, no, mi vida, no te disculpes —se incorporó para besarme dulcemente. Sentí su respiración todavía agitada, sus suaves manos acariciando una de mis nalgas y la otra mi espalda—. No te disculpes porque ha valido la pena completamente. Nunca creí que me despertarías en la madrugada para algo así. ¡Ha sido el mejor regalo que me has dado últimamente, Livy, sobre todo por nuestras continuas discusiones! Y no me gusta, ¿sabes?, no me gusta que nos disgustemos. Me duele mucho, y ambos sufrimos. ¿Por qué mejor no hacer el amor todos los días en lugar de discutir? Con lo rico que la pasamos, acariciándonos, tú entregada a mí y yo a ti, que eres la mujer más hermosa y buenaza del mundo entero. Te amo, Livy. ¡Nos amamos, ¿verdad que nos amamos?! ¡¿Verdad que tú me amas?!

—Con toda mi alma, mi Joli —le respondí estremeciéndome, con la voz ahogada, con mis ojos llenos de lágrimas—. Con toda el alma…

Y me fui a la ducha, donde aproveché para llorar muy fuerte aprovechando el ruido de los chorros de agua.

No me conocía, ¡no tenía idea de qué diablos podría estarme pasando! Esa Livia egoísta no era la que yo había sido siempre.

Esa Livia ventajosa era desconocida para mí.

Esa Livia ambiciosa no era yo…

Me dije que si no lograba controlar mis impulsos, sincerarme conmigo misma y luego con Jorge… Esa Livia perversa que estaba anidando dentro de mis entrañas, un día se apoderaría completamente de mi cuerpo, alma y voluntad y destruiría todo a su paso.

  1. RELATO DE LEILA

Estábamos en una pequeña mesa redonda al final de la cafetería, cerca de un enorme muro de cristal que daba hacia un jardín cuya fuente de mármol lanzaba chorros de agua por la boca de un ángel con el ala derecha estrellada.

Me moría de curiosidad por saber lo que había pasado entre Leila Velden y nuestro jefe en la madrugada, y cómo es que habían llegado a ese extremo.

Me mordí la lengua para no propiciar la conversación del tema y evitar que ella se diera cuenta de lo ansiosa que me encontraba por conocer todo, a detalle. Temía que descubriera mi obsesión por Valentino y comenzara a fastidiarme.

Leila me comería la cabeza más de lo que ya la tenía carcomida y, si se lo proponía, podría ser capaz de influenciarme en mis malas decisiones.

Por fortuna, tal y como lo predije, fue ella la que comenzó a presumirme su gesta heroica. Estaba henchida de alegría, y no cabía de placer por la victoria que había conseguido al haber logrado tirarse a ese delicioso hombrezote.

—¡No pinches putas perras mames, Livia! —gritó como si se hubiese ganado el premio gordo de la lotería nacional—.¡Escandalaaaa! ¡Tengo que contártelo todo, todo! ¡Es el mejor chisme que escuchaste en tu vida! ¿Viste cómo llegué en la mañana? Es que apenas me puedo mover; siento las piernas y los brazos aporreados. ¡Me duele todo, hasta el pelo! Como si me hubiera pasado un tráiler encima. Me duele el cuerpo, pero vengo feliz. Es que ese hombre… ayyyy, mi amoraaa… ese hombre es un completo semental. ¡Me dejó deshecha pero satisfecha!

Leila clavó sus fulgentes ojos verdes en mi cara, con su pequeño y fino rostro iluminado por el recuerdo de la noche. Echó sus cabellos lacios en la espalda  y se ajustó la blusa beige que ceñía su diminuta cintura y hacía que su pequeño busto luciera turgente. Era muy bonita de cara y, a su vez, se notaba en su expresión que era una guarra.

—Pues cuéntamelo, Leila, que para eso estamos las amigas, para escuchar locuras —respondí empujando una sonrisa que pareciera espontánea y una voz afable que ocultara mis halos de envidia.

—¡Pues espero te hayas puesto pañal, Livy, porque con lo que te cuente, te juro que terminas más mojada que el golfo de México!

Tragué saliva y sentí todo mi cuerpo tenso y ansioso. Suspiré para estar tranquila e hice todo lo posible por permanecer serena.

