Dentro del Laberinto - 25: Los cazadores

La expedición de Claw se prepara para invadir el Laberinto. Mientras tanto, El Héroe acomete su plan con toda la fortuna que le caracteriza.

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[ Anteriormente: Susan y Neif viven en la mansión de Claw, en cuyo sótano está el laboratorio del mago. Este usó la reliquia familiar de Neif y Tolium para localizar "La Mazmorra". Mientras tanto El Héroe se encuentra en un movimiento de pinza en el décimo piso, atrapado entre la raid de 16 cazadores del ejército de la ciudad Vhae Dunking, y el hijo de Claw que se llevó a 3 hombres para tomarle la medida (y matarlo si podía). Todos le siguen el rastro].

Capítulo XXV: Los cazadores

H asta el descubrimiento del fuego, la humanidad se mataba con piedras y palos. Las lanzas eran una versión afilada de las piedras, y las trampas de estacas en un foso eran sólo otra forma de palos. Durante un tiempo funcionó.

Pero después vinieron los escudos que bloqueaban las lanzas y los palos, y las espadas que cortaban las astas y los escudos (aunque sólo por insistencia, desgastándolos). Las trampas siguieron siendo efectivas, eso sí. Siguieron usando lanzas, mejoradas con puntas de metal, cabalgando bestias. Y era entonces cuando las trampas funcionaban mejor, acabando con ambos de una sola vez. Siempre que hubieran tenido tiempo de prepararlas.

Todo cambió con los arcos. No los pequeños que apenas servían para caza menor, sino los arcos largos. Fuera del alcance de la caballería, podían matar jinetes y caballos sin sufrir daño, con un coste de equipamiento mínimo. Del mismo modo, arrasaban campos de batalla enteros de espadachines y lanceros. Sólo las pesadas armaduras de placas de metal, que reducían la movilidad, podía mantenerlos a salvo. Y eran aplastadas por pesadas mazas, rompiendo huesos.

—Ya lo sabemos —se quejó Neif—. Los arcos se sustituyeron por armas de fuego y explosivos, que La Mazmorra impide usar. Y las armaduras por tanques, pero los motores tampoco funcionan. Pero nada de eso responde a mi pregunta.

—¿Qué pregunta? —dijo Claw molesto por haber perdido el hilo de su discurso.

—¿Por qué tanto interés en la magia teniendo la tecnología moderna?

—Ah, sí... sobre eso, Arthur C. Clarke dijo que "cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". Piensa por un momento lo que supone tener un artefacto mágico en el bolsillo que te permita hablar con cualquier persona del mundo, viéndoos las caras, sin retraso apreciable. Sin esperar a que un mensajero de la vuelta al mundo. O la capacidad de viajar al otro extremo del mundo en menos de un día en una cosa voladora, que en cuentos de fantasía sólo podría ser un dragón. Y dicho avió podría estar armado con misiles, mucho más destructivos que las llamas de un dragón. Por no hablar de cabezas nucleares...

—¿Puede dejar de divagar? Gracias.

Claw carraspeó y se ajustó mejor el cinturón repleto de bolsillos cuadrados, tipo cartuchera, que a Neif le recordaban a los de Batman, pero más grandes (y realistas, para tener de todo). También colgaban bolsitas y tenía una riñonera delante.

—Contestando a tu pregunta, Neif, podríamos traer a nuestro mundo el equivalente a toda una nueva rama de la ciencia y la tecnología, y un camino totalmente diferente para la investigación y desarrollo. Después de todo, la magia tiene su propia lógica interna, igual que la ciencia. Y es imposible que no estén relacionadas, porque serían incompatibles con el mismo plano de existencia. Así que hay mucho que investigar por ahí... ¡Imagina lo que supondría tener años de adelanto en patentes respecto al resto del mundo!

—Así que quiere forrarse —intervino Susan—.

—Bueno, eh... ¿sí?

—¡Pero si ya vivimos en una mansión! —se quejó Neif señalando alrededor. En el laboratorio había todo tipo de riquezas, antigüedades que saltaba a la vista que valdrían una fortuna en el mercado negro, si es que no se devolvían a un museo.

—Papá siempre dice que cuanto más tienes más quieres gastar —repuso Susan, defendiendo a Claw. Neif puso los ojos en blanco. "¿Por qué tiene que ser tan boba? Este hombre nos quiere arrastrar a un sitio peligroso, "La Mazmorra" de sus historias sobre Roxan. ¿Y está de acuerdo?", pensó.

—Señor Claw —continuó Susan—, lo que yo no entiendo es lo de traer la magia a La Tierra. Dice que no es incompatible, pero aquí no hay de forma natural; siempre dice que sólo está la almacenada en los "artefactos".

Claw se tomó su tiempo para responder a la rubia porque estaba ocupado ultimando los preparativos. El equipo ya estaba formado, y estaba pasando revista al equipamiento de sus subordinados. Varios de ellos llevaban armaduras de placas, los más fuertes y corpulentos. Tenían un aspecto antiguo que le hizo sospechar a Neif que eran viejas reliquias robadas a algún museo, quizá tras pegarle el cambiazo. "Seguramente estén encantadas y vengan de la mazmorra esa. ¿Serán para protegerse de flechas mágicas?". Finalmente, el mago que ocultaba su nombre real con un alias de anime infantil, respondió a la pregunta sobre la ausencia de magia.

—Todavía no estoy seguro, Susan, pero creo que es parecido a sembrar en tierra árida. Al principio cuesta mucho, pero si eres capaz de mantener un pequeño huerto, este puede extenderse haciendo fértil a la tierra de su alrededor, poco a poco. Igual que puedes detener la desertización plantando muros de árboles alrededor de un desierto. Lo están haciendo en África.

