Dentro del laberinto 33: En el ojo del huracán

Victoria y los soldados del pelotón principal, y el nuevo grupo del Héroe, se van conociendo.

Capítulo XXXIII: En el ojo del huracán

Victoria se encontraba con el pelotón principal, en la retaguardia; allí le ordenó el barón que se colocara. Los había despertado antes siquiera de amanecer (aunque ella no había llegado a dormirse por culpa de Shanty, que vino antes), y todos tenían tanta prisa que seguía siendo de noche cuando bajaron por el templo del décimo piso. “Menos mal que no he llegado a dormirme… estaría hecha pedazos. Pero no aguantaré más de unas horas sin desear acostarme, trasnochando”. Y entonces, justo antes de dividirse en cuatro grupos, le dijo que ya tenía habilidad detectora suficiente como para detectar una emboscada por detrás y tener mejor tiempo de reacción en las filas traseras, pero ella no sabía de lo que le estaba hablando.

—Eres de clase explorador —le dijo el barón—. Sólo presta atención a cualquier presentimiento de que alguien te observa o te persigue.

—¿Y no hay un montón de guerreros experimentados por aquí capaces de hacer lo mismo?

—Sí, pero servirá para que aprendas a usar tus talentos. Además, la mayoría no están en la retaguardia del grupo principal.

Y sin decirle nada más, ordenó marchar a los exploradores, y al cabo de unos minutos a su grupo, el principal, y Victoria dejó atrás al barón. “¿De verdad espera que luche en una guerra?”, pensó.

Así que ahora se encontraba caminando con un montón de soldados, que le dedicaban miradas y comentarios que oscilaban entre la insinuación y la propuesta más explícita. Al principio ella se sintió intimidada, rodeada de… ¿depredadores? pero cuando se acostumbró a la dinámica, cuando los vio bromear entre ellos, sin un superior cerca para hacerlos callar, dejó de preocuparse. Se hacían los duros y masculinos, como si tuvieran que demostrar que sudaban testosterona. Incluso le hicieron gracia un par de chistes verdes que dijo el que tenía delante a la izquierda.

—Para eso tendrías que tener polla —interrumpió Victoria.

La miraron sorprendida y se rieron a carcajadas. Alguien varias filas más adelante les llamó la atención, pero no parecía tener un rango elevado, porque sólo se callaron unos segundos, y simplemente hablaron más bajo.

—Después de todo sabes hablar —dijo otro detrás de ella. Sólo había una fila de escudos humanos detrás de ella, vestidos con armaduras de placas y grandes escudos en sus espaldas, casi más grandes que ellos, como si fueran tortugas: podrían agacharse y cruzar los brazos por delante, de modo que sus escudos se apoyarían y sobresaldrían aún más sobre sus yelmos, y encajarían cualquier golpe por detrás. A Victoria no le parecía que eso tuviera sentido con nada que no fuera protegerse de explosiones, porque un guerrero los flanquearía antes de golpearlos. ¿Explosiones en un mundo medieval? ¿Hasta dónde llegaban los magos? “Bueno, después de todo he visto algo de cómo funcionan los magos”, pensó.

Caminaba sobre el césped a la vera del río, como si este sirviera de obstáculo para alguien que atacara la hilera por el lateral. Pensó que al lado izquierdo les podrían atacar desde arriba.  ¿No dicen siempre en las películas que el terreno elevado da ventaja? Pero los escudos andantes parecían preocupados sólo por la retaguardia. “Veamos qué hay de cierto en lo de ser una detectora”, decidió.

—Permíteme sujetarme un momento —dijo al soldado justo delante de ella. Lo agarró del hombro y cerró los ojos, esperando no tropezar. Intentó visualizar la cima de la colina a su lado. Se la imaginó, pero nada más. Luego intentó pensar en qué formas de vida podría haber allí. ¿Personas, monstruos? Tampoco notó nada. “¿Y si simplemente no hay nadie?”. Intentó alejarse más, como si fuera un águila y elevara su altitud. Intentó imaginarse todo el camino, que de algún modo había quedado registrado nítidamente en su cabeza, casi como si lo hubiera dibujado en una libreta. La forma sinuosa del río, los valles, los recodos, los afluentes… la orografía. Las entradas a cuevas que habían dejado pasar. “No es esto lo que quiero saber… ¿dónde hay personas? ¿O al menos dónde hay magia?”. No tenía ni idea de cómo se suponía que debía sentirse la magia, pero sí tenía una vaga idea de la diferencia entre un ser vivo y una roca. “¿Y cómo lo sé? No importa, concéntrate”.

Tuvo una sensación extraña y se detuvo. Abrió los ojos.

Los tanques se detuvieron justo tras ella.

—¿Has detectado algo? —preguntó el más cercano, y eso hizo detenerse a más soldados. Además al que sujetaba se había parado también.

—No estoy segura. Pero… creo que hay algo raro. Algo no encaja.

—¿De qué estás hablando?

—Cosas vivas, pero que no lo están. Mágicas, pero no lo son. Es decir, no son magos. Creo. No estoy segura de lo que significa todo esto, o de si me lo he imaginado.

—Niña, estás describiendo monstruos artificiales de tipo no hechicero —dijo el tanque—. Los exploradores no nos han informado.

—¿Exploradores?

Entonces comprendió por qué iban tan descuidadamente mostrando su flanco izquierdo. Debía haber gente en lo alto de la colina. Pero no justo allí, donde había buscado con atención, sino más adelante. Cerró los ojos de nuevo. Buscó delante de la primera fila, y a la izquierda, sobre la colina. Se imaginó que lo hacía, y de algún modo algo en su cabeza hizo click y las piezas encajaron. “¿Qué es esto?”. Al principio era como estar observando un patrón dibujado que de repente cambiaba por un momento, como si el artista hubiera cometido un error. Como si los azulejos del suelo, que seguían un mosaico, estuvieran mezclados con otros de otro lugar. Luego prestó más atención. Y entonces lo supo, había gente, gente oculta. Estaban usando magia para ocultarse. Y entonces, de repente se hicieron obvios. Habían cancelado sus hechizos de ocultamiento en cuanto se pegaron a los que se diferenciaban del resto. Intentó contarlos, pero no pudo. “Entre 4 y 10, quizá”, pensó. Se lo explicó a los soldados y señaló en su dirección, y entonces notó que toda la hilera se había detenido sólo por ella.

Uno de los soldados delante bufó y se quejó.

—La novata nos está haciendo perder el tiempo. Chica, esos son nuestros propios exploradores.

—No son iguales que vosotros.

—¿A qué te refieres? —preguntó otro.

—Varios se parecen, de algún modo. Pero hay otro… no, dos más. No son parte del grupo. Y se ocultaban peor, pero ya no lo hace ninguno… ¡Espera! Eso es… es otra cosa. Muy pequeña.

Le faltaban palabras para describirlo. Era como si percibiera un intenso brillo con su mente, en un pequeño punto de luz lleno de vida. Se lo explicó.

—Será algún objeto mágico. O tu imaginación. Son un grupo de seis, y sólo detectas a dos con algún artefacto. Se harán cargo si son un problema. O pedirán ayuda. Sigamos —sus palabras se extendieron, y los responsables más adelantados ordenaron continuar la marcha.

Lo que ella había detectado, estaba segura ahora, era un ser vivo, no un objeto ni un hechizo. Algo que en algún momento se había escabullido y alejado a toda velocidad. Podía sentir su estela, como la que dejan los aviones por condensación. “¿Así es como se ve la magia con los ojos de la mente?”. Pero había algo más. Era muy extraño. Ese grupo… no se movía desde hacía rato. Todos juntos en un espacio muy pequeño. Sólo uno de ellos, de los que no eran soldados, estaba separado, pero no mucho. Mirando. ¿Qué estaba pasando? Se lo explicó a los que tenía más cerca. Se rieron.

—Tal y como lo explicas —dijo el de los chistes verdes—, cualquiera diría que se han parado a montarse una orgía —y varios se rieron. Pero Victoria no. Porque al decirlo, tuvo la desagradable sensación de que podía ser cierto.

Algún tiempo después notó que venían corriendo, sin el extraño. Se lo dijo a los tanques.

—¿Por qué han roto la formación?

Otro de los soldados contestó por ella.

—Están sanos y salvos y no han gastado maná. Pero están alterados.

Ese debía ser el detector de retaguardia. ¿Se había callado para ver cómo lo hacía hasta ahora?

Se quedaron estupefactos cuando vieron a un grupo de soldados, hombres y mujeres, correr hacia ellos totalmente desnudos, avergonzados y tratando de mostrarse dignos y serios, como si no pasara nada. Aunque varios parecían haber llorado, y estaban sonrojados. Toda la hilera se detuvo.

—¡Informad! —ordenó un hombre que se había salido de la formación.

—¡Nos han hechizado! —protestó uno de ellos, mostrando las palmas abiertas en gesto de “yo no sabía nada, no era culpa mía, soy inocente”.

—¡Nos han robado! —dijo una mujer de cabello verde, en tono acusatorio—. ¡La tiara dorada era un tesoro familiar!

—¡Eran aventureros! —dijo el tercero, indignado. ¿Porque eran “sólo” aventureros? ¿O porque se supone que los aventureros no hacen esas cosas?

—¡Me han violado! —dijo un hombre visiblemente ofendido, con los ojos llorosos. El que cojeaba un poco y parecía levemente herido. Ahora Victoria sabía por qué.

—Me estaban controlando —se justificó el primero en hablar. La mirada de odio que recibió indicaba cuánto le importaba. Victoria notó que ninguna de las dos mujeres parecía tan ofendida como él. Ni malherida. Eso le hizo arquear una ceja, extrañada.

—¡Que alguien les preste algo para taparse! —ordenó el hombre. Victoria localizó la insignia que le identificaba, un símbolo rojo sobre fondo dorado en la placa de su pecho, justo sobre su corazón. Por ahora parecía el de mayor graduación. El mando se dio la vuelta, visiblemente ofendido por tener unos subordinados tan inútiles, y recuperó su posición en vanguardia. Varios pasaron distintas prendas de ropa de fila en fila, seguramente de repuestos de sus mochilas por si se empapaban, tal vez luchando en el río.

Victoria se dio cuenta de que una de las mujeres no había hablado.

—¿Estás bien? —le preguntó. Se habían colocado justo delante de los tanques, en otra fila, así que ahora iban tras ella. La mujer asintió por reflejo, luego se sintió avergonzada y miró al suelo de nuevo. “¿Qué le pasa?”.

—¿Qué te pasa? —preguntó el de los chistes verdes. Pero ahora estaba serio.

—Nada… ya te contaré.

El hombre asintió y caminó en silencio un rato. No parecía su novio, sino su amigo.

Mientras caminaban, intentó usar de nuevo su habilidad, pero Victoria no lo lograba sin detenerse, cerrar los ojos y concentrarse con todas sus fuerzas.

—Necesito que paremos —dijo.

—No te necesitamos —repuso el detector.

—Tengo un presentimiento. El barón ha dicho que escuchéis mis presentimientos. Él sabe por qué.

Segundos después, circuló la petición, y luego la orden, de parar. Esta vez Victoria se sentó en el césped cruzada de piernas, respiró hondo y se concentró todo lo que pudo. Repasó el escenario, como un mapa aún más detallado. Las personas, como una nube, hasta identificar cada punto de la hilera. Separó los que brillaban con magia de los que no, gracias a lo que había aprendido de esa cosa voladora. Y entonces, cuando pensó que podía hacerlo lo bastante bien, intentó localizar otros puntos parecidos, por todo el mapa. Si lo intentaba abarcar demasiado, no podía enfocar ningún punto ni encontrar nada, así que tuvo que hacerlo trozo a trozo, dividiéndolo en baldosas que examinaba con atención, alejándose en el sentido de las agujas del reloj.

Los encontró. Y entonces vio eso que había detectado antes, “monstruos artificiales”. Antes estaban merodeando cerca de aquellos dos, pero ahora… luchaban con ellos. ¿Cómo lo sabía? “Porque tiemblan, como velas al viento”, pensó. Estaban usando maná, o alguna otra forma de energía, si no eran de tipo hechicero. Había muchos. Cada vez más. Estaban por todas partes. “¿Qué es esto? Es normal que se junten tantos en el mismo sitio?”. Se desplazaban cada vez más rápido, y había algo extraño. Tardó algún tiempo en darse cuenta: ya no iban pegados al suelo. “Así que así distingo la altura, la tercera dimensión”. Al intentar ponerlo en perspectiva, al imaginarse el mapa desde una vista lateral, al otro lado de las colinas que le tapaban la vista, como si tuviera rayos x, los vio claramente. “¿Por qué ahora es mucho más fácil? ¿Porque intento no ver nada más que a ellos?”. Estaban volando. Más luz se desprendía de ellos, e identificó así los hechizos que lanzaban.

Luego cambiaron su forma de moverse: saltaban. Y eran saltos gigantescos.

Alejó su centro de atención y trató de abarcar todo lo posible. Ya estaban alineados con la hilera de soldados, solo que a bastante distancia, con el río tras Victoria. Y descubrió nuevos tipos de monstruos. No sólo los que aguardaban escondidos para hacer emboscadas en cualquiera de las cuevas a las que parecían intentar empujarlos los de fuera, sino que también había otros… extraños. Demasiado parecidos a soldados. Algunos eran hechiceros y otros no. Intentó compararlos con los soldados a su alrededor, y comprendió que tenían diferentes “clases”.

—Veo monstruos con varias clases —explicó con los ojos cerrados, sin mover ni un músculo—. Están organizados como soldados. Persiguen a los dos ladrones que han hechizado a los exploradores. Hay muchísimos, por todas partes, de todo tipo. En las cuevas, en la superficie, sobre las colinas… grupos de soldados por delante, por detrás de ellos, sobre las lomas, bajo el suelo esperando a su paso. No puedo contarlos. Estoy segura de que son muchos más de cincuenta, quizá doscientos. O más. Rebosan magia, todos ellos.

Nadie dijo nada. Victoria notó grandes destellos.

—Los monstruos les bombardean con misiles mágicos.

Y entonces oyó la explosión.

—Todos hemos oído las explosiones, ¿es que estás sorda? —dijo alguien. “¿Tanto me había concentrado?”, pensó.

—Cualquiera puede detectar algo así —dijo el explorador. Pero notó inseguridad en su voz. ¿Por qué él no era el centro de atención? Debería ser él el que localizara a los ladrones.

—¿Vamos a ir a por ellos, verdad? —preguntó la de la tiara robada.

—No. Tenemos órdenes —oyó decir al mando a su lado. De modo que se había acercado a vigilarla.

—Hay algo más, señor —dijo Victoria. Esto sí que es un presentimiento.

—¿Acabas de obtener habilidades de detección y ya te crees poder tener visiones? —se quejó el explorador.

—Dime algo concreto, Victoria —dijo el oficial—. ¿Dónde está el peligro?

Abrió los ojos y se puso en pie, dándose media vuelta. Señaló al río.

—¡Corred! —gritó, y echó a correr colina arriba. Uno de los tanques la cogió en brazos a pesar de su pesado equipamiento, y corrió mucho más rápido, sintiéndose como si fuera en un tren, y cada “cataclack” era una de sus poderosas pisadas sobre botas metálicas.

Un resplandor cegador provino de detrás. Se giraron y vieron un gigantesco portal. Segundos después varios gigantes lo cruzaron, y en pocas zancadas sobrepasaron la colina y a los soldados. Tras ellos venían monstruos del décimo piso, que ignoraron a los soldados.

Habían logrado esquivar a los gigantes sin que les atropellaran, a duras penas, salpicando agua a su alrededor, porque el río era como un charco para ellos. Al apartarse, también se apartaron de la trayectoria de los demás monstruos.

Todos se quedaron inmóviles, viendo cómo la horda se alejaba. Victoria estaba muy asustada, pero volvió a centrarse, cerró los ojos sentada, y buscó de nuevo. Nadie la interrumpió.

Victoria señaló el lugar al que se dirigían y habló a todos.

—Van a por ellos. Todos los monstruos van a por ellos. Y hay más portales, con más monstruos por todas partes. Todos van al mismo lugar. Cientos y cientos de ellos. Estoy segura de que esto no es normal.

Entonces vio el resplandor de su palma: ganó dos niveles. “¿Pero si no he matado ningún monstruo, qué está pasando?”. No fue la única en ver su subida de nivel.

—La Mazmorra recompensa los méritos y el aprendizaje —dijo el oficial—. No sé cuántos de mis hombres has salvado de ser aplastados, porque sólo eran jefes y minijefes del décimo piso recién regenerados, y sus escoltas. Pero también iban reforzados, como si tuvieran chamanes con ellos. Y les hubiera pillado por sorpresa. Así que te lo agradezco.

—Y yo le doy las gracias a este soldado, que me ha llevado con él. Hubiera muerto sin lugar a dudas. ¿Puedo saber cómo te llamas?

—El nombre de este soldado es Legim, señorita. De la casa Moriel.

—Gracias, caballero Legim.

—Gracias a ti, señorita Victoria.

Ella supuso que le tuteaba porque era parte del pelotón.

El oficial dio una palmada y ordenó a todo el mundo continuar con su camino.

—Eso era un pelotón de ejecución —explicó el oficial—. La Mazmorra ha identificado a los ladrones como sus enemigos. Podéis darlos por muertos. Si hubiese sido el Amo, los hubiera ignorado y hubiera usado esas fuerzas contra nosotros. Tenemos que darnos prisa y alejarnos de aquí, por si nos descubre y las tenemos cerca. Sigamos.

Eso hizo que Victoria pensara que El Amo no debía ser tan poderoso, porque según la forma de decirlo, tendría que aprovechar fuerzas convocadas por la mazmorra en sí misma.

Trotaba cuesta abajo cuando se dio cuenta de que ya se había hecho de noche. Y sólo entonces, al concentrarse en sus ojos, tropezó con una piedra bajo el césped y se cayó de rodillas.

—¡Ay!

Pero no se la despellejó. “De algo más tenían que servir mis niveles”, pensó aliviada. “No es que por aquí tengan desinfectantes”. Nadie la ayudó a ponerse en pie, y se sintió aliviada por ello. Hubiera sido el hazmerreír entre todos aquellos guerreros. Así en cambio le mostraban respeto. “¿Por qué creo comprenderles?”. Pero se sentía bien viajando con ellos. Miró hacia atrás y la que sospechaba que era una maga, la del pelo verde, le sonrió, y le devolvió la sonrisa. Caminó con mayor decisión desde entonces. De algún modo Victoria encajaba en ese lugar.

Aunque sabía que se dirigía a la guerra, directa al matadero. Pero simplemente intentaba no pensar en ello, con la esperanza de que no pretendieran que ella luchara a su lado al final, cuando las cosas se pusieran serias.

Se hacía ilusiones en vano.


Los preparativos fueron rápidos, porque no había tiempo que perder. Muy pronto el equipo que formó Max estaba listo: Arzeus y Valentina venían conmigo, y a él lo acompañaría su amigo, el científico Samuel, y Roxan por su conexión con Valystar, y Tracy porque conocía bien a Claw y dijo que sabría reconocer trampas suyas. Me parecían muy pocos, pero hubo algunos voluntarios del Nido que Max pidió que en su lugar se quedaran a defenderlo en primera línea, por si los soldados de la ciudad los invadían por la razón que fuese.

Apenas cabíamos en la biblioteca de la entrada, y detecté a bastantes en otras habitaciones más lejanas.

—Y no lo olvidéis —dijo Max al despedirse—, si sólo quieren ayuda que no implique luchar con ellos, dádsela; dadles víveres y provisiones de todo tipo si os las piden, pero no os alistéis en sus levas improvisadas. No deis el primer golpe.

—¿Y de verdad crees que eso bastará contra un gobierno autoritario? —replicó escéptico Matthew, el científico mayor—. No estamos hablando de un país democrático con prensa libre que presione a los gobernantes. No les costará mucho cometer crímenes de guerra.

—No, pero al menos no garantizará un baño de sangre. Por lo demás, que nadie se acerque ni salga. Nada de llamar la atención. Quien esté fuera, se queda fuera por ahora. Cuando entre en el radio de alcance de la magia de comunicación, decídselo. Lo digo por Benjamin y su sobrino. Creo que hoy volvían de su búsqueda de portales que no lleven a Kar-Blorath. En cuanto los alejéis, no quiero que nadie más haga ningún hechizo. Nada que pueda alertar a detectores.

Todos asintieron. El anciano que parecía humano, y el elfo que compartió sus recuerdos con el hada, observaban en silencio. Realmente parecía que Max era el que daba las órdenes.

—Por supuesto, Max —dijo el anciano—. Gracias por tu preocupación. Seguiremos tus consejos.

—Os deseo buena suerte —dijo el elfo—. Max, sería una tragedia para nosotros que murieras. Sin ti, los exploradores del Amo nos hubieran encontrado aquella vez. Estaríamos todos muertos.

—Lo siento, Val, pero no hay tiempo para eso. Nos vamos.

Asintieron y nos fuimos.

Salimos de la cueva y estaba anocheciendo, con el horizonte aún anaranjado. Como no conocía de nada a Roxan y sólo habíamos cruzado unas frases, charlé con ella. Compañera de cautiverio de Susan y Valystar, y como Gorrión Rojo, de aura celeste, inferior a la verde. Nivel cincuenta y pico. Sin contar su modo bestia, que aún no conocía, y que disparaba sus atributos temporalmente. Era madura, no aparentaba más de unos 30 años, pero mentalmente se le notaba mayor, como sucedía con los elfos. Salvo con Valentina.

—Valentina, ¿qué edad tienes? —pregunté.

—Mucha más de la que crees.

Como tampoco conocía al científico, Samuel, le pregunté algunos detalles.

—El portal a la Tierra lo hemos nombrado 8 B. Está oculto tras un pasadizo secreto en una zona sin interés.

—¿Cómo habéis encontrado tantos pasadizos secretos?

—Generalmente Gorrión se echa una siesta y sueña con las pistas que necesitamos.

—Eso es hacer trampa —me quejé.

—¿No has tenido sueños tú también? Pareces ser especial, como nosotros. No tanto como Max, por supuesto. Pero tal vez como Gorrión, porque tu nivel es mayor que el de Max, incluso.

Eso me hizo pensar. Y recordé la emboscada de los auras naranjas que me envió el Amo. O los colegas que se trajo su hijo actuando por su cuenta, lo que fuera aquello. El sueño después de comerciar con los monjes.

—Es posible. Sólo una vez.

—Presta más atención a tus sueños de ahora en adelante. Antes de abrir los ojos intenta recordar todos los detalles que puedas.

—Y volviendo a lo de los portales…

—El 8 A es otro mundo alienígena de tipo mágico, saturado de maná como el de Vhae Dunking. Es un portal visible tras barrotes indestructibles, que se abren con un acertijo. Así que si Claw logra realizar su plan, habrá un trasvase de maná a escala planetaria entre los dos portales, rasgándolos y ampliándolos, secando el mundo A e inundando la Tierra.

—Ambos planetas jodidos. Lo sé. Pero me preocupa la seguridad de otro tipo. ¿Cómo es que nadie en la Tierra conocía el portal?

—Está bien escondido en este lado.

—¿Y en la Tierra no?

—En la Tierra también está oculto, como todos los portales B. Ocultos en ambos extremos.

—Eso no me convence —dije—. Tantos siglos dan para encontrarlo y que lo crucen miles de personas.

—También va cambiando de ubicación con los años.

—¿Y por qué no conecta la Tierra con el piso 1?

—El Portal Cero es para cada aventurero que elige invitar la Mazmorra. Cambia constantemente de lugar, apuntando a cualquier lugar de la red. Aunque nosotros nos colamos por el octavo piso.

—¡Pero en la Tierra ni siquiera hay historias del Laberinto!

—¿Pero qué estás diciendo? Claro que las hay. Por todas partes. Es como la semilla para otras historias posteriores que dieron la vuelta al mundo.

—Aun así, que los portales del octavo piso estén escondidos, no me convence para justificar el hecho de que no haya un trasiego constante de personas yendo y viniendo. Tras miles de años tendría que ser bien conocido, y en todo el mundo debería haber organizaciones enteras, incluso gobiernos, buscándolo. Es muy útil, como tener naves más rápidas que la luz para explorar otros planetas. Es como el descubrimiento de América. Y no podéis haberlo encontrado sólo vosotros.

—Hay tratados muy antiguos de no intervención. Aislacionismo desde hace milenios—explicó con paciencia Samuel.

—¿Acordados por quién? El cubo me dijo que ningún ejército pasó del séptimo piso.

—Pero sí algunas personas destacables. Algunos lograron ese acuerdo con amos anteriores. Matthew piensa que los mitos mágicos de nuestro mundo podrían provenir de la etapa anterior a esos tratados.

—¿Y quién los negoció? Alguien tuvo que ser el principal responsable.

—Sólo conocemos su alias, no su verdadero nombre. Y que logró superar La Mazmorra, o al menos alcanzar al Amo de su época, pero no tomó el Cetro para sí.

—Suena muy heroico —dijo Tracy.

—Suena increíble —dije yo.

—Así que es un misterio, me temo —concluyó Samuel—. Pero creemos que fue un político de su época, un líder de una sociedad primitiva y tribal, pero que tuvo la osadía de hablar en nombre de todo su mundo. Y le escucharon.

—Lo más sorprendente de esa historia —dijo Roxan—, es que el Amo actual haya respetado el acuerdo.

—Quizá aquel líder era sólo un hombre corriente —propuse—, y su pueblo usó el Laberinto para elegir a su rey. El cubo mencionó como una posible utilidad, elegir como líder a quien lo supere. Poner a prueba a los que son dignos.

—Es posible —dijo Samuel. Y luego se quedó pensando en silencio.

—¿Qué ha sido de los otros científicos, los que llegaron con Tom? —pregunté. Me refería a los que parecían venir de una nave espacial, con pistolas de rayos o algo parecido.

Samuel explicó que se quedaron charlando con Matthew cuando volvieron, al toparse con un wyvern en el exterior. Huyeron de nuevo a las cuevas, y uno de los niños los guio. Estaban hablando de rupturas dimensionales. Y Matthew estaba sorprendido de que en su universo estuvieran en el siglo XXIII.

—Al parecer los universos paralelos no están crónicamente sincronizados —concluyó.

Caminábamos por la orilla de un afluente del río principal.

—¿Y qué hay de las otras especies famosas? —pregunté—. Los orcos, los elfos, los enanos…

—Al mundo de los orcos se puede acceder desde aquí, desde el portal 11 A. Hay que resolver un acertijo, pero es visible.

—¿Y los elfos?

—Vienen del portal del piso 15, según nos han contado. Eso significa que hace muchos siglos que tienen cortado el acceso a la red de mundos.

—¿Por qué, Samuel? —pregunté, y entonces Roxan se acercó a escuchar.

—Según los rumores, el paso está bloqueado por el Amo. Como nunca hemos estado en el piso 14, no lo hemos comprobado de primera mano.

—Eso es cierto —intervino Roxan—. Valystar me lo contó —Samuel se interesó de repente en ella—. El Amo traicionó a su compañero, su amigo, cuando ganó legítimamente el Cetro de Agamenón. Lo asesinó y se lo robó. Pero su karma se pudrió por completo. Le fue imposible atravesar el filtro. No existe ninguna ruta alternativa, ningún atajo ni pasadizo. Hace falta tener muy buen karma para poder cruzarlo, nada que ver con el décimo piso. No sé si es tan exigente por intervención de los elfos, para protegerse. Pero ellos tampoco vienen del otro lado. Parece cerrado para todos, de un modo u otro.

—¿Y cómo sabe Valystar todo eso sobre los orígenes del Amo? —pregunté.

—Porque era su compañera. Ha estado con él desde el principio.

Me quedé helado. Prisionera por más de mil años. Quizá dos mil, o más. Y era su amigo, su compañero. En quien había confiado para seguir con vida aquí dentro.

—¿Pero por qué nadie lo cruza? —preguntó Tracy, la ex secretaria de Claw, que se acercó también. Olía a flores, y su belleza me distrajo.

—El Amo lo bloqueó en cuanto vio que no lo podía cruzar —contestó Roxan.

—Ah, la vieja mentalidad de “si no es mío no será de nadie” —comentó Samuel—. Tantas personas pueriles y egocéntricas han arrastrado a tantos de esa forma…

Lo siguiente todavía no estoy seguro de cómo sucedió, pero Samuel se las ingenió para que Tracy y Roxan se rieran y se acercaran a él. Resultó que sabía cómo conversar fluidamente con mujeres. “¿El hijoputa se las está ligando, o me lo parece?”. Roxan no me atraía mucho, aunque era guapa. Con tez morena y algo exótica, pero era demasiado masculina para mis gustos. Muy andrógina. Y además, con pelo corto, que no solía gustarme en mujeres. “Seguro que arrasa entre lesbianas”, pensé. Ahora no vestía tela, sino armadura de cuero negro, parecida a la de Valentina. Se las había apañado para sobrevivir sin armadura en los pisos superiores. Pero había visto sus brazos, fuertes y definidos. Toda su constitución era atlética y fibrada, demasiado para mis gustos, y sin apenas pecho. “Ella no es para mí”, pensé. De modo que me fijé en Tracy. Muy de cerca, caminando justo a mi lado, charlando con Samuel, y Roxan a su otro lado. Tal vez era su perfume, pero me estaba poniendo cachondo. “¿Feromonas alienígenas de Roxan?”, pensé. “No creo, deberían atraerme hacia ella. Pero quizá afecta hacia la persona más cercana”. Si hubiera sabido más sobre el polvo de hadas, hubiera pensado que Tracy se lo había rociado al perfumarse. Y es que cuanto más la observaba, más me excitaba. Joder, también estaba maquillada. ¿Se había bañado y traía chismes de maquillaje, y perfume? Bien mirada, así de cerca, estaba buenísima. Me gustó su pelo teñido de azul, largo y en cola de caballo, desde que la vi. Vestía elegantemente, con ropa roja encantada de aspecto lujoso, como de noble; también tenía con adornos dorados sobre placas negras que protegían su pecho. Ese contraste rojo y azul me gustó, a juego con sus ojazos azules. También aparentaba unos 25 o 26 años. A primera vista vestía como una maga, pero la ropa era demasiado ajustada. Algo me dio la sensación de que quería moverse con agilidad.

—¿Tracy, eres de clase mago o asesino? —le pregunté.

—Uso dagas, artes marciales e hilos de marionetista, principalmente. Pero también utilizo artefactos mágicos, como este traje y un par de anillos de hechizos con pocas cargas —evitó mencionar que tenía algunas cartas—. El efecto del traje es de armadura para todo el cuerpo, y añade resistencia a magia de varios elementos, además de al calor y al frío. Por ejemplo para dormir a la intemperie, con viento y lluvia. O correr por el desierto.

—Suena muy bien —comenté. Al parecer era multiclase. Pensándolo bien, la mayoría parecía serlo. Incluso yo, detector y guerrero. O quizá fuera esa la definición de “explorador”.

—Es una de las mejores reliquias de Claw de tipo defensivo —prosiguió Tracy—, pero él y Steve tienen otras mejores.

Me quedé mirándola aturdido.

—¿Qué te pasa?

—No sé si algo me está afectando. Tengo protecciones contra hechizos mentales, pero…

Roxan se acercó a mí, me detuvo en mitad de la pradera, y me olfateó de arriba abajo. Fue vergonzoso por un momento, cuando se detuvo en mi entrepierna, pero afortunadamente duró sólo un segundo. Al final se irguió y parecía decepcionada.

—No hueles a veneno ni a drogas, ni a polvo de haca ni a filtro de amor o de lujuria. Estás perfectamente sano. ¿Qué dices que te sucede exactamente?

Aunque me daba vergüenza, lo dije igualmente.

—Normalmente soy muy centrado, pero ahora no pienso con claridad. Mi corazón está acelerado, y… bueno… estoy demasiado excitado. No es normal en mí, no en esta situación. En un videojuego diría que estoy bajo un “estado alterado”, pero no creo que sepas lo que es.

Me olfateó de nuevo la entrepierna, más cerca, a un centímetro, con más insistencia. Quería que me tragara la tierra. Se puso en pie y me miró como si fuera un crío metomentodo causándole problemas.

—Chico, lo único que te pasa es que estás cachondo perdido. ¿Qué edad tienes? ¿Apenas has terminado la pubertad de los humanos?

Me tapé la cara con una mano para no verla, y la adelanté esquivándola, sonrojado, intentando hacer oídos sordos a las risas de Max, Samuel y Tracy.

Aquello me molestó especialmente porque no me había pasado nunca en el Laberinto, ni con Susan, ni con Mary. A Mary me la follaba en mi casa, y a Valystar me la follé por el culo (o al menos a su ilusión). Pero esa sensación… era como cuando me gustaba mucho una mujer, pero era muy tímido para intentar acercarme a ella. Me traía ecos del instituto. Estaba volviendo a sentir lo mismo con Tracy. “¿Quizá porque la veo como una mujer de verdad?”. Ciertamente no me transmitía lo mismo que mis compañeras de la universidad. Era como una profesora, imponía presencia y autoridad, pero no demasiada, no al estilo militar ni al autoritario de un policía. Era como si tuviera que pedirle permiso para ir al baño, como en el colegio.

Odié esa inseguridad que me hacía sentir. De modo que cogí el toro por los cuernos, me dirigí a ella y le hablé claro, como hice meses atrás con mi primera novia, con la que fallé usando la moneda dorada. Tracy estaba charlando con Roxan sobre hombres, así que tal vez la morena no fuera lesbiana después de todo.

—Creo que estoy así por ti, Tracy —dije mirándola a los ojos, en cuanto se giró hacia mí.

—Pues si estás intentando ligar no empiezas con buen pie —pero sus ojos chispeantes me dijeron lo contrario. Como mínimo se sentía halagada. Había una posibilidad.

“¿Pero qué estoy haciendo? ¿Qué pasa con Mary?”. Fue como si me cayera un jarro de agua fría.

—Dorado —dijo Samuel—, déjame hacerte una pregunta. ¿Por casualidad Tracy te recuerda a tu madre?

Me cayó un tonel de agua helada.

—¡Cállate!

—No lo preguntaba por el enfoque freudiano acerca del complejo de Edipo, sino por la posibilidad de que la figura materna represente el modelo de cómo debería ser la madre de tus hijos, sin implicar directamente deseo por la propia madre. Es un concepto debatido durante décadas en algunos círculos.

—No estudio psicología, ¿vale? Quería ser profesor. Estudio magisterio. Déjame en paz.

—¿Crees que tu interés en cuidar niños proviene de falta de atención en tu infancia? ¿Quieres hacer por otros lo que no hicieron por ti?

—¿De qué cojones me estás hablando, capullo?

—No quería ofenderte, discúlpame.

Se adelantó y se puso a hablar con Max acerca de tareas administrativas de Nido de Estrellas, como cuánto durarían las provisiones de distintos tipos si el paso a los mundos conectados no dejaba de apuntar al mismo sitio. No todo lo podían conseguir de las granjas, no tenían tanto dinero. Es decir, no sin robar a nadie. Y definitivamente no era una opción en Kar-Blorath. Y vender equipamiento de combate era su último recurso. No podían llamar la atención del Amo recorriendo el Laberinto, y hacía mucho que vendieron los pocos objetos sexuales que acumularon.

—Así que quieres ser profesor —dijo Tracy de repente. Se había pegado a mí sin darme cuenta. Repasé mi memoria. No se había reído con lo que había dicho Samuel, y Roxan tampoco.

—Bueno, no especialmente. Ya sabes, se acerca la mayoría de edad y no sabes qué hacer con tu vida, y seguir estudiando es lo único que conoces, así que te matriculas en algo donde la nota de corte sea baja para entrar, y que sea lo bastante fácil para no perder la beca por suspender el curso. Es un plan muy típico.

—Ya veo —parecía decepcionada, y se alejó poco a poco. En cambio Roxan se acercó.

—Valystar tiene muy buena opinión de ti.

—Me halaga saberlo. Pero apenas nos conocemos, me temo.

—Es muy buena calando a la gente. Tiene… no sé, ¿dos mil años de experiencia? Y le gustas.

Me sonrojé, y recordé cómo me follé por el culo a su avatar ilusorio. Tragué saliva y me puse más cachondo. ¿Y si me la encontraba en persona? Y además, las palabras de Roxan cambiaron la forma en la que me miraba Tracy. O mejor dicho, dejó de evitar mirarme, y noté que intentaba tomarme la medida de nuevo. Una segunda oportunidad.

Seguimos avanzando conociéndonos un poco mejor. Después de todo, si íbamos a luchar juntos, al menos debíamos confiar en los demás. Pero tenía conmigo a un científico, que había cartografiado los mundos conectados al Laberinto, y estudiado las costumbres generales de sus diferentes culturas, y sobre todo, había investigado el Laberinto en sí mismo. No podía perder la oportunidad de aprender más sobre ello.

—Samuel —dijo Tracy—, ¿qué sabes del piso 13?

—No puedo decirlo. Lo prometimos.

La mujer arqueó las cejas, yo me sorprendí por cómo se me adelantó, como si me leyera la mente. Roxan respondió en lugar de Samuel. Ella no había prometido nada.

—El número 13 es de donde vienen los dragones y wyverns.

—¿Hay dragones en el Laberinto? —pregunté preocupado. Roxan negó con la cabeza.

—Los wyverns que viven aquí, en el 11, escaparon de ellos. O simplemente se pelearon con los dragones.

—Entonces el 13 es el piso de los dragones… debe ser aterrador.

—Llevan muchos siglos instalados allí, sustituyendo a los monstruos artificiales. Por tanto, son más peligrosos. Pero no importa, porque cerraron el paso.

—¿También son refugiados, como los que hay en Nido de Estrellas? —preguntó Tracy.

—Sí. En su mundo los cabalgaban y usaban como armas en sus guerras, y algunos se hartaron y se escaparon a La Mazmorra. Lo único que tienen que hacer es matar rutinariamente a los monstruos conforme se regeneran, una vez al año. Pero al Fantasma no le gusta que los dragones hayan bloqueado el paso.

—¿Los dragones lo hicieron? —preguntó Samuel emocionado—. ¿Y qué es el Fantasma? He oído algún rumor.

—Según Valystar es la encarnación misma de La Mazmorra. O al menos su avatar, sus ojos y oídos. También lo utiliza para comunicarse hablando.

—¿Me estás diciendo que puedo preguntarle lo que quiera al mismísimo Laberinto? —pregunté. Ella se encogió de hombros.

—No te escucharía a menos que te ganaras el Cetro y te convirtieras en el nuevo Amo.

—Pensaba en preguntarle dónde está el rey de los vampiros. Seguro que lo sabe.

—Ah, para tu misión de rescate —comentó Roxan—. No había tenido la oportunidad de darte las gracias por salvar a Susan. Te lo agradezco, joven héroe.

Me sonrojé. A Tracy se le escapó una risita, y me dio vergüenza.

—Hice lo que tenía que hacer, Roxan. Era mi responsabilidad. Aunque también me impulsaban los hechizos, lo hubiera hecho igualmente.

—¿Estás seguro? —inquirió Roxan.

—Ahora me conozco mejor, y lo sé.

—Como decía, eres un joven héroe. Y ahora planeas cómo salvar a otra de tus amigas, pero sólo después de salvar tu mundo, y de paso el otro conectado al octavo, que perdería demasiado maná con la fuga al nivelarse.

Fue un tipo de vergüenza diferente. Era como si no mereciera esos elogios.

—Sobre Susan… —continuó Roxan.

—¿Qué pasa?

—¿Sabes? Ella siempre estuvo segura de que le rescatarías.

—Debía ser por los objetos mágicos. En realidad no somos amigos. Apenas nos conocemos. De hecho estaba en mi casa para investigar, porque pensaba que me estaba aprovechando sexualmente de su amiga Mary, y saboteando su relación con Victoria.

—¿Y lo hacías?

—No. Bueno, quizá un poco… el caso es que acabamos teniendo una relación de tres personas antes de acabar aquí dentro.

Roxan y Tracy estaban tan curiosas como escépticas. Estaba volviendo a tener el mismo problema que con Gorrión Rojo, y no tenía ganas de repetirlo.

—Tracy, cuéntame tu historia —le dije cambiando de tema, y parafraseando a Max. Él, que iba delante, me oyó, se giró y sonrió.

Pronto la conversación giró en torno a cómo podía haber trabajado para ese hombre.

Me siento como… al terminar una relación de pareja, ¿sabes? Es como cortar con un gilipollas. Cuando ves que tu ex siempre fue un imbécil, y te preguntas cómo no lo viste venir.

Sí, lo vieron todos menos tú, te avisaron, y te dio igual. Sé lo que quieres decir.

—Pero eres muy joven, ¿quizá 20 años?

—Casi.

—¿Y ya tienes exnovias?

—Sí, sólo una… pero un par de amigos me dijeron que ella era una gilipollas. Pero no les hice caso.

—Pero acabas de dejar de ser un niño —dijo Tracy—. ¿Cuándo comenzó tu relación? —Roxan escuchaba con mucho interés. Estaba muy interesada en mí, lo que me resultaba sorprendente.

—No hace ni un año empezamos, Tracy, pero duramos muy poco.

—¿Por qué cortaste tu relación con ella? ¿Quería hijos y tú aún no? —preguntó Roxan.

—Me dejó por otro.

Roxan no se lo esperaba y quedó desconcertada.

—Y él era un auténtico gilipollas —añadí—. Mucho peor que ella.

Valentina se acercó a hablar. Casi me había olvidado de ella y de Arzeus. Él cubría nuestras espaldas de un posible ataque sorpresa. Ella simplemente se alejaba de Max. No se fiaba de él.

—Debía ser una idiota esa chica —dijo la semielfa.

—Un poco, sí. Se fue con un chulo… un niñato. Que tenía más dinero que yo, y un vehículo que le compró su padre. Espero que cuando corte con él comprenda lo estúpida que fue dejándome…

—Pues no te hagas ilusiones —interrumpió bruscamente Tracy, sacudiendo su cola de caballo azul con un latigazo al mirarme—. No se arrepentirá de cortar contigo. Las mujeres nos arrepentimos de con quién nos acostamos, no de con quién no lo hacemos. Por eso nos lo pensamos dos veces antes de elegir con quién hacerlo.

Miré por encima del hombro a Valentina, detrás de mí. Me sonrió. “Valystar tiene muy buena opinión de mí. ¿Significa eso que para Valentina tengo la aprobación de su madre?”. Pero realmente no me interesaba la semielfa. No como Tracy, y por supuesto no como Mary.

Aunque por otro lado, ya me había follado a su madre… mi mente jugó con la idea de follarme a ambas, hacer un trío con las dos elfas. Como cuando lo hacía con Victoria y Mary. Me puse otra vez cachondo.

Y luego pensé en cómo se relacionaba con su madre. ¿No llevaba muchos siglos prisionera? Decidí que por eso exploraba el Laberinto. El avatar ilusorio de Valystar servía para tratar con su hija. Tal vez por eso el Amo le permitía sacarlo del quinto piso.

Entonces intervino Samuel.

—Es muy normal que pasen esas cosas. Si dieras con tu pareja ideal a la primera, sólo tendríamos una pareja en la vida.

Las mujeres y yo asentimos, y me di cuenta de que el hombre había dado otro paso adelante camelándoselas. Me puse celoso. Tenía el pelo corto y moreno, y no era especialmente agraciado, pero podía ver que tenía encanto. También vestía ropa blanca, como Matthew, tal vez representando la bata de un laboratorio. Y sobre ella, armadura de cuero para el torso, dejando brazos y piernas libres para moverse con soltura. El material de la armadura parecía cuero negro, con adornos y filigranas azules, probablemente relacionadas con encantamientos. Parecía una mezcla de mago y combatiente cuerpo a cuerpo, pero ya sabía que era un tirador: arquero como Matthew y Gorrión, y como el otro científico, usuario de hechizos de muy largo alcance. Por lo que observé cuando Max casi mató a Valentina, por cómo estaban posicionados él y Matthew a larga distancia, desde lo alto de distintas colinas, era como si usaran rifles de francotirador con munición antitanque. Sin embargo no había ni rastro de armas, por lo que debía usar sólo hechizos. O tal vez tenía un inventario espacial, como yo.

—¿De qué clase eres, Samuel? —interrumpí.

—Un subtipo de mago. ¿Has jugado videojuegos con clases como “ingeniero”? Pues mezcla eso con magia de información y un francotirador.

No me sorprendió que el científico treintañero fuera aficionado a los videojuegos.

—¿Magia de información? —pregunté.

—Mapeo de terreno, comunicación mental, detección, lectura de mentes, impedir que me la lean… en eso somos muy parecidos todo nuestro grupo —supe que se refería al equipo original de Max.

—Suena a habilidades de explorador —comenté.

—Así es. Como si La Mazmorra buscara copias de seguridad con cierto perfil. Parece valorar la multiclase explorador.

—Y Max y Gorrión son mitad guerreros —adiviné—. Pero vosotros dos sois magos… ¿cómo os convertisteis en tiradores?

—Sólo es tener un subconjunto específico de habilidades con ese propósito —explicó Samuel—, y perfeccionarlas. Puedes lograrlo sólo con los artefactos adecuados, con suficiente práctica.

De modo que en el grupo teníamos a un francotirador, a dos asesinas (Valentina y Tracy, la novata), a un guerrero (Max), a un tanque y…

—¿Qué soy yo? —pregunté.

—¿No lo sabes? Preguntó Max, dándose la vuelta unos metros por delante—. Deberías ser explorador, pero parece que ni siquiera usas tus habilidades básicas, salvo las pasivas. Eres como un polluelo en el cascarón.

—Uso hechizos.

—Usas objetos. Cualquiera puede hacerlo, incluso en la Tierra. Si tienen su propio maná, o lo absorben del entorno. Es normal.

Me callé, molesto.

—¿En lugar de picarle no deberías enseñarle? —preguntó Tracy, y desde entonces me gustó más.

—No tenemos tiempo para eso —repuso Max—. Pero no es tan difícil. Es bastante instintivo. Por ejemplo, con tu nivel, deberías tener hechizos de refuerzo de detección, y de información, sin haberlos estudiado en ninguna parte. Con la mitad de niveles, de hecho.

—Quieres decir habilidades activas, además de las pasivas. Gastar maná.

—Sí.

—Enséñame una al menos, de camino allí.

—Supongo que puede darte tiempo…

Entonces todos los detectores sentimos al mismo tiempo el portal gigante, a lo lejos, tras la colina más próxima.

—¿Qué coño es eso? —pregunté. Ni Tracy ni Arzeus sabían de lo que hablaba.

—Concéntrate, chico —dijo Max—. Intenta ver con los ojos de tu mente. Cierra los ojos si lo necesitas.

Lo hice. Fue parecido, como supe más tarde, a la experiencia de Victoria.

—¿Gigantes? —pregunté—. ¿Y cuántos monstruos son? Es aterrador.

—¿Es eso lo único que has sentido? —dijo Max, escéptico. Cruzó una mirada de desaprobación con Samuel, que parecía decir “¿para qué sirven tantos niveles?”.

—¿Qué más hay que saber? —me quejé.

—Samuel y yo hemos usado refuerzo de detección. Y sabemos cómo usarlo cuando buscamos algo oculto.

—Deja de hacerte el interesante, Max.

—Hay un montón de gente debajo de una burbuja antidetección —explicó Samuel—. Su forma es muy alargada, lo que sugiere que se trata de un pelotón de soldados. Seguramente los que pretenden atacar al Amo. Debemos desviarnos.

—Estoy de acuerdo —dijo Max. Así que lo hicimos.

Y por eso, después de anochecer, nos cruzamos con las fuerzas del barón.

—¿Susan? —pregunté. Ahí estaba, rodeada de soldados. Se habían camuflado tan bien como los anteriores, así que sin estar buscándolos con hechizos, no sentimos su presencia hasta cruzárnoslos de bruces. Me saludó tímidamente, y el hombre más alto lo percibió, provocando que se adelantara al oficial al mando. Claramente él daba las órdenes en realidad, aunque era el que menos aspecto de militar tenía.

Pero lo que me preocupaba era que ni uno de los militares tenía menos que un aura verde, el oficial tenía aura amarilla como yo, y el más imponente, y la mujer guardaespaldas a su lado, ocultaban su aura. Además, no me gustaba cómo me miraba ella. Midiéndome y desafiándome.

—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó el hombre cada vez más cerca, con la mujer justo a su lado. Max llevó la mano a su empuñadura y lo detuvo en seco—. Soy el barón de Munchausen, del reino Kar-Blorath, en el planeta Dolmund.

—Soy Max. Jack Max. Somos aventureros.

—Veo lo que parecéis, pero vuestro nivel es imposible para un simple aventurero. Si no viera a dos soldados de Dunking con vosotros, pensaría que sois exploradores del Amo. Quiero una explicación.

Nadie contestó a su pregunta, pero en su lugar Arzeus y Valentina se apresuraron a identificarse. Luego corrieron a por el oficial de mayor graduación y se presentaron. Entonces le explicaron las últimas órdenes recibidas. Ligeramente molesto por considerarle menos importante, el barón los miraba sin separarse de Max. En cambio, la mujer tenía clavados los ojos en él, porque seguía sin soltar la empuñadura de su espada envainada. Estaba alerta como una pantera agazapada, acechando a su presa.

Escuchando con atención el barón confirmó quién era yo, tal y como sospechó cuando Susan y yo nos reconocimos.

—Por fin te encuentro —me dijo el barón ignorando a Max y acercándose a mí—. El famoso amigo de Victoria y Susan. El que la rescató. El que pretende enfrentarse al rey de la mazmorra, y veo que va muy bien equipado, y con un nivel respetable para acometer el desafío. Un desafío suicida, por supuesto, porque es necesario un ejército. Pero respetable de todos modos. Pareces tan valiente como ella ha dado a entender.

—No tenemos tiempo para esto —interrumpió Max. Y le explicó, junto a Samuel, lo que pretendía hacer Claw. No parecía indignado ni furioso. Sólo era un problema menor que le distraía de sus tareas pendientes. Un incordio.

—Shanty, Tolium, Susan y yo os acompañaremos —decidió—. La bruja servirá de refuerzo para los hombres de la ciudad —una mujer asintió con energía, y tampoco parecía ir a juego con los soldados. Y entonces me miró a los ojos, y me sentí intimidado—. Quería ver cómo de bueno eres realmente.

—No tengo gran cosa a mi favor —dije con modestia—. Tan sólo muchos niveles.

Se extrañó al oír aquello, pero nadie dio detalles.

—Supongo que es el momento de continuar.

Me sorprendió que Max no intentara pugnar con él por el puesto de líder. El barón avanzó en segundo lugar, sólo después de Shanty, y todo el grupo comenzó a trotar.

—¿Alguien me puede explicar cómo he acabado aquí? —preguntó el chico moreno, Tolium.

—Bienvenido al club —dijo Tracy.

Se había hecho de noche y ni me había dado cuenta. Mis sentidos de explorador compensaban la falta de luz. No había luna y la oscuridad era profunda, tan sólo se veían las estrellas en el cielo. Era como la superficie del décimo piso, estábamos en un planeta real.

Oíamos las explosiones a lo lejos, pero como nadie les hacía caso, supuse que eran acontecimientos normales, o que Claw, a quien perseguíamos, se estaría enfrentando a algún monstruo.

Estábamos muy cerca del río principal, siguiendo el afluente. Y entonces la actitud de todos cambió. Max y los demás se sentían inquietos, así que yo también empecé a preocuparme. Justo cuando iba a preguntar si eso era normal, sucedió:

Apareció el portal gigante a lo lejos, sobre el río, un disco luminoso tan grande que varios gigantes lo atravesaron, incluido el que habíamos matado Valentina, Arzeus y yo el día anterior. Corrían, salpicaban como si el río donde a veces pescaban los Estrellas fuese un charco, llegándoles el agua hasta las rodillas. Y otros más pequeños aparecieron, conectados a lugres diferentes, todos reuniéndose allí. Iluminados por los portales vimos a lo lejos formaciones de orcos corriendo, junto a pelotones de otros tipos de monstruos, como los hobgoblins licántropos de la azotea del castillo, en el sexto piso, tras la escalada. Los cuales eran los acompañantes de los semigigantes que había corriendo junto a los grandes. Era toda una horda. Nos miramos unos a otros. La cosa se había puesto muy seria, pero al menos no iban en nuestra dirección.

—Están persiguiendo a Claw —dije.

—Lo sabemos —respondió Max—. ¿Sabes algo útil que los demás no?

Me sentí abofeteado.

—Desde que lo identifiqué no lo dejé escapar, conocía su ubicación con precisión. Igual que tú, al parecer. Pero como me costaba filtrar tanta información sensorial de todas partes, era como si me tapara los oídos.

—Maravilloso. Eres muy útil.

—Yo también me arrepiento de no haber prestado más atención, ¿vale? Déjalo estar.

—¿Qué creéis que habrá pasado exactamente? —preguntó Roxan.

—Es lo que le dije al chico. La Mazmorra se encargará de que Claw jamás llegue al octavo piso —explicó Max, acariciando la empuñadura de su espada como si fuera su mascota y le dijera “buen chico”.

Como no se me ocurría nada mejor que hacer, saqué al cubo del anillo inventario.

—Lo oyes todo ahí dentro, ¿verdad?

—Sí, Amo.

—¿Tus sensores también funcionan?

—En efecto. Y he hecho un recuento y cálculos de probabilidades. Es matemáticamente imposible que Claw sobreviva, al menos con las variables de que dispongo. Si hay factores que desconozco, podría lograr escapar.

—¿Cómo por ejemplo?

—Bueno, yo te he salvado varias veces con teletransporte. ¿Quién puede garantizar que Claw no disponga de algo similar que le lleve directo a su objetivo?

—Es prácticamente imposible —dijo Samuel—. Tus teletransportes son de medio alcance y dentro del mismo piso, y eso que eres una recompensa especial, en la cima de las que puede dar el piso del Tutorial, el cual a su vez da recompensas adelantadas varios pisos cuando son promedio, y aún más adelantadas cuando son tesoros como tú.

—Es una lástima que nunca hayamos enfrentado el juicio de Valystar —dijo Max.

—Ya sabes que Gorrión soñó varias veces que debíamos evitar que la elfa nos conociera, y apestaba a sueño premonitorio de naturaleza mágica.

—Lo sé, lo sé.

—¿Entonces Claw sólo podría ganar tiempo? —pregunté.

—A menos que tenga cómo teletransportarse al séptimo piso, directamente a la zona prohibida —explicó el cubo—. Pero las probabilidades de que tenga un artefacto o hechizo que le permita hacerlo, son prácticamente nulas.

—¿Estás diciendo que existe una manera? —preguntó Samuel—. Se supone que La Mazmorra impide viajar entre pisos porque sería hacer trampa en lo más esencial de su propósito.

—Es así en el caso de los artefactos para avanzar, o para viajar a donde quiera el usuario —explicó el cubo—. Pero no en el caso de los que se usan para volver a un lugar despejado.

—¿De qué estás hablando? —Max estaba impaciente.

—Los vampiros tienen artefactos de su propia creación, y hay registros de cómo a veces se teletransportaron fuera de su territorio, en el décimo piso, tras tener conflictos con los soldados o nobles. Pero ningún detector de Vhae Dunking pudo localizar el punto de llegada.

—¿Y si estaba demasiado lejos? —preguntó Tracy.

—Los teletransportes son como faros en la noche para los detectores. Cualquier teletransporte en lo más profundo del décimo piso, es detectado por cualquier explorador promedio a leguas de distancia de la ciudad. Punto de aparición, y punto de desaparición; ambos son inseparables. Los vampiros viajan entre pisos, y muy probablemente vuelven directos a su hogar cuando lo hacen. Al no usarlos para avanzar pisos, La Mazmorra no interviene contra ellos.

—¿Estás diciendo que debemos ir al piso de los vampiros? —preguntó Max.

—Sólo si sobrevive, porque es el único medio razonable que se me ocurre, en caso de que logre escapar —concluyó Orbis.

—Pues me temo que tenemos que ir al séptimo piso —dije—, porque Claw y Steve acaban de desaparecer.

—¿Estás seguro de que no han muerto? —preguntó Max—. Estaban rodeados de un ejército, en la cima de una colina.

—¿A esta distancia no lo has podido sentir con claridad? —pregunté sonriente, y logré molestarlo.

—Había demasiada información, como has dicho antes. Muy difícil sacar algo en claro.

—Pues yo he podido. El cubo tiene razón. Ha sido como un destello.

—Es lo que pasa cuando los magos mueren luchando. Fuga de maná masiva.

—Max, sé cómo se siente. No estaba seguro cuando me teletransportaba a mí, pero desde que nos obligaste a teletransportar a Valentina, sé exactamente cómo es: Claw y Steve se han ido, y no hay punto de aparición en ningún lugar.

—No sabes usar tus habilidades activas.

—Soy explorador de nivel 75, no lo necesito. No están aquí, Max.

—Es una teoría descabellada. No están en el séptimo. Simplemente será una combinación de hechizos para hacer parecer que se ha teletransportado, pero en realidad será camuflaje bueno de verdad. Si dominaras tus habilidades activas, podrías detectarlos.

—Creo que ambos tienen razón —dijo Samuel. Max se dio media vuelta y echó a andar.

—¿A dónde vamos? —preguntó Roxan.

—Al séptimo piso.

—¡¿Te lo decimos Orbis y yo y te importa un carajo, pero te lo dice Samuel y ni preguntas ni protestas?!

—Sí.

“Serás cabrón”.

Y así fue como nos pusimos rumbo al séptimo piso. Pero teníamos que pasar por el mismo lugar de todas formas: el portal de karma.

Pero nos interceptaron saliendo de una cueva lateral.

[Escribí este capítulo en varias partes, y unas las hice después que otras, y luego las ordené. Así que puede que haya cosas que no encajan en en orden. Agradecería que me las señalárais si las encontráis]