Dentro del Laberinto 26: Viviendo en las sombras

26-1: El Héroe con Valentina conoce a Raon y Arzeus. 26-2: Victoria, Tolium, el barón, Shanty y los guardaespaldas recorren el Laberinto. 26-3: La ley de Murphy.

[Nota: no cabe el título completo. Este capítulo es largo. Como siempre, se lee mejor en modo lectura simplificada del navegador, o al menos vista para impresión. Espero vuestras impresiones al final ;-) ]

Capítulo XXVI: Los que viven en las sombras

Encontramos al primer superviviente en la copa de un árbol; se había restregado la sangre de un pequeño animal para camuflar su olor, y al igual que la “rockera”, había improvisado vendas para sus heridas más profundas. Aquel hombre de aura verde se encontraba débil y cerca de la muerte.

—Atrás… —me dijo, y tosió sangre. Yo le había alcanzado saltando entre las grandes ramas, hasta estar frente a él a escasos metros. Se sorprendió al ver a Valentina alcanzarme.

—Estoy con él, Raon, tranquilo.

—Él nos ha hecho esto… ¿cómo puedes…? —se interrumpió tosiendo de nuevo, y guardó silencio juzgándola. Vi las dudas en la mujer e intervine.

—Vhae Dunking envió una partida de caza a por mí, y el Amo envió otra. Lo único que podía hacer era que os pelearais entre vosotros.

—Ya no suenas tan heroico —replicó ella—. Raon, él sólo se ha defendido.

—¿Eso es control mental? ¡Despierta, Valentina! ¿Cómo puedes defenderlo?

—No hay tiempo para esto —dije, y salté a su lado sacando otra venda del anillo de inventario. También saqué un odre con agua para lavar las heridas, y más de aquella bebida destilada.

—Déjale ayudarte, Raon. Ha tratado mis heridas.

—Este sí que necesitará una poción —contesté, y la saqué—. Su aura se está apagando.

—¿Tenías pociones y no dijiste nada? —protestó ella—.

—Quiero racionarlas. No sé cuándo podré conseguir más —y me abstuve de añadir “yo no me regenero, a diferencia de ti”. Podría comprometer mi seguridad. El hombre nos miró sin dar su brazo a torcer. No soltaba su daga envenenada. Le di la poción a Valentina y ella se la pasó.

La tiró al suelo.

—¡No! —exclamé, y salté hacia abajo tras ella. La cogí en el aire, hice una voltereta y aterricé sobre mis pies sobre el suelo del bosque. Entonces corrí sobre el tronco del árbol unos metros, salté al de enfrente, reboté de nuevo, y continué ascendiendo con ese zigzag hasta regresar.

—Esto es un vial de cristal, es muy frágil.

Me ignoraron. Ella le estaba quitando la venda sucia, y tenía en la mano el odre de agua que yo había dejado caer. El hombre tenía la espalda apoyada contra la corteza, y no estaba por la labor de colaborar con ella: estaba demasiado cansado.

—El principal efecto de estas pociones es regenerar la sangre —dijo el cubo—. Y en menor medida cerrar las heridas. Octagón, le propongo que se deje ayudar, puedo ver que le queda menos de una hora de vida. Y muy pronto perderá el conocimiento.

No contestó y tenía la mirada ida. No le di la poción a la mujer porque no me la pidió. Pero sí que me pidió las vendas, aguja e hilo.

—¿Tú también sabes coser, Valentina?

—¿Quién no? La ropa es cara. Muerde el mango de tu daga, Raon. Esto va a doler, y no te conviene atraer a los enemigos.

No tenía ánimos de replicar diciendo que ya estaba ante su enemigo, así que simplemente mordió su arma, dejando que ella se la quitara de sus manos.

—Así que un cabo que manda a otro cabo se llama “octagón”… —susurré al cubo—. ¿Cómo se llama al que manda a los 4 equipos?

—Es un suboficial con rango de “hexagón”. Se encarga del entrenamiento de su pelotón. Aunque es supervisado por un oficial veterano, normalmente un capitán.

—El cual nunca sale al campo de batalla…

—Cierto, su responsabilidad es defender la ciudad. Pero son guerreros veteranos condecorados, así que se han ganado el descanso.

—Vaya. Esperaba algo relacionado con la clase social y el nacimiento.

—Cuando son elegidos son adiestrados para el mando durante años.

—Inteligencia y experiencia combinadas, con un nivel muy alto sin depender del Laberinto. Pueden ser un problema.

—Son temibles. Los débiles son lo que usted llamaría “aura amarilla”, y los normales son “aura naranja”, como los enviados del Amo. Aunque pueden delegar en un teniente… y ahí es donde las familias influyentes se inmiscuyen. Pero los capitanes son todo un símbolo en Vhae Dunking. Uno sólo puede dar la cara por toda la ciudad, y ha sucedido varias veces. Rechazan ejércitos enteros e impiden los asedios.

—Así que ese es el nivel de un “naranja”.

—A decir verdad, los héroes más famosos eran percibidos como aura roja por los detectores de las tropas de élite.

—Los cuales seguramente son más débiles que yo, y si estoy en lo cierto, la percepción del nivel es relativa al nivel del detector. Pero recuerdo al viejo que comandaba los arqueros de la muralla: su aura era verde. Esperaba más de un oficial.

—¿El viejo Adaius? —murmuró la semielfa—. Sólo sabe emborracharse, gastarse la paga en putas y humillar a los novatos. Por eso siempre elige estar con los arqueros. Son básicamente inútiles, totalmente dependientes de que las flechas estén encantadas. Y como su fabricación es lenta, las racionan.

Dijo aquello para distraer sus pensamientos, estaba seguro; su compañero apenas contenía los gritos, y sollozaba por el dolor. Pensé que al menos le había espabilado, y en su situación eso era ganar tiempo.

—¿Por qué Adaius no es de aura naranja, Valentina?

—Ya te lo he dicho. No sé cómo ascendió, pero seguramente su familia y su dinero tenían algo que ver. Listo, Raon. Ahora la venda —dijo la semielfa, y le pasé la tela limpia.

—¿Qué sabes hacer, octagón? —le pregunté. No me contestó. Sólo clavó sus ojos en los míos.

—Estoy preparado para morir. ¿Lo estás tú?

—Eres la alegría de la huerta.

—Prepárate. El momento está más cerca de lo que crees.

—No seas cascarrabias —le regañó ella—. Está intentando ayudar.

—Han muerto todos, Valen. Todos.

—No todos. También ha aguantado Arzeus. Está escondido en la destilería.

—¿Cómo lo sabes? Estaría fuera de tu rango de detección.

—Me lo ha dicho él —me señaló—. Es un detector de largo alcance.

Lo ayudó a ponerse en pie; ya había acabado y sólo faltaba convencerlo de tomarse la poción.

—No es de largo alcance —puntualizó el cubo—, sino de rango medio. Al menos de forma pasiva. Si tuviera hechizos para aumentar el alcance…

—Adhae Mory, ¿cómo puedes servir a alguien como él? —preguntó Raon indignado.

—Soy su recompensa legítima del Piso del Tutorial.

—¡Imposible! —y tosió sangre de nuevo. Sus manos temblaban, y su mirada empezaba a divagar.

—Necesitas tomarte una poción —dijo Valentina—. Tienes heridas internas. No seas niño.

—Estará envenenada. Se está riendo de nosotros.

—Tengo la sensación de que puedo confiar en él. Además, podría haberme rematado fácilmente.

—¡Lo que quiere es penetrarte, estúpida! Si lo consigue, después te matará.

—Tu aura casi se ha extinguido —le interrumpí—. Estás a punto de morir.

Valentina me quitó la poción, le quitó el tapón, le sujetó la mandíbula abierta y le hizo tragársela por la fuerza. Se atragantó y tosió, pero al final cedió y tragó. Después jadeó y suspiró. Supe que se sentía reconfortado al sentir cómo el dolor se desvanecía.

—Mejor —dijo ella—. Ya noto el efecto.

—Sí —añadí—, en vez de una vela al viento, empiezas a parecer una lámpara de aceite. ¿Pero de qué clase?

—No he terminado contigo —me dijo él desafiante. Se puso en pie con cuidado—. Gracias, Valen.

—En respuesta a tu pregunta —dijo ella—, su clase es druida completo: además de ser domador, también se transforma y tiene hechizos para la vegetación. Y siempre es útil que purifique el agua y la comida cuando se te acaban las provisiones. Y como domador de alto nivel, también puede hacer invocaciones, no depende de los animales del campo de batalla.

—Hasta ahora he visto un druida con un oso, y otro con un cuervo. ¿No era él?

—Sí —dijo ella—. Con la ayuda de Mileki, nadie puede escabullirse de Raon y sus enjambres invocados. Con su conexión mental podía ver el campo de batalla desde el aire. Y los avispones de Raon son una especie muy venenosa, mientras que los mosquitos dragón drenan el maná a distancia para poder desangrar a sus presas con seguridad.

Siempre he odiado los mosquitos. Me los imaginé del tamaño de un gato, con sus alas zumbando con el estruendo de un helicóptero y trompas como cuchillos. No me gustaría enfrentarme a ellos.

—¿Qué le ha pasado a tu cuervo… perdón, familiar “Mileki”, Raon? —pregunté.

—Ha muerto —dijo secamente el hombre—. Tú lo has matado.

Torcí el gesto.

—Sabes que no he sido yo, octagón. Los hombres del Amo son peligrosos, y su rey es corrupto. Tenemos que detenerle.

El soldado arqueó una ceja.

—¿Quién, tú? ¿Y cuántos más? Su reino es el refugio mejor protegido del universo, ignorante. Nada puede llegar hasta él. No a menos que el Amo lo permita.

—Pues para ser inalcanzable lo estoy haciendo bastante bien, porque no para de hacerme trampas, pero sigo avanzando. Y muy rápido.

—¿Trampas? —preguntó Raon extrañado.

—Sobre todo pone enemigos donde no corresponden por el nivel del piso. Por ejemplo en el sexto había un wyvern de hielo. Y hobgoblins licántropos con regeneración.

—¡¿Qué?!

