Dentro del Laberinto 31: Plan del Héroe

Jack Max tiene las cosas muy claras, pero al Héroe le importa un pimiento.

Todos fuera de la torre oyeron el nuevo rugido del Amo cuando el explorador le dio la noticia de lo que había hecho su hijo Adán, y cómo había perdido a varios de sus mejores hombres también.

—¡Id a su planeta! ¡Traedme a la familia del Candidato Especial! —ordenó.

—Pero abuelo, el paso está cerrado… —dijo uno de los jefes de escuadrón de altos orcos piel roja, un mestizo bárbaro.

—¡Usad el del octavo piso!

—También está cerrado, padre —repuso una maga nigromante, que canalizaba el poder del Amo fuera del piso 14.

—¿Qué? ¿Por qué no se me ha informado?

Se miraron unos a otros. Él era el que debería saber esas cosas.

—Amo, si me permite añadir algo a mi informe… —intervino el explorador—, creo que es posible que Adán esté vivo. Su rastro llevaba a Adhae Mory, pero estaba muy débil. Fue derrotado. Puede que esté siendo interrogado, o que quieran usarlo como moneda de cambio.

—¡Esos bastardos! ¿Cómo se atreven?

—Iré a la ciudad y desataré la peste sobre ellos —dijo la nigromante, pensando en su nube de miasma, un veneno que mataba en minutos y luego alzaba los cadáveres como zombis. Los curanderos no darían abasto en la ciudad, y los supervivientes serían aniquilados por aplastante superioridad numérica, aunque los zombis no fueran muy fuertes.

—No podrías hacerlo, Jaradra. Está fuera de mi territorio. Dependerías de tu propio poder, y no es mucho.

La mujer cambió de postura, contrariada. Por supuesto que era muy poderosa, pero sin habilidades especiales ni refuerzos de su padre, ni suministro constante e inagotable de maná al realizar nigromancia, obtenido del propio Laberinto.

—¿Y no puede simplemente conjurar el miasma y lanzarlo desde el muro exterior? —preguntó alguien. ¿Uno de sus bisnietos? El Amo había perdido la cuenta de los mocosos.

—¡Pues claro que no! —contestó el Amo indignado—. La nube desaparecería en la frontera del muro. Es un poder que emana de mí, el Amo del Cetro de Agamenón, el rey de toda la Mazmorra. ¡Fantasma!

El Fantasma del Laberinto se manifestó, como si siempre hubiera estado ahí, apareciendo de la nada.

—A sus órdenes, mi amo.

—¿Qué alternativas tenemos?

—Siempre puede renunciar.

—¡¿Cómo te atreves?! —gritó furioso, poniéndose en pie y alzando el cetro contra él. Como si creyera poder destruirlo a voluntad.

—Sus enemigos vienen.

—¡Eso ya lo sé!

—No, no lo sabe. Debería prestar más atención. Comunicarse más a menudo con el corazón de la mazmorra.

—¡Explícate! ¡Odio cuando me vienes con rodeos!

—Más de cien personas provenientes de Adhae Mory acaban de penetrar el muro exterior del décimo piso. Su karma es suficientemente blanco para penetrar el filtro, y su nivel es anormalmente alto. Se trata de las fuerzas más poderosas de la Ciudad de los Sabios, seleccionadas de entre los que tienen el karma adecuado.

La expresión del Amo había pasado de la ira a la preocupación.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Es responsabilidad del amo proteger la mazmorra. Es usted quien debería alertar a sus fuerzas, no yo.

El Amo se quedó mirando en silencio la oscura figura encapuchada, cubierta por una simple túnica negra, flotando, con la sombra de unos pies esqueléticos, translúcidos, asomando bajo los jirones colgantes del extremo inferior. Sus ojos relucían en sus cuencas como estrellas azules.

—Les superamos en número —dijo al fin El Amo—. ¡Convocad a los ejércitos! Les aplastaremos. Que todo guerrero de cualquier clase se prepare para la guerra. Si eso es lo que quieren, les ahogaremos en su propia sangre!

Su familia le vitoreó. El Fantasma guardó silencio.

El Fantasma apareció dentro de la celda de Valystar.

—Ha pasado algo interesante —dijo el espectro.

—¿Alguien ha decidido acabar con él?

—La ciudad.

—Ya era hora.

—Y no es el único.

—¿El chico está bien? ¿Sigue vivo?

—Su determinación ha caído. Ahora sólo quiere rescatar a su amiga. Una maldición de vampirismo.

—Tienes oídos en todas partes, ¿eh?

—Tengo un espía en Nido de Estrellas.

—¿Él lo sabe?

—No.

—Una herramienta capaz de conspirar contra su dueño. Me sorprende que no haya intentado azotarte. O ejecutarte.

—¿No vas a preguntarme de quién se trata?

—No, porque pienso que es un objeto, no una persona. Una reliquia antigua, quizás. Tan nueva para ti como el primer día. ¿El símbolo de mando de su líder, quizás? ¿Es otro bastón de mando?

—Prefiero no decirlo.

Si el Fantasma pudiera sonreír, lo hubiera hecho entonces.

—Nunca se sabe quién está escuchando —dijo Valystar.

—También tengo otra cosa que decirte. Algo personal.

—Me tienes en ascuas.

—Tu hija. Valentina. Se ha unido a él.

La elfa se quedó paralizada.

—¿Ha cruzado el portal?

—Sí. No temas por ella. Puede ser una asesina despiadada, pero dentro de lo posible, tiene buen corazón cuando no se enfrenta a sus enemigos. Además, ayuda a cuidar niños huérfanos. Eso también da puntos. Ha cruzado sin daño alguno.

—¿Cómo sabes esos detalles? Está fuera de tu territorio.

—Pero ha soñado muchas veces aquí dentro, al descansar en los refugios. He atado cabos.

—¿Le enviaste algún sueño a él?

—Sí, una pista, previendo lo que iba a suceder. Es mucho más receptivo.

—¿Qué quieres decir?

—No importa. Pronto saldrás de aquí, de un modo u otro. Confío en ti. Eres una buena sirviente.

El Fantasma desapareció.

Mientras tanto, en el salón del trono, el Amo estaba con los ojos cerrados, completamente concentrado. No le gustaba abstraerse por completo, aunque según el Fantasma eso fuera una falta de atención a sus deberes. Le exponía al asesinato a manos de traidores que lo cogieran por sorpresa con la guardia baja. Era peor que dormirse de forma natural.

Finalmente los abrió y se puso en pie.

—He abierto el paso del octavo piso. Buscad a su familia. Enviad a un equipo completo.

—¿Seis? —preguntó el mocoso impertinente.

—Claro, para superar por dos a uno a cualquier equipo de aventureros corriente.

—¿Por qué tantos? Deberían aplastar a un equipo de cuatro siendo sólo dos, y sin sufrir heridas graves ni gastar la mitad de su maná.

—Estos son especiales. Niño, vete a jugar. Arráncale las patas a algún insecto de Jaradra, por ejemplo.

Hacía referencia a las nubes de insectos que lanzaba la mujer, todos capaces de parasitar animales y humanoides, reproducirse a toda velocidad y reventarles esparciendo a más insectos. Una alternativa al miasma, pero menos poderoso. Los usaba lanzando una invocación de portal y control mental, y los guardaba en una especie de zoo para insectos, donde los cultivaba como en una granja. Era un pasatiempo para los niños observar cómo se retorcían y agonizaban.

—Pero estoy aburrido de insectos, Amo —dijo el niño. “Tataranieto, creo”, pensó—. Faima no me deja jugar con los esclavos. Pero a Joseph le dejó torturar prisioneros, unos ladrones del piso 11. No es justo.

—¿Quién era Faima?

—La jefa de carceleros. Desde que Roxan mató al anterior.

—Ah, sí. Gánate tu propia justicia. Y ahora lárgate de aquí.

El niño salió corriendo.


Claw se detuvo a observar desde lo alto de la colina. Avanzaba con prudencia, oculto junto a Steve, pendiente de cualquier wyvern que pudiera aparecer, puesto que seguían en su territorio. Pero era necesario para poder evitar el filtro de karma.

—¿Quiénes son esos? —preguntó Steve, tumbado como él sobre el césped. Sólo por reducir su silueta, si alguien podía ver a través de su camuflaje óptico. Ahora tenía más cuidado, tras el comentario de Tracy sobre eclipsar demasiado el maná, pero no estaba seguro de no ser detectado. Toda prudencia era poca en aquel lugar hostil.

—Infiero que son soldados de la ciudad. Mira los emblemas de sus armaduras.

—No puedo verlos desde aquí.

—Yo tampoco. Pero deben tenerlos. ¿Quién más es capaz de meter aquí dentro docenas de soldados en formación militar? Estamos en el undécimo. Es demasiado avanzado. Según los registros históricos, ningún ejército de la Tierra llegó nunca hasta el octavo piso.

—Lo cual resulta irónico. ¿No había allí otro portal?

—Así es, el habitual de la red de mundos. Eso es lo que estaba buscando con la brújula. Podía estar abierto o cerrado, pero era como localizar el túnel de una carretera pasando bajo una montaña. Sólo teníamos que derribar los tablones de madera que nos cortaban el paso.

—¿Qué hacemos ahora, Claw?

—Esperar a que pasen y no mover ni un músculo.

—Parecen decepcionados. Esa forma de mirar el cadáver de ese monstruo… esperaban matarlo.

—La mayoría de ellos seguramente no se ha enfrentado con wyverns antes. Esto es la zona opcional de este piso, la más difícil sin contar con los subterráneos. Sólo los que completan el piso 12 se acercan por aquí. Y sólo si tienen equipamiento y habilidades adecuadas para enfrentarse a lanzallamas gigantes voladores, y monstruos de tentáculos parasitarios bajo tierra.

—¿Corremos peligro de infectarnos con huevos en la superficie?

—Si fueran animales reales sí, pero son creaciones artificiales. No se reproducen.

—¿Si ese “amo” es tan pervertido como aparenta con los premios que da… son tentáculos violadores? Ya sabes, como en el hentai…

—Probablemente. Otra razón más para que los equipos con mujeres eviten acercarse a las cuevas de esta zona.

—¿Pero realmente son comparables a los wyverns?

—Si los wyverns no fueran reales, esos híbridos de lagartos y pulpo serían más peligrosos.

—¿Por qué? No me lo explico.

—Porque cazan en grupo contra objetivos aislados, y con paciencia. De uno en uno, van reduciendo los equipos de aventureros. No son dados al combate directo en espacio abierto, no funcionan por fuerza bruta. En su lugar, una vez infestados de parásitos sus víctimas, toman control de sus mentes desde dentro. Los vuelven contra sus equipos, sin que los monstruos arriesguen su propio pellejo.

—¿Entonces no bastaría con no bajar la guardia y no separarse nunca?

—Pero a estas alturas lo normal son equipos de tres. Las emboscadas son en espacios cerrados por un mínimo de seis, habitualmente nueve monstruos. Eso anula a los de larga distancia: magos, arqueros, curanderos, marionetistas, domadores y demás. Tampoco hay espacio para los usuarios de gigantismo, o invocadores de gigantes. Las cuevas son robustas, no muros de ladrillo. Roca maciza durante cientos de metros hasta el exterior. Se aplastarían a sí mismos. Y además, eso son cincuenta, ochenta, cien tentáculos a la vez. Todo muy caótico en un espacio reducido.

—¿También tienen hechizos?

—Sí. Piel de hierro, por ejemplo. Bloquean espadas con sus tentáculos, y sufren heridas leves si les aciertan en el torso.

—A menos que las espadas también estén reforzadas. ¿Elemento rayo?

—Por ejemplo. Pero nada de esto importa, porque no vamos a cometer la estupidez de explorar las cuevas.

Las hileras de militares comenzaban a sobrepasarles. Parecían no ser detectados. Pero Claw no se permitió sentir alivio todavía.

—¿Y qué pasa si el equipo es todo compuesto de guerreros? —preguntó el rubio—. Especializados en corta distancia.

—Especializados en una o dos armas simultáneas. Calcúlalo, Steve. Dos por tres. Un solo monstruo puede bloquear las dos manos armadas de un equipo de cuatro personas. Y en un equipo de sólo tres, uno recibiría ataques por dos flancos. Una vez que caiga uno, serían ocho tentáculos contra dos extremidades. Caerían como un efecto dominó.

—Pero todo eso es suponiendo que cada tentáculo pueda igualarse a un aventurero de este piso, Claw. ¿No sería una dificultad exagerada? Y por lo que dices ni siquiera son minijefes.

—El problema es que los minijefes, las reinas que ponen huevos, les lanzan magias de refuerzo desde larga distancia, sin siquiera ver a sus crías. Es decir, lo serían si no fueran artificiales.

—¿A distancia y sin verlos, y desde otra habitación? ¿Cómo lo hacen? ¿Nube de miasma?

—Eso creo. Explicaría por qué son tan letales. Al mismo tiempo que debilitan a los aventureros, refuerzan a esos monstruos. Y probablemente añaden daño constante por veneno, distrayendo a los aventureros con el dolor. Quizá incluso actúe como ácido en su piel.

—No lo entiendo. Suena excesivo para este piso. Parece propio del piso del Amo.

Zona opcional, subterráneo aún más difícil, y minijefes débiles pero especializados en apoyo. El procedimiento correcto es correr hasta encontrarlos y matarlos cuanto antes, sin dar oportunidad a los lagartos para hacerles emboscadas. Entonces eliminas de un plumazo los refuerzos, los debilitamientos y el veneno. Quizá hasta la corrosión.

—¿Por qué insistes en que puede ser niebla ácida?

—Por las armas dañadas que encontraron los exploradores que entraron y volvieron a toda velocidad, sólo por curiosidad. Hay varias menciones a cómo los encantamientos se habían desactivado, y estaban oxidadas.

—¿También desactivan encantamientos? ¡Pero entonces las armaduras y escudos…!

—Exacto. La dificultad es ridículamente alta. Yo tampoco me lo explico. Pero me da curiosidad por ver la clase de tesoro que ocultan. No he encontrado nada al respecto. Todo el mundo evita siempre esta zona.

—¿Y cómo es que esos exploradores no eran afectados por la niebla ácida, como para no poder confirmar sus efectos?

—Distintas etapas, a medida que avanza la batalla. Primero refuerzos, de eso estoy seguro. Probablemente desactivar los encantamientos sea al final, como un as en la manga, por si los aventureros bajan la guardia a medida que matan lagartos.

—Suena terrible —dijo un hombre tras ellos.

Los dos se volvieron sobresaltados y gritaron.

—Identificaos —dijo apuntándoles con su espada. Vestía armadura de placas, con un emblema rojo sobre blanco a la altura del corazón. Detrás de él había otros cinco soldados, dos de ellos mujeres. De un vistazo Claw identificó sus clases.

—Sólo somos aventureros —explicó Claw alzando las manos. Intentó ponerse en pie, pero la espada se acercó a su cuello, y se quedó tumbado. Otro soldado se acercó haciendo lo mismo, apuntando a Steve.

—¿Y de dónde venís? —preguntó el otro.

—Del portal del octavo piso —contestó Claw—. Uno de ellos.

—Mientes. Todos los portales llevan a Kar-Blorath desde hace un mes.

—Penetramos por una brecha que yo mismo creé. Aunque ahora no estoy seguro de poder volver por el mismo camino.

—¿Un mago? —comentó el primero en aparecer—. Os interrogaremos a ver si algo de lo que decís es cierto.

—Claro que lo es.

—Eso es ridículo. Los portales cerrados se quedan cerrados. Nadie domina la magia dimensional a tal nivel. Ni siquiera el Consejo de Sabios.

Claw, herido en su orgullo, quería decir “¡Por supuesto que lo hice! ¡Utilicé un artefacto de la Mazmorra, y sabía exactamente de qué tipo debía ser!”. Pero eligió guardar silencio. El hombre sonrió al ver cómo se ofendió.

—Lilypuff —dijo Claw.

—¿Qué?

—Paga el precio de tu libertad.

—El sable se deslizó por el cuello de Claw, dejando ver un fino hilo de sangre. Tembló de terror.

—Eso pensaba —dijo el soldado.

Las mujeres se aproximaron y los inmovilizaron. Sellaron su maná y les ataron las manos en la espalda. Les registraron y encontraron todos sus objetos mágicos, incluyendo su pulsera de inventario, que ocultaba un depósito cúbico de menos de un metro de lado, donde apenas podía guardar sus cosas de mago. Sus guardaespaldas tenían que cargar con su propio equipamiento en las mochilas.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo una de ellas al encontrar la primera carta, la que había estado manteniendo activo el campo de camuflaje. Le inyectó maná interfiriendo en el circuito, y el hechizo terminó. Esta vez no se cayó en pedazos, sólo desapareció suavemente, como el vaho en un cristal.

—Trátalas con mucho cuidado —dijo Claw en tono amenazante—. Cuando nos soltéis tienen que estar intactas.

La mujer sonrió despectivamente, y rasgó el borde. Chispas rosas saltaron.

—¡No! —gritó furioso. La mujer la guardó junto con todo lo que iban requisando, guardándolo en alforjas. Se repartieron sus cosas entre cuatro de ellos, porque eran bastantes chismes, tras vaciar el inventario de Claw.

—¿Qué es esto? —preguntó la morena de largo cabello que caía sobre sus hombros. Sostenía un frasco vacío de cristal. La tapadera, con bisagra metálica, estaba abierta.

—¿No puedes adivinarlo por el olor? —preguntó Claw. La mujer olfateó sin sacar nada en claro.

—Trae —dijo la otra, de cabello morado, arrebatándoselo de un manotazo. Lo olió también. Seguía oliendo a aire, y su expresión fue de mayor desconcierto por no identificar la sustancia.

—Soldados, estáis inhalando algo desconocido, producto de un mago —se quejó el hombre en retaguardia. Por su actitud parecía el jefe—. Tened más cuidado. Podría estar engañándoos. Los magos no son de fiar.

—Yo también lo soy —se quejó la de pelo verde hasta la altura de la barbilla. Llevaba una diadema dorada, y Claw pensó que era algún tipo de refuerzo para magos. Sintió la tentación de robárselo allí mismo, delante de todos, pero jamás cedería a un impulso tan peligroso.

—Tú no eres una maga, eres una soldado de clase mago —repuso su superior—. Confío en mis soldados, pero no en los magos. Y tú deberías hacer lo mismo. No bajes la guardia y no te dejes engañar. No me gustaría que alguien tan hermoso como tú… —el militar guardó silencio, y se sonrojó. Igual que la mujer. Esta abrió la boca, un hilillo de baba corrió de sus labios, y se relamió. Tragó saliva y se acercó a su jefe. Le puso la mano en el hombro con cuidado, como si intentara no asustar a un cachorro callejero. El hombre casi retrocedió por disciplina, pero al fin y al cabo la mujer sólo iba a tocar el metal de su pechera. ¿Qué importaba?

—Veo esto y siento envidia —dijo la morena—. ¿Es que él es el único lo bastante hombre por aquí para reconocer que le gusto?

—Lo siento —dijo uno.

—Creo que te amo —dijo el otro—. Era un secreto.

—¿Y a qué estáis esperando? —preguntó la mujer quitándose la armadura. La de cabello verde sonrió, besó a su superior, y este cedió, devolviéndole el beso. Comenzaron a quitarse la armadura mutuamente. Los otros hombres también. No podían hacerle el feo a la morena.

Un minuto después, las seis personas estaban follando. A la morena se la metían por el culo y por el coño, tumbada sobre el que la percutía por detrás. La de pelo verde se la chupaba a su superior, mientras otro se la follaba, estando ella a cuatro patas.

Dos minutos después, Claw y Steve recogieron sus cosas, siendo ignorados, y de paso les robaron todo lo que pudieron. Con mucho cuidado, Claw se aproximó a la de pelo verde, y tomó con suavidad la tiara dorada.

La mujer le sujetó con fuerza con una mano, como si su zarpa fueran unos alicates. Claw se sintió estúpido.

—¿Dónde vas? —dijo sacándose la polla de la boca—. Únete a nosotros.

—Eh… si insistes…

—¡Pero no pares! —se quejó el hombre, sujetando del cuello a Claw, por importunarle.

—¡Vamos! —gritó la mujer de pelo verde, alzando más el culo—. ¡Ponte de acuerdo con el otro, uno por arriba y otro por abajo! —y siguió chupándosela entonces. El hombre, distraído por la mamada, dejó caer a Claw, a quien había sostenido en el aire con una mano. Miró a Steve, que estaba en pose de “¿No te lo estarás planteando en serio?”. Claw se encogió de hombros, se tumbó debajo de la mujer, y tiró de sus caderas para que bajara su postura. Se la sacó y golpeó el clítoris.

—No tengo espacio donde metértela, señorita —comentó.

—¡Isaías! ¡Sácala, métemela por el culo! —gritó. El hombre obedeció. Ella se quejó del dolor por unos segundos, como había hecho la morena, pero también parecía gustarle. Entonces Claw se la metió por el coño, sonriendo agradecido. La mujer gimió, con la boca tapada. El hombre se corrió, y el semen rezumó de sus labios, y eso hizo que la mujer tuviera su primer orgasmo, sin sacársela de ningún agujero.

Ese era el momento que Claw había esperado, con el jefe y la mujer gimiendo y los ojos cerrados, le quitó la tiara y se la lanzó a Steve, que la cogió al vuelo.

La orgía siguió durante un buen montón de orgasmos más, pero Claw se dio por satisfecho con el primero. Se quitó de debajo y tan pronto como pudo echaron a correr.

—¿En qué estabas pensando? —se quejó Steve.

—¿Qué más da? Los hemos desplumado, y encima he echado un polvo gratis. ¡Corre!

—¿Qué hay de Lilypuff? —preguntó Steve.

—Ahora es libre.

—Me sorprende que cumplas tu palabra. Con el hada, quiero decir.

—Se escabulló en cuanto nos roció a todos. No podría recuperarla aunque quisiera, tiene demasiada ventaja. Probablemente se habrá escondido en una cueva, porque me oyó decir lo peligrosas que eran.

—Me sorprende cuánto dura el efecto del antídoto.

—A mí no. Lo tenía previsto. Por eso le dije que las palabras “paga el precio por tu libertad” desactivarían el hechizo asesino que la encerraba, pero sólo si cumplía con la orden de rociar mis alrededores con su polvo de hada.

—Era mentira, ¿verdad?

—Claro. No tengo ningún hechizo tan sofisticado como para reaccionar a esas sutilezas del lenguaje, oyendo todo el rato mis palabras, y matando a distancia a un hada en función de si obedece o no una orden que le di hace días.

—Así que pudo haber escapado de su tarro en cualquier momento que hubiera querido, porque el mecanismo estaba sin cerrar.

—Así es.

Cargados de bolsas y bártulos, y ahora con cinturones con espadas y otras armas en su cintura o cruzando sus hombros, a su espalda, corrieron y corrieron cuanto pudieron. Subieron la loma sin encontrarse ningún otro soldado, y se adentraron en la única cueva segura, la que les había traído por los pasadizos secretos, evitando el filtro de karma, desde el décimo piso.

Y Lilypuff, sin saberlo, acabó refugiándose en la mayor red de cuevas del piso, que eran las más seguras, porque siempre estaban vigiladas y despejadas de monstruos en cuanto se regeneraban. El hada llegó a Nido de Estrellas.

—¿Un hada? —preguntó un guardia detrás de ella—. Había cancelado el hechizo de invisibilidad.

—¡Aaaah! —gritó asustada, y voló a toda velocidad más profundo.

—¡Tranquila, no voy a hacerte daño! —pero ella estaba segura de que era mentira. Muy pronto encontró una pared de barrotes, algún mecanismo tipo puzzle que el hombre tardaría en resolver; lo cruzó entre los huecos y respiró aliviada.

—¡Mira mamá, un hada! ¡Es la primera vez que veo una! —dijo un niño señalándola, de la mano de su madre.

—¡Aaaaah! —y huyó en dirección contraria.

De repente se encontró sobrevolando a varias personas, tan cerca del techo como podía, y tan rápido que se cansaba rápidamente. Al agotarse, su velocidad bajó bruscamente, mientras sudaba y estaba mareada por el esfuerzo. Empezaba a perder altura. “No… resiste… a este paso… te estrellarás”, pensó. Logró enderezar la trayectoria antes de estamparse de cabeza contra el suelo de roca. Se elevó y vio una silla en la que posarse.  Se detuvo ahí, descansando, y luego voló un poco más, hasta la mesa, y miró alrededor. Parecía un comedor. Estaba lleno de platos sucios y con sobras. Y había fruta fresca sin terminar. Sus tripas rugieron, y se lanzó a devorar todo lo que pudo.

—Esto sí que no me lo esperaba —dijo un hombre tras ella.

—¡Aaaaah! —escupió comida al gritar, y echó a volar. Pero esta vez la atraparon al vuelo. “Estúpida, estúpida. Si te sorprendían, volarías demasiado lento”. El puño que la apresaba se acercó peligrosamente a las fauces del gigante, mientras ella intentaba escurrirse, empujando con sus manos sobre los dedos de la criatura. No serviría de nada pedir clemencia, lo sabía. Los gigantes eran todos crueles e insensibles a las criaturas inferiores a ellos. Como cuando aplastaban insectos o ratas. Pero no podía resignarse, aún no; acababa de recuperar su libertad. Logró reunir valor suficiente para mirar al monstruo a la cara, y le sostuvo la mirada. Esos ojos gigantes tan cerca de ella eran espeluznantes, y en cualquier momento podría simplemente arrojarla dentro de su boca, masticarla y tragarla. Temblaba de miedo. Había tenido mucha suerte con Claw, pero las hadas normalmente eran viviseccionadas por los magos y alquimistas, para fabricar pociones. Y otras criaturas simplemente se las comían vivas para recargar su maná, e incluso ganar un refuerzo extra, superando sus límites normales. No iba a pedir piedad. Afrontaría su destino como su madre, y como su abuela antes que ella.

—Tranquila, pequeña —dijo el gigante—. Este es un refugio para todos los que buscan asilo y tengan buen corazón. Aquí estarás a salvo. Me llamo Max. Jack Max. Y eres libre —y dicho eso, abrió la mano con delicadeza, y se encontró cayendo al vacío por un momento, desconcertada. Batió sus alas y huyó aprovechando el momento.

—¡Habrá más comida para ti cuando vuelvas! —gritó el gigante, desde el comedor que dejó atrás.

No era tan estúpida para dejarse engañar. Los gigantes eran como los gatos, cuando jugaban con su comida antes de devorarla.

Pero cuando iba a cruzar los barrotes de camino a la salida, se encontró con un colchón de aire. Un hechizo de barrera que la hizo rebotar. Miró hacia atrás y vio acercarse al trote a ese monstruo que se hacía llamar Max. Sonreía. Estaba divirtiéndose con su comida.

—Sé que te acabo de decir que eres libre, pequeña. Pero si dejo que te vayas ahora, lo que sea de lo que huyas podría atraparte —dijo con serenidad al alcanzarla. Rápidamente otro grupo de gigantes y semigigantes se puso detrás del humano. Traía un trozo de fruta en la mano. Se acercó a ella, y Lilypuff retrocedió. El hombre lo soltó junto a la puerta de barrotes, y retrocedió.

—La barrera durará una hora más —dijo ese tal Max—. Si para entonces aún quieres irte, eres libre de hacerlo —se volvió a los demás—. No quiero que nadie la moleste. Dejadle espacio. Tiene miedo de criaturas diez o veinte veces más altas que ella.

La gente asintió, y se marchó. Sólo el guardia permaneció, en su asiento junto a los barrotes, leyendo un libro.

Y Max. Se sentó en la silla junto al guardia, y se pusieron a hablar de cosas intrascendentes. Cosechas, precios, cotilleos sobre esa gente… nada útil. Lilypuff lentamente se marchó en la dirección opuesta al comedor, y exploró. No parecía haber nadie por allí. Y entonces pasó junto a una sala de entrenamiento. La reconoció porque se parecía a la del búnker de Claw. Había un gigante golpeando maniquíes, más joven que Max. Otros estaban cerca, sentados y con semblantes preocupados. Reconocía a una semielfa cuando la veía. Los elfos sí eran respetuosos y amistosos con los pueblos de las hadas. Y el otro… parecía un mestizo de una de las razas de los bosques, pero no lograba ubicarlo. Probablemente de otro mundo de la red, un pueblo menos extendido por la red que el de los elfos, los más antiguos colonos. Según muchos, los primeros en atreverse a dejar atrás sus hogares a través de la red, sin mirar atrás. Según otros, porque huían de algo.

—No vamos a hacerte daño —dijo la semielfa sin darse la vuelta. El hombre a su lado sí se volvió, y la miró. Sonrió al verla.

—Es la primera vez que veo un hada.

El monstruo humano que golpeaba los maniquíes se detuvo y se volvió.

—¡No me fastidies! ¿Un hada? ¿De verdad?

“¿Qué le pasa hoy a todo el mundo con las hadas?”, se preguntó molesta, cruzada de brazos. Seguía en territorio enemigo, pero al menos había encontrado una semielfa. Tal vez la única que podría, y querría, ayudarle. Si no estuviera del lado de los humanos.

—Me llamo Valentina —dijo la mujer aproximándose con cuidado, lentamente—. Pareces asustada. ¿No eres de aquí?

—Yo… acabo de llegar. Estaba escapando. Estaba encerrada desde hacía años. Por fin me ha soltado.

—¿Quién?

—Un monstruo. Un mago humano. Se hace llamar Claw, pero nadie conoce su verdadero nombre.

El hombre con pequeños cuernos también se puso en pie y se acercó.

—Parece que hay algunas historias por aquí acerca del nombre verdadero. Algunos creen que es posible usarlo para hechizarte, o ponerte una maldición, o algo parecido. O matarte con desearlo. Hay muchas leyendas, teorías y especulaciones entre los pueblos instalados en la Mazmorra y sus cercanías. El “nombre verdadero” sólo es una de ellas.

—Pero no es de aquí —repuso Lilypuff—. Es de la Tierra.

—¿¡Qué?! —dijo el gigante, acercándose. Lilypuff retrocedió, y él se detuvo en seco.

—No le gustan los humanos —dijo Valentina—. Su captor lo era. Y además, bastantes mestizos humanos han… cazado y experimentado con hadas. Generalmente magos. O al menos, se las venden a magos. Con ellas hacen pociones, entre otras cosas.

—¡Qué horror! —exclamó el mestizo de los bosques. Lilypuff lo había calado bien.

—Pero se supone que el paso a la Tierra está cerrado —dijo el humano, con yelmo dorado. No llevaba nada más, ni armas ni armaduras—. ¿Cómo ha conseguido ese mago venir aquí? ¿O desde cuándo merodea por aquí? Y por cierto… ¿has escapado de él aquí, en el undécimo piso? Eso es raro. Debería haber superado el filtro de karma, pero alguien tan cruel no debería poder hacerlo.

Lilypuff tapó sus oídos. ¿Es que el humano no se callaba nunca? Hablaba de forma atropellada. Por primera vez echó de menos la forma de hablar de Claw, siempre dando discursos y tratando de sonar fabuloso, como si fuera un gran maestro o un político.

—Parece que le atosigas —dijo la mujer.

—Lo siento. Es que creía que no podría regresar a casa sin vencer al Amo. Pero esto… esto lo hace posible. Tal vez. Puede que ese hombre sea la llave para cruzar.

—¡No! —gritó Lilypuff, y huyó a toda velocidad. Ese monstruo pretendía llevarle de vuelta a Claw. Jamás lo permitiría.

Un elfo apareció cortándole el paso, haciéndole el gesto de detenerse. Dudó por un momento, pero lo hizo. Tras él estaba Max, así que estuvo a punto de seguir huyendo. Pero era un elfo.

—¡Socorro, me quieren encerrar otra vez! —rogó, y el elfo puso sonrisa triste.

—No temas, hija del bosque, pues en este lugar estarás a salvo —dijo solemnemente el elfo. Max asintió feliz tras él, sonriéndole. Ella entrecerró los ojos, midiéndolo. ¿Había conseguido poner de su lado incluso a un elfo? ¿O era posible que realmente fuera un refugio para ella? Pero no podía correr el riesgo. Sin embargo, al menos debería responder al elfo.

—No puedo confiar en vosotros. Ni siquiera en ti. Acabo de recuperar mi libertad.

—Entonces permíteme usar contigo magia de enlace mental: te mostraré mis recuerdos.

—Yo… eh… no sé.

—No tienes nada que temer. Sé que no tienes por qué confiar en mi palabra, pero tienes a tu alcance un posible refugio seguro, y en el exterior, enemigos reales. ¿Qué es más inteligente? ¿Correr el riesgo y confiar en posibles aliados, o salir de aquí y arrojarte a los brazos de lo que con certeza son tus enemigos?

—Si los falsos amigos quieren tenderme una trampa, estaré en peor situación que alerta contra mis enemigos.

—Si quisiera atacarte con magia, podría haberlo hecho. Sólo te pido permiso para conectar mis recuerdos contigo.

—Podrían ser ilusiones. Recuerdos falsos.

—Llega un momento en la vida en que tienes que correr algunos riesgos —dijo Max. Ella lo miró molesto, pero al final asintió lentamente al elfo.

—Me alegra tu decisión.

El elfo lanzó el hechizo, y se sumió en sus siglos de recuerdos. Su mundo, la persecución de la marca de la bruja, el genocidio de bebés con ella, y cómo fue incapaz de proteger a su hija ante su tribu. La vergüenza y la pérdida, y la esperanza de que de algún modo siguiera viva, tras desatarse el caos. Las guerras élficas. Todos los pisos que el elfo había recorrido, todo lo que había visto, el piso número 13 antes de que fuera bloqueado. Los dragones hechiceros que allí vivían y cerraron el paso, con el poder de cambiaban de forma. La reina dragón y su aspecto humano, en honor a su salvadora, una aventurera muerta mil años antes. El pequeño refugio para los elfos que allí había, y cómo juraron guardar el secreto. Cómo él decidió que debía encontrar otro lugar donde muchos más de ellos pudieran ir, libres de las persecuciones de otros elfos conquistadores. Debía ser un lugar de la red de mundos, pero respetaría el escondite de los dragones, cazados por una gran alianza entre mundos, durante el milenio anterior, por su gran peligro y potencial. Los reyes los temían, y muchos odiaban ahora a los elfos, tras siglos de latrocinio y refugiados en todas partes. Su presencia era un secreto cuando era posible, entre quienes los ayudaban, al menos. Al igual que las hadas. Los elfos seguían ayudando a las hadas, cuando tenían la oportunidad. Y cuando estaban seguros de que el Amo iba a descubrir este sitio, el último refugio seguro que había descubierto Valyndor, apareció el grupo de Max y se las ingenió para desviar a los patrulleros del Amo, sin exponer su propia presencia. Se adentraron pensando que tendrían que despejar la zona de monstruos para tener un refugio, pero en su lugar les encontraron a ellos. Cómo Max había luchado por ellos cuando un equipo de exploradores de Adhae Mory había seguido el rastro de unos ladrones hasta las cuevas, y en lugar de matarlos, los habían hecho prisioneros. Cómo había llegado Tom, el cazador, y los otros humanos que decían estar en “misión científica”, como los compañeros de Max. Y la llegada de estas nuevas personas, la expedición en búsqueda del rey de los vampiros para el día siguiente, la posible guerra contra el Amo…

El Amo. Tenía que advertirles. Tenía que…

—¡Basta! —gritó, y el enlace se rompió. Estaba posada sobre la palma del elfo. Los miró a todos.

—Claw me ha liberado sólo para que le ayudara. Acababa de encontrarlos un equipo de exploradores de Adhae Mory. Había muchos más cruzando el valle. Creo que eran más de cien. Claw piensa que van a la guerra contra el Amo.

Los gigantes se miraron entre ellos.

—Esto lo cambia todo —dijo el del yelmo dorado—. Ahora podríamos aliarnos a la ciudad, y acabar con el Amo de verdad.

—¿Estás seguro de que quieres exponerte de esa manera? Marcarías una diferencia muy pequeña.

—¿Y quién se haría con el Cetro si no?

—¿De verdad crees que tu suerte bastaría para quedarte con el Cetro de Agamenón? ¿Estando rodeado por un ejército? Y eso suponiendo que sobrevias a las hordas de zombis. A medida que caigan soldados del Amo y de la ciudad, cada vez habrá más y más zombis. ¿Cómo andas de resistencia contra maldiciones y venenos? ¿Sabes algo de estrategia militar? ¿Las prioridades a seguir en la toma de decisiones en cada escenario que se pueda presentar? No estás capacitado, Dorado. No me importa que hayas nacido en una cuna de oro de la suerte. Eso sólo te servirá para seguir vivo… si tienes suficiente suerte. No para conseguir todo lo que quieras.

—No me sueltes la chapa, Max. Sé lo que hago.

—No, no lo sabes. ¿Todavía no comprendes que es tu suerte lo que te ha traído aquí? Ibas de cabeza al matadero, niño. Es tu suerte lo que ha hecho que yo te pare los pies. Nos vamos a buscar al rey de los vampiros para salvar a tu amiga. Date por satisfecho si la rescatamos juntos, porque es lo máximo que vas a conseguir.

—¿De verdad vas a dejar que cualquiera ponga sus manos en el Cetro?

—“Cualquiera”, no. La ciudad. El consejo de los Sabios. Su rey. Se trata de gente con experiencia gobernando y dirigiendo.

—Adhae Mory lleva muchos años en decadencia —repuso ese tal “Dorado”. A Lilypuff le sorprendía la arrogancia con la que respondía a su superior.

—Adhae Mory mantiene bajo control a cientos de personas absurdamente poderosas. Una mera expansión de territorio anexionándose la Mazmorra no supondría un problema demasiado grande que gestionar, ni una gran corrupción que tolerar; no sería un gran cambio para ellos, salvo en el aspecto económico: el comercio a través de la red de mundos, despejando el camino cuando usen para sus intereses el Cetro. Imagínalo como la apertura de fronteras anteriormente militarizadas, y la construcción de autopistas para cruzarlas. Y ellos cobrando comisión y aduanas. Desde su punto de vista, es una manera de recobrar su antigua gloria. Tienen mucho que ganar y muy poco que perder. Lo único extraño es que hayan tardado tantos siglos en actuar, desde que se bloqueó el paso del número 13.

—¿Qué sabes al respecto del piso bloqueado? —preguntó la semielfa, detrás de “Dorado”.

—No puedo decirlo. Lo prometí.

—Tú sabes algo. Sabes lo que pasó. Y lo que esconde.

—Por supuesto que sí. Pero no te lo diré, y tu ciudad tampoco lo sabrá. Es lo que hay.

—Como si necesitáramos tu cooperación para…

—Vaya, qué sorpresa te acabas de llevar. ¿De verdad creías que una lectura de mentes tan débil podría ver en mi interior?

—Pues entonces tus compañeros…

—Tampoco. Eres demasiado mayor para que te llame “niña” a ti también, pero ahora pareces una novata. Proteger mi mente fue de lo primero que aprendimos en este lugar, al oír rumores en los mundos conectados sobre que lo normal era que todo estuviera lleno de recompensas de control mental. Se convirtió en una prioridad. Probablemente sólo tu rey esté igual de protegido. Y ocultando sus secretos a sus subordinados directos, para que él sí pueda leerlos. Para detectar conspiradores.

—Eso es imposible. De ningún modo tú podrías estar tan protegido como los Sabios. O el rey.

—La Mazmorra siempre nos ha dado Tesoros Verdaderos, niña. Y la hemos recorrido tres veces, y siempre nos ha dado cosas nuevas. Además, a nosotros sí nos da experiencia por repetir pisos. Si no hubiésemos sabido hace un mes que Gorrión estaba embarazada, Dorado se hubiera encontrado todo vacío y sin recompensas.

—Eso no es cierto —dijo Dorado—. El hecho de que Gorrión se quedara embarazada es la razón por la que no volvisteis a la Tierra. Tú me lo contaste. Perdisteis el interés al apuntar todos los portales a Kar-Blorath.

—Entendiste mal. Eso sólo fue un extra; la razón principal es Gorrión.

El chico se quedó callado, por fin. Lilypuff estaba harta de oírlo. Era claramente un respondón, y el único que sabía de lo que estaba hablando era Max.

Entonces comprendió que ahora confiaba en él. Miró al elfo, y le sonrió, adivinando sus pensamientos.

—Te dije que aquí estarías a salvo.

Lilypuff respiró hondo, y por primera vez en años, se relajó.


—Max, hay algo que no entiendo —le pregunté mientras volvíamos al gimnasio, dejando el hada con el elfo. Esta vez se había interesado en ver mis ejercicios, aunque no tuvieran nada de especial; no soy un artista marcial, y reprimía los golpes para no destruir los maniquíes.

—¿Qué es lo que no entiendes?

—Lo de la destrucción del muro dimensional es mucho más importante. Pero estás permitiendo a Claw que corra hacia él, vuelva a la Tierra y detone las cargas. Deberíamos pedir la ayuda del Amo y de la ciudad, y de cualquiera que pueda ayudarnos. Es la máxima prioridad. Pero en vez de eso estás ahí, tan tranquilo, preocupándote por un hada recién llegada, y por salvar a mi amiga, alguien a quien no has visto jamás. No lo entiendo.

Max sonrió, pero no contestó.

—Ya basta. Deja de hacerte el interesante, conmigo no funciona.

—Claw jamás volverá al octavo piso.

—¿De qué estás hablando?

—Ya he enviado a alguien.

—¿¡No será Tom!?

—No le oculté la gravedad de la situación. Quería una recompensa gigantesca por sus servicios, pero le convencí de hacerlo a cambio de que le entrene. Dijo que a partir de ahora me llamará maestro, ¿te lo puedes creer?

—No puedes dejar un asunto como este en manos de ese mercenario. Se largó sin más, sin decir palabra, justo cuando caímos en una trampa y casi nos matan a ambos. No es de fiar.

—Dijo que se marchó cuando aún estabais en buen estado, porque vio acercarse a un halcón espía y no podía confraternizar con el enemigo a ojos del Amo. Pero también me contó que se preocupó un poco al oír una explosión.

—Max —suspiré—, tenemos que detener a Claw. Tenemos que hacerlo nosotros. No podemos delegar esto. Es responsabilidad de los habitantes de la Tierra.

—Tom sólo es un refuerzo.

—¿Para quién, Tracy? ¿Esperas que se enfrente al que era su jefe hasta hoy?

—Para La Mazmorra. No te preocupes, tiene sus propios mecanismos de defensa. Y ahora conoce el plan de Claw.

—Ahora sí que no entiendo nada.

Cerró la puerta. Estábamos solos con Arzeus y Valentina, tan intrigados como yo.

—Ya la has conocido —explicó Max—. Se trata de Roxan.

—¿Qué pasa con ella?

—Dice que tiene la marca del Fantasma. Es sus ojos y oídos.

—¿El Fantasma es real? —preguntó Arzeus.

—Oh, sí —dijo Max—. Lo he conocido en persona, cuando estuve en el piso 13.

—Lleva siglos cerrado, mentiroso —dijo malhumorada Valentina.

—Y sigue cerrado. Pero nosotros estuvimos allí.

La semielfa murmuró insultos y se giró con menosprecio.

—Como decía —continuó Max—, el Fantasma podía hablar con nosotros sin que el Amo lo supiera, siempre que fuera dentro de aquel piso. Ni siquiera Valystar podría habernos espiado desde el plano astral, porque tampoco podía entrar.

Mencionar a Valystar hizo que la mujer se interesara de nuevo, y se acercó. Eso me hizo recordar cuando se presentó: era su madre. Pero su hostilidad no cambió:

—¿Y por qué hablaría la encarnación de La Mazmorra con un simple humano que no posee el Cetro de Agamenón?

—Porque La Mazmorra me eligió como Candidato Especial para suceder al Amo.

Arzeus y Valentina se quedaron boquiabiertos.

—Parece que es un concepto muy importante —dije.

—¿Bromeas? —preguntó Arzeus—. ¡El nexo de la red de mundos, la construcción mágica más grande y poderosa del universo, eligiendo por voluntad propia a su futuro rey! ¡Claro que es importante!

—Pero no importa —dijo Max—, porque no estaba interesado. Y ahora, aún menos. Tengo un hijo de camino. Tomé en serio la advertencia de que seríamos detectados al llegar al piso del Amo, así que me quedaré con las ganas de ver el número 14. ¿Qué se le va a hacer? No se puede tener todo, y hay que dar las gracias por lo que tienes.

—No nos desviemos de lo importante —dije—. Ella dice que es los ojos de La Mazmorra, y tú confías en que es cierto, y además, que la propia Mazmorra se encargará de todo. Pero eso es una locura. Tenemos que ir a por Claw. Puede destruir la Tierra. No podemos confiarnos, por mucho que tú te fíes de ese “Fantasma”.

—Confío en Roxan. Ha compartido sus recuerdos con el elfo. Sabemos cómo ha llegado hasta aquí. Su recuerdo de la marca es real, Val no sería engañado por un recuerdo implantado.

—Es una locura reducir esto a una cuestión de confianza. Por ejemplo, también confías en tu espada —dije.

—¿Qué insinúas?

—La conseguiste en el piso inaccesible, ¿verdad?

Max frunció el ceño, y fue muy satisfactorio para mí. Había algo que yo sabía y él no.

—Explícate, Dorado.

—Veo que he dejado de ser “chico”.

—No te andes por las ramas.

—Molesta cuando te lo hacen, ¿eh?

—…

—Cuando mencionaste la marca del Fantasma en Roxan, me puses a pensar en algo diferente que hubiera sentido en ella. Verás, soy un explorador de nivel 74, así que mis sentidos de detección, incluso sin hechizos, son…

—Ve al grano.

—Me pregunté si tú tenías algo en común con ella. Y entonces me di cuenta de que no eras tú, sino tu espada. Es un aura superpuesta, o mezclada. Muy sutil, como… como si dibujas sobre el vaho de un espejo, y luego se seca. Entonces, si prestas atención y ves que hay algo raro, puedes echarle tu propio aliento, y por un segundo se hacen visibles. Es algo parecido: cuando supe dónde buscar, lo encontré. Un hilo casi invisible que se aleja a través de las paredes, ignorando la distancia y los obstáculos. Emana de esa mujer y de tu espada. Así que te pregunto, Max: ¿conseguiste esa espada tras superar un desafío especial, opcional, que te propuso el Fantasma en el piso 13? ¿Se supone que es el mejor tesoro que se podría conseguir en toda La Mazmorra, salvo por el Cetro? El Fantasma te quería hacer más poderoso. Tal vez si te sentías lo bastante confiado aceptarías desafiar al Amo. Pero mientras tanto, el Fantasma te ha estado vigilando.

—O quizá te equivocas y es simplemente un encantamiento que también tiene Roxan. Un emblema.

—Tal vez. Pero esos hilos… tengo la sensación de que si los siguiera me llevarían directamente hasta el Fantasma.

Max desenvainó y se quedó mirando la hoja.

—¿Me has estado espiando todo este tiempo?

Un largo momento de silencio tenso invadió la habitación.

Y luego la hoja vibró y relució, rezumando poder puro. Me estremecí. Max la envainó de nuevo. Estaba furioso.

—Lo que realmente te molesta no es que te hayan espiado —dije—, sino que no te hayas dado cuenta. Te hace sentir estúpido.

—Me hace sentir… como un completo novato. Es la clase de cosas que te pasarían a ti, no a mí.

—¿Y qué poderes te da la espada exactamente? ¿Es una habilidad pasiva de refuerzo que dispara tus estadísticas? Aunque tú sí seas de clase guerrero, y de aura verde, tu fuerza es absurdamente alta para tu nivel, demasiado por encima de mí.

—Has acertado a medias, amplifica sobre todo mi velocidad. Pero no te voy a contar sus habilidades activas, sólo mi equipo las conoce. Cuando las he usado no he dejado nada con vida. Espero seguir así.

—Eres de aura verde y yo amarilla. ¿Si yo tuviera esa espada sería incluso más…?

—No te obedecería. Tiene voluntad propia. Sólo funciona conmigo, porque me la he ganado.

—¿Eras un experto espadachín antes de venir aquí, o es otra pasiva?

—Caramba, chico, has vuelto a acertar. Aunque sí que sabía algo de esgrima.

—¿Te da algo parecido a la memoria acumulada de sus anteriores usuarios? —dije dejándome llevar por lo primero que se me pasaba por la cabeza. Pero para mi sorpresa, Max puso cara de haberle pillado otra vez. Así que continué—. Es la consecuencia lógica. Si el Fantasma espía, también aprende. Luego puede ayudar con la misma herramienta, transmitiendo información en vez de recibirla. Pero si no habla contigo, y sólo lo notas como “ya sé kung fu”, significa que se ha tomado la molestia de refinar mucho ese encantamiento para que ni siquiera se te pase por la cabeza todo esto.

Max entrecerró los ojos, se acercó a mí y me levantó de la pechera, otra vez.

—¿Quién eres? —preguntó. Arzeus y Valentina se pusieron a mi lado de inmediato. Ella tenía ganas de bronca, así que la detuve con un gesto.

—Ya te lo he explicado.

—No podemos leer tus recuerdos ni tus mentiras. Como bien sabes. Nuestra magia mental es sobre todo defensiva.

—¿Por qué te preocupa mi identidad de repente?

—Porque aún no sé tu nombre. Y he notado que no soy el único. Nadie lo sabe.

—Pues claro que lo… eh… ¿oh?

Arzeus y Valentina negaron con la cabeza. Hice memoria. Nada. No se lo había dicho a nadie que pudiera recordar, desde que me adentré en el Laberinto.

—Y pretendes hacerte el tonto otra vez —dijo Max—. Te tomaba por un postadolescente novato, que se creía que esto era un videojuego y tenía ganas de follar, aunque fuera contra la voluntad de sus víctimas. Por eso entraste aquí en primer lugar. Tú me lo contaste. La moneda de oro, el espejo, el collar. Y te plantas aquí y me dices todas estas cosas como si nada, ves cosas que nadie había visto ni buscando a conciencia con hechizos, tecnología y clases detectoras reforzadas. Nada que nos hiciera sospechar. Pero ahora tengo que creerme que tú, de forma pasiva y sin pensar en ello, ya notaste algo que has podido entender sólo con hacer memoria sobre tus sensaciones.

—No exactamente, me fijé en ello. Pero piensa: soy de nivel 74 y clase explorador. ¿A caso habías conocido a alguno antes? Retrocedí y volví a comenzar desde el primer piso, y al igual que con tu equipo, para mí también funcionó lo de ganar experiencia repitiendo pisos. Hasta que lo dijiste no me di cuenta de que eso era algo especial, así que en eso somos iguales. Y luego está la bruja. Era mucho más fuerte que yo. Con el Anillo de Compromiso repartí los niveles entre ella y yo, haciendo una media y subiendo otro montón de golpe. Fue en el mundo conectado del sexto piso…

—La montaña Karzack del reino Kar-Blorath, planeta Dolmund. Nieves perpetuas por la altitud a la que da el portal. Y dices que allí había una bruja, que casualmente nosotros no detectamos. Seguro que se instaló allí justo después de que pasáramos, sólo para que tuvieras la suerte de conocerla y repartir tus niveles con ella. ¿Verdad que sí, mequetrefe?

—Pues ahora que lo dices… creo que se estaba escondiendo. Tenía precio puesto a su cabeza. Tal vez se mantenía en movimiento.

Que la respuesta fuera plausible sólo le irritó más.

—Intento decirte, Max, que conmigo se han dado factores que me han hecho subir una cantidad de niveles exagerada. Como que sólo avanzábamos Mary y yo, un equipo de dos, tocando a más experiencia por cabeza.

—Si lo que dices fuera cierto, se hubiera seguido repartiendo experiencia con la bruja. Te acabo de pillar.

—Según el cubo, probablemente la bruja había bloqueado el enlace. Pero he notado un brusco descenso en la velocidad a la que subía de nivel desde el décimo piso.

—Eso es normal.

—Sólo para incitar a luchar contra los jefes opcionales. Cosa que hice por esa razón. En el octavo y noveno iba casi en línea recta hasta la salida. Y aun así, subo demasiado lento. Creo que la bruja ha reanudado la conexión.

Me dejó caer bruscamente.

—Si eso es cierto —dijo Max—, entonces puede que ella esté usando la conexión para espiarnos. Algo parecido a hackearla, sumando sobre el enlace sus propios hechizos.

—¿Samuel o Matthew pueden cortarlo para siempre?

—Sí.

—Pero que no corten el que me lleva a Mary. Así podremos encontrarla, creo.

—¿También estás conectado a ella?

—Compartíamos experiencia de todas formas avanzando juntos, de modo que no nos perjudicaba. Pero aumenté la velocidad a la que subía desde que la… maldijeron.

—Entonces el vampiro rompió el enlace.

—No. Sólo es incapaz de absorber experiencia, como los vampiros. Lo sé porque a veces, en el borde entre el sueño y la vigilia, la siento por un momento. Está ahí, y sigue viva. Rodeada de oscuridad, y cada vez es mayor. La va a devorar.

—Eso se llama “pesadilla”.

—No. Y ahora, en cuanto a Claw…

—Vamos a buscar al rey de los vampiros.

—No. Vamos a detener a Claw. El riesgo es demasiado grande. Antes me preguntaste si sé tomar las decisiones correctas. Pues ahora te devuelvo la pregunta. Demuéstrale a este novato que sabes reconocer una buena idea cuando la oyes. Demuéstrale al novato que eres capaz de reconocer que te equivocas. Es lo que hacen los adultos, así que dale ejemplo al chico.

Max bufó, puso los ojos en blanco, nos miró a los tres, cansado; chasqueó la lengua, y perezosamente salió de la habitación. No se molestó en cerrar la puerta.

—¿Significa eso que vendrás con nosotros? —pregunté sin moverme del sitio. Y contestó desde el pasillo:

—Es de mal gusto restregar la victoria por la cara a tu rival.

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