Dentro del Laberinto 28: Cazador cazado

Max y su equipo (la amazona Gorrión Rojo y los dos científicos) habían decidido volver a la Tierra, pero los dos caminos se han cerrado. Entonces comienzan a llegar nuevos visitantes...

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Capítulo XXVIII: Cazador cazado

El aventurero, explorador y mercenario Jack Max llevaba más de tres años en el Laberinto. Él y los dos científicos, y la amazona Gorrión Rojo (escocesa pelirroja), habían ascendido en dos ocasiones desde el principio hasta el piso 12. Además, el piso de las amazonas llevaba directamente al sexto, cuando bajaron las escaleras en la selva. Aquél era el del wyvern de hielo que se encontró Mary, cerca del lago helado. Con la ayuda de la araña y una pistola de dardos pronto subieron de golpe suficientes niveles como para poder defenderse. Max y gorrión eran perfectamente capaces de luchar con armas blancas, y durante mucho tiempo les hicieron el trabajo a los científicos, antes de entrenarlos apropiadamente. El reparto de experiencia no fue equilibrado y los dos guerreros del grupo acumularon niveles extra.

Pero al principio, cuando llegaron ya equipados para la nieve de la Antártida, lo primero que hicieron fue examinar el sexto piso. Luego retrocedieron en vez de avanzar, hasta el primer piso. Desandar el camino fue mucho más fácil: por ese lado los cierres no tenían puzles que resolver, y así los dejaron esperando a su vuelta. No sólo aprendieron el camino correcto, sino que también se saltaron los problemas del piso del tutorial y ni siquiera se examinaron con las ilusiones y trampas y adivinanzas y juegos de Valystar. Cuando llegaron al quinto piso, Gorrión intuyó que había algo peligroso al otro lado y evitaron su sala. Como habían abierto la puerta frente a su prueba, viniendo desde el sexto, así la dejaron. Pero además Samuel tuvo la idea de bloquear la puerta al comprender el cambio de piso. Por tanto, ni en aquella ocasión ni los siguientes años se arriesgaron nunca a entrar en la sala de la guardiana de La Mazmorra. Esto impidió que el Amo los descubriera. Tampoco se cruzaron por pura suerte con su proyección astral. Y así, desandando el camino y bloqueando cada puerta de cada piso, sólo por si acaso, con los soportes de las antorchas que arrancaban con paciencia, finalmente llegaron hasta el principio. En aquel momento la trampilla del piso 1 no llevaba a ninguna parte, igual que ahora. Pero ya que no podían ir a la Tierra, fueron a otros mundos.

Durante el primer año exploraron sólo unas semanas cada planeta alienígena. Tenían prisa por verlo todo. El sexto, que ahuyentaba mediante el frío, también resultó ser el que más cantidad de mundos conectaba, si sabías encontrar los mecanismos secretos que los revelaban, lo que requería mucha paciencia en un infierno helado y mucha ropa de abrigo. Sin embargo, si contabas con un dron con instrumental científico, hacías trampa.

Después del segundo año y subir por segunda vez hasta el piso 12, habían cruzado por todos los portales a todos los mundos de la red, salvo el piso 14, donde se encontraba la dimensión burbuja de la Torre Negra. Incluso habían estado en el piso prohibido, inaccesible para todos: el piso número 13. En cuanto al castillo de los vampiros, sí que se adentraron en la zona peligrosa (casi todo), pero los instintos de Gorrión los mantuvieron alejados de los vampiros. Era un lugar con una buena ración de niveles extra.

Pero aquél último año, sin embargo, habían estado bastante inmóviles, centrados en el piso 11 y sus dos mundos conectados. Los científicos estaban concentrados en explorarlos a fondo, y se sentían cómodos en Nido de Estrellas: habían llegado a sentirlo casi como su nuevo hogar. O al menos la casa de la playa para irte a dormir cuando vuelves de fiesta tras ensartar orcos de las arenas. Por esa razón, porque no “farmearon” una vez más, todo estaba regenerado en los primeros 10 cuando yo me adentré.

A diferencia de lo normal, con cada regeneración completa anual (recompensas incluidas), ellos volvían a adquirir experiencia. Sin embargo cuando los demás lo intentaban, el Laberinto sólo contaba con la experiencia de nuevos desafíos completados. Sólo al grupo de Max le permitía “farmear”. Como eran cuatro, equivalía a subir una sola vez en pareja hasta el piso 12. Al igual que conmigo, ellos siempre obtuvieron premios reales.

Pero el Amo no sabía de su existencia. Ni un indicio de que algo no iba según sus designios. No supo nada hasta mi llegada, e incluso entonces seguía sin detectarlos.

Todos los monstruos opcionales (salvo wyverns) fueron eliminados por la expedición, obteniendo toda la experiencia posible dos veces. Todo el Laberinto fue cartografiado junto a sus conexiones con otros mundos. Los científicos tomaron muestras de todos y cada uno de ellos, y las examinaban con el espectrómetro y microscopio del dron araña.

Para alimentar la máquina tuvieron que hacer su primera gran investigación: obtener energía útil del maná. Comenzaron por los cristales, iguales a los que alimentaban las bombillas que vi en la comisaría de Vhae Dunking, cubiertas por una capa fluorescente ante la excitación del maná, parecidas a los tubos de neón. Con su sistema, en cambio, transformaban en energía eléctrica los arcos de maná entre dos puntas de cristal: con un poco de ensayo y error descubrieron un cátodo (la parte que normalmente absorbe electrones), que ante la excitación del maná, expulsaba los electrones que había absorbido por gastarse la batería. Esto revertía el proceso y el ánodo se recargaba de electrones. Afortunadamente cuando volvieron sobre sus pasos para rescatar el aparato con su nueva tecnología de baterías caseras, todo seguía despejado de monstruos y la araña estaba ilesa.

La araña había sido muy útil en multitud de ocasiones, como al trepar por la pared del acantilado de hielo que era la muralla del castillo (sexto piso), anclar las cuerdas de escalada, y observar a distancia (emitiendo a la pantalla) lo que les esperaba en la azotea del castillo, las trampas anti asedio y enemigos (corrientes, sin trampas del Amo). Era especialmente útil para evitar todo tipo de trampas mandándola por delante y localizando baldosas interruptor, cables trampa y otros mecanismos. Y al enfrentarse a los escarabajos de uno de los primeros pisos, fue capaz de cortarles el paso a los que intentaban saltarles encima desde el techo, anclándose igual que ellos y decapitándolos con los ganchos de las patas libres (sus cuellos eran pequeños, si encontrabas un hueco para alcanzarlos).

Durante sus viajes por la red de mundos encontraron incluso un camino secreto exterior al piso 13, la zona bloqueada a la que no se podía acceder desde el Laberinto; lo que encontraron allí nunca lo revelaron a los habitantes de Nido de Estrellas. Lo importante era que habían sobrevivido. Nadie lo había hecho en los últimos mil quinientos años, y el paso llevaba muchos siglos cerrado. No quedaba nadie vivo para hablar de ello, y el contenido del piso se había convertido en información bien pagada entre los mercaderes más selectos de Vhae Dunking.

En el momento en que yo crucé el portal del décimo piso, junto a Valentina y Arzeus, el equipo de Max también se encontraba allí. Su lugar favorito, donde prácticamente vivían, eran las cuevas llamadas Nido de Estrellas donde se encontraban refugiados, bandidos y exiliados de todas partes de la red. Gorrión solía decir que le recordaban a la banda de Robin Hood. “Superaron el filtro de karma del piso 11, ¿no? Entonces no pueden ser demasiado malvados”. Por supuesto, las fuerzas del Amo tenían reputación de ser monstruosas, así como él mismo. ¿Pero ellos estaban obligados a pasar por ese portal? ¿Y cómo lo hizo el Amo la primera vez, antes de obtener el Cetro de Agamenón? ¿A caso el Amo no era tan malo originalmente y luego se echó a perder? Estas preguntas inquietaban a Gorrión. “El poder corrompe” era la respuesta habitual de Cascarrabias.

Últimamente todos en el Nido estaban preocupados. ¿Por qué de repente todos los portales llevaban a Kar-Blorath? Había algunos miembros del Nido separados de sus hogares: cazadores, comerciantes, ladrones… llevaban casi dos semanas aislados. Los científicos ayudaban como podían, pero no habían aprendido lo suficiente con el intercambio de información con los lugareños como para comprender al Laberinto.

Entonces sucedió: un grupo de desconocidos apareció súbitamente en las cuevas, más allá de la zona habitada de Nido de Estrellas. Uno de los niños que estaba jugando corrió a dar la voz de alarma, y a su paso todos los no guerreros retrocedieron. Llevaban uniformes grises y se intuía marcialidad en ellos, pero no parecían armados. Sin embargo, se habían infiltrado sin ser detectados delante de sus narices, y en el piso 11 nada menos. El hecho de que fueran sin equipar sólo indicaba que eran aún más temibles, porque no necesitaban nada.

