Dentro del Laberinto - cap. 27: Juicios y gigantes

Los equipos de Claw, el barón y el Héroe se dirigen en rumbo de colisión directos al desastre, mientras que a Mary se le acaba el tiempo.

Capítulo XXVII: Juicios y gigantes

—¿Seguro que es por aquí? —preguntó Susan.

—No juzgues mi buen juicio —contestó Claw. Lo que significaba que no tenía ni idea. Había logrado usar la brújula como guía, sí, pero no hacia el punto que esta le indicaba, que supuso que sería el primer piso; en su lugar, fluctuó hacia alguna de las brechas más cercanas, parecidas a puntos débiles en un cristal rajado. Así que logró usar el portal como un atajo, pero llevaban un buen rato dando vueltas y no sabían ni cómo avanzar ni cómo retroceder. Ni siquiera en qué piso estaban.

—Pues estoy segura de que ya hemos pasado por aquí.

—Ya lo sé.

—Calma —dijo Steve—. Tracy ya casi lo tiene.

La secretaria estaba usando hilos que, según explicó a Susan, multiplicaban su longitud gracias al maná, que los separaba en pedazos unidos por este. Múltiples hilos se conectaban a sus dedos, y decía que estaba tanteando distintos caminos a medida que avanzaban, evitando perderse; pero al parecer no se le daba muy bien.

—Lo tengo —afirmó por fin—. La salida está al otro lado de esa esquina que evitamos antes.

—Pues ya es mala suerte —comentó alegre Steve, yendo delante. Uno de los guardaespaldas corrió y se puso ante él, para ir en cabeza.

Susan miró a líder de la expedición, el hombre de cincuenta y pocos que no aparentaba más de cuarenta, y se conservaba sorprendentemente bien; incluso le había visto haciendo ejercicio en el gimnasio con el brío de un veinteañero, algo que no se esperaba por su estereotipo de “empollón, digo, erudito”. Aquél fue uno de los días en que deseó comérsela. Y ahora volvía a sentirlo, viéndolo avanzar con seguridad, más que la de sus guardaespaldas. Estaba preparado para todo, y sabía que había repasado sus planes, estrategias y formaciones un millón de veces. Si fuese entrenador de un equipo deportivo sería de los prudentes y meticulosos. Pero era a la vez el capitán del equipo, e iba por delante salvo por el guardaespaldas, al que por cortesía le permitía adelantarle unos pasos. Vio cómo frenaba a Steve detrás de él con un gesto de la mano. “Yo primero”, quería decir. Se mordisqueó el labio, excitada. Por supuesto, la razón de su serenidad es que no había ni rastro de enemigos, pero no lo comprendería hasta más tarde.

Subieron escaleras arriba y salieron al exterior, y quedaron deslumbrados.

—Esto no es lo que esperaba —dijo Claw.

—¿Qué quiere decir, señor Claw? —preguntó Susan, ajustándose otra vez los pechos, que sentía incómodos con el escaso espacio de la armadura de cuero tachonado.

Mira esto: punto uno, estamos en un cementerio. Oh, qué bien, esqueletos; maravilloso. Steve…

—Sí —el rubio avanzó, sacó una de las cartas y lo encerró en una burbuja de luz rosa.

—Bien, son regeneradores, pero así no darán problemas. Punto número dos, mirad el cielo.

Lo hicieron.

—Esto no es La Mazmorra —dijo Steve—, estamos en el exterior.

—Punto número tres: podemos mirar directamente al Sol. Lo que indica que emite demasiada poca energía, y sin embargo, estamos rodeados de vegetación; ya lo he comprobado, es natural y hace fotosíntesis. No son ilusiones.

A Susan eso le extrañó: ¿cómo lo había comprobado? No le había visto usar ningún hechizo.

—¿Qué significa? —preguntó Steve intrigado. Susan se esforzó para intentar seguir la conversación.

—Significa que es alimentada con magia, este es un falso Sol, y sí que estamos dentro de La Mazmorra.

—Pero entonces son buenas noticias.

—No, Steve, el problema es que no tengo información sobre este lugar. Nada en los archivos históricos. Ya sabes que se remontan incluso a tiempos anteriores a Cleopatra.

—¿Entonces este piso está más allá de lo que llegaron a ver los que dejaron constancia en sus memorias?

—Al menos, memorias escritas; sí, Steve. Y eso es peligroso. No quería adentrarme tan profundo la primera vez. No estamos preparados.

Susan vio cómo los dos guardaespaldas se asustaron.

—Volvamos, señor —pidió Gutiérrez, el español.

—¿Ya te has acobardado?

—No soy un cobarde. Pero usted dice que no estamos preparados.

—Vosotros dos no lo estáis: no tenéis La Marca, así que no podéis subir de nivel. Si jugamos bien nuestras cartas, los otros cuatro que somos de nivel uno podemos subir rápidamente en este piso tan avanzado, pero con mucho cuidado: un paso en falso nos costaría la vida —miró a los ojos a Steve, a Susan y a Tracy—. Sin embargo, será mejor que sólo subamos Steve y yo, concentraremos todos los niveles que podamos reunir para tener fuerzas eficaces para proteger al grupo. Además, somos expertos en el uso de las cartas y estas se potenciarán al volvernos más poderosos. Y Steve y yo nos compenetramos muy bien. Vosotros dos apenas podréis proteger a las chicas mientras cuidáis de vosotros mismos, así que permaneceréis en el campamento cuidando de ellas.

Susan vio la cara de póker que puso Tracy, y justo por eso supo lo mucho que le molestaba tal afirmación: pensaba que podía protegerse a sí misma al menos igual de bien que los dos guardaespaldas. Susan no lo dudaba, la había observado a escondidas (aunque enseguida le pillaba). Le gustaba entrenar en la sala de dianas y maniquíes que había junto al laboratorio, en el sótano del búnker, la que los hombres llamaban “gimnasio”. Era diestra con todo tipo de artefactos que ahora llevaba encima. Incluso dominaba un estilo de lucha que usaba armas blancas atadas a hilos en sus dedos (protegidos por guantes), y una vez le dijo que ese estilo era el de los “marionetistas”.

—Pero los de verdad, los de Vhae Dunking, llevan auténticas marionetas a su lado —explicó secándose el sudor de su frente—, son metálicas y les sirven de escudo humano, y están armadas hasta los dientes: cada extremidad es un arma o lleva una acoplada, sin contar las que salen de su torso o su boca. Y están encantadas, repletas de hechizos. En cambio, yo tengo que conformarme con lo más básico, la danza de espadas. Ni siquiera otorga protección, a menos que logre acertar con una hoja en el momento preciso para desviar un ataque.

Y su “danza” era tan elegante como sonaba, para Susan era como ver bailar a esa hermosura; se sorprendió a sí misma con los pezones duros siempre que la realizaba. Giraba como un torbellino y provocaba a su alrededor múltiples estocadas simultáneas en varios maniquíes que la rodeaban, cada una en un ángulo distinto y siempre acertando en las dianas del corazón y el cuello. No se molestaba en atacar las extremidades, salvo para fingir que los desarmaba: los maniquíes reaccionaban y aflojaban la sujeción de espadas y escudos, obstáculos que esquivaba incluso apoyándose en los bordes de los escudos. Cuando los hilos brillaban con maná propio, se volvían rígidos o se desviaban, o incluso se movían por su cuenta sin mover ni un dedo. Y en definitiva, lograba golpear con precisión donde quería y sus enemigos no sabrían ni desde dónde les golpeó.

—¿Cómo sabes lo de esos marionetistas, Tracy? —le preguntó curiosa aquella vez—. No tenéis mucha información de la ciudad.

—Bueno, tenemos documentos y objetos con inscripciones provenientes de Vhae Dunking, y Claw los logró traducir hace años. También tenemos rumores, transcripción de relatos transmitidos oralmente anteriores a Cleopatra, pero son menos fiables. Aunque hay lagunas alrededor y nos faltan muchas piezas de información, sabemos lo suficiente. Por ejemplo, no sabemos detalles sobre los dos pisos que la preceden, pero sí que se encuentra en el décimo. También sabemos que sus soldados suelen entrenar en La Mazmorra, y que entre sus clases de combate tienen marionetistas y hechiceros de tipo “domador”, “druida”, “detector” y “curandero”, entre otras más comunes. E incluso algunos tienen magia de control mental, pero sólo funciona contra mentes débiles… al menos en teoría.

—¿También pueden leer la mente? —preguntó Susan preocupada.

—No lo sabemos, pero Claw cree que sí.

—¿Incluso a los fuertes con mucho nivel?

—Eso cree. Piensa que es mucho más fácil resistirse en un choque de voluntades, que permanecer centrado sin exponer los pensamientos. ¿Alguna vez has intentado no pensar mentalmente con palabras? Es muy difícil, pero se dice que les sucede a los sordomudos. Me cuesta imaginarlo, no tengo recuerdos de cuando era un bebé. No entiendo el concepto de pensar sin palabras.

—Pero leerte la mente mientras luchan sería una gran ventaja para ellos, Tracy.

La ágil belleza de cabello largo, teñido de azul oscuro, la miró en silencio de arriba abajo, reevaluándola. No estaba acostumbrada a que Susan hiciera observaciones inteligentes.

—Sí, Claw teme que se lo hagan, es muy dependiente de sus estrategias. Pero también cree que sólo podrían lograrlo los que dediquen años especializándose en ello. Y por eso sólo les usarían en interrogatorios: no durarían mucho fuera de las murallas por quedarse tan atrás en habilidades de combate real.

Susan se quedó mirándole y sonriéndole, haciéndole sentir incómoda, y ella siguió con lo suyo. “Es una guerrera”, pensó entonces, notando sus músculos definidos marcándose a plena vista, vestida sólo con la ropa deportiva mínima, una especie de traje de baño negro con enorme escote, ya empapado en sudor, y bajo él un ceñido sujetador deportivo negro que hacía todo lo que podía para contener el rebote de sus grandes pechos. Para volver a concentrarse golpeó, ahora sin guantes, varios maniquíes como si fueran sacos de boxeo, pero apuntando al centro de las dianas. Ráfagas de golpes rapidísimos, pesadas patadas con todo el peso del cuerpo, ágiles patadas giratorias a las cabezas… la rubia vio cómo su fuerte espalda de nadadora, expuesta con su cabello flotando, con los músculos contraídos con aquella exhibición de poder, la hacía parecer incluso masculina, y se excitó más. “Claw sabe lo que hace. Si un traidor piensa que sin Steve está desprotegido, no se esperará que su secretaria sea capaz de protegerlo”. Por no hablar de la pistola que había visto mal tapada en el montón de su ropa, en el banco. Y es que ella siempre se aseguraba de entrenar a solas. Sólo dejaba que Susan la viera. Y mientras tanto, mantenía su fachada para los demás, de elegante secretaria en traje de ejecutivo negro y tacones, siempre iba bien tapada con la excepción de sus pantorrillas, vistiendo faldas sólo para recordar que era mujer, y con un prominente busto que les hacía pensar en su sexo en lugar de su fuerza. Disimulaba bien, y los hombres no sabían lo fuerte que era.

Pero ahora, en el Laberinto, Susan veía cómo esa mujer, dura y valiente, era menospreciada por Claw como si fuera sólo su secretaria. “Es decir, lo es, claro, pero no parece esperar nada más de ella”, pensó decepcionada. Claw era inteligente, y sin embargo cometía estupideces. Pero lo peor era que sin duda él sí conocía sus habilidades y su entrenamiento, pero a pesar de todo no le daba la menor importancia.

—¿Está diciendo que pretende separarse del grupo? —preguntó Straczinsky, preocupado por su jefe. Susan también pensó que era una estupidez, el líder no debería separarse. Y por la mirada de Tracy, ella pensaba igual. Todos menos el propio Claw lo pensaban.

—No, Steve me acompañará —este no pareció tranquilizarse en absoluto: Susan vio cómo se preocupaba aún más—. Vosotros encargaos de montar un refugio, y quiero un perímetro de seguridad despejado de monstruos; nosotros recopilaremos información, y más tarde tomaré una decisión.

Un coro de vagos síes y protestas y refunfuños le contestaron, pero hizo caso omiso y se marchó; Steve le siguió mirándola inseguro. Tampoco quería dejarles sola a Susan; ya le había dicho que era peligroso que ella fuera sin apenas entrenamiento, nada más que unos pocos objetos mágicos defensivos que apenas había aprendido a utilizar. Todo pensado para protegerse y echar a correr. Incluso Steve le dio una de sus valiosas cartas, de la colección privada de Claw: artilugios únicos concedidos hacía muchos siglos por La Mazmorra, que él había acaparado negociando por todo el mundo con todos los herederos de aquellos exploradores de Cleopatra. Todas provenían del quinto piso, que parecía el que daba mejores recompensas con diferencia. Al menos, los del planeta Tierra; esos exploradores también informaron de la existencia de otros mundos conectados. Y cuando Claw hablaba de eso, parecía casi tan interesado en ellos como en desentrañar los misterios de la propia Mazmorra.

—¿Crees que estarán bien? —le preguntó Tracy frente al fuego, calentándose; anochecía, y la temperatura estaba bajando, y ella iba demasiado ligera de ropa. “Soy friolera”, le dijo una vez en el gimnasio donde entrenaba, la galería de tiro de los guardaespaldas. “Por eso me gusta el ejercicio: me mantiene caliente”. Lo que hizo que Susan se riera, pensando en el doble sentido sexual.

—Ya sabes cómo es Claw: siempre lo tiene todo previsto, Tracy.

—No es tan listo como finge ser.

Los dos guardaespaldas se miraron.

—¿No? —preguntaron al unísono.

—Por supuesto que no; vosotros habláis de cómo otros hombres duros “se hacen los chulos”, ¿verdad? Pues en el caso de Claw, es como si intentara hacerse el listo incluso estando rodado de genios. Siempre tiene que aparentar. ¿Y sabéis por qué?

—No —dijo Susan.

—Porque es muy inseguro. Necesita que crean que es increíble. Por eso se ha llevado a Steve con él: además de que lo admira, pretende usarlo como carne de cañón si algo sale mal.

—¡Pero si es su hijo! —exclamó Susan. Tracy frunció el ceño.

—¿Quién te ha dicho eso?

—¿No lo dijo Claw? No sé, no me acuerdo.

—No sé de dónde has sacado esa idea, pero es la primera vez que lo oigo.

Susan se sintió avergonzada, y se calló.

Los hombres comenzaron a sacar provisiones de sus mochilas; no tenían hambre, dijeron, pero era mejor comer mientras pudieran en vez de distraerse por el hambre cuando pelearan. A Susan le dio igual, no pensaba comer sin necesidad. Así le duraría más, ¿quién sabe si podrían cazar algo comestible? Claw había dicho que la vegetación se alimentaba con magia. ¿Y si eso la hacía radiactiva? Se imaginó comiendo setas radioactivas y convirtiéndose en un gigante.

—No, gracias, Strazi. Prefiero que mi comida me dure, y no quiero abusar de tu confianza.

—Siempre tan educada. No como tu amiga.

Estaban en algo que apenas podía calificarse como cueva, poco más que una hendidura en el terreno, pero si aquel lugar también simulaba la lluvia, estarían a salvo de ella. No obstante al anochecer había visto cómo el falso Sol también se ocultaba, y ahora que el horizonte estaba rojizo, intentaba distinguir las estrellas. ¿Estarían proyectadas en el cielo? ¿Sería como la cúpula de un planetario?

Y luego pensó en los guardaespaldas. ¿Estando solos en otro mundo les pondrían la mano encima a ella o a Tracy? No, recordó que ellos mismos decían que eran gays. Por eso eran los favoritos de Claw para estar siempre con ellas, siempre protegiéndolas. O “vigilándolas”, le corregiría Neif. ¿Cómo estaría ahora? Esperaba que llevara bien su encierro. Claw dijo que sólo sería un día para escarmentar, y que no le faltaría de nada. Pero eso hizo que comenzara a desconfiar de él. ¿Y si Neif tenía razón? ¿Y si realmente era un vulgar secuestro y ella era una tonta que se dejaba enredar? Y en tal caso, ¿qué esperaba conseguir de ellas realmente?

Luego pensó en Claw. Por alguna razón su mente divagó hasta pensar en sus manos enguantadas, como las de Tracy. Pero ella tenía ese estilo de lucha. ¿Por qué Claw siempre llevaba guantes? Aunque fueran finos y transpirables de seda negra, morada o roja, siempre ocultaba sus manos. “Debe tener heridas de hechizos fallidos”, pensó. Ya había visto cómo de vez en cuando los hechizos defectuosos reventaban liberando maná, y se lo imaginó como quemaduras de fuegos artificiales, así que si estallaban demasiado cerca sería peligroso. Luego recordó que no se tapaba ambas manos necesariamente, a veces sólo una.

Oyeron una explosión a lo lejos, colina arriba; todos se sobresaltaron.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Susan inquieta.

—¿De dónde viene? —preguntó Tracy poniéndose en pie de un salto. Los hombres también se pusieron en pie.

—¿Tenemos que ir a ver? —preguntó la rubia abrazándose a sus rodillas.

—Puede que tengamos que ayudar —en un parpadeo Tracy estaba armada: 3 pequeños cuchillos en una mano sobresalían de entre sus dedos enguantados, como si fueran armas ninja; Susan sabía que al lanzarlos permanecerían unidos con los hilos, que se expandirían y se moverían como tentáculos, atacando los puntos ciegos e incluso colándose entre los pliegues de una armadura pesada: así se lo había explicado atacando un maniquí; y ahora esa mujer estaba preparada para hacerlo realidad. En su otra mano sólo sostenía una carta, por ahora.

—¿Para qué es ese hechizo? —preguntó Susan poniéndose en pie.

Enlace.

La carta brilló, y un círculo azul apareció en el suelo, repleto de símbolos extraños.

—¿Es un vínculo Psíquico? —preguntó Straczinsky. Hubo un largo silencio.

—Todo va bien. No han sido ellos —dijo Tracy—, pero a Claw le preocupa… corrijo, “siente curiosidad” por quien haya provocado ese estruendo; cree que debe ser un aventurero.

—Dijo que evitáramos a los aventureros —recordó nervioso Gutiérrez.

—Sí, dice que nos escondamos mejor. O que nos alejemos. Ellos van a mirar desde lejos.

—Sois bastante malos montando guardia —dijo una voz masculina y profunda detrás de ellos. Se giraron asustados, y los guerreros tomaron sus armas. Pero era demasiado tarde: de la nada había aparecido una silueta femenina junto a Susan, tan rápida que apenas tuvo tiempo de verla, si es que no había aparecido de la nada. Ni siquiera sabía desde qué ángulo había venido, porque la pared de roca estaba casi detrás de ellos. ¿Cómo podía haberse deslizado de esa manera, y tan sigilosamente? ¿Cómo podía haberse escapado a la vista de los dos hombres frente a ella? “Porque en ese momento los dos me daban la espalda”, decidió Susan. “Estaban recogiendo sus armas. Pero esta mujer… es muy rápida”. Lo malo, lo verdaderamente preocupante, es que estaba aferrando el cuello de Tracy, levantándola como un muñeco, como si no pesara nada; con su otra mano mantenía firmemente cerrado el puño con los tres pequeños cuchillos, impidiendo que se separaran de su mano; la otra mano había dejado caer la carta, y por cómo tenía los dedos crispados, Susan supo que había sido golpeada en la muñeca, pero ni siquiera lo había oído.

—¡Aaaaah! —gritó asustada retrocediendo, y se cayó de culo. Siguió pateando arrastrándose hacia atrás.

—Identificaos —exigió la mujer. Susan vio cómo los ojos saliéndose de sus órbitas daban paso a la inconsciencia, y temió por la vida de Tracy. Straczinsky se preparó para atacar, y con un paso lateral usó a Tracy como escudo humano.

—Os recomiendo responder a la pregunta —dijo el hombre cuya presencia Susan había olvidado por un momento. Era alto y corpulento, sereno y elegante, altivo y dominante. Sus ropas extravagantes revelaban gran riqueza y clase. Supo instantáneamente que aquella mujer temible, aquel depredador sigiloso, sólo era su lacaya.

—Señor, nosotros sólo… —empezó Susan.

—¡Silencio! —ordenó Gutiérrez—. No se habla con el enemigo. Strazi, te la dejo a ti. Yo me encargaré del grandullón.

La sonrisa del hombre casi congeló la sangre de Susan en el intervalo entre dos latidos.

—¡No te muevas! —chilló. Gutiérrez dudó y detuvo su embestida.

—¿Qué pasa? —preguntó prudentemente, sin dejar de mirar a su objetivo.

—¿Es que no lo ves?

—¿Qué se supone que tengo que ver?

A veces sospechaba que Gutiérrez era no sólo un auténtico imbécil, sino realmente estúpido. Esta era una de esas veces. Oyó un peso muerto caer al suelo, como un saco de patatas; miró y vio a Tracy, totalmente inconsciente. Gritó de nuevo.

—Strazi, confío en ti —dijo Gutiérrez. Susan supo que atacaría igualmente, dijera lo que dijera. Y tomó una decisión. Corrió y saltó sobre Gutiérrez, embistiendo sus rodillas por detrás con sus hombros, derribándolo. Luego saltó sobre él, y lo inmovilizó con todo su peso sobre los dos brazos.

—¡Quítate de encima, niñata! —gritó furioso— ¡Así me puede matar, pedazo de idiota!

—Te estoy salvando la vida —dijo fríamente. Gutiérrez se detuvo. Por fin su instinto había empezado a reaccionar. O al menos sabía que ella pensaba que decía la verdad.

Oyó un ruido de golpes y tardó sólo un segundo en mirar; para entonces vio a Straczinsky caer al suelo, inerte como una marioneta con las cuerdas cortadas. Esta vez no gritó.

—¿Están muertos? —preguntó a la mujer, que la miraba desafiante, con ojos azules helados como espadas de glaciar. Tragó saliva asustada.

—Les permito vivir para ser interrogados.

—Hemos perdido la iniciativa —se quejó Gutiérrez—, y ahora soy uno contra dos. Niñata incompetente.

—Perfecto. Así no cometerás una estupidez —dijo ella, y se puso en pie lentamente, sin parecer una amenaza. Él cerró los ojos, hastiado, y se puso en pie con el mismo cuidado.

—Identificaos —repitió la mujer.

—No tenemos por qué daros explicaciones —dijo desafiante el calvo.

—Estás muerto por dentro —dijo ella—. ¿Quieres estar muerto por fuera?

Susan no entendía lo que quería decir, más allá de la amenaza. ¿Qué le pasaba al calvo?

—Ya he oído todos los chistes de calvos y de gays, señora. No me voy a ofender.

—No era un chiste. Estás lleno de dolor.

—Pretendes aparentar que puedes leerme la mente. Menuda treta más infantil.

La cazadora de hombres no contestó, y Susan pensó que eso era exactamente lo que hacía la mujer.

—Hemos venido a investigar La Mazmorra —dijo Susan.

—¡Que te calles! —ordenó Gutiérrez. Pero esta vez le ignoró.

—Veo que dices la verdad, niña —dijo la rubia.

—Perdonad los modales de mi doncella —dijo con su voz más gentil el hombre—. Tenía que anular las amenazas potenciales. Veréis, sois muy extraños en este lugar, porque lleváis equipamiento mágico pero no emitís maná propio —caminó entre Gutiérrez y ella como si fueran tan peligrosos como un niño de 5 años enfadado, encantado de escuchar su propio discurso—. Tampoco tenéis el hedor característico de la ciudad Vhae Dunking, ni del planeta Kar-Blorath, saturados de maná. Estáis en el piso 8, y es imposible que halláis llegado hasta aquí sin el poder de La Mazmorra. Y por si fuera poco, no percibimos La Marca: vosotros no tenéis nivel… oh.

—¿Oh? —repitió Susan. El hombre se le había quedado mirando. Se acercó un par de pasos y la tomó de la mano. Al estilo de los galanes clásicos de las películas en blanco y negro, se inclinó y le besó la mano, y a Susan se le escapó una risita tonta, halagada.

Entonces, con delicadeza, le hizo girar la mano y vio su palma.

—Tú sí la tienes —murmuró mirándosela fijamente.

—¿Qué nivel es? —preguntó extrañada su subordinada.

—Hoy no paro de ver cosas inusuales, pero esto es el colmo.

La mujer, intrigada, dejó atrás su semblante duro y lo suavizó, acercándose a verlo por sí misma.

—¡¿Nivel uno?! ¡¿Pero cómo?!

—Niña, ¿por qué sigues viva? —preguntó mirándola a los ojos.

—¿Esto? Apareció cuando estuve aquí la otra vez…

—Espera —interrumpió la mujer—, ¿no es tu primera vez?

—No, estuve secuestrada por El Amo en La Sala de La Lujuria con Roxan y Valystar…

—¿Qué? —exclamaron el noble y su “doncella”—. ¿Sabes lo que le ha pasado a Valystar? —preguntó el hombre, esta vez sin su habitual control de sus emociones.

—La última vez que la vi estaba bien. Dormía, como siempre.

—¿Cómo escapaste del Amo? —preguntó la rubia. Ahora que no la miraba como si estuviera a punto de arrancarle la yugular de un zarpazo, le pareció guapa; “no, muy guapa. ¿Cómo puede ser tan… tan bella?”. Sentía que otro calificativo sería inadecuado. Sus ojos azules ahora destellaban como zafiros al anochecer, mirándola fijamente. Algo dentro de Susan se derritió, sonrió como una adolescente embobada por su flechazo, y contestó risueña.

—Mis amigos usaron un pergamino de invocación.

—¿Fuiste rescatada por el aventurero invitado? —dijo el hombre. Susan no sabía de qué estaba hablando, así que se encogió de hombros.

—¿La Mazmorra está retorciendo el destino? —preguntó la mujer a su señor.

—Es posible; eso confirmaría que quiere a esta aventurera acompañante al lado del aventurero invitado. Si es tan importante sólo puede significar una cosa.

—Entonces no debemos hacerle daño —dijo la mujer.

—No. Y no sólo porque podríamos enfurecer a la mazmorra. Por lo que sabemos hasta ahora, lo que puede provocar ese chico no me disgusta.

—Perdonad que os interrumpa —dijo Susan—, ¿pero estáis hablando de mi amigo? Quiero decir… no es mi amigo, lo es de Victoria y Mary, pero él me rescató. ¿Se encuentra bien?

Pero el hombre enmudeció. La mujer también.

—¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo?

Los dos se dieron la vuelta, dándole la espalda a Gutiérrez. Susan reaccionó a tiempo y se interpuso delante de él, frustrando su impulso.

—¡Venid! —ordenó el hombre. No pasó ni un minuto hasta que aparecieron por el camino de la colina. Eran dos personas, un chico y una chica. Estaba oscuro, y Susan no podía ver bien.

—¿Susan? —oyó una voz familiar—. No me lo podía creer cuando oí tu voz, pero eres tú de verdad.

—¡Vicky! ¡¿Qué estás haciendo aquí?!

La morena corrió y le dio un abrazo que la estrujó, y trató de disimular que había notado incómoda los pezones duros clavándose como dardos. “¿Pero cómo lo sabía?”, pensó por un momento. Susan vestía una armadura de cuero y remaches metálicos. Era imposible que hubiera sentido su tacto, y comprendió que se lo había imaginado porque sabía con certeza que estaba cachonda perdida. “¿Cómo puedes estar así en un momento como este?”, pensó. Y entonces notó la media sonrisa de Shanty, mirándole traviesa. “Claro. Cómo no. Quería sonsacarle con facilidad”.

—Es largo de contar —explicó Victoria—. Barón, esta gente había preparado un fuego y estaría mal desperdiciarlo. ¿Y si cenamos?

—No tenemos hambre, pero proceded si os apetece. No tenemos prisa.

Susan vio que la mujer aterradora había recogido la carta del suelo, y tras un vistazo se la guardó en el enorme bolsillo delantero. Sólo ahora le parecía el uniforme de una pornochacha. ¿Cómo le había dado una impresión tan diferente tan sólo un par de minutos antes? En aquellos momentos parecía el uniforme negro de un ninja, o el pelaje de una pantera negra. Ahora incluso veía el delantal y la cofia blancos. ¿Había cambiado de color? Era como si la misma información visual fuera interpretada de manera diferente, a su voluntad.

—¿Cómo te llamas? —preguntó intrigada Susan.

—Me llamo Shanty, Susan.

Gutiérrez refunfuñó algo.

—Deberías mejorar tus modales —advirtió Shanty—. Al contrario que Susan, tú no eres importante.

—Algún día alguien te dará tu merecido —dijo.

La rubia sonrió sutilmente, sin enseñar siquiera sus dientes, pero heló la sangre de Gutiérrez.

—¿Quién eres tú? —preguntó Victoria.

—Guti y Strazi son mis guardaespaldas, Claw me los puso —dijo.

Los siguientes minutos fueron un auténtico interrogatorio, con protestas de Gutiérrez ignoradas por todos. Shanty confirmaba que decía la verdad. Durante ese tiempo Tracy y Straczinsky despertaron, pero Susan les hizo estarse quietos. Todavía dudaban, con la espalda protegida por la roca y preparados para luchar en cualquier momento. Temían a Shanty y no dejaban de vigilarla. “¿No ven que estamos tranquilas Vicky y yo?”, pensó Susan. “Probablemente sí; tal vez habrían echado a correr. Estoy segura de que al menos Tracy ve lo mismo que yo”.

¿Pero qué era lo que veía Susan? No lo sabía. Pero había algo. Tenía la absoluta certeza de que ambos, Shanty y el barón, podrían haber aplastado a Gutiérrez cuando les atacó como un elefante pisa una hormiga. Tan seguro como que el sol saldría mañana.

—¿Puedo unirme?

Susan se había olvidado de él; era el otro que vino con Victoria, que se había quedado al margen, entre las sombras. Nadie dudó ni por un momento que el que daba las órdenes y los permisos era el barón, no la intimidante depredadora.

—Por supuesto, Tolium.

Un rato después, con la panza llena, Susan notó que Tolium no dejaba de observar a Tracy y los dos guardaespaldas, que permanecían con la espalda contra la pared, tensos y desarmados por Shanty. Susan había visto cómo se metía todas sus armas y artefactos en el bolsillo, como si no tuviera fondo. Susan estaba intrigada por su pregunta.

—¿Por qué no cenáis con nosotros? —preguntó por fin Tolium.

—No deberías bajar la guardia, chico —dijo el calvo.

—Por lo que sé, estando desarmados y siendo nivel 1, no podéis sobrevivir ni 5 minutos en La Mazmorra. Pero el barón os mantiene a salvo. Deberíais ser más corteses.

—Lo cual no sería necesario si no nos hubieran desarmado en primer lugar —se quejó Gutiérrez. Tolium no contestó, pero parecía bien posicionado al lado del barón; Susan intuyó que había algo extraño. “Tal vez está fingiendo y tampoco se fía de él”.

—¿Por qué le sirves? —preguntó Straczinsky—. Os he oído: has dicho que vienes de La Tierra, y el barón y su sirvienta vienen de otro mundo. Tú y tus amigas deberíais manteneros alejados de él.

—Yo no conozco a Susan —repuso—. Y en cuanto al barón…

Les contó su historia, y Victoria añadió su parte, menos la turbia noche que pasó con el barón, sin dar detalles de sus escarceos con Shanty; apenas mencionó que bailó con él, pero los demás supusieron que lo que guardaba era referido al hombre, no a su doncella. “Típico”, murmuró Gutiérrez.

—Crearé una barrera para que podáis descansar sintiéndoos a salvo —dijo Shanty—. Conjuró una burbuja blanca con un brillo propio, cálido y pálido. Después la dividió en dos mitades con una barrera, dejando aislados a los guardaespaldas y a Tracy. Se sentó en la posición del loto con la espalda contra la pared de roca, y cerró los ojos. Susan no sabía si meditaba o dormitaba.

No pasó mucho tiempo antes de que sacaran sus mantas de los sacos de dormir y se acostaran en la tienda de campaña que traía Gutiérrez; el otro grupo durmió en la de Straczinsky. Susan se preguntó si el barón y Shanty estarían bien afuera, mientras buscaba su rincón entre Victoria y Tolium. Notó la incomodidad del chico y pensó que debía estar empalmado durmiendo con dos chicas como ellas. En la oscuridad no podía verlo, y a punto estuvo de agarrarle el paquete para comprobarlo, pero se contuvo.

—Tolium debe estar pasándolo mal —murmuró Victoria—. Apenas se había acostumbrado a dormir a mi lado, y ahora comparte cama con otra más.

—No empieces —dijo secamente Tolium.

—Seguro que una parte de su cerebro está fastidiándole fantaseando con tríos… sin testigos, en un mundo exótico… lo que pasa en La Mazmorra, se queda en La Mazmorra —dijo parafraseando el lema de Las Vegas.

—Cállate.

Susan se rio. Le caía bien. Era un chico inocente, y podía notar el interés de Victoria en él.

—Cuando salgamos de aquí —dijo Susan—, tenemos que quedar los cuatro algún día; seguro que Mary se lo pasa bien.

—No seas mala, no vamos a reírnos todos de él; eso me corresponde sólo a mí.

Las dos se rieron, y Tolium refunfuñó

—Además, somos seis —añadió Tolium al final—. Faltaría vuestro amigo y mi hermana.

—Espero que estén bien —dijo Susan—. El Amo es muy peligroso. Si supierais las cosas que Roxan me contó de él…

—He notado cómo hablas de tu amigo Roxan… —dijo coqueta Victoria.

—¿Amigo? No, es una chica.

—¿Qué? Pero…

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Aunque “chica” le queda pequeño. Si fuera de La Tierra sería una persona mayor. Tiene por lo menos cincuenta años.

—No has pensado en la diferencia de traslación entre distintos mundos —dijo Tolium—. Su planeta puede orbitar más rápido que el nuestro.

—Así que también vas de listillo —se quejó Susan—. Eso ya no me gusta, me recuerdas a él.

—No, Susan —la interrumpió Victoria—, ninguno de los dos se hace el listo: lo son.

Tolium no dijo “gracias”, ni “se me hace raro que me defiendas”, sino que se sintió humillado porque lo defendiera una chica.

—No te he pedido ayuda. Sé defenderme solo.

—Como puedes ver, Susan, es muy machista. Es lo que no me gusta de él —dijo crítica Victoria, y ciertamente parecía por primera vez que ese chico no le gustara. Susan lo apuntó mentalmente en su lista de machistas para evitar liarse con él. Y también en su lista de “reservado para amigas”, por si acaso. Necesitaba listas como esas porque tenía tendencia a abrirse de piernas muy fácilmente, y luego se machacaba a sí misma. “Me hubiera arrepentido de acostarme con Claw”, pensó entonces. Pero sonrió al destellar por su mente el recuerdo de Tracy haciendo acrobacias en el gimnasio, saltando y pateando las cabezas de dos maniquíes al mismo tiempo, abriéndose de piernas casi 180 grados. Fue sólo un instante, pero pensó “a ella sí que le comería todo el coño. ¡Y sin arrepentirme después!”. Y se rio. Victoria siempre sabía cuándo se reía por temas sexuales, pero no dijo nada. En cambio, se sorprendió al sentir celos. Pensaba que quería acostarse con Tolium. “Pero si este machista no me gusta”, pensó arqueando las cejas en la oscuridad.

La tienda de campaña se abrió de golpe, deslizando la cremallera ruidosamente. Era Shanty.

—¿Podéis callaros cinco minutos? No puedo ni oír mis propios pensamientos.

Oyeron a Gutiérrez quejarse desde el otro lado de la barrera, con la voz amortiguada:

—Niñas, que esto no es un campamento de verano. Vale ya.

Guardaron silencio, y uno tras otro se quedaron dormidos.

Esa noche Susan soñó con Shanty, y por la mañana sus bragas estaban húmedas. “No tengo remedio”, se dijo en silencio. “¿Esto es culpa del Amo, de Roxan, o siempre he sido así? Al menos con los hombres ya me pasaba”.

Siguieron al barón, todos juntos, Shanty detrás vigilando a Tracy, Gutiérrez y Straczinsky, y el barón delante. Hizo que esta vez Susan participara con Victoria y Tolium en sus luchas contra algunos monstruos. De uno en uno contra los más débiles, atrayéndolos y separándolos del grupo, tres contra uno, con trampas preparadas y algunos artefactos de Claw confiscados por Shanty, Susan subió en sólo un día del nivel 1 al 5 sin enfrentarse a minijefes, y sólo con las sobras. Tracy, en cambio, seguía en nivel 1 y se la veía molesta. Los dos hombres no tenían la marca, así que les daba igual.

—Ya casi no quedan monstruos en todo el piso —dijo Shanty—. Nuestros guardias dejaron en paz los que quedaban desde que se lo dije con la carta de Enlace.

—Con esto basta por ahora —dijo Claw—. A menos que nos encarguemos de los jefes y minijefes opcionales.

—Todos fueron derrotados por el último aventurero —dijo Shanty—, lo han comprobado. Él buscaba experiencia de forma selectiva, sin limpiar todo el piso debido a su gran tamaño. Aunque es especialmente laberíntico, y hay que desandar el camino muchas veces consiguiendo distintos objetos para abrirse paso, ha hecho sólo lo imprescindible para desbloquear la puerta al noveno. Me sorprende que no lo haya limpiado todo, parece que no se pierde con facilidad. Quizá tenga dotes de explorador. Tanto mejor, así deja experiencia para los nuestros.

—¿Qué nivel tenéis? —preguntó el barón a Tolium y Victoria, dándose la vuelta.

—Nueve —dijeron ambos al unísono.

—Intentemos limpiarlo todo por completo.

Lo hicieron y funcionó. Sus palmas brillaron y dijeron que alcanzaron el nivel 10, y Susan subió al 6. Shanty confirmó que era el último monstruo de todo el piso con un hechizo de detección de largo alcance. Susan se preguntó por qué no lo había usado antes. “¿Tal vez porque gasta mucho maná?”.

—Espero que hayáis aprendido algo —dijo el barón—, porque no vamos a acampar aquí: vamos directamente al noveno piso.

—Pero yo estoy agotada —se quejó Susan.

—Sólo has hecho algo de ejercicio. No sabes lo que es el cansancio, estamos parando tras cada combate. No te sobraría tanta grasa si estuvieras en forma.

Susan se sintió indignada. Aunque era una referencia a sus enormes tetas, no se sintió halagada: era la primera vez que la llamaban gorda.

Justo cuando iban a cruzar las escaleras abiertas que bajaban al siguiente piso, aparecieron Claw y Steve.

—Alto ahí —demandó el mago—. Tenemos a vuestros hombres.

Shanty se indignó cuando los vio: los dos guerreros del barón estaban atados con lazos mágicos dorados. Los regañó.

—¿Cómo os habéis dejado capturar? ¿Y por qué no me informasteis? No había cancelado el vínculo mental.

—Simplemente lo he hackeado —explicó Claw por ellos—. ¿De verdad esperabais usar mis cartas contra mí? He pasado años estudiando a cada una de ellas.

—Señor Claw —dijo Susan poniéndose en medio—, está cometiendo un error.

—Cállate, niña. Gutiérrez, Straczinsky, Tracy: venid.

Shanty no intentó detenerlos por su cuenta, pero se ofendió por no mostrar interés en ella.

—Sólo de la orden —dijo Shanty, sin apartar sus ojos del mago.

—Aún no; veamos qué pretende. Él no es débil.

—Tampoco fuerte. Ni el rubio.

Susan sabía que eso no significaba que fueran peligrosos para ellos, sino que no eran inútiles. ¿Pretendía utilizarles?

—Señor, tenga mucho cuidado con la mujer —advirtió Straczinsky mirando a Claw—. Es muy rápida, cambia de posición en un parpadeo. Ni siquiera Tracy pudo reaccionar.

Aquel comentario sorprendió a Susan. ¿Él sí sabía de lo que la secretaria era capaz?

—Cállate —contestó secamente Claw, sin siquiera mirarlo. Tenía sus ojos clavados en el barón. “Él sí lo ve”, pensó Susan. “Ve lo mismo que yo”.

—Me preguntaba cuándo te mostrarías —comentó el barón distraídamente, como si hablara del clima que hacía.

—Tal y como imaginaba: los hechizos de detección son como faros en la noche para otros detectores, así que querías atraernos. Era demasiado obvio.

—Y sin embargo, aquí estáis. Sé que queréis investigar la mazmorra. Nos dirigimos a Vhae Dunking. Podéis acompañarnos si os portáis bien.

Claw frunció el ceño, extrañado.

—Es una trampa muy evidente —repuso Steve. Tenía una carta en cada mano, y Susan notó que ambos estaban protegidos por una burbuja defensiva, casi transparente, de una tercera carta, así que pensó que ambas eran ofensivas. ¿Usaban una cuarta carta para impedir que fueran detectados? En tal caso, Claw iba tan sobrado que aun manteniéndolas activas, podía usar otras dos al mismo tiempo, que también tenía preparadas en sus manos. “Cuatro hechizos de ataque combinados. ¿Serían suficientes contra el barón y Shanty?”, pensó Susan.

—Es tu turno —dijo Claw a nadie en particular—. Gánate mi protección.

La burbuja defensiva de Claw y Steve estalló en pedazos, al mismo tiempo que la de una mujer que había permanecido oculta todo el tiempo. Lanzar un hechizo cancelaba el de ocultación, que se desmoronó como una cúpula de cristal bombardeada. Entonces Shanty desapareció de su lado, y en un instante ya había alcanzado a Steve, golpeado sus muñecas y, desarmado, y además le había agarrado del cuello como hizo con Tracy; pero además le volteó como a un trapo y lo estampó contra el suelo, y entonces le pegó un puñetazo con la otra mano en la mandíbula. Sorprendentemente no perdió el sentido, pero no pudo ni toser con la tráquea casi aplastada. Pero estaba aturdido, así que Shanty tuvo tiempo de darse la vuelta y defenderse de Tracy, que le tenía ganas y ya le había saltado por la espalda, dispuesta a patearle la cabeza. Para Shanty era como ver una película de artes marciales, con una escena de patada voladora que se grabó en su retina. La mujer la esquivó dando sólo un paso, y para cuando Tracy aterrizó, ya tenía sus armas desplegándose hacia atrás, viéndolas venir desde delante de su cuerpo, rodeándola como 6 tentáculos que se extendían en torno a su figura acuclillada. Entonces Shanty, con un dedo en cada mano cargado de maná, moldeándolo como cuchillas, cortó con un solo movimiento los hilos de marionetista. En medio segundo Tracy perdió sus cuchillos, quedando indefensa. Apenas se puso en pie, intentando darse la vuelta y pensando cómo reaccionar, pero era demasiado lenta. Shanty la dejó fuera de combate en dos segundos. Perdió la conciencia a diferencia de Steve, que miraba en vano la escena sabiéndose derrotado, tendido en el suelo.

Gutiérrez podría haberla alcanzado por la espalda, pero la hechicera que les había roto la defensa intervino: le capturó con una especie de tentáculos azules que emergieron del suelo, y al perder su brillo Susan vio que eran raíces que había hecho crecer. “Magia druídica”, pensó. ¿Tendría varios tipos de hechizos?

Straczinsky era el único guardaespaldas inmóvil, porque sólo miraba a Claw, y este no movía ni un músculo, vigilando sólo al barón. Por eso el guardaespaldas sabía que era una batalla perdida: conocía lo bastante bien a Claw como para entenderlo por su falta de órdenes y su actitud en esa situación.

Entonces Susan vio aparecer a otros dos guerreros de aspecto medieval, y supo que eran más sirvientes del barón, como Shanty. “Ha estado jugando con ellos todo el tiempo”, pensó.

—Bien, ahora que ya estamos todos —dijo el noble dando una palmada—, ¿qué tal si nos organizamos? Mi oferta sigue en pie, podéis venir conmigo a Vhae Dunking si no sois un estorbo. Pero la experiencia de los monstruos se la quedará mi gente. No es negociable. ¿Queréis mi protección a cambio de resultar útiles cuando os necesite?

—Quiero los detalles del acuerdo —exigió Claw—. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo pasará antes de que el derecho a pedir nuestra ayuda caduque?

—Veo que eres un hombre de negocios. Es probable que dentro de poco haya una guerra, y esta podría involucrar al rey de la mazmorra. Para entonces podéis serme útiles o ser mis enemigos. Decidid.

Entonces Susan vio que Claw se asustaba, y su máscara de impasibilidad era incapaz de ocultarlo. Estaba aterrorizado. “¿Una guerra contra el barón o contra El Amo? No es de extrañar que se asuste”.

—¡No somos soldados! —se quejó.

—Has traído tu propio ejército personal.

—¡Apenas es un equipo de aventureros funcional, y estamos demasiado avanzados! Y ha sido sólo por los monstruos.

—Habrá recompensas para quienes me sirvan, y venganza contra los que no.

—Eso es chantaje.

—Escúchame bien, humano que se hace llamar “Claw”: has venido a jugar a los soldados, y vas a tener que terminar lo que empezaste. No haberte metido tú sólo en este lío.

—Todavía podemos volver. El vínculo con mi planeta está roto, lo he comprobado. Soy el único que puede viajar hasta allí, y entonces ni tú, ni el Amo ni nadie podrá seguirnos.

—Para eso necesitas sobrevivir el tiempo suficiente.

Ahí estaba, ya no era una amenaza velada.

—Los esclavos son malos soldados —repuso Claw.

—No necesito soldados fuertes, sino prescindibles: los pocos que me son leales los quiero conservar.

Susan se estremeció con su crueldad.

—Ese camino sólo cultiva la traición —advirtió Claw—, mientras que la ciencia abre camino al progreso. Nosotros estamos aquí para desentrañar los misterios de la magia mediante la ciencia, y podríamos traer grandes cambios al mundo en beneficio de todos. No podemos perder el tiempo con pequeñas trifulcas por el poder, nuestro destino está en la grandeza. Debemos continuar nuestro camino.

—Menuda oratoria, ¿ensayas para político?

Reaccionó como si le hubiera golpeado en el estómago, y Susan supo que así era. “Seguro que a Neif le haría gracia descubrirlo”, pensó divertida.

—Señores, permítanme intervenir —dijo Tolium, poniéndose en medio. Todos quedaron desconcertados por su osadía: “¿Quién se ha creído que es?”—. Tengo una propuesta. Por lo que sé gracias a la señorita Susan, a usted le mueve la búsqueda de conocimiento por encima incluso de las riquezas, y el señor barón es un hombre culto, diría que incluso sabio, por lo que puedo observar. Estoy seguro de que una buena relación entre ustedes sería muy provechosa para ambas partes, porque, barón, si no me equivoco este hombre en mi mundo es un “científico”: no domina sólo la magia, sino principalmente la ciencia. Y ese es un conocimiento muy atrasado en los mundos mágicos, como he podido observar. Tiene la llave a grandes avances para todos.

Todos se quedaron callados. “¿Ha funcionado?”, se preguntó Tolium sin poder creérselo.

—Shanty, vuelve aquí —ordenó el barón.

La mujer dio tal salto que cubrió todo el desnivel, hizo una voltereta en el aire y aterrizó abajo, frente al barón, con elegancia. Pero el impacto hizo temblar el suelo y Susan vio sus pies hundirse en la tierra. Para ella era tan normal como caminar, y con dos pasos los sacó fuera. Se inclinó ante él, se puso a su lado, se dio la vuelta y se encaró de nuevo a Claw.

—Empecemos otra vez —dijo el barón—. Doctor Claw… porque eres un doctor, ¿no? Ya que ocultas tu verdadero nombre incluso a tus subordinados, puedes llamarme… barón Munchausen, por ejemplo. Mi nombre no es importante, sólo mi título, mis subordinados y mi riqueza. Eso es lo que te interesa.

Susan y Victoria sonrieron a Tolium. Él había cambiado la situación. El chico se sonrojó.

—Por encima de todo, me interesa el conocimiento, Munchausen.

—Para ti soy “señor barón”.

—Como decía, Munchausen, podríamos intercambiar conocimientos: magia por ciencia. Tal vez fuera casi tan provechoso para mí como para ti, y sin duda salgo perdiendo. Y recuerda, ni por un segundo pienses que soy inferior a ti.

El barón sonrió, igual que cuando Gutiérrez se abalanzó contra él y Susan le salvó la vida. Se le heló la sangre en las venas de nuevo. Nadie se movió, incluso dejaron de respirar por un segundo.

—Te seguiré la corriente por ahora, corresponde al superior la gentileza de encauzar la conversación a buen término. Y ahora… hablemos de negocios.

—¿Y yo, señor barón? —preguntó la bruja.

—Lo has hecho bien. Vuelve a mi lado.

La mujer sonrió como si hubieran pasado décadas desde la última vez que alguien le dirigió una palabra amable, y tal vez así era. Corrió ilusionada colina abajo hasta él, junto a la puerta de las escaleras del cubo de roca que emergía en mitad del valle.

—¿Cómo has podido romper el hechizo de mi carta, hechicera? —preguntó Claw resentido desde arriba. Ella lo miró desafiante.

—No eres tan fuerte. ¿Qué nivel tienes, 15? Lo conozco bien. No más de 16.

Susan se extrañó. El piso parecía despejado, o casi. ¿Tantos monstruos se habían encontrado Claw y Steve? ¿Cómo habían subido tan rápido 14 o 15 niveles? Susan había subido sólo 5 niveles, y Victoria y Tolium, que empezaron antes y le habían dicho que habían subido varios pisos, apenas habían alcanzado el 10. Así que sin duda la mujer se equivocaba. Claw y su gente dependían completamente del poderoso equipamiento que el mago les dio, y todo el entrenamiento de combate físico de Tracy y los guardaespaldas. Si a la maga le parecía tan fuerte tenía que ser por sus cartas: estaba harta de oírlos hablar de lo poderosas que eran comparadas con los demás artefactos que circulaban por La Tierra.

—Ninguno de los que alcanzan Vhae Dunking debería poder romper mis barreras —dijo orgulloso Claw a su rival, la mujer treintañera con ojeras y aspecto salvaje y desaliñado.

—¿Qué sucede, mago? ¿No puedes leer mi nivel sin un hechizo de detección? ¿Vhae Dunking? ¿Por quién me tomas? No estoy por debajo del 20, acabo de alcanzar el 30.

Susan vio cómo Claw entrecerraba los ojos, molesto, con el ceño fruncido.

—Es muy arriesgado, pero se explicaría si hubieras ascendido en equipo de tres en vez de cuatro. Y a mitad de camino sin duda perdisteis a un compañero, lo que convierte progresar en un suicidio, pero acumulaste más niveles de lo normal. Pero aun así, mis cartas deberían compensar la diferencia entre nosotros.

—¿Y qué te hace pensar que nunca pasé del décimo? Pequeño ignorante, conozco incluso el número catorce.

—¡Mentirosa!

—Además, los niveles potencian los talentos y habilidades latentes. En estado base soy mejor que tú, así que en esta situación no importa con qué te enfrentes a mí. Ni siquiera con tus dos cartas del Tutorial.

Claw bufó.

—¿Sólo dos? No sabes con quién estás hablando. He invertido muchos años en coleccionarlas todas.

La mujer chasqueó la lengua, era su turno de sentirse molesta.

—Seguirían siendo inútiles contra nosotros, novato.

—¿A quién llamas novato? Ya peino canas.

—Como si eso fuera relevante.

El barón, divertido, retomó la conversación.

—Por más que me haga gracia vuestra infantil diatriba, tenemos asuntos más importantes entre manos.

Claw asintió con la cabeza, y antes de comprender cómo había pasado, Susan los vio cara a cara y hablando con naturalidad, como si fueran hombres de negocios cerrando un trato. “¿Pero no eran enemigos hace un momento?”.

Y así, sin más, el barón juntó bajo sus órdenes a la bruja hija del Amo con la que acababa de compartir mi brusca subida de 8 niveles (aún sin saberlo), y además a Claw y sus poderosas cartas, sus hábiles pero débiles guardaespaldas, a Tolium, Susan y a Victoria, sin mencionar a sus propios hombres y a Shanty, “la Sombra de la muerte”, como la llamaban en el gremio de cazadores de Tom: “Nunca la verás venir, y tu vida siempre estará en sus manos”, solían decir de ella.

—¿Una vez que consigamos las tropas en Vhae Dunking —preguntó Shanty—, qué deberíamos hacer a continuación, mi señor?

—Cuando la fuerza de asalto esté completa, lo primero será encontrar a ese chico, el amigo de Victoria. Y tenemos a la hija del amo para rastrearle con el vínculo del anillo, que dura un año aunque se lo quiten. Veamos si es merecedor de expulsar del trono al rey. Comprobemos si la mazmorra en persona lo ha nombrado candidato especial, y si lo es, tendrá vencer al rey por sus propios medios.

—¿Y si no lo logra? ¿Y si no lo es?

—Si no lo logra morirá frente al rey. Si no es el candidato especial, intercambiaré sus niveles y pondré a la hija del rey en el trono, gobernando en mi nombre. Reinará aunque no controle realmente la mazmorra, porque el cetro y el fantasma no le obedecerán. Pero el cetro le servirá como símbolo de autoridad. Y yo sé que me será leal —dijo mirándola, y ella se apresuró a asentir vigorosamente—. Pero en tal caso, ese chico… volverá a casa con sus amigas y Tolium.

Tolium, Susan y Victoria supieron de inmediato que era mentira, sintieron terror al unísono y lo disimularon como pudieron. Y por primera vez en su vida sintieron que sólo eran el aperitivo de los cuervos. Se estremecieron con sudor frío.

Y entonces las fuerzas del barón y él mismo continuaron hacia el noveno piso, camino a la ciudad para reunir las tropas de otros nobles para ir a la guerra.

El ejército del barón mas el del amo. Todos venían a por mí.


—Aseguraos de conservar bien ese equipamiento —les recordé ya dentro de las murallas. Me gustó que los centinelas nos saludaran a nuestro paso, aunque no fuera a mí—. Es muy caro, y ya que no me permitís quedármelo…

—Todo dependerá de nuestros superiores —contestó cortante Raon.

—Recordad informarles de que según El Laberinto, soy yo el que los ha derrotado.

—Eso no me importa.

—A tus superiores sí; seguro que no quieren violar las reglas de “La Mazmorra” —dije con tono de peli de terror. Me faltó hacer el “¡cha cha chaaaan!”. Él no contestó. Su aura era diferente ahora, un verde más claro y amarillento. ¿Nivel 69? Con mi 70 ya era amarillo. Sentía que él también había subido de nivel, pero no 8 de golpe como yo. Eso significaba que no formábamos parte del mismo grupo, en lo que al Laberinto se refiere. ¿Entonces cómo deberíamos repartir los caros objetos del invocador y el hijo del Amo?

Subíamos por la Cuesta de los Mercaderes de Vhae Dunking, pasamos por delante de la segunda mejor posada (“la buena es para los nobles, junto a una guarnición de La Guardia de élite”, me dijo Valentina), y desde allí arriba pude contemplar buena parte de la ciudad. Los edificios eran más altos de lo esperable para una civilización medieval, pero supuse que con la ayuda de la magia no tendrían muchos problemas técnicos, y no me refiero a mantener hechizos activos consumiendo maná, sino a mejoras de materiales prensados, cimientos de calidad y otros avances. Sin ningún problema en su construcción y con aspecto muy robusto, había todo tipo de edificaciones de más de 5 pisos de altura por todas partes; incluso había varios negocios por edificio en algunos casos, como la consulta de un médico, un abogado (“¿tienen abogados?”, pensé), un contable y un arquitecto allí mismo, en la cima, junto a la posada de personas adineradas y los mejores negocios del mercado. Y no eran más que los primeros dos pisos. Me pareció que tenía influencias externas, quizá por la red de mundos.

—¿Qué haces ahí parado? —se quejó Raon, y le seguí. No me había dejado atar, pero estaba oficialmente arrestado. Continuamos hasta un edificio gris y fortificado, no combustible, de piedra negra como las murallas, capaz de absorber la magia de los ataques recibidos. El cartel de la entrada decía, con grandes letras doradas sobre la puerta, “Comi aría”. Alguien había robado la S.

Me pregunté qué diría en su idioma original. Tal vez un chiste de penes. Intenté analizarlo no como palabras, sino como materiales moldeados, apartando de mi mente incluso la forma de las letras, y el hechizo de traducción del Laberinto se pausó: pude ver las formas rúnicas reales, sólo por un momento; pero al intentar leerlas se transformaron de nuevo en la palabra entrecortada.

El interior estaba bien iluminado, y descubrí que tenían algo parecido a bombillas. Pero con mi habilidad pasiva de detección, sin siquiera intentarlo, sabía que el núcleo de estas eran cristales de maná. Entonces me di cuenta de que podía identificar la textura y forma precisa del contenedor, igual que veía con los ojos de mi mente pequeños relámpagos de maná que brotaban de él y hacían reaccionar la superficie, y pensé en que se parecía a los tubos halógenos. Supuse que era algo mucho más eficiente que hacer que mantuvieran activos hechizos de iluminación, y no hacía falta ningún mago para reemplazar los cristales gastados. “Aunque sí para recargarlos. ¿O no?”.

—Valentina, ¿cómo se recargan los cristales de maná?

Cruzábamos pasillos con sospechosos y cada vez me recordaba más a una comisaría moderna. Estaban inmovilizados con grilletes metálicos, aunque más toscos y aparatosos que las esposas comunes de La Tierra.

—¿No sabes algo tan básico? —se quejó Raon.

—Necesitas un mago —dijo Arzeus, detrás de mí. Se suponía que él impedía que echara a correr.

—Si no tienes un mago cerca —contestó Valentina—, puedes dejarlos en un cajón y esperar unos días. La Mazmorra emite tanto maná que se recargan por sí solos, está todo en el éter.

—Intuyo que las bombillas necesitan poca energía. ¿Cuánto hay que esperar?

—Con unas horas basta, y duran varios días. ¿Hay algo parecido en tu mundo?

—Sí, pero no utilizamos el flujo de maná, sino el de electrones, unas partículas microscópicas que se pueden aprovechar con algunos materiales que se los intercambian. Ese movimiento es parecido al agua haciendo funcionar un molino para que machaque el grano.

—Suena plausible —dijo ella con aire inteligente—. ¿Qué significa microscópico?

—Es algo mucho más pequeño que el más pequeño grano de arena que puedas encontrar, totalmente invisible. Hablo de los ladrillos que componen todo lo material.

—Dejaos de filosofía barata —cortó Raon—. Tú esperarás aquí, con ellos vigilándote. Yo voy a informar.

Me senté en la sala de espera y observé a los detenidos. Yo era el único sin grilletes, pero varios de ellos tenían también cadenas que unían sus tobillos entre sí, y estos a sus manos, para impedirles correr y luchar. Di por hecho que también incluían encantamientos de restricción que bloquearían sus poderes, fueran del tipo que fueran. “¿Pero qué pasa con los atributos? Yo no uso magia de refuerzo físico, y sin embargo, con sólo un paso embestí con mi espalda a un hobgoblin y lo mandé a volar veinte metros”.

—¿En qué medida se reduce la pura fuerza física, Val?

—No me llames así.

—No contestes la pregunta —intervino Arzeus, le tocaba el turno de ser el quisquilloso—. Los detalles de ese tipo son filtraciones de seguridad.

De nuevo, parecían haber recibido influencias del mundo moderno. ¿Por quién? ¿Sería de La Tierra?

—El capitán se lo va a tomar muy mal —comentó Valentina mirando al suelo—. Ha perdido a casi toda la escuadra. Y ahora tenemos un lío político. ¿Qué pasará cuando se entere?

—Ten cuidado con lo que dices, te están oyendo todos —advirtió el tanque.

—Por eso no doy detalles. ¿Pero no piensas que él tiene razón? —me señaló—. Puede que sea inevitable dar “el paso”. Lo que nos explicó…

—Eso no nos corresponde a nosotros decidirlo. Pasará el problema a los de arriba.

En la sala memoricé rasgos de distintas razas locales y pregunté qué nombre tenía cada una, así como la de Arzeus, con sus cuernos, y la de Raon. Comprobé que había mestizaje, así que las diferencias genéticas eran menores, dentro de la barrera entre especies.

—¿Y qué hay de los humanos? Los de La Tierra —pregunté.

—Varios mundos tienen razas que se llaman a sí mismas “humanos” —dijo Arzeus—. Pero no son exactamente iguales.

—Tampoco lo son en mi mundo. Nosotros hablamos de que somos una especie con varias razas, pero lo que estoy viendo me indica que, como hay mestizaje entre ellas, todos formamos parte de una única especie que nos envuelve a todos. Pero esto tiene implicaciones profundas.

—¿De qué tipo? Preguntó curiosa Valentina.

—Para empezar, la compatibilidad biológica sugiere que tenemos los mismos antepasados evolutivos. Como si viniéramos todos del mismo planeta. Pero eso también me lleva a pensar por qué puedo respirar en otros mundos, y por qué es comestible su comida, o por qué no me infecto con microorganismos alienígenas.

—No he entendido la mitad de lo que has dicho —dijo ella. Arzeus se quedó callado.

—Es posible que en la antigüedad el paso entre la red de mundos fuera constante y a escala masiva, no con pequeños portales. Por ejemplo, explicaría más fácilmente cómo los primeros humanos se extendieron por todo mi planeta a través de gigantescas separaciones oceánicas, más allá de la congelación entre penínsulas próximas entre sí conectando grandes continentes.

—Creo que entiendo lo que quieres decir —dijo ella—. Pero continúa.

—Lo extraño es que a pesar del pasado en común que podríamos tener, estemos compartimentados en distintos planetas.

—Tal vez los creadores originales de La Mazmorra usaron magia para ello. Igual que limitaron el acceso.

—Tal vez. ¿Pero cómo de antiguos podrían ser? Hablamos de compartir destinos evolutivos de muchos millones de años en común. Una red de planetas perfectamente comunicados, con flora y fauna pasando entre los portales con naturalidad. Tal vez billones de portales. Tal vez pocos pero inmensamente anchos, adaptados a la curvatura terrestre.

Raon salió de la oficina, junto a un oficial. Era un hombre triste y cansado. No llevaba bien las malas noticias.

—Serví con ellos antes de ascender —dijo a sus subordinados—. Echaré de menos a tu primo, Arzeus. Compartimos mucho juntos.

—Siento mucho la derrota, mi capitán.

El oficial clavó sus ojos en mí, pero no parecía odiarme. Me extrañó.

—¿Lo interrogará usted mismo, mi capitán? —preguntó Valentina.

—Ven conmigo —ordenó. Le seguí, junto a sus hombres y dos guardaespaldas. No les había prestado atención, pero sin su presencia las fuerzas que vigilaban a los detenidos se redujeron a la mitad. “Les falta personal”, pensé.

En la sala de interrogatorios puse las manos en la mesa metálica, ya que el barrote en ella era donde anclaban los grilletes. Supuse que el agente estaría más relajado viéndome las manos. Intenté analizarlo y no pude. Seguía sin tener aura, pero no estaba exactamente oculto: no podía esconder su presencia, pero no obtenía ninguna información. No sabía si era fuerte o rápido, si era de tipo mago o luchador, el porcentaje de reserva de su maná, su salud… nada. Sólo la ubicación, como si mi mente tuviera un radar. Y entonces comprendí que ahora podía leer todo eso en el aura, pero había sido un cambio tan natural que ni me había dado cuenta. No era como el emblema que permitía a Mary leerlo como en un videojuego, tenía que interpretarlo. Miré a los guardaespaldas (mago y guerrero), a Arzeus (guerrero), a Valentina (guerrero), a Raon (mago), y otra vez al oficial: nada.

—Pareces molesto —dijo al fin el capitán. Sólo me sostenía la mirada.

—Soy detector. Me molesta leer a todo el mundo menos a usted.

—No te molestes en aparentar sinceridad para mentirme más tarde. Cuando mientras, lo sabré.

—Entiendo. Es usted un detector a tal nivel que puede leer, si no la mente, al menos las mentiras. Así que los detectores son también los mejores bloqueando a otros detectores. Bueno es saberlo.

—Te precipitas asumiendo tanta información a partir de algo tan nimio.

—¿He acertado?

—…

—Pues eso.

Conjuró un hechizo sobre su palma, una especie de bola de luz morada llena de discos en su superficie, girando y con tres runa en su núcleo. La magia no era traducida. No usó ningún artefacto, a diferencia de mí, que no podía lanzar ningún hechizo por mí mismo. “¿Me convierte eso en un guerrero puro?”. No podía leer tan fácilmente mi propia aura. En cambio, mi habilidad de percepción era notable. Con nivel 72 había bloqueado y partido en dos a unos hobgoblin transformados en hombres lobo que me saltaron encima por la espalda, y todo sin mirar atrás. Fue sólo un segundo, como si hubiera disparado temporalmente el nivel de mi habilidad, y con mucho esfuerzo. Pero ahora, con nivel 80, veía nítidamente con los ojos de mi mente a los hombres detrás de mí; su postura exacta, su estado de ánimo, su hostilidad desigual; su nivel, su clase y otros detalles eran algo que ya dominaba, pero ahora, ver exactamente la silueta de todo su cuerpo, me permitiría no sólo luchar inmerso en la niebla de Valentina, sino enfrentarme con facilidad a varios enemigos a la vez que me rodearan por todas partes. Tenía visión de 360 grados mejor que la original.

—Perdón, ¿cuál era la pregunta?

El capitán se irritó, pero lo disimuló.

—Concéntrate. Quiero que hagas memoria. Repasa todos los hechos desde que detectaste que el Amo, o nosotros, enviaba sus fuerzas contra ti. Lo que sucediera primero.

Lo recordé claramente: estaba con el cubo charlando después de despejar un rato la zona (y haciendo subir a la bruja 5 niveles desde el 17, pero aún no lo sabía). Detecté a los cazadores, y decidí hacer que lucharan con los del Amo. Pero no, ellos iban primero: recordé a los monjes mercaderes, las trampas que me había estado preparando El Amo desde el principio, mi táctica para atravesar el portal, el cíclope, cómo me seguían la pista… “y entonces enviaron a 16 cazadores contra mí. ¿Qué podía hacer si no?”.

—¿Crees que sólo tratabas de sobrevivir? —dijo el capitán.

—Así es.

—Entonces podrías haber seguido escondiéndote.

—Teníais detectores. De otro modo seríais malos cazadores.

—No podías saberlo.

—Lo supuse, acerté, y si no, me hubiera dado cuenta después al seguirme la pista. De un modo u otro, habría decidido hacer lo mismo.

El capitán tenía la piel casi negra, bastante parecido a un humano, pero tal vez mestizo con la raza de Arzeus: también tenía pequeños cuernos y grandes colmillos. No tenía casi pelo, parecía rapado.

—Tu karma es bastante bueno —comentó—. ¿Por qué no está podrido, como el de todos los aventureros?

—¿Sabe leer el karma? Yo todavía no tengo esa habilidad.

—Contesta a la pregunta.

Me encogí de hombros. En ese momento me pregunté cómo estaría el cubo: Valentina había hecho que unos de la entrada lo confiscaran, y le dije al cubo que por ahora lo permitiera. En teoría estaba bien custodiado y a salvo de rateros. O eso me dijo ella. “Lo que me preocupa es la corrupción”, me quejé. Pero todos me criticaron, así que no discutí.

—Contesta a la pregunta —repitió.

—Capitán, llevo días durmiendo poco y mal; necesito descansar y no me lo han permitido. A este paso cometeré un error que me costará la vida. También quiero comerciar para depurar mi inventario, tiene demasiada morralla. Quiero quedarme con pocas piezas pero muy buenas.

Mi inventario, el anillo, también me lo quitó Valentina, junto al resto de mis artefactos. Raon supuso que era con la que menos discutiría. Tuvo razón.

—Contesta a la pregunta.

Suspiré.

—Al parecer una de las trampas recurrentes del Amo es sabotear la entrega de recompensas: todos los aventureros reciben objetos que les aportan muy poco, o incluso les dificultan progresar; y en su lugar, principalmente les contaminan su karma. Los corrompe con artículos sexuales, de control mental y otros relacionados.

Pensé en el hijo del Amo. ¿Habría recuperado ya la conciencia? Estaba en una de las celdas, o eso dijo Arzeus cuando soltó la carga en sus hombros a otro guardia, policía o como se hicieran llamar.

—De modo que crees que lo normal en los aventureros es que lleguen hasta aquí con un karma contaminado por el Amo. Pero eso no tiene sentido: todos llegan aquí corruptos, ninguno bueno, pero tampoco son demasiado malvados; al menos, no es lo habitual. De otro modo, nunca habrían sido seleccionados.

—De modo que tener buen karma es uno de los criterios… conocí a una bruja con un karma completamente podrido. Pero por culpa del “Anillo de compromiso” repartí mi karma con ella. Aunque también hice media con sus niveles, y eso me hizo más fuerte. Pero eso significa… ¿si su karma no es demasiado malo, puede volver a entrar? Era una aventurera, tenía nivel asignado por el Laberinto.

Por un momento el oficial no contestó, así que lo hizo Valentina por él:

—Si el karma es demasiado malo, dejas de recibir recompensas, experiencia, y los monstruos se fortalecen y te atacan en hordas, uno tras otro, hasta que te expulsan o te matan por desgaste. Si era tan mala persona como dices, ni siquiera podía entrar: no sería ni invitada, ni acompañante, ni tolerada. Sería identificada como enemiga.

Tragué saliva.

—Así que por mi culpa, ahora esa mujer puede… volver a subir de nivel.

No me hacía ninguna gracia, y no quería volver a encontrármela. Entonces el capitán rompió su silencio.

—Hay algo que me ha dejado sorprendido —arqueé una ceja. ¿Sorprendido? Ese hombre era casi impasible, un poco más y parecería un robot—. Has dicho que con ese anillo hiciste media de niveles. ¿En la misma medida intercambiaste tu karma?

Asentí.

—Fascinante —añadió.

—¿Qué pasa?

—Tu karma debía ser extraordinariamente bueno originalmente. Después de lo que has hecho, con todas esas muertes sobre tus hombros, es apenas negativo. ¿A qué te dedicabas antes?

—Tenía una vida aburrida de estudiante. Nada fuera de lo normal.

—¿No cuidabas de niños enfermos huérfanos, como Valentina?

La miré aturdido. Me sonrió.

—Me crie en ese orfanato. En cierto modo son mi familia.

Negué al capitán.

—Aunque se me ocurre… una chica, que no era realmente amiga mía y en realidad venía a tocarme las narices… se vio atraída por este lugar por culpa de uno de los artefactos que obtuve antes del Tutorial. Fue secuestrada por el Amo, y una amiga en común y yo fuimos a rescatarla. ¿Es eso extraño?

El hombre entrecerró los ojos y me evaluó. Su mirada era molesta.

—Afirmas que sólo dos personas fuisteis en misión suicida a rescatar, de las garras del Amo mismo, a una chica que no te importaba lo más mínimo.

—Bueno, a Mary sí; pero era mi responsabilidad. ¡Oh! Ahora recuerdo… creo que el espejo hizo que me enamorara de ella. O el collar… no me acuerdo. Pero se me pasó.

—¿Qué sucedió entonces?

Me encogí de hombros.

—Continué. Ni siquiera estoy seguro de cuándo terminó el efecto. Al final conseguimos rescatar a Susan con un pergamino de invocación, y la saqué de allí. Espero que esté bien.

Todos se miraron incómodos.

—¿Qué experiencia militar tienes? —preguntó Raon.

—Ninguna. En mi país no hay alistamiento obligatorio.

Raon puso los ojos en blanco, como si fuera una estupidez.

—¿Practicabas esgrima o artes marciales desde niño? —preguntó Valentina.

Negué con la cabeza.

—¿En tu familia hay policías, guardias, fiscales o jueces? —preguntó Arzeus.

—Algo así… mi madre es abogada —puso mueca de haber mordido un limón—. Penalista. Pero sólo acepta casos en los que cree que su cliente es inocente —puso cara de haber bebido agua para matar el sabor. “Algo es algo, no?”.

—Pareces tener un notable sentido del bien y el mal —dijo el capitán. Me encogí de hombros de nuevo.

—No sé, creo que soy normal. Todo el mundo sabe lo que está mal, no es tan difícil. Otra cosa es que les de igual y se inventen excusas.

—Eres honesto contigo mismo —dijo Valentina—. Eso te permite actuar con conciencia.

Negué con la cabeza.

—La gente que sabe sin excusas que obra mal, lo hace igualmente. Suelen ser los que se declaran culpables en los juicios, se dejan convencer por su abogado más fácilmente en vez de intentar convencer de su falsa inocencia.

Se miraron incómodos otra vez.

—Eres muy extraño —dijo finalmente el capitán.

—¿Por qué?

—¿Qué motivación tenías para jugarte la vida inicialmente? Lo normal es el poder de los artefactos sobre otras personas.

—Al principio sentía curiosidad. Y era divertido, como ir de aventura. Después… había una chica. Quería acostarme con ella. Intenté usar la moneda de oro, el primero de los objetos que obtuve.

Se inclinaron todos hacia adelante, con toda su atención; parecía que dejaba de ser don Noble Perfecto Honorable.

—Yo no lo sabía, pero salió la cara que no activaba la moneda al apostar con ella… y ella fingió que sí había funcionado. Conseguí todo el sexo que quise durante semanas, y en realidad nunca la controlé; recuerdo que me reí aquella primera noche, cuando me di cuenta de que no había funcionado.

Todos parecían decepcionados. Menos el casi impasible capitán.

—¿Y qué pasó después? ¿Cómo arrastraste a otras personas a algo tan peligroso? ¿No usaste objetos de control mental sin su consentimiento?

Torcí el gesto, avergonzado.

—Lo hice. Pero… intenté no hacer daño. Me protegí cuando lo usé con Victoria, tras llevar una relación bastante divertida con Mary… con ambas lo hice lo mejor que pude.

—Querías compensar tu falta de conciencia —se quejó Arzeus.

—Probablemente. No estaba orgulloso. La verdad es que antes de que todo se complicara, estaba pensando en cómo devolverlas a la normalidad.

—Pero sin consecuencias, ¿verdad? —dijo maliciosamente Raon—. Los de tu calaña son así. Borrarles la memoria, o manipularlas para que les gustara todo lo sucedido.

—¿Manipularlas? No me malinterpretes, lo primero que hice fue que les encantara todo conmigo. Siempre me aseguré de que disfrutaran incluso más que yo, ya que el Espejo de Narciso me permitía reprogramarlas a ese nivel.

El capitán dio un golpe en la mesa y se acercó a mí, alterado.

—¡¿Tienes El Espejo?!

—No, creo que se lo llevó Susan consigo; entonces lo tendrá El Amo.

Se cruzó de brazos, pensativo. Valentina, más distante de mí, aprovechó.

—¿Te viste reflejado antes de manipular a alguna de ellas?

—Sí. La primera vez que lo conseguí; por lo visto estuve horas bajo su influjo, pero vino Victoria y…

—Eso lo explica —suspiró aliviada—. Te corrompió aquel día.

—Eso no importa, Val —cortó Arzeus—. Era consciente de sus actos y tomó sus propias decisiones. La tendencia del corazón es independiente de las elecciones racionales. No somos animales.

—Tiene gracia —comenté—, una vez mi madre dijo algo parecido sobre un cliente al que rechazó.

—Es posible que no hayas tenido mala educación. No del todo —dijo Arzeus, pero también parecía molesto conmigo, como Valentina. Me supo mal.

—¿Es que esto es un juicio?

—Sí —afirmaron todos al unísono. Creía que los guardaespaldas eran sólo eso.

—En mi mundo hay abogado, fiscal, juez, y a veces jurado; también se llama a testigos, se exponen las pruebas…

—Silencio —ordenó el oficial—. No somos salvajes. Te encuentras bajo el escrutinio libre de mentiras, con tus pensamientos expuestos —me quedé atontado. Para eso era el hechizo. ¿Qué les había revelado ya? El cubo me lo habría advertido, si siguiera a mi lado—. Y en cuanto a nosotros, yo ejerzo de juez y ellos cinco de jurado.

—¿Entonces no tengo derecho a defensa?

—Nuestro trabajo es obtener la verdad, no atacarte. Tengo entendido que así es la figura del fiscal en varios mundos. Y en su mayor parte, la verdad la obtenemos leyendo tu mente. Además recopilamos pruebas.

—Pero los testigos son también jurado. Y aun así, no necesito defensa —dije con sarcasmo.

—Así es —no lo pilló. O le dio igual, más bien. Después de todo, me leía la mente.

—Debes saber que te juegas la pena de muerte —dijo Raon con desprecio mal contenido—. Me ofrezco voluntario.

Me puse en pie, dispuesto a luchar; todos se pusieron en guardia. El capitán permaneció impasible. Me fijé en Valentina: su rango azul celeste estaba verdoso, probablemente a un nivel de alcanzar el verde: ¿59? Raon era sin duda 69, sólo le sacaba un nivel. Habían sacado partido a su pequeña escaramuza contra los hobgoblins y el invocador debilitado, aunque la mayoría de la experiencia me la llevé yo por el “evento especial”.

—Sin embargo, tendremos en cuenta los atenuantes y eximientes —dijo el capitán—. La defensa propia, el hecho de que no atacaras directamente a nadie, que principalmente sólo confundieras con tus palabras para provocar el primer choque, que te dedicaras a dejarte perseguir para guiar a otros hacia los hombres del Amo…

—Con el debido respeto, capitán —gruñó Raon—, todo eso es un saco de boñigas de perro, no excusas.

—Pasaré por alto la falta de decoro en un juicio por esta vez, dada tu situación personal —dijo formalmente el oficial, sin dejar de mirarme—. Cuando las cosas se complicaron, el acusado os ayudó.

—Falso —se quejó—. Lo tenía capturado. De otro modo no habría ayudado.

—Según tu informe verbal, luchó contra los hobgoblins hombres lobo reforzados.

—Bueno, más tarde sí, cierto; pero sólo porque sabía que podía volver a capturarlo en cualquier momento. Como hice después.

—Capturé al enemigo sin matarlo —aseveré—. Interrogadlo. Es el responsable, al parecer actuó por su propia iniciativa, no enviado por el Amo.

—En su debido momento, cuando despierte y se recupere de los efectos adversos —dijo el capitán—. Háblanos de la bruja.

Lo hice. Y también se lo conté todo, desde el principio. Les hablé de Mary y cómo estaba sufriendo la maldición, y cómo me retenían y se le acababa el tiempo. Que necesitaba dormir, comerciar y continuar, al menos para salvarla. Les pedí refuerzos para hacerlo. Les insistí en que era el momento de atacar al Amo, todos juntos, y les advertí sobre el peligro.

—Puede que lo más sensato sea soltarlo —dijo providencialmente Valentina—, porque tiene un nivel descomunal, es sin duda un invitado especial elegido por la propia Mazmorra, quizá incluso sea un Candidato Especial para enfrentarse al Amo… ¿y de verdad nosotros queremos hacerla enfadar? No creo que se lo tomara bien. La Mazmorra es mucho más peligrosa que El Amo.

Llegó el momento de deliberar. Salieron cinco minutos y me dejaron solo. Me extrañó que no hubiera alguien dentro vigilándome. Y me preocupó que volvieran tras un plazo de tiempo tan corto con una decisión.

Me exoneraron.

—Todavía me cuesta creerlo —dijo Raon, furioso—. Tres votos contra dos. ¿Cómo habéis podido hacerlo?

Al parecer, la votación era anónima. Nadie asumió la culpa. Me los imaginé echando papelitos a un sombrero y leyendo los votos el “juez”.

—Personalmente, creo que era la decisión acertada —dijo el oficial—.

—¡Totalmente absuelto! Es ridículo que no pague por sus pecados.

—Pienso que ha sido una maniobra estratégica o política más que de justicia —dijo Arzeus, al parecer el otro que había votado en mi contra—. Vais a dejarlo todo en manos del consejo de patriarcas.

Más tarde supe que de esa manera no englobaban sólo a los nobles con ese nombre, también a ricos y a políticos influyentes, aunque fueran de menor entidad.

—Sería estúpido enfurecer a La Mazmorra —dijo Valentina—, y sólo se ha defendido evitando los ataques.

—¿Otra vez? Guiar a alguien al precipicio no…

—Silencio —ordenó el capitán—. Ya se ha discutido y se ha emitido el veredicto. Es libre.

—Mi capitán, creo que es conveniente que le haga esperar —dijo uno de los guardias que había hecho de jurado—. Al menos reténgalo hasta que los de arriba tomen una decisión.

Lo de “arriba” era literal: a medida que subías la colina subía la clase social, hasta la torre del rey desde la que podía observarlo todo. Ya había visto su tamaño, y me recordó a la capital de un videojuego de rol de 2005.

—Ha sido exculpado y no podemos retenerle. Pero podemos pedírselo.

—¿Me traerá problemas? —pregunté.

—No puedo saberlo.

—Sí, quédate —dijo Raon con malicia otra vez.

—Así que los nobles pueden juzgarme de nuevo… segunda instancia, digamos.

Valentina parecía dispuesta a defenderme.

—Me ofrezco voluntaria para escoltarle al mercado, para que duerma tranquilo —eso me hizo pensar que temía que Raon intentara matarme mientras dormía. O al menos le privaría de la tentación.

—Autorizada —dijo secamente el capitán—. Arzeus, acompáñala. Protege a este chico. Como ha sugerido nuestra compañera, su muerte podría enfurecer a La Mazmorra misma. Podría estar en juego la seguridad de todos.

Arzeus miró lentamente a Raon, que desvió la mirada, y parecía que ahora cargaba una mochila de piedras.

—A la orden, mi capitán.


—¡Uf, qué alivio! —exclamó Valentina girando los brazos y estirándose, en la calle—. Los juicios me ponen tan nerviosa…

—No me gusta que el capitán deje a Raon de lado —comentó Arzeus.

—Por ahora no piensa con claridad —dijo Valentina, solemne.

—Me muero de hambre —dije—, ¿dónde hay un puesto de comida callejera?

—¿A estas horas? Ni siquiera ha salido el sol.

—Necesito dormir y comer, y luego comerciar. No necesariamente en ese orden. Asumo que a un buen cliente se le hará de comer incluso de madrugada.

Fui derecho a la “segunda mejor posada”. Una hora después estaba con la panza llena, ya le había explicado el juicio al cubo, y estaba en la cama. Arzeus y Valentina estaban en la de al lado, compartiéndola.

—¿Quieres que me de una vuelta? —dijo Arzeus mirando al techo. Lo supe con los párpados cerrados. Sin querer había examinado su silueta y supe incluso la posición de su mandíbula, y si hablaba o no; se me hacía extraño seguir viendo con los ojos cerrados.

—Todavía no estoy segura —contestó ella, y al mover su boca para articular palabra, automáticamente la vislumbré en mi mente, al otro lado del obstáculo que suponía el grandullón. Apenas cabían en el mismo colchón. La vi con sus piernas entrelazadas con las de él, buscando una postura cómoda.

Me daba igual todo, sólo quería dormir. Intenté bloquear la información entrante como pude. Me di la vuelta y en algún momento me perdí entre los sueños.


A la mañana siguiente, sin salir aún de la posada, compré víveres que guardé en el cubo y en el anillo (por si acaso, sobre todo agua), y la bebida destilada más fuerte que tuvieran para tratar las heridas, y más aguja e hilo, y vendas. La solución al dinero fue fácil desde el principio, desde que llegué la madrugada anterior ofrecí al posadero artículos mágicos de los monjes, que me compró con gusto: no eran baratijas sexuales de otros aventureros. Lo que era reseñable, porque acostumbraba a decirles que no acepta trueques ni compra nada. El hombre con bigote pelirrojo y aspecto muy humano me cayó bien en seguida.

Después fui directo al mercado, a mano izquierda y cuesta abajo. Me metí sólo en los sitios más caros, e hice lo que llevaba tiempo meditando; Valentina y el cubo me guiaron en las compras, y también con la clase de equipamiento de defensa mental que quería. Al final, incluso con los artículos del invocador y el hijo del Amo, no tenía para mucha gente: al parecer, podría equipar a otros dos compañeros y a mí mismo para el piso 12, yendo sobrado, o justito para el 13, “si es que fuera accesible”. Pero al parecer el 14, donde vivía El Amo, a su vez dentro de su propia burbuja aún más difícil, estaba fuera del alcance de Vhae Dunking; o al menos, de lo que se podía comprar en tiendas si no eras un noble o un alto mando militar.

—Sobre todo me interesa que no me lean la mente —les había dicho—, soy prudente y pienso mucho las cosas; eso sería un grave punto débil.

Sabía que era peligroso revelarles eso de mí, pero a estas alturas seguramente lo sabrían.

Y así volvimos a la posada, ya bien pertrechado; siesta, segundo desayuno, y estaba dispuesto a irme directo al piso 11. Pero ellos insistieron en hacer tiempo hasta hablar con su capitán, en el siguiente turno. De modo que di vueltas por la ciudad durante horas, antes y después del almuerzo; lo memoricé todo en mi mapa mental, y las zonas de la nobleza sólo las observé desde lejos, con cuidado de no alertar a los guardias. Que dos de ellos fueran conmigo en todo momento podía parecer tanto que era un VIP como que era peligroso.

—Mi capitán, me ofrezco voluntaria para acompañarle —dijo Valentina.

—Yo también —dijo Arzeus, lo que me sorprendió.

—¿Acompañarle como aventureros? ¿En una lucha contra El Amo? Es peligroso. Y aún no se han pronunciado. Os quedaréis aquí, pero a él no le podemos detener. Sólo espero que todo esto no acabe mal.

Un mensajero entró corriendo con una carta enrollada y sellada, y se la dio al capitán, que la leyó en un momento.

—El consejo se ha reunido de urgencia. ¿Cómo puedes tener tanta suerte, chico? —me preguntó; sonreí y me encogí de hombros. Recordé el emblema, aunque no llevaba el yelmo puesto—. Cambio de órdenes: escoltadlo y ayudadle en todo. Han decidido que lo prudente es protegerlo. Pero no tienen una decisión tomada respecto al “enfrentamiento”.

—No es que quiera iniciar una guerra exactamente…

—Pues ayer parecía lo contrario —dijo secamente Arzeus.

—Me adapto a lo que venga; tal vez vuelva a casa con mi amiga Mary sana y salva y me olvide de todo; la verdad es que en ese punto dejaré de tener responsabilidades aquí. Será decisión vuestra, ahora y luego. Yo sólo puedo seguir mi camino.

El capitán asintió con la cabeza y me hizo sentir como si fuera un saludo militar.

—Presiento que traerás cambios —me dijo—. Si serán buenos o malos, no puedo saberlo. Me alegro de haberte conocido, al menos. Pareces un buen hombre.

Fue la primera vez que no me llamó “chico”.

—Gracias, capitán.

Y así, sin más, me encontré con dos compañeros de nivel 59 y 68 apoyándome en mi progreso, un tanque capaz de bloquear por unos segundos las llamas de un dragón, y una flanqueadora sigilosa capaz de evacuarnos a todos de nuevo, o junto a la que luchar cegando a todos los enemigos sin que nos afectara a ninguno de los dos.

E iban perfectamente equipados, sin renunciar a mis ahora escasos y valiosos artículos de inventario, por su propia cuenta; además, acordaron repartirse parte del equipamiento que les cedí del invocador, al que mataron ellos, lo vendieron en el mercado y renovaron su equipo por encima de la dotación asignada. En cierto modo, era como si me lo hubiera quedado yo también, para equipar a mis compañeros mejor de lo normal para un soldado de élite de nivel 60 de Vhae Dunking.

Antes de cruzar el portal al piso 11 se me ocurrió algo.

—¿No deberíamos matar al gigante? No quiero desperdiciar esa experiencia.

Se miraron nerviosos.

—Nunca atacamos a los jefes de zona; son para los aventureros.

—Tenéis La Marca, el Laberinto os acepta como invitados.

—No, sólo como acompañantes.

—La tenéis desde hace mucho tiempo. ¿A quién acompañabais?

—A nadie; pero es una categoría: tú eres un verdadero invitado. La Mazmorra tiene verdadero interés en ti.

Asentí con la cabeza, y me di media vuelta; lo busqué prestando atención, y de repente supe dónde se encontraba, dormido. Me dirigí directo hacia allí, atravesando incluso los atajos que deduje que había, y sentí un portal a un mundo conectado al otro lado de un muro; tardé un minuto en encontrar la palanca, una de las antorchas se giraba para abrir la pared.

—¿Cómo lo has detectado? —preguntó ella—. Yo no he sentido nada.

—Pero tú tienes hechizos de refuerzo de detección y no los has usado. No creo que sea desconocido para tu ciudad. Pero por ahora, no lo necesito.

Sin embargo, Arzeus cruzó; segundos después volvió.

—Es Kar-Blorath otra vez —se quejó. Seguimos directos al gigante de tres cabezas (como podía ver ahora a través de las paredes). Este era del tamaño del cíclope, en una cueva inmensa, el lugar más profundo del piso. No parábamos de bajar y bajar.

—¿Recuerdas las parejas de guardias del mercado? —comentó Valentina. Había al menos dos en cada turno.

—Sí.

—Son de aura amarilla, como tú ahora. Se me hace raro que los hayas alcanzado. Son muy importantes, tienen que disuadir a gente muy poderosa de intentar robar en aquellas tiendas.

—También es el rango de los oficiales como vuestro capitán.

—Sí, aunque algunos famosos han llegado al rango naranja.

—Normalmente los naranjas y rojos son solamente Los Tres —dijo Arzeus.

—¿Cuál es su trabajo? —pregunté.

—Los escoltas personales del rey y su familia; o generales de prestigio, si hay más de tres similares, para hacer ese trabajo.

—Así que hacer de guardaespaldas es más importante que ser general.

—No hay un ejército tan grande en Vhae Dunking —dijo el cubo, rompiendo su habitual silencio—. Después de todo es sólo una ciudad, aunque con mucha densidad de población. No un país, ni siquiera pequeño. Con un general hay más que suficiente. Alguien verdaderamente formado para la guerra, a diferencia de los reyes y príncipes con la atención dividida. Un especialista.

—Ser fuerte no debería hacerte también buen comandante —dije—. Y han dividido su formación y entrenamiento en luchar por sí mismos, no en dirigir tropas. El nivel no es un buen criterio de selección.

Por alguna razón nadie dijo nada.

Pensé que el nivel era algo independiente de La Marca del Laberinto, porque era muy común en la ciudad, a pesar de que sólo los que tenían un karma no demasiado malo podían recibirla si entraban en el Laberinto. Pero en la comisaría vi algunos detenidos de rango violeta. Si mis cálculos eran correctos, si 70 era amarillo, eso debería ser por encima de 30.

—¿Con qué nivel suelen llegar los aventureros al piso 10? —pregunté.

—Menos de 20 —dijo Arzeus—. Se reparten la experiencia entre tres a cinco, normalmente. Es raro que sobrevivan siendo más, demasiado poco nivel individual en cuanto falla la formación o les pillan por sorpresa.

Lo que tenía claro es que la experiencia que daba el Laberinto hacía subir de nivel a toda velocidad. Pero no podías repetir un área, la experiencia te la daba una sola vez. Los soldados de élite llevaban muchos años entrenando duro, y partían de un talento muy alto; si además tenían La Marca, subían varios niveles extra hasta agotar la zona. Pero si no tenían buen karma…

—Esperad —me detuve. Casi habíamos entrado en la cueva del gigante—. Me preocupa la bruja. ¿El filtro de karma del piso 11 es especialmente exigente?

—No si estás con el Amo. Te da protección —dijo Valentina—. Pero si ella no lo está…

—Todo depende de cuánto elevaras su karma con el anillo —dijo Arzeus—. Si tienes suerte, no podrá encontrarte al otro lado.

Sonreí. Suerte no era lo que me faltaba. Y ahora llevaba incluso el yelmo de suerte, aunque los otros me decían que era un objeto demasiado débil. No les dije el efecto. Activé el amuleto de velocidad. Saqué los ultraespadones dobles y los incendié. Estaba muy animado con compañeros de semejante calibre.

—¿Estás seguro de esto? —dijo Valentina—. Es un jefe de zona, pero es opcional. Eso lo hace mucho más difícil de lo normal.

—Totalmente. Nuestro nivel es disparatadamente alto para este piso. Será fácil.

—El exceso de confianza te costará la vida —advirtió Arzeus.

—Tranquilo, hombre, me lo tomo en serio; recuerda que he llegado del 7 al 10 yo solo, si no cuentas el cubo. Y exploré mucho el séptimo, por cierto.

Se miraron algo menos inquietos.

—Yo me encargaré de todo.

—Estamos acostumbrados a luchar en grandes formaciones —dijo Valentina, apesadumbrada.

—Y yo en equipos pequeños. Esto es lo que haremos…

Les expliqué mi táctica. Entonces le dije a Valentina que inundara la zona con su niebla negra, y a Arzeus que mantuviera la distancia ya que no podía ver, y que nos pusiera algunas barreras grandes, horizontales y de bajo consumo de maná (porque no bloquearía al gigante de todas formas), como puntos de apoyo para saltar entre ellas y tener movilidad vertical; el monstruo dormía sentado, apoyado en la pared. No tenía un garrote, como los semigigantes, sino un enorme martillo de guerra; sin duda provocaba terremotos. La cueva tenía estalactitas, así que las desprendería al golpear el suelo. Advertí a Arzeus que las vigilara y las bloqueara cuando cayeran con otra barrera. Asintió con decisión. Comencé a hacer girar los ultraespadones, dejando una estela de llamas que los hacía parecer discos anaranjados. Valentina desenvainó la espada de su espalda, de estilo ninja, aunque acostumbraba a usar sais. Esperaba que pudiera penetrar la piel, pero antes de decirle nada, conjuró un hechizo de refuerzo que la envolvió en rayo; y era muy denso y afilado: aturdiría, cancelaría magia elemental de tierra, y aumentaba el tamaño efectivo de la espada sin añadirle peso, manteniendo intacta toda su capacidad de corte. De hecho me sorprendió su longitud, casi dos metros, sumado a la altura en que tenía sus manos el extremo estaba a más de tres metros de altura al sostenerla frente a sí en posición de guardia.

—También puedo estirarla, y lanzar la hoja conjurada como una flecha —comentó—. Y cancelar hechizos de tierra, y penetrar barreras con afinidad a la tierra.

—¿Por qué dices eso?

—Por la piel del gigante. Tiene un hechizo permanente, pasivo, de resistencia aumentada. Pero es de tipo tierra. No sólo la atravesaré fácilmente, sino que inutilizaré el área en torno a los cortes. Fíjate donde golpeo para ir tú detrás.

—Entendido.

Al fijarme en el gigante desde cerca, ahora que sabía qué buscar, vi información nueva. No sé si explicarlo como matiz marrón, o era otra cosa, pero sabía que guardaba relación con magia de tierra. Su aura era azul entre claro y oscuro, y pensé que quizá era nivel 49. “Eso tiene sentido, si en el primer piso un jefe de zona fuera 6, y subiera 5 niveles cada piso”. Pero al pensarlo me parecía excesivo. "Sigue teniendo demasiado nivel, el Amo hace todo lo que puede". Y aún peor, por ser jefe de zona, sería un saco de boxeo con mucha vida, y la batalla sería larga con sólo tres de nosotros, especialmente si Arzeus se mantenía a raya al principio. Pero ya se me habían ocurrido un par de tácticas de reserva, si algo salía mal. Incluyendo que uno de ellos muriera. Y el cubo, siempre fiel, esperaba instrucciones cubriendo mi espalda. La niebla alcanzó la espesura y altura que quería, con las plataformas ya preparadas: Arzeus no necesitaba verlas, sólo regenerarlas en el mismo sitio cuando se rompieran.

—¿Tenéis claro que el líder del equipo soy yo? —pregunté.

—Sí —contestaron al unísono, con disciplina marcial.

—Muy bien. Vamos a matar gigantes.