Dentro del Laberinto 29: Reunión

Los hilos del destino comienzan a cruzarse, y el tapiz va tomando forma.

[Saludos. Aquí traigo una nueva entrega de las aventuras del Laberinto. Recordad que los votos y comentarios animan a los autores a continuar.

Os recomiendo usar vista simplificada del navegador tras pasarlo a vista para impresión, con el icono de la impresora]

Capítulo XXIX: Reunión

Claw los observaba en silencio; estaba en la taberna con ellos, pero era el único sin emborracharse. Vigilaba a todos: aventureros, gente corriente y trabajadores. El posadero era gordo y fuerte, con bigote. Limpiaba vasos sin quitar el ojo a la clientela tras la barra. Saltaba a la vista que podría coger a sus guardaespaldas de nivel 1 y arrancarles los brazos de cuajo.

Las camareras estaban acostumbradas a que les entraran cada noche, y no necesitaban ayuda para poner a los clientes borrachos en su sitio. Cada una de ellas podría haber vencido a su secretaria, probablemente. Al menos en igualdad de condiciones, armadas y sin pillarlas por sorpresa. Luego estaba aquel hombre junto a la entrada, el único que pasaba el tiempo leyendo. Era grande e intimidante, y no consumía. Sin duda hacía la función de portero. Su gruesa ropa probablemente ocultaba una armadura debajo. ¿Lucharía con armas conjuradas? Parecía desarmado, así que podría ser de tipo mago con hechizos de cancelación de magia. En aquel entorno le parecía la clase más probable, un mago guerrero que se librara de antemano de otros magos.

“Y esos idiotas sólo comen y beben sin parar”. No ocultaba su indignación. Ahora que por fin se había librado de aquellas dos bestias, el barón y su protectora Shanty, sólo tenían un par de guardaespaldas de nivel 22 para vigilarlos. O según el barón, “para proteger a Victoria, Susan y su secretaria”. ¿Tan estúpido creía que era? Debía encontrar el modo de librarse de ellos, y a este paso el alcohol se encargaría de la mitad del trabajo. El problema era que el resto del grupo también estaba borracho.

—¡Vamos, ¿es que no sabéis divertiros?! —exclamó la bruja. Al final había resultado ser otra estúpida. Claro que con nivel 50 ya no tenía que preocuparse de nada, ¿verdad? Aquél maldito aventurero estaba regalándole niveles sin hacer nada, empeorando los problemas de Claw. “También tengo que librarme de ella”. Se preguntó si podría llevarse a rastras a sus guardaespaldas y su secretaria una vez que todos cayeran adormilados en la mesa. Tal vez el portero le ayudara, con la excusa de echar a los que estaban demasiado borrachos. Una vez en el callejón sería cuestión de cargar con ellos en un par de burbujas flotantes. Afortunadamente, Steve no había bebido mucho, al ver que Claw no lo hacía en absoluto. Pero no había podido resistirse a “probar un poco” en cada taberna que visitaban. Parecía que hicieran un tour turístico, y su paciencia se estaba agotando.

—¿Hasta cuándo vais a seguir perdiendo el tiempo? —se quejó cruzado de brazos.

—¡Vamos, hombre, come algo! —le dijo la bruja apoyándose en su hombro. Entonces eructó, hipó y se rió. Por fin le soltó, y siguió jugando a un juego de beber con “los calvos y la mojigata”. Incluso ella había caído en su ardid: era evidente que aquél juego de verdad o desafío era para obtener información de ellos, y se la estaba dando. Sus advertencias habían sido rechazadas, y sus órdenes también, alegando que “no diremos nada importante”. ¿Cómo se había minado su autoridad hasta ese punto? “Tengo que hacer algo. Debo recuperar y mantener el control”, pensó.

Los guardaespaldas del barón no jugaban al juego de beber, y habían bebido un poco menos, pero definitivamente estaban borrachos, y se reían cada vez más, a medida que se relajaban y conocían a los demás.

En cambio, Susan, Victoria y Tolium hablaban con normalidad, bebiendo mucho menos que los adultos. ¿Qué tenían, 15 años? “No, han hablado sobre la universidad. Pero siguen siendo críos”. Se estaban conociendo como si fuera una acampada, y el bosque fuera otro planeta. Eran niños. Ni siquiera tenían prisa por terminar la única consumición que hacían en cada taberna. “Al menos no lo pago yo, sino el barón. No es que tengamos que darle las gracias, tiene dinero de sobra. Debería compartirlo conmigo. Al menos una parte. Seguro que ha obtenido información de la que saca una buena tajada con los mercaderes de información. Me merezco algo más. ¿Por quién me toma? Y él pretende dormir con la nobleza, mientras que sólo me paga una habitación. Arrogante bastardo. Mataría por verle cambiar su expresión de suficiencia. Y pagaría por robarle su oro, a ver qué cara se le queda”.

En estas cosas pensaba Claw cuando se oyó un tumulto en la calle. Alguien entró corriendo.

—¡Pelea! —anunció. El portero fue el primero en asomarse, cerrando el libro y guardándoselo en el amplio bolsillo de su estómago. “Debe ser un grimorio de hechizos”, pensó Claw. Como era de esperar, era una trifulca entre borrachos, y el portero regresó al cabo de un minuto con gotas de sangre salpicando su cara.

—La guardia se encargará de lo demás —anunció. El posadero asintió, y el hombre se sentó de nuevo. Claw se estremeció. No es que fuera un buen detector, pero sin ninguna duda ese hombre era al menos tan poderoso como la bruja. En el momento en que luchó liberó suficiente magia para sentirla erizando su piel. Había vencido de inmediato al menos a dos personas, sin duda noqueándolas y controlando su fuerza para no matarlas. Y a distancia se había manchado de sangre. Entonces una camarera le llevó una bayeta con la que se limpió.

Aquello hizo despertar a la bruja. De repente se había puesto seria, y ya no parecía tan borracha. También analizaba al portero con cuidado.

—Creo que deberíamos irnos —murmuró—. No estoy cómoda en este lugar.

—Yo tampoco —dijo Claw—. Llevo media hora diciéndolo.

Poco después contrataron habitaciones por insistencia de los guardaespaldas del barón, que eran los que llevaban el dinero. Por supuesto, ellos eligieron las dos habitaciones más cercanas a las escaleras del segundo piso. Si alguien los atacaba, al menos tendría que dividir sus fuerzas en vez de pillar a ambos por sorpresa en la cama. Y en su posición pretendían vigilar el paso de personas por las escaleras. No hacía falta decir que su trabajo era evitar que alguien escapara.

—Mañana no digáis que no os lo advertí —dijo Claw. En cuanto entró en su habitación, compartida con Steve, salió por la ventana, con él desconcertado. Caminó por el bordillo hasta la ventana de su secretaria. Era la única capaz de ayudarle ahora en combate, de modo que la necesitaba. Compartía habitación con la bruja, y Susan y Victoria estaban en otra. Pero se estaban turnando para ir al baño, de modo que aprovechó.

—¡Nos vamos! —ordenó—. ¡Ahora mismo! Y bajamos por la ventana. Miró por el balcón y vio a Steve asomado. Le hizo gestos para que fuera hacia él y le obedeció, como esperaba. Su secretaria también, a regañadientes, comprendiendo la situación.

—¿De verdad estamos en peligro? —preguntó—. No tengo esa sensación.

—No discutas conmigo.

—Pero…

—Nos vamos. Ya. Usa los hilos.

Con torpeza, la mujer ancló hilos reforzados con maná y los descolgó como si hicieran rapel. En segundos se alejaron del edificio.

—¿Y qué hay de… —hipó— …¿los calvos?

—Serían un estorbo. El barón no obtendrá gran cosa de ellos. Que sean una carga para él.

—Entonces no están en peligro —dijo Steve. Claw lo miró. No se esperaba eso de él.

—¿Me estás cuestionando?

—Lo siento.

Corrió cuesta abajo por la Cuesta de los mercaderes, y ellos le siguieron. Tardaron poco en escapar de la ciudad. Se adentraron en el Laberinto aún de noche, pero no se sintió a salvo hasta que dejó atrás la superficie. Bajaron por las escaleras del templo y los guio hasta uno de los cubículos vacíos, que no habían contenido un gigante y no habían sido destruidos en las recientes luchas.

—Aquí no había antorchas —dijo Steve—. ¿Significa que estamos fuera del circuito?

—Sí —contestó Claw—. Nada nos perseguirá aquí dentro. Los monstruos pasarán de largo.

—¿Qué estamos pisando? —preguntó su secretaria a ciegas, tanteando en la oscuridad, y haciendo crujir el suelo.

—Viales de pociones —dijo Claw—. Entonces conjuró una sencilla luz de mago, sin siquiera una de sus cartas. La dejó flotando sobre sus cabezas, como un diminuto sol de luz mortecina y verdosa, deprimente y tenue.