La primera línea de guerreros, los que estaban dispuestos a plantar batalla, formó con sus armas en ristre. Los invasores tenían pequeños objetos en las manos. Se detuvieron y murmuraron entre ellos. Era evidente que se trataba de algún tipo de arma. El mayor del grupo ordenó que se retiraran. Los cuchicheos se detuvieron sólo un segundo, y luego se reanudaron, frenéticos.

El jefe oyó comentarios de alivio y cómo los hombres respiraron aliviados tras él. Se volvió y ahí estaba Max, caminando alegre como si fuera de paseo. Él los saludó con una sonrisa y un asentimiento. Tras Max venían también los sabios y la vidente. Ahora podían relajarse. Cambiaron de postura y bajaron un poco sus armas. Ya no estaban en guardia. Max les adelantó y se acercó a hablar con los extranjeros. El jefe tragó saliva e intercambió miradas de inquietud con los otros guerreros. Si lo cogían por sorpresa, por superioridad numérica podrían matarle. Tenían que mantenerse alerta. Pero Max no decía nada. Sólo los estudiaba en silencio. Uno tras otro todos aquellos hombres y algunas mujeres lo miraron callando. Una vez que se impuso el silencio, habló con su estilo formal para estas ocasiones:

—Bienvenidos sean los que nos traigan paz —dijo Max. No se había dirigido a todo el grupo, comprendió el jefe, sólo a uno de ellos. El que estaba al fondo. ¿Qué clase de cobarde lidera sus tropas desde la retaguardia?

—¿Cómo conoce nuestra lengua? —le preguntó su líder. ¿Cómo podía preguntar algo así? Era una duda propia de novatos. Sin duda se estaba burlando de Max. Pronto lo lamentaría.

—Es por este lugar. Traduce automáticamente lo que decimos todos. Es magia.

Murmullos otra vez. Su líder los acalló. Pero antes de que pudiera replicar, los sabios alcanzaron a Max y se unieron a la conversación.

—Es magia —repitieron a la vez—. Aunque apenas podemos creerlo después de tres años intentando adaptarnos —añadió el huraño, al que Max llamaba “Cascarrabias”.

Volvieron a hablar con palabras que los guerreros no podían entender. ¿Qué es una “anomalía”? ¿Y una “corriente de taquiones”? ¿”Multiversal”? Pero eso explicaba que apenas tuvieran equipo. Esos objetos de sus manos debían ser algún tipo de varita, eran magos.

La vidente avanzó y adelantó a Max.

—Usted no es militar pero da las órdenes. Por su uniforme entiendo que no es una cuestión de dinero, no paga su sueldo. Un oficial le ha cedido el mando provisional. ¿Es un científico asesor en esta expedición? ¿O es algún tipo de funcionario?

Los soldados la rodearon con cautela. Había avanzado demasiado. Max la sujetó delicadamente del hombro y la hizo retroceder. Los hombres uniformados estaban tensos, pero no apuntaban sus varitas directamente hacia Max ni la vidente. Entonces habló Max.

—¿Todavía no habéis descubierto que aquí no funcionan las armas de fuego, motores de combustión ni explosivos? Probablemente tampoco las armas de… ¿rayos? O la tecnología que uséis. La Mazmorra no lo permitiría, sería hacer trampa.

Intercambiaron pocas frases, cuando fueron interrumpidos por una sombra en la oscuridad; sonaba amenazadora a pesar de sus palabras tranquilas.

—Y yo que esperaba divertirme un poco más, pero sólo sabéis hablar y hablar.

—¡Atrás! ¡Todos detrás de mí! —y con esas palabras, Max corrió y saltó por las paredes. Ahora era el único que separaba a los recién llegados del monstruoso hombre león bípedo. Las antorchas le iluminaban. Iba equipado con armadura de cuero tachonado y una espada. El instinto del guerrero entró en pánico, y notó que sus hombres se asustaron igual. “Soy responsable de ellos, maldita sea”.

—Tranquilos, Max se encargará de él —lo dijo con suficiente convicción para calmarlos un poco. Esperaba no equivocarse.

Por alguna razón Max había decidido proteger también a los invasores de la criatura. Les daba la espalda y podrían haberle matado allí mismo. Seguía desarmado y con los brazos en cruz, como si intentara bloquear los ataques con su cuerpo. Entonces sonrió con modestia mirándolos hacia atrás, consciente de lo que hacía, y cambió de postura, preparado para luchar. La vidente sonrió, y el jefe guerrero se puso celoso de nuevo. El monstruo habló.

—Al menos uno pretende plantarme cara; por tu olor, humano, pareces fuerte. Tengo que llevar la cabeza de alguien importante al Amo para evitar ciertos inconvenientes con él. Espero que no te importe —dijo apuntando a Max con su espada.

“Los monstruos nunca hablan, sólo los wyverns y dragones. O eso dijo Max. Esto es demasiado extraño”, pensó el jefe guerrero. Un intercambio de miradas bastó para saber que sus compañeros pensaban lo mismo.

—A decir verdad, me estaba oxidando: me vendrá bien un poco de ejercicio —dijo Max, y a la vez juntó las palmas. Al separarlas había una luminosa funda de espada entre ellas. La sujetó por ambos extremos sosteniendo su arma, lista para desenvainar. Su guarda estaba diseñada para bloquear otras espadas, y sin sacarla de su funda, podía golpear con filo romo metálico. Podía vencer rompiendo huesos, sin matar. Y al parecer pretendía luchar de ese modo, porque ni siquiera la desenvainó. “No debería subestimarlo”, pensó el jefe guerrero.

—¿Qué es esto? ¿Me tomas por escoria? ¿¡Cómo te atreves a insultarme!? —rugió el hombre león. Por un momento Max no contestó.

Y fue durante ese momento cuando la vidente conjuró dos hechizos, uno en cada mano, cuyos dedos estaban en combinaciones extrañas tocándose unos con otros, formando símbolos. Ese era uno de sus talentos especiales, conjuración doble. Además lo hacía omitiendo el cántico de cada hechizo, e incluso su nombre. Con las manos a su espalda, si el monstruo no detectaba el maná, ni siquiera sabría que se había lanzado un hechizo. O dos, mejor dicho.

—Acaba de reforzar a Max, pero no sé cómo —susurró el detector. Sin duda había sentido el flujo de maná desde la vidente hasta el objetivo de sus hechizos. Pero las orejas del monstruo se sacudieron, tal vez porque le oyó.

—Debido a tu lenguaje articulado, no eres un monstruo —contestó al fin Max—, así que no pretendo matarte; a decir verdad, tengo mucha curiosidad por todo lo que puedas contarme después de que te haya enseñado modales. En particular me interesa saber más sobre el rey de todo esto, el “Amo”.

—Tú…

Por respuesta, Max se limitó a hacer unos malabarismos con la funda cerrada, sin darle importancia al monstruo. Incluso se volvió sin prestarle atención y les habló:

—Vosotros volved con los demás, dejádnoslo a nosotros.

El jefe guerrero asintió y ordenó la retirada. Pero mientras se iban no pudo evitar mirar: el monstruo se enfureció ante la arrogancia de su enemigo, extendió sus garras retráctiles y se abalanzó sobre Max al mismo tiempo con ambas zarpas.

—¡Corred! —ordenó, y lo hicieron. Los extranjeros, en cambio, no se movieron del sitio.

—¡Pero Max tiene muchos menos niveles que ese monstruo! —se quejó uno de los guerreros, el detector.

—Él sabe lo que hace. Y son 4 contra 1.

Corrieron túnel arriba y organizaron otra línea de defensa. No podían permitir que los enemigos se dispersaran. Tenían que proteger las despensas, almacenes de toneles de agua y los dormitorios donde podía haber bebés amamantándose con sus madres, ancianos y enfermos.

Samuel, el científico, observaba asombrado. Siempre le pasaba igual viendo luchar a Max. Era como verlo bailar. De repente estaba tras el monstruo con algún paso confuso de baile (o de artes marciales, para Samuel no había ninguna diferencia), y al hacerlo, al mismo tiempo había derribado al humanoide barriéndole una la pierna; se cayó de culo y por la fuerza de Max también se deslizó sobre la dura roca de la cueva un par de metros. Un segundo después se levantó saltando (con la mano). Estaba furioso y rugió con ira.

—¿¡Cómo osas!? —gritó el monstruo.

—Me sorprende tu variedad de vocabulario, no eres un fenómeno de circo. Dime, ¿has recibido educación? ¿Sabes leer?

—¡Nadie me toma por estúpido!

Saltó sobre él, rugiendo, y así no podría usar el mismo truco dos veces: no tendría un punto de apoyo que poder desequilibrar.

Max al segundo siguiente no estaba de pie sobre el suelo, sino sobre la pared, y otro segundo después, Tom chocó contra la pared a su lado, pero él ya no estaba allí: estaba de pie sobre el techo, y vio que se había descalzado y se sujetaba con sus pies de mono lampiño a las húmedas estalactitas de la cueva, así que, sin dar tiempo a que la gravedad hiciera su trabajo, rebotó en el lateral de la cueva directo hacia él, pero Max había saltado, hecho una voltereta en el aire y, cuando Tom aún estaba a mitad del largo salto, ya había aterrizado con elegancia, con una mano tras él y la otra apenas acariciando la roca. “¿Dónde está su espada?”. Su cara se estampó contra algo duro, todo su cuerpo siguió su camino menos su cabeza, dio varias volteretas hacia atrás, y de forma desordenada rodó por el suelo; sólo tardó tres segundos en reaccionar de su aturdimiento, saltó y el hombre estaba frente a él, apuntándole con el arma envainada.