—Pero no me detuvieron. Y éramos sólo dos. Tres, contándolo a él —dije señalando al cubo.

El hombre calló.

El cubo intercedió por mí.

—Durante muchos siglos La Mazmorra ha dado recompensas vacías a los aventureros: juguetes sexuales y de dominación que corrompían, pudrían su karma y no les fortalecían, sino que les saboteaban. No eran premios, sino distracciones, trampas y cebos para saquear a los débiles cómodamente, una vez muertos. Simplemente manda a los esclavos a recolectar.

—Yo no lo habría explicado mejor —comenté. Y continuó.

—Sin embargo, la situación acaba de cambiar: por alguna razón La Mazmorra recompensa a este chico con artefactos de combate, y otros tan útiles como yo mismo, un Orbe de los sabios, y el cubo volador que me protege.

—¿En serio? —Valentina estaba muy interesada.

—¡Este chico incluso ha conseguido el emblema de la buena suerte, que altera las leyes de la causalidad en su área de influencia!

—Eso no tiene sentido —protestó Raon—. ¿Por qué La Mazmorra cambiaría sus propias reglas? Tienen muchos siglos de Historia. ¿Y por qué El Amo iba a hacer trampas? No tiene necesidad de ello. ¿Y todo para qué, para detener a un crío al que ni siquiera le crece la barba?

Entonces la elfa dio la cara por mí.

—Porque él es diferente, Raon. Lo sé.

—Por alguna razón ha sido elegido —la apoyó el orbe—. Yo también lo veo. Puede que su destino sea derrocar al rey de La Mazmorra. Si ese es el caso, es Ella la que se ha rebelado contra El Amo.

—Puede que no sea imposible vencerlo —murmuró la asesina.

—Es posible, sí, si se hace ahora —concluyó el viejo Orbis, el espíritu de elfo—. Y sólo para quienes estén con él. Puede ser una oportunidad única para nuestra ciudad, Vhae Dunking. Por muchos siglos que pasen, seguirá siendo mi hogar, y quiero lo mejor para ella; nunca he confiado en los gobernantes que permitían la constante presencia del enemigo en nuestras puertas, pero confiaba aún menos en el rey enemigo. No me importa que se le considere neutral, es peligroso.

—¿Qué problema tienes tú con El Amo, Adhae Mory? —protestó el octagón—. Y aún peor, ¿desde cuándo los orbes tienen opiniones políticas? ¿Qué te ha hecho este mocoso?

—Me condenaron a muerte por colaborar con un intento de golpe de estado. Lo hice porque consideraba que teníamos gobernantes desastrosos que nos llevaban al abismo. Ahora lo recuerdo con claridad, pero antes mi vida pasada estaba muy borrosa. Y con todo lo que sé ahora, con toda la biblioteca que los magos me incrustaron, los puedo comparar: El Amo es mucho peor que toda la dinastía Dunker. Es enemigo de todos los mundos a los que tiene acceso. Es ambicioso, egomaníaco, y debe ser destruido. O al menos hay que privarle de su poder.

—Caramba, elfo, me dejas sin palabras —dije—. Has pasado de parecer un robot a parecer un revolucionario.

—Cuanto más tiempo paso con usted más cambio, amo. Es como si su mera presencia estuviera disipando mi magia. O como si La Mazmorra quisiera de verdad que le ayudara, sin limitaciones, y estuviera interfiriendo en mis hechizos de control mental. Antes vivía como si estuviera casi dormido, tan sólo recitando sonámbulo un libro al que estuviera encadenado. Los libros, los guiones, los condicionales y los bucles dictaban mis palabras. Yo sólo les ayudaba a darles sentido y a rellenar los huecos. Pero ahora siento que pienso casi con toda claridad. No del todo, no todavía… pero pronto.

¿Qué podía contestar ante algo así?

—Me alegra saberlo.

La semielfa sonrió. Radeon estaba intentando asimilarlo todo.

Pero yo fui más allá y pensé en sus palabras, los hechizos de control mental que habían esclavizado al alma de un difunto, además de la magia para atar su espíritu y su mente. Yo no tenía ninguna protección contra magia mental, y un hombre como El Amo sin duda la tendría entre su repertorio. ¿No era acaso el que controlaba el suministro de falsos premios de ese tipo? Para él debían ser juguetes. Y recordaba el profundo efecto que tuvo en mí el Espejo de Narciso, y también el que tuvo sobre Mary y Vicky; me pregunté si ya se haría disipado por completo en ellas. En Mary probablemente, por todo lo sucedido, pero Victoria debía seguir bajo su influjo cuando volviéramos a vernos.

—Elfo, recuérdame cuando pueda ir de compras que priorice la defensa contra magia mental.

—¿Cuándo quiere que se lo recuerde?

—Elige un número al azar de minutos superior a esta noche e inferior a 2 días, posponlo hasta que despierte si estoy dormido, y hazlo de inmediato si comercio con alguien.

—Entendido.

—Sois una pareja extraña —dijo Raon. Entonces miró a su compañera—. Valen, debe pagar por lo que ha hecho. Por su culpa 13 de nosotros…

—Serán 14 si no nos damos prisa —interrumpí—. Ya hablaremos luego. Creo que ya puedes correr y saltar, la poción ha completado su efecto. Eso será suficiente por ahora. Y ahora dime, con todo lo que sabes ahora,¿no quieres ayudarnos?

Frunció el ceño y casi pude ver su cabeza echando humo.

Pero al final asintió. Eché a “correr” saltando entre las enormes ramas, y todos me siguieron. Tardamos poco en llegar al templo, y vi los cadáveres de las gárgolas que habían eliminado los enviados del Amo. Cruzamos el umbral y corrimos escaleras abajo. Su compañero no estaba tan débil a juzgar por su aura, y por eso le habíamos elegido como segundo en rescatar.

Salimos por la planta baja, bajo el alto techo del piso del Laberinto, y corrimos hasta la destilería. Sin luz ni antorchas fue el cubo el que actuó como lámpara, un cristal redondo y negro en su centro podía emitir luz o mostrar imágenes o palabras, como una pantalla; o emitir una proyección holográfica para enseñar mapas de la zona o el aspecto de un enemigo al que hubiera visto volando. Pero normalmente era discreto. Así que avanzamos entre grandes depósitos de cobre cubiertos de óxido y polvo, y hacíamos crujir el suelo pisando cristales rotos. El haz de luz del cubo parecía un faro entre la niebla, haciendo brillar las partículas suspendidas como si fuera un rayo de Dios.

—Arzeus, soy Valentina. Traigo pociones y refuerzos: dos auras verdes como tú, y están sanos.

Al principio hubo silencio; pensé que aunque sus habilidades fueran útiles, la elfa sólo era de rango azul celeste, y su diplomacia tampoco era suficiente; pensé que tendríamos que volver a discutir durante un rato, pero esta vez hablándole a la nada.

Pero entonces el hombre se dejó ver; salió cojeando de entre las sombras, y vi sus pequeños cuernos retorcidos y la piel rosada. Se había escondido en un hueco entre la pared y dos grandes tinajas metálicas.

—¿Valentina? Creía que estabas… ¡fuiste la primera en caer! Si es nigromancia del Amo no lo parece… —y a pesar de sus palabras, dudó y alzó su daga de la funda en su bota; sin embargo veía que su equipamiento había sido destruido: quedaban fragmentos de armadura pesada, las rodelas de sus brazos estaban rotas, los acoples de sus hombros por detrás me indicaron que había llevado colgando un gigantesco escudo, y sus gruesos músculos ahora a la vista indicaban que se basaba en la fuerza bruta para usar sus guanteletes quebrados, rematados ahora como pinchos romos. “Era un tanque, quizá con hechizos de barrera, y pegaba fuerte en corto alcance. ¿Usaría su enorme escudo como arma? ¿Lo lanzaría?”.

—No fui la primera en caer, Arzeus: sólo fingí ser la segunda. Tras caer nuestro lancero con esa facilidad, comprendí que me matarían si no simulaba mi muerte.

—¿Para sorprenderlos por la espalda?

—Fue mi primera idea…

—Siempre te ha gustado el juego sucio. Te llamaría cobarde si no te conociera, pero tu nombre da buena cuenta de ti.

—Era una táctica, como siempre. Cambié de opinión al ver su nivel exagerado, parecían capitanes. Así que cambié de plan: no serviría de nada y mi muerte sería en vano, así que me escabullí y alcancé a nuestro objetivo, que se estaba escapando.

Se movió bloqueando el haz de luz; yo me había asegurado de estar a contraluz para las primeras explicaciones, pero eso hizo que me viera claramente.

—¡Tú! —me señaló furioso.

—Toma una poción —se la lancé y la cogió por reflejo. Sólo dudó un momento. Le bastó ver a su compañera a mi lado, y se la bebió sin protestar.

—¿Ves? No era tan difícil —le dije al otro. Puso una mueca de disgusto, pero no me contestó.

—Ya me siento mejor. Gracias —y la tiró sin más. Comprendí qué eran los cristales rotos que estábamos pisando. ¿A caso era habitual usar aquel escondite como refugio? La mujer se adelantó a mi pregunta.

—Esta construcción es artificial. No es parte de La Mazmorra.

—Entiendo. Como las muñecas rusas.

—¿Cómo dices? —preguntó ella.

—Nada. Bueno, ¿entonces qué? ¿Vamos a por los dos supervivientes que nos ha enviado el Amo, o pedimos refuerzos en la ciudad? Arzeus necesita reequiparse.

—¡Esos asesinos te los enviaron a ti, bastardo! —exclamó Raon, hastiado.

—Pidamos refuerzos —dijo Arzeus.

—Está bien, pero espero que no me den problemas en la ciudad.

—Si vienes con nosotros —dijo Valentina—, no intentarán matarte. Pero sí te arrestarán y serás interrogado. También nosotros tendremos que informar. Hemos perdido a casi todo el escuadrón.

—No hables como si fueras la jefa —se quejó el “druida completo”—. Ahora mismo soy el de mayor graduación que queda. Las órdenes las doy yo.

—Tranquilízate, Raon —dijo ella gesticulando enseñando las dos palmas—, no es momento de discutir.