—No me gusta —dijo ella—. ¿No tienes algo más acogedor? La luz de mago es tan…

—No quiero que nos vean por la abertura, y esto no es un hotel —dijo Claw—. Conjuró una pequeña burbuja alrededor que estabilizaría la temperatura, su tacto era blando sobre el suelo y les permitiría dormir, y le combinó un segundo hechizo para aplicarle un filtro de tipo válvula para el ruido: las ondas de presión serían amortiguados hacia fuera, evitando que les oyeran, pero ellos oirían con normalidad el exterior. Y los cristales rotos servirían de sistema de alarma. Además, la burbuja térmica que actuaba como tienda de campaña impermeable, no era totalmente transparente, y tapaba parte de la escasa luz.

—¿Cuánto maná emiten estos tres hechizos? —preguntó Steve, centrado en cosas prácticas. “Menos mal que ha bebido poco”.

—Lo mínimo posible. Hay tantos restos de maná alrededor que los detectores no lo pueden distinguir. Es como el vapor de una olla mezclado con la niebla. ¿Cómo lo ibas a ver a más de veinte metros?

—¿Has ocultado nuestro rastro? —preguntó ella, volviendo a la sensatez.

Por respuesta Claw utilizó la carta devoradora de maná. La dejó activada en el suelo, en el centro entre los tres, y se tumbaron para dormir.

—¿No consumirá esta los hechizos en segundos? —preguntó ella—. ¿No se zampará nuestro maná? O al menos el que regeneremos. Nos despertaríamos igual que ahora.

—No. La controlo con precisión. Su límite es exactamente antes de la burbuja. Todo el maná que desprendemos se lo comerá, pero nada más. Y ahora, duerme la mona.

Claw fue el último en dormir. “Son como niños”, pensó. “¿Por qué tengo que hacer yo todo el trabajo de un adulto?”.

Mientras tanto, en el exterior, uno de los exploradores enviado por el Amo, descubrió el cadáver del invocador, y las huellas y rastros de maná del hijo del Amo. Analizando el patrón, los rastros y señales, reconstruyó la escena del combate. Supo que algo había pasado para derrotarlo de repente, de un solo golpe. Pero no estaba muerto. Una sutil estela de su maná se dirigía a la ciudad. Había sido capturado. ¿Qué clase de habilidad tendría el Enemigo? Ni siquiera parecía haber sufrido daños de importancia. Había vencido con facilidad.

—¿Cómo lo ha conseguido? —se preguntó en voz alta. Adán se había llevado consigo a varios de los mejores, pero el Enemigo había logrado reclutar a cazadores de la ciudad. Y sin embargo, fue él quien venció a Adán. Era aún más temible de lo que se rumoreaba. Sus compañeros sabían cuando algo era peligroso, por cómo el Amo intentaba aparentar que no estaba preocupado, pero sus órdenes contradecían sus palabras y su actitud. Pero en los últimos días todos habían oído Los Gritos del Amo de La Mazmorra en multitud de ocasiones. Estaba desesperado, furioso, frustrado, iracundo.

Y ahora había perdido a su hijo, y a algunos de sus guardias de élite, por iniciativa de su hijo para, probablemente, intentar impresionar a su padre y ganarse su favor.

Por si fuera poco, rescatar a su hijo negociando sería una humillación. Aquello significaría la guerra.

Volvió lo más deprisa que pudo a través del paso secreto que evitaba el filtro de karma. Estaba tan oculto que había tres pasadizos secretos a galerías ocultas, dentro de otras galerías ocultas, con tesoros para distraer a los visitantes. Normalmente los rapiñaban con su regeneración anual, ya que eran Tesoros Verdaderos en lugar de las baratijas sexuales y de control mental que regalaba el Amo. Era como el Amo se abastecía y reponía existencias, y también eran artículos para comerciar. Tenía suficiente con los tesoros así de bien escondidos desde hacía siglos, así que prefería evitar que los aventureros se hicieran peligrosos.

Pero por alguna razón, los tres últimos años los cofres siempre estaban vacíos. Eso era extraño. Sin duda alguno de sus compañeros se había adelantado robándolos para sí mismo. Pero decírselo al Amo sólo les traería problemas a todos, así que preferían resguardarse de su furia. Tan sólo esperaban que no se diera cuenta de sus riquezas menguantes. Pero antes o después alguien tendría que decírselo. “Pero no voy a ser yo” era lo que todos pensaban. El primero de los pasadizos estaba más allá del gigante principal, cuyo cadáver descubrió que el mismo Enemigo había destruido. Y no estaba sólo. Sus dos compañeros parecían útiles. Al menos habían dejado atrás al más fuerte del grupo, el que se transformaba en hombre lobo guerrero. Dado que era el monstruo más temible junto a la hidra de la superficie, y ambos eran opcionales, los aventureros no solían investigar demasiado por allí. Cuando vencían, simplemente regresaban al conocido portal de la ruta principal. Y si alguna vez descubrían el primer pasadizo (y era un secreto conocido por los mercaderes de información), sólo el primer cofre era saqueado de vez en cuando por alguien de la ciudad. Lo que no se esperaban es que hubiera varias zonas secretas anidadas. Hasta ahora nunca les habían robado ni en el segundo ni en el tercer cofre. ¿Quién sería el traidor?

Así que pasó de largo los cofres abiertos y vacíos, que no desaparecían, zona tras zona secreta, hasta encontrar las escaleras. Llevaban a otras tres zonas secretas del undécimo piso, por supuesto, para evitar que se descubriera desde el otro lado el atajo sin prueba de karma. Accionó el mecanismo y el muro se deslizó. Lo cruzó, y segundos después se cerró automáticamente, sin dejar rastro ni juntas visibles. Cruzó la trampilla del techo, y el pasadizo lateral, y se encontró al fondo del territorio del dragón. A diferencia de los Otros, este sí lo creaba la mazmorra, así que era más débil. Otro jefe opcional.

Y estaba muerto.

—No sé por qué me sorprendo, si han podido con Adán. Un momento…

No lo habían matado ellos. Su rastro iba rodeando el cadáver. Lo examinó con atención. Reconoció el hedor del sudor del cazador.

—Roxan estuvo aquí.

Eso era información importante. Le habían perdido el rastro. Al parecer había ido directamente hasta allí para subir de nivel. ¿Pero cómo había logrado vencer al dragón ella sola? Según la información de que disponía, eso le venía grande. Gracias al espejo de Narciso hizo trampas, como debe ser, evitando adquirir la experiencia que los aventureros necesitaban para convertirse en un problema a tener en cuenta. “De modo que obtuvo experiencia antes de venir aquí”. Eso podía hacerla peligrosa. Tenía mucha información detallada. Todos sabían que Valystar se lo contaba todo, y después del Amo, era la que mejor conocía su reino. ¿A caso tenía que ver con Roxan lo de los Tesoros Verdaderos robados? No parecía probable. Eso había sucedido tres años seguidos, pero sólo ahora ella había traicionado al Amo. “El problema al que nos enfrentamos es que se alíe con el Enemigo”, decidió. ¿Debería seguir el rastro de ella o de él? Intentar perseguirlos a ambos le tomaría mucho tiempo. Y debía informar al Amo de la situación de su hijo, que al fin y al cabo era su misión. Chasqueó la lengua y tomó la ruta más rápida, cruzando atajos. Los monstruos ignoraban a los subordinados del Amo, por supuesto, así que no le hicieron perder el tiempo.


Claw, Steve y Tracy estaban ocultos con una burbuja de invisibilidad, en el piso 10. Habían visto cómo activaba el primer mecanismo de pasadizo secreto. La mujer había logrado adherir un hilo de maná al pantalón del explorador, pero ahora miraban la puerta cerrada, temiendo una emboscada.

—La bruja os detectó a pesar de la burbuja, cuando os pilló el barón —dijo Tracy—. ¿Por qué estáis tan seguros de que este explorador no lo hará? Es mucho más fuerte de lo que era ella entonces.

—Confía más en mí —dijo Claw molesto—.

—Es por la carta de absorción —explicó Steve—. La otra vez estábamos preparados para lanzar hechizos de ataque y defensa en cualquier momento. La burbuja de camuflaje no pudo filtrar todo ese maná. Pero esta vez lo estamos arriesgando todo concentrados en el sigilo. No emitimos nada de maná que pueda detectarse, gracias a combinar las dos cartas. De la imagen y sonido se encarga también la burbuja, y también de cualquier otro resto de maná residual. Es como intentar ver una mancha negra en una habitación a oscuras. Como ver un agujero negro en el espacio exterior.

—¡No me fastidies! Deberíais haber hablado con ella —se quejó la mujer palmeándose la frente, y luego cruzándose de brazos—. ¡La razón por la que os detectó fue precisamente esa! Así los localizan los astrónomos. No los “ven” porque no emiten luz, sino que deducen su posición por la ausencia de luz en su figura, además de desviar la que le rodea con la gravedad.

Los dos hombres se miraron preocupados. Ella continuó.

—La absorción de maná es demasiado exagerada, y estamos rodeados de maná ambiental. La carta de absorción sólo empeora el problema añadiendo mayor contraste.

—¿Por qué no nos lo dijiste antes? —preguntó inquieto el rubio.

—¿Me has ocultado otra información crítica? —inquirió su jefe. Ella torció el gesto y suspiró.

—No, jefe.

—Contrata empleados para esto.

Malhumorado, desactivó la carta de absorción y caminó hasta la pared cerrada. Localizó la piedra y la empujó, activando el interruptor; el muro retrocedió y se deslizó, y pasaron al otro lado. Continuaron siguiendo el hilo de Tracy, que sólo ella podía ver en ese estado.