—¿Cómo has hecho eso?

—¿Sabes jugar al fútbol? Cuando juegas de portero, jamás quites tu vista del balón. ¿Qué te hizo pensar que iba a llevar mi arma conmigo en todo momento? —entonces Tom vio el fino y duro hilo reforzado con maná: ese hombre era un marionetista, al menos de bajo nivel, para hacer danza de espadas. No tendría las restricciones de alguien incapaz de usar maná, podría hacer rígido el hilo en cualquier punto y dirigirlo como un tentáculo vivo, sin leer fácilmente sus movimientos al anticiparlos observando los movimientos de su enemigo. “Pero lo que importa es que es rápido. Muy rápido . Y eso es lo que puede hacer a los marionetistas peligrosos ”.

—No lo haces mal del todo —elogió prudentemente Tom, ganando tiempo para evaluar la situación. Sus aliados no parecían tener intención de intervenir. Tom sonrió. Había jugado a ese juego otras veces. Mostró sus fauces y corrió hacia la chica, dispuesta a cortarla en dos de un solo golpe, antes de que nadie pudiera reaccionar.

Max reaccionó. Aún a un metro de ella, apareció de repente ante Tom, como esperaba. Pero su mirada había cambiado: ira. Como esperaba. La ira hacía a los novatos torpes y descuidados. La ira rompía las estrategias más elaboradas. Tom giró sobre su pie y con su cola barrió la pierna de Max, desequilibrándolo, separándolo del suelo y dejándolo sin punto de apoyo; Tom terminó de girar sobre sí mismo, y el movimiento de peonza ya se había convertido en un ataque mortal, dispuesto a atravesarlo con una única estocada con todos los músculos de su cuerpo, con la inercia y firmemente apoyado. Max, por reflejo, desvió la estocada con su arma, como esperaba, y al fin, justo después de la hoja, mostró su verdadera arma, su garra izquierda, a escasos centímetros del rostro de Max. Tom estaba acostumbrado a que los humanoides dependieran de las armas, y subestimaban su propio cuerpo. Había usado ese truco con éxito muchas veces. Las poderosas cuchillas naturales, capaces de cortar en dos espadas sin encantar, casi rozaban sus ojos; Tom saboreó la victoria.

Su garra le atravesó y fue como golpear un muñeco relleno de agua. Estalló en miles de gotas viscosas, y después se convirtió en vapor. Tom se clavó contra la pared del otro lado, y se deslizó cayendo al suelo; se giró y lo vio arremolinarse de nuevo, condensarse y tomar su forma original.

—¡No! ¡Eso es trampa!

—Sólo puedo hacerlo una vez al día —contestó Max—. Felicidades, hacía 6 meses que nadie me lograba herir. Afortunadamente, estabas intentando alcanzarme con tu mejor golpe, tu mejor jugada, así que no lo he malgastado. Tenía que llevarte a esa situación. Tenía que ofrecerte un blanco. Y ahora sé cómo piensas y cómo luchas, además de tu clase, estilo de lucha y rango de alcance.

—¿Y crees que eso te salvará? Conozco ese emblema, es de los más rastreros y tramposos, y nunca sale antes del piso 12. En Vhae Dunking vale una fortuna. Seguro que has vendido todo tu equipamiento para comprarlo.

—¿Esto? No, lo encontré en el castillo de los vampiros, en la zona opcional.

—¡No te burles de mí!

—Encontré cómo sortear a uno de los vampiros y abrí el cofre. Como esa zona no depende directamente de La Mazmorra, no era necesario matarlo primero para que apareciera. Alguien lo preparó. Qué cosas. ¿Por qué prepararían una recompensa para quien les matara? Además, los vampiros son inteligentes, están vivos. Como los wyverns y…

—¡Ese emblema es lo más cercano a la autoresurrección que ofrece La Mazmorra! ¡Perdona cualquier error fatal!

—Casi. Tiene puntos débiles, pero no te los voy a explicar, como espero que comprendas… ¿cómo dices que te llamas?

Tom lo evaluó en silencio; ese hombre era duro. Y no pensaba eso de cualquiera. Su actitud seguía serena, a pesar del arrebato al atacar a la mujer. Pero su anterior arrogancia resultó ser calculada, así como las aberturas que le mostraba, que ahora sabía que eran señuelos. Este era el verdadero rostro del hombre, y decía: “Ten mucho cuidado, o lo pagarás muy caro: tú no tienes segundas oportunidades”. Y sabía que algo no iba bien. Intentó comprender qué era, así que analizó a su enemigo. Ahora sujetaba la funda de forma diferente, le bastaba un dedo para hacer que el filo de metal asomara sutilmente; relucía como un hilo de muerte destellando en la cueva, y la posición del hombre ahora era de guardia reactiva con las dos manos preparadas, una para desenvainar y la otra sujetando la vaina, que era curva: cualquier acercamiento de Tom conllevaría un golpe de desenvainado, máxima aceleración en cuanto la punta se desatascara. Podía anticiparlo, sería un corte semicircular en todo su radio de alcance, calculado a la distancia justa, en el momento preciso, al lugar exacto. Se visualizó a sí mismo cortado en dos desde distintos ángulos. Cada aproximación hacia él, cada intento de penetrar en su perímetro defensivo, fracasaría. Era un muro infranqueable entre él y sus aliados, y el espacio vertical era irrelevante, como había podido comprobar: era demasiado rápido, más ágil que él, y no podía verlo venir.

Cada movimiento que intentaba ensayar en su mente terminaba con él partido por la mitad. Cada pequeño tic, cada mirada, cada sutil cambio de postura, se reflejaba en el hombre adaptándose a él. No podía encontrar una abertura, ni un solo fallo: Jack Max tenía un área de muerte protegiéndolo.

Entonces fue consciente de cómo resonaba su corazón en sus oídos. Tom tragó saliva y sintió sudor humedeciendo el vello de su frente. Hacía mucho que no se sentía así, sin contar cuando acudía a ver al Amo en persona y estaba rodeado de tropas de élite. ¿Cuándo fue la última vez que se encontró con un problema así en plena cacería? Miró a los demás. Arrogantes y orgullosos, cruzados de brazos, o animándolo como si fuera un deporte. Inspiró hondo y relajó su postura.

—Me llamo Tom. ¿Qué hacéis en mi territorio?

—Tu farol apesta —le dijo la muchacha pelirroja—. Llevamos más de un año viviendo aquí.

—Estabas acechando a los científicos que han echado a correr —le recriminó su rival—. Quiero una explicación.

Ya conocía su velocidad. No podía escapar de él. ¿Pero qué hay del aguante? ¿Podría sostener el ritmo? Probablemente no, su evolución había priorizado el atributo de velocidad. Pero no podría empujarlo a una situación límite de aguante: para entonces Tom ya estaría muerto. “¿Muerto? ¿Cómo es que lo pienso con tal certeza? Yo nunca me rindo fácilmente”. Y su corazón resonó de nuevo en sus oídos, y percibió la amenaza silenciosa del hombre sosteniéndole la mirada. Entonces notó algo.

—Tú no hueles a miedo —dijo Tom.

—No cambies de tema —se quejó la chica. Tom insistió.

—Acabas de luchar a vida o muerte, has fallado, te has librado con una segunda oportunidad mágica, y aun así no hueles a miedo. ¿Cómo es posible?

—Estoy acostumbrado —dijo Max encogiéndose de hombros. Tom entrecerró los ojos. No recordaba a nadie tan impasible en luchas reales. Sólo lo había visto en peleas amistosas en el gremio, allá en Kar-Blorath, donde nadie se jugaba nada más que algo de dolor, burlas y dinero.

—Necesitaba algo para aplacar la ira del Amo —dijo Tom—. Recientemente he… una misión que acepté la delegué a otro.

Al humano no le gustó la explicación, pero no contestó.

—Quiero decir que El Amo valora que le lleven la cabeza de cualquier intruso, y los que han escapado, los de gris quiero decir, no fueron invitados.

—¿Cómo lo sabes?

—No necesito oler su hedor a debilidad para saber que eran absolutos novatos. Y además llevo horas siguiéndolos.

—Vamos, que te aburrías —apuntilló la chica. Empezaba a resultarle molesta.

—Guarda tus armas y yo guardaré la mía —le dijo el hombre. Tom sintió un estremecimiento de alivio y obedeció. Max la guardó, juntó ambos extremos palmeando sus manos, y su vaina desapareció tal como había venido. Tampoco pudo detectar hilos de marionetas, ahora que sabía lo que buscar. Pero ni por un momento pensó que el hombre estaba desarmado: podía sentir casi la misma presión que antes, y sólo había menguado porque el hombre estaba algo más relajado. Ocultar su espada no parecía causar una gran diferencia para su instinto de supervivencia. “Hace bien: sabe que yo tengo mis armas en las manos y en mi cabeza todo el tiempo”.