—Arzeus está de mi lado —dijo Raon.

—A sus órdenes —intervino él.

—Volveremos a Vhae. Y tú… —me miró desafiante— desde este momento estás arrestado —de su anillo emergió un arma que permaneció conectada a este: era un látigo dorado y luminoso, repleto de espinas, y lo hizo restallar con un único movimiento, limpio y elegante, deslizando su palma abierta. La sacudida provocó una descarga de finos relámpagos dorados que me aturdieron y paralizaron. Dolió. Para cuando mis músculos reaccionaron de nuevo, estaba envuelto por esa cadena flexible y dorada, suspendido en el aire. Sentía el dolor de los pinchazos por todas partes, hundiéndose en mi carne por mi propio peso. Cuando intentaba forzarla para liberarme sólo servía para que se me clavaran más hondo, y que la tenaza me aferrara con más fuerza. Sospechaba que si era realmente necesario podría soportar el dolor y escaparme. Pero si lo intentaba, nada impediría que Raon me electrocutara de nuevo, y volvería a empezar; no podía escapar yo solo.

—Esto no era necesario —me quejé.

—Estoy de acuerdo con él —me defendió Valentina. Arzeus no dijo nada.

—Silencio. Valentina, tú irás delante como exploradora.

—A la orden.

—Pero si ella es asesina —protesté—. ¿Su función no es flanquear y atacar por sorpresa a enemigos separados del grupo, en su retaguardia?

—También serás interrogado acerca de tus conocimientos de nuestras tácticas —dijo en tono amenazador. Como si yo no pesara nada, caminó hacia la salida, y el látigo que brotaba de su anillo me llevó flotando a su lado.

—¿Con esto me estás robando el maná, verdad?

—Sí.

—Que te aproveche. De vez en cuando lanzo algunas bolas de fuego, pero generalmente sólo lo uso para volar más rápido con el cubo. Pero recuerda desenchufarte si se te sobrecalienta la batería por la carga rápida.

—¿Qué?

—Bromeaba.

Murmuró algo que ignoré. Observé que mi fiel elfo azul volvía a mantener el perfil bajo, sin llamar la atención, pero me seguía de cerca preparado para un teletransporte de emergencia. Me pregunté cuánta carga le quedaba. Si no recordaba mal, sólo podría hacerlo una o dos veces más. Y me había dicho que él no regeneraba maná: cuando se acabaran sus descargas y teletransportes, sería para siempre.

—Eso no es cierto —puntualizó Arzeus.

—¿El qué? —dije.

—Ya hemos visto tus armas en acción: tu ballesta utiliza maná, y también lanzas tus “agujas de gigante” tras aplicarles magia de fuego.

—¿Qué es eso? —pregunté medio segundo antes de comprenderlo. Pero Valentina contestó por él.

—Los sables duales de gólem de hierro. Son enormes, pero para un gigante son agujas. Eso nos recuerda que para vencerlos hace falta algo más que pincharlos. Por aquí hay gólems con esas armas.

Pensé que los caballeros con armadura total del séptimo piso, en condiciones normales, realmente pertenecerían al décimo. ¿Estarían allí por hacer trampa, o porque el séptimo tenía dificultad especial? Después de todo, en su espalda era donde estaba oculta la llave para cruzar al octavo. Y estabas obligado a vencerlos porque necesitabas la llave, pero también eran guardianes del portón, y este era la entrada al resto del resto del piso, donde la dificultad se disparaba. Pero lo que me había dicho me hizo pensar: ¿por qué iban a necesitar un recordatorio sobre el peligro de los gigantes? Ignorando el hecho de estar inmovilizado y flotando, se lo pregunté con naturalidad.

—¿El jefe de este piso es un gigante?

—Eso es evidente —dijo huraño Raon—. Por eso bajo la superficie hay tanta distancia entre el techo y el suelo. Esto es sólo la zona alta, pero ya es espacio suficiente para construir una ciudad entera. Imagina lo que hay más allá, cuesta abajo: todo este piso es más grande que Vhae Dunking entera. Y más profundo que lo más alto de nuestra ciudad, la punta de la torre roja, desde donde el rey lo ve todo. Si los magos pudieran teletransportarla, podrían meterla entera aquí dentro.

—Ya había notado que no es normal su magnitud. Por cierto, la iglesia es exageradamente alta, parece un rascacielos de mi mundo. Parece que es la única manera de traspasar el techo y llegar a la superficie, así que es de paso obligatorio.

—¿Rascacielos?

—No es algo literal. Pero la iglesia sí que lo parece…

Murmuró algo acerca de divagar con tonterías, pero continué.

—Me preguntaba por qué la estructura en este piso es de un montón de cubos. Cada una de las habitaciones es muy alta y con techo propio, en vez de unirse al techo del piso, de modo que puedes saltar sobre sus techos entre una y otra, como si fueran tejados. Y cada una es tan grande que veo cosas construidas dentro, como la destilería. En otros pisos son bastante más pequeñas, salvo el castillo del séptimo, que tienden a ser tramos muy alargados.

—¿Quieres decir que has estado en la zona restringida? —se sorprendió Valentina.

—Sí.

—Sería mucho espacio desaprovechado —dijo Raon ignorando el dato, que parecía darle igual. ¿Él también estuvo?—. Vhae Dunking aprovecha todo lo que tiene a su alcance, por eso perdura. Y si nuestros superiores lo deciden, también te utilizaremos a ti, del mismo modo que hemos usado a La Mazmorra hasta ahora.

—¿Aunque esté llena de monstruos y sólo sea apta para el ejército?

—Precisamente por eso la aprovechamos. No tienes que preocuparte de bandidos ni saqueadores. Y vigilando la regeneración de monstruos con un calendario, de vez en cuando hacemos limpieza. Y saqueando sus armas tenemos repuestos de materiales gratuitamente.

—Así que aprovecháis todo esto como almacén… supongo que la destilería, cuando la montaron, fue ilegal. ¿Se prohibió el alcohol?

—Sí, hace más de 50 años —dijo Valentina—. Se rumorea que la montaron soldados. Y que eligieron esa habitación —dijo señalando la que habíamos dejado atrás—, porque es un refugio bien conocido: nunca nos persiguen hasta allí. En todos los pisos hay lugares así, así que te conviene aprender a identificarlos.

Tomé nota mental.

—¿Tú también puedes viajar entre pisos, Valentina?

Sonrió pero no me contestó. En cambio, hizo el gesto sutil de taparse la mano con la otra, a pesar de llevar guantes. Sonreí al compartir su secreto conmigo. Pero por la actitud de su superior, Raon también podía.

—Yo no puedo —dijo Arzeus.

—Si vas conmigo sospecho que sí —le contesté.

—No lo intentaría ni borracho. ¿No sabes lo que les pasa a los que no son aceptados?

—Son desintegrados. Me lo dijo el cubo.

—¿Desintequé? No, son eliminados. Como si no existieran. Sólo tienen tiempo de gritar antes de desaparecer. Vi cómo se disolvía en la nada el cuerpo de un amigo.

—¿Cómo sabes si eres invitado, aceptado como acompañante, o tolerado sin atacarte?

—Por La Marca, claro. Yo no tengo. Muy pocos la tienen. La Mazmorra tan sólo nos tolera… pero sólo si no tenemos un karma demasiado malo.

Eso me hizo pensar en Valentina: ¿por qué una cazadora y asesina con sus características tenía buen karma? Lo bastante bueno para ser acompañante, al menos; en ese caso, ¿a quién se suponía que acompañaba?

Miré las altas estructuras que había a lo lejos, como torres rectangulares, a diferencia de los cubos que dejábamos atrás. No eran nada comparadas con la iglesia, pero me imaginé sobrevolando todo el paisaje oscuro, tan lejos de los puntos de luz de las antorchas, para verlo mejor; los grandes cubos de ladrillos grises que formaban todas las habitaciones, como si fueran casas sin ventanas, cada una de distinto tamaño y proporción. Las torres como cubos estirados hacia arriba, también ciegas sin ventanas. ¿Qué guardarían dentro? ¿Minigigantes? Al pensar en ello, noté que mi cerebro de “clase explorador” ya había creado un mapa mental automáticamente, así que podía visualizar toda la zona con claridad. Al parecer había registrado mucho más de lo que pensaba durante mi huida del cíclope gigante, absorbiendo información por las paredes que iba destruyendo. Entonces recordé lo enorme que era la recepción del piso, y que el elfo azul me había dicho que no debería haber monstruos justo en las entradas. ¿Cumplía un propósito decorativo, o hace muchísimo tiempo era el lugar de un trono, como insinuaba su aspecto?

—Oye, Valentina, ¿antiguamente había un edificio construido en la entrada del noveno piso?

—¿Cómo lo sabes? Hay historias sobre eso, “el rey bajo la montaña”. Después de todo, Vhae Dunking y La Mazmorra están en una meseta.

—Lo sé por intuición. De modo que hace siglos se saqueó hasta no dejar ni las piedras…

—No exactamente. Los semigigantes que duermen en las torres persiguen a los aventureros y destruyen todo lo que tocan. Sólo las estructuras principales los resisten, como el esqueleto del templo o de la entrada. Pero luego quedan escombros por todas partes…

—Escombros cargados de maná —terminé por ella—. Entiendo, ya me parecía extraño que “sacar partido” de todo esto consistiera en usarlo de almacén y rapiñar cadáveres de monstruos. Atraéis y manipuláis a los gigantes para demoler…

Raon se enfureció de nuevo.

—¡Silencio! —ordenó. Le seguí la corriente. Aunque pensaba que tenía bastantes probabilidades de escapar, sería a costa de hacerme heridas bastante dolorosas, y junto a lo de aturdirme, podría apuñalarme mientras tanto, o algo peor. A menos que el cubo o la mujer me ayudaran, era mejor esperar.

Excepto si la situación se volvía peligrosa de verdad…

Lo hizo.


Tolium se sentía perdido; por más pisos que recorrieran, no podía acostumbrarse, pero no parecía ser un problema para Victoria. Aunque desde el tercero sólo habían subido dos, bien podría haber subido 500; eso no era lo suyo. Se estremeció recordando cuando estuvo perdido y solo, muriéndose de sed, y cayó al vacío, atrapado en la telaraña.

—¿Por qué parece que todo esto sea normal para ti? —preguntó molesto a Victoria. Ella se encogió de hombros.

—No sé, pero me resulta familiar como si hubiera un mapa en mi cabeza. Es como si lo conociera justo antes de verlo. ¿Has jugado videojuegos con “niebla de guerra”? Se despeja cuando te acercas lo suficiente, y se graba en tu mapa. Pues algo parecido, y una vez que lo he visto no puedo perderme.

—Esperaba que dijeras algo como “de pequeña me gustaba resolver laberintos”, pero lo que dices suena tan sobrenatural como los “gólems” del cuarto, o el hombre león de casa de tu amigo.

—Oh, eso también, claro; siempre se me han dado bien.

Tolium refunfuñó y se calló. El barón sonrió a Victoria. No soportaba quedar por debajo de la chica. Por no hablar de esa belleza rubia y fría como el hielo, Shanty… ¿por qué le menospreciaba así? Sentía su mirada clavada en su cogote mientras intentaba pensar.

—Has mencionado algo sobre un hombre león —dijo el barón; estaba esperando pacientemente a que los chicos resolvieran otro puzzle, y parecía como si observara jugar a los niños en el parque; a diferencia de mí, avanzaban muy lentamente por el piso del tutorial, en el quinto piso: la zona que anteriormente guardaba Valystar.

—Aquel hombre león fue el que se enfrentó a los amigos de Victoria, señor —explicó Tolium.

—Es una lástima que el paso esté cerrado —contestó el noble—, pero puede haber varias formas de volver.

Cuando hablaba en esos términos tan sobrenaturales, bien podría haber dicho igualmente que el cielo caería sobre sus cabezas: para Tolium tendría el mismo sentido.

—Señor, tal vez si no nos distrajera… —se quejó. Intentaba resolver un acertijo especialmente difícil, parecido a abrir una caja fuerte con 4 diales, pero estos eran grandes discos, y en vez de 10 números, cada uno tenía 10 jeroglíficos. El problema era que Tolium estaba intentando resolverlo por fuerza bruta, y eso, como él mismo había calculado, tenía 10 elevado a 4 combinaciones posibles, y sólo había probado con 340. No tenía ni idea de qué pistas se suponía que tenía que encontrar repartidas por el piso.

Click.

—¡Lo tengo!

La puerta se abrió. Tolium miró hacia atrás y el barón no estaba allí; miró hacia adelante y él y Shanty iban en cabeza, delante del guardaespaldas de vanguardia. “Qué raro”, pensó Tolium. “¿Cuándo se han movido?”. Victoria entró en la sala con una llave enorme, antigua y propia de un portón medieval, dorada y brillante. Tolium dudaba que fuera oro, pero lo parecía. Estaba sonriente, y le tomó de la mano y tiró de él; el guardaespaldas de retaguardia les escoltó. Victoria abrió la última puerta, y con impaciencia, el barón se puso delante. Segundos después abrió alegre una puerta sin cerradura ni acertijo, y su rostro se ensombreció.

—¿Qué sucede? —preguntó Tolium, en guardia.

—Ya era extraño que los únicos monstruos que hayamos encontrado fueran los gólems, pero esto…

Menuda experiencia lo de los gólems. El hombre se había reído de ellos mientras veía a Victoria y a Tolium corriendo de un lado para otro, en pánico, tratando de esquivarlos. A ella se le ocurrió que debían tener un punto débil, y él lo identificó como los rubíes de sus nucas. Juntos encontraron el modo de romper, con mucha paciencia y jugándose la vida, varios de ellos, usando armas oxidadas “de goblins”, según les había dicho el barón, cuando les dijo que cogieran no las cuchillas, sino los martillos. Él lo sabía. No pudieron romper ninguno de los rubíes con un solo golpe, y sin duda había habido intervención divina para que ambos salieran ilesos. Cuando todo terminó, los dos subieron un par de niveles; era extraño ver sus manos brillar como si tuvieran pintura fosforescente. El número 3 se mostraba ahora, y el barón les dijo que la experiencia se había repartido con sus dos guardaespaldas, pero que podrían haber subido el doble sin su presencia.

—¿Por qué sólo con ellos dos? —preguntó Victoria.

—Niña, no hagas preguntas impertinentes. Vamos —dijo secamente el barón entonces.

Y ahora, el barón decía que se enfrentaban a algo peor.

—¿Cómo de mala es la situación? —preguntó resignado Tolium. El hombre no contestó, y entró sin mirar atrás. El guardaespaldas delantero le sujetó de la muñeca y negó con la cabeza.

—Aquí hay trampas —explicó.

—Las había —dijo el barón—. Podéis pasar.

Todos se adentraron. Era una habitación con un trono de piedra, y varios fosos estaban tapados por barrotes, desactivando las trampas. Tolium localizó agujeros en las paredes que estaban tapados, viéndose como bajorrelieves, y se imaginó cerbatanas con dardos envenenados, o quizá flechas, disparadas automáticamente.

—¿Qué le ha podido pasar? —preguntó Shanty.

—Todo esto es muy inusual. Primero dos aventureros en Kar-Blorath, todavía en nivel 1. Luego todo estaba despejado menos por el mago de los gólems, al que han dejado en paz…

Tolium recordó su encuentro con aquel hombre. El barón les hizo apartarse para hablar con él a solas, y luego sólo les dijo que obtuvo información sobre los últimos aventureros en despejar La Mazmorra.

—Pero no se puede superar esta prueba destruyendo la ilusión de Valystar —dijo Shanty—. Se supone que después da consejos y guía, y es el árbitro de la prueba, además del cebo para los agresivos e impacientes.

—Eso no es correcto —explicó el noble—. Nada impide usar hechizos que bloqueen las ilusiones. Pero no hay ni rastro de esa magia por aquí; todo está limpio. Valystar no está disponible por alguna razón.

—¿Pero no vive para realizar esta prueba?

—No necesariamente; fue sólo una decisión del Amo. Puede haber cambiado de opinión.

—O puede que le haya pasado algo.

Entonces el rostro del hombre se tensó; por primera vez Tolium tuvo miedo de él, pero no se pudo explicar por qué. Entonces se dio media vuelta y salió prácticamente corriendo, furioso, y abrió otra puerta en el pasillo, frente a la sala del trono de piedra. Tolium tropezó y notó el relieve del suelo; notó que todo lo que estaba pisando antes era una enorme trampilla que podría haberle escupido al vacío en cualquier momento; recordó otra vez la caída hasta la telaraña, y tembló. Todos los demás ya habían seguido al barón, y sólo se giró Victoria. De repente el guardaespaldas no tenía interés en cubrirle las espaldas.

—¿Qué te pasa? ¡Vamos, Tolium!

Con muchas dudas la siguió, y juntos bajaron las escaleras, adentrándose en el piso helado.

Hasta entonces nunca había sabido lo que era temblar.

Pero Shanty estaba preparada, e introdujo sus manos en el bolsillo delantero de su uniforme y sacó, como si fuera un bolsillo sin fondo, ropa de abrigo para todos. Estaba preparada.

Las cosas cambiaron, y de repente el barón no sólo tenía prisa por salir de allí cuanto antes, sino que él era la cabeza del grupo. Su guardaespaldas de vanguardia quedó por detrás de Shanty, y Tolium comenzó a sospechar que era posible que ella fuera más fuerte que el imponente guerrero de armadura pesada.

—Ya no sé ni lo que digo.

—¿Cómo dices? —preguntó Victoria, a su lado—. Si no has dicho nada.

—Hablaba conmigo mismo.

Pisaban sobre escarcha y el suelo era resbaladizo. Sin perder ni un segundo ni preguntar a sus guardias experimentados “que habían llegado hasta el piso 12”, el barón resolvió a tiro hecho todos los acertijos. Tolium intentó no pensar en el frío que hubiera pasado intentando resolverlos estando parado. “El frío podría matarnos. Menos mal que conoce las respuestas”. Montaron sobre ascensores sin cubierta, fueron por altas pasarelas, y vio a Victoria coger algunas cerbatanas y otros objetos pequeños que se guardó en los bolsillos.

—Parece que los que pasaron antes por aquí han hecho desaparecer a los monstruos de este lugar —comentó ella—, pero eso no hace desaparecer sus armas; si tienes la oportunidad, nunca dejes de “saquear” el cuerpo de un enemigo en un juego de rol.

—Nunca he jugado a cosas así; los juegos son una pérdida de tiempo. Tengo muchas metas en la vida, y mis planes incluyen una serie de objetivos medidos paso a paso. No puedo perder el tiempo.

—No podrías ser más aburrido ni entrenando para ello —dijo ella poniendo los ojos en blanco. Tolium se enfadó de nuevo con ella.

—Alto —ordenó el barón. Estaban asomados a una explanada que veían desde arriba. Vio una cueva derrumbada, repleta de estalactitas rotas cubriendo el suelo. Señales en la nieve propias de grandes vehículos no se habían borrado, y miró al alto y lejano techo blanco y brillante que los iluminaba: sin lluvia ni nieve, sólo con escarcha por condensación, y sin viento, ¿cómo podrían borrarse las huellas fácilmente? Y entonces pensó en la luz que manaba de arriba: intencionadamente no había antorchas para que no pudieras calentarte con ellas. “Quien haya diseñado en esto es muy cruel”, pensó con amargura.

—Yo también la siento —dijo Shanty—. Intenta ocultarse, pero no es muy buena.

El barón y ella saltaron al vacío a la vez.

—¡No! —exclamó Tolium. Corrió dos zancadas, se detuvo para verlos aterrizar como si nada, patinó y se cayó.

Victoria le sujetó a tiempo.

Ella se cayó tras él.

—¡Aaaah!

El barón le cogió en brazos, y Shanty a su amiga.

—Tened cuidado, esto resbala —dijo el barón.

La gélida rubia de ojos azules pronunció palabras en una lengua extraña que no fueron traducidas, y con un gesto de la mano hizo aparecer símbolos en el aire; una burbuja de cristal que no había visto hasta entonces se rompió en el interior de la cueva de hielo, sobre las estacas heladas, y tras ella apareció una mujer asustada. Retrocedió y trató de recitar su propio hechizo. Uno de los guardaespaldas clavó una flecha brillante y roja justo a sus pies.

—Cancela el hechizo —ordenó, y el otro ya tenía su arco preparado y tensado. Dudó, y Tolium aprendió que si se distraen, los “magos” no pueden completar sus hechizos; al emanar de ella una nube azulada, pensó que también desperdiciaban el “maná”. Y entonces se sorprendió aceptando esos términos. Seguía pensando que debía de haber alguna explicación lógica y natural: tenía mente de científico.

—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? —preguntó el barón—. No encajas con ninguna descripción del guardián de los gólems. Tú no has pasado por el cuarto piso.

Tolium observó detenidamente a la mujer; le dio mala impresión, sin saber explicar por qué.

—Alguien me ha robado. Quiero recuperar lo que es mío.

—¿Persigues a un aventurero?

—Sí.

—Dime qué te robó y tal vez te ayude.

El semblante de la mujer se relajó; por el momento parecía a salvo.

—Mi poder.

—Tu nivel es igual al de mis hombres.

—Desde que me robó mi poder era sólo de nivel 15. Desde entonces intento bloquear el vínculo, pero aun así he subido un par de niveles.

—¿Sólo dos o tres? Mis hombres son de nivel 22.

—Hoy he decidido ir tras él, y uso su objeto mágico para seguirle el rastro. Así que hoy me ha hecho subir de repente 5 niveles en pocas horas. No me explico qué puede haber hecho para avanzar a esa velocidad.

—Sí, al parecer hay alguien peculiar dando vueltas por aquí —comentó divertido.

—¿Reconocéis el artefacto del que hablo, mi señor?

Tolium observó que no le corrigió lo de “ mi señor”. ¿Pensaba que ella sí podía ser de sangre noble? ¿O sólo no quería discutir? Pero le parecía más interesante que a la mujer parecía no afectarle el frío, a pesar de que no parecía especialmente abrigada. Envidió su poder mágico.

—Se me ocurren al menos tres posibles. ¿De qué tipo era?

—Era un anillo. Plateado.

El barón se rio.

—¿Qué sucede?

—¿El anillo de compromiso? ¿Ha compartido contigo experiencias sexuales?

La mujer se cruzó de brazos, indignada.

—Así es. El muy canalla… sabía lo que sucedería, y lo hizo igualmente.

—Pero has dicho que bloqueaste el vínculo —dijo Shanty.

—He dicho que no lo logré por completo. Hace unos días que me robó, y en todo este tiempo sólo subí dos niveles. Pero aunque fueran imágenes borrosas de aquella pelirroja pervertida amiga suya, sabía lo que estaba haciendo. Yo no lo pedí. Me molestó mucho.

El barón recordó su propósito y echó a andar de repente. Los demás le siguieron, y se aseguraron de no separarse de él; parecía una hechicera peligrosa, si tenía el nivel de uno de los guardaespaldas, pero si en cualquier momento podía subir varios niveles de golpe, era un peligro potencial. Uno al que parecía no darle la menor importancia el noble.

—¿Mi señor? —preguntó extrañada la mujer, que decidió ir detrás del grupo.

—No eres una amenaza —dijo el barón sin darse la vuelta para mirarla—. Pero ese chico es un invitado, no un acompañante. Ten mucho cuidado, o podrías chocar contra fuerzas a las que no puedes enfrentar.

—¿Qué tipo de fuerzas, mi señor? —preguntó ella al lado de Tolium, que aceleró para separarse y ponerse justo detrás de Shanty; en cambio Victoria no era tan prudente como él.

—Estoy hablando de La Mazmorra en sí misma, muchacha —a Tolium le pareció exagerado que llamara “muchacha” a la mujer de al menos 30 años, suponiendo que ignoraras sus ojeras y aspecto desaliñado que la hacían parecer mayor. “Pero él debe tener al menos 50 años, no será tan raro a su edad”, pensó.

—¿Estáis seguro de que es un invitado y no un tolerado? Ese pequeño bastardo no tiene nada de especial.

—Completamente. Y al ritmo al que avanza no sería descabellado creer que sea un “invitado especial”.

La mujer se detuvo en seco, paralizada, y abrió los ojos como si viera un fantasma. Tolium no le quitaba ojo de encima por si les atacaba por la espalda, pero eso le hizo tropezar y se cayó de bruces. Nadie se rio de él, le ignoraron. Se levantó sacudiéndose la fina capa de nieve.

—¿Estás bien? —preguntó Victoria.

—Sí. Barón, ¿qué es eso de los invitados especiales?

—Lo sabrás a su debido momento, chico. Podría ser muy divertido de ver.

Y se echó a reír.

—Si ese niñato es un invitado especial —dijo con determinación la hechicera—, no permitiré que me vuelva a robar lo que es mío.

Poco tiempo después el grupo cruzó el lago roto, todavía con placas de hielo nevado flotando, aunque una fina capa de hielo transparente las mantenía inmóviles. Cruzaron fácilmente por el perímetro del lago, y el barón ignoró la pequeña casa que recordaba vagamente a una tetera dorada. Se aproximó a la lisa pared vertical del muro helado, rompió el hielo de un puñetazo, y escombros de ladrillo gris cayeron como si fueran de corcho. Utilizó los diales de una caja fuerte corriente, y de debajo del suelo emergió una plataforma que rompió el hielo en pedazos a su paso. Tenía una palanca que Shanty accionó cuando todos se montaron, y el elevador los llevó hasta la cima del muro del castillo exterior.

—¿Qué ha pasado aquí? —murmuró Shanty. Estaba todo lleno de docenas de armas y armaduras de pequeño tamaño—. Son muchos más de lo normal.

—Tal vez el rey de la mazmorra esté haciendo trampas —sugirió el barón—, lo que indicaría que ese chico podría ser un invitado especial. O al menos teme que lo sea.

—Noto el olor a zombi —dijo Shanty—. Eran hobgoblins controlados por El Amo directamente. Ha usado su nigromancia ya en el sexto piso…

El barón conjuró un hechizo sin decir una palabra, simplemente apareció un círculo de luz ante su dedo índice y mostró ideogramas que Tolium no entendía.

—No sólo eso, mi querida Shanty, eran también licántropos regeneradores.

—¡Pero si esos no aparecen hasta el décimo, apoyando a los semigigantes de las ruinas!

—Por eso sé que está haciendo trampas. Ese pequeño cobarde hipócrita… Shanty, en Vhae Dunking pedirás refuerzos a la casa Branden. Me deben algunos favores.

—¿De qué tipo y nivel?

—Todos.

—Pero ellos no…

—Todos. Y recordarás a las casas Rao y Arzal a quién pueden hacer enfadar. A los Grao bastará con comprarles, su actual cabeza de familia es un incompetente hedonista que ha llevado a la ruina a su familia, y viven de préstamos. No será caro.

—¿Nos dirigimos a una guerra? —preguntó Tolium deteniéndose. El barón lo hizo, y con él todos los demás—. Señor, espero que entienda que Victoria y yo no vamos a vernos involucrados.

—Si el amigo de la dama Victoria es un invitado especial, significa que el rey está aterrorizado. Os veréis envueltos os guste o no. Quienes quieran mantenerse al margen serán recordados por los vencedores, y no os interesa eso. Tenéis que tomar una decisión.

—No somos soldados. No lo haremos.

Victoria no dijo nada.

—Muy bien. Entonces en el próximo portal saldréis de esta mazmorra. Viendo que todos los que hemos cruzado siguen llevando a mi mundo, significa que volveréis a mis dominios y diréis a la guardia que yo os envío. El santo y seña es: “mis enemigos adoran al Sol falso”. Recordadlo.

—¿Qué hay de la bruja? —preguntó Shanty.

—Ella también tiene que decidir. ¿Lucharás por tu padre o por ti misma?

La bruja permaneció en silencio, cabizbaja.

Finalmente tomó su decisión.

—Me desterró. Para mí está muerto. Pero no renunciaré a mi legado.

—El cetro de Agamenón es sólo para el que se lo gane. La magia de la mazmorra no acepta su transmisión por herencia. Sería como si lo sostuviera un gólem, sin vida e inerte. No te obedecerá.

—Pero sí acepta a quien lo robe o lo tome por engaño y traición; no le importa cómo se consiga. Así lo consiguió él.

El barón no dijo nada. Tolium supo que era información nueva para él.

Y luego tomó su propia decisión: tenía que sacar de allí a Victoria fuera como fuera; parecía tentada de apuntarse a toda aquella locura sólo por ir detrás de su amigo. No iba a permitírselo, tenía que mantenerla a salvo.

“Si al menos me hiciera caso como Neif… pero usaré la fuerza si es necesario”. Había guardado su propia cerbatana, y uno de los guardaespaldas le explicó que aquella, por su color, tenía veneno paralizante, para que el frío del sexto piso los matara lentamente. Podría servir para sacarla de aquel nido de locos.

Se adentraron en la puerta de acceso de la azotea del castillo, y escaleras abajo, se adentraron en el séptimo piso.

Tardaron poco en recorrerlo, y Shanty abrió la puerta después de que uno de los guerreros apareciera con un disco en su mano. Lo puso en el mecanismo y tardó segundos en resolver el acertijo, así que conocía de antemano la respuesta, igual que el barón con el elevador y los del sexto piso. “Sus hombres lo han recorrido infinidad de veces para comerciar con Vhae Dunking… no debería sorprenderme”, pensó. Seguían sin enfrentarse a monstruos, y seguían siendo sólo de nivel 3. Empezaba a preocuparse.

—Señor, ¿no dijo que volveríamos en el siguiente piso?

—El siguiente con portales. En el séptimo los conectores a otros mundos están en zonas muy peligrosas para vosotros.

Estuvo seguro de que eso era una excusa, pero no dijo nada. Sólo asintió con la cabeza. Entonces se le ocurrió que los portales de aquella zona no apuntaban al mundo del barón. ¿Pero cómo podía saberlo? ¿Tal vez aquel lugar era especial?

—Aquella zona no está bajo la influencia del Amo —dijo sencillamente Shanty, como si le leyera la mente—. Aunque es posible que no sea él personalmente el que redirija a Kar-Blorath. Puede que sea alguien de su entorno.

—Bienvenidos al octavo piso —dijo el Amo. Estaban en la salida de una cueva en algo que fingía ser un mundo real, con lo que Tolium sospechó que era un sol falso, y lo que parecía casi papel pintado al fondo, muy lejos. Había todo tipo de entornos diferenciados en muy poco espacio, y podía enumerarlos desde allí; un cementerio allí abajo, ruinas de un poblado de piedra casi vertical en la ladera de una colina con pasarelas conectándolo donde el terreno era demasiado escarpado, un templo que su instinto le dijo que llevaba escaleras abajo a todo un territorio subterráneo, delante de los ¿esqueletos? Parecían marionetas a esa distancia. Un bosque a la derecha perfectamente delimitado con cortafuegos… ¿y qué había si escalabas la montaña por la que se asomaban hasta la cima?

—Vamos a un lugar apartado de la ruta para el noveno —dijo el barón—. Es probable que vuestro amigo no haya pasado por allí, es opcional.

—¿Está seguro? —preguntó Shanty. Era la primera vez que le replicaba—. Nivel 3 en el octavo…

—Y sin guardaespaldas. Nosotros les protegeremos. La bruja irá con mis hombres en el extremo opuesto, lo más lejos posible. Como ya han recorrido cada centímetro, no ganarán niveles, pero la hija del rey lo hará. Pero lo importante es que estos dos compartirán su experiencia sólo entre dos, y subirán fácilmente hasta nivel 10, aunque sea con medio piso. Eso hará que no sean considerados presas fáciles aun sin mi protección. Incluso en Kar-Blorath. ¿Entendido?

—Sí, mi señor —dijeron todos al unísono. De repente la mujer mayor parecía integrada en el grupo, a las órdenes del barón. Tolium y Victoria acabaron diciendo “sí, señor”, con un hilo de voz.

—¿Cómo se supone que vamos a aguantar? —preguntó Tolium preocupado.

—Ellos no absorben experiencia —dijo Victoria—. Así que pueden protegernos.

—Así es —dijo Shanty—. La Mazmorra simplemente nos tolera.

—¿No significa eso que no podréis entrar en el décimo piso? —preguntó Victoria. El barón había comentado que la ciudad tenía ese tipo de filtros para entrar y para salir, en el décimo piso.

—Vhae Dunking es un caso especial, tenemos licencia de paso.

Pero Tolium supo que ocultaba algo: también les había dicho que la ciudad no podía controlar los portales. Pensó que simplemente usarían algún tipo de hechizo para cruzar.

Qué equivocado estaba.


Llegaron en la oscuridad, como sombras en la noche; algunos aullaban entre los grandes cubos de piedra y mugre. Otros corrían como animales, aunque iban armados con dagas.  Unos saltaban sobre otros como punto de apoyo, y sincronizados, atacaban desde dos puntos distintos en el eje vertical con un mismo salto: eran hobgoblins de élite, convertidos en hombres lobo pequeños a voluntad, ágiles como felinos, escurridizos y sorprendentemente coordinados: normalmente los monstruos son sacos de boxeo con rutinas fijas y movimientos predecibles, pero aquellos eran completamente diferentes. Comprendí, suspendido en el aire con el látigo de espinas, que aquellos que guardaban la entrada al séptimo piso en la zona helada, normalmente se encontraban aquí, en el décimo.

—¡Maniobra 5! —ordenó Raon. Tenía una mano ocupada manteniéndome atrapado.

—¡Pero sólo somos tres! —protestó Valentina—. Y Arzeus ha perdido sus escudos.

Los vi maniobrar como pudieron, pero después de todo, eran muy fuertes, y el cubo me había dicho que lo más efectivo para progresar era en grupos de 3 o 4 acaparando todos los niveles posibles. Así que aunque débiles y heridos, aunque no estuvieran acostumbrados a colaborar precisamente esos tres, aunque el tanque no pudiera hacer bien su trabajo, no fue un problema: en pocos minutos casi se habían librado de todos, y empezaban a relajarse.

—No os relajéis —les advertí—. En el sexto piso resucitaron. Seguro que lo hacen de nuevo.

—¿Qué? —dijo Raon.

—Nigromancia. El Amo hace trampas.

—¡Compruébalo! —ordenó a Valentina. Esta se puso detrás de Arzeus y conjuró un hechizo de detección. Auras de color violeta se hicieron visibles para todos, pero no era como lo que yo percibía: parecían nubes oscuras de podredumbre y muerte, daban escalofríos. Todos los cadáveres emanaban esa oscuridad.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó Raon. Era el momento de presionar.

—Esto no es lo único que sé. Suéltame y os ayudaré.

—¡Contesta! —y me estrujó con la cadena de espinas, y sangré y grité.

—No me hagas enfadar —le advertí mirándole a los ojos.

—¡Te ordeno que contestes, prisionero! ¡Di todo lo que sepas!

—La única posibilidad de que eso pase —dije con calma mirándolo a los ojos—, es que me sueltes aquí y ahora.

Apretó de nuevo, con saña. Pero esta vez me lo esperaba, y ningún sonido escapó de mis labios.

—¿Pero qué haces? ¡Suéltalo! —exclamó Valentina—.

—¡Cállate o te arrestaré por insubordinación!

—¡No es momento para esto, se están levantando ahora que saben que lo sabemos! —Para cuando terminó de hablar todos los licántropos estaban en pie.

—¡No hay resurrecciones hasta el duodécimo piso! —se quejó Arzeus.

—Sin contar los zombis y los esqueletos y los… —comenzó a enumerar Valentina, refiriéndose a los sacos de boxeo de los reclutas.

—¡Que te calles, Valentina! —ordenó Raon.

El tanque, cansado de mandarlos a volar con sus poderosos puñetazos y sus pesados guanteletes, decidió que necesitaba descansar, porque aquello no parecía tener fin: no era efectivo contra su regeneración. Antes se hacían los muertos (o lo estaban), pero ahora se levantaban en cuanto podían. De modo que esta vez no usó su maná para dividir el terreno con barreras parar enfrentarlos con cuellos de botella, sino que usó el poco maná que le quedaba para conjurar una gran burbuja para que todos pudieran descansar. Los no muertos se acumulaban alrededor, y comenzaron a golpearla con sus garras, dagas y espadas cortas. Incluso algunos llevaban mazos y hachas. Noté que su fuerza era muy superior al sexto piso. ¿No hacía trampas El Amo? ¿Por qué eran más poderosos?

—Valentina, ¿por qué son más fuertes aquí? —pregunté con naturalidad, boca abajo colgando del látigo dorado que tenía enroscado por todo el cuerpo. Ya que Arzeus les había dado un respiro, ella contestó.

—Es por el área de refuerzo de los semigigantes que hay dentro de las casas de piedra —explicó refiriéndose a los cubos de ladrillos grises—. Se dice que los envían primero para que ningún debilucho les despierten sin necesidad.

—¡Prisionero, es la última advertencia antes de que empiece a cortar pedazos de tu cuerpo! ¡Danos toda la información acerca de las “trampas del Amo” y lo que ha cambiado por tu culpa!

—¿Cómo te lo explico, Raon? —dije pacientemente—. Si me sueltas podré ayudaros.

Cogió su daga y se abalanzó sobre mí.

Y Valentina saltó sobre él, como yo esperaba.

—¡No!

Y con esa distracción bastó: me clavé aún más fuerte las espinas, pero pude forcejear y un instante después me había zafado: el cubo, a punto de teletransportarme en cualquier momento, pudo reservarse su preciado maná para un momento más oportuno.

—¡Esto es traición! —exclamó Raon escupiendo polvo, boca abajo y con el brazo del arma en la espalda. Dada la diferencia de al menos diez niveles, sabía que nunca hubiera pasado sin cogerlo por sorpresa. Pero ella ya estaba dudando, así que él se escabulló fácilmente, y justo antes de que la apuñalara, yo pateé su arma; me miró a los ojos, furioso e impaciente, y yo le devolví una mirada serena, en guardia para una pelea a manos limpias.

—No es momento de jugar, Raon. Os puedo ayudar.

Todos oímos cómo la burbuja se quebró. Aguantaría pocos segundos más.

—Cuando todo esto termine, Valentina, me encargaré de que recibas tu merecido —dijo sin mirarla, sin apartar la vista de mí. Arzeus se puso a mi lado.

—No puedes con los tres a la vez.

—No quiero luchar, pero vosotros estáis heridos, cansados y casi sin maná.

—Tú eres el que no tiene maná, te lo he robado —dijo Raon orgulloso—. Me has recargado —y con esas palabras hizo un gesto con las manos, y círculos con símbolos rosados aparecieron ante sus palmas, y dos portales violetas se abrieron sobre la burbuja; de uno brotó una nube de avispones enormes, cada uno podía cubrir mi palma extendida de punta a punta. Y del otro manó la nube de mosquitos que absorbían maná, de la mitad de tamaño que los avispones y capaces de inflarse al doble de volumen que estos al robar sangre, como demostraron al atacar a los hobgoblins licántropos; sus trompas extendidas eran dardos de acero, y tan sólo con volar cerca de ellos parecían cansarse repentinamente antes de ser atacados. Entonces comprendí que una brusca bajada de las reservas de maná podía aturdir mediante fatiga, y tomé nota mental.

—¿Por qué no los has usado antes? —pregunté.

—Quería robarte todo el maná posible primero —recuperó su daga, arrebatada por Valentina, y sacó otra de su bota, más pequeña. Parecía un proyectil. Atrajo el látigo y lo guardó en su anillo de inventario. Yo utilicé el mío y extraje los dos ultraespadones dobles, pero no tenía energía para incendiarlos.

—Esa arma es ridículamente grande para ti —dijo dando vueltas en torno a mí, como en un duelo de samuráis, buscando una abertura en mis defensas—. Y por si no te bastara, tienes dos. Una cosa es cazar bestias gigantes, y otra usarlas en una lucha contra personas. No eres más que un novato. Tropezarás con tus propios pies.