—¿Qué longitud máxima tiene? —Preguntó Steve, justo tras ella. La mujer era la encargada de las trampas por su nivel y porque era la guía. Por supuesto, Claw seguía teniendo mayor nivel que ella, como se había encargado de hacerles saber la bruja cuando se conocieron. Tracy todavía estaba molesta con ello. Él le había acusado de ocultarle cosas, cuando era el único que guardaba secretos. ¿Qué más le había ocultado? Ah, le había hecho una pregunta.

—No lo sé. Mucha. Al subir de niel se ha multiplicado, sobre todo si no solidifico los hilos para cargar peso ni hacer fuerza. Con tan baja densidad es casi imposible de detectar. Probé a pegárselo a la bruja entre dos tabernas, aunque ya estaba un poco borracha y con la guardia baja. No pareció darse cuenta.

—¿Todavía lo tienes?

—No, antes de bajar desde la superficie tuve que cortarlo, y ya se estaba tensando. Varias personas habían tropezado cortándolo, y aunque en seguida se reconecta por sí solo, estaba empezando a llamar la atención.

—Eso nos da una idea del alcance —dijo Claw. “Gracias por señalar lo obvio”, pensó Tracy.

—¡Cuidado! —Steve la sujetó del brazo en cuanto pulsó un adoquín trampa, y una hilera de flechas se dispararon desde la pared de su izquierda, peinándola. Sólo se permitió sentir miedo tres segundos. Notó su corazón palpitar, aterrorizada. No debía volver a bajar la guardia. Luego inspiró y continuó como si nada.

—Gracias —dijo la mujer, y continuó con más decisión—. No podemos perder el rastro. Vamos más rápido.

—¡Cuidado con las trampas! —ordenó Claw.

—Dejad de distraerme y todo irá bien. Callaos.

Claw la miró fijamente en silencio. Hora tras hora seguía perdiendo autoridad, desde que se encontraron con el barón. No, incluso antes. ¿Cuándo empezó? “Ah, sí, con Neif. Cuando vuelva… tendré que hacer algo”.

Contemplaron los cofres abiertos, ignoraron los caminos que los perderían, tomaron cada recodo detrás de Tracy, y perdieron varios minutos en cada pared tanteando los otros mecanismos. La mujer se anticipó a cuatro de las trampas, que bloquearon de antemano, una trampilla y el techo que se desplomaría como una lápida sobre ellos. Ambos mecanismos eran falsas aperturas de pasadizos. Otras dos las detectó Steve justo a tiempo, bloqueando la bomba con una burbuja escudo, y el surtidor de gas venenoso. Pero la última no la pudieron prever: afiladas estacas de metal salieron de las paredes, y comenzaron a cerrarse, como en una prensa hidráulica. La puerta que habían cruzado se cerró de golpe con barrotes que cayeron por el marco superior.

—¿Cómo se ha activado? —preguntó Steve, abatido por fallar.

—Sois unos inútiles —dijo Claw—. Utilizó la carta de teletransporte cercano y los sacó de la habitación, de vuelta al pasillo. Esperaron a que los pinchos se cruzaran, chocando contra las paredes opuestas. Un momento después el mecanismo se invirtió, y los barrotes subieron.

—Gracias, Claw —dijo Steve, aliviado. Tracy no dijo nada.

—Creo que se ha activado por detección de maná. Esta vez sí que hubiera servido la carta de absorción. La activaré de nuevo. De todas formas el explorador no nos había detectado antes —y de inmediato la utilizó, haciendo aparecer el círculo mágico con inscripciones bajo sus pies. Se la guardó en el bolsillo y avanzaron.

Al otro lado del tercer pasadizo secreto, no tendrían que enfrentarse a las trampas de apertura de pasadizos, pero seguían estando las normales. Y si les esperaba una trampa de detección de maná al otro lado, esta vez no se activó. Finalmente salieron a una nueva red de pasillos subterráneos, cuesta arriba, pero Tracy seguía en vanguardia siguiendo el rastro de fino hilo invisible. Cada vez corría más. “¿Por qué está tan impaciente?”, se preguntó Claw. “Ni siquiera ha aprendido a controlar sus emociones”. Muy pronto salieron a la superficie, y Tracy respiró hondo y se apoyó en las rodillas.

—Eres muy joven, ¿de verdad necesitas descansar? —preguntó Claw chasqueando la lengua.

—No, jefe —y Tracy se irguió y siguió adelante. Estaban en un prado verde de brillante césped, y era de día.

—Así que es otro piso exterior, como los 8, 9 y parte del décimo —dijo Steve.

—No te confundas, el octavo y noveno también tienen buena parte bajo la superficie —repuso Claw. Tracy no le preguntó cómo sabía eso—. Simplemente eran las zonas que sin duda el aventurero había atravesado, porque eran el camino más directo a la salida. No había monstruos de los que obtener experiencia para el grupo del barón —Tracy se abstuvo de recordarle que ella había luchado junto a ellos, con Victoria y Tolium.

Un rugido sonó a su espalda, y al girarse vieron en la cima de la loma un wyvern rojo, mirándolos con ferocidad.

—Todos quietos —ordenó Claw—. No sabe que estamos aquí.

El monstruo trotó hacia ellos, cada vez más rápido.

—¡A la derecha! —ordenó, y lograron no salirse de la burbuja, se mantuvieron todos ocultos y se apartaron de la embestida. La criatura saltó y echó a volar justo a su lado. Fue como una flecha paralelo al suelo, y disparó fuego como un lanzallamas a su paso. El horizonte se quebró, y las grietas se extendieron rápidamente hacia ellos. Lo que parecía ser un muro de cristal se rompió, y los pedazos cayeron sobre las llamas. Entonces los vieron: dos hombres y una mujer. El wyvern estampó sus patas en el suelo frenando bruscamente, se dio la vuelta y repitió la jugada, pero esta vez su aliento de fuego lo proyectó de frente, directo hacia ellos. El caballero de armadura pesada y pequeños cuernos creó un muro brillante que logró bloquear las llamas, aunque inmediatamente aparecieron grietas. Al mismo tiempo, y sin mediar palabra, como un equipo bien coordinado el hombre y la mujer se desplegaron en direcciones opuestas. Había algo extraño en la mujer que vestía cuero negro, algo no encajaba en sus movimientos. El más joven, en cambio, parecía casi un adolescente, vestía un yelmo dorado y armadura ligera negra y dorada, con algunas piezas rojas como los antebrazos con cuchillas, con todo el aspecto de estar diseñados para bloquear y devolver golpes de espada. El chico debía haber usado algún tipo de inventario mágico como el de Claw, porque de repente tenía una ballesta en las manos y disparó una ráfaga al ala derecha del wyvern. Pero algo no iba bien, eso no era normal. No eran flechas, sino cañonazos. Dos de las tres acertaron al ala en pleno vuelo, abriendo huecos y desequilibrándolo. El ala chocó contra el suelo cuando intentaba maniobrar para dar media vuelta, y de repente estaba dando vueltas de campana sobre el suelo, como un coche saliéndose de la calzada en una curva. La mujer alzó sus manos, y antes de que el wyvern reaccionara, fue envuelto en una niebla negra. Trotó hacia ellos, pero la nube se había pegado a él como una garrapata.

—Lo ha dejado ciego —murmuró Steve.

—Son muy buenos —dijo Tracy.

—¡Idiotas, eso significa que nos pueden alcanzar sus llamas sin querer! —protestó Claw—, ¡a cubierto, ahora! —señaló. Señaló a ninguna parte. Luego al otro lado. No tenían a dónde ir. Era todo amplio terreno despejado. Ningún lugar salvo la entrada de la cueva, de modo que la señaló y volvieron por donde habían venido. Segundos después un resplandor naranja les indicó que las llamas habían pasado por su antigua posición.

—Menos mal que al menos yo sé lo que estoy haciendo —gruñó Claw. Steve sólo le sonrió—. No es momento de admirar a desconocidos. ¿En qué estabais pensando? La única manera de luchar contra esa cosa era revelar a todos nuestra posición y nuestras habilidades. ¿Y luego qué? ¿Otra vez como con el barón?

—Señor… deberíamos ayudarles —dijo calmadamente Tracy.

—No necesitan nuestra ayuda —contestó—. ¿No has visto el nivel que tienen?

—Pues no. ¿También puede adivinar el nivel?

—Tú asegúrate de vigilar el hilo antes de que se tense hasta romperse. Al menos sabremos en qué dirección fue…

Entonces quedó aturdido, interrumpido a mitad de una frase.

—¿Qué pasa? —preguntó inquieto Steve, y le puso la mano en el hombro.

—Ya está. Han terminado.

Entonces echó a correr, y por un momento Tracy quedó fuera de la protección. Corrió más rápido y lo alcanzó. Se detuvo en el exterior y chocó con él. Pero para su sorpresa ni se quejó ni la miró con desaprobación, sólo la ignoró.