—Es que no me lo creo —admití—, ¿cómo fue que ambos… hicieron clic? ¿Fue algo casual, espontáneo, o premeditado? No sabía que… fueran tan afines. Si ni siquiera se hablaban.

Hasta donde sabía, mi jefe nunca dio señales de ceder a los que coqueteos de mi amiga: incluso Leila misma me había dicho que no había forma de que él se interesara en ella más allá de lo laboral. ¿Entonces?

—Las cosas espontáneas son las más deliciosas, Livy. Si las planeas, nunca salen como esperas. Y ya lo ves.

—Pero tú me dijiste que pues… él… no te hacía caso. —Mi voz sonaba casi desesperada, necesitaba una explicación.

—Yo también llegué a pensar que no le atraía, por no ser tan voluptuosa… como tú o Catalina… pero ya vez. Últimamente comenzó a mirarme de forma más pícara. Me asignaba tareas más elaboradas. Y desde aquella vez que nos acompañó al centro comercial y nos invitó a ser sus madrinas en esas carreras, tuvimos mayores temas de conversación.

”Y pues nada, ya vez que mi puto carro sirve un día sí, y cien días no. Pues así pasó, ayer me encontró en el aparcadero, atestiguando mis ridículos intentos porque mi auto arrancara y él se ofreció a llevarme a mi casa. De pendeja iba a decirle que no, si de eso pedía mi limosna, así que me fui con él. Íbamos pasando por el Bar de Oriente y me dijo sobre llegar a tomarnos unas heladas «para el relax». Le dije que sí y comenzamos a platicar entre cerveza y cerveza. Valentino es un tipo muy desenfadado, ameno y divertido fuera de la oficina, tú mejor que nadie lo ha de saber, y pues de ahí insinuamos cosas, una cosa llevó a la otra y terminamos en mi apartamento haciendo el delicioso.

Tragué saliva e intenté ordenar los hechos. En efecto, Valentino era un tipo muy severo en la oficina, pero bastante bromista y gracioso fuera de ella. En las reuniones a las que íbamos solía ser el centro de atención. Él llevaba la conversación a donde quería y tenía un don nato para el parloteo. Sí, vaya que tenía buen rollo.

—A Valentino le encantan las mujeres inteligentes, Livia —me dijo mi amiga, mientras un hueco frío en el vientre me distendía.

—Y precisamente por eso nunca pensé que te elegiría a ti. —Sin querer le lancé veneno. Por fortuna mi amiga era demasiado distraía para captar mi indirecta y siguió parloteando.

—Ese rubito que funge como su guardaespaldas y secretario personal también está hecho un bombón. ¿Te imaginas a Joaco penetrándote el culito y Valentino el chocho? —Sentí que al pasar saliva me atragantaba. Tuve que toser para recuperarme—.  Lástima que el rubito sea tan serio, con lo guapo que es.

—Joaco es muy respetuoso —comenté—. Y, bueno, Leila, yo es que sigo sin creerme que… te hayas acostado con Valentino.

—Acostarnos es sólo una forma decente o un inteligente eufemismo de decir que tuvimos sexo, Livia. Porque la realidad es que follamos como perros en celo por todo mi apartamento. Lo hicimos parados, en el suelo, sobre mi mesa, en el encimero de mi cocina y hasta en el baño: fue todo muy perverso, duro, salvaje. Parecíamos un par de actores porno. Creo que, curiosamente, la cama fue lo único que nos faltó.

Suspiré, experimentando un ligero ardor en mi vulva.

—Ya conoces el dicho Livia, el hombre es fuego, la mujer estopa, llega el diablo y le sopla.

Nos quedamos calladas cuando el mesero nos trajo lo de todas las mañanas, a mí una taza con chocolate caliente, muy espumoso, y una empanada con relleno de chocolate. A Leila un desayuno americano. Habíamos pactado con mi Joli que los desayunos los dejaríamos para nuestros amigos, y las comidas para nosotros.

—¿Y por qué me enviaste esas fotografías? —quise saber en cuanto tuve oportunidad.

—¿No me digas que nunca has visto porno, Livia? —se echó a reír devorando un trozo de huevo con pan tostado.

