Depilación

Cesar se ve en la obligación e ayudar a su hermana Maite en un tema muy delicado. Aunque algo reticente, accederá y con ello, terminarán por meterse ambos en una situación inesperada y deseada.

En la tele no ponían nada interesante. En esos momentos, estaba viendo un documental sobre el antiguo Egipto o eso creía. En él, explicaban como el todopoderoso dios egipcio Osiris se desposó con su hermana y madre Isis, algo que muchos faraones imitaron en la realidad. Lo cierto era que mi interés por el reportaje estaba entre poco o nada, pero ese tema me llamó algo la atención. Me puse a verlo con renovado interés, cuando mi hermana apareció en la habitación.

—Cesar, ¿puedo hablar contigo un momento? —me pidió.

Al volverme, pude verla.

Maite era una chica adorable. Delgada y menuda, tenía un cuerpo esbelto y bonito, con unas curvas acentuadas que mostraban su feminidad. Su piel era blanca, los ojos color miel y los labios finos. Su pelo liso, formando una pequeña melena, envolvía su ovalado rostro. Se lo había tintado con un naranja brillante. Era raro, pero me gustaba más que el verde fosforito que se echó cuatro meses atrás.

—¿Qué quieres? —pregunté extrañado.

Ella se encontraba allí parada con la espalda bien recta en una pose un tanto indiferente. No sé qué pasaba, pero la notaba un poco inquieta.

—Verás, es que quería pedirte un favorcillo —me dijo un poco tímida.

Arqueé una ceja. Aquello no me gustaba.

—¿De qué se trata?

Sus ojillos brillaron al ver que mostraba interés.

—Tú sabes afeitarte con maquinilla, ¿verdad?

Menuda pregunta. No entendía a que venía esa cuestión y me parecía muy raro. Con todo, decidí responder:

—Sí, ¿como si no crees que me arreglo la barba? —le comenté —. ¿Me la recorto a dentelladas?

Noté que estaba siendo, quizás, un poco borde, pero no vi que ella estuviera molesta. Más bien, mostró mayor interés.

—Bien, es que quería que me ayudases con eso.

Quedé muy intrigado. Desde luego, me estaba llamando poderosamente la atención lo que estaba ocultando con tanto recelo.

—¿Y cómo se supone que mis habilidades en el afeitado te van a ayudar? —inquirí un poco tosco, tratando de ocultar mi curiosidad.

De repente, se sentó a mi lado. Sus piernas rozaron sin querer las mías, lo cual me inquietó un poco. Me miraba indecisa, aunque no tardó en hablarme y, cuando lo hizo, me dejó sin palabras.

—Es que quiero afeitarme en un lugar muy íntimo y no sé cómo hacerlo bien —me dijo avergonzada—. Como tú sabes, quizás podrías guiarme o hacerlo tú mismo.

Miré sus torneadas piernas. Blanquitas y preciosas, no tenían ni un solo pelo sobre su piel. Mis ojos no tardaron en subir por ellas hasta llegar a sus ingles, clavándose justo en medio. Pese a llevar un pantalón vaquero corto, supuse de qué se trataba.

—Oye, que estoy aquí —me llamó ella.

Cuando volví para mirarla, Maite tenía una expresión de sonrojo en su rostro, clara señal de que se moría de vergüenza. Yo, por mi parte, estaba petrificado. Lo peor era que una zona de mi cuerpo también inició el proceso. Joder, ¿en qué coño me andaba metiendo?

—¿Dime que es una broma? —hablé perplejo.

—Qué más quisiera —comentó fatídica mi hermana.

Nos quedamos callados tras esta revelación. Lo cierto era que ninguno tenía demasiado ánimo para continuar y notaba que Maite parecía más que dispuesta por dejar las cosas ahí, sin decir otra cosa. Yo, la verdad, casi que lo prefería. Sin embargo, una parte de mi deseaba indagar un poquito más. Sabía que no era correcto, pero que puedo hacer, así de curiosos somos los humanos.

—¿Y para que quieres afeitarte? —pregunté algo contenido.

Maite me miró llena de sorpresa. Parecía que no esperaba esa cuestión, pero ahora que se la había hecho, era evidente que no podía rehuirla. Algo temerosa, acabó por contestar:

—Es que me voy a liar con un amigo y quiero ir presentable.

Genial. Encima me entero de que mi hermana se iba a enrollar aquella noche con un amigo. Como si no pudiera faltar otra cosa que terminase por volver la situación en algo más embarazoso.

—¿Tan mal anda la cosa ahí abajo? —Me arrepentí enseguida de haber hecho esa pregunta.

—Como una jungla —expresó con disgusto mi hermana.

—¿Y no hay otra manera de hacerlo? —repuse muy inquieto—. No sé, prueba a hacerte la cera ahí.

—¿¡Pero tú estás loco?! —dijo ella muy escandalizada—. Si me dejo las piernas en carne viva cada vez que me la hago, ¡imagínate como acabaría mi chichi!

Seguía atónito. No podía creer que estuviéramos hablando de algo como el estado de su vello púbico. En fin, comprendía que en la familia se solían comentar temas íntimos, pero tenía claro que solía haber ciertos límites. Al menos, eso era lo que pensaba que había entre Maite y yo, pero ahora tenía claro que no parecía ser así.

—En serio, ¿no hay otra manera de hacer esto? —pregunté ya al borde del colapso, porque no me creía que estuviera hablando de algo así—. Entiendo que para ti es importante, pero joder, estás pidiéndome una cosa muy íntima y que nunca creí que haríamos.

—Ya lo sé, mierda —comentó exasperada—. Te crees que no me resulta vergonzoso, pero es que ya no me queda otra alternativa.

La notaba muy triste y desesperada. No pude evitar apiadarme de ella. Después de todo, era mi hermana pequeña y, siempre que me había necesitado, había estado allí. No podía dejarla tirada justo ahora.

—Vale, te ayudaré —dije al final.

Al oírme, su rostro se iluminó. Sonrió muy contenta y me abrazó con fuerza, sintiendo como sus pechos se aplastaban contra mi torso. Para colmo, me plantó un dulce beso en la mejilla derecha, muy cerca de mi boca. Notar ese contacto tan cálido, me hizo darme cuenta del lio en el que acababa de meterme.

—¡Muchas gracias! —exclamó—. Pues démonos prisa, que hay mucho que hacer.

Madre mía, no me podía creer lo que acababa de iniciar.

Nos levantamos y pusimos rumbo hacia su cuarto. En la tele, el documental especulaba sobre si era cierto que Lucrecia Borgia y su hermano Cesaro habían mantenido una relación. Qué bonita y funesta señal.

Seguí a mi hermana y mis ojos se acabaron clavando en su culito. Envuelto por el corto pantalón vaquero, resaltaba muy bien, contoneándose con cada paso que daba. Era pequeño, pero redondito como una manzana. Para cuando llegamos, mi polla estaba más que despierta.

—Bien, como ves todo está listo —comentó—. Solo falta que me desvista de la parte de abajo y podremos empezar.

En la cama pude ver un par de toallas y sobre ellas, unas tijeras y una maquinilla de afeitar. También había un bote de espuma y en el suelo, había un cubo de plástico lleno de agua caliente. Temblé un poco nervioso por lo que iba a acontecer.

–Vaya, veo que ya lo tienes todo bien preparado —indiqué con sorpresa.

Maite me miró sonriente y yo le devolví el gesto, aunque algo más brusco. De verdad, no sabía dónde meterme.

—¿Empezamos? —pregunté respirando hondo. Ella asintió.

Vi como extendía una de las toallas y se sentaba encima. Yo estaba conteniéndome, incapaz de creer lo que iba a contemplar. Sin más preámbulos, Maite se desabrochó el botón del pantalón y luego, tiró de este hacia abajo, deslizándolo por sus piernas. En un momento, se desprendió de ellos y pude ver las finas bragas azules que llevaba. Enseguida, mis ojos se clavaron en la tela, atisbando las formas de su sexo, lo cual hizo que mi corazón me acelerase. Para colmo, notaba como algún pelito de su vello púbico ya sobresalía por arriba y por los lados.

—Bueno, ahora tocan las braguitas —comentó con cierto reparo mi hermana.

La cogió de cada lado y tiró de ella. Yo aparté la vista. No tenía suficiente fuerza ni tapujos para ver algo así. Me quedé con la cabeza ladeada, muy avergonzado y me llamó.

—Oye tío, que puedes mirar.

Maite me ponía mucho. Podría ser mi hermana, pero eso significaba poco para mí. A sus dieciocho años, se había convertido en una chica preciosa y, aunque me decía que no se veía tan guapa en comparación con otras, para mí era la mejor de todas. Desde que me fijé en ella, no había cesado de protagonizar mis fantasías onanistas. Tenerla semidesnuda ahora, era algo increíble.

Haciendo acopio de todo mi valor, me volví para verla. Allí estaba, sentada y con las piernas desnudas y cerradas. Estaba en una pose vulnerable, haciéndola ver como alguien inocente y sexy. No tenía palabras. Era preciosa.

—Bueno, vamos a ello —hablé enturbiado.

Me acerqué a su vera y me agaché. Maite seguía con las piernas cerradas y yo me fijé en todo el instrumental a mano. Tras analizarlo, me dirigí a ella.

—A…ábrelas —dije—. Si no, no sé cómo quieres que empiece.

Ella se quedó muda ante esto. Me miró incómoda. Estaba claro que le daba mucha vergüenza hacer algo así. Sin embargo, no tardó en hacerlo. Entonces, fue cuando me quedé sin palabras.

Delante de mí, tenía el sexo de mi hermana. No pude evitar mirarlo, temblando de la emoción al ver lo hermoso que era. Memoricé cada uno de sus detalles. Sus labios mayores, gordos y bonitos, estaban un poco abiertos, permitiéndome ver la preciosa rajita de color rosado claro. Los labios menores eran más finitos y uno se encontraba encima del otro. Más arriba, su clítoris sobresalía un poco, como una protuberancia rugosa. Por encima, coronando el monte de Venus, pude ver una enorme mata de liso vello púbico de color marrón claro.

—Vaya, sí que está descuidado —comenté para romper el hielo.

—Sí, hay mucho —dijo ella afligida—. ¿Podrás quitármelo todo?

Me acerqué un poco más. La tentación de tocarlo era enorme. Solo tenía que llevar una mano y lo podría rozar con uno de mis dedos sin problemas. Sin embargo, me resistía. Tenía que hacerlo.

—¿Es que quieres que te lo afeite por completo?

—Si, por favor.

Un coño bien peladito. Se ve que mi hermana quería ofrecerle un buen manjar a su amiguito. No pude evitar excitarme solo de pensar en cómo ese chico se la follaría, con su sexo bien afeitadito. La escena era tan sugerente que noté la temperatura de mi cuerpo elevarse. Agradecí en ese momento que mis padres no anduvieran por casa. Sería algo esperpéntico ver cómo les explicaba lo que iba a hacerle a mi hermana. Me echarían a patadas sin pensarlo.

—Me ocuparé de ello —dije sin más.

Ella se notaba satisfecha, así que no dije nada más. Volví de nuevo a mirar su entrepierna y me inquieté, pero sabía que tenía que concentrarme, por lo que me puse manos a la obra.

Echar agua con un cacharro pondría todo perdido, así que decidí mojar una de las toallas en el cubo, escurriéndolo bien para no dejarlo demasiado húmedo, y acto seguido, lo pasé por toda la zona. Al pasarla, noté que Maite se ponía un poco inquieta.

—¿Estás bien? —pregunté por si la estaba molestando.

—No, sigue —contestó ella.

Continué dando varias pasadas por encima de su vello púbico y, sin querer, también sobre su sexo. Maite entrecerró sus ojos y tembló un poco. No quería pensarlo, pero me daba que se estaba excitando con tanto roce. Una vez terminado, retiré la toalla y pude ver su coño y los pelos que tenía encima bien brillantes. Era una estampa increíble.

—Bueno…es hora de ponernos —comenté bloqueado.

—¿Cómo lo vas a hacer? —La urgencia que mostraba esa pregunta me sorprendió.

—Con las tijeras —respondí mientras miraba el instrumental—. Hay mucho pelo. Tendré que recortarlo.

—Vale, pero ten cuidado —El miedo que expresaba su voz me llenó de mayor preocupación.

Cogí las tijeras y me incliné para empezar.

Tener delante aquel coñito tan brillante y jugoso me puso a cien. No es que fuera a alardear de ser un maestro del cunnilingus, pero no voy a negar que practicarle sexo oral a una mujer me resulta muy excitante. Encima, que fuera el sexo de mi hermana le añadía más morbo al asunto. Tenía que hacer mucho acopio de voluntad para no abalanzarme sobre esa entrepierna y devorarla como si no hubiera un mañana.

—Muy bien, vamos a ello —hablé mientras agarraba las tijeras, listo para cortar pelo.

—Te…ten cuidado —me pidió algo asustada Maite.

Acerqué las tijeras y comencé a cortar los pelos. Iba lento, tratando de ser lo más cuidadoso posible, aunque temblaba un poco por los nervios. Al escuchar las tijeras cerrarse con el primer corte, me quedé un poco bloqueado. Tragué saliva y miré a mi hermana, quien tenía sus ojitos clavados en mí. La notaba muy tensa, igual que yo. Tenía que calmarme. Respiré hondo y volví al trabajo.

Cortaba poco a poco el pelo, asegurándome de no rozarle la piel para no hacerle un corte. Puse toda mi concentración en ello. Maite seguía con las piernas abiertas y en silencio. De vez en cuando, mojaba la toalla y la pasaba por la zona para retirar los pelos que pudieran quedar pegados.

—Presta atención, así luego podrás hacértelo tú.

—Bien.

Aquella indicación me permitió romper un poco el hielo y relajarnos. Más tranquilos, seguí cortando los pelitos de su coño, esmerándome por dejarlos lo más cortos posibles para que luego el afeitado fuera más fácil. Mientras seguía con ello, notaba el aroma a humedad viniendo a mi nariz. Sé que no debía pensar mal de nadie, pero mi hermana estaba claramente mojada con todo lo que hacía. Debían de ser solo los estímulos causados con tanto roce, nada más que eso. Como lo era la erección que tenía entre mis piernas.

—Bueno, pues ya he terminado de cortarte los pelitos —dije aliviado—. Ahora, toca afeitarte.

Tras limpiarla un poco, notando por un momento que parecía suspirar, me dispuse a echarle espuma. Me eché un poco en una mano y me preparé.

Con sumo cuidado, comencé a extender el pegote de loción de afeitado por todo el vello púbico. Primero fui de arriba a abajo para que cubriera todo el pelo. Vi que todavía quedaban restos de espuma, así que los fui extendiendo en círculos para que todo quedara parejo. Mientras lo hacía, podía ver como los labios mayores de la vagina de mi hermana se abrían un poco más, pudiendo contemplar aquel interior lleno de pliegues rosados. Estaba bastante húmedo y alguna que otra gotita de flujo caía hacia abajo. Resultaba irresistible mirarla, pero tenía que aguantar.

—Listo, ahora empieza el afeitado —anuncié.

—Vale, Cesar, pero ten cuidado —me pidió Maite un poco apurada.

Cogí la maquinilla y lo coloqué por la parte superior de su monte de Venus. Comencé a descender, teniendo el máximo cuidado posible. Noté como mi hermana contenía la respiración. Estaba muy nerviosa.

—No te pongas tan tensa —le dije—. Relájate.

Escuché un suave suspiro y luego, una entrecortada respiración. Maite seguía algo inquieta, pero parecía estar calmándose.

Yo, con toda la paciencia del mundo, me dediqué a afeitar el vello púbico. Iba bajando la maquinilla para luego volver a subir. Lo hacía lentamente, sin acelerarme demasiado, pues no quería causarle ningún corte a mi hermana. Sin embargo, tener tan cerca su sexo me inquietaba bastante. Podía notar el olor húmedo procedente de ese coño, el cual estaba húmedo. No podía entender porque se encontraba tan mojada. ¿Acaso eran mis caricias en esa zona lo que la estaba poniendo así? Podía suponer que tanto estimulo podría estar causando esa excitación, pero me resultaba sorprendente. Como fuera, proseguí con mi trabajo. Tenía que acabar lo más pronto posible, aunque sin hacerle daño a Maite, claro.

Poco a poco, fui despejando todo, dejando el pubis libre de pelo. Inspeccionaba bien cada parte, pendiente de encontrar algún resto sin recortar. Estaba tentado de hacer algo, aunque no sabía si era buena idea.

—¿Pa…pasa algo? —preguntó mi hermana con algo de timidez.

Al volver la vista hacia arriba, me encontré con los brillantes ojos miel de Maite observándome apremiante. Notaba su preocupación al verme un poco inactivo, así que tuve que hablar para calmarla.

—Me…me gustaría hacer algo. —A mi también me costaba hablar en esta situación.

—¿El qué? —La incomodidad era más que evidente.

—Me gustaría…tocarte por encima de tu piel para ver si la tienes bien afeitada.

Mis palabras dejaron a Maite bastante impactada. Tenía los ojos bien abiertos y una expresión de asombro en su rostro.

—¿Para qué harías eso? —Noté en su voz bastante recelo. Era evidente que no estaba muy conforme con la respuesta.

—Es para comprobar que está bien afeitado —contesté—. Si está suave, es que el trabajo está bien hecho. En cambio, si aún sigue rasposo, debó darle otra pasada.

Maite se mantuvo callada. Por un momento, creí que no estaría muy de acuerdo con la idea, pero al final, accedió.

—Vale, si es necesario.

Tragué saliva. Ya había pasado mi mano antes por esa zona, pero al poner la espuma, no llegué a tocar de forma directa la piel. Sin embargo, ahora el contacto sería total. Estaba bastante nervioso, así que tuve que hacer acopio de todo mi valor. Joder, llevaba en ese estado desde el inicio. Todavía seguía sin comprender como había logrado aguantar tanto.

Las yemas de mis dedos se posaron sobre la suave piel del monte de Venus de Maite. Ella se inquietó un poco ante el súbito contacto y noté un leve temblor, pero no tardó en calmarse. El tacto era un poco rasposo, pero no demasiado, lo cual significaba que el afeitado había salido bien. Seguí rozando la zona, notando que mi hermana temblaba nerviosa. Miré hacia abajo. Allí delante, tenía su precioso coño.

No sé qué demonios pudo suceder. Tal vez fuera el intenso olor o la increíble visión de su preciado sexo. Yo en ningún momento me habría atrevido a algo así, pero la cuestión era que lo hice. Sin dudarlo, llevé mis dedos hasta esa húmeda raja y comencé a acariciársela.

—Cesar, ¿qué haces? —preguntó Maite antes de emitir un suave gemido.

No le hice ni caso. Con mis dedos, extendí los labios mayores, haciendo que su vagina se abriese más. Su interior rosado se desplegaba ante mí, todo húmedo y brillante. Me quedé hipnotizado ante tan deslumbrante visión. Aparté uno de los labios menores, plegado sobre el otro, y pude contemplar el agujerito, el cual se contraía un poco. Estaba maravillado.

Maite gemía de forma contenida, casi aguantando la respiración. Yo me recreaba acariciando la forma de su sexo con mis yemas. Cada roce hacía que ella se estremeciese. No decía nada, lo cual me sorprendía, pues pensaba que estaría molesta por tocarla, pero las únicas reacciones por su parte eran sus gustosos lamentos, cosa que me encantaba. Seguí tocándola, sin saber muy bien hacia donde nos estaba llevando todo esto.

—Agh, Cesar —dijo de forma repentina mi hermana.

En ese mismo instante, sufrió un pequeño espasmo. Vi como su cuerpecito entero temblaba. Eso me llevó a tocarla más.

Mientras movía suavemente mis dedos, recorriendo todos los pliegues de su coño, mis ojos se clavaron en su clítoris. Bien duro y prominente, sobresalía gracias a la excitación que mi hermana tenía. Lo miré fijamente y un enorme deseo comenzó a crecer dentro de mí. Sin dudarlo, froté con suavidad aquella abultada pepitilla y, al hacerlo, Maite comenzó a gritar.

—Oh, oh, ¡para! —me decía muy agitada, pero yo la ignoré.

Continué frotando su clítoris hasta que, al final, sucedió. Mi hermana tuvo un orgasmo.

—¡¡¡Aaaah, Cesar!!! —gritó con todas sus fuerzas.

Verla correrse fue algo maravilloso. Echó la cabeza hacia atrás mientras emitía un fuerte alarido y todo su cuerpo se retorcía inmerso en medio del placer. Su espalda se arqueó y levantó un par de veces las caderas al tiempo que degustaba su orgasmo. En mi mano, sentí como se derramaban varias gotas de fluido vaginal. Notaba, incluso, como su coño sufría varias contracciones. Fue increíble.

Maite terminó derrengada sobre la cama. Aspiró aire con fuerza, tratando de recuperarse tras el tremendo orgasmo. Yo dirigí mi mirada hacia su sexo. Estaba mojado por todo lo que había expulsado. Lo notaba muy bonito. Tanto, que no pude resistirlo más. Sabía que estaba haciendo algo terrible, que no podía ser, pero ya no aguantaba. Sin perder más tiempo, comencé a lamerle su coñito.

—¿Que…que haces? —preguntó mi hermana, todavía algo ida tras el orgasmo.

No la hice ni caso y seguí comiéndole el coño. Ella, por otra parte, no parecía querer insistir. Estaba disfrutando con lo que le hacía y estaba conforme con ello. Mi lengua recorrió toda la húmeda raja de abajo a arriba y su amargo sabor no tardó en impregnar mi paladar. Seguí moviéndola, primero de forma recta y luego hacia los lados. Sus labios menores se abrían, permitiéndome recorrer cada pliegue. Con ayuda de mis dedos, extendí los labios mayores, buscando entrar más en ella.

—¡Agh, joder, no pares! —me decía entre medias de sus gemidos.

Estaba muy sexy mientras la devoraba. Tenía los ojitos cerrados y abría su boca para dejar escapar aire. En un momento dado, se acarició los pechos por encima de la camiseta. Los apretó con suavidad y se pellizcó los pezones, que se adivinaban duros bajo la tela de la prenda. Tan duros como mi polla, que ya estaba muy apretada bajo el pantalón. Quería sacármela para masturbarme, pero estaba tan centrado en el cunnilingus que preferí no hacerlo. Continué lamiendo su interior hasta que decidí introducir la lengua por su húmeda gruta.

—Cesar, ¿¡¿qué me haces?!? —exclamó entre estertores mi hermana.

De nuevo, se corrió. Al tener mi lengua dentro de su vagina, pude notar las fuertes contracciones producidas por el orgasmo y como su flujo vaginal me llenó la boca. Yo no dejé de lamer, devorando todo lo que me daba. Maite, por su parte, se retorcía de placer. Emitió otro sonoro grito y su cuerpo no dejó de contonearse de forma intensa. Cuando todo acabó, quedó derribada sobre la cama. Sin embargo, yo no cesé.

Lamí la parte externa de su vagina, dejándola limpia de restos de fluido. El fuerte olor que emanaba me encantaba y no tardé en internar mi lengua dentro de su sexo. Fui lanceando con tranquilidad al tiempo que acariciaba su clítoris con mis dedos, estimulándola de nuevo. Ella gemía suavemente y, poco a poco, fue calentándose de nuevo. Para cuando quiso darse cuenta, ya estaba otra vez excitada y gozando como nunca.

—Oh Cesar, ¡no pares! —me dijo muy candente.

—¿Te gusta lo que te hago? —pregunté. Tenía ganas de saber que le parecía todo esto.

—Sí, es genial, pero no te detengas.

No tenía pensado hacerlo.

Dejé su interior y me fui directo a por su clítoris, centro de todo placer femenino. Lo atrapé entre mis labios, lo succioné y lo lamí con fruición. Maite se retorcía desesperada, gimiendo como una loca mientras la destrozaba sin piedad. Lo golpeteé, le di varias lamidas por su alrededor, le daba pequeños toquecitos con la punta. Ya había hecho esto varias veces, así que sabía lo que le podría gustar y había dado en el clavo. Para cuando quise darme cuenta, mi hermana estalló otra vez.

El gritó que pegó fue ensordecedor. Daba gracias de que mis padres no estuvieran en casa, aunque no me extrañaría que algunos de los vecinos nos escucharan. Los gritos de mi hermana estaban siendo estruendosos. Cuando todo terminó, Maite quedó destrozada.

Me incorporé, limpiando mi boca con una mano. Estaba llena de jugos vaginales. Dirigí mi mirada hacia Maite para ver cómo estaba. Se hallaba en un estado inerte, como si hubiera muerto, aunque no era así. Se encontraba, más bien, serena, bastante relajada. Su rostro estaba oculto entre los anaranjados mechones de su pelo, aunque podía ver su piel algo colorada. Tenía los ojos cerrados y la boca un poco abierta. Emitía un pequeño ronroneo al respirar. Me resultaba tierna al verla. Cuando mis ojos se posaron sobre sus labios algo húmedos, no pude reprimirme. Descendí y la besé.

Al inicio, no hallé demasiada respuesta por su parte y me pregunté si no estaría cruzando la línea de lo decente (en realidad, ya lo había hecho), pero, sin previo aviso, se me pegó y nos dimos un buen morreo. Lo reconozco, fue algo mágico. Nuestros labios no tardaron en abrirse, dejando que nuestras lenguas se encontrasen, uniéndose en un salivoso abrazo. De esa manera, Maite pudo degustar el sabor de su propio sexo. Después de un rato así, disfrutando del cálido contacto, decidimos separarnos.

Nos miramos. Sus ojos brillaban de forma intensa. No cabía ninguna duda de que había disfrutado con lo que había hecho, aunque me temía que ahora vinieran los arrepentimientos.

—Y bien, ¿qué te ha parecido? —pregunté algo temeroso.

Maite se apartó un poco del revuelto pelo que le tapaba la cara. Algún cabello se le quedaba pegado, pues la piel estaba impregnada en sudor. Me encantaba verla así.

—Ha estado bien, pero no era lo que me esperaba —respondió mientras terminaba de arreglarse.

Escucharla me alivió un poco, aunque no terminaba de despejar mis dudas.

—¿No te sientes mal por lo que hemos hecho?

Mi siguiente cuestión pareció pillar desprevenida a Maite, pues me miró con sorpresa, pero no tardó en contestar.

—Hombre, por mi parte, no mucho —comentó algo despreocupada—, pero si tenemos en cuenta que tú, mi hermano mayor, me has hecho esto… Es algo raro.

Aquellas palabras me alteraron. De repente, sentí la imperiosa necesidad de explicarme.

—Te juro que no era mi intención —comencé a explicarme— Fue un impulso inesperado, pero juro que no pretendía hacerte nada malo. Yo solo quería que estuvieras bien.

—No, si no pongo en duda que mal no me lo has hecho pasar, pero, —Me miró directamente a los ojos, cosa que me puso más nervioso— ¿a quién pretendes engañar?

Arqueé una ceja al oír esa última frase. No entendía nada.

—¿Qué quieres decir? —pregunté temeroso.

—Venga hombre, te morías de ganas por hacerme esto.

Seguía sin comprender y eso era lo que me daba más miedo. Continuaba sobre ella, con su rostro muy cerca del mío. Podía notar su respiración, algo profunda e intensa. Estaba tremenda, todavía algo colorada y sudada por todo lo que había pasado. En mi vida la había visto tan irresistible. Sonrió de una forma que resultó un poco malévola. No sabía que se traía entre manos.

—¿Crees que no me he dado cuenta de cómo me miras? —Un súbito escalofrío recorrió mi espinazo al escuchar esa frase— Serás mi hermano, pero eres como todos los tíos. Siempre mirándome el culo o las tetas. Es algo a lo que no podéis resistiros.

—Yo…yo…no sé qué decir.

—Seguro que muchas de las pajas que te has hecho han sido pensando en mí. —Creí que lo decía como una pregunta, pero era más bien una afirmación— Te escuchaba desde el otro lado machacándotela y sabía que era yo con quien te lo hacías porque antes me habías mirado mucho.

Todo me daba vueltas. Me coloqué a su lado mientras intentaba asimilar todo lo que me decía. No podía creer que mi hermana supiera de mi obsesión por ella. Lo peor es que era cierto. Maite me había atraído desde hacía tiempo y nunca pude dejar de pensar en hacerle ciertas cosas muy excitantes, poco apropiadas siendo alguien de mi misma sangre. Una de ellas, al final, he acabado haciéndola realidad, cosa de la que me estaba empezando a arrepentir.

—Lo siento, lo siento mucho —me disculpé desesperado—. Te juro que jamás te haría algo así, pero es que…

—Tío, ¡soy tu hermana! —espetó sin más—. No me puedo creer que…te guste de esa forma.

—Lo sé y lo siento —dije lleno de horror—. No sé qué cojones se me pasó por la cabeza. Perdóname, no se lo digas a papá y a mamá. Solo te pido eso.

Ella solo limitó a sonreírme, aunque no de forma malvada. Lo hizo con mayor ternura, cosa que me tranquilizó. De repente, se acercó y me dio un beso en la boca. Fue tan solo un piquito, pero ese gesto me dejó muy complacido.

—Tranquilo, no les diré nada —hablaba muy dulce y calmada, como si no hubiera ningún problema—. Eso sí, la próxima que quieras hacer algo así, dímelo.

—¿No estás enfadada con lo ocurrido? —Yo no era capaz de salir de mi incredulidad ante lo que veía.

—No te niego que ha sido inesperado, pero he disfrutado muchísimo. Jamás me habían hecho algo así.

Era incapaz de articular palabra alguna. Hacía tan solo un minuto, me acusaba de desearla y ahora, me suelta que le ha encantado lo que le he hecho. Joder, ¡esta niña es que no es capaz de decidirse!

—Pe…pero soy tu hermano —le comenté—. ¿Eso no te molesta?

—¡Claro que sí! —Percibí un gesto de molestia en su cara al decir esto— Pero por otro lado, me ha encantado y eso no se puede negar.

Nos quedamos en silencio. La verdad era que habíamos llegado a un punto muy incómodo. Y todo por mi maldita culpa. Si me hubiera contenido, no estaríamos en esta situación. Deseaba morirme y estaba por coger y largarme del dormitorio. Quizás, era lo mejor. Estaba a punto de tomar mi decisión cuando Maite me cogió de la mano. Me volví hacia ella y noté como me miraba. Me estremecí al sentir sus hermosos ojos color miel clavados en mí, aunque, lo que más me lo hizo, fueron sus palabras:

—Tú quieres follarme, ¿verdad?

Sentí como algo se resquebrajaba en mi interior al escuchar aquello. No podía ser verdad. La miré nervioso y ella fijó su vista en mí, ansiosa de mi respuesta. Temblé un poco y, por un momento, pensé en salir corriendo de allí. Sin embargo, decidí hacer acopio de toda mi inestable voluntad y le hablé.

—Pu...pues…si, que coño —le solté—. Claro que quiero follarte

Maite ni se inmutó. En cierto modo, sabía que esa iba a ser mi respuesta, pero necesitaba escucharlo de mi boca. Permaneció en silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de decirle, aunque no tardó en hablar de nuevo.

—Vale, pues vamos.

Me quedé de piedra. ¿Iba en serio?

Noté como se aproximaba con intención de besarme y la detuve.

—Maite, espera —dije con tono calmado, aunque estaba bastante nervioso—. ¿De verdad quieres hacerlo?

—¿Por qué no? —habló con total normalidad—. Me has hecho gozar mucho, así que no veo inconveniente.

—¿Y lo de que somos hermanos, que? ¿Se te ha olvidado?

Mi hermana torció el gesto. No parecía muy conforme con mis palabras.

—A ti no te pareció molestar cuando me comiste el coño.

Eso fue un golpe muy bajo, pero llevaba razón. Miré hacia otro lado, tratando de rehuirla. No estaba muy por la labor de discutir más este asunto.

De repente, se acercó hacia mí. Sentí la proximidad de su cuerpo y como sus manos comenzaban a acariciarme. Mi polla, que había perdido algo de su vigor, volvió a recuperarse en un instante. Notaba su respiración tan cercana que parecía poder degustar el aire que echaba. Su calor me animó a abrazarla, atrayéndola más. Gimió un poco al sentirse tan apretada, pero no se alteró. En vez de eso, me besó.

Nos morreamos con gusto. Podría decir que nos besábamos, pero Maite me metió la lengua sin previo aviso. Dejé que horas su interior y luego, se la chupé. Ella me mordisqueó el labio inferior, pero sin intención de hacerme daño, solo por puro gusto. Cuando terminamos, ella sonrió con mucho encanto.

—Sabes, tú también me gustas —confesó.

—¿En serio? ¿Creí que solo era un pervertido para ti?

—Claro que eres un pervertido, pero eres el mío.

Nos echamos a reír ante su ocurrencia y no tardé en abalanzarme sobre ella, cayendo sobre la cama. Seguimos besándonos hasta que decidí llevarla más atrás, para que se colocara sobre las almohadas. Así, estaría más cómoda.

—¿Y el chaval con el que pensabas hacerlo? —pregunté mientras me quitaba los tenis.

—¿Ese? Que le den —espetó despreocupada—. Es muy mojigato. No tiene ni idea de nada. Cuando nos besábamos, era un completo desastre.

—¿Así que ya te has besado? —comentaba al tiempo que lanzaba mi calzado lejos— ¿Qué más cosillas has hecho, pillina?

—Nada, la verdad es que eso ha sido todo.

Me quedé de piedra al oírla. La miré fijamente y ella se limitó a sonreírme con picardía.

—¿Eres virgen?

Asintió mientras continuaba sonriéndome avergonzada.

—¿Y eso?

—Yo que sé —Se encogió de hombros—. Nunca surgió la oportunidad. Conocí a este chaval y pensé que a lo mejor sería con él, pero ahora, no lo tengo tan claro.

Fui hacia ella y la besé. El instinto protector de hermano mayor surgió de forma repentina tras escucharla. Ahora, follarmela no era solo un deseo, sino un deber. Me decía a mí mismo que mi hermana se merecía una primera vez en condiciones y sin que nadie la lastimase.

La tendí sobre la cama, apoyando su cabeza sobre una almohada para que estuviera cómoda. Yo me quité la camiseta, dejando mi torso al descubierto. Maite llevó sus manos hacia este y lo acarició. Sentir sus dedos acariciando mi piel fue muy excitante. El calor aumentaba y mi polla palpitaba, deseosa de entrar en acción. Bajé para besarla y, al fin, se lo dije.

—Maite, te quiero.

—Y yo a ti.

Su respuesta tan solo hizo que las cosas se acelerasen.

Mientras la besaba con ganas, una de mis manos descendió hasta su pecho y comenzó a tocárselo. Llevaba una camiseta naranja de tirantes que enmarcaba muy bien su delantera y dios, que ganas tenía de magrearla. Agarré una de sus tetas medianas y se la apreté con delicadeza. Maite gimió en mi boca y aferré su otro seno, acariciando ambos. Se los moví a cada lado, haciendo que ella se excitase más. Contra mis palmas, sentí sus pezones bien duros.

—Ah, Cesar —me decía cuando despegué mi boca de la suya.

Besé su cuello y lamí la cálida piel. Mi hermana suspiraba desesperada. A la vez, bajé los tirantes y tiré de la prenda hacia abajo, dejando al descubierto sus pechos. Eran dos promontorios redondeados cornados en el centro por un pezón rosado. Primero, los acaricié con mis manos, sintiendo su suavidad. Los apreté un poco, haciendo que Maite suspirase. Luego, llevé mi boca hasta uno de ellos y comencé a chupárselo.

—¡Um, hermanito! —suspiró mi querida hermana.

Fui directo a por el pezón, el cual chupaba y lamía con ganas. Sentir su carnosidad y consistencia era algo increíble. Mi otra mano seguía ocupada con el pecho contiguo, atrapando su pezón con el dedo gordo y el índice. Se ponía más durito y no tardé en succionarlo también. Maite se retorcía desesperada. Sabía que si continuaba así, podría hacer que se corriese de nuevo, pero no era mi intención. Tan solo quería ponerla caliente.

Una de mis manos descendió por su cuerpo en dirección hacia la entrepierna y cuando llegó allí, notó como todo ardía. Esa era señal suficiente de que estaba todo listo.

Me separé de Maite, colocándome de rodillas. Ella se incorporó un poco para observarme mejor. Me desabroché el pantalón y, colocándome de lado, me deshice de él, llevándome los calzoncillos de paso. Lo tiré todo al suelo y luego, cogí la toalla y la puse bajo mi hermana. No quería dejar sospechosos rastros sobre las sabanas. Todo estaba listo.

Maite se acercó a mí y se pegó, besándome con avidez. El contacto de nuestras pieles era fantástico. Sentía su suavidad y calor de forma directa. Era maravilloso. Ella me morreaba sin cesar, lamiendo y mordiendo mi boca como si necesitara hacerlo con desesperación. Su mano aferró mi polla y la apretó un poco.

—Um, que durita —dijo con incitante voz.

Sus dedos recorrieron todo el tronco. Yo me resistía lo mejor que podía, pero aquel contacto me estaba poniendo muy malo. De seguir así, no podría contenerme.

—Ma...Maite…para…

—¿Por?

—Porque como sigas así, terminaré corriéndome.

Se quedó un poco apesadumbrada al decirle esto, pero me hizo caso y la soltó. Yo le di un beso y acaricié su terso pelo.

—Un día, si quieres, te dejo que me hagas una paja y ves cómo me corro, vale —le prometí.

—¿Te correrías en mi cuerpo?

La sola imagen de ver su inmaculado cuerpo recubierto de semen me volvió loco. La atraje y la besé con ansiedad. Su cuerpo se estrechó contra el mío y sentí mi polla aplastada contra su barriga.

—Haremos lo que tú quieras, pero ahora, déjame que te folle.

—Sí, Cesar, yo no puedo más.

La coloqué de nuevo sobre la cama y la ayudé a quitarse la camiseta, quedando desnuda por completo. Me puse encima y dirigí mi polla hacia el coño de mi hermana. Justo cuando la punta comenzó a entrar, me detuve.

—Oye, ¿estás segura? –pregunté.

La placida expresión en su rostro lo decía todo, pero necesitaba que lo dijese.

—Sí, follame.

No había más que decir.

Con mi mayor cuidado posible, fui metiendo mi polla en su interior. Al inicio, Maite se puso algo tensa, cosa que me hizo detenerme.

—¿Te duele? —pregunté preocupado.

—Un poco, pero sigue.

La noté algo asustada, así que descendí y comencé a besarla. Sentir mi cercanía la ayudó a calmarse y eso, me permitió continuar con la penetración.

Estaba muy estrecha, más de lo que imaginaba. Nunca había estado en un coño tan apretado. No quería suponer que era por ser virgen, pues los coños solían ser elásticos y adecuarse al tamaño de un pene, pero al no haber estado nadie en su interior, lo hacía más compacto al suyo. Y madre mía, era toda una gozada. Cuando por fin la encajé por completó, noté como me oprimía con fuerza, cosa que me encantaba.

—¿Estás bien? —pregunté de nuevo.

—Si —dijo ella sonriente.

—¿El himen? —fue mi siguiente cuestión.

—Eso hace rato que ya lo pasaste.

No sabía si sentirme asustado o aliviado ante su respuesta, pero me dio igual. Nos besamos con mimo y acto seguido, empecé a follarmela.

Comencé a mecer mis caderas de forma lenta, clavando mi polla con la mayor suavidad posible. Cada estocada hacía estremecer a Maite. Me preocupé por si estaba haciéndole daño, así que fue más lento.

—¿Vas bien? ¿No te duele?

Negó con la cabeza.

—Tranquilo, estoy genial. —Sonrió de nuevo, como si le divirtiese mi preocupación—. Ve un poco más rápido, porfa.

La besé y proseguí con mi movimiento de mete saca. Iba con algo más de ritmo, pero sin pasarme. Siendo su primera vez, estaba claro que no tendría tanta resistencia.

Conforme lo hacíamos, Maite comenzó a gemir con mayor fuerza, clara señal de lo mucho que estaba disfrutando. Me meneé con algo más de intensidad, penetrándola un poco más profundo. Cada golpe la hacía temblar y verla cerrar los ojos y abrir si boca para gritar era delicioso. Yo la besaba por todas partes y acariciaba su rostro y cuello. Notaba como sus pechos se aplastaban contra mi torso con cada envite y sus pezones arañaban mi piel. Aquello era maravillo, pero no iba a durar para siempre.

El coño de Maite era tan estrecho y estaba tan caliente que el roce continuo que sufría mi polla en su interior era increíble y por culpa de eso, no iba a durar más. Las ganas de correrme eran imperiosas. Apenas podía contenerme.

—Maite, no aguanto más. Estoy a punto de correrme —le dije al borde de la desesperación—. Debo salirme.

Al oírme, Maite volvió en si un momento.

—¡No, no lo hagas! —me pidió—. Yo también me voy a correr.

Sus suplicas me desesperaban. No deseaba hacerlo, pero no quedaba más remedio. Sin embargo, mi hermana estaba dispuesta a dar pelea.

De repente, sus piernas se enroscaron por mi espalda y me envolvió con sus brazos del cuello. Me dejó perplejo.

—Hazlo en mí, por favor —me suplicó.

Me dio un beso con lengua delicioso, de los mejores que jamás me han dado.

Aquel gesto fue más que suficiente para convencerme. Si ella lo quería, yo no pensaba negárselo. Incapaz de seguir luchando, volví a menear mis caderas, esta vez, con más ganas que antes.

—Oh Maite, ¡tu coño me encanta! —grité en medio del gozo que sentía.

—Si Cesar, ¡no pares de follarme! —clamó ella.

Nos aguantamos la mirada con ansiedad, recreándonos en el placentero sufrimiento del otro. Nuestros cuerpos estaban calientes y sudados, totalmente desechos por lo que sentían. Yo no dejaba de moverme y mi hermana me abrazaba con todas sus fuerzas, como si no me quisiera dejar escapar. Seguí embistiendo hasta que al fin, llegamos al punto sin retorno.

—Maite, ¡¡¡me corro!!! —anuncié entre desgarradores gritos.

—¡Yo también! —me acompañó ella.

Mi polla estalló de una manera que jamás pude imaginar. Quizás era por haberme contenido tanto o simplemente, la oportunidad de tirarme a mi hermana menor me excitaba demasiado. Que más daba. Estaba soltando chorros y chorros de semen como nunca imaginé.

En total, fueron seis veces las que eyaculé. Todo un record. En ese momento, estuve tenso, con los ojos cerrados y todo el cuerpo agarrotado. Temblaba de forma tibia. A la vez, sentí las fuertes contracciones e el coño de Maite. Parecía como si aquel conducto pretendiera tragarse todo. No pude ver como ella degustaba su orgasmo, pero por su desgarrador grito y lo tenso que estaba su cuerpo, supuse que debía estar teniendo una venida tan descomunal como la mía.

Cuando todo acabó, terminé derrumbado sobre ella. Podría haber tenido más cuidado para no hacerle daño, pero en esos momentos, estaba totalmente noqueado.

Respiramos jadeantes mientras todavía sentíamos nuestros cuerpos vibrar. Poco a poco, fuimos recuperándonos. Abrí mis ojos. Tenía mi cabeza apoyada en su hombro izquierdo. Al alzar mi vista, pude ver el rostro de mi hermana ocultó entre una maraña de cabellos anaranjados. Me incorporé un poco y vi su pecho subir bastante, seguramente por las hondas respiraciones que tenía, tratando de absorber el máximo aire posible. Noté bastante humedad entre nuestras entrepiernas y al separarme, vi que se derramaba algo de líquido.

—Vaya, parece que me has dejado bien llena —comentó mi hermana mientras se frotaba los ojos.

Me retiré y, al sacar mi polla, vi todo el desastre. Mi miembro estaba manchado de restos de semen y flujo vaginal, dándole un aspecto pringoso y brillante. Luego, dirigí mi vista hacia el coño de mi hermana. De dentro, salía una grumosa mezcla de mi esperma con su flujo más un poco de sangre. Me quedé mirando cómo se derramaba. Daba gracia de tener una toalla debajo para no manchar la cama. De dejar tan solo un mero rastro de nuestra pasión, sería el fin.

—Pues sí, lo he hecho —hablé y los dos nos reímos.

Me puse a su lado y comencé a besarla y acariciarla. Ella aceptaba mis mimos con ternura y me daba suaves piquitos en la boca mientras se pegaba a mí. No era la primera vez que tenía sexo con una chica, pero si era cierto que con mi hermana estaba sintiendo que era muy diferente. Porque la quería.

—¿Que vamos a hacer ahora? —pregunté, notando que el miedo comenzaba a hacer acto de presencia.

—De momento, limpiar todo esto —señaló Maite con acierto.

Era una buena idea. Eliminaríamos cualquier huella de nuestro intenso encuentro y así, distraeríamos nuestras mentes de los funestos arrepentimientos que estaban acechando. Al menos, por un rato.

Nos limpiamos con la otra toalla y nos vestimos. Luego, comenzamos a recoger todo. Lo hacíamos en silencio. Yo quería decirle varias cosas a Maite, pero sentía que no era el momento. A veces, me miraba y yo también a ella. En un momento dado, nuestras miradas se cruzaron y quedamos uno prendado del otro. Pensé que era el momento perfecto para hablar, pero lo único que mi hermana hizo fue sonreírme.

Una vez terminados, llevé alunas cosas al baño y Maite otras a la despensa. Tras dejarlo todo, decidí volver al dormitorio, pero ella no estaba. Algo desilusionado, decidió regresar al comedor para ver la tele.

Me acomodé en el sofá y me fijé en que el documental sobre incesto no había terminado. Estaban hablando sobre el caso reciente de un hermano y su hermana que fueron reconocidos como pareja de hecho por la ley, aunque no podían casarse. Me reí un poco, preguntándome como la gente era capaz de cometer locuras como estas, de darle la vuelta a la normalidad de nuestro mundo. Decidí cambiar. Ya había tenido suficiente por hoy. Entonces, mi hermana apareció.

—¿Que ves? —preguntó.

—Nada, la verdad —fue mi respuesta.

Se sentó a mi lado y nos dedicamos a ver lo que había en la tele. De vez en cuando, miraba de refilón a Maite. De perfil, podía ver lo bonita que era y lo normal que estaba. Todavía no me podía creer que hacía solo un rato, ella estaba entre mis brazos desnuda. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al rememorarlo. Ella me miró en un momento dado y yo aparté mi vista. Aunque no la veía, sabía que debía estar riéndose.

Estuvimos así por un rato hasta que Maite decidió pegarse a mí. Apoyó su cabeza en mi hombro y yo la estreché por la cintura para atraerla más. Sentir su cuerpo pegado al mío era algo maravilloso. Además, ver que deseaba mi contacto me hacía ver que no estaba tan arrepentida de lo ocurrido como yo creía.

—¿Y tu amigo? —pregunté de improviso.

—Le he mandado un mensaje diciéndole que no podía ir al final a su casa.

Sonreí. Me daba un poco de pena el chaval, pero la verdad es que no me importaba. En cierto modo, me sentía feliz de que mi hermana le hubiera dado calabazas.

—Por cierto, gracias por depilarme —dijo de repente, como si se acabara de acordar.

—Bueno, si alguna vez necesitas ayuda con eso, ya sabes…

—¡Pues claro que te necesitaré! —Me encantó escuchar lo tajante que era— Si vamos a follar, quiero estar bien arreglada.

La miré. Sí que estaba dispuesta a llevar nuestra relación tan en serio. Ella me sonrió con picardía y me dio un piquito. Se arrebujó un poco más contra mí y seguimos viendo la tele.

—Y por cierto, tú te vas a afeitar la barba.

Cuando oí eso, me quedé perplejo.

—¿Por qué? —pregunté extrañado.

—No quiero que la próxima vez que me comas el coño me pinches, ¿vale?

En fin, no le podía negar ese punto. Le di un suave beso en la cabeza y ella suspiró satisfecha.

—Está bien, lo haré.

Y allí nos quedamos, viendo tranquilos la televisión. Todo parecía normal, pero los dos sabíamos que no era así. Las cosas habían cambiado por completo, pero, por el bien de todos, tendríamos que aparentar que seguían igual.

Y en cuanto a la depilación, bueno, se iba a convertir en una actividad preferida para mi.


Como siempre, agradeceré vuestros comentarios.