—¿Qué le hace pensar que sería tan sencillo como usar muchos artefactos? —preguntó Neif.

—Nada tan simple. No, Neif, estoy pensando en algo mucho mayor: quiero provocar una brecha. Quiero que se fugue a nuestra dimensión toda la magia posible. Quiero drenar La Mazmorra original.

—Destruirla —corrigió Neif.

—No necesariamente. Pero tal vez. De todas formas, por lo que sé es una trampa mortal para la mayoría. Podéis considerarlo un servicio público.

—¿Y no es posible que La Mazmorra se proteja a sí misma? —preguntó Susan. Esto hizo que ambos fruncieran el ceño. No era algo que quisieran escuchar.

—Si eso pasa, ya pensaremos qué hacer. Siempre encuentro una solución para todos mis problemas.

Neif no dijo nada, pero pensó que eso incluía sacrificar a los demás para escapar.

—Pero Roxan me dijo una vez que no hay sólo una Mazmorra. ¿Y si pide ayuda a las demás? Puede que mientras intentas destruir la presa para llenar nuestro mundo de magia, todas las demás mazmorras intervengan.

—No nos dejemos llevar por nuestros miedos, jovencita. Eso es una posibilidad descabellada. Después de todo, no se trata de organismos vivos. Son un conjunto de hechizos grabados en un conjunto de objetos, aunque estos sean sobre todo el techo, suelo y las paredes principales de cada piso.

—¿Como muros de carga? —preguntó Neif. Claw sonrió. Ella recordó el anime que veía cuando era niña, y pensó en lo diferente que era aquel hombre. En aquella historia “Claw” era bondadoso y había combinado la magia occidental y la oriental. Pero aquel hombre que fingía tener escrúpulos combinaba la ciencia y la magia. “El alias que ha elegido es un chiste”.

—Has acertado, Neif, soportan la estructura de la dimensión como los pilares y muros de carga sustentan un edificio. Lo primero que haremos será localizar uno de esos "muro de carga", y entonces colocaremos tres marcas de teletransporte a nuestro mundo, que trazarán un triángulo receptor de magia, en este caso de tipo espacial. Dejaremos explosivos plásticos preparados en su centro. Y al final de nuestra expedición, tras haber recolectado artefactos y muestras, y tal vez "subido de nivel", activaré el teletransporte a la vez que detonaré los explosivos. El maná contenido por el muro intentará sellar el agujero, como un organismo con una herida abierta enviando sangre cargada de plaquetas. Pero el triángulo de teletransporte lo absorberá todo, como un agujero negro. Las paredes se secarán. El “piso” se desmoronará, pero para entonces nosotros ya estaremos de vuelta con un hechizo diferente.

—Y el agujero blanco, el desagüe del agujero negro, será este laboratorio —terminó Neif. Mientras hablaba estaba observando la multitud de lámparas de techo de tipo araña, todas apagadas y llenas de adornos y esferas de cristal. La única que aportaba luz era la central, pero con sólo una bombilla. Era un único punto de luz potente y verdoso. Estaba segura de que había un filtro amarillo y la luz era realmente azulada. Ya había aprendido a reconocer el sutil patrón de titileo del maná. No era estable como las bombillas LED, ni oscilaba de forma regular como los tubos de neón, que parpadeaban con el intervalo de la corriente alterna.

—Eres muy observadora, Neif —la elogió Claw—. Si alguien entrara a robar en mi laboratorio, las lámparas deberían pasarle desapercibidas. Simplemente he sustituido personalmente todos los adornos de plástico transparente, y los de vidrio normal, por réplicas de cristal de maná.

Ella ya conocía esa "tecnología mágica". Cada uno del equipo llevaba un cristal para alimentar los artefactos. Según les había explicado Claw, lo absorberían por proximidad, en lugar de alimentarse del maná del usuario, ya que ellos carecían de él.

—¿Cómo ha podido fabricar cristal de maná en un mundo sin magia? —indagó Neif—. Creía que nosotros llevamos casi todos los cristales que ha podido obtener.

—No era tan difícil, en realidad. Sólo son réplicas. Podía ir traspasando el maná de un depósito al siguiente, una vez que ya estaba construido el anterior, y dejarlo a la espera de ser llenado.

—¿Pero pretende absorber todo el maná de La Mazmorra? ¿No sería como intentar guardar el maná de un lago en una alberca de riego? ¿Qué pasa si se desborda?

—Está todo calculado. El blindaje de mi laboratorio, en combinación con los cristales, actuarán como un filtro que amortiguará la inyección de maná en nuestra dimensión. No llegará como una presa al reventar, arrasándolo todo, sino como la progresiva subida del nivel del agua.

—Así que en vez de arrasar el pueblo bajo la presa, los ciudadanos sólo perderán sus casas, pero al menos podrán nadar para sobrevivir...

—Exacto.

—¿Eso qué significa a efectos prácticos?

—Que las personas corrientes ni siquiera notarán la diferencia. No habrá destrucción a nuestro alrededor. Simplemente, nuestro mundo absorberá suficiente maná para que arraigue. Voy a “reforestar” de magia el planeta.

A Neif no le convencían sus palabras. Sabía muy bien que su hermano Tolium también lo reprobaría, y le buscaría todo tipo de defectos a su lógica. Pero ella no era su hermano, y su capacidad de discutir con aquel hombre era muy limitada. Tan sólo sabía que lo que pretendía hacer era un error. "Siempre supe que era peligroso, pero esto es demasiado. Puede que esté a punto de provocar un desastre natural. O sobrenatural, lo que sea. Tenemos que hacer algo...". Interrumpió sus pensamientos y miró a su amiