Depravando a Livia: Cap 38 y 39

Un terrible atentado, un sorpresivo accidente y un violento asesinato. Las piezas del puzzle están por encajar.

  1. CENIZAS

Domingo  28 de mayo.

12:55 hrs.

Casa de Renata

El Gera se reunió con Renata y con Fede en casa de la primera, para ponerlos en antecedentes respecto a lo que había pasado en la madrugada.

Les contó, con verdadero asco, que Mirta y Valentino le habían hecho una encerrona a Pato para que se follara a Livia en un acto de sordidez inimaginable. Lo peor es que Valeria había roto con él cuando lo descubrió besándose con su ex novia.

—¡Pero Livia ha perdido el juicio! —exclamó Renata horrorizada—. ¿Cómo…? ¿Cómooo? ¡Es que si no me lo dices te juro que no me lo creo, Gera! ¡Esto es un auténtico ensañamiento!

—Pato cree que Livia estaba drogadísima —añadió el Gera mientras se trenzaba su barbita de chivo—, pero como le digo, para mí eso no es excusa para que actuara con semejante hijoputez.

Estaban sentados en una amplia sala de estar. En el centro destacaban dos vasos fríos con micheladas para Fede y Gera, una copa de agua de kahlua para Renata, y un tazón rebosante de papas fritas y cacahuates.

—Yo pienso que Valentino la está obligando, está claro —intervino un Fede pensativo, dándole un voto de confianza a la prometida de su amigo—. Yo conozco a Livia de mucho tiempo, desde antes de que fuera novia de Jorge, y les juro por mi madre que ella no era así. De hecho estoy en shock, es como si fuera una extensión de Leila, pero en décima potencia.

Renata dio un mordisco a una papa frita y luego se la bajó con un trago de agua de kahlua.

—No la exculpes, mi querido Peppa Pig—lo regañó el Gera, tirándole un cacahuate a la cara—. Lo que esa puta ha hecho, y con perdón si ofendo al gremio de las putas, es imperdonable. Si alguien te amenaza vas y denuncias, no accedes a cogerte al mejor amigo del hombre que dices amar, menos a pocos días de que te cases. Esa tipa es un parásito igual de mierda que Mirta y Valentino, ¡es que no me cabe en la cabeza que pueda existir gente tan rastrera como esa, y mira que he conocido a mucha!

Pero Fede insistió con su teoría:

—Yo creo que Valentino amenazó a Livia con hacerle daño a Jorge y por eso ella actuó bajo coacción. Ella no puede tener la culpa de todo.

—¡Bajo coacción mis huevos, cabrón! —continuó el Gera—. Nada de lo que digas es un justificante para que Livia haya tenido ese comportamiento tan deplorable, tan… perverso. Tan ruin. ¿Follarte al mejor amigo de tu futuro esposo para complacer a un hijo de puta? ¡Es que esto es humillante! Livia, Mirta y Valentino han puesto en peligro una vez más la amistad de dos amigos que se quieren de verdad, una amistad que ya estaba deteriorada. Si ustedes supieran cómo está Pato en estos momentos…

—Valentino depravó a Livia —insistió Fede de nuevo—, les juro que ella no era así.

—¡A ver, Piglet, hoy estás inmamable! Si sepa que ibas a estar de parte de esa babosa, mejor no te hubiera invitado a la reunión.

—¡Es que no se puede juzgar a una persona sólo por el hecho de estar actuando mal últimamente! ¿No se dan cuenta que la pobre podría estar perdiendo la razón? ¡La están manipulando… drogando, la están jodiendo! Y Jorge sin darse cuenta por estar mentido en esos temas… en los que anda. ¡Alguien tiene que ayudarla!

Gera torció un gesto y le dijo a Fede:

—Ojalá que la virgen de Guadalupe te cubra con su manto y te asfixie, pequeño Barney.

—Nadie depravó a nadie —rechazó Renata la propuesta de Fede—. Esa tipa ya es muy mayorcita para saber lo que hace bien y lo que hace mal. Como dice Gera, si estuviera amenazada va y denuncia, no accede a hacer esta asquerosidad para salirse por la tangente. Mi madre suele decir que no hay voz más severa que la conciencia misma, pero esta chica no tiene conciencia, así que me parece imposible que salga del pozo. Lo importante es que Pato ha tenido el valor de contártelo, Gera, y ahora todos lo sabemos. Por ahora nuestra prioridad será hacer todo lo posible para que esa boda entre Livia y Jorge no se lleve a cabo. Él sospecha de ella, de hecho está por cancelar la boda. Jorge cree que la noche de presentación Livia se fue con Valentino. Algo trama… Jorge algo trama y me asusta.

—¡Es que nosotros no somos nadie para juzgar a Livia!  —insistió Federico indignado—, ¿qué ustedes son perfectos?

—A lo mejor no, Fede —dijo Renata bastante inquieta—, pero lo que sí te puedo decir es que yo no me voy a meter nunca a la cama del mejor amigo de mi pareja. ¿Saben ustedes que Valentino Russo intentó tener sexo conmigo cuando supo que Jorge y yo estábamos muy cercanos durante el «veremos» con Livia? Pues sí; creyó el muy imbécil que yo soy de las que se les caen las bragas por un musculitos inadaptado como él. Con las tres hostias que le puse en la cara y las cuatro palabritas que le dije le quedó muy claro que no todas las mujeres somos tan cortitas de moral.

—Bien por eso, Renata —celebró Gera—. Ahora el asunto es cómo decírselo a Jorge sin que todo se desmadre.