—Tom, yo me llamo Max. Jack Max. Estamos en La Mazmorra desde hace más de tres años, explorándola y recopilando información acerca de esta, la red de mundos, y de la magia en sí. Estudiamos especies y civilizaciones alienígenas. Probablemente esos científicos estaban aquí con el mismo propósito, luego encontraremos su rastro. Durante nuestra estancia aquí hemos conocido todos los mundos conectados resolviendo los respectivos acertijos, y encontrando todas las áreas secretas para acceder a ellos. Pero las últimas semanas todos los portales conectan con Kar-Blorath, lo que resulta frustrante para nuestros propósitos porque ya lo hemos visitado dos veces. Junto a cierto descubrimiento que hicimos hace un mes nos hemos replanteemos todo. Llevamos muchos días debatiéndolo. Hay que ver cómo son las cosas. Justo cuando decidimos que teníamos que volver nos llegó la noticia de que el paso a La Tierra se ha cerrado. Acabamos de volver tras comprobar que también lo ha hecho el portal secreto del octavo piso, que la última vez conectaba con Grecia. ¿Qué sabes al respecto?

Tom intentaba asimilar tanta información de golpe. ¿Por qué ese extraño de repente le hablaba como si se conocieran? Miró al grupo y estuvo seguro de que eran los dos hombres los que querían volver, aunque se hubieran adaptado no se encontraban en su elemento. La chica en cambio parecía… bueno, Tom no conocía el término “fan adorando a su ídolo”, pero en tal caso lo hubiera utilizado. Por no hablar de cómo olía: la chica estaba como una moto.

Y estaba embarazada.

A Tom le molestaba algo que había dicho Max: que habían encontrado todas las áreas secretas. “Todos” los portales de la red de mundos.

—¿Cómo teníais tanto dinero como para pagar a Vhae Dunking por todos los mapas? Los que tienen ubicaciones ocultas cuestan mucho dinero. Hay que pagar una buena tarifa al gremio, al menos allá en mi mundo. Así que en Vhae Dunking valdrán el doble. O más.

—¿Mapas? —preguntó Max alzando una ceja—. Te equivocas, simplemente los encontrábamos. No era tan difícil. Además, nosotros hacemos nuestros propios mapas.

“Sus propios mapas. De todos los portales ocultos”, pensó Tom.

—No puede ser —se quejó Tom—. Si os ha sido tan fácil es porque no los habéis encontrado todos.

“Y suponiendo que sea cierto… ¿cómo puedo robárselos?”. Max parecía encantado de responder.

—Sé que los encontramos todos porque el número me lo confirmó un wyvern.

—¿Que le preguntaste a un wyvern? —preguntó Tom asombrado.

—Ah, sobre eso… aunque la mitad de este piso es territorio wyvern, quizá no sepas que no son creados por la mazmorra: al igual que Nido de estrellas, está poblado por refugiados. ¿Sabías que en su mundo de origen se le da caza como a depredadores peligrosos a los que intentan extinguir? Lo único que necesitan es un suministro estable de ganado. Los consideramos otra especie sintiente con derechos.

—¿Que le preguntaste a un wyvern ? —repitió Tom.

—Son inteligentes. No son marionetas mágicas del Amo. No son artificiales creados por La Mazmorra. Están vivos de verdad.

—¿Quién está tan loco para acercarse a charlar con un monstruo así? Y nadie había oído nunca que pudieran hablar.

—Porque no son traducidos, pero hablan en su propia lengua. Nos costó algunos intentos acercarnos sin que intentaran matarnos, usando mímica y trayéndoles comida, y alejándonos cuando se acercaban. Pero logramos hacernos entender lo suficiente. Nos guiaron hasta algunos de los más viejos, siempre ocultos. Ellos habían aprendido a hablar algunas de las lenguas de la Red de Mundos, las que sí son traducidas. Los wyverns ancianos son sus intérpretes y hemos hecho muchos avances en las relaciones con Nido de Estrellas. Estamos muy orgullosos de haber servido a la causa de unir a una nueva especie con el resto de la red. O al menos es lo que creemos que va a pasar.

Ese humano era perturbador. Estaba completamente loco.

—Los wyverns están entre las criaturas más…

—Lo sé, pero los dragones son peores, ¿cierto? Y están todos en el piso 13, el bloqueado; dicen que ni siquiera El Amo puede acceder a él. ¿Pues sabes cuál es mi teoría?

Ese tal Jack Max seguía hablándole como si se conocieran.

—No.

—Creo que fueron los propios dragones los que se independizaron; creo que se hartaron del amo actual. Y que ellos también se esconden de su propio planeta.

—¿Qué es el Nido de Estrellas?

—Donde estamos —contestó Max—. Un refugio para desamparados, para los que huyen de su tierra natal.

—Una cueva de criminales, ya veo.

—Hay algunos, sí; pero Gorrión dice que todos tienen karma positivo. Mi amiga, la fuerte.

La fuerte. No la guapa, no la pelirroja o su admiradora: quería que supiera que también era peligrosa. Y ciertamente, apenas había captado algo de miedo en ella, incluso cuando la atacó. Pero eso no era muy indicativo de nada: confiaba ciegamente en que su amigo la mantendría a salvo, pasara lo que pasara.

—¿Lees el karma? —preguntó Tom.

—También puedo escanear cerebros. Si se dejan, o duermen. Puedo ver recuerdos ocultos o bloquearlos.

—Es interrogadora —aclaró Max—. Sólo necesita que le ayude con un poco de persuasión para que nuestros enemigos colaboren.

Tom mostró una amarga sonrisa.

—También sabe cocinar —dijo uno de los hombres, que habían permanecido discretamente callados—. Ha aprendido un montón de recetas con ingredientes de cada mundo, cosas cotidianas que comen los aldeanos. Me encanta.

—Lo que implica que sabe de venenos, para no intoxicarse —insinuó el otro. Así que ella era la curandera del equipo. Era útil saberlo, el primer objetivo a eliminar. ¿Pero por qué había dicho Max que era “la fuerte”? Los médicos no destacan por su capacidad de combate.

Lo que pasó en las siguientes horas sucedió sin que Tom terminara de comprenderlo. De algún modo se vio arrastrado por ellos, contactaron con los “científicos” y todos contaron su propia historia. Se encontraba cruzado de piernas frente al fuego, en la cueva, rodeado de algunos aldeanos subterráneos. Estos le miraban con temor, lo que resultaba reconfortante, pero Max y Gorrión lo trataban con naturalidad, tomándose confianzas, lo que resultaba muy irritante. Estaba devorando su muslo de ternera (o así me parecía aquel animal) asado, un festín al que le invitaron para entablar buenas relaciones, y todavía se preguntaba cómo narices se había visto envuelto en aquella situación: en lugar de conseguir unas cabezas alternativas para El Amo, estaba perdiendo el tiempo con cháchara y confraternizando con sus presas. Pero cada vez que recordaba su propósito, algo dentro de él se estremecía, sentía su vello erizarse, y con su visión periférica localizaba a Max, que como un halcón sobrevolando, siempre, sin importar a qué distancia, parecía saber exactamente cuándo cambiaba de actitud, y con la misma infalibilidad le hacía saber que le estaba vigilando. Y le bastaba un cruce de miradas. Incluso aunque Tom no le mirara directamente. “Es como si fuera un detector, pero en vez de localizar maná, detectara intenciones hostiles”. Y le resultaba aún más frustrante que no importaba cuánto pudiera disimular, parecía que le leyera la mente. “Y tal vez lo haga. O puede que sea cosa de la mujer. Quizá ella es la que lo detecta, y se lo comunica mentalmente”.

Entonces empezó a vigilarla. Era la médica, la fuerte, la detectora, la que los coordinaba y la que anticipaba emboscadas. Tenía que detenerla.

O unirse a ellos, pensó entre risas borracho dos horas más tarde, mientras cantaban y bailaban junto al fuego. “¿Qué me está pasando?”, pensó.

Incluso los científicos de una Tierra de un universo paralelo se relajaron, aquellos que vinieron en una nave espacial; todavía decían que tenían que regresar para informar, pero Jack hizo que se quedaran hasta terminar. Sin embargo, se quedaron dormidos con la panza llena aunque afirmaban que no correspondía con su horario, y más tarde supieron que era por los largos turnos de reparaciones en su nave. Así que fueron acomodados como invitados en las pequeñas cabañas iluminadas por las antorchas de La Mazmorra, eternas mientras hubiera tolerados, acompañantes o invitados cerca. Y nadie podía cruzar el portal del décimo piso sin ser al menos tolerado. Sin embargo, el filtro de karma era el que limitaba al Amo, impidiéndole alcanzar el piso 15.

—Es el karma lo que nos protege de Vhae Dunking —dijo uno de los aldeanos entre risas—. La mayoría de ellos son tan corruptos que se convierten en polvo si intentan cruzar. Cuantos menos pasen por aquí mejor, más tiempo seguiremos escondidos.