—¡Ya basta! —gritó Valentina, y entonces la burbuja cedió, cayéndose en pedazos como si fueran cristales rotos. Arzeus los embistió como un jugador de fútbol americano, y las criaturas salieron volando como si fueran bolos; pero eso sólo detuvo al primer grupo; por el lado opuesto otros dos saltaron tras de mí. Sin dejar de mirar a Raon, sin dejar de preparar una de mis armas para bloquearle, sin darle una oportunidad, utilicé con toda la concentración de que fui capaz, toda mi capacidad de detección: no me importaba lo que hubiera a más de unos metros, no me importaban los cazadores ni los enviados del Amo, sólo me importaban los que estaban saltando sobre mi espalda: y claro como el día pude ver sus siluetas, perfectamente definidas por un segundo. Vi dónde, cómo y qué. Y con mi brazo izquierdo hice un movimiento de zigzag, oscilando el ultraespadón y cortando con una hoja, luego con la otra, con ambos filos, con las puntas afiladas… bloqueé la espada que por inercia me hubiera alcanzado la cabeza, y finalmente, plaqué con mi propio cuerpo con un fuerte paso atrás al único que me alcanzó, ya con su arma desviada: salió proyectado diez metros y rodó por el suelo, aturdido. Mi espalda apenas se resintió, porque sabía dónde golpear.

—¡Tú…! —protestó Raon. Acababa de ver cómo su oportunidad se le escurría entre los dedos como el agua.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Valentina, sin darse la vuelta, “matando” a otros dos con sus dos sais, uno a cada lado, perforando sus gargantas. La sangre viscosa y morada no demostraba que estuvieran muertos, pero nos daría tiempo.

—No lo sé, ha sido por puro reflejo —contesté. Miré medio segundo hacia atrás y vi los monstruos cortados en dos mitades. Esos no se levantarían. Mis armas eran mucho más adecuadas para esa lucha. Y como me temía, bajar la guardia por esa fracción de segundo bastó para que Raon me atacara, pero estaba preparado: bloqueé sus dos armas con las mías sin mirarle, giré sobre mí mismo, lancé una de ellas hacia arriba para dejar la mano libre, y le pegué un puñetazo para noquearlo al derribarle contra el suelo; no funcionó. “No es tan fácil como en las películas”.

—Mi arma va a caer sobre tu cabeza —anuncié, inmovilizándolo—. Tres, dos, uno…

Me aparté y la vio acercarse peligrosamente, pero cayó a medio metro; con esa distracción le arrebaté sus dagas y las guardé en mi inventario. Le pegué otro puñetazo mientras se levantaba, y bastó para tomar las mías de nuevo.

Y entonces me encontré con Arzeus placándome y agarrándome con un hechizo de aumento de fuerza, y era como estar encadenado de nuevo.

—¡No iba a matarle, sólo le he desarmado!

—Lo siento, octagón. He tardado en reaccionar.

—Buen trabajo, Arzeus.

Escupió un esputo de sangre y me golpeó en el estómago. Dolió. Entonces tomó una de mis armas y la otra se la lanzó a Valentina.

—Ya lo has visto, hay que partirlos por la mitad —y sin más, ambos nos dejaron atrás, arrasando con todos. Para entonces los insectos habían drenado el maná y envenenado a todos, debilitándolos y desconcentrándolos por el dolor —supuse, si es que esas cosas sentían dolor—. Les resultó fácil despejar la zona.

—¿Y qué pasará cuando eliminemos a todos de verdad ? —pregunté.

Uno de los grandes bloques de piedra reventó, disparando enormes cascotes en todas direcciones. Uno de los semigigantes se mostró ante nosotros y medía al menos tres pisos de altura.

—¿Eso es un “semi”? —protesté. No quería imaginarme los gigantes completos. Y entonces recordé al cíclope. No quería enfrentarme a esa cosa de nuevo.

—Valentina, haz lo que sabes —ordenó Raon. Ella conjuró niebla negra, y antes de que el gigante arremetiera contra nosotros con su enorme garrote, desaparecimos a sus ojos entre la oscuridad. Dada su estatura no bloqueaba bien su visión, porque era pesada y densa, pero a nosotros nos mantenía a salvo. Sentí el dolor familiar, y al mismo tiempo que me aturdía con su descarga, Arzeus me soltaba quejándose del daño que también recibió. Un momento después volvía a estar suspendido por el látigo cadena de Raon, y me llevaba corriendo con él, siguiendo a Valentina, que seguía creando niebla cincuenta metros por delante de ella.

—¿No soléis luchar contra ellos? —pregunté, divertido oyendo cómo Raon tropezaba por tercera vez en su carrera. Arzeus, justo detrás vigilándome, contestó por él.

—Lo haríamos si fuéramos dos equipos o más, pero en este momento es demasiado arriesgado.

—Pero si esto está lleno de cubos de piedra. ¿Todos tienen uno dentro? —aun en la oscuridad y dándole la espalda, supe que Arzeus había asentido con la cabeza—. ¿Cómo puede ser esto tan peligroso para gente tan fuerte como vosotros? Ningún equipo de tres aventureros debería ser capaz de…

—Cállate —repitió Raon—. Arzeus, no le des conversación. Pero Valentina, con sus agudos sentidos, no se perdía ni una palabra, aunque nos sacara veinte metros.

—Siempre despiertan de uno en uno. Derrotas un grupo de esbirros, y aparece el líder local —supe que era lo que yo llamaba “minijefe”—. Lo que pasa es que en este piso hay muchos más territorios independientes de lo habitual. Muchos líderes. Pero también es por su tamaño.

—¿Es más grande que el séptimo piso?

—No lo sé.

—¡Silencio, Valentina! ¡Pueden oírnos! —protestó Raon. Noté que esta vez no me lo decía a mí. Al parecer se había resignado.

Varios grupos más de monstruos nos asaltaron, pero al principio no aparecieron más semigigantes, precisamente por no derrotarlos. Pero entonces el Amo volvió a hacer trampas: no uno, sino varios de ellos rompieron sus encierros a la vez. Arzeus gritó frustrado, Raon maldijo, y Valentina guardó silencio. Estábamos rodeados. Y los monstruos, y sus esbirros, suficientes para mantener ocupados a treinta o cuarenta cazadores de élite de Vhae Dunking, se pusieron a barrer su territorio, y ellos, como pudieron, se escaparon, treparon y me llevaron consigo. Estábamos en lo alto de una de las estructuras rotas, cubiertos de niebla negra.

—¿Cuánto tiempo podrás mantener el hechizo? —susurró Arzeus preocupado.

—Sólo un minuto más. Es mucho más volumen de lo que suelo usar.

—Se os acaban las opciones, Raon —dije nítidamente. Me estrujó por medio segundo, y luego temió que gritara por el dolor, así que aflojó la presa.

Podía sentir cómo su cerebro echaba humo intentando decidir un plan.

—Si al menos tu cuervo estuviera vivo podrías usarlo como anclaje para un portal —susurró Arzeus—. ¿Todavía no puedes crear la salida donde quieras? —en la oscuridad, supe que Raon negó con la cabeza, sin prestar atención siquiera. Pero luego murmuró “se llamaba Mileki”.

—Sigo siendo el único que os puede ayudar —anuncié—. Y se acaba el tiempo: noto cómo se consume el maná de Valentina. Tienes segundos para decidir.

—Ya te he capturado dos veces. Podré hacerlo una tercera, te lo advierto.

—Advertido quedo. Entra en razón.

Aun así necesitó la mano de Valentina en el hombro. Pero finalmente me soltó.

—¿Cuál es tu maravilloso plan? —preguntó cruzándose de brazos. Yo me acariciaba las magulladuras de las espinas. Mi “vitalidad”, como en un videojuego, parecía haber cerrado las heridas, y me pregunté si era un grado bajo de regeneración, porque ya no sangraban. Antes de responder me tomé mi tiempo para elegir mis palabras. No nos separábamos ni un metro, pero la luz de las antorchas de allí abajo eran completamente incapaces de penetrar la niebla.

Y entonces lo hizo: suavemente comencé a ver sus siluetas, sus rostros, y Valentina contuvo un gemido de dolor y jadeó al llegar a cero. Segundos después la niebla se disipó, pero ya era demasiado tarde para los gigantes:

—Elfo, haz lo que sabes.

Y el cubo, siempre al margen, siempre con el perfil bajo y olvidado por todos como una figura decorativa, con un brillante destello nos teletransportó a todos de vuelta al cementerio de esqueletos. Estábamos a salvo.

Valentina cayó a cuatro patas, agotada. Arzeus se sentó. Raon, sin saber qué decir, se me quedó mirando. Yo estaba cruzado de brazos, satisfecho y sosteniendo su mirada.

—No me queda maná para volverlo a hacer, como mucho sólo a usted, Amo. Una última vez.

—Entendido, elfo —contesté sin mirarlo.

—Sigues siendo mi prisionero —dijo amenazadoramente Raon.

—Quiero ir a la ciudad a comprar y descansar. Si me lo pides, puedo acompañaros para protegeros.

Una vena se marcó en la frente de Raon, y noté un tic en su ojo.

—No tienes sinvergüenza.

—¿Estás bien, Valentina? —pregunté ignorándole, y pasando a su lado. Sacó el látigo de nuevo. Mi bota impactó contra su cara y lo mandé a volar de una patada. Me arrodillé al lado de la semielfa.

—Estoy bien, gracias.

—Amo, detecto un hechizo de ocultación —advirtió el cubo. Me preocupé y me puse en pie.

—Ahora que lo dices, yo también noto algo raro. Este idiota me ha distraído. ¡Preparaos, están aquí!

Arzeus bufó, exasperado, y se puso en pie. La burbuja se rompió, y los dos que quedaban, los dos auras naranjas del Amo, se revelaron.

—Sabía que pasaríais por aquí —dijo el líder—. Es el camino que lleva a la puerta. Si no fueseis estúpidos, simplemente habríais saltado la muralla.

—Hemos aparecido aquí teletransportados —expliqué—, pero si te sientes más inteligente por creerlo, adelante.

