Dentro del Laberinto 30: Plan de Nido de Estrellas

¿Cómo se tomará Valentina ser arrastrada hasta un refugio de bandidos?

Capítulo XXX: El plan de Nido de Estrellas

La semielfa no reconoció a su padre, y él tampoco. Para Valentina todo estaba sucediendo demasiado rápido. Mataban monstruos como gigantes y wyverns, luego resultó que eran animales reales, Arzeus golpeó al líder designado de la expedición rompiendo la disciplina, fueron atacados por esa guerrera implacable, le tendió una trampa siendo el cebo, aquel espadachín casi mató a Valentina, y no contenta con estar tan cerca de la muerte, corrió de nuevo a por él sin pensar en nada más. Y se lo encontró de risas con sus compañeros. Y se les unió la chica que cambió de grupo porque sí, sin razón aparente. Y finalmente Arzeus, siempre suspicaz con extraños como Raon, bajó la guardia y los siguió a su refugio, invitándole a acompañarla. Como si no pasara nada. Como si se conocieran de los viejos tiempos.

Como si estuvieran bajo control mental.

De modo que no entró en las cuevas. Esperaba fuera, expectante. ¿Esperando qué? No lo sabía. Pero estaba agazapada en la copa de un árbol, con sigilo activado, y vigilando tanto la cueva como los alrededores. Los guardias, simples bandidos con lanzas, también sabían usar camuflaje. ¿Por qué de repente todo el mundo tenía ese tipo de hechizos? Así que estaban junto a la entrada, probablemente sentados y charlando, porque había visto un par de sillas. Estas también eran invisibles ahora, pero ya que ella no veía con sus ojos, no importaba. Lo que le llamó la atención fue la sutileza; simples ladrones, salteadores de caminos, sabían afinar el hechizo para igualarse con el maná ambiental. Si no supiera dónde buscar le pasarían desapercibidos, eran transparentes como el cristal. “Supongo que tienen mucha práctica”. Ahora el grupo de Claw le parecía aún más torpe y ridículo. ¿Cómo habían logrado sobrevivir hasta el undécimo? Echó de menos sus sais. Ese tal “Max” se los había cortado a tal velocidad que los pedazos aún no habían caído al suelo antes de ser teletransportada por el cubo. Oh, el cubo. Ya no tenía cargas. No habría salvación milagrosa la próxima vez. “¿Y qué haréis entonces? No digáis que no os avisé”.

Oyó palabras arrastradas por el viento. Se irguió y usó aumento de escucha, focalizado en su dirección. Era una voz femenina, murmurando. “Debe ser una ladrona”. Como no tenía nada mejor que hacer, saltó de árbol en árbol para acercarse a “mirar”. Allí estaba, una mujer bastante fuerte, de tipo guerrero y aura amarilla. Iba desarmada y con ropas sencillas, vestía tela. Nada de armadura. “Debe ir cubierta de emblemas e inscripciones. Una hechicera”. Sin embargo, no le transmitía esa sensación. Aunque desprendía mucho maná por su nivel, parecía de tipo guerrero. La mujer pasó bajo la copa del árbol y se detuvo. Olfateó ruidosamente y se apoyó a descansar. Se deslizó hasta el suelo y se relajó. Minutos después roncó ligeramente.

“Me toma por una novata”.

—No pretendía atacarte —dijo Valentina—. Sólo estoy vigilando la zona.

La mujer tardó un momento en reaccionar. Decidía si fingir que seguía dormida a pesar de hablarle. Al final se puso en pie. En guardia, lista para atacar. Valentina saltó al suelo y rompió el camuflaje.

—Imagino que eres parte de la banda. No estoy aquí para cortar el paso a nadie. No quiero luchar —y se apartó haciendo el gesto con las manos para que continuara.

—¿Qué banda? —preguntó la mujer. Había una gran hostilidad en su voz, como si la hubiera insultado.

—No hace falta que disimules. Si es algún tipo de clave, he oído que se hacían llamar “Nido de Estrellas”.

La desconocida no contestó.

—Como puedes ver, no estoy fingiendo. Tu gente sabe que estoy aquí. No he venido a daros caza.

Siguió en silencio. Valentina suspiró.

—Adiós —y echó a andar, dándole la espalda y, como siempre, con “ojos en la nuca”. Ofrecía un blanco tentador, como le había hecho la guerrera horas antes. Y ella cayó en su trampa como una novata. Pero esta mujer no le atacó.

—¿Quiénes son esa gente de la que hablas? —dijo al fin. Valentina se detuvo—. No son mi gente. Pero “Nido de Estrellas” suena a un lugar, no a una organización. Parece el nombre que le daría una madre a un refugio para que sus niños se sintieran reconfortados. Tal vez así empezó.

Después de todo era habladora. Valentina se dio la vuelta y sonrió.

—Había oído rumores, pero en la ciudad no sabíamos dónde se escondía esta banda de ladrones.

—Hasta ahora. Así que cuando vuelvas a tu hogar, los denunciarás.

Valentina comprendió que había caído en una trampa y retrocedió.

—No es una trampa —dijo la mujer—. ¿Qué haces tan lejos de Vhae Dunking?

—Es largo de contar.

—Estoy buscando refugio. A lo mejor ellos me acogen, por un precio. ¿Dónde están exactamente?

Lo que faltaba. Nuevos reclutas para una organización criminal. Y por alguna razón se vio guiándola, a su pesar, hasta la pequeña cueva. “¿Por qué estoy haciendo esto?”.

—Alto —dijo uno de los guardias, rompiendo su invisibilidad—. ¿Qué haces trayendo a desconocidas? No tiene autorización para entrar. Deberíamos castigarte por revelar…

—Cállate, eres mucho más débil que yo.

—No podéis pasar.

—No me puedes incluir. Lo sabes. Ese tal Max quería que fuera con él.

—Max no es mi jefe.

—Max es el jefe de todos vosotros, y no os dais cuenta.

—Max es un líder nato, pero no es nuestro líder. Es nuestro amigo. Nos ha ayudado en cosas importantes, ha luchado a nuestro lado. Es uno de los nuestros.

—Así que es uno de los vuestros, pero al mismo tiempo no obedece a vuestro supuesto líder. Claro. ¿No significa eso que está por encima?

—Claro que no.

Valentina cogió del brazo a la mujer y la arrastró ignorando al guardia. No iba a discutir con un don nadie. Y menos si se trataba de alguien bajo control mental. ¿De qué serviría? El otro guardia no rompió su camuflaje, y ninguno de los dos la atacó.

Era la primera vez que se adentraba en la cueva, pero su nivel había crecido bruscamente, así que ahora podía ver claramente los rastros de maná de un lugar tan transitado. Veía las bifurcaciones antes de llegar a ellas, evitaba los caminos totalmente inhabitados, que sin duda llevaban a trampas del Laberinto, y localizó los restos de los monstruos más recientes, asesinados apenas fueron regenerados por algún equipo de limpieza. Siguió adelante y, sin necesidad de guía, llegó rápidamente hasta la primera gran sala habitada. Era un gran recibidor, y habían colgado una lámpara de araña del techo; estaba iluminada con bombillas de maná y capas fluorescentes, como había oído que se usaban en Vhae Dunking; era todo un lujo fuera de allí. Había tapices y cuadros, sofás y sillones. Y estanterías. “¿Por qué la primera habitación que quieren encontrar es una especie de biblioteca?”. Luego comprendió que era un lugar de reunión social; donde las familias y amigos esperarían a aquellos que estaban a punto de llegar de una misión. “De un robo, mejor dicho”. Donde esperarían a los que tal vez no volverían. Al menos pasarían el rato con algo que hacer, como leer un libro…

—¿En qué piensas? —preguntó la desconocida al dejar atrás la habitación.

—En que esta gente se cree muy segura aquí abajo. Sólo un par de vigilantes, y luego no han construido murallas. Confían en las protecciones de trampas, en caso de que los invasores se pierdan. Ni siquiera hay monstruos vivos.

—A lo mejor es porque son todos muy fuertes.

Valentina entrecerró los ojos. Era verdad que el guardia era un tono de aura más débil que ella, azul celeste (como había sido ella antes de conocerme), pero si era un grupo numeroso, era un lugar bien defendido. Especialmente porque no dejaban de ser pasillos estrechos, por lo que eran un embudo para mantener los enfrentamientos al mínimo, en hileras de tres soldados. Y sin espacio para moverse con comodidad.

Siguió decantándose por los pasillos más concurridos. Ya estaban cerca del primer grupo de personas. Reconoció lo que debía ser un baño por el olor, a la izquierda. No miró lo que había al otro lado diez metros después, tras una puerta de metal cerrada.

—Lo de la derecha es una despensa —dijo la mujer.

—¿Cómo lo sabes?

—Por el olor. Sabía que no tenía que explicarte lo que era el baño… pero he notado que la mirabas con curiosidad.

—No la he mirado. Tengo los ojos cerrados.

—Perdona mi manera de decirlo. He notado que sentías curiosidad por esa puerta.

No le preguntó cómo pretendía saber qué sentía, ni en qué se fijaba cuando lo sentía.

Llegaron a una puerta de barrotes horizontales. Proyectiles y hechizos podrían pasar entre ellos, frenando a los soldados.

—¿Hola? Soy Valentina, Max me había invitado a venir.

De repente fue consciente de lo que estaba haciendo. Se había negado a entrar, pero se encontraba una desconocida y por impulso la arrastraba con ella, y le ayudaba a entrar; le hubieran negado el paso sin Valentina. ¿Era por querer ayudarla al pedirle refugio? No. “¿Estoy bajo control mental yo también? ¿Cómo puedo comprobarlo?”.

Un chico se acercó y las miró.

—¿Y esa quién es?

—Viene conmigo.

—No.

La mujer se zafó del agarre de Valentina, que hasta entonces la había sujetado como si fuera un niño pequeño que intentara escaparse en otro momento. Carraspeó y se presentó.

—Me llamo Roxan. Solicito refugio. He escapado de… un lugar peligroso. Por favor, necesito ayuda. Estoy dispuesta a pagaros.

El chico la miró de arriba abajo. Después se marchó sin decir palabra. La mujer se volvió hacia ella.

—¿Y tú cómo te llamas, amiga?

Estuvo a punto de replicarle con grosería que no eran amigas. Pero sin conocerla de nada, había sentido el impulso de ayudarla cuando le pidió ayuda. “Pero no porque seamos amigas. Es porque yo soy así”. Y luego se recordó a sí misma que después de todo, podían estar controlando su mente. ¿Cómo saberlo?

—Me llamo Valentina. Soy… trabajo en la ciudad.

—Ya sé que eres soldado de élite de Vhae Dunking, salta a la vista. ¿Pero cómo has acabado en lo que consideras una guarida de ladrones? ¿Y cómo te dejan pasar?

—Ya te he dicho que es una larga historia…

El chico volvió con un adulto, que accionó un mecanismo ruidosamente, tal vez una cadena, y los barrotes se deslizaron. Se alternaban, cada uno en una dirección, y formaban dos capas de profundidad. Acababan en punta afilada, y Valentina comprendió que normalmente esa puerta era una trampa de apuñalamiento desde ambas direcciones; si no te pillaba la primera capa de barrotes, lo hacía la segunda. De modo que el puzzle para pasar era para impedir que la puerta se cerrara, no para abrirla. Por eso no podía abrirse desde ese lado.

—Un obstáculo ingenioso —reconoció Valentina.

El hombre la sujetó del hombro y la guio. Estaba interesado en tenerla controlada a ella, no a Roxan. Así que alguien le había dicho que la problemática era ella, después de todo.

Pasaron de largo tres habitaciones y llegaron a una sala tan iluminada como la biblioteca, llena de gente comiendo en dos grandes mesas alargadas. ¿Así de pequeña era la banda? ¿O era un turno de comida? ¿Tal vez los demás estaban fuera? Tenía que recopilar más información.

Max se puso en pie y se acercó, con los brazos separados como si fuera a darle un abrazo.

—¡Y por fin tenemos aquí a la única que faltaba! Amigos, esta es Valentina. Valentina, ellos son las Estrellas del Día. Tus amigos nos han hablado de ti.

—No son mis amigos. Bueno… Arzeus sí.

—Oh, por favor, no seas tan arisca. ¡Vamos, siéntate a la mesa! ¡Te hemos dejado un sitio libre! ¿Carne de Rangaru en salsa de setas y pimienta? ¿Fruta, verdura y cereales en yogur? ¿Pescado con patatas? ¡Come lo que quieras!

De algún modo fue incapaz de resistirse ni negarse, y se encontró comiendo con el apetito desatado. Hizo el amago de intentar negarse a comer comida envenenada, y casi hizo un comentario al respecto, pero se dejó llevar y devoró tres platos. ¿Qué tenía esa comida? Se sentía como algo más. Sabía a fiesta y celebración. Era una ocasión especial. Sabía a libertad e independencia. Sabía a… “Algo está inyectando ideas en mi mente”. Se puso en pie.

—Sabía que estabais usando control mental —miró a Roxan, que seguía de pie, charlando con Max—. Roxan. Te lo advierto: no confíes en esta gente. Intentarán controlar tu mente.

Se marchó y se encontró a la guerrera arquera bloqueándole el paso en la puerta.

—No te vas.

Estuvo a punto de golpearla. Casi le había matado unas horas antes. Pero Max la tomó con gentileza del hombro y la apartó de ella. Supo que le sonreía, pero sin verle con sus ojos, no caería en el mismo hechizo que esa tal Tracy. Al parecer el control de Max se ejercía a través del sentido de la vista. Ella estaba protegida, pero intentaban sugerirle ideas.

—Creo que ha habido un malentendido —dijo Max con voz amable—. Verás, varios de nosotros tienen habilidades mentales, y acostumbramos a usarlas diariamente. Es parte de nuestro lenguaje. Al parecer alguien ha intentado compartir contigo sus sentimientos, para que nos entendieras mejor. O para que apreciaras nuestra comida. ¿Nunca habías pensado en cómo cambiarían las costumbres entre personas con poderes mentales? Es curioso. Entiendo que lo hayas sentido como una intrusión en tu privacidad. Al menos te diré que yo no he sido. Pero te puedo garantizar que ninguno de nosotros ha intentado dominar tu mente. Y tampoco la de tus amigos. ¿Te apetece un poco de vino?

Ella tardó en reaccionar. La guerrera le bloqueaba el paso, ergo era una prisionera. Max había reconocido que “varios” de ellos tenían magia mental, y se suponía que tenía que fiarse de su palabra. La tomaban por una idiota.

Arzeus se puso en pie. ¿Cómo no le había visto? Entonces se fijó en su rastro. Acababa de venir de la habitación contigua. ¿Un segundo comedor? Y luego se regañó a sí misma por no haber buscado a Arzeus hasta que vino por su propia iniciativa. Era seguramente el único que podría ayudarla, y que le apoyaría a pesar del influjo.

—No te preocupes por su magia mental, Valentina.

—Dices eso porque te están controlando.

—Golpeé a Max. Después de decirle que lo haría. Robé una espada. Avisé a Max de que le apuñalaría.

—Y no lo hiciste.

—Claro que no. Era una prueba. No me lo impidió.

—Es tan rápido que sabía que te podría esquivar en el último momento. Y tan perceptivo que sabía lo que tramabas. Y no tienes fuerza suficiente para hacerle daño, así que dejó que le golpearas. No seas ingenuo, Arzeus. Pareces un niño.

Eso le dolió. “Porque sabe que tengo razón”. Max se puso a su lado y le habló.

—Señorita Valentina, me alegro de que hayas venido, porque tenemos asuntos muy importantes de los que hablar; afectan a la seguridad nacional de Vahe Dunking.

Ella se giró de golpe.

—¿Qué?

—Y no sólo a la ciudad. Afectan a uno de los mundos conectados, y al mundo exterior del octavo piso. Ambos pueden ser destruidos.

—Déjate de rodeos.

—Hemos tenido mucha suerte de encontrar a la señorita Tracy —entonces notó que ella se había puesto a su lado, y Max la cogió delicadamente por la cintura, atrayéndola—. Ella nos lo ha explicado todo.

—¡Que no te hagas el interesante!

Tracy habló:

—Por un lado, está a punto de haber una guerra entre tu ciudad y el rey de la mazmorra.

Valentina se quedó helada; inspiró con fuerza, y Max se adelantó a su réplica:

—Y por otro, Claw, ese mago mediocre que conociste cuando redujisteis a su grupo antes, ha planeado una estupidez. Pretende derriba la muralla dimensional y filtrar cantidades masivas de maná en su planeta, uno de tipo no mágico. Las consecuencias… mejor que lo expliquen los sabios.

Otros dos hombres se acercaron. Su aura era azul oscuro, pero tenían afinidad evidente con Max. De algún modo eran de su grupo, a pesar de la diferencia de más de 10 niveles. ¿Por qué no se habían repartido la experiencia? ¿Se separaron? ¿Max y la guerrera se encargaban de todo durante algún tiempo, hasta que fueron lo bastante fuertes? ¿Tal vez los entrenaron primero?

—No es complicado —dijo uno de ellos, el más joven—. Es como inundar un campo donde sólo crezca vegetación del desierto. Esas formas de vida morirán. Y al mismo tiempo, la vegetación que necesita enormes cantidades de agua, morirá por la sequía.

Entonces habló el más mayor:

—Es como destruir el dique de una gran presa. Provocaría esas dos situaciones a la vez.

Valentina se sintió palidecer. Aún más.

—Ecocidio planetario, arrastrando a toda la cadena alimenticia —dijo el joven.

—Y eso suponiendo que el daño directo a los animales sea mínimo, y que el impacto se de principalmente a la vegetación —dijo el mayor.

—¿Pero quiénes sois vosotros? —preguntó Valentina.

—En nuestro mundo nos llaman científicos —dijo el joven—, pero aquí nos llaman sabios.

Entonces se acercó el chico que habían designado como su jefe en aquella misión. Qué inapropiado le parecía ahora. Era un crío. ¿En qué estaban pensando? ¿Tenía él también algún tipo de control mental? Era la única explicación. En lugar de estar confinado en una celda, se había llevado consigo a guardaespaldas de élite para seguir avanzando como un vulgar aventurero. Alguien que había ocasionado la muerte de casi todo su escuadrón.

—Valentina…

—¿Qué? —preguntó malhumorada. “No es momento para esto”, se dijo. “Guerra. Desastre a escala planetaria. Esto está completamente fuera de mi alcance, pero tengo que hacer algo. Y este chico quiere hacerme perder el tiempo. Eso suponiendo que no me hayan mentido”.

—…el planeta que puede ser destruido es el mío.

Ella guardó silencio. Notó que Roxan no se perdía ni una palabra. De hecho, parecía muy interesada en él, por alguna razón. El chico continuó sin prestar atención a Roxan.

—Mis padres, toda mi familia y mis amigos, 7.000 millones de personas… sin mencionar todos los animales, plantas, la vida oceánica… es un mundo fértil y lleno de vida. Sería una desgracia. Si no hubiéramos conocido a Tracy…

—Dejemos de perder el tiempo. Tenemos que trazar un plan.

Max sonrió y retomó la conversación.

—“¿Tenemos?”. Señoras y señores, tenemos una nueva Estrella.

Se sintió avergonzada, y Max le dio un golpecito en el hombro. Como un adolescente tras decirle una puya a un amigo.

—Habéis dicho que os llaman “sabios” —dijo Valentina—. Si no parecéis tan preocupados como yo, será porque tenéis un plan.

Se miraron entre ellos.

—Algo parecido —dijeron al unísono.


—¿De dónde sacáis la comida para tanta gente? —le pregunté a Max. Estaba cruzado de brazos en la mesa, harto de comer. No me parecía factible un suministro estable de comida simplemente robándola, y además tendría que ser siempre, desde las últimas semanas, robando en el mismo lugar, junto a donde llevara el portal de Kar—Blorath; los campesinos habrían corrido la voz y estarían esperando a la banda de ladrones.

—¿Tú de dónde crees, Dorado? —me había apodado Dorado desde que lo conocí, por la armadura y el yelmo. Y el yelmo no me lo quería quitar nunca, ni bajo techo ni sin armadura, por su bonus de suerte.

—Las despensas no son eternas. Se está gastando lo que acumulárais antes de que todos los portales llevaran al mismo lugar. O se gastó hace tiempo.

Max sonrió, pero no contestó, animándome a seguir.

—¿Y de dónde sacan su comida los wyverns? Si son animales reales, tienen que comer como… como elefantes. Solo que los elefantes comen toneladas de vegetales cada día, pero esas cosas son carnívoras.

—Ellos cazan en el exterior, fuera de La Mazmorra. A diferencia del décimo, estamos rodeados de grandes granjas y muy pocos habitantes. Suministraban comida a varias ciudades lejanas, rodeadas de terrenos poco fértiles. Un suministro constante de cabezas de ganado. Macrogranjas en sociedades medievales, ¿te lo puedes creer?

—¿Les pagáis?

—Sí. Al menos desde que llegamos nosotros. Y ellos sabían que no debían llamar la atención robándoles tan cerca de su escondite. Casi siempre actúan en otros mundos.

Debió notarme visiblemente aliviado, porque sonrió y llamó a la cazadora; la sujetó de la cintura afectuosamente.

—Hace un mes que descubrimos que está embarazada, Dorado.

—Enhorabuena.

—Gracias, Dorado —dijeron al unísono.

Que me llamaran por mi apodo me hizo pensar en algo, tal vez por un golpe de suerte.

—He notado que por aquí todo el mundo usa apodos; parece que nadie quiere dar su nombre real. Menos tú, Max. ¿Hay algo acerca de los nombres y la magia que deba saber?

El hombre se encogió de hombros.

—Pues eso dicen, pero creo que son leyendas; tal vez algunos magos muy poderosos, quiero decir, con muchos más niveles que tú, puedan aprovecharse del “poder del nombre”, como lo llaman. Pero me trae sin cuidado. Encontraré el modo de vencer. Como siempre.

“Como siempre”. Envidié la forma en que lo miró la pelirroja. Ni siquiera Mary me había mirado así. Ni con el enlace del anillo, ni con los recuerdos compartidos por el colgante, ni cuando reprogramé su mente con el espejo. Manipulándola.

Me tapé la cara avergonzado.

—¿Qué te pasa? —preguntó Max, intrigado más que preocupado.

—Hay cosas de las que todos nos arrepentimos —dije—. Algunas las podemos arreglar, y otras nos perseguirán para siempre.

—¿Qué has hecho, Dorado? —preguntó Gorrión. Sonaba casi acusadora.

—Apenas comencé a explorar el Laberinto, sin saber dónde me estaba metiendo, el Espejo de Narciso cayó en mis manos.

Max se encogió de hombros. Gorrión entrecerró los ojos, llevándose el índice al mentón, pensativa.

—Me suena de algo. ¡Samuel! —llamó la chica. No parecía mucho mayor que yo. Era sin duda una genuina escocesa, llena de pecas.

—¿Qué edad tienes, Gorrión?

—Mmm… hace tiempo que no me lo preguntan. No estoy segura, entre 21 y 22.

El científico llegó del comedor contiguo.

—¿Qué pasa?

—Espejo de Narciso —dijo Gorrión.

—Leyendas de la red de mundos.

Inmediatamente después llegó Matthew, el gruñón. Debía tener casi 50 años.

—Es real. Es un artefacto trampa colocado por el Amo junto a otras recompensas sexuales “inofensivas”.

—¿Cómo es una trampa exactamente? —preguntó Gorrión.

—Paraliza a los monstruos que ven su reflejo, así que los aventureros tienden a usarlos contra los jefes. Eso provoca que les falten muchos niveles en pisos altos, porque la Mazmorra lo considera hacer trampa. Sin mérito. Así no se convierten en una amenaza para el Amo.

—¿De qué otras maneras puede perjudicar a los aventureros?

—Hum. Se me ocurre que… pero no, sería demasiado.

—No te cortes —animó Max. El hombre se encogió de hombros y siguió.

—Tal vez… ¿violar a sus compañeras? Al dejarlas paralizadas. Destruiría los equipos.

Gorrión se volvió y caminó furiosa hacia mí. Retrocedí con las manos en alto y negando con la cabeza. Entrecerró sus ojos y los clavó en los míos. Tragué saliva.

—¿Qué más? —preguntó ella, sin dejar de vigilarme a un palmo de distancia. Con mi nivel 74 debía sacarle unos quince de ventaja, con su aura celeste verdoso, aguamarina. pero no importaba. Era una mujer temible.

Sin contar a Max, su protector implacable. El padre de su futuro hijo. El científico más joven hizo amago de acercarse, pero Max le sujetó del hombro. También me estaba juzgando. El mayor continuó.

—Tal vez… ¿”reprogramar” a sus compañeros? Manipulación avanzada. Es un artefacto del taller de Tzeizar, por lo que es probable que fuera una de sus funciones principales.

—¿Qué diferencia habría? —preguntó Max al notar mi expresión de ser pillado in fraganti. Gorrión inspiró con fuerza y reprimió sus ganas de arrancarme la cabeza de un puñetazo. Por ahora.

—Me temo que eso entra dentro del campo de la filosofía moral, Max —respondió el científico—. No puedo darte una respuesta absoluta.

—¿Reprogramar a una mujer que no quiere acostarse contigo, para que desee hacerlo? —preguntó Gorrión—. Convénceme de que no es violación.

—Ella quería hacerlo. Usé el espejo después.

—Cuando dejó de querer.

—No. Fue muy diferente. Nada de lo que estás imaginando —evité pensar en Victoria. Además, yo mismo ya no estaba seguro. ¿Llegué a acostarme con Mary antes de usar el espejo con ella? Habían pasado meses.

—Convénceme de que no te estrangule aquí mismo —dijo Gorrión. De algún modo Max ahora estaba a su lado. Hostil. Él no me salvaría de ella, sino que la protegería de mis contraataques. A la manera que había demostrado contra Valentina. El científico guardó silencio. El más joven había hecho una retirada estratégica. Igual que el resto de comensales, ahora que me fijaba. “¿Y para esto quiero este puñetero yelmo? ¿Se supone que esto es buena suerte?”, pensé. Inspiré hondo, y pensé a toda velocidad.

—Puedes preguntarle tú misma, Gorrión. Se llama Mary. Ya le he hablado a Max sobre ella. En estos momentos tiene una cuenta atrás, no sé cuántos días le quedan hasta que la maldición de vampirismo se complete. El cubo me dijo —“por cierto, ¿dónde se ha metido ese elfo cobarde?”— que sólo el rey de los vampiros podría cancelar la maldición, pero que desapareció hace siglos, tras abandonar su propio castillo del séptimo piso. Vosotros… ¿por casualidad no podríais ayudarme a encontrarlo? No conozco otro modo de salvarla. Después podréis interrogarla todo lo que queráis. Seguro que tenéis hechizos tanto para detectar mentiras como reprogramaciones.

Odiaba esa situación. Otra vez se podía cortar el ambiente con un cuchillo. Me di cuenta de que no estaba respirando.

Max dio una palmada y sonrió.

—¡Genial! Una nueva aventura. ¿Te vienes, cariño? O crees que el bebé…

—No sabemos cuánto podríamos tardar. Y Matthew me advirtió que demasiado ajetreo podría provocar un… —evitó terminar la frase.

—Entonces quédate aquí y descansa —le dio un beso en la mejilla, y el semblante de la mujer se relajó.

—Muchas gracias, Max.

—No me las des todavía —me dijo—. Ahora que sé que eres un niñato inmaduro e irresponsable, me caes mal. Puede que te deje tirado en mitad del camino.

—Tú no dejarías a una pelirroja indefensa sucumbir a la maldición, secuestrada por un vampiro que la controla mentalmente.

¿Era eso una sonrisa de desprecio? La forma en que Max me miró no me gustó. Era preocupante.

—Quiero decir —continué—, que aunque me dejaras tirado, la seguirías buscando. Y la rescatarías por tu cuenta. Siempre vences, ¿no es cierto? Tú encontrarás la manera. Porque siempre lo haces.

—Dicho así, bien podrías quedarte aquí, chico —ya no era Dorado—. Podrías dejarme librar tus batallas y quedarte aquí pasando el rato llenando tu panza y jugando a las cartas y a los dados. Y a las damas y al pershka. Sin responsabilidades.

—Pero tengo responsabilidades. Ella está así por mi culpa. Pude salvar a Susan, como te conté, pero ahora tengo que salvarla a ella. Se lo debo.

—¿Y qué más le debes?

—Somos buenos amigos. Y pareja… en una relación abierta, donde hay una tercera.

Gorrión Rojo me agarró de la camisa y me levantó a pulso, aunque tuviera que mirarme desde abajo.

—Lo sabía —dijo—. De eso se trataba. No te bastaba con una. Para eso usaste el espejo.

—En realidad… con ella no lo usé hasta que me descubrió —admití—. Pero intenté no abusar. Sólo lo mínimo imprescindible…

—No necesito un hechizo para ver que has dicho una mentira como una casa —dijo furiosa. Y entonces, con la mano con la que no me levantaba en vilo, conjuró un hechizo. Reconocí el que había lanzado el comisario negro en Vhae Dunking.

—¿Cómo lo haces? —dijo al cabo de unos segundos. Entonces me quitó el yelmo de un manotazo—. Sabía que ocultabas algo.

Pero su frustración creció.

—No puedes leerme los pensamientos, y no es por mi equipamiento —expliqué—. Ahora tengo emblemas permanentes de protección pasiva. Me costaron una fortuna, tuve que deshacerme de muchos artículos de gran valor que había acumulado. Los conseguí justo antes de dejar la ciudad.

—Entonces sólo tengo que quemarlos —dijo conjurando una bola de fuego en su palma. Pero esta vez Max la detuvo. Fue sólo un roce en su hombro. Un cruce fugaz de miradas de reojo. De repente me soltó y se tranquilizó, y retrocedió. Respiré aliviado.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Arzeus. Había llegado con Roxan y Valentina de su paseo con el guía, uno de los niños.

—Dejadlo en paz —dijo Valentina. Roxan optó por distanciarse hábilmente de ellos, con pasos laterales, movimientos mínimos y muy pegada a la pared, con una atención desmesurada en algún desperfecto de la pared, sin entablar contacto visual con nadie. Sólo le faltaría echarse un hechizo de invisibilidad.

Gorrión estuvo a punto de explicarles la situación, pero una simple mirada de Max la silenció.

—Ya tenemos plan para mañana —dijo Max—. Gorrión se quedará aquí, pero solicito voluntarios para una partida expedicionaria en busca del rey de los vampiros. El chico y yo tenemos que encontrarlo para liberar a una chica de una maldición. ¿Quién se apunta?

Varias cabezas se asomaron por el hueco de la puerta del otro comedor. Todos estaban escuchando. Entonces me di cuenta de que hacía dos minutos que reinaba el silencio.

—Cuenta conmigo, Max —dijo Samuel—. No dejaré que te quedes toda la diversión. Y seguro que su cadáver es un espécimen interesante que estudiar. Si es que no es una creación artificial…

—No lo es —interrumpió Matthew—. Pero yo no iré. Esta gente me necesita, y de paso vigilaré a Gorrión. Intentaré que no se meta en líos, pero no prometo nada.

—No sé lo que está pasando —dijo Arzeus—, pero si él va, nosotros también.

—No sé quién te crees que eres, Max —dijo Valentina—, pero nuestra misión tiene por objetivo principal derrocar al Amo de La Mazmorra. Una vez obtenido el Cetro de Agamenón, probablemente se podrá deshacer la maldición con su poder. El Amo puede hacerlo.

Max la miró divertido.

—¿Y quién será el nuevo Amo, Valentina? ¿Tú?

—Por supuesto que no.

—¿No se te ha ocurrido pensar que, si de verdad la ciudad tuviera esperanzas de que vosotros tres matarais al Amo de La Mazmorra, habrían enviado con vosotros al que consideren apto como su sustituto?

—¿Qué intentas decir? —preguntó Arzeus, molesto, adelantándose.

—Sólo os están utilizando. Quieren ver de lo que es capaz el chico. Debilitar las fuerzas del Amo, si es posible. Pero eso sólo tendría una utilidad…

—La guerra, por supuesto —dijo Arzeus.

—Así es. Si el Nido de Estrellas se aliara a Vhae Dunking, habría bastantes esperanzas de acabar con el Amo. ¿Pero no morirían muchas personas en el proceso? ¿No sería mejor evitar la guerra para no derramar sangre innecesariamente? ¿Por qué tanto interés en luchar contra un enemigo que nunca ha salido de su propio pequeño territorio?

—¡La Mazmorra no es pequeña! —exclamó Valentina.

—Lo es comparada con cualquier país. ¿A cuánto ascienden las fuerzas del Amo, mil personas como mucho?

—De niveles ridículamente altos. Mas los ejércitos de monstruos, regenerados una y otra vez cuando se trata de proteger la Mazmorra de un ataque. Mas los cadáveres enemigos alzados como zombis a medida que las batallas progresan. Mas el control del clima, cortar comunicaciones y maná entre el exterior y La Mazmorra. Y poner portales desintegradores que sólo dejen pasar a los suyos, comunicando cada piso, obstruyendo las escaleras. Sin nada más que el vacío al otro lado si rompen los muros dimensionales excavando para evitarlos. Todo esto lo sabrías si tuvieras un mínimo de educación de la Ciudad de los Sabios.

Uno de los ancianos se acercó y habló.

—Nosotros no participaremos en ninguna guerra. Este lugar es un refugio, y no somos soldados. No tenemos interés en provocar la furia del Amo, sino en pasar desapercibidos. Si este lugar deja de ser seguro, simplemente nos iremos.

—¡Ja! ¿A dónde, a Kar-Blorath? —se burló Valentina—. Un grupo de ladrones como vosotros no duraría ni un mes antes de que os arrestaran a todos. Y si comenzáis a matar gente para evitarlo, mandarán al gremio de cazadores de monstruos contra vosotros.

—Los cazadores no matan humanoides —repuso el viejo, y me pregunté cuál sería el término original sin traducir para mí.

—Pero sí el gremio de asesinos. Están encantados de colaborar con soldados y guardias, evitan problemas e investigaciones. No es lugar para vosotros, viejo.

—Por favor, Max —dijo el anciano—, no traigas la guerra a nuestro hogar. Te lo dimos todo, te aceptamos como a uno de los nuestros.

—Puedes tranquilizarte, Benhamir. Lo que intentaba explicarle a Valentina y Arzeus, es que se les está utilizando para tantear las fuerzas del Amo, y si es posible, debilitarlo. Los han considerado desechables, igual que al chico. El hecho de que le hayan nombrado el jefe del equipo, siendo un extranjero, y siendo ellos militares, debería haber sido una pista clara. Los desprecian. Los han abandonado a su suerte. Son los supervivientes de un escuadrón aniquilado, indirectamente, por el chico al que han puesto a darles órdenes. Es un castigo humillante de camino al matadero. ¿Cómo no os disteis cuenta? —dijo finalmente, mirándolos directamente. Arzeus tenía los ojos llorosos, y vi lágrimas rodando por las mejillas, bajo la venda de Valentina. No podían hablar, no ahora. Estaban ocupados intentando controlar sus emociones.

—Creo que Max tiene razón —dije. Los dos agacharon la cabeza, apesadumbrados—. Pero no creo que la decisión de hacer la guerra estuviera tomada cuando recibisteis vuestras órdenes. Creo que es más una cuestión de obtener información, viendo hasta dónde podemos llegar, y cómo reacciona el Amo. Pero no descarto que hayan cambiado de idea. ¿Quién sabe en qué piensan los políticos? A lo mejor se han venido arriba por la razón que sea, y ahora se ven con ánimos de hacer una invasión.

—Valentina, Arzeus —dijo Max—, os ofrezco venir como parte de mi equipo en busca del rey de los vampiros, desaparecido hace siglos. Una criatura real, viva, o no muerta, lo que sea. No artificial. Un misterio por resolver, qué fue de él y dónde está. Una misión que cumplir, rescatar a la chica del vampiro del séptimo piso, maldita por su captor, y a la que sólo el rey de los vampiros, o el cetro del Amo, puede curar. Me inclino por lo primero…

—¿Pero no significa eso que ese vampiro tendría que acompañaros, y seguir vivo, para curarla? —preguntó Samuel.

—…detalles, detalles. Así que pensaos lo que os ofrezco. Partiremos mañana. Recordad que lo único que le importa a vuestro jefe es salvar a su amiga, y derrocar al Amo es sólo el plan B. Tenéis mucho en qué pensar. Id a la habitación que os han enseñado a hablar lo que tengáis que hablar. Pero recordad: os estoy ofreciendo un propósito, uno bueno, a corto plazo. Y en el proceso puede que subáis de nivel, aunque retrocedamos para encontrarlo. Y eso cumpliría con vuestros propósitos posteriores, si es que finalmente decidís ir a por el Amo. Pero en ese caso, este chico no os acompañará. Él no es soldado, sólo un joven aventurero, que quiere salvar a su amiga y volver a casa.

Valentina y Arzeus asintieron. Después se marcharon con el anciano. Max se volvió hacia mí.

—Te diría que me debes otra, pero eso ya lo sabes.

Asentí con la cabeza. Pero no estaba seguro del recuento que Max estaba haciendo en la suya.

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