Tom tomó buena nota de ello. Se rumoreaba que el Amo no quería salir de sus dominios, y quizá fuera por la barrera de karma del piso 11; ¿Entonces cuando ascendió la primera vez no era tan… como es? No, podría ir a los mundos conectados entre el 11 y el 14, de modo que había otra explicación. ¿Mera cobardía? Era un hombre imponente, pero había olido el miedo en él, aferrado como una garrapata vieja y cansada.

Lo que sí sabía de antemano era que el piso 11 era especial, como el séptimo: podías recorrer tu camino hasta el piso 12 evitando la mayoría de peligros, como el territorio wyvern. E incluso así, la mayoría estaba siempre despejado. Había todo tipo de rumores y teorías al respecto, y ahora sabía por qué: aquellos aldeanos mantenían seguro su entorno, aunque se escondieran bajo la superficie. Pero cómo se había dejado enredar era algo a lo que todavía le daba vueltas cuando se durmió, al igual que los científicos, en una de las cabañas en las que le hicieron hueco, junto bandidos que probablemente no le robarían mientras durmiera, pero no estaría de más tomar algunas precauciones… pero no tomó ninguna, y durmió como un bebé.

La respuesta a las preguntas que se hacían tanto Tom como los científicos “paralelos”, tenía una respuesta muy sencilla: Jack Max era como el Sol, y todos orbitan en torno a él, iluminados, reconfortados y seguros, a salvo del frío del espacio, lejos de las tinieblas del otro lado. Algo en su interior les susurraba que con él ni siquiera El Amo podría dañarlos, y a su lado todo iría bien.


Victoria observaba a distancia prudente; Susan seguía haciendo de cebo, usando sólo los artefactos de hechizos defensivos que le dio Claw, y echando a correr con sus atributos mejorados. Tracy, en quien se interesó el barón una vez que puso de su lado a Claw, se encargaba de atacar a sus perseguidores por la espalda con sus ráfagas de puñaladas, cada cuchillo atado a hilos brillantes que se movían casi por voluntad propia. Al volverse para atacarla dejaban libre a Susan, y entonces era su turno de escapar; los hacía correr en círculos, hasta que, por cercanía, volvían a centrarse en Susan. Era un método lento y paciente, pero funcionaba. Una nivel 1 estaba matando monstruos del noveno piso sin sufrir heridas. A Victoria le sorprendía su resistencia al cansancio desde el nivel 1. Parecía lo primero que se había reforzado, además. Como si fuera una máquina de golpes incansable que venciera a sus enemigos por agotamiento, esquivando, retrocediendo y sin darles tregua. Y como compartían experiencia, Susan también estaba subiendo a toda velocidad. En aquel piso, les explicaron, se daba demasiada experiencia para su bajo nivel.

—¿Entonces por qué no nos quedamos aquí en vez de seguir avanzando? —propuso—. Hasta que lleguemos al 99, y entonces seguimos sin miedo. No tenemos prisa, ¿no?

—Por supuesto que la tenemos —replicó el barón—. Sea lo que sea lo que está destinado a hacer tu amigo, la mazmorra tiene interés en que lo haga. Y yo quiero verlo, sacar partido de ello o evitar que me perjudique.

—¿Entonces por qué nos detenemos para que los débiles del grupo se fortalezcan? —preguntó viendo cómo Susan tropezaba y se caía justo a tiempo para evitar que una arpía (monstruo volador con alas, femenino y en este caso, con lanzas encantadas) la ensartara por la espalda. Antes de que el barón respondiera, Victoria le acertó con una flecha. Había aprendido a disparar en un campamento de verano un par de años antes y tenía cierto talento, dentro de las pocas horas que invirtió. Pero su nivel mejorado le había dado el talento restante necesario.

—Buen tiro.

—Gracias. ¿Y respecto a por qué nos detenemos, señor barón?

—La mazmorra os ha seleccionado como “acompañantes” de vuestro amigo.

La arpía volaba hacia ellos. Victoria tuvo tiempo de disparar dos veces, y falló las dos contra el blanco en movimiento.

—¡Mierda!

Steve conjuró una barrera, y Claw atacó a la arpía con la carta de Jaula.

—Adelante —invitó. Atrapada, fue blanco fácil para 4 flechas a quemarropa. Se defendió lanzando su lanza, pero fue bloqueada por la barrera de Steve, que parecía bloquear sólo en un sentido; el monstruo pereció.

—Señor barón, ¿y respecto a lo de quedarnos hasta…?

—Sería muy lento —interrumpió Claw, siempre pendiente del protagonismo—. Y además es imposible: la mazmorra no premia por repeticiones. Vuestro rápido crecimiento se debe a la dificultad.

Victoria se abstuvo de preguntar por qué él, que era nuevo, había superado ya el nivel 20. Y eso que por órdenes del barón hacía lo mínimo imprescindible. Al parecer el reparto de experiencia en el mismo grupo no era equitativo si había gran diferencia en el trabajo realizado. “Pues eso deja en la mierda a los tanques”, pensó, pero creyó prudente no decir nada para no azuzar a Claw contra el barón. Fuera lo que fuera que pasaba entre ellos, era mejor evitar las peleas. Podría salpicarles a Susan, Tolium y a ella.

Tolium. Lo localizó a lo lejos, al otro lado de la colina. El primer objeto poderoso que obtuvieron fue un guante mágico que lanzaba rayos eléctricos, y se limitaba a practicar puntería. Cuando se gastaba la carga del objeto recurría al maná del usuario, lo que según Claw era un indicador de buena calidad. También pareció desearlo, pero el barón decidía el reparto. El chico esperaba a recargar, y el método paciente que estaban siguiendo, eliminando a los débiles que yo me había saltado en pisos tan grandes, le permitía recargar suficiente para contribuir de manera similar a Victoria con sus flechas. Pero a petición de Steve nunca apuntaba en dirección hacia ellos para prevenir accidentes.

Saltó de alegría al conseguir freír una arpía él sólo; había complementado con un anillo de disparo de estacas de roca que obtuvo del barón… es decir, del piso de los gólems. Bien utilizado podía crear barreras de roca que no lanzaba, y así tuvo un parapeto para bloquear la lanza. Las arpías sólo las lanzaban cuando les quedaba menos del 25% de vida. Ahora Tolium estaba con 0 maná otra vez, y tocaba esperar.

—No me gusta que vayamos tan lento —se quejó Claw.

—No te acerques a mí por la espalda si quieres seguir respirando —respondió el barón sin mirar atrás. Claw, que por su expresión Victoria supo que estaba tanteando al noble, para comprobar si se había relajado lo suficiente, dio un rodeo y se puso ante él para seguir hablando.

—Los elegidos de La Mazmorra están progresando muy lentamente, y hacer subir de nivel también a Tracy sólo los retrasa aún más.

Victoria ocultó su desprecio al hombre. Era de los suyos, pero parecía no importarle en lo más mínimo. Además, ¿progresar lentamente? El barón ya les había dicho lo anormalmente rápido que evolucionaban.

—Tracy no es elegida como acompañante —dijo calmadamente el imponente hombre—, pero es la única de los tuyos que tiene potencial.

—¿Es eso una broma? Steve y yo…

—Tu nivel no se corresponde con tu habilidad, vas muy atrasado.

—Tienes que estar bromeando.

—Eres muy dependiente de tus artefactos, especialmente de las cartas.

—Soy eficiencia condensada.

El barón rio y no contestó. A veces hacía eso, incluso hablando con alguien tan maduro como Claw, parecía como si tratara con niños impertinentes, y a veces simplemente no les hacía caso. El orgulloso científico lo notó, y le costó reprimir su lengua. Observó a Tracy, y Victoria lo hizo también. Estaba un poco envidiosa de ella. “Mil aguijones”, lo había llamado Shanty. “Es un subestilo de los marionetistas. Me sorprende que una humana en nivel 1 fuera capaz de usarlo, por mucho que sus guantes de marionetista fueran de buena calidad”. Victoria estaba de acuerdo. Esa mujer guerrera no tenía nada que ver con ellos. Todo lo que hacía era impresionante, y a tal punto que parecía hacerlo sólo para fardar. “Va de sobrada”.

—¡Tracy, deja de dar rodeos y acaba de una vez! —ordenó Claw, irascible. La mujer detuvo su carrera. La perseguían tres monstruos cuadrúpedos, parecidos a rinocerontes pero mucho más peligrosos. Había suficiente intervalo entre ellos para que la mujer tuviera una oportunidad si pudiera matarlos de uno o dos golpes poderosos, uno tras otro. Pero Victoria, viéndolos a punto de arrollarla, se preocupó: lo que necesitaba era opuesto a su estilo de lucha.