—Estamos muertos —dijo Arzeus cansado, mal equipado y sin energía mágica. Raon nos alcanzó, limpiándose la sangre de la nariz con la manga. No dijo nada, intentando pensar un plan. Salvo las invocaciones de insectos ya canceladas, tenía casi todo su maná, y sólo heridas leves. Y era el que menos había luchado físicamente, así que no estaba especialmente cansado. Apestaba a seguridad. En su orgullo, estaba seguro de que podría encontrar la manera de vencerles.

—No lo creo, Arzeus —dijo Valentina—. Ese que intenta ocultar lo asustado que está es el invocador que perdió su poder.

El enviado del Amo enmudeció. Su farol había sido descubierto. No eran dos contra nosotros, sino uno y un pequeño refuerzo. Raon sonrió satisfecho, y su seguridad creció aún más, hasta ser irritante. La mujer continuó.

—Por lo que escuché, parece haber recibido un castigo de La Mazmorra por una invocación que destruyó su estructura. Ese tipo está muy enfadado con él.

—¿No eres tú la cobarde que se hizo la muerta? —preguntó el hombre altivamente.

—Y por eso tengo esta información.

—Vuestra mejor estrategia —intervine—, es retiraros por ahora: habéis perdido esta batalla, pero no la guerra. Podéis rendiros y ser capturados, o morir más tarde cuando volváis con refuerzos. A mí me da igual.

El hombre cruzado de brazos clavó su mirada en mí, midiéndome.

—De modo que tú eres el que ha causado tantos problemas a mi padre.

“Su hijo. Tiene que haber una manera de aprovechar este dato”, pensé.

—Entonces si mueres se enfadará mucho. Me pregunto si eso le perjudicaría: ¿se volvería aún más estúpido? Eso le costaría la vida. Sería mejor que volvieras a su lado, para protegerlo. Es lo que haría un buen hijo.

El guerrero estalló en carcajadas. Vestía armadura de placas rojas, y parecía lujosa y muy pesada. No debería permitirle moverse con facilidad.

—Vine hasta aquí para ver si mi padre realmente debía tomarte en serio. Pero lo único que has hecho es huir, esconderte y lanzar a otros contra mí. Y ahora que estás a mi merced no eres más que un bocazas. El típico que sólo sabe hablar para ocultar su miedo, mientras intenta parecer inteligente. ¿En qué consiste tu plan, chico? ¿En parecer duro?

—Supongo que a veces no queda más remedio —contesté encogiéndome de hombros—. Os dejo el “nerfeado” a vosotros, cazadores. Yo me encargo del grandullón.

—¿Tú? ¿Pretendes vencerme tú solo? Puedo sentir tu debilidad desde aquí. No sólo eres un novato que apenas sabe andar sin tropezar porque no se acostumbra a su nueva fuerza, sino que tu nivel todavía no es digno de enfrentarse a la familia real. Si este incompetente hiciera bien su trabajo —dijo pegándole una colleja—, sería él quien te derrotaría. Y con facilidad.

—Déjame adivinar: le culpas a él por obedecer tu orden de invocar al cíclope gigante y destrozarlo todo. Está claro que tu padre no te ha dado una buena educación. Lo siento, tío —dije saludando con la cabeza al invocador, que estaba avergonzado.

El guerrero chasqueó los dedos de ambas manos y un martillo y un hacha de guerra aparecieron en el aire, y los cogió al vuelo. Cadenas doradas los conectaron a sus muñecas, y supe que podía lanzarlos, recuperarlos, hacerlos girar a su alrededor, y probablemente controlar esas cadenas como tentáculos, como hacía Raon.

—La danza de espadas es el estilo más elegante para un guerrero, y tú no te lo mereces. Pero soy clemente, así que incluso te concederé el primer movimiento.

—Gracias.

Podía usar la última carga del cubo para escapar a la ciudad y que se tuviera que enfrentar a todo su ejército, pero dejaría morir a los otros. Entonces noté el cambio en Raon, y lo vi convertirse en un enorme hombre lobo, nada que ver con los hobgoblins; su armadura de cuero tachonado se había estirado y seguía protegiéndole. Empuñaba mi ultraespadón, y Valentina aferraba el otro como si le fuera la vida en ello. Entonces se lo pasó al tanque.

—Tú lo usarás mejor, Arzeus. Eres más fuerte que yo.

—¿Y bien? —exigió el enemigo—. Si no reaccionas, barreré tus despojos sin más preámbulos. Y después los de la escoria a tu lado.

Abrí el cubo y rebusqué una poción. Una que había conseguido hacía días, con Mary, en un cofre. Era de color blanco.

—Te arrepentirás de haberme dado la oportunidad, con esto no puedo perder: La Mazmorra me da recompensas verdaderas, no juguetes —dije desenroscando el tapón, y casi me la bebí. El guerrero abrió los ojos como platos y me embistió con su máxima velocidad. Yo no reaccioné. Apenas me aparté en el último momento, con cuidado de dejar la poción en el aire, sin lanzarla, sin apartarla de su camino. Bloqueé el impacto de su armadura con mis manos y rodé hacia atrás, y me puse en pie con agilidad. El hijo del Amo la sostenía, preocupado, mirándola con dudas como si fuera un arma de oro apuntando a su cabeza: ¿sería peligrosa?

—¡No! ¡Quitádsela, es nuestra única oportunidad! —lo señalé dejando que mi miedo aflorara, y los demás lo vieron y se preocuparon. Intentaron aproximarse con cuidado, pero no se atrevieron a intentarlo. Apenas se habían derramado unas gotas. El guerrero sonrió triunfante, y se la bebió. Rompió el vial contra el suelo, y rio.

—¡Hace mil años que mi padre no permite recompensas verdaderas! ¡Siempre quise tener una! Veamos en qué consiste tu carta de triunfo… —dijo amenazadoramente, mirándose las manos. Su invocador estaba en el mismo sitio que antes, a la expectativa, sin saber qué hacer. Todos se miraban unos a otros. ¿Qué pasaría a continuación?

La expresión del hombre cambió al desconcierto. Frunció el ceño, arqueó sus cejas sorprendido abriendo sus ojos, y tartamudeó.

—Yo… pero… ¿qué?

Se quedó paralizado y sin respirar por un largo momento, y luego abrió la boca y se le cayó la baba.

—Ungh… necesito… yo… quiero… aagh..

Cayó al suelo de bruces, jadeó e intentó ordenar sus pensamientos. Gimió excitado y estuvo a punto de perder el conocimiento.

—¡Túuu…! ¿Qué me has hecho?

—Arzeus, Valentina —dijo Raon—, matad al invocador.

—¡Aaaargh! —gritó el guerrero. Raon y yo sólo esperamos.

Un minuto después, el mago, ahora mediocre sin su especialidad, estaba decapitado y partido en dos. El guerrero seguía echando espuma por la boca, intentando mantener la cordura.

—Ahora a por este —ordenó Raon.

—No —dije—. Esperad. Es alguien muy valioso. Y es el responsable de todos esos muertos.

—¡Precisamente por eso! —gritó.

—Sé que estáis furiosos, pero vuestros superiores querrán interrogarlo y juzgarlo. El Amo es muy peligroso, y probablemente esté loco.

—Si se entera de que lo tenemos…

—La guerra sucederá tarde o temprano. Al menos este os dará ventaja para atacar primero, con información precisa.

El hombre cayó inconsciente. Luego habló en sueños.

—Ya… sé… lo que… necesito…

—Yo también sé lo que necesitas, campeón. Yo también.

Mi palma brilló, y miré el número: subí del nivel 62 al 70. Valentina me miró boquiabierta, pero no dijo nada. Me la tapé. “¡8 niveles de una sola vez!”. Todos continuamos observando al enemigo vencido, por si fuera a levantarse en cualquier momento.

—Amo —dijo el cubo—, probablemente se deba a todo el evento en su conjunto.

—¿De qué habla este ahora? —se quejó Arzeus.

—¿Qué quieres decir con evento? —pregunté.

—No sólo vencer al guerrero y sus compañeros, sino sobrevivir a la partida de caza de la ciudad. Aunque lo haya hecho indirectamente, La Mazmorra lo tiene en cuenta.

—Acaba de alcanzar el rango amarillo —dijo Raon sin mirarme, con sus ojos clavados en su enemigo como si esperara atravesarle con la mirada. Ni Arzeus ni Valentina contestaron. El tanque incluso pareció molesto.

Mirándolo fijamente, al final Raon entró en razón; sacó varios pergaminos de su cinturón y volvió a su estado (casi) humano. Conjuró cadenas rosadas que envolvieron su cuerpo, y según explicó, le impedirían usar magia de tipo alguno, incluyendo cancelar hechizos de refuerzo que tenía activos, y además lo debilitarían. Después Arzeus lo cargó en su hombro, y anduvimos de regreso a Vhae Dunking. La ira de Raon había menguado considerablemente: tenían al verdadero responsable de todo aquello, y según había dicho, había venido por su cuenta, así que ni siquiera había que culpar a su padre.

Caminábamos bajo la luz de las estrellas y del anillo de polvo espacial, en ese mundo sin Luna, y por fin salimos de las murallas del Laberinto. Podía sentir a los arqueros apuntándome, pero el cubo se interpuso entre ellos tapando al menos mi cabeza y mi tronco, para que pudiera sobrevivir y reaccionar.

—¿Qué era eso? —preguntó Valentina poniéndose a mi lado. Estaba intrigada porque seguía farfullando en sueños; murmuraba que estaba sediento y pedía algo por favor, y no entendía de qué se trataba.

—Le engañé, Val: no era una recompensa verdadera, sino una de los que usa su padre para putear a los aventureros. Ha perdido el sentido por sobredosis, se supone que se deben tomar sólo unas pocas gotas.

—¿Y de qué se trata entonces?

Sonreí.

—Era la poción “Ansia de semen”.

Todos reímos a carcajadas, incluso Raon. Y así, sin más, cruzamos el umbral de la ciudad, envueltos por sombras a la luz titilante de antorchas reales. Inspiré hondo y sonreí satisfecho. Aunque ahora me esperaba un interrogatorio, no me importaba. Aquí y ahora, era una buena noche.