Dentro del Laberinto 32: El efecto dominó
A Claw le ha llegado la hora de las tortas.
Capítulo XXXII: El efecto dominó
Susan no sabía cómo tomarse aquello. Estaba rodeada de tres docenas de hombres, casi todos soldados, y además, el barón, Shanty, Tolium, la bruja… incluso los guardaespaldas de Claw, que el barón no quería perder de vista. Todos estaban arrastrándola a la guerra. ¿Qué se suponía que esperaban de ella? Su nivel seguía siendo insuficiente para llegar a la ciudad de todas formas, ni siquiera en un equipo de tres o cuatro aventureros. No les sería útil. Sólo la ponían en peligro. Pero por otro lado, sentía que podía confiar en Shanty. Ella le había advertido sobre el barón la noche en que hizo que se acostara con ella —“no, no fue así; sucedió de forma natural”, pensó corrigiéndose—. Entonces, si él, era peligroso, ella en cambio le daría seguridad. Mientras no se separara de ella, al menos. Y así era, prácticamente la llevaba de la mano. Y al otro lado estaba Tolium, que había llegado a la misma conclusión. Los guerreros, en cambio, a los que el barón ordenó no perderse de vista, optaron por alejarse de él poniéndose en tercera fila. Sólo los guardaespaldas que les acompañaron desde Kar-Blorath estaban tras el barón.
—Barón, no lo entiendo —dijo finalmente—. Entiendo que quiera vigilar a los matones de Claw, pero ¿Tolium y yo? Seremos un estorbo y sólo nos pone en peligro.
El barón hizo una mueca ocultando su sonrisa. Susan comprendió que casi le respondía “no me importa si vivís o morís”, pero fue demasiado educado para decirlo, así que simplemente la ignoró y siguió caminando. Cruzó miradas con Tolium, tan preocupado como ella. “Estamos metidos en un buen lío. ¿Y ahora cómo salimos de esta? ¿Dónde está un buen pergamino de invocación cuando se le necesita?”.
—Shanty, niebla —ordenó el barón. La mujer alzó una mano y de inmediato el pelotón fue envuelto en una nube de… ¿vapor frío? Estaba helado. Sabía que no tardaría en tiritar. Al parecer los hombres se esperaban la maniobra. El barón saltó dejando tras de sí una estela. Entonces un hilo de luz roja apareció en el aire, visible a través de la niebla, sobre las cabezas de todos, brillando intensamente. Alguien empujó a Susan.
—¡Cuidado!
—Camina. Simplemente sigue el camino rojo —dijo el guardaespaldas.
—¿También lo has creado tú, Shanty? —preguntó Susan. La rubia asintió sonriendo. A tan poca distancia, la luz opacada de las antorchas le permitía ver su rostro. La forma en que le sonrió le hizo sentir el impulso de besarla, pero Susan se contuvo.
—Sólo lo he atado al barón. Él sabe a dónde vamos —explicó la sirvienta.
No entendía por qué tenían que avanzar sin ver nada. ¿Temían una emboscada? No sabía cuántos minutos llevaban caminando casi a ciegas, cuando se detuvieron. Fue sólo unos segundos, y entonces sonó el roce de roca sobre roca, y mecanismos metálicos, como cadenas y engranajes. Se pusieron en marcha otra vez.
En esta ocasión el tiempo fue menor, pocos minutos. Se oyó otro mecanismo y grandes losas de granito se desplazaron otra vez. Y unos minutos después, sucedió por tercera vez.
Susan notó que el entorno había cambiado; la textura de las paredes era diferente, y habían dejado atrás el estilo del décimo piso de formar grandes cubos de ladrillo oscuro, a menudo ocultando semigigantes. En esta ocasión, volvía a parecer roca gris, cuevas normales, como en el primer piso, cerca de la entrada. Esta vez caminaron un buen trecho antes de que el barón volviera. Se había detenido y esperó a que Shanty lo alcanzara, y se integró de nuevo a la fila. Entonces el hilo rojo, que seguía tenso sin atarse a un extremo, desapareció, y a continuación la niebla se disipó.
El alivio fue generalizado. Todos odiaban avanzar de esa manera.
—¿Por qué había que caminar ocultos, señor barón? —preguntó Tolium con su voz más educada y respetuosa.
—No es de tu incumbencia.
Tolium y Susan se aseguraron de no decir nada. Normalmente el barón era más hablador, pero en esas circunstancias se había vuelto hosco y peligroso.
Susan divisó la salida de la cueva, y se alegró; se filtraba la luz anaranjada del atardecer. El mando que iba en vanguardia ordenó detenerse al grupo, y no hubo contraorden del barón.
—¡Esperaremos aquí como refuerzos durante algún tiempo! —explicó el militar—. El pelotón principal y los dos de exploradores avanzan en formación de triángulo inverso, a través del valle y sobre las lomas a ambos lados. Si detectamos que las fuerzas del Amo los intentan flanquear por detrás, intervendremos. Si nos piden ayuda con magia de comunicación, intervendremos. Si el barón nos ordena avanzar, marcharemos. Pero por ahora, nuestras órdenes son sólo esperar.
—¿Esperar a qué? —preguntó Gutiérrez entre las primeras filas.
—Tú a callar, calvo. Todos los demás, podéis descansar ahora, pero no rompáis la formación.
Susan vio cómo los hombres se separaban y se quitaban las mochilas cargadas de chismes, y de ellas sacaban cantimploras, y algunos de ellos alguna pieza de comida; otros se ataban las botas, y en general, simplemente charlaban sentados sobre el duro y frío suelo, sin separarse más de un metro o dos respecto a cuando caminaban. Tampoco es que les sobrara espacio para esparcirse de todas maneras.
Susan sintió un poco de envidia al comprobar que ella no aguantaba ni cinco minutos sobre una superficie tan incómoda, y se dedicaba a cambiar de postura. También tenía frío al detenerse, húmeda de sudor, de modo que sacó de su propia mochila un abrigo.
—¿Ya estás sudando? —le preguntó Tolium. Era un encanto. No entendía por qué se llevaba tan mal Victoria con ella.
—Tú también.
—Sólo es niebla condensada en mi piel y mi ropa.
—Compárate con los soldados y verás que te equivocas.
Era cierto. Su expresión de derrota le hizo gracia y se rió, lo que hizo que Tolium se sonrojara y mirara al suelo, y eso le hizo verse aún más mono.
—¿Por qué te llevabas tan mal con Vicky? —preguntó Susan sonriéndole.
—Yo intentaba llevarme bien con ella. Pero tiene muy mal carácter.
—Sí, la verdad es que sí; le gusta demasiado pelearse con la gente. Y es muy cabezota.
—Si sólo fuera eso…
Ella se rió al pensar que parecía un cliché de comedia romántica, los dos peleándose y comiéndose a besos al final.
—¿Por qué te ríes casi siempre que me miras? —preguntó molesto.
—Porque eres muy gracioso.
—¿Desde cuándo?
—Desde que le gustas —interrumpió Shanty. Susan se sintió un poco avergonzada y desvió la mirada, pero se le escapó otra sonrisa.
—¿Quieres decir… sentimentalmente? —preguntó anonadado el chico.
—No, bobo —repuso Shanty—. Sexualmente.
—Ah… —Tolium alcanzó aproximadamente el 99,98% del color del tomate maduro, y Susan se rió a carcajadas. También se había sonrojado, pero no le importaba.
—Niños, dejad de molestar —dijo el barón al llegar; al parecer había ido a hablar con el jefe de los soldados. Susan se tapó la boca y se puso seria tan pronto como pudo.
Un wyvern bajó del cielo y aplastó el suelo frente a Claw; gritó y se cayó de culo al retroceder.
—¿Sois vosotros los asesinos de mi tribu? —dijo el monstruo.
—¡¿Puedes… hablar?! ¿Pero cómo?
—¡Contesta!
La criatura era más grande que los cadáveres de los wyverns que habían visto, y había perdido algunas escamas, además de verse de algún modo como piel envejecida. Era un anciano. Incluso había perdido el brillo en uno de sus ojos, quizá por cataratas. O una herida que le había dejado tuerto.
Y como siempre, Steve era un inútil. Si hay que hacer algo, tienes que hacerlo tú mismo.
—Señor wyvern anciano, observe lo débiles que somos antes de actuar por impulso, se lo ruego. No tenemos nada que ver con las pérdidas sufridas por su pueblo. Estamos intentando huir hacia pisos donde no seamos masacrados por lo primero con lo que nos crucemos, nunca deberíamos haber venido.
—¿Cómo puedo encontrar a los que matan wyverns?
—¿Quiere decir que los conoce?
—No los he visto. Ayudadme a encontrarlos y puede que sobreviváis.
—Puedo describírselos. Vi a un pequeño grupo que mató al menos a uno.
—Y no se lo impedisteis… —comenzó a rugir, y un resplandor amarillo manó de su boca entreabierta. Aunque le faltaran las patas delanteras con sus respectivas garras, con ese tamaño parecía todo un dragón.
—¡Mírenos! ¡Somos débiles! Aquellos eran cuatro auténticos monstruos. ¿De verdad cree que podríamos haberles impedido hacer algo?
Y le mostró la palma con su nivel al quitarse el guante. El monstruo retrocedió y se calmó.
—No pareces lo bastante fuerte para matar un wyvern tú solo. Pero en un equipo de cuatro bien coordinado, podéis darnos caza de uno en uno.
—Nos sobreestima, mi buen señor. Steve, muéstrale tu nivel.
—¡Ridículo! —bramó al verlo—. ¡Me estáis engañando con magia ilusoria!
—Le ruego que al menos escuche nuestras descripciones. Hemos sido testigos de cómo tres personas mataban a un wyvern cortándole las alas y la cabeza. Y luego se reunieron con un cuarto hombre, uno aún más peligroso que ellos.
Las llamas se derramaban de sus fauces como si fueran babas. O su saliva estaba inflamada. Sería algo que podría averiguar al llegar al laboratorio y examinar las muestras del cadáver. ¿Hasta qué punto eran llamas mágicas?
—Estoy esperando —dijo el monstruo. Y Claw tomó aliento y habló, asegurándose de azuzar la ira del wyvern, pero canalizarla hacia cualquiera que no fuera él. O Steve, ya puestos.
Y funcionó.
—Vosotros vendréis conmigo.
—¡Pero señor…!
—Todavía no he decidido si asaros, devoraros o dejaros escapar.
—Le juro que he dicho la verdad.
—Y no te creo. Así que vendréis conmigo, y tomaré esa decisión más tarde.
Desde ese momento Claw comenzó a planear de qué manera podrían aprovechar todo el equipo robado a los soldados, o cualquier artefacto o carta mágica, para poder zafarse del monstruo justo cuando se distrajera con el primer desgraciado sobre el que lo azuzara. “No es nada personal, es supervivencia”, pensó Claw.
Tom, el cazador leónido, avanzaba solo. Iba en busca de Claw y quien le ayudara. Conocía su misión, y el acuerdo de ser entrenado por Max no le terminaba de convencer. Es decir, en aquel momento había parecido una buena idea, pero ahora, en mitad del camino, empezaba a sentir interés por otras cosas. Como haraganear en una posada rodeado de furcias, con la tripa llena de carne, vino, uvas y miel, delante de la hoguera, y a solas con su compañía de lujo, alquilando todo el comedor para su uso exclusivo. Y luego un buen baño caliente y a dormir en un colchón de plumas. Para eso hace falta oro. Sirve para todo. Tom ya era muy fuerte, ¿de qué le serviría que su maestro le enseñara? Y esa es otra. De algún modo se sentía inclinado a llamar a Max “maestro”.
Sobrepasó un cerro siguiendo el rastro al trote y lo localizó. Se había topado con un wyvern. Uno anciano, a juzgar por el tamaño. Sería muy difícil vencerlo solo. Pero eso le facilitaba las cosas. Simplemente tenía que sentarse a esperar a que fueran carbonizados, él y el rubio que lo acompañaba. Así que fue exactamente lo que hizo, y mientras tanto, tomó la cantimplora de su cinto. Lamentó no tener un buen chuletón para pasar el rato.
Y entonces vio cómo Claw lo señalaba, el wyvern lo miraba, y comenzó a trotar hacia él, luego alzó el vuelo y preparó su descarga de fuego, rezumando llamas.
—Sólo quería descansar un rato —se quejó poniéndose en pie y desenvainando su espada. Con la otra mano activó un emblema en su antebrazo y una barrera esférica apareció, protegiéndole de la primera andanada de fuego. En cuanto se disipó lo suficiente para ver con claridad, mientras el wyvern retrocedía, saltó sobre él; lucharon en el aire, correteando por todo su torso, rasgando sus alas, haciéndolo caer y rodar cuesta abajo; pero logró bloquear con los huesos de sus alas cada golpe mortal a sus puntos vitales, y logró zafarse de nuevo. Su piel blindada absorbía la mayor parte del daño, y aquello podría llevarle mucho tiempo. A Tom no le gustaba cuando eso pasaba, porque aparecían factores imprevistos, como que su presa recibiera refuerzos. Entonces se acordó de los que intentaban escabullirse de nuevo, y los localizó con su olfato otra vez, intentando ocultarse con una burbuja de invisibilidad. Se agarró durante un momento en un ángulo ciego del monstruo, en su lomo, donde la piel era más gruesa, sólo para tomar aliento y llamarles.
—¡Vosotros, alto ahí! —gritó Tom. Pero lo ignoraron, y Claw y Steve aceleraron su carrera cuesta arriba, hasta perderse al otro lado de la siguiente loma, mientras Tom seguía luchando con el wyvern. Era más difícil de lo que esperaba.
—Tú no encajas con la descripción —dijo la bestia.
—¿Puedes hablar?
Al parecer el monstruo se había pensado dos veces lo de atacarle.
—Estoy buscando a los que han matado a varios de los míos. Allí puedes ver uno de sus cadáveres. Quiero justicia.
—¿De qué descripción hablas, cosa?
Se los describió, y Tom se echó a reír.
—Los conozco. El cuarto hombre es Jack Max.
—No es Max.
—Claro que sí.
—Max está de nuestro lado.
—Creo que los que buscas son los otros… pero conozco al chico. Ahora está con Max en su cueva. No es mal chaval. Los otros dos son soldados de Vhae Dunking.
—¿Los asesinos están protegidos por Max? —el wyvern sonaba decepcionado.
—No parece proteger con el mismo interés a los soldados que al chico. Si permite que le pongas la garra encima a alguien, no será al novato.
El wyvern echó a volar; o lo intentó, pero se estrelló a los pocos metros. Miró furioso a Tom por las heridas en sus alas.
—Lo siento, pero tú me atacaste primero —dijo el cazador.
El wyvern trotó sobre sus dos patas, equilibrado por la cola que había golpeado a Tom minutos antes, y se palpó la magulladura en el brazo que encajó el ataque. “Ten cuidado, chico”, pensó Tom. “Este va en serio a por ti”.
—¡¿Qué era esa cosa?! —se quejó jadeando Steve al perder de vista a los dos monstruos.
—Por su aspecto, diría que del gremio de cazadores de monstruos.
—¿Pero has visto cómo luchaba con el wyvern?
—Sí, Steve. Así son los buenos cazadores. Un peligro. Son algo más en la lista de cosas a evitar.
El sol se estaba poniendo, y pasaron por delante de una cueva, antes de llegar a su objetivo, para volver al décimo piso. Pero un monstruo salió de la cueva para cortarles el paso. Un lagarto humanoide, con fuerte cola, garras y suficiente altura para tener espacio para que de sus costados se extendieran, ocultos hasta entonces, cuatro tentáculos a cada lado. Fue una lluvia de golpes desde ocho ángulos diferentes, y la burbuja de escudo que logró conjurar cada uno, con variantes diferentes porque ninguna carta estaba repetida, se quebró en cuestión de segundos ante el daño constante. Pero ambos tuvieron tiempo de conjurar dos cartas de ataque cada uno, y el monstruo se comió la descarga cuádruple de fuego, rayo, ráfaga de flechas de maná, y maldición de debilidad, un hechizo de tipo “debufo”, que fue el primero en impactarle, justo a tiempo para amplificar el daño de los otros tres hechizos. Había practicado esa táctica de defensa y contraataque con Steve suficientes veces, y salió bien. La criatura cayó en un instante, y siguieron corriendo.
—¿No decías que esas cosas no salían de bajo tierra?
—Y así es.
—¿Crees que estaba reforzado por un minijefe, una reina?
—Lo estaba. Pude sentirlo por cómo le afectaba la maldición. La ha compensado y el efecto ha sido muy pequeño, pero suficiente.
—Pues menos mal, porque tardamos demasiado en poder repetirlo. Odio el “tiempo de enfriamiento” de las cartas. Normalmente los magos luchan sin parar hasta agotar su maná y el de los cristales que llevan consigo.
—Pero a cambio dispones de hechizos decenas de niveles por encima de ti. ¿No eras de nivel uno?
—No, ya no; había subido… ¡oh, mira esto! —Steve estaba sorprendido al ver el resplandor en su mano. Habían matado un monstruo raso, aunque opcional (y reforzado, pero eso no cuenta), así que contaba como minijefe. Y entre sólo dos personas. Y en el undécimo piso. Subió varios niveles de golpe. Aunque cuanto más subiera más lento avanzaría con la misma experiencia.
—¿Has alcanzado el nivel diez al menos?
—No, pero me queda poco. ¿No podemos repetirlo? Por cierto, el cansancio me ha desaparecido de repente. Ahora podemos acelerar.
—Ya era hora. Esperaba no tener que cargar contigo. Tanto golpeteo de los bártulos me está rompiendo la espalda. A este paso me saldrá lumbago.
—¿Pero cómo nos habían detectado el wyvern y el lagarto tentaculoso?
—Al parecer es un hechizo demasiado débil para este piso.
—Esperaba más de las cartas.
—No todas son igual de poderosas, no es sólo cambiar el tipo y ya está.
—Ahora que sé que tienes nivel veintipico, ¿me dirás para qué quieres tanto maná? Si gastas el mismo que yo, nada, cuando las usas.
—Steve, las cartas no lo son todo.
—Ya sé que tienes artefactos que consumen maná, aunque en el laboratorio no me dieras ninguno que no tuviera su propia carga. ¿Pero no tienes también tus propios hechizos?
Claw no contestó.
—¿Qué más me has estado ocultando, Claw?
—No es momento para esto, Steve.
De repente, del suelo surgieron docenas de monstruos, empujando la tierra como si hubieran estado escondidos por un fino manto, sólo para saltar sobre ellos. Steve gritó, pero Claw se lo esperaba. Estaban rodados.
—¡Vuelo! —conjuró, y con la carta correspondiente, tomó a Steve del brazo y simplemente sorteó por el aire a esas criaturas de corto alcance.
—¿Qué son? —preguntó el joven. Le daban repelús, no parecían muy diferentes de los zombis.
—Son Ghuls, devoradores de cadáveres. Despedazan a sus víctimas, entierran sus restos y vuelven cuando se han podrido lo suficiente. Aunque los artificiales no necesitan comer. Son muy resistentes, fuertes y usan magia de tierra.
—¿Tanques?
—No tienen tantas habilidades. Pero les gusta hacer emboscadas. Lo raro es que nunca son tantos. La cantidad era exagerada. Normalmente no superan a los equipos de aventureros en más de dos a uno, si es que sucede.
Cargaba con Steve colgando del brazo, volando durante otros cuatro minutos.
—Claw, esto empieza a ser sospechoso. Primero un wyvern que habla, luego el hombre león… aunque se han peleado entre ellos. Luego el monstruo que decías que nunca salía de las cuevas. Luego esas cosas, pero multiplicando la cantidad normal. ¿Qué está pasando?
—No lo sé. Intento averiguarlo, pero me desconcentras.
Un destello. Algo en la creciente oscuridad, a la sombra de la colina, había disparado.
—¡Espejo! —conjuró Steve. Pudo apuntar justo a tiempo. El proyectil mágico explosivo rebotó, y no en cualquier dirección, sino exactamente al lugar del que venía. Vieron la explosión a lo lejos.
—No está mal —dijo Claw. Steve se sintió orgulloso. Era muy poco frecuente recibir su aprobación—. Por supuesto, yo también podría haberlo hecho, pero estoy ocupado cargando contigo y controlando la carta de vuelo con la otra mano. Me temo que ahora mismo ambos dependemos de ti.
—Lo sé. No te preocupes, por eso estaba alerta.
Un artefacto de defensa automática se activó; gastando una de sus tres cargas, una barrera se alzó detrás de Claw, justo antes de que un proyectil mágico impactara. El ruido fue atronador.
—¡A tu espalda! —gritó el rubio.
—No señales lo obvio. El primer ataque era una distracción. El segundo era mucho más poderoso.
—Apuesto a que no se esperaban que tuvieras una defensa tan buena.
—Creo que son hechiceros orcos. Son de la sección contigua a la de los wyverns. Pero deberían estar mucho más lejos. ¿Qué están haciendo aquí, fuera de su territorio?
—Y están bien coordinados —añadió Steve—. Comunicados a larga distancia. ¿También son reales, como los wyverns?
—No creo. En los documentos consta que se coordinan así. Está previsto para los grupos grandes que crucen desde la ciudad, probablemente. Para atacarlos desde varios ángulos a la vez.
—¿La Mazmorra creó a esos magos orcos sólo como contramedida contra los ejércitos de Vhae Mory?
—Eso parece. O al menos esa forma de actuar. Lo que importa es que ahora… ¡los usa contra nosotros!
Cuatro proyectiles potentes, como el anterior, llegaron desde cuatro direcciones. Pero desde tan lejos, para evitar recibir contraataques, que tuvieron tiempo de reaccionar. Claw se guardó la carta de vuelo y soltó a Steve. Ambos sacaron una carta en cada mano, y lograron defenderse. La doble barrera que usaron anteriormente fue suficiente para bloquear una de las explosiones, porque el tiempo de espera acababa de terminar. El artefacto protegió de nuevo la espalda de Claw de otro proyectil. Como no llegaron exactamente a la vez, Steve tuvo tiempo de conjurar el muro de viento que desvió el tercero, pero estalló cerca y la onda expansiva les sacudió durante su caída; Steve pensó que si siguiera en nivel uno probablemente hubiera perdido el conocimiento. El cuarto proyectil fue absorbido por Claw con otra carta.
Tuvo tiempo de controlar su caída, coger a Steve, sujetarlo en brazos y caer de pie en el río del valle, clavándose sus pies en el fondo de lodo. Saltó, y el impulso los sacó fuera, tomaron aliento y lo soltó. Perdieron parte del equipamiento colgante, el que no llevaban bien atado. Corrieron fuera del lecho del río, y Steve usó la carta de Fuego para incinerar, como si fuera un wyvern, a los monstruos que volvieron a emerger del suelo. Fueron al menos diez segundos de lanzallamas gigante, así que se giró sobre sí mismo y atacó también a los que les seguían, que estaban cerca de alcanzarles. Corrieron más rápido, y Steve comprobó que ni su velocidad ni su aguante eran relevantes todavía. Claw lo tomó en brazos y multiplicó la velocidad, pero inmediatamente jadeó. Steve preparó otras dos cartas.
—¡Salto!
Claw combinó la agilidad de su nivel con los saltos superpotenciados, y se zafó de una nueva emboscada: ahora era un pelotón de guerreros orcos de armadura pesada, de piel verde, reforzados por un chamán cercano. Posiblemente uno de los que había estado lanzándoles proyectiles explosivos de alta potencia.
En pocos saltos cayeron sobre el chamán. Claw usó uno de sus artefactos, el que normalmente sería un escudo en su antebrazo, de forma ofensiva; lo que sería una técnica de “golpe de escudo” en un guerrero, en este caso, al emerger tan rápido y con tanta fuerza, se convirtió en un poderoso golpe que aplastó los huesos del orco sin armadura, y lo lanzó a volar, por conjurar el escudo a centímetros de él, justo antes de que Claw fuera apuñalado por su daga envenenada.
—¿Seguimos en territorio wyvern? —preguntó Steve, de nuevo en brazos de Claw, mirando a los guerreros de armadura pesada que les perseguían. Contó al menos doce. Les estaban alcanzando poco a poco, a pesar de haber perdido su refuerzo. Claw volvió a saltar, aprovechando que no había cambiado la carta por otra, y ganó algo de terreno.
—¡Sí, Steve, no deberían estar aquí! ¡Y siguen siendo demasiado numerosos, de todas formas! ¡Sólo este pelotón podría acabar con dos grupos de tres aventureros!
Steve sabía que se refería a aventureros normales, no a fenómenos extraños como ese amigo de Victoria, el monstruo que se había unido a Max. ¿Qué nivel debería ser normal en el undécimo? ¿20, 24? Aproximadamente el de Claw.
—Ya podemos repetir —dijo Claw al aterrizar de otro salto, ganando un poco de terreno elevado para ver también a los que iban detrás, de entre sus perseguidores. Las cartas que habían usado contra el lagarto no eran individuales, sino que afectaban en área, de modo que combinó de nuevo la maldición debilitante con el rayo, rociándolos a todos, y los relámpagos conectaron las armaduras metálicas unas con otras.
Todos cayeron al suelo, muertos.
Steve vio cómo otro proyectil explosivo se acercaba desde el cielo, en trayectoria descendente, y conjuró agua para crear una piscina flotante que la contuviera. Funcionó, pero fue empujado y rodó por el suelo del monte, completamente empapado, y perdió más trastos. Claw había logrado encajar el envite del agua en pie
—¿Qué hay de los otros dos chamanes? —preguntó Steve, volviendo a correr por su propio pie.
—No están posicionados para atacarnos. Por eso he seguido este camino. Esa colina les corta el paso.
—Pues este proyectil caía desde el cielo.
—El hechicero estaba mejor ubicado que los otros. Sé lo que hago.
Y al parecer tenía razón, porque funcionó. No volvieron a ser bombardeados.
—¿Ahora tampoco ese puede atacarnos?
—Efectivamente. No te separes de mí y ya está.
—Pero entonces hay otros tres pelotones de orcos viniendo a por nosotros.
—Eso creo. Para la próxima, ya sabes qué hacer —dijo Claw pasándole las dos cartas—. Tú eres más dependiente de las cartas que yo. Las necesitarás.
—Así que estamos rodeados por un pequeño ejército de monstruos con los que el camuflaje no funciona…
—Eso parece.
—¿Qué vamos a hacer?
—Seguir huyendo, Steve. No pares de correr.
Eso fue antes de que apareciera el grupo de alghuls, minijefes hermanos mayores de los ghuls, que en lugar de aparecer de uno en uno, aparecían en grupo como si fueran rasos. Pero el enfriamiento de Vuelo había terminado, y los evitaron de nuevo. Sin embargo, estos les atacaron con estacas de roca, y al ser un grupo y alternarse, supuso una lluvia constante de ataques, tiro a tiro, poniendo a prueba la durabilidad de las cartas. Steve tuvo que desviar y bloquear en rápida sucesión a medida que se agotaba el efecto de cada una. Sólo uno de esos enormes proyectiles podría partirlo por la mitad. Además, habían echado a volar justo a tiempo para no ser atrapados por una enorme burbuja de roca que emergió del suelo a toda velocidad, y antes de alejarse lo suficiente de ellos, también conjuraron varios muros en el aire, que aunque caían como peligros mortales para quien pillara debajo, tan sólo pretendían hacer que Claw se chocara y se distrajera, pero Steve era el encargado de la defensa.
Y así fueron distraídos lo suficiente para recibir de lleno uno de los proyectiles explosivos, desde el flanco derecho, porque el chamán con el mejor ángulo había corrido hasta el lugar adecuado. Como no era justo un ataque por la espalda, ese artefacto no les salvó. En su lugar, Claw dejó caer a Steve y conjuró los dos escudos de sus antebrazos una fracción de segundo antes del impacto. La explosión rompió uno y quebró el otro disipándolo, y empujó a Claw por el aire, pero aún le quedaba tiempo de vuelo y logró coger a Steve a tiempo.
Fueron a por él, esquivaron y desviaron los tres siguientes disparos, y Claw lo mató con una bomba de maná.
—Toma karma —dijo Claw.
—No me dijiste que podías hacer eso —se quejó Steve, y entonces ambos cayeron al suelo y rodaron con torpeza. Se había agotado el tiempo de vuelo.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —ordenó Claw, viendo la embestida de los orcos corriendo cuesta arriba. El chamán se había posicionado en la cima de la loma. Steve combinó la maldición y el relámpago y los aniquiló a todos. Contó doce cuerpos mas el chamán. Miró su palma.
—Ya soy nivel 12.
—Todavía eres una hormiga aquí dentro, no bajes la guardia.
—La cadencia que han utilizado los que disparaban rocas…
—¿Qué pasa?
—Se están adaptando. Buscan nuestros puntos débiles.
—Ya lo sé, Steve. ¿Crees que no me doy cuenta de esas cosas?
—¡¿Pero qué está pasando?!
Claw se acercó a Steve y lo agarró del pecho, mirándolo a los ojos.
—¡La Mazmorra viene a por nosotros!
Y la noche cayó sobre ellos, trayendo la oscuridad. Y como estrellas sobre el suelo, vieron los ojos de más y más criaturas que se acercaban por todas partes, rodeándolos.
—Esto está mal —dijo Claw—. ¡Veo cosas que ni siquiera pertenecen a este piso!
—¡Utiliza Vuelo!
—¡No puedo!
Oyeron los pasos de un gigante. De varios. Se giraron y vieron un enorme portal, flotando en mitad del valle. Varios gigantes lo habían atravesado.
—¿Vienen del piso diez? —preguntó Steve asustado—. ¿No acaban de ser eliminados? ¿Ya se han regenerado?
—¿Y te preocupa eso? —se quejó Claw llevándose la mano a la cara, hastiado—. ¡Lo que importa es quién coño ha creado semejante portal! ¿A qué mago nos estamos enfrentando? ¡Controla La Mazmorra!
—Pero Claw, sólo hay una persona que…
—Oh.
—Mierda.
—El Amo va a por nosotros —dijeron al unísono.
Entonces Claw usó Salto y salvó a tiempo a Steve de un grupo de altos orcos piel roja del piso 12, cada uno de una clase diferente. Luchaban como aventureros de tres o cuatro pisos por debajo, pero eran demasiados. El Espejo les ganó algo de tiempo devolviendo ataques, pero estaba todo infestado, y todas sus defensas cayeron una tras otra. Recibían ataques de largo alcance por todas partes, desde flechas hasta nuevos hechizos. No daban abasto. No podían usar movilidad cuando apenas resistían. Claw comenzó a consumir su maná rápidamente, a medida que se quedaban sin opciones con las cartas. Y también consumía los cristales.
—Estamos acabados —dijo Steve, con los enemigos cada vez más cerca.
—No quería usar esto hasta ahora —dijo Claw—. Tomó de la mano a Steve, murmuró unas palabras y un emblema dorado relució en su pecho, sobre el corazón, bajo la camisa.
Aparecieron en otro lugar, y Steve se sintió desfallecer. No parecía una cueva, sino un edificio, un sótano. Había lámparas de techo iluminando la estancia, no antorchas. Le recordó vagamente al laboratorio. Una vez que tomó aliento, se puso en pie y habló.
—Claw. No hemos recibido ningún Tesoro Verdadero. No tenías hechizos de teletransporte de este tipo, y necesitabas el laboratorio para crear portales, y llevarte objetos para preparar el puente desde el otro lado, sólo para regresar —se puso en pie y se acercó enfadado—. Sé que adoras los secretos, pero estoy harto. ¿Desde cuándo puedes hacer teletransportes a este nivel? Y sobre todo, ¿por qué no lo hiciste antes?
—Porque sólo puedo hacerlo una vez al día. Y no estaba seguro de que nos fuera a llevar a un lugar seguro.
—¿De dónde has sacado ese emblema?
—Estuve aquí una vez, hace muchos años.
—Tracy tenía razón sobre ti.
—Eso no importa, Steve. Por ahora, estamos a salvo.
—Por eso tenías más de veinte niveles. La bruja lo sabía con sólo verte.
—Steve, me cansas.
—Todos estos años, todos tus discursos de tesoros, riquezas, fama, avances en la ciencia… ¿había algo de verdad en todo eso?
—Todo eso era verdad. Pero no toda la verdad. Tenía más razones para volver. Y ahora, ¿puedes centrarte en nuestra situación actual? Tenemos que salir de aquí. ¡Él viene a por nosotros!
Steve tragó saliva.
—¿Dónde nos has metido exactamente, Claw?
—Al último lugar en que me sentí lo suficientemente a salvo, que no esté demasiado lejos. Me temo que no traspasa pisos hacia adelante, aunque sea donde intento llegar. Sólo sirve para retroceder.
—¿Llegaste hasta el piso 12?
—Sí. Era muy joven entonces. La experiencia me cambió la vida.
—Sigues sin decirme dónde estamos.
—Porque me cansan las preguntas retóricas. Sabes cuál es el único lugar de La Mazmorra donde estamos a salvo. Y además reconociste el diseño por las descripciones.
—¿Estamos en el séptimo piso?
—Sí, Steve. Y fuera de la ruta de paso. Fuera del territorio del Amo.
—Entonces es la zona opcional con mayor dificultad que existe.
—Así es. Extremadamente difícil para su nivel.
—¡¿Y tú te sentiste a salvo aquí?!
Claw sonrió.
—No es tan difícil cuando tienes los aliados adecuados. Y este lugar, un laboratorio abandonado, era todo para mí. Aquí aprendí muchos secretos. Estuve viviendo más de dos años en este lugar.
—¿Qué?
—Había demasiadas cosas que aprender. Incluso mis compañeros siguieron adelante, y sólo volvían para ayudarme a despejar la zona cuando se regeneraba, como habíamos acordado. Estudiar y experimentar lleva tiempo.
—Esto es territorio de vampiros. ¿Me estás diciendo que simplemente te dejaron mudarte aquí, sin más?
—Claro que no. Hice un trato con ellos.
—¿De qué estás hablando?
—Querían expandirse a nuevas tierras, pero no pueden vivir en mundos sin maná. Y querían dejar atrás La Mazmorra y al Amo.
Esta vez fue Steve quien lo agarró de la pechera.
—¡¿Me estás diciendo que vendiste al planeta Tierra a los putos vampiros?!
—Qué desagradable. Claro que no. Era un acuerdo de beneficio mutuo. Ellos me ayudarían con sus conocimientos a traer una nueva Revolución Industrial, y yo sería su embajador. También pueden vivir del ganado, ¿sabes? Aunque les parece peor que el pienso para perros. Y entonces pensé en donaciones de sangre. Hay gente que vende su sangre, en los países donde se compra. O se hacía, no sé si ahora es ilegal. El caso es que los vampiros pueden integrarse en nuestra sociedad. Considéralos enfermos crónicos que necesitan transfusiones con gran periodicidad.
—Y que también mueren con la luz solar.
—Sí, bueno, eso también, claro. ¿No te dan pena?
Steve se alejó para vomitar en un rincón.
—¿Cómo es que sigue vivo? —preguntó el Fantasma a Valystar en su celda sin luz.
—No lo sé. Dímelo tú.
—Han usado recompensas reales, claro, e incluso se han hecho más fuertes, no hay razón para romper las reglas, y no es que hacerlo sirviera directamente al objetivo de la defensa. Pero aun así, eso son detalles menores. Deberían haber sido eliminados veinte veces antes de recurrir al emblema de Escape al Hogar. ¿Qué sutileza no alcanzo a comprender?
—Bueno, en primer lugar, era obvio que tenías que haber bloqueado ese emblema…
—Eso parece. Pero sería romper las reglas.
—Las has roto más de una vez.
—Para casos extremos.
—¿Y esto no lo es?
—Técnicamente, no. No es la existencia de la mazmorra la que se ve amenazada, Valystar.
—Regenerarlos antes de tiempo, y traerlos de otros pisos, también es romper las reglas.
—No del todo. Son eventos especiales con dificultad extra.
—Y tanto…
—Aun así, han logrado aguantar tanto tiempo que parecía el equipo de…
—¿Tan fuertes son Valentina, su compañero y el chico?
—Claw se ha refugiado en territorio vampiro. ¿Qué me aconsejas?
—Que me liberes.
—El Amo me ha ordenado explícitamente que no lo haga, así que es imposible.
—Entonces ve y cuéntaselo todo. Hay al menos dos mundos enteros en peligro. En estas circunstancias, los que vivan o mueran dentro de la mazmorra son insignificantes.
—Lo único que necesitamos es impedir que Claw llegue al octavo piso, concretamente al lugar donde preparó el desastre.
—Nada impide que haga lo mismo en cualquier otro lugar, ¿no? —inquirió Valentina.
—Su magia dimensional es débil. Necesita hacerlo desde allí. Mientras el portal que creó conecte con… donde sea que lo haya conjurado en su planeta.
—Entonces rompamos la conexión.
—No puedo hacerlo directamente. Tengo que enviar a un hechicero autónomo que sepa lo que está haciendo, y en quien pueda confiar.
—Me tienes que enviar a mí, pero soy la única a la que no puedes enviar.
—Exacto. Ya ves mi dilema.
—El chico es del mismo planeta. Tal vez pueda hacerle entrar en razón.
—Claw es demasiado arrogante. No le escuchará. No escuchará a nadie.
—¿No era tu Candidato Especial? Ponlo a prueba. Que no se diga que ni siquiera lo intentaste.
—Pero él no es mago.
—Pues que le acompañe algún mago. No creo que Vhae Dunking se quede impasible ante algo así.
—Sabes que sería demasiado arriesgado. Podrían interferir, y no tenemos tiempo.
—Entonces junta al chico con el mago más cercano y comunícate con ellos directamente. Otórgales una misión especial con una enorme recompensa.
—Tengo a alguien en mente… pero el Amo me prohíbe salir de este piso. No puedo decirles lo más importante, ni lo urgente que es. Claw está a sólo un piso de distancia.
—¿Y qué hay de los vampiros? Pídeles ayuda, ellos pueden oírte en vigilia sin estar frente a ellos.
—Fue lo primero que pensé, pero sin su rey ni siquiera me escuchan. No me respetan. Dicen que soy sólo una herramienta en manos de un hombre indigno, y creen que sólo digo mentiras para utilizarles.
—¿Y por qué no buscas al rey vampiro?
—Le perdí el rastro hace siglos. No lo voy a encontrar ahora.
—Pues me dejas sin opciones. No se me ocurre qué hacer. Tu Candidato Especial tendrá que bastar.
—Pero para mandarle mensajes tengo que esperar a que se duerma.
—¿Y un mensajero? Alguien de la familia que te escuche.
—No se van a preocupar por mundos ajenos tanto como para hacer enfadar a su patriarca.
—¿Y decírselo al Amo no es una opción?
—Definitivamente no.
—Así que no queda otro remedio que confiar en ese chico. De un modo u otro.
—Espero que tengas razón.
—¿Quién iba a decir que una herramienta tuviera tal mezcla de sentimientos, empatía, ética y responsabilidad?
—Odio cuando te pones sarcástica. Pero no sé por qué lo dices exactamente.
—Ya no sabes aceptar ni una broma.
—Nunca he podido.
—Lo decía porque sé que lo que te interesa es evitar son guerras de invasión a largo plazo, viendo el desastre que podemos provocar. Una alianza de mundos enteros contra esta y las demás mazmorras, en cuanto corra la noticia mediante magos dimensionales. Ellos pueden informar incluso a mundos ajenos a esta red, y abrir portales para sus ejércitos como ha hecho Claw.
—Los chistes pierden la gracia cuando los explicas —dijo el Fantasma.
Valystar sonrió.
—Me alegro de tenerte haciéndome compañía.
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