Esa fue la primera vez que Victoria le vio usar hechizos. Algún artefacto de Claw, quizá una pulsera por el brillo dorado de su muñeca. Se dio media vuelta y saltó contra el monstruo; cayó sobre el más cercano con una patada, y como si pesara 100 toneladas, lo estampó contra el suelo, cediendo como una hoja de papel. Chafado, esparció su sangre negra alrededor, pero el pie de la guerrera de pelo azul no atravesó la gruesa piel gris. Victoria se sorprendió con la potencia de su patada. ¿O había algo más? Le alcanzó el siguiente monstruo, saltó sobre su cabeza, en el aire maniobró y esquivó justo a tiempo la cornada, retorciéndose como un gato en pleno vuelo, rozándole. Agarró el cuerno y cayó a plomo contra el suelo, llevándose con ella la cabeza, derribando el resto del cuerpo. La inercia hizo que la criatura intentara echar a rodar, pero como si la mujer fuese un ancla, sólo pivotó y se detuvo en seco, con el cuello roto.

—¡¿Pero cómo lo hace?! —su voz no ocultaba su queja.

La secretaria guerrera corrió contra el tercero. Ante semejante exhibición de fuerza, ella se esperaba que el choque mandara a volar al monstruo, pero en su lugar se deslizó bajo el suelo pasando bajo él. El falso animal se detuvo, pero para entonces ella ya le había agarrado de la cola. Sin prisa, tiró de ella hacia el suelo, obligándolo a sentarse. Saltó entonces sobre él, y le cayó sobre su cabeza; intentó pegarle una cornada, pero se limitó a apoyarse en el cuerno, y entonces lo aplastó retorciéndolo de forma antinatural, con todo el esqueleto rompiéndose; oyó el desagradable sonido desde allí. Una fuerza imparable la llevó hasta el suelo, a través del animal. El brillo cesó.

—¿Qué coño ha sido eso? —preguntó Victoria a Claw.

—Sólo aumento de peso —se adelantó el barón. Claw, que estaba orgulloso de su subordinada, lo miró molesto.

—¿”Sólo”? ¿Cómo que “sólo”?

—Sólo es efectivo en una dirección, y requiere posicionarse primero. Además de ser un ataque muy predecible. Y si no golpea directamente con todo su peso, depende de su fuerza de agarre. Se ha tenido que contener al tirar de su cola para no arrancarla de cuajo; entonces su presa hubiera quedado libre.

Claw refunfuñó algo, pero no discutió.

—¿Cuántos usos le quedan? —preguntó Victoria.

—Acaba de agotar la carga. Ahora gastaría su propio maná, y no le interesa. Es mucho más eficiente con los hilos. Por ejemplo, puede tender trampas, colocar redes de seguridad, escalar, escapar hacia arriba con un gancho… es muy útil y gasta poco.

—Todo eso son trucos y maniobras —dijo altivamente el barón, cruzado de brazos—. Nada comparable al verdadero poder.

Nadie le contradijo. Todos sabían que ese hombre ocultaba algo, y que daba miedo. O al menos, que daba miedo a Susan.

Victoria se dio la vuelta y observó a los guardaespaldas. Tanto los del barón como los de Claw, Straczinsky y Gutiérrez, estaban sentados en la loma, aburridos. Aunque les hubieran dejado cazar, dos de ellos no tenían La Marca, y los otros dos, de nivel 22, no podían subir con criaturas de pisos ya superados. Se preguntó de qué hablarían siendo de mundos diferentes, con el extraño don de entenderse como si fueran del mismo barrio.

—¿Por qué no se hundía en el suelo? —preguntó Victoria.

—Buena pregunta —respondió Claw.

—O lo que es más importante, ¿por qué no se hace pedazos también su cuerpo con esos choques?

—Digamos que los efectos secundarios pasan sólo cuando no sabes controlarlo. Pero ella domina todo su equipamiento a la perfección. Eso también le permite utilizarlo a máxima potencia, lo que sería un suicidio si su control fuera inestable.

—Tus hombres parecen sorprendidos cuando la miran.

—Hasta ahora no sabían que ella fuera buena luchando.

—¿Por qué? ¿Era un secreto?

—Sí. Era mi guardaespaldas de reserva. Pero sabía que la tapadera no duraría aquí dentro. Pero sé que ellos mantendrán la boca cerrada.

Todavía le sorprendía la naturalidad con la que Claw le hablaba. Así que se lo dijo, y él se rio.

—Será porque me caes bien, Victoria.

—¿Por qué? Casi no nos conocemos.

—¿Hace falta una razón? A veces las personas sienten afinidad entre sí.

Pero su respuesta sólo sirvió para sospechara que ocultaba algo. ¿La había espiado, quizá? Entonces la conocía de antemano. ¿Leía las mentes como Shanty? No, el barón o ella se lo hubiesen advertido. “Tal vez dice la verdad”.

—Tenemos suerte de que tu amigo no haya arrasado con todo —dijo Claw—. Eso significa que al menos conseguimos los baúles de recompensa por completar la limpieza.

Así obtuvieron el guante de Tolium en el piso anterior. Lo había cogido uno de los guardaespaldas del barón.

—Toda la experiencia debe ir al grupo del invitado especial de una forma u otra —interrumpió el barón—. Da igual si se trata de él o de ellas y Tolium.

—¿Estás seguro de que el chico es parte de ese grupo? —preguntó Claw.

—No. Pero al menos es parte del grupo de Victoria. Normalmente debería coincidir.

La bruja miraba en silencio, sin despegarse del barón, como si fuera un cachorro asustado. Tampoco le dejaba cazar.

—Mi amo, ¿está seguro de que… él… es un “candidato especial”?

—¿Amo? —el hombre se rio—. Por ahora llámame barón. No, pequeña bruja, no lo estoy. Ya os dije que lo quiero comprobar.

Pero Victoria sabía lo que significaba la pregunta. Ella quería venganza, y recuperar el poder robado. En cambio, el barón actuaba como si quisiera proteger a su objetivo, a la vez que afirmaba querer colocarla a ella en el trono del Amo. “Pero sólo si él no es quien creo que es”, había dicho. Estaba hecha un manojo de nervios porque no sabía si se había metido en la boca del lobo o entre sus mejores aliados posibles.

Entonces jadeó sorprendida, y todos los que estaban cerca la miraron. Su palma resplandecía, y sus ojos casi se salieron de sus órbitas. Shanty estaba boquiabierta, el barón se echó a reír, y Claw parecía haber mordido un limón. La bruja saltó de alegría y se rio a carcajadas.

—¡¿Pero qué pasa?! —preguntó Victoria. La mujer la miró, feliz.

—¡20!

—¿Qué?

—¡20 niveles de golpe!

Y se rio a carcajadas de nuevo.

—¿Quieres decir que ahora eres nivel 42?

Por respuesta le enseñó la palma y lo comprobó ella misma. Era verdad.

—¿Qué coño ha pasado? —preguntó. Justo cuando creía que empezaba a entender las reglas de ese lugar.

—Ha sido tu amigo —respondió el barón—. No sé cómo lo ha hecho. Tal vez acaba de matar a un jefe opcional del piso 14. Lo preocupante es que debe haberse venido arriba. Probablemente pretenda enfrentarse al rey. Pero si es tan listo como dice Victoria, se asegurará de descansar y pertrecharse bien, incluso retrocediendo hasta Vhae Dunking para hacer trueque con sus nuevas recompensas. Sólo un idiota se enfrentaría a su mayor enemigo sin un refinamiento óptimo de su inventario.

—¿Cuánto dinero crees que podría conseguir para refinar su equipamiento? —preguntó Claw. Parecía interesado en la economía, no en quién se sentará en el trono.

—Ese chico ha hecho que la mazmorra deje de premiar con basura, así que debería tener equipamiento adecuado para enfrentarse a él si se quita de encima la mitad peor y refuerza un par de cosas. Aun así, él tiene consigo a su familia mestiza, su ejército de no muertos, altos orcos rojos, varios wyverns, moles de asedio… y más. Pero sobre todo, tiene al fantasma.

—¿Son ciertos los rumores? —preguntó el mago. Era raro verlo considerar al barón como realmente superior en conocimientos.

—¿Te refieres a que si es de verdad indestructible? Bueno, yo no diría tanto. Pero es lo más cercano que hay en la mazmorra a algo inmortal. Y es incansable, así que al final siempre ganará. Si ese chico pretende vencer al rey, tiene que hacerlo rápido.

Victoria tomó nota mental. Si alguna vez podía comunicarse conmigo allí dentro, intentaría hacérmelo saber.

El último rinoceronte monstruoso lo mató Victoria. Flecha tras flecha, conjurada al tensar la cuerda del arco que le dio Straczinsky por orden de Claw, poco a poco y consumiendo casi todo su maná, mató a la criatura que Susan y Tracy se encargaban de desviar una y otra vez cuando se enfadaba y cargaba contra Victoria. En dos ocasiones se acercó demasiado y Claw y Steve respectivamente la bloquearon haciendo que se estampara contra sus muros conjurados, lo que la dejaba aturdida. A Shanty le sorprendió que incluso Steve, con su bajo nivel y sin dejarle cazar, pudiera detenerlo.

—Sois buenos en esto —los elogió.

—Si me dejarais contribuir más no sería mucho mejor —se quejó el rubio—. La Mazmorra apenas me da experiencia.

—¿Qué nivel tienes tú, Claw? —preguntó Shanty. El hombre seguía usando guantes. La miró molesto. Sabía que ella era detectora, y le sonrió desafiante. Él decidió no seguirle el juego con sus provocaciones. Se encogió de hombros y contestó.

—Sigo siendo 16. No he subido ni un nivel con mis pequeñas ayudas. Después de todo, en equipo de 4, aunque el novato nos hubiera dejado todo el piso a nosotros, resolverlo entero apenas me daría un par de niveles con mi estado actual. Tengo menor ratio de crecimiento que ellos con tanto nivel acumulado.

—Es gracioso que creas que eres fuerte —dijo Shanty. Pero Claw no discutió.

Aquella noche, en el campamento tras conseguir el objeto por despejarlo todo, la bruja despertó a Victoria, riéndose al otro lado, con los hombres. Ni el barón ni Shanty le permitían dormir a su lado, pero en cambio, parecían confiar en Victoria, Tolium, Tracy y Susan.

—¿Qué le pasa ahora? —farfulló la morena medio dormida.

—¡4! —exclamó al otro lado—. Ese idiota sigue haciéndome subir de nivel sin mover un dedo!

Victoria se preguntó cómo se sentiría ser “nivel 46”. Ella misma se notaba ahora ligera como una pluma, y había practicado algunas acrobacias por consejo de Shanty, para acostumbrarse a su nueva movilidad.

Aunque la principal fuerza del equipo era Tracy, y las dos recompensas del baúl eran sin duda para ella, el barón ordenó repartirlas para Susan y Victoria. Acarició su nuevo brazalete plateado, mientras intentaba recuperar el sueño. Ya que la guerrera parecía basarse en agilidad y aguante, La Mazmorra parecía querer ayudarla otorgándole fuerza. El artefacto le daba un refuerzo permanente y pasivo, mas otro usando las cargas limitadas de maná, y otro más si además consumía su propio maná. Y si aprendía a dominarlo, podría regular la cantidad de refuerzo, gastando el maná proporcional mas una penalización por “pasarse” con tanto poder. Algo parecido a cómo el cubo gastaba mi maná volando a toda velocidad durante unos segundos. Se imaginó a sí misma como Sanson, ciego y rodeado de enemigos, derribando los pilares del templo para matar a sus enemigos a costa de su propia vida. “Espero no acabar así. A mí no se me ha perdido nada aquí dentro. Sólo estaba curioseando, y de repente me veo metida en esta movida. Ni siquiera lo entiendo. Diría “¿seguro que no estoy soñando?” si no supiera con certeza que no. Es curioso, esas son cosas que se dicen, pero aunque soñando no sepas que lo estás, cuando estás despierto no tienes dudas”.

Sintiéndose fuerte con su nuevo aumento de fuerza, se relajó.

Susan, por otro lado, había obtenido un emblema: las runas tatuadas en su piel le daban una defensa pasiva, permanente y que no consumía maná, que la protegía de cualquier proyectil inferior al nivel del objeto. Por tanto, cualquier flecha, dardo o virote encantado, así como proyectiles mágicos, serían desviados. “Siempre que sean del nivel del noveno piso como máximo”, dijo Claw. “Pero siempre te protegerá de proyectiles no encantados, aunque los lance un nivel 99”. Sabía que eso haría que Susan también durmiera más tranquila. Lo había pasado mal con las arpías, cuando le tiraban sus lanzas al quedar malheridas. No las vio todas, y fue salvada varias veces por Claw y Steve, cuando casi la apuñalan por la espalda mientras corría.

“La verdad es que todo esto es emocionante”, pensó Victoria sonriendo.

Entonces se quedó dormida.

A la mañana siguiente el grupo fue directamente al templo a comprar objetos. Claw estaba especialmente interesado, pero el barón no tenía ningún interés.

—El mercado de Vhae Dunking es mejor.

—Pero es más caro.

—Porque es de primera calidad.

—Salvo lo que no lo es. Y esos artículos son arrastrados por el alto precio generalizado. Prefiero invertir ahora en una cuidada selección, y más adelante comprar sólo lo necesario en la ciudad.

—Como quieras. Es tu dinero.

Victoria observó cómo obtenía el dinero haciendo trueques, cómo tenía una afilada lengua para regatear, y en qué medida pretendían robarle inicialmente, porque la cantidad de descuento que obtuvo sería para sentir vergüenza de sí mismo. “O mejor dicho, el sablazo que pretendían pegarle era para que se avergonzaran ellos”.

Intercambió la mitad de los artefactos del equipo, especialmente los de Susan que llamó “redundantes, porque los demás te protegeremos”, dejándola sin nada. Literalmente, ya que no podía vender el emblema ahora que se había consumido. Si no, lo hubiera intentado. “Aunque seguramente el barón se lo hubiese impedido”, sospechaba.

Cruzaron el portal al piso 10. La enorme sala vacía tenía cenizas recientes, y estaban rodeados de ruinas.

—Se ha dejado a casi todos los semigigantes y sus protectores —anunció Shanty—. Y a tres de los cuatro jefes opcionales. Tenéis un montón de experiencia. Pero será difícil y peligroso. Tendré que ayudaros, y la bruja también. Si no, al menos uno morirá.

—Nos subestimas —dijo orgulloso Claw. Shanty puso los ojos en blanco con desprecio y lo ignoró. Claw entrecerró los ojos, odiándola un poco más.

Pero no fueron directamente a aquella zona; en su lugar, fueron directos a la superficie, subiendo por la interminable escalera de caracol del templo hasta salir al exterior. Era de noche, y tardó un par de minutos en adaptarse a la oscuridad para no tropezar. Victoria miró al cielo y observó que había un brillante halo de estrellas. “¿Polvo espacial? ¿Es un anillo, como el de Saturno? Brilla lo suficiente para andar en la oscuridad, con cuidado. ¿Tal vez tanto como un cuarto de Luna?”.

—Quiero ir directamente a la ciudad —dijo Claw, mirando a alguna parte. Casi se chocó con él, que se había detenido.

—Pues no —dijo el barón—. Te vas a esperar hasta que terminemos por aquí. Más tarde iremos al subsuelo, a matar semigigantes. Mañana iremos a la ciudad.

—Voy a ir a la ciudad con Steve. Volveremos a vernos.

—El equipo del chico te necesita. No os vais.

Su voz era amenazante. Normalmente asumía tener el mando, pero no te lo restregaba por la cara. En cambio, en aquella ocasión, era como si le apuntara con una pistola. Aunque ni siquiera se había girado para mirarlo. Claw no fue capaz de contestar. Se quedó rezagado, con el barón al frente como si tal cosa, y al final uno de sus guardaespaldas le dijo algo y se puso en movimiento. “Es demasiado orgulloso. No soporta que el barón le dé órdenes, y aún menos que le amenace si le desobedece. Bueno, no técnicamente no ha sido una amenaza, pero… lo era”.

Susan se puso a su lado y le cogió de la mano. Victoria sonrió, en la penumbra. Apenas distinguió los blanquísimos dientes de la rubia (blanqueados en el dentista).

—¿Cómo lo llevas, Susan?

—Muy bien. ¡No me lo había pasado tan bien en años!

Victoria arqueó las cejas.

—Te estás jugando la vida. Lo sabes, ¿no?

—Bah. Estamos a salvo. Si hubieras visto lo que yo… créeme, esta gente va sobrada. Es un piso fácil.

—Oye, que estamos en el 10 y dicen que tú no estás preparada ni para el séptimo. Y ahora sin artefactos.

Al menos Claw le permitió conservar a Victoria el arco. “Debe ser una porquería”, pensó decepcionada.

—No lo es —susurró Shanty delante de ella, junto al barón. No se había dado la vuelta, pero en el silencio de la noche, la oyó.

—¿Por qué no? —susurró a su vez.

—Porque escala con el nivel. Sólo tienes que hacerte fuerte.

Entonces el barón se giró y también le habló, pero sin susurrar. No le importaba lo que oyera Claw.

—Es del tipo paciente: débil al principio y desechado por ambiciosos, pero muy fuerte al final.

—¿Qué? —preguntó Claw ahí atrás. Nadie contestó, y refunfuñó otra vez. Entonces aceleró y se pegó al barón de nuevo. No quería perderse nada importante.

Encontraron algunos monstruos y subieron algunos niveles.

Horas más tarde, tras despejar la superficie, y preguntándose cuántas horas tendría un día en ese planeta, Victoria se vio arrastrada de nuevo al subsuelo. Les explicaron a qué se iban a enfrentar, qué tácticas emplear, e hicieron algunos simulacros.

El primero fue una pesadilla. Esos “hobgoblins” que se convertían en hombres lobo ya eran difíciles por lo bien que se coordinaban, pero los gigantes… su nivel era demasiado bajo para hacerles mella, y fue agotador. Las chicas y Tolium acabaron siendo relevados por Claw y Steve, que se morían de ganas de participar directamente. Se encargaron del resto y Steve subió un par de niveles.

—¡Y sólo con ayudar a matar a uno! —dijo alegre.