El cadáver del monstruo yacía decapitado, con la cabeza muy lejos del cuerpo. Primero por la inercia y luego rodando cuesta abajo. Un fino reguero de sangre la conectaba con la mole. El equipo de tres contemplaba el cadáver, y el chico lo palpaba entre los recovecos bajo su cuerpo. Parecía buscar algo. El caballero le dijo algo que Tracy no pudo oír, y se detuvo. Estaba enfadado. La mujer permanecía callada. Y ahora que estaba inmóvil, Tracy comprendió qué tenía de extraño: llevaba los ojos vendados. Su cabeza no se orientaba al lugar que le interesaba ver, ni hacia donde corría, ni para evitar tropezar. No usaba sus ojos. El caballero caminó hasta la cabeza y se agachó para contemplarla. Con la mano cerró los párpados de la criatura. Se arrodilló, juntó las palmas y rezó.

Rezaba por un monstruo.

—Hay algo extraño —dijo Steve—. Normalmente la sangre de monstruo desaparece segundos después de dejar el cuerpo.

El chico se acercó a él y le puso la mano en el hombro, pero no habló; una vez que el caballero terminó, se puso en pie y le pegó un puñetazo. El chico no reaccionó. La chica se acercó y habló con él.

—Esto no me gusta —murmuró Claw.

—¿Qué pasa? —contestó Steve.

—Son demasiado fuertes —explicó Claw—. Deben ser guardias de élite de Vhae Dunking. ¿Pero qué están haciendo fuera de su jurisdicción? Está pasando algo. Las cosas han cambiado.

Tracy no le preguntó cómo conocía tan bien lo que debía de ser normal en la ciudad. Al menos sí le constaba que él se había documentado sobre Vhae Dunking.

—Me dijiste que la ciudad a veces envía soldados a otros pisos —comentó Steve.

—No guardias de élite. Sólo por verdadera necesidad. No pueden arriesgarse a malgastarlos con el filtro de karma. Y este es voluble, cambia con el tiempo.

—Pero ellos pueden medir el karma con precisión, ¿no? —preguntó Tracy sin mirar a Claw. No quitaba ojo a esos tres. Se habían acercado mucho y estaban cuchicheando, como un equipo deportivo preparando una jugada.

—Eso no importa —dijo Claw con desdén—. Se trata de que esto es excepcional. Tiene que haber una buena razón para enviarlos a este piso. Algo muy peligroso para la ciudad. Y por tanto para quien se cruce con él en su camino.

—¿Qué es lo que te preocupa exactamente? —preguntó Steve.

—¿Recuerdas cuando el barón hablaba de ese aventurero amigo de Victoria y Susan?

—Sí. Cree que es un “candidato especial a nuevo rey de la mazmorra”.

—Parece que no iba tan desencaminado. Ha asustado de verdad a Vhae Dunking. Tanto que han enviado una partida de caza más allá de su territorio. Un equipo de tres, equipo estándar.

—Quizá para engañarlo si se lo encuentran —dijo Steve con la mano en el mentón, pensativo—. Fingir ser aventureros para sorprenderlo con la guardia baja.

—Pero que sigan esa táctica en vez de enviar a un escuadrón completo o dos sólo habla del miedo que le tienen —dijo Claw entrecerrando los ojos—. Tengo que decidir si unirnos a ellos o no. Por el momento tan sólo observemos.

—¿A estas alturas no debería haber desaparecido el cadáver? —preguntó Tracy.

—O al menos la sangre que no esté en contacto con el cuerpo —añadió Steve.

—¿Todavía estáis pensando en eso? —se quejó Claw, puso los ojos en blanco y bufó. Steve sonrió—. Era un wyvern real, no una creación mágica de La Mazmorra.

Súbitamente Tracy comprendió el puñetazo y los rezos, e incluso que el caballero impidiera a su compañero saquear el cadáver. Lo respetaba como una forma de vida inteligente.

—¿Los wyverns hablan? —preguntó Tracy. Para entonces el equipo estaba subiendo cuesta arriba hacia ellos, así que Claw los apartó del camino a la cueva.

—Los de verdad tienen su propio idioma —explicó Claw—. Al menos según los registros más antiguos. Pero por mis investigaciones, no parecen ser tenidos en cuenta como especies humanoides, sino como bestias superdepredadoras.

—Los humanos también somos superdepredadores —respondió Tracy.

—Pero no bestias. Ni salvajes, salvo en algunos lugares primitivos.

—Pues ese caballero ha rezado por él, y todo indica que piensa en ellos como humanoides.

Steve suspiró.

—Yo también lo he pensado. Creo que ese era capaz de hablar. Me refiero a un idioma que La Mazmorra puede traducir. Creo que ese le oyó. Habló con él.

Tracy se volvió contenta y le sonrió. Era un alivio no enfrentarse al continuo desdén de su jefe.

—¿Entonces por qué no les ha impedido matarlo? —preguntó Claw, como si explicara a unos niños algo elemental—. No cuadraría con la personalidad mostrada.

—Porque él los atacó primero —propuso Tracy—. Venía furioso de antemano. Seguramente porque… porque ya han matado a otros wyverns antes. Sus compañeros. Tal vez de la misma manada… o familia. O amigos, si esas cosas hacen amigos.

—Estás improvisando sobre la marcha, ¿verdad? —preguntó Steve sonriendo. Ella le devolvió la sonrisa.

—Ya basta —se quejó Claw. Estaban a punto de pasar a su lado. Al chico se le cayó algo, un vial. Parecía no darse cuenta. Estaba rodando hacia abajo, lentamente. Una poción. Se giró y la vio. Retrocedió y la cogió con calma. Se la guardó con cuidado en el bolsillo trasero de cuero, una bolsa de objetos parecido a una riñonera. Un inventario no mágico. Estaba sonriendo, mientras sus compañeros se alejaban cada vez más. Separándose cada vez más con cada paso. El chico un par de metros cuesta abajo, y menos de cinco de Claw. Los otros no mucho más arriba.

Era una formación de triángulo.

—¡Corred! —ordenó Claw, y con el sprint dejaron inmediatamente atrás a Steve por su bajo nivel. Expuesto y visible.

Ocurrió en menos de dos segundos. De algún modo Tracy estaba rodando por el suelo y tragando tierra, que escupió. Le retorcieron una mano en la espalda y luego le ataron con cuerdas creadas por unos grilletes mágicos. No sólo inmovilizaba sus muñecas. Miró a su alrededor y Claw y Steve también estaban capturados.

Nunca había visto a Claw así de indefenso. Ni siquiera frente al barón, la bruja o Shanty. Tracy sintió miedo, y se estremeció.

—Identificaos —ordenó la mujer. Ella era la que la había capturado.

—¡No digáis nada! —ordenó Claw. Ella obedeció a tiempo.

—Somos investigadores —dijo Steve—, un tipo de aventurero empujado sobre todo por su curiosidad.

—¡Steve! —exclamó Claw, decepcionado.

—Sé lo que hago.

La mujer habló con el caballero.

—Creo que ha dicho la verdad —dijo él. El caballero que rezaba por sus enemigos muertos parecía el más concentrado en buscar la verdad.

—El rubio es demasiado débil incluso para el octavo —dijo él—. Traman algo.

El muchacho se acercó y tosió para pedir el turno de palabra. Todos lo miraron.

—Lamento interrumpir, pero esta gente no podría hacernos ni cosquillas aunque lo intentaran. No hace falta que nos preocupemos por ellos. Sigamos nuestro camino y ya está.

—Eso sería una temeridad —dijo ella.

—Estoy de acuerdo con él —dijo el caballero.

—Creo que es un error. Al menos debemos dejarlos inmovilizados —insistió ella.

—Los wyverns o algún otro monstruo podrían devorarlos —explicó con calma el caballero.

Se miraron en silencio, y después la chica liberó a Tracy. Se puso en pie y se palpó las muñecas, donde los grilletes le habían presionado. “Al parecer siguen una cadena de mando. No es una democracia. Bueno, lo nuestro tampoco”.

Se miraron unos a otros, todos libres y en pie.

—Me llamo Claw.

—Eso es mentira —dijo el caballero.

—Yo soy Steve.

—Tracy —dijo ella levantando la mano.

El caballero se puso delante de ella y la observó, mirándola a los ojos mientras le hablaba.

—¿Por qué ese es tan débil?

—Porque hemos entrado directamente por el piso 8. Y no ha cazado nada hasta el 10, hace poco. Sólo un par de semigigantes y sus secuaces.

—Eso es imposible.

—Veo que no dices que sea mentira.

—¿Dos semigigantes seguidos? ¿Quién os ha ayudado? Sólo sois tres, y no muy fuertes.

—No nos ha ayudado nadie.

El hombre le sostuvo la mirada en silencio. El chico se puso a su lado, sonriendo y tranquilo, y le habló en tono de broma.

—Parece que no son tan débiles como parecen.

El caballero se relajó y se volvió a la mujer de cuero negro y ojos vendados. Su cabello era largo, su tez pálida azulada, casi violácea, y su cabello largo y negro caía hacia los lados, sobre su armadura negra de cuero tachonado, con remaches metálicos plateados. “Parece una gótica rockera”, pensó Tracy. Pero Claw estaba molesto.

—¿Cómo nos habéis encontrado? Mis hechizos son excelentes.

El chico le sonrió con desparpajo, como si discutieran en un bar sobre cosas cotidianas.

—Si no hubieseis dejado atrás a la mujer, no nos habríamos dado cuenta de que había alguien por aquí. Sólo fueron un par de segundos, pero supimos que no estábamos solos. Después, sabiendo dónde había que buscar, lo comprendimos.

Tracy habló con exasperación.

—Os lo advertí. Agujeros negros.

El chico le sonrió y asintió con la cabeza. Algo se removió dentro de Tracy, y se sorprendió devolviéndole la sonrisa. “Mierda”.

—Lamento las molestias —dijo el chico—. Ahora nos iremos. Os recomiendo que os alejéis de nosotros todo lo que podáis. Digamos que atraemos la mala suerte. Sería demasiado peligroso.

Ella asintió. El chico le transmitía una sensación cálida. “Puedo confiar en él”. Y luego se regañó a sí misma por pensarlo de un completo desconocido.

Los vieron alejarse y esperaron sentados en el césped.

—Has perdido el rastro, ¿verdad? —preguntó Claw.

—Sí. Lo siento. Pero sé a dónde lleva. Lo malo es que ellos van exactamente en su dirección… me temo que no es una cuestión de pasadizos secretos esta vez.

—El chico ha dicho que son un pelotón de ejecutores —dijo Claw. Ella se volvió arqueando las cejas.

—¿Qué?

—La ciudad ha declarado la guerra a La Mazmorra. Y el primer golpe es intentar asesinar al Amo.

—¿De qué estás hablando? No han dicho nada de eso.

—No sabes leer entre líneas, mi dulce secretaria. Buscan la cabeza del Amo, y este lo sabe. Les pone todos los obstáculos que puede. Pero mientras sean un grupo pequeño no hay gran cosa que hacer con ejércitos. Son sólo la avanzadilla. Pero si no nos vamos de aquí, nos veremos rodeados por el fuego cruzado entre dos ejércitos. Hay que volver a la Tierra.

Sin embargo, en vez de retroceder a la cueva, Claw se sintió atraído por la curiosidad y fue a examinar el wyvern.

—¿Has encontrado algo interesante? —preguntó Steve, sentado junto a Tracy tomando el sol sin camiseta.

—Lo sabré cuando lo encuentre.

Seguía examinando el cuerpo, tomando muestras de tejido y aplicando algunos hechizos, cuando oyeron un golpe a su lado. Se giraron y vieron la nube de polvo en torno a los pies de un hombre. Miraba furioso a Claw, y luego a ellos. Era alto y atlético, y sus ojos penetrantes hicieron que las piernas de Tracy temblaran de pavor; le fallaron cuando intentó ponerse en pie.

—¿Qué quieres? —preguntó Steve, poniéndose en pie con cuidado, sin movimientos bruscos.

—Los tres sois magos, pero esa cabeza ha sido cortada. Hace falta fuerza para empuñarla, aunque ahora se guarde en un inventario. Y no tenéis tanto nivel como para hacerlo con atributos secundarios. No habéis sido vosotros. Decidme lo que sepáis.

Su voz no admitía réplica ni espera, y ambos se sintieron incapaces de hacer otra cosa que no fuera obedecer. Mientras tanto, Claw estaba ensimismado y ni siquiera había reparado en su presencia.

—Así que la ciudad finalmente se ha decidido a hacer la guerra —resumió—. Tendríamos que habernos ido antes. Pero estos crímenes no van a quedar sin castigo. No me importa que Vhae Dunking no haya legislado apropiadamente.

—No hemos tenido nada que ver —aseguró Steve.

—Veo en tus ojos que dices la verdad. Pero vuestro jefe… conozco a los hombres como él.

—No lo conoces en absoluto —se quejó Steve, repentinamente hosco—. Ni siquiera has hablado con él.

—No me hace falta.

Caminó cuesta abajo, y sólo entonces, como si fuera voluntad suya, Claw lo percibió y se dio la vuelta. Por su cara de ser interrumpido en medio de algo importante, Tracy supo que no era impresión suya, de verdad ocultaba su rastro. Ni siquiera Claw se daba cuenta de su nivel. “¿Pero por qué asumo que es enorme?”. El veterano mago, en cambio, asumía que era bajo. “Pero yo sé lo que he visto cuando me ha mirado. Si en este sitio existen reglas sobre tener un nivel muy alto para ser fuerte, entonces este hombre las ha roto”.

—¿Quién eres tú? —oyó que decía Claw, gruñón como siempre y hostil con desconocidos.

—¿Acaso te crees médico forense? —replicó con desdén el desconocido.

Tracy decidió ir a ayudar. Steve pareció leerle la mente y la siguió corriendo mientras se ponía la camiseta. A este paso Claw iba a buscar pelea con alguien que podía arrancarle la cabeza de un guantazo.


—Alto ahí —nos ordenó una chica pelirroja. Nos estaba esperando a la vuelta de una curva, tras un recodo de roca. Me pilló por sorpresa. Empezaba a cansarme de tanto hechizo de camuflaje. Las habilidades de detección eran de las principales de mi clase, pero esos hechizos las hacían bastante inútiles.

—Señorita, apártese de nuestro camino —dijo firme y educadamente Arzeus.

—Alguien ha estado matando wyverns por aquí —dijo la guerrera acusadoramente, con su lanza metálica en una mano y el escudo en el otro. Este tenía bordes dentados para serrar miembros, picos afilados como espadas para clavarlo, y la lanza tenía guarda para proteger la mano de estocadas. El extremo opuesto a la punta tenía una bola de metal. Así supe que podía golpear, cortar o perforar según sus preferencias. Matar o capturar con vida. “Al parecer mi karma positivo, junto al emblema y el yelmo de suerte, siguen cubriéndome las espaldas”, pensé. De todos los que podrían haberme encontrado, era una belleza pelirroja sin intenciones asesinas.

Valentina me adelantó y la encaró.

—Si no te apartas, tendremos que luchar contra ti.

—Si alguien me pone la mano encima, será su fin.

Sujeté el hombro de Valentina una fracción de segundo antes de que la atacara por impulso.

—Cálmate —le dije—. ¿No has notado cómo lo ha dicho?

—Sólo es una mocosa arrogante y engreída.

—Cuyo nivel desconoces por su hechizo de ocultación. Pero no me refiero a eso. Claro que le sobra confianza en sí misma, pero no es lo que quería decir.

Ella pensó un momento.

—Cree que su gente se vengará. Habla de guerra.

La pelirroja no dijo nada, mientras elucubrábamos acerca de ella y sus palabras ante sus narices. Sólo nos apuntaba, en guardia, vigilando cada movimiento. Arzeus se puso delante, como corresponde al tanque, listo para pelear.

—No pareces una aventurera. ¿Quién te envía? —preguntó Arzeus.

—El Nido me protege, pero no será quien destruya a quien me haga daño. Y ahora, decidme lo que sepáis de los wyverns asesinados.

Arzeus se giró hacia mí y su mirada atravesó mi cabeza. Luego contestó.

—Me temo que no supimos a tiempo que no eran monstruos artificiales. Lamento lo sucedido. Tu gente, ese “Nido”, debe ser gente de honor. Su preocupación por criaturas como esas les honra.

Ella sonrió desafiante.

—Haré saber a los ladrones y asaltadores de caminos tus palabras. No me olvidaré de ninguna.

Fue como si le hubiera abofeteado, y fue el turno de detenerle a él. Ella parecía estar deseándolo. Quería luchar.

—Tenemos que irnos de aquí —dije—. Ahora mismo.

Y salté el desnivel y eché a correr. Arzeus y Valentina me siguieron tras un momento de duda, aunque no dejaban de vigilar a la chica. Me recordó a Mary, y deseé que estuviera a mi lado de nuevo. Echó a correr detrás de nosotros, y sólo aceleré aún más. Pasamos por delante de los cadáveres de otros dos wyverns. Mi intención era evitar encontrarnos con monstruos, así que desandaba el camino despejado. Muy pronto quedamos ordenados por niveles, y ella apenas podía seguir el ritmo. Pero tampoco nos atacaba a distancia. Sólo nos estaba vigilando. Cuando sus compañeros la buscaran también nos encontrarían a nosotros.

—¿Por qué corremos? —preguntó jadeando Valentina. No quería dejarles atrás, así que no apretaba demasiado el ritmo.

—Es un presentimiento —contesté—. Pero he aprendido a confiar en mi suerte. Haz lo mismo que yo y no te separes de mí.

—Así que no sabes por qué huimos siendo tres contra uno, y todos por encima de nivel 60.

Sabía que había algo bajo la superficie, pero no podía entenderlo. Así que seguí mi instinto sin más.

Tropecé y me caí, a la carrera, deslizándome metros y metros, derrapando. Para cuando me puse en pie me encontré con la lanza clavada más adelante. Me volví furioso. Arzeus había conjurado una barrera, y Valentina estaba en guardia.

—Lo siento —me dijo el tanque—. Me dejé sorprender. Afortunadamente has tropezado.

Ahora la pelirroja estaba desarmada, tras haber arrojado su arma, pero no parecía importarle. Parecía más preocupada en recuperar el aliento, apoyada en sus rodillas, el escudo inclinado y medio apoyado en el suelo. Con la guardia baja. Seguía intentando que la atacáramos.

—¡Alto! —mi orden detuvo el ataque de Valentina.

—¿Qué te pasa con esta chica? —preguntó molesta.

—Intenta que la ataquemos. Es una trampa.

La pelirroja sonrió, y dejó de fingir agotamiento. Estaba fresca como una rosa. Sin decir una palabra de conjuración, una masa de maná apareció reluciendo en su mano, y medio segundo después un arco largo se había formado. Al tensar la cuerda con la otra mano, una flecha de maná apareció. El disparo fue bloqueado por la barrera de Arzeus, pero la barrera se agrietó.

—¿Cuántos más puedes bloquear? —preguntó desafiante.

—Eso no debería ser posible —protestó Arzeus—. ¡No con simples flechas conjuradas!

La nube negra de Valentina apareció a nuestro alrededor, cegando a Arzeus. ¿Pero acaso eso serviría contra una usuaria de hechizos de ocultación? Aun sumidos en la oscuridad, desde tan cerca era fácil de ver el resplandor del arco y la flecha, como faros en la noche. La chica disparó de nuevo, y ese segundo impacto casi no se detuvo. Un poco de maná de la punta se filtró como un hilo al otro lado. Toda la barrera se resquebrajó ruidosamente. No aguantaría un tercer disparo, y pasaría con casi toda su fuerza. Entonces la mano izquierda de ella se envolvió en llamas, y toda la flecha se incendió. La punta relució y se cargó con maná, absorbiendo todo el fuego. “Mucha energía comprimida”, pensé.

—¡Es una flecha explosiva!

Agarré a Arzeus del brazo y me lo llevé a rastras de un salto justo a tiempo. Valentina no se encontraba en la trayectoria en ningún momento, pero saltó detrás de nosotros.

La flecha atravesó limpiamente la barrera, que estalló en pedazos, y el proyectil explotó donde yo me encontraba dos segundos antes. La explosión nos hizo caer al suelo, pero rodamos amortiguando el impacto y seguimos corriendo. Extraje un ultraespadón doble del inventario, lo incendié y lo hice girar a toda velocidad mientras corría. El cuarto impacto lo bloqueé en el aire con mi arma, pero la flecha no estalló como esperaba. Las dos auras de fuego se neutralizaron, y el metal no cortó metal. Alcé la mano en dirección a mi arma y esta voló hasta recuperarla. Había supuesto que la explosión podría dañar el encantamiento, o quizá partir la espada en dos. Tuve suerte con esa pifia de la guerrera. Entonces la chica cambió de táctica: flechas triples, lanzadas de tres en tres. Todas bien dirigidas con puntería. Lancé la espada de nuevo, con el ángulo preciso para bloquear dos de ellas. Valentina la esquivó rodando aunque venía por su espalda, porque no necesitaba ver para reaccionar.

—¡Captura completada! —exclamó Arzeus, y nos detuvimos.

—Nos detecta a pesar de la niebla, Val. Quítala.

El problema para Arzeus era que él también quedaba ciego, así que no podía protegernos estando dentro. No con precisión, al menos.

La semielfa disipó la niebla y allí estaba, un barrera de 6 caras, un cubo donde estaba encerrada. Sólo teníamos unos segundos, lo que tardara en cargar y disparar 3 flechas de alta potencia.

Mientras que Arzeus conjuraba la segunda jaula para darnos más tiempo, saqué al cubo del inventario. No quería que sufriera peligro con el aliento de los wyverns.

—¡Saludos, amo!

—¡Teletranspórtanos lejos de esa mujer!

—No puedo. Sólo tengo carga para uno.

Me quedé sin ideas. Por respuesta, Valentina corrió hacia la guerrera.

—¡A mi señal, cancela la barrera! —gritó a Arzeus por encima del hombro.

La tercera flecha fue disparada, y toda la cara delantera del dado se rompió. La chica salió al exterior, y justo entonces se formó otra. Disparó otra flecha. Valentina la alcanzó.

—¡No le ataques! —grité.

—¡No seas cobarde! —respondió—. ¡Sea lo que sea, le haremos frente!

Tenía un sai en cada mano. Los conectó por las bases y aparecieron cadenas uniéndolos. La había visto maniobrar con esa cadena con un sofisticado estilo de lucha, que parecía usarlos como nunchakus, apoyo, bloqueos de extremidades y otras filigranas. Los cargó de electricidad y extendió las hojas, como si fueran espadas largas de maná sólido, y con efecto de rayo. “Fuerte contra elemento tierra”, decía ella. “El habitual de las barreras, armaduras, ataduras y refuerzos de armas”.

—Muéstrame lo que tienes —dijo Valentina, a un metro de la guerrera, señalando su cara con el sai derecho.

—Cubo, si es necesario, sálvala.

Lancé el cubo con todas mis fuerzas. No pudo frenar a tiempo y rebotó contra la pared de roca.

—¡Ay! —se quejó. Estaba sobre la cabeza de Valentina. La tercera flecha fue disparada hacia ella, y la semielfa se apartó justo a tiempo. Esta vez la guerrera no perdió ni medio segundo, y saltó justo antes de ser capturada de nuevo. Valentina saltó tras ella, sobre su espalda. Como si fuera a cámara lenta, antes del momento fatídico, vi claramente cómo le iba a caer sobre su cabeza, con los dos sais apuntando a ambos lados del cuello; vi cómo la guerrera fingía de nuevo tener la guardia baja dándole la espalda; vi cómo sonreía. Sentí el presentimiento de nuevo.

—¡Hazlo! —ordené. Pero todo pasó demasiado rápido. Fue una fracción de segundo. Antes de que el cubo reaccionara y aplicara el teletransporte de emergencia, las hojas de metal alcanzaron la carne y la atravesaron, como si fuera gelatina. Valentina no entendía lo que estaba pasando, ocupada con cambiar de postura para chocar contra el suelo. Pero yo lo entendía. La figura se deshizo, se reconfiguró y tomó forma de nuevo. Una diferente. La de un hombre. Valentina estaba empezando a rodar por el suelo, y aún no se había puesto en pie. Iba a hablar, pero no había dicho ni una sílaba. Aún sin erguirse, los dos sais ya habían sido cortados como mantequilla. En el rostro del desconocido vi una mirada que podría prender fuego al carbono del diamante. La segunda vez que blandió su espada, intencionadamente despacio para que Valentina comprendiera que iba a morir, un instante antes de ser alcanzada el hechizo hizo efecto: Valentina desapareció en un relámpago, y también el cubo.

El hombre se quedó inmóvil, con la espada en el aire. Después se giró lentamente hacia nosotros. Arzeus y yo estábamos solos contra él.

—¡Le dije que no la atacara! —grité alzando las manos. Mi ultraespadón cayó al suelo.

Arzeus no sabía qué hacer salvo conjurar un cubo en torno a nosotros. El hombre caminó con calma. Era como ver a un tigre acercarse lentamente a su presa en un documental. Con cuidado de no alertarla. Justo antes de saltar, se detuvo. Pero su mirada no era la misma que había dirigido a Valentina. Creo que por eso no me meé encima. Envainó su espada en un instante y entonces la mitad del cubo cayó al suelo, cortada. El maná del hechizo cancelado se estaba disipando y todavía estábamos inmóviles. “¿Es esto lo que sienten las liebres al ver los faros de un coche en plena noche?”.

—Esa semielfa ha intentado matarla —explicó con serenidad. Había mucho autocontrol en su voz.

—No queremos matar a nadie —expliqué—. Yo soy un aventurero, y ellos me están ayudando. Son soldados de…

—De Vhae Mory. La semielfa ha intentado matarla —repitió. Tragué saliva.

—La chica estaba disparándonos flechas —probé a decir—. Eché a correr, y ellos me siguieron. Mi compañero intentó retenerla dentro de un cubo mientras nos íbamos, pero los rompía en segundos. Así que la mujer pasó al contraataque. Le dije que era una trampa, pero no me escuchaba.

El hombre no dijo nada. Pero tampoco parecía estar especialmente furioso, y por ahora su arma seguía envainada. “Aunque con esa velocidad, ¿qué importa?”.

—Contadme vuestra historia —dijo, y miré a Arzeus. Estábamos igual de desconcertados.

—Sería… largo de contar —dijo Arzeus—. He vivido una larga vida. Muchas batallas. Victorias, derrotas y pérdidas.

—Tenemos tiempo.

Sabía que Arzeus iba a empezar a discutir con él acerca de sus órdenes y su misión, de modo que me adelanté.

—Lo que quiere decir es que tenemos todo el tiempo que él nos permita tener.

Arzeus guardó silencio.


Neif se encontraba en el laboratorio de Claw. Había convencido a los guardias de dejarla salir, y luego de que le ayudaran. Estaba repasando el plan de Claw, y no le gustaba ni un pelo. Eso de dinamitar la separación entre los mundos para inundar la Tierra de magia sonaba a completa locura. ¿Seguro que no afectaría a los ecosistemas? ¿No causaría cáncer, como con la radiación gamma de las explosiones nucleares? La biología tenía que verse afectada de algún modo, y sucedería a escala masiva. Y derribar el muro entre un contenedor lleno y otro pesado definitivamente sonaba a desastre para ambas partes. El otro lado también sufriría daños por la pérdida de algo esencial en sus especies nativas. “Nos enfrentamos a un posible ecocidio completo, el exterminio de los ecosistemas de dos planetas simultáneamente. Si es que podemos considerar como planeta La Mazmorra”, había dicho. Afortunadamente, ellos también habían visto las primeras señales de locura, pero no sabían que lo eran. Ella les hizo comprenderlo, o al menos sospecharlo lo suficiente para concederle la duda razonable. De modo que ahora estaban repasando juntos los preparativos, las notas personales, los artefactos y los cálculos. Muy pronto estuvo segura de que su mera intuición iba bien encaminada, pero cuanto más quería concretar, más lento progresaba. A esos hombres se les podía convencer de permitirse dudar unas horas, o un par de días, de los planes más surrealistas de su jefe. Pero si quería salir de allí sana y salva con Susan cuando volviera (si Claw no hacía que la mataran), entonces Neif tenía que darles algo sólido a lo que aferrarse antes de que Claw volviera. O antes de que detonara las cargas de los muros exteriores de La Mazmorra en el octavo piso, donde se autoinvocó. Preferiblemente lo segundo. Pero sobre todo, deberían desactivar los hechizos, explosivos o lo que tuviera puesto Claw al otro lado. Parecía evitar especificar ese tipo de detalles. Era algo deliberado y sistemático; tan específico con tantas cosas, y tan evasivo con aquello. ¿Qué intentaba evitar? ¿Rivales surgidos de fragmentación interna en su club privado? ¿O temía que circulara la información sobre demoliciones capaces de destruir su querido búnker? Sospechaba que lo último.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó un hombre tomándose su segundo vaso de café.

—Sospecho que, si todo va como Claw quiere, menos de un día. Al paso que vamos, necesitaremos ayuda.

—¿Te refieres a…?

—Organizaciones rivales de Claw, sí. Son los más indicados para demostrar que se equivoca, y se esforzarán al máximo para demostrarlo. Estarán encantados de ayudarnos, y tan interesados como el que más en la supervivencia.

Siguieron trabajando en silencio, rumiando lo que había dicho. Si ella tenía razón, tenían que ir detrás de Claw, reproduciendo el portal, y después desactivar los hechizos. Al menos ganarían tiempo, hasta que él volviera. Pero probablemente volvería antes de recolocarlos, para averiguar qué iba mal. Entonces hablarían con él.

Pero sólo si Neif tenía razón.


Tracy observaba cómo Claw y el desconocido charlaban. Él parecía furioso, pero se contenía. Claw era tan irritante como siempre que no intentaba manipular a alguien. Steve la había separado de ellos con gentileza, frente al cadáver del monstruo. Y entonces se deslumbró con el relámpago, y asustada, cayó de culo.

Era una mujer guerrera. La misma de antes. Ahora podía ver claramente su rostro y la venda de sus ojos. Estaba acuclillada e inmóvil. Luego se puso en pie lentamente. Sobre ella había volando un dado metálico de 1 metro de lado aproximadamente, con discos negros en el centro de cada cara. Y ahora mismo mostraba el símbolo rojo de una exclamación en uno de ellos, el que los miraba.

—Lo logré, señorita —dijo una voz que provenía de su interior. ¿Era un vehículo volador para una raza muy, muy pequeña? Steve tiró de su manga y la apartó rápidamente. Entonces recordó que la mujer era peligrosa. Se puso en pie lentamente. Estaba temblando. Y entonces, como si se permitiera mostrar debilidad, comenzó a jadear y se vino abajo. Casi se cayó al suelo. Estaba sudando.

—Gracias —murmuró la mujer.

Tracy no lo entendía. Sabía que era un teletransporte, pero parecía ser una sustitución. ¿A dónde había ido ese hombre?

¿Y dónde se había metido Claw?

—¡Claw! —llamó Steve. Sin respuesta. Pero estaba casi segura de que no se había teletransportado. Había coincidido con la mujer, al menos por un momento. Entonces comprendió que estaba usando camuflaje, pero esta vez ni siquiera se había llevado a Steve.

“¿Has huido dejándonos atrás? ¡Nos estás usando de cebo para distraerla!”.

—Vosotros sois los de antes… ¿sabéis algo de ese hombre? El espadachín.

—Esto está lleno de espadachines —dijo Steve. Pero Tracy sabía que preguntaba por la sustitución.

—Ese hombre… olvidadlo. Sabríais de quién hablo si lo hubieseis visto.

Tracy no dijo nada. La mujer se sentó en el suelo a descansar, con sudores fríos.

—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó el cubo.

—No estoy herida. Pero no me sentía así desde…

—No estamos demasiado lejos. Si quiere, puede volver en dirección Noreste.

La mujer se puso en pie con decisión. Pero seguía asustada. Iba a enfrentarse al enemigo que la aterrorizaba a pesar de todo.

—Espera —dijo Tracy tomándola del brazo. O lo intentó, y de repente estaba otra vez con la cara en el barro húmedo bajo el césped, con el brazo retorcido en su espalda—. Sólo quería decirte… que ese tipo no parece…

—¿Un asesino? —dijo con desdén.

—No parece un mal tipo —dijo Steve a su lado.

—Entonces no hablamos del mismo hombre. Es un monstruo de aspecto humanoide. Su aura es verde, pero no es la de un aventurero. Hace trampas. No sé qué clase de criatura es, pero no es lo que finge ser.

Tracy recordó la sensación que había tenido.

—Eso mismo pensé. Sabía que era fuertísimo, sin importar qué nivel tuviera. Aunque no soy detectora, sabía que no se correspondía, y que de todas formas era un nivel muy alto.

La guerrera le soltó, y con cuidado, se puso en pie. Se sacudió el polvo y se encaró a ella. La guerrera de aspecto gótico y rockero no le miraba directamente a la cara, pero le escuchaba, así que continuó.

—Estaba preocupado por los wyverns. No quería que nadie los matara. Decía que no son artificiales, sino criaturas vivas reales.

—También decía que eran inteligentes —intervino Steve—. Con lenguaje propio, pero que su problema es que no son traducidos, así que parecen gruñidos animales.

—¿Cómo puede ser un tipo así tan peligroso? —añadió Tracy. Esta vez la mujer se acercó a un paso de ella, y le miró a los ojos, como si viera a través de la venda.

—Es aún más peligroso que su amiga. La que hizo que la atacara sólo para que él se vengara. Esa maldita arpía…

Tracy miró a Steve, pero tampoco comprendía. Y ella no se explicó. Entonces, repentinamente, echó a correr. Demasiado rápido. No podían alcanzarla aunque lo intentaran.

Claw disipó la burbuja y apareció en la cima de la colina. Tracy clavó en él su mirada furiosa.

—¡Ya te vale, Claw! —dijo Steve, alegre, y se rió.

—Tan sólo había tomado una posición de ventaja estratégica —oyó decir a lo lejos—. Larga distancia y terreno elevado, necesario para un mago, y dificulta el trabajo a los arqueros.

—Claro que sí —murmuró Tracy. “Este hombre vendería a su madre para escapar. Puto cobarde”. Pensó en el coraje de la mujer, corriendo hacia lo que temía sin importarle el terror que parecía sentir. Sintió envidia de sus compañeros. No podía dejarlos tirados. “Ojalá yo estuviera con gente así”. Miró cruzada de brazos a Steve, que alcanzó a Claw a medio camino, y se rió como si no importara. “Puede que él sea tu pelele, pero yo no”. Por alguna razón se acordó de Susan. Algo que había dicho. Ah, sí, “Claw es su padre”. En aquel momento Tracy le dijo que eso no era cierto, pero tal vez tuviera razón, después de todo.

Vio al cubo volar tras la mujer, pero era muy lento. Tanto que Tracy podría alcanzarlo corriendo. “Quizá es porque no absorbe maná de un compañero”.

Y por alguna razón que no pudo comprender, echó a correr tras él.

—¿Qué pasa, Tracy? —gritó Steve.

—¡Voy a investigar! —gritó Tracy por encima del hombro.

—¡No eres exploradora! —se quejó Claw, a voces también—. ¡No debemos reducir nuestro número!

No dijo que era la segunda más fuerte, al menos si Steve le traspasara todas sus cartas. Y con diferencia. Y no sería la mejor sólo porque Claw les había mentido sobre su nivel. ¿Y sobre cuántas cosas más? También había examinado la vegetación previamente, pero no había tenido ni un segundo libre para hacerlo sin que Tracy lo supiera. Y se suponía que acababan de llegar por primera vez, antes de conocer al barón.

—¡Te necesitamos, Tracy! —gritó Steve a lo lejos, y como ella no se detuvo, echó a correr. Eso obligó a Claw a correr también.

—¡Detente! —ordenó Claw.

—¡No te oigo!

—¡Que te pares!

Alcanzó al cubo y redujo el ritmo, jadeando. Miró atrás y vio que Claw había decidido cargar con Steve, pero no a hombros, sino con una burbuja rosa voladora. Un escudo móvil.

—Espero que no esté pensando en atacarme, señorita —dijo el cubo.

—Sólo quiero preguntarte algo. ¿Quiénes son esas personas? Las que han estado matando wyverns. Creo que tú tienes algo que ver con ellos. Con ese hombre.

—Nunca la había visto. No sé de qué me habla. Y le agradecería que cancelara el hilo de maná que me ha pegado, gracias. Puede ser invisible para otros, pero para mí es como un picor de espalda.

Lo hizo.

—Sólo estamos explorando la mazmorra —dijo Tracy—, somos exploradores.

—Con todos los respetos, eso no me interesa. Ya estoy asignado a un aventurero. Si no eres su compañera…

No terminó la frase para no decir una grosería, entendió ella.

—¿Y si lo fuera? ¿Y si estuviera del lado de esa guerrera y su equipo?

—Puedo respetar las alianzas.

—Compañeros, entonces. Dime, ¿qué quiere esa gente? Puede que tengamos en común más cosas que nuestros objetivos.

Y así corrió con el cubo, intentando sonsacarle información, y Claw fue lo bastante prudente para no interrumpir. Finalmente llegaron a un desnivel y vieron a esa gente: la guerrera, en guardia de boxeo y con guanteletes tipo puño americano, estaba distancia prudente de su objetivo. Pero el hombre ridículamente poderoso la ignoraba, estaba charlando distendidamente con el chico de armadura dorada, negra y roja. El guerrero de tipo tanque también parecía relajado, y hacía algunos comentarios. Tres desconocidos en mitad de la nada, en territorio de wyverns, parecían estar charlando de los viejos tiempos en el instituto. ¿Qué había pasado? Algo le decía a Tracy que no se conocían de nada, pero de algún modo aquel hombre había cambiado la situación. El contexto era diferente ahora. De modo que Tracy avanzó, ignorando las órdenes susurradas de Claw detrás del recodo de roca. Saltó el desnivel y caminó hacia ellos. El cubo estaba sobrevolando la zona a decenas de metros de altura. ¿Estaba vigilando por si venían wyverns?

—Hola —dijo sencillamente Tracy al alcanzarlos, levantando las manos. El hombre le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y siguió con lo suyo.

—Sólo era una campesina, ¿sabes? Pero aun así la secuestraron. No podía ser para pedir un rescate porque su familia no tenía dinero, de modo que era para venderla. Tuve que hacerme cargo. Ni siquiera le cobré a su padre. Pero él no podía dejarme ir sin al menos hacerme un regalo, de modo que lo acepté. Lo he perdido y recuperado tres veces —dijo, y sacó de alguna parte un puñal con filigranas. Un diseño personalizado y elegante.

—Es bonito —dijo el enorme caballero de armadura pesada. Tenía cuernos. Por un momento Tracy había pensado que eran adornos de su yelmo.

—Lo es. Ahora tiene varios encantamientos —y se lo guardó, sin decir cuáles. ¿Algún tipo de advertencia? Entonces se volvió hacia Tracy.

—Hola, me llamo Max. Jack Max. ¿Puedo saber su nombre, señorita?

—Yo… eh… —Se quedó aturdida. Ruborizada. “¿Qué me pasa?”

—Un poco tímida, no pasa nada. Antes sólo hablé con tu jefe.

—En realidad…

Él sonrió.

—Así que te gusta corregir a los demás. A este chico también —por respuesta el chaval sólo se encogió de hombros—. Creo que sabías que este lugar era peligroso, pero has venido de todas formas. Eres valiente, decidida y curiosa. Me gustan las personas como tú. Encajarás bien con nosotros.

Tracy se quedó boquiabierta. No supo responder. Sólo se sonrojó más. Al final bajó la mirada al suelo, y vio sus pies cambiando de posición, como una niña pequeña. Se le escapó una risita tonta, y quiso que la tragara la tierra. Ni siquiera se atrevió a taparse la cara con las manos. “Esto no me había pasado nunca. ¿Acaso me ha hechizado?”. Se estremeció cuando Max le puso la mano en el hombro, y ella alzó la cabeza bruscamente. Se miraron a los ojos. Él le sonrió, y el calor de sus mejillas se intensificó. Tragó saliva. “Esos ojos…”, pensó, y entonces Max le habló; su voz era dulce y cálida.

—Dile a tu jefe que sabemos que está ahí, y que varios de mis amigos le están apuntando con flechas de alta potencia. Están todos camuflados en distintas ubicaciones.

Tracy cerró la boca y su sonrojo terminó. Él parecía estar flirteando, pero sólo estaba creando puentes. Era diplomático y esperaba la rendición del enemigo. Tracy asintió y corrió de vuelta a Claw. Mientras tanto, Max siguió charlando con el muchacho.

—Claw… —empezó a decir al doblar la esquina.

—¡Me traes hasta aquí y luego revelas mi posición! ¡Cuando volvamos te sancionaré! ¡Tres meses de retención de sueldo! ¡No, seis!

—¿Sabes que no puedes obligar a nadie a trabajar cuando no le pagas, verdad? Querrás decir “sin empleo ni sueldo”. Quitar el sueldo sería esclavitud.

—¡¿Cómo te atreves a hablarme así!?

—Sólo he venido a darte un mensaje.

Su respuesta lo enfureció aún más.

—¿Qué mensaje?

Steve le puso la mano en el hombro para que se calmara. Ella miró a los ojos a Claw cuando respondió.

—Ya sabían dónde os escondíais, no podéis ocultaros de ellos. Y os están apuntando con tiradores ocultos en formación de fuego convergente.

Sin esperar respuesta se dio media vuelta y corrió de vuelta con ese hombre. Él le guiñó un ojo mientras escuchaba al chico, siempre sonriendo.

Ella se sintió aliviada y liberada, y mientras le alcanzaba corriendo, sonrió a Max como si fuera el mejor día de su vida.


—Nos vamos —dijo Claw.

—¿Quieres decir a la Tierra?

—No me hagas perder el tiempo con preguntas estúpidas.

Steve sonrió, evitando decir que había tardado mucho menos en contestar “sí”.

—¿Cómo nos reuniremos con ella?

—Nunca. Ha desertado.

—Ha ido a obtener información. Recuerda, dijo que iba a explorar.

—Sé reconocer un hechizo de control mental cuando lo veo. Ese hombre la ha capturado.

—Entonces tenemos que rescatarla.

—¿Me tomas por idiota? No voy a enfrentarme a esos cuatro monstruos mas los tiradores escondidos. Es decir, vencería, claro, pero gastaría todo mi maná y tú morirías. Te estoy protegiendo, Steve. Vámonos. Con un poco de suerte el ejército de Vhae Dunking, el barón y Shanty acabarán con ellos de camino al castillo del Amo.

—¿Qué hay de los demás?

—Están en manos del barón. Parecía disfrutar de ganarse la lealtad de sus mascotas, no creo que corran peligro a su lado. Cuando se aburra de ellas les dejará marchar. Para entonces serán tan fuertes que no correrán peligro aunque estén solos.

—¿Crees que también liberará al chico?

—¿Qué chico?

—Tolium. También es de la Tierra.

—Sí, por qué no.

Caminando de vuelta a la cueva que los llevaría al piso 10 a través de un atajo (porque Claw no se atrevía a cruzar el portal de karma), Steve recordó algo.

—¿Sabes? Oí mencionar a Tolium que tenía una hermana.

—No me importa, Steve.

—Dijo que se llamaba Neif —Claw se detuvo—. Pero no puede ser nuestra Neif, ¿verdad? Hay 7.000 millones de personas en la Tierra…

Claw aceleró.

—¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?

—Me has recordado algo. Neif también ha desertado, y lleva tres días encerrada.

—Me alegra que te preocupes por ella, pero dijiste que ordenaste que fueran 24 horas.

—Te equivocas. Lo que me preocupa es que esa chica sabe hablar. Siempre poniendo a su hermano como ejemplo para todo, como si ella no fuera nada sin él, pero si se dedicara a la política sería un rival temible.

Steve sonrió al recordar su aspiración a la presidencia.

—No veo a dónde quieres llegar —dijo Steve.

—¿No es obvio? Sin nada que hacer sin mí dándoles órdenes, lo único interesante para el personal que queda es charlar con Neif, a la que vigilan en la sala de cámaras. Ella es lo único diferente y exótico. Es natural que cree temas de conversación estimulantes.

—Siempre lo hace.

—Me refiero a que los sacará de la rutina, y eso los atraerá. Han pasado demasiadas horas hablando con ella sin supervisión. Y son precisamente los menos leales, por eso no les traje conmigo.

—¿Estás diciendo que la pequeña Neif es peligrosa? ¿Y sólo con sus palabras?

—No voy a perder el tiempo insistiendo, Steve. Es un peligro y punto.

—No entiendo por qué.

—¿No recuerdas que empezaba a sembrar la semilla de la duda? Por eso la castigué. A veces me sacas de quicio —dijo suspirando.

Claw envolvió a ambos con una burbuja rosa y fueron volando a máxima velocidad hasta la cueva.

[Al final se me ha alargado más allá de los previstos 30 capítulos mas epílogo, y por no aumentar la cantidad, son cada vez más largos.

Si tenéis ganas de más, os recomiendo visitar Wattpad y buscar historias de Zacarías Zaratustra (pero no son eróticas)

Espero vuestros comentarios, a ver qué os parece.]