«Si supieras las barbaridades que he tenido que ver últimamente…»

—A mí me daría vergüenza mandarte una fotografía de mí con Jorge en la misma postura en que tú me la mandaste —intenté hacerla razonar.

—Pues claro, con la pollita que debe de cargarse tu Zanahorio a cualquiera le daría vergüenza.

—Leila no empieces, por favor, que odio que hables mal de mi novio. Además, para que lo sepas, Jorge está muy bien dotado —medio mentí.

—¿Como Valentino? —me presumió ella, haciendo una figura con las manos que asemejaba una manguera muy larga—. ¿Así como la foto que te mandé ayer?

No caí en su juego. En lugar de eso me dediqué a sacarle más información, que era lo que me interesaba:

—No me has respondido, Leila. ¿No te parece que te pasaste un poco enviándome eso? Fue algo muy fuerte. ¿Él qué pensó de todo esto? Supongo que no se enteró que lo hiciste, ¿verdad?

—Era para que me creyeras que me había tirado a nuestro jefe, por eso te las envié.

—Eso no es una excusa, ya que su cara no se le veía, puedo pensar que se trata de otra persona.

—Viste su reloj, ¿no?, en una de las fotos, donde está sosteniendo su vergototototota. Sabía que con eso lo deducirías.

—Y… bueno, ¿él…?

—¿Qué si él supo que te envié las fotografías? Pues claro. Por eso él mismo se ofreció a tomarme la última foto para que la panorámica no desperdiciara detalle.

Me sentí un vuelco en el corazón.

—¿Qué? ¡Pero! ¿Tú estás loca? ¡Leila! ¡¿Cómo te has atrevido a…?! —No pude terminar la frase.

Sentí las mejillas arder y llenarme de vergüenza. ¿Cómo diablos iba a ver a Valentino a la cara de ahora en adelante?

—Tan poco es para tanto, querida.

—¿Qué no es para tanto? —Mi voz se oyó en toda la cafetería. Algunos comensales me miraron con desdén e hice por tranquilizarme.

—Ya le viste la verga la noche que se masturbó, ¿no me lo contaste? —me recordó—. Así que no viste nada que no hubieras visto antes.

—¡Pero él no sabía que yo lo vi…! Un momento, ¿no le habrás contado que yo… que yo… esa noche, que yo…?

—No, no, tranquila, que tan poco soy tan mala.

—¡Eres una tonta, Leila! ¿Con qué cara lo voy a ver de ahora en adelante, sabiendo que…?

—Deja de ser tan escandalosa, mujer. Si a Valentino no le pareció mal que te mandara estas fotos, ¿a ti por qué sí?

—¡Porque está mal, muy mal, por donde lo veas todo esto está muy mal! ¡Soy una mujer respetable ante él, y yo misma he luchado para que así sea! Ay, que vergüenzas tengo que pasar por tu culpa. Lo que no me explico es por qué él accedería a algo tan obsceno como esto, ¿acaso no le da pena? Soy prácticamente su mano derecha, su asistente personal, ¡la que lo acompaña a todos los cocteles! ¿Entiendes lo que esto significa? Que gracias a esto él ya no me verá de la misma forma.

—Tanto mejor, Livy. Puede que hasta se interese por ti de otra manera.

—¡Basta ya!

—¿Basta por qué, mi amoraaa? ¿En serio te parece tan mezquino que un machote como ese estuviera interesado por ti? Orgullo deberías de sentir. Mírame a mí, ¿cómo me ves horas después de haberme puesto la cogida de mi vida?

—Te veo bastante… animada, y tienes un brillo especial en tu rostro, está claro —le dije con displicencia.

—¿Animada, mi cielaaa? ¡No, no; estoy perforada, follada, mamada! Y ese brillo en la cara es por la mascarilla doble de lefa que recibí, procedente de una señora verga del tamaño de una anaconda. ¡Es el pollón más grande y grueso que vi y me tragué en toda mi puta vida! No sabes lo que grité cuando empezó a encajármela, con lo chiquita que estoy, Livia, ¿te imaginas mi padecimiento?, ¿te imaginas el tuyo si te la metiera? ¡Sentí que me iba a partir en dos, que me iba a dejar desgarrada! Es como si un megalodón intentase entrar al pozo de una tusa. Y mira que ya me he comido pollones, pero este, ¡ufff, Livia!, este sobrepasa todas las pollas que me tragué en mi vida. Ahora mismo siento que he quedado más abierta que el túnel donde murió Lady Di.