—Sólo porque estás muy atrasado —respondió Shanty, y se sintió decepcionado. Victoria observó que Claw no subió. Pero ella sí, igual que Tolium, Susan y Tracy; todos subieron al menos un nivel. Victoria subió dos. Para seguir usando su arco, Shanty se lo había cogido varias veces y lo había recargado con un hechizo. No había tiempo para esperar a regenerar su propio maná. Así que era la que más daño había hecho, más incluso que Tracy. Preguntó por qué.

—Te lo dije arriba —respondió Shanty. Y ella entendió. Para un nivel 1, el estilo de Tracy era impresionante. Pero a medida que la dificultad crecía, cada vez era menos relevante. Los cuchillos que controlaba, aunque estuvieran encantados por Claw para atravesar defensas mágicas de bajo nivel y aumentar el daño en general, y aunque nunca se mellaran con sus hojas reforzadas, seguían siendo sólo cuchillos. “Dagas”. Y sólo golpeaban con la máxima potencia de la usuaria cuando se movían de manera lineal y predecible, trazando un arco tensado. En cambio, solía hacerlos impredecibles, casi aleatorios, atacando con precisión por distintos puntos. Pero llegaba un punto en el que era poco relevante para enemigos como esos “semi” gigantes.

—No quiero ni ver lo que nos espera —se quejó jadeando a cuatro patas—. ¿Y decís que se ha dejado a tres de los especiales?

—Ha matado al gigante —contestó Shanty—. Pero nos ha dejado a la hidra del pantano de la superficie, el único de los cuatro que hay fuera. Pero ese no está a vuestro alcance.

—¿Por qué no? —preguntó Steve.

—Por falta de daño —dijo Claw—. Es una hidra. Hay que matar a todas las cabezas antes de que se regenere una de ellas. Antes de que crezca otra.

—Ha sido prudente ignorándola —comentó Shanty—. El pantano es venenoso, y la hidra escupe nubes de veneno. Si no lleva a un especialista curandero, es un callejón sin salida. Debilitado por el veneno no podría destruir todas las cabezas a tiempo, y al final perdería.

—¿Quieres decir que incluso a ti te costaría? —preguntó Victoria sonriéndole. La rubia le sonrió a su vez, pero no contestó.

Acamparon dentro de uno de los cubos de piedra, un lugar que según les dijeron, los ejércitos de Vhae Dunking usaban como refugio, fuera de las patrullas de los monstruos cuando se regeneraban. Parecía un edificio bajo y sin ventanas, sólo con la puerta que consistía en un hueco en la pared, que parecía de adoquines negros.

Esa noche la bruja también les despertó.

—¡Bastardo! —gritó de repente.

—¿Ahora qué te pasa? —preguntó irritado Claw.

—Ese tipo… no…

Enmudeció. Victoria no veía nada, apenas quedaban ascuas del carbón que traían los guardaespaldas en sus mochilas.

Claw se echó a reír. Entonces los demás también. Incluso Susan. No estaba acostumbrada a que Susan entendiera algo que ella no.

—¿Alguien me puede decir lo que está pasando?

Tolium era el único sin reírse además de ella. Incluso Shanty se reía de la bruja. Y fue él quien le contestó.

—Tu amigo está compartiendo una experiencia sexual con ella. No le gusta.

La bruja gimió, y sin verla, supo que se tapó la cara por vergüenza. “No me gustaría estar en su lugar”, pensó Victoria. “A ver, me encanta cómo folla, pero ella siente lo que siente él , no a quien se folla. Tengo un límite para experimentar. Y me moriría de vergüenza”.

—Qué inocente eres —oyó decir a Shanty, a varios metros. Ya nadie se reía, pero sabía que sonreían.

—¿De qué hablas? —dijo Steve entre las sombras.

—¿Has notado que no se lo decía a la bruja? Bueno, no importa. No voy a explicarte nada.

—La colaboración es importante. Somos un equipo.

—Cállate y duerme. Necesitáis descansar.

Steve no contestó,

A la mañana siguiente, si es que hubiese podido ver la luz del sol, encendieron una lámpara de gas y desayunaron.

—¿Por qué no traemos una antorcha? —preguntó Gutiérrez.

—El hecho de que aquí dentro no haya —explicó Claw—, es la pista que revela que está fuera del recorrido previsto, y que por tanto es un refugio a salvo de monstruos.

—No se me había ocurrido —dijo Straczinsky. Al calvo tampoco, claro, pero era demasiado arrogante para reconocerlo.

Uno por uno, pasaron horas matando varios semigigantes más, y subieron otros dos niveles. A Victoria le extrañó no multiplicar esa cantidad.

—Os acercáis al límite —le explicó el barón—. Estáis a punto de llegar al nivel normal en este piso. Lo habitual es que viendo la dificultad y el tiempo, y que siendo opcionales los jefes, los aventureros esquiven enfrentamientos en este piso, y se dirijan directamente a la ciudad o al siguiente.

—¿A caso no es aún peor el 11?

—No. Este es especial porque está repleto de minijefes. El próximo es parecido sólo en una de sus zonas.

—¿Qué hay allí?

—Wyverns.

—No sé qué es eso.

—Imagina que son los primos pequeños de los dragones —intervino Claw.

—Espero que no pretendáis…

—Vuestro viaje terminará dentro de poco —dijo el barón—. Vamos a la ciudad. Voy a reunir fuerzas para atacar al rey si vuestro amigo fracasa.

—¿Y si lo logra? —preguntó Victoria.

—Si es el nuevo rey elegido por la mazmorra, le tomaré la medida, y si es digno, trataré de entablar amistad con él.

—¿Pretendes anteponer tu juicio al de La Mazmorra? —preguntó escéptico Claw.

—En tu mundo tenéis algo llamado “inteligencia artificial”. ¿Permitirías que un ordenador decidiera por ti?

Nadie contestó, pero todos los que venían de la Tierra se preguntaron cómo demonios el barón conocía algo así.

La ciudad resultó ser impresionante. O se intuía como tal, ante la escasa luz del anillo de polvo de estrellas que hacía la función de la Luna. Las luces que se veían desde algunas de las torres contribuían a darle el aspecto de lugar ideal para pasar unas vacaciones donde jugar al rol en vivo durante una feria medieval. Eso dijo Straczisky, y Victoria se rio.

—Alto —ordenó un guardia lancero—. Identificaos.

El barón se aproximó dejando al grupo atrás. Se plantó ante el hombre, que alzó la lámpara de aceite y examinó su rostro. Retrocedió y se inclinó levemente para saludar. Volvió con sus compañeros apresuradamente y alzaron la puerta de barrotes que cortaba el paso. No hubo presentaciones ni nombres. Pero todos le saludaron al pasar. Eso le recordó a Victoria que seguía sin saber el verdadero nombre del barón. Les dijo que dormirían en la mejor posada de la ciudad, que estaban invitados. Pero él y Shanty se marcharon en busca de los peces más gordos de la ciudad. Eso hizo que Claw respirara aliviado. Sin embargo, seguían estando con los dos guardaespaldas de nivel 22, y con la bruja, que si no le era leal, lo había fingido estupendamente hasta entonces. Victoria podía ver cómo maquinaba. No tenían sueño, faltaban horas para su horario personal, el huso horario al que estaban acostumbrados. Podrían explorar la ciudad de noche, o jugar al veo veo hasta que amaneciera… no había mucho más con lo que entretenerse.

Todos acordaron salir. Una vez que prepararon sus habitaciones, se bañaron y se cambiaron, salieron juntos a recorrer la ciudad.

—Seremos guardaespaldas de ellas y Tolium, pero no de vosotros —advirtieron los hombres del barón a Straczinsky y Gutiérrez.

—No necesitamos vuestra protección —replicó Claw orgulloso, como siempre. Steve no parecía igual de seguro, y mucho menos Straczinsky y Gutiérrez, que se sabían fuera de su elemento. Así que se aseguraron de no despegarse de ellos en ningún momento. Sólo por si acaso. Porque en aquella ciudad hasta las ratas podían pegarles una paliza.

Pasearon por el barrio de los cazadores y probaron tres tabernas diferentes, y en cada una de ellas una bebida distinta. Mientras tanto la bruja siguió subiendo de nivel. Todavía se estaba riendo a carcajadas, ya borracha, con un chiste verde, cuando alcanzó el nivel 50.

—¡Miradme! ¡Yo pasándomelo bien por primera vez en años y subiendo de nivel sin hacer nada! —y se rio de nuevo, apoyándose en Straczinsky, y lo hizo cantar con ella.

La razón de que ella alcanzara el nivel 50 era que Valentina, Arzeus y yo estábamos cazando wyverns, de uno en uno, atrayéndolos y acorralándolos. Como era de esperar, alguien fue corriendo a avisar a Max de la matanza.

[Aquí termina este capítulo para el día de Reyes. Sé que la espera ha sido larga. Había notado que algunos, casi un tercio de los habituales, se descolgaron en los últimos capítulos, así que en parte esperaba a que se pusieran al día antes de atosigarles.

Espero vuestros comentarios a continuación ;-)  ]