—Es que no se lo tenemos que decir —opinó un Fede escandalizado—. Eso lo mataría. A lo mejor tendríamos que contarle todo esto a Aníbal para que nos ayude y…

—¡NO! ¡A ABASCAL NO! —gritó Renata determinante—. ¡NI SIQUIERA LO PIENSES, FEDERICO!

—Sí, sí, está bien, me quedo callado.

—A ver, Fede —lo volvió a reñir el Gera—, tengo un pasaje directo a la mierda, ¿por qué no lo coges y te vas? ¡En serio que hoy tú ni sientes ni padeces, y nomás abres el hocico porque tienes boca!

—¡Dime lo que quieras, Gera, pero Livia necesita ser rescatada!

—¿Por qué mejor no rescatas a mis huevos, cabrón? —lo retó Gera perdiendo la paciencia—. Cuando te mueras, Fede, habrás hecho una obra de caridad.

—¡Basta ya, chicos —los regañó Renata—, lo único que me falta es que ustedes también se peleen! A ver, vamos a encontrar una forma para contarle todo a Jorge, que como les digo… creo que sospecha al menos que ella sigue en sus andadas con Valentino. Pero necesitamos estar unidos para estar con él cuando caiga en desgracia.

—De momento hay que turnarnos para controlar a Pato —sugirió el Gera—, está muy encabronado y podría cometer una locura.

—¿Qué clase de locura? —quiso saber Fede.

—Hace rato lo escuché hablando por teléfono a alguien a quien le pedía una pistola.

—¡Ay, no, por Dios! —Renata se llevó las manos a la cara—. ¡Es que en alguien tiene que caber la cordura, caballeros! ¡Frialdad, para esto se necesita frialdad e inteligencia! Y es así como vamos actuar de ahora en adelante.

Renata Valadez iba a responder algo más, pero una llamada telefónica que estaba esperando desde hacía una semana le robó su atención:

«Lo hemos conseguido, señorita Renata, mañana lunes podrá ver a doña Raquel Soto en el hospital psiquiátrico, aunque ya mismo le digo que el soborno le costará carísimo.»

«Pagaré lo que sea» contestó la chica sintiendo un gran alivio «Lo que me tiene que contar Raquel vale más que todo mi dinero.»

JORGE SOTO

Martes 30 de mayo.

20:52 hrs.

Cuando el Gera me avisó que tres bombas molotov habían estallado en el bar Fermenta de mi mejor amigo Patricio Bernal, sentí que el pecho me reventaba. No me lo pensé dos veces y me trasladé a mil por hora hasta llegar al lugar del siniestro.

Lo primero que hice cuando lo vi sentado afuera de un bar que había quedado completamente en cenizas, fue abrazarlo, mientras él meneaba la cabeza con lágrimas en los ojos.

—Lo he perdido todo —gimoteaba derrotado—, a Valeria, a Mirta… a ti, que eres mi mejor amigo, y encima mi patrimonio.

—A mí no me has perdido, hermano, tan es así que aquí estoy ahora. ¿O te piensas que te vas a librar de mí así como así?

Sonrió con un gesto consumido por la tristeza, la angustia y la desesperación.

—Vendí mi casa y gasté todos mis ahorros para comprar este local —me contó.

—El seguro resolverá esto, mi Patito, no te me caigas, hermano. Y por casa no te preocupes, pues una vez tú me diste alojo en la tuya y ahora es tiempo de que te devuelva el favor.

Patricio continuaba mirando su patrimonio destruido mientras un puñado de policías, bomberos y peritos rodeaban la finca. Estaba algo alcoholizado.

—Afortunadamente nadie salió herido —le recordé—, eso ya es ganancia. Como te digo, el seguro hará sus gestiones y…

—No hay seguro, Jorge —sollozó.

—¿Qué?

—No me alcanzó el dinero para prever un seguro contra desastres. El bar está perdido, mi casa, mi patrimonio, todo está perdido.

—A ver, Patricio, no, no, cabrón, que entonces algo podremos hacer, ya te lo digo yo.

—No hay nada que podamos hacer.

—Pato, Pato, no te dejes caer, no así, no ahora, tú no eres así. Tú eres un luchador constante.

—Déjame, Jorge… porque no te merezco.

—No —lo sacudí, sentándome junto a él y echando mi brazo en sus hombros—, no te dejaré, ¿lo oyes?, no te voy a dejar, mucho menos en estas condiciones. Tú has estado siempre para mí, en mis peores momentos, y nunca me dejaste hundirme en mi propia mierda y miseria. Y yo tampoco dejaré que te hundas, que para eso estamos los amigos. Además, a lo mejor habrás perdido a Mirta, pero no a Valeria, ella vendrá y te perdonará, ¿entiendes?

Se me estrujó el pecho verlo así. Él era ese amigo que me infundía gasolina y energías cuando me encontraba derrotado. Pero ahora… estaba consumido y yo no sabía cómo enfrentarme ante esto. Él no merecía que le hubiese ocurrido esta fatalidad. El Gera y Fede se estaban haciendo cargo de los papeleos burocráticos, levantando demandas y pidiendo peritajes certificados.  Y Renata… ¿dónde carajos estaba Renata?

—Pinche pelirrojo —me dijo lagrimando, poniendo su cabeza en mi hombro—. Eres una buena persona, ¿sabes? Ahora mismo acabo de comprender una cosa; tú no es que seas blando y tonto, como algunas veces te dije, es que tú eres un buen tipo, de buenos sentimientos, y, te hagan lo que te hagan, siempre estarás para todos nosotros. Incluso para ella, después de todo. Y no te merecemos, cabroncito, no te pinches merecemos.

Revoloteé su coleta y le recibí sus lentes redondos cuando se limpió los ojos con el dorso.

—A ver si me vas a mandar canonizar, mi Patito.