Tragué saliva y le di un sorbo a la taza que temblaba en mi mano. La vulva comenzaba a palpitarme y en mi mente revoloteaban cientos de imágenes a cual más sucia e inmoral.

¿Leila había dicho que Valentino podría interesarse en mí? Un hombre de élite, acostumbrado a las mujeres más hermosas de Monterrey, ¿interesarse por mí? Bah.

—Entonces… ¿te dolió? —Fue una de las más grandes dudas que me aquejaban.

Leila sorbió un poco de jugo de naranja y dio una mordida al pan tostado embadurnado de miel que le había traído el camarero.

—Por supuesto que me dolió, Livy, es como tragarte un tequila puro, al principio te arde la faringe pero después termina gustándote. Así me pasó con míster Verga.

Mi vulva palpitaba y se contraía exageradamente. Mi pecho remecía y mi corazón latía con ímpetu. Llegó un momento en que mis pulsaciones cardiacas fueron tan fuertes, al imaginarme esa escena tan erótica en mi mente, que temí que Leila las escuchara.

Tragué otro sorbo de chocolate caliente, removiendo la deliciosa espuma con la lengua, e intenté respirar. Mala idea, caliente con caliente no se combinaba.

—¿Y qué más? —se me ocurrió decirle.

Mi amiga me sonrió con complicidad, como si supiera que su relato me estaba llevando a los más oscuros e insondables infiernos, y luego pude ver un deje de satisfacción en su mirada.

—Me absorbía los labios vaginales con su gran boca como un puto demonio, ¡ese semental es un puto demonio salido del mictlán, Livia, el inframundo de los aztecas! Los absorbía, los impregnaba, los humedecía, me los mordía y luego los soltaba. Después metía su ardiente lengua en mi hoyito y, ¡ohhh Cristo de las pecadoras!, yo me retorcía como serpiente pisada y no paraba de gritar. —Leila paró en seco para abocanar aire.

En verdad que estaba pletórica.

Mientras tanto, allí, arrellanada en la silla, descubrí que me estaba humedeciendo, y que en poco tiempo mis braguitas estarían estilando. Lo peor es que me daba miedo que al levantarme, mis flujos se me escurrieran por los muslos y la gente se diera cuenta de cómo me escurrían por debajo de mi falda.

—Valentino es un semental tan intenso y experimentado, Livy, que no me la metió hasta que estuve más mojada que el océano pacífico. Es que hay hombres que no te dan preliminares, amiga. Hay hombres muy burdos y huecos que sólo llegan y te la meten sin decir agua va, haciendo que te duela por la resequedad. —Afortunadamente Jorge no era de esos—.  Ni siquiera se preocupan por si sientes o no placer. Pero míster Verga es diferente, Livy, él me trabajó totalmente, todita todita, hasta mojarme. Y así, lubricadita, ¡ay mi niña!, la cabeza (que más bien es un cabezonón) se resbaló en mi cuevita con facilidad. Eso sí, con algo de trabajo al principio, pero con éxito. Y fue ahí cuando comenzó el verdadero placer.

—¿Sí? —musité con un hilo en la voz mientras el chocolate caliente se escurría por mi esófago, al mismo tiempo que mis flujos vaginales se escurrían por mis labios mayores.

—Me comió la boca, la concha, las tetas y hasta el culo de una manera que ¡Oh, may gatooos!

Me sentía viscosa, resbaladiza y pegajosa. Juro que el aire me faltaba, que mis palmas temblaban y que mis ojos no dejaban de parpadear.

—Lo que ayuda mucho es que míster Verga sabe muy bien lo que hace y cómo lo hace. Es experto. Se nota que ha reventado mil vaginas en su vida y es un avezado en el tema. Los preliminares fueron gloriosos; tiene una boca que hace magia, Livy, tanto cuando habla como cuando la usa para comerte. Es que Valentino me prende, pero su voz me embaraza. Y sus enormes manos son la cosa más ardiente que puede sentir tu piel cuando te las embarra en el cuero. ¿Puedes imaginarte lo que es que su barba recortada te roce los muslos, el pubis, la vulva… los labios mayores y menores? ¡No mames, Livia, nunca grité tanto de placer!