Él se echó a reír.

De un momento a otro uno de los inspectores mandó llamar a Pato para hacerle unas preguntas. Nos pusimos de pie y me dijo:

—No si este sea el mejor momento, pero necesito hablar contigo. No te vayas, mi pelirrojo.

—Descuida, aquí estaré —le prometí.

Yo aproveché su ausencia para llamar a su novia.

—Valeria, tienes que venir, Pato te necesita… ¿qué?... no, no, ahora olvídate de Mirta y esas chingaderas… y no seas tan dura con él. La vida es una y un día estamos aquí y el otro quién sabe… ¿Que por qué te lo digo?... veo que no lo sabes, alguien hizo explotar el Fermenta, y ahora todo está hecho cenizas…. ¿qué?, sí, sí, tranquila…. él está bien, pero está derrotado moralmente. Si aún lo amas ven, que eso es lo que hacen las parejas.

Valeria no tardó ni veinte minutos cuando llegó en un taxi y se presentó a las afueras de lo que quedaba del bar, y tan pronto como vio a su Pato, se echó a sus brazos llorando, ambos se pidieron perdón y se fundieron en un beso.

Cuando se me acumularon lágrimas en los ojos  creí que era momento de marcharme. Algo bueno debía salir de todo esto. Pato y Valeria tenían que arreglarlo y estar juntos de nuevo. No quise estorbar. Al menos había recuperado a mi mejor amigo.

Me pregunté qué estaría haciendo Livia en esos momentos. Tantos días sin saber de «mi prometida» me preocupaba. Aunque lo que más me preocupó fue concluir que apenas me había acordado de ella.

Para cumplir con nuestra distancia yo tuve que dejar La Sede durante esos días. En estos momentos, Livia era más indispensable por el cargo que tenía a cuestas. Según sabía, esa noche acababa de llegar Aníbal de la Ciudad de México y juntos tendrían que ultimar todos los detalles previos a las elecciones.

En cuatro días me casaba con Livia.

En cinco días serían las elecciones municipales.

Y las dudas sobre lo que tenía que hacer me mataban.

JORGE SOTO

Miércoles 31 de mayo

11:47 hrs.

Al día siguiente, en compañía de Renata, me reuní con el abogado Daniel Fernández, el que me estaba ayudando a arreglar los asuntos de mi herencia sin que Aníbal lo supiera.

Esa mañana no fui hablar sobre el testamento de mis padres, sino a pedirle que urgiera el proceso de peritaje para determinar las responsabilidades del siniestro del bar. Lo puse en antecedentes respecto a la enemistad que había entre Pato y Valentino, así como mis sospechas de que él hubiera tenido que ver con la explosión.

—Un último favor, abogado.

—Sí, Jorge, dime.

—Necesito que me recomiende a un arquitecto o empresa del ramo para que me haga un presupuesto de reconstrucción del bar.

—¿Quiere figurar como socio del señor Patricio Bernal?

—De ninguna manera. Quiero que le reconstruyan El Fermenta y que le reformen su casa en la planta alta, que yo correré con los gastos.

Fue Renata la que me advirtió:

—Pato jamás aceptará esto, Jorge, ¿lo sabes?

—Sí, lo sé, pero no te preocupes, que yo ya veré cómo me las arreglo.

A pesar de que tenía meses de que le había contado a Renata sobre la mansión que mis padres me habían heredado y todas esas artimañas de Raquel para mantener todo en secreto, fue hasta ese día en que ella me insistió en demasía para que la llevara a conocerla.

Su interés me puso nervioso, pero de cualquier forma la complací. Fuimos a mi casa por la llave de la mansión y luego nos dirigimos a la veterinaria para recoger a Bacteria, a quien esa mañana había dejado para que le hicieran una limpieza en sus ojos tras una infección de conjuntivitis.

—¡ Miauuu ! —comenzó a reclamarme por haberlo abandonado toda la mañana en ese lugar.

—Mejor que te calles, gato cabrón, que si te portaras bien y no anduvieras de promiscuo con las gatas de los vecinos, nada de esto te estuviera pasando.

Aún es hora que no recuerdo desde cuando comencé a angustiarme cada vez que Bacteria se enfermaba. Lo cierto es que ahora éramos grandes amigos.

—Bacteria es tan guapo como el dueño —lo aduló Renata, que era quien lo tenía abrazado.

El gato zorro volvió a maullar y luego permitió que mi guapa amiga metiera sus dedos entre su pelaje negro.

Finalmente me aparqué a las afueras de la mansión Soto y observé el gran cancel oxidado en el que solía treparme cuando era niño.

Fue inevitable sentir una gran nostalgia tras volver a aquella casa tras muchos años de no pisarla.

Al entrar me llegó de golpe una maraña de recuerdos tristes y alegres que me pusieron la piel de gallina. Sentí gran añoranza y melancolía cuando me puse a contemplar los retratos de mis padres que colgaban en los altos muros de la casona.

Bacteria arañaba las alfombras mientras yo me reencontraba con mis juguetes en aquella colorida habitación de cuando era niño.

Finalmente conduje a Renata a la recamara máster que había pertenecido a mis padres y yo me quedé en la puerta, contemplándola en silencio, recordando las noches de tormentas en que solía tumbarme en medio de ellos para evitar pesadillas.

—Aquí se supone que será la habitación donde dormiremos Livia y yo —le conté a Renata, sin que ella me pusiera atención, pues estaba muy interesada estudiando cada rincón de esa enormísima estancia como si buscase algo en particular—. Contrataré a un buen arquitecto que reforme toda la mansión sin perder su esencia. Lo que sí tengo claro es que aquí será donde duerma con mi esposa, en la misma cama de mis padres y con los mismos burós. Se lo dije a Aníbal la última vez que lo vi, antes de su viaje a México.

—Jorge —me dijo de pronto Renata.

—Dime.

—¿Alguien vive en esta casa?

—No, mujer, ¿no te estoy diciendo que quedó abandonada desde que mis papás murieron? Aunque la verdad es que esperaba que la mansión estuviese más abandonada…con aromas a humedad o tierra. Es probable que mi hermana haya contratado quién le de manteamiento. Pero… ¿por qué me lo preguntas?

—Por esto —me dijo, señalando a Bacteria, que llevaba en los dientes unas bragas negras que había sacado de debajo de la cama.

Atónito, me dirigí hasta el gato para quitárselas y contemplarlas, pero él no se dejaba. Se echó a correr por toda la alcoba y luego volvió conmigo y me las escupió en los pies, maullando enardecido.

—Mierda —dije cuando las levanté y noté que eran unas bragas modernas usadas.

Suspiré hondo y me dirigí a los cajones que había en el cuarto y me encontré con que casi todos estaban vacíos, excepto uno, donde hallé en su mayoría lencería femenina, maquillaje y tacones.

—Pues para no vivir nadie en esta casa me parece que hay demasiada… ropa femenina —me comentó intrigada.

—Aníbal —respondí con rabia—, él es el único que tiene acceso a esta casa.

—¿Reconoces esta lencería? —me preguntó interesada, enseñándome algunas de esas minúsculas prendas.

—¿Cómo las voy a conocer, loquita?

—Sí, bueno, me refiero a que si tienes idea de a quién le pueden permanecer.

—Evidentemente de Raquel no son —contesté con rabia, revisando cajón por cajón a ver si encontraba algo más—. Mira, este reloj es de Aníbal. ¡Pero qué hijo de puta! ¿Te das cuenta, Renata? ¡Mi hermana encerrada en un loquero y este cabrón trayendo a sus amantes a esta mansión para cogerlas! ¡Encima se las folla en la habitación de mis difuntos padres. ¡Pero ahora mismo me va oír!

Hice amago de llamarle por teléfono para reclamarle cuando Renata corrió hasta mí y me quitó el móvil.

—No, Jorge.

—¿Por qué no?

—Conociéndolo como es, lo va a negar todo.

—¿Cómo lo va a negar si aquí estoy encontrando sus bóxer, la lencería de sus putas, y hasta uno de los relojes de las marcas que él usa?

—Pon cámaras. —Su mirada era misteriosa, determinante.

—¿Qué?

—Hace tiempo me dijiste que si un día… algo pasaba con Raquel, no querías que Aníbal se quedara con el dinero de los Soto.

—Sí, eso dije —seguí sin entender—. De hecho lo tengo en mis manos… con algo que… bueno. Pero… ¿por qué me lo dices en ese tono?

—Esta es tu oportunidad para atraparlo en la movida. Manda instalar cámaras y… descubre con quién se está acostando.

—¿A mí qué más me da con quién se acueste?

—Sólo hazlo, Jorge… confía en mí.

—Okey, okey, cuando vuelva de mi luna de mi…

—¡No! ¡No! Tienes que hacerlo ya.

—¿Qué misterio te traes, Renata? —quise saber.

—Ninguno —se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla—. Confía en mí.

JORGE SOTO

Miércoles 31 de mayo

18:53 hrs.

Esa misma tarde Fede me acompañó a visitar a Joaco a su apartamento en el occidente de Monterrey. El rubito me dijo por teléfono que tenía algo importante para decirme, y la verdad es que no confié en ir solo. Es cierto que aunque era amigo y escolta del Bisonte, Joaco parecía ser una mejor persona que él. De todos modos, quise tomar previsiones.

—Buenas tardes, Joaco —lo saludamos—, ¿qué es eso urgente que me querías decir?

Aunque era enorme, musculoso y de mirada férrea, esa tarde lo noté bastante nervioso. Se dirigió a un portafolio que estaba encima de un sillón negro y de allí sacó un fólder amarillo con unos papeles.

—No fueron bombas molotov las que hicieron estallar el bar de Patricio Bernal, sino granadas explosivas de uso exclusivo de la SEDENA. —Se refería a la Secretaría de la defensa Nacional de Los Estados Unidos Mexicanos—. No sé cómo lo hizo, si se supone que los civiles no podemos a acceder a ellas, pero con las credenciales de su padre, un jubilado coronel, adquirió las granadas en una tienda exclusiva de la SEDENA en San Pedro Garza García. Aunque aquí en los papeles figura el nombre de don Valentín, su padre, la firma corresponde a Valentino Russo. Pueden verificar todo lo que les digo si presentan estas pruebas a la policía y consiguen una orden de auditoría de esa tienda donde verán los videos en los que él aparece.

—¿De dónde conseguiste esto, Joaco? —pregunté sorprendido.

—¿De dónde va ser? De su casa, ahora mismo acabo de salir de allí y los busqué. Cuando me enteré de la noticia yo sabía que ese cabrón había tenido algo que ver con todo esto, así que me puse a investigar. Es que alguien tiene que detenerlo ya.

—Joaco, muchas gracias, pero te recomiendo que lo mandes a la mierda pronto. Es muy peligroso que estés al lado de un loco con delirios de criminal.

Joaco suspiró hondo, avergonzado, y me dijo:

—Justo acabo de renunciar.

—Me alegro —le dije con sinceridad.

Fede y yo nos despedimos y luego bajamos al aparcadero muy de prisa, con el sobre en mis manos que contenían los documentos que podrían inculpar a Valentino. Pero entonces, como por obra de las casualidades, el muy hijo de puta iba llegando en su coche al aparcadero.

Se sorprendió al vernos en el edificio, pero más se sorprendió cuando clavó sus ojos en el sobre que traía en mis manos

—¡Yo sabía que ese hijo de puta un día me iba a traicionar! —gritó Valentino Russo para sí mismo, estoy seguro, que refiriéndose a Joaco.

Debió advertir que alguien había robado esos certificados de compra de la SEDENA, y sospechó de la última persona que había estado en su casa y que, por cierto, acababa de renunciarle. Y ahora, curiosamente, esos documentos los tenía yo.

—Entrégame esos papeles, cornudo de mierda —me amenazó el cabrón sin salir del auto—, y prometo que de las 600 pollas que pretendo retacarle a tu puta en lo que resta del año, sólo serán 599.

No iba a detenerme a pelear con él: discutir con un estúpido es engrandecerlo.

Me limité a decirle:

—Si quieres los documentos, perro hijo de la chingada, se los tendrás que pedir a la policía.

Todo sucedió casi de forma coreografiada.

Le ordené a Fede que corriera y se metiera a mi auto, que estaba en la hilera opuesta y en sentido contrario a donde estaba el BMW de Valentino. Yo mismo me lancé como un rayo hasta el volante y lo encendí con una rapidez sobrenatural.

—¡Fuga! —le dije a Fede.

Con el corazón latiéndome fuerte me eché en reversa, luego agarré mi carril y le pisé al acelerador saliendo disparado del aparcadero rumbo al Ministerio Público de Monterrey.

—¡Nos está siguiendo! —advirtió Fede horrorizado mirando por el espejo retrovisor—. ¡Písale más!

Mi auto se jaloneó y giré por una curva que daba a la avenida que me llevaría a mi objetivo. El problema es que aún estaba muy lejos de distancia y Valentino era un hábil piloto de carreras clandestinas. Creí que pisando fuerte al acelerador lo podría perderlo entre los carriles, pero me temo que lo subestimé demasiado. La persecución se tornó vertiginosa.

Cuando menos acordé su auto le dio una fuerte embestida al mío justo en el centro del parachoques. Pisé más fuerte al acelerador y mi cabeza se estiró.

Todo a mi alrededor pasaba como si el auto estuviese volando, el sonido de las llantas patinando entre los carriles, de uno a otro, de uno a otro, me tenía aterrorizado, pero sabía que no podía detenerme mientras ese loco nos estuviese persiguiendo. Lo único que me faltaría era que trajera una pistola en su poder y me agujerara la cabeza.

—¡Nos vamos a matar, Jorgeee! ¡No le pises tanto!

—¡Cállate que me pones nervioso, Fede!

—¡Mira hacia al frente! ¡Mira hacia el frente!

—¿Y desde cuándo he conducido un coche mirando hacia atrás, animal?

—¡Ahí está otra vez, Jorge, písale más… písale maaaas!

—¡¿Quién te endiente, cabrón?! —le reclamé.

Nos saltamos todos los semáforos de la siguiente avenida aunque estuviesen en rojo, por supuesto que todos los vehículos nos mentaron la madre con señas y con los claxon. Luego conseguí esquivar tres coches más adelante y un amenazante camión de cervezas que se iba cruzando justo por donde yo pretendía pasar.

Lo que ya no pude controlar fue cuando Valentino se estrelló nuevamente sobre la cola de mi volvo con un impacto mucho más aparatoso, y, ante mi falta de pericia, me fue imposible maniobrar para evitar que las llantas patinaran y el auto comenzara a girar violentamente, sacando chispas por doquier, hasta estamparnos contra un muro de contención.

ANÍBAL ABASCAL

Miércoles 31 de mayo

20:28 hrs.

Me encontraba en la antigua vinatería de la mansión Soto eligiendo el mejor de los licores, mientras Livia se colocaba  la nueva lencería negra que le había comprado para celebrar «su despedida de soltera» en la habitación máster de mis difuntos suegros, cuando Ezequiel me llamó por el móvil.

—Señor, ha ocurrido una tragedia.

—¿Al fin Raquel decidió cortarse las venas? —me eché a reír, bajando de una gaveta un vino 3000—, si es eso, la tragedia será para los gusanos, que tendrán que tragarse a esa porquería de mujer.

Los resuellos de Ezequiel eran casi enfisematosos.

—Jorge Soto y Federico Robles han tenido un accidente automovilístico.

—¡¿Qué?! —vociferé, resbalándoseme la botella de mis manos y sintiendo una dolorosa punzada en el pecho—. ¡Me cago en su puta madre…! ¿Está muerto?

Los resuellos siguieron inundando la bocina.

—No, señor, pero ya los servicios de emergencias se lo llevaron a él y a su amigo a la cruz roja y…

—¡Qué cruz roja ni qué vergas! —estallé—. ¡Gestiona de inmediato para que lo trasladen al hospital Zambrano Hellion!

—¿Sólo al joven Soto o también a su amigo?

—No hagas preguntas pendejas, Ezequiel. ¡Gestiona el traslado para Jorge, que a mí me vale una mierda si el otro se muere, se pudre, lo cuecen en un cazo o resucita al tercer día!

—Hay otra cosa, señor.

—¿Ahora qué?

—Todo parece indicar que el responsable del accidente fue Valentino Russo.

Me quedé en silencio un buen rato, mirando hacia los horizontes nocturnos que me prodigaba la ventana. Suspiré nuevamente y luego le pregunté:

—¿Valentino aún tiene instalado el GPS en su teléfono, cuando lo intervinieron los hackers?

—Sí, señor.

—Bien, ya me encargaré de eso yo—contesté intentando dominar la rabia que sentía desde las entrañas—. Mientras tanto, encárgate de mi cachorro, ¡con tu vida me cobro la suya si algo le llega a pasar!

—Descuide, señor.

—Luego comunícate con Lola, tu esposa, y dile que se haga cargo de que no trascienda esta información a los medios de comunicación, que lo único que me falta es un escándalo en Monterrey justo a cuatro días de las elecciones. Otra cosa, dado que no conseguí persuadir a mis hijas de venir para las elecciones, necesito que me reúnas a cuatro escoltas más para los días que vayan a permanecer en Monterrey.  Mañana llegan al aeropuerto de la Ciudad de México provenientes desde Inglaterra, y lo quiero todo controlado.

—Como usted diga, señor.

Cuando corté la llamada con Ezequiel, en seguida me comuniqué con el Tamayo.

—A sus órdenes, patrón.

—En un minuto recibirás la ubicación exacta de Valentino Russo. Tráemelo a la mansión Soto en cien pedazos, y también una garrafa de gasolina para que no quede ni la mierda de ese cabrón.

—Sí patrón, yo me encargo.

Enarqué una ceja y miré el vino derramado en el suelo.

—Ah, Tamayo, por cierto, fílmalo todo.

Abominaba la traición, las mentiras y, sobre todo, que lastimaran a mi gente.

—Vas a morirte, Lobo —murmuré antes de ir a la habitación máster donde me esperaba mi hembra—; porque no podemos esperar que Dios haga todo en nuestras vidas.

  1. EL AULLIDO DEL LOBO

LIVIA ALDAMA

Miércoles 31 de mayo

23:51 hrs.

—Era él o nosotros, Livia —me dijo Aníbal Abascal mientras yo me estremecía mirando un puñado de carne molida y ensangrentada que reposaba apilada en medio del enorme jardín de la mansión Soto—. Yo nunca antepongo a ningún cabrón por encima de mi seguridad. Bloquea lo negativo de tu vida y quédate con lo bueno. No pienses en que ese hijo de puta ha sido torturado, sino que ese hijo de puta ha recibido lo que merecía. ¡NO TIEMBLES TE DIGO, CHINGADA MADRE! Tú ahora estarás bien. Jorge ahora estará bien. Yo ahora estaré bien. Y podremos amarnos sin medida hasta que llegue el momento de la verdad.

Los tacones de quince centímetros que llevaba puestos esa noche parecían vibrar sobre el césped donde estaban enterrados. Sin que Aníbal lo supiera, había esnifado cocaína. Sólo así podía asumir todo esto. ¡Este terror que sentía por dentro!

—¿Te sientes mejor? —me preguntó con dulzura.

—Más o menos… —titubee horrorizada, intentando bloquear el trauma de haber escuchado los gritos de tortura de Valentino mientras un hombre lo despedazaba vivo con un hacha, procedentes de un video que yo no quise ver.

Me pregunté si en verdad Aníbal había tenido el valor de observar eso.

—¿Estás bien? —La voz de Abascal fue más determinante.

Él me quería fuerte. Sin cobardías. Aníbal esperaba de mí una frivolidad excesiva… pero yo no podía.

—Creo que sí —suspiré, todavía oyendo esos gritos de agonía que atormentaba a mis orejas.

—¡Te pregunté que si estás bien, Livia! —insistió, y ahora lo hizo mirándome fijamente, pegando su pecho con el mío mientras amasaba con sus largos dedos mis dos nalgas.

Su tacto disipó mi angustia efímeramente y respondí un tímido «sí». Decirle lo contrario me condenaría a su decepción.

Estaba vestida esa noche únicamente con una minúscula lencería negra transparente que incluía un sujetador, braguitas de encajes sin costuras y unas medias de nylon de rejilla y ligueros.

Aníbal Sonrió, complacido.

—Ven —me pidió, llevándome de la mano más cerca de los restos apilados de aquél desalmado—. Te toca deshacerte de esto.

La mortificación volvió a mi cuerpo. Por primera vez tuve miedo, sobre todo cuando me señaló hacia la izquierda y me encontré con una garrafa llena de gasolina.

—Quémalo, para que no tengas pesadillas. Yo sé lo que te digo —me instó con la naturalidad de quien le pide a alguien que cierre la puerta.

Mis impulsos y malos recuerdos  hacia el ahora finado me obligaron a echarle toda la gasolina a sus restos y luego mirarlos con horror. Y por más que quería sentirme satisfecha los remordimientos me mataban.

—Toma —me dijo Abascal, entregándome una cajetilla de cerillos—. Busca tu distancia y avienta el cerillo encendido. Allí no sólo se quemarán los restos de ese hijo de puta, sino también tus temores. A partir de hoy nadie te perturbará. Esa era mi mayor preocupación, que vivieras con miedo. Todo cambiará desde ahora. Necesito que alces la cabeza y no tengas miedo a nada.

Y cerrando los ojos lo hice. Solté el cerillo y retrocedí. Retuve una lágrima desde mis ojos. El aroma del combustible se introdujo en los poros de la nariz y me hizo toser, de la misma manera en que tosí la primera vez que esnifé cocaína... con él. Me estremecí nerviosa y tragué saliva. Una vorágine de sentimientos se agolpó en mi mente y entrañas, provocándome un ligero mareo.

Si no era capaz de bloquear la culpa, el terror y mis remordimientos, moriría de pesar. Y Aníbal me lo reprocharía.

¿A dónde diablos me había metido? ¿Qué clase de mundo era ese al que me había sumergido? ¡Si con Jorge todo lo tenía! ¡TODO! ¡MALDITA SEA! ¡TODO!

Seguí conteniendo mi llanto. Y luché por bloquear todo. Desde el hecho de que acababa de quemar los restos de alguien por el que había llegado a tener aprecio después de entender su frustración… hasta el hecho de que con Jorge había tenido semanas atrás una de las mejores noches de mi vida.

Y ahora estaba allí, con Aníbal… a quien creía amar… a quien ahora me llenaba de miedo. Y cerré los ojos de nuevo. ¡Los polvos tenían que hacerme efecto, carajo!

Suspiré y tuve ganas de llorar. Miedo, vergüenza, remordimiento y nostalgia. Todo a la vez. No podía procesarlo en mi mente. Sentía que mi cerebro reventaría en cualquier momento si no lograba dominar mis sentimientos, una frase constante de Abascal.

«Olvida, Livia… ciérrate… no pienses en nadie… sólo en ti… esto acabará… muy pronto acabará…»

Después de un tiempo prudente abrí los ojos y respiré. Como había hecho antes, bloquee todo de mi mente, y las llamas del fuego me trajeron paz interior.

—Bloquea lo que no te sirve, Drusila —me recordó Aníbal, rodeándome de la cintura desde atrás. Sentí su bulto en mi culo cuando se flexionó para besarme las mejillas—. Tienes prohibido temer. Me faltarías al respeto si lo hicieras, porque mientras yo viva nadie te hará daño. Yo te protegeré.

Cada vez que me hablaba con esa fuerza y determinación, sus palabras eran ley para mí. Él sabía dominarme con su férreo carácter, y yo sabía dominarlo a él con mi dulzura y caprichos. Ambos éramos uno. Giré mi rostro cuando sentí su barba en mi pómulo izquierdo y gemí. Necesitaba su lengua en mi boca para serenarme. Para transformarme en Drusila y no en Livia.

Livia era la otra, la prometida de Jorge y cuyos valores, al menos psicológicamente, seguían intactos para mí. Drusila era la nueva, la depravada, la «hembra», esa mujer perversa que pertenecía a Abascal. Hacía tiempo que había empleado esta analogía para no volverme loca. Para soportar. Para asumir todo esto con determinación.

Volví a cerrar los ojos y el calor de sus labios me inundó cuando me besó. Fue un beso suave y cómplice que para ambos significó lealtad, voto y juramento.

—¿Y si me preguntan por él? —le pregunté, apartándome un poco de sus labios.

—¿Por quién? —susurró, lamiéndome la boca.

—Por…

—¿Por quién?

—Por nadie —entendí.

—Exacto. Él ya no es nadie, y tú nunca has tenido nada que ver con él. Ahora toca disfrutar de la existencia, Drusila, y que esta experiencia te sirva para entender que hay más tiempo que vida. Muerto al pozo, y vivo al gozo. Muerto el perro se acabó la rabia.

Grandes contrariedades de la vida, pues aun si Valentino fue el hombre que comenzó con mi perversión… él nunca me hizo suya... Y tal vez… sólo tal vez… fue porque en realidad él nunca me deseó.

—Me siento… un poco contrariada —admití, girándome completamente para quedar de frente a él. Nos miramos con entrega. Él me abrazó, y yo lo rodeé, agitada, nerviosa aún.

—Sí, lo sé, cariño, pero ahora en adelante estarás en paz. ¿Confías en mí?

—Sí —mentí.

—Bien. Ahora toca relajarte, y yo sé bien cómo lograrlo.

Cuando menos acordé, Aníbal me cargó en su regazo como solía hacerlo cada vez que se ponía paternalista. Me llevó a la habitación máster y me colocó en la enorme cama matrimonial que Livia compartiría con Jorge después de la boda.

Me dejó allí tendida un momento y luego me sirvió una bebida con ginebra y hielo. En el exterior la lluvia comenzaba a hacer sus estragos. El viento sacudía las copas de los árboles y las hojas se desprendían y se pegaban contra las ventanas.

Así me sentía yo por dentro, como una borrasca que no me dejaba en paz. Por algunos minutos seguí contemplando la furia de la naturaleza, recordándome cuán insignificantes somos los humanos en comparación a ella, y pestañee.

«Drusila» «Drusila»

Aníbal volvió a la habitación, desnudo.

Su cuerpo hermoso me sacó de mis pesadillas. Su piel tenía una blancura vampírica admirable, y sus pectorales y abdominales remarcados hacían de él un hombre exquisito.

Como Jorge… como el Jorge de Livia…

Se acercó a la cama, me estiré hasta él y nos volvimos a besar.

Tuvo el cuidado de desnudarme con delicadeza, pieza por pieza; tacones, sostén, ligueros, medias y braguitas, procurando lamer mi piel centímetro a centímetro a medida que mi coñito cosquilleaba y se humedecía. Sus ásperos dedos se deslizaban por mis hombros, hasta descender por los laterales de mi cintura y anchas caderas.

Cuando me acariciaba me volvía loca.

Enseguida me cargó de nuevo en su regazo y me llevó al jacuzzi. Lo había adornado con rosas, esencias y sales para mí. Olía delicioso.

Su protección me daba mil años de vida, así como sus caricias, su voz y sus cuidados. Nos sumergimos en el agua caliente, burbujeante, aromática; él lo hizo primero, separando sus fuertes piernas, a fin de que yo pudiera sentarme entre ellas. Sentí su potente erección acariciarme la espalda baja, a la altura del coxis. Sus largos dedos rodearon mi cintura y peregrinaron hasta mi vientre. Tiró de él para atraerme hacia su pecho.

El movimiento me permitió sentir aún más la dureza de su miembro. Podía sentir en mi piel sensible cómo se hinchaba, los latidos de su glande, y los golpeteos involuntarios producto de su excitación.

—Te amo —me dijo, con la punta de su lengua en mi cuello, ascendiendo con sus yemas hasta la curvatura de mis senos y luego hasta mis pezones puntiagudos.

—Ufff —emití sintiendo que me deshacía.

Su boca se prendó de mi cuello y su lengua hizo estragos con mi piel. Sus yemas me enloquecieron mientras rozaba mis aureolas y pezones, hasta que la tentación de amasármelas no pudo más y con sus dos manos me las estrujó.

Mis colosales tetas se desbordaban entre sus manos.

—¡Ahhh! —gemí, removiendo mi culo hacia dentro, a fin de que mi espalda baja y su propio abdomen sirvieran de sándwich para su falo.  Mis movimientos pretendieron masturbarlo, y él respondió al estímulo echando hacia delante sus caderas—. Ouggh… Ufff...

Aníbal jadeó mientras mordía mi clavícula y aplastaba mis pechos con sus manos.

—Estás buenísima, Drusila, y eres mía.

—Sí…

—Dilo…

—Soy tuya…

—Dilo…

—Soy tu puta…

Los abundantes flujos de mi entrepierna se confundieron con el agua del jacuzzi, y él me siguió acariciando.

La mano derecha de mi hombre buscó mis muslos, y luego erraron con osadía hasta encontrar mi vagina, que ya estaba floreciendo para él. Abrí mis muslos lentamente y él introdujo sus dedos en mi carnosa hondura, y gracias a la destreza que tenía para masturbarme, a los pocos minutos convulsioné, arrancándome gritos de placer desde lo más hondo de mi ser.

—¡Aaaahhh! ¡Hummm! ¡Aaaah! —jadeaba como puta, removiendo mi culo sobre las aguas.

Dado que ese grandioso semental intercalaba el juego de impregnación en mi vagina con las caricias en mi sensible clítoris, no tardó en sacarme nuevos espasmos que hicieron chapotear las aguas.

—¡Ay… que ricooo! —me salió del alma.

—¿Te gusta, mi amor?

—¡Me…encanta… no pare...s… no par…es…!

A eso se le unían las sensaciones de hormigueo que me provocaba su lengua arrastrándose en mi cuello y hombros, así como sus dedos libres pellizcándome los pezones.

—¡Te necesito dentro! —le supliqué, cuando el ardor de mi coño fue incontrolable, cuando las caricias de sus dedos invadiéndome ya no me eran suficientes.

—¿Quieres que te lo meta?

—Sí.

—¿Qué quieres que te meta?

—Tu pene…

—¿Mi qué?

—¡Tu polla!, ¡tu verga!, ¡métemela!

Y no se hizo del rogar.

—Levanta tus caderas, preciosa, y acomódate —me pidió.

Él mismo me impulsó para incorporarme un poco. Abrí mis piernas lo más que pude y pronto descendí lentamente hasta sentir su gordo glande chocando contra la abertura de mi coño.

—Siéntate solita, mi amor, cómete toda mi verga, que es tuya.

Mi vagina ardía con ganas, como si toneladas de lava se desprendieran de mis entrañas y quisieran escapar por mi chochito. Ardía tanto como aquella noche con él…

—Succióname, Livia, ahora…

La sensación de ese delicioso pollón enterrándose dentro de mí me hizo gritar. Las fibras nerviosas del interior de mi vagina lo reconocieron como uno de sus invasores predilectos, y por inercia se contrajeron, para apretarlo, para hacerlo suyo, para reclamarlo como mío. No pude evitar lanzar un grito de placer.

—¡AAAHHH…!

Descendí completamente hasta que me abrió por dentro, hasta que su capullo llegó a tope, hasta que mis nalgas sintieron sus muslos y permanecí sentada sobre él; hasta que todo su grosor y longitud conquistó mi interior, haciéndolo mío.

—¡Cómo aprietas, putita mía!

Así me quedé por varios segundos, incrustada sobre su duro miembro, sin moverme, sólo sintiéndolo dentro, caliente, vibrante, invasivo, como algo de mi propiedad. Quería sentirlo, que él me reconociera como suya también. Y cuando estuve segura de que la compenetración se había dado y habíamos hecho clic, comencé a subir lentamente, dejando un gran hueco vacío cuando me la sacaba hasta la punta, y después me lo volvía a hundir, rellenándome, sintiendo de nuevo su ardiente calor.

Y después nos descontrolamos.

Follamos como dos animales en celo, salvajes, violentos, hasta que sus manos hicieron marcas en mis muslos de tanto apretarme, hasta que los chapoteos se hicieron tan fuertes que sepultaron mis gritos de puta insaciable, hasta que la mitad del agua del jacuzzi terminó en el azulejo del baño, hasta que mis grandes pechos me dolieron de tanto agitarse de arriba hacia abajo, hasta que sus uñas se enterraron esta vez en mi vientre, hasta que me corrí tres veces y, por último, hasta que sentí cómo su simiente me inundaba el útero.

Los gritos tormentosos de Valentino Russo desaparecieron de mi cabeza cuando mis propios gemidos de placer me ensordecieron.

Y ambos terminamos extenuados, apenas con aliento, reposando entre lo que quedaba de espuma y agua, yo encima de él, mientras él acariciaba mis pezones y yo esperaba a que mis piernas dejaran de temblar.

Lo amaba, y él me amaba a mí.

Nuestra obsesión era tan intensa, tan tóxica, tan sucia y tan irrefrenable, que entendí que, muy a mi pesar, un día… para terminar con todo esto y para salvar a Jorge… yo terminaría matando a Aníbal Abascal.

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Entrega antepenúltima.