—¿Podrías bajarle un poco a tu enjundia? —le reproché cuando los celos hicieron acto de presencia—. Nos podrían oír. —Miré en derredor.

—¡Que todo México se entere que me cogí al hombre más buenote del continente americano!

—Y también al más inestable emocionalmente y el más prepotente —gruñí.

Tenía que pararla en seco. La realidad es que no sabía cómo asumir todo lo que estaba escuchando y lo que sentía. Aunque Valentino no era nada mío, tuve una incómoda sensación como si Leila hubiese invadido mi espacio, y eso me molestaba.

—¿Perdona? —Leila abrió los ojos como si le hubiesen aplastado la panza.

—¿Sabes lo que estará pensando ahora él de ti?

—¿Qué soy una puta? Eso ya lo sé, y no me importa. ¿Que nunca nadie le había chupado la polla como yo? Eso también lo sé, mis mamadas son insuperables. ¿Que nunca nadie lo había montado con la locura con que lo hice yo?... Todo eso lo sé, Livy.

—Por Dios, Leila, ¿cómo has podido dejarte seducir por nuestro jefe? Para él serás un trofeo más: una chica más de sus estadísticas. —Intenté justificar mi comentario, que además no era mentira—. Es que… mujer. ¡¿Sabes las implicaciones negativas que podría traerte que te hayas acostado con él?!

—Si quieres te traigo un megáfono para que te escuchen en toda La Sede— me dijo Leila un tanto irónica, mirando hacia sus costados.

Me contuve otra vez. Tenía que bajar mi voz.

—Nunca es bueno relacionarte con un miembro de nuestro entorno laboral, Leila, lo dice la biblia. Menos de manera sexual, y peor si es tu jefe inmediato. Estas cosas afectan el ambiente de trabajo.

—¿Y me lo dices tú, Santa Livia virgen?

—¿Y por qué no?

—Te recuerdo que estás a punto de casarte con tu Zanahorio, que no se te olvide. Y tampoco se te olvide, mi pequeña listilla, que a Jorgito Soto lo conociste aquí, en La Sede.

—¡Sí, pero él no es mi jefe!

—¡Claro que no, es peor que eso, Livia! ¡Es el casi hijo de uno de los líderes más importantes del partido, nada menos que Aníbal Abascal!

—Es diferente —insistí.

—¿Por qué es diferente?

—¡Porque entre Jorge y yo hay amor!

—Ah, no mames, cabrona, ya, claro, es que cuando no hay amor la vagina se te llena de lodo e impide que un pene te entre.

—Sabes lo que quiero decir.

Leila torció un gesto y me observó a profundidad.

—Si no la controlas, no la fumes, Livia. ¿En serio sigues con tu misma cantaleta de siempre?, ¿que si no hay amor no hay sexo?, ¿que si no hay amor no se borrará el cartelito de tu coño que dice “clausurado”? ¡A ver, querida, entérate de una vez que los tiempos han cambiado, que esa falsa moralidad con la que te criaron las monjas son excusas para evitar que seas feliz en esta vida!

—Yo recibí una educación, Leila, a lo mejor no la más buena del mundo, pero me enseñaron valores que he sabido apreciar y ejercer. Y es esa misma educación la que me enseñó a amar y a respetar mi cuerpo, por lo que no me parece normal que una mujer pueda entregarse a cualquiera sólo por el simple egoísmo de sentir un placer tan efímero.

Y pensar que eso era exactamente lo que yo había hecho la noche anterior, entregarme a Jorge para saciar las ganas que le tenía a Valentino.

—¿Me estás diciendo que tú eres mejor que yo porque yo cojo sin ataduras y sin prejuicios morales?

—Yo no he dicho eso —intenté corregirme.

—Claro que lo hiciste, y viniendo de ti me duele, Livia, porque somos amigas, porque no se supone que me juzgues y me trataras como si yo fuese la peor de las mujeres sólo porque tengo sexo con quien se me da la gana. Lo puedo esperar de cualquier persona, de Catalina, incluso de Valentino, pero no de ti. ¿Y sabes qué es lo peor? Que antes no eras así. Tú no juzgabas a la gente, ni la tildabas de inmoral. Eso se lo aprendiste a Jorge y por eso ese pecoso doble moral no me cae nada bien. Influye en ti negativamente. Te está convirtiendo en una réplica exacta de sus peores defectos. Él es un duplicado de su hermana Raquel, y tú ahora eres un duplicado de Jorge, lo que te convierte en una mujer tan mezquina como la culpable de todo esto, tu hipócrita cuñada. Te estás convirtiendo en eso que tanto criticabas: en una mujer moralista, clasista y…

—¡Leila! ¡Leila! ¡No, no, ni siquiera lo digas! Yo no soy como Raquel. Yo no soy como Jorge —me horroricé de sólo pensarlo.

—Pues tus acciones dicen todo lo contrario, Livia. A la menor oportunidad sacas a relucir tu faceta de jueza carnívora que saca su guadaña con el afán de degollarme. Eso no está bien, amiga. Tómate las cosas con más calma y menos escándalo, que te vas a amargar la existencia. Que tú vivas una vida tan aburrida y soporífera con tu principito no significa que los demás no podamos divertirnos.

—No es lo mismo juzgar que aconsejar, Leila, y lo que estoy haciendo yo es aconsejarte, y si lo hago es porque te quiero. Sólo es eso, que no está bien que te acuestes con tu jefe, sobre todo si… ¡Por Dios, Leila! ¿Te olvidas que tienes novio? —recordé semejante detalle—. ¡Fede es tu novio!

Leila me echó una risita nerviosa, aligerando el malestar que le había ocasionado mi crítica anterior. Se encogió de hombros y contestó:

—Ojos que no ven, corazón que no siente —dijo.

—Pues no es correcto. Se ve que Fede te quiere bien y no merece que lo trates así. Primero lo enamoras para estar más cerca de Pato, quien por cierto ni siquiera te mira, y segundo, ¡ahora le pones los cuernos!

—¡Par favaaar, Livia Aldama! Hablas como si no le tuviera cariño a mi gordo, y no es así: la verdad es que he llegado a quererlo mucho. Fede me trata diferente a los demás y eso me hace sentir especial. Además me folla rico y, ante todo pronóstico, tiene una buena polla. Y del guapísimo de Pato aún no cantes victoria, querida, que a ese bombón me lo follo porque me lo follo. Por último, que sepas que mi gordo y yo no estamos casados, así que no le estoy siendo infiel.

Puse los ojos en blanco.

—¿O sea que como yo no estoy casada con Jorge puedo acostarme con otros y no sería infidelidad? —Me recordó a lo que solía decirme Felipe.

—Exacto —me confirmó su pobre ideología—; mientras no hayas formalizado un matrimonio, tú no eres infiel a nadie si te metes en la cama con otro chico. Para eso es el noviazgo, para el «prueba y error», ya te lo había dicho. Tú aún tienes derecho de coger con quien se te pegue la gana. Y, de hecho, deberías hacerlo, para que cuando te cases no te des la arrepentida de tu vida.

—Pero existe un acuerdo entre las parejas —le recordé—; un compromiso tácito y moral. Y ese compromiso se trata de ser honestos, veraces y tenerse confianza.

—Bla, bla, bla —me mandó callar—. Sigue así con esas filosofías anticuadas, Livia, y un día Jorge te mandará a la chingada.

—¿Por qué?

—Porque los hombres son así de cabrones. Cuídalos, ámalos, procúralos, dales su lugar, gasta tu vida en ellos y un día te pagarán poniéndote los cuernos con otra más cabrona que tú y dándote una patada en el culo. Más los que son como Jorge, que por un lado son éticos y evangelizadores pero por otro son unos mentirosos doble moral.

Ese comentario no me gustó nada, y esperé que mi cara de disgusto se lo hiciera notar.

—¿Sabes algo de él que yo no sepa?

—¿Aparte de que hace los trabajos sucios de Abascal para obtener ingresos extras? —me reveló, mirándome fijamente.

Un calambre me sacudió el cuerpo.

¿Pero es que ella también lo sabía? ¿Todo el mundo lo sabía… menos yo?

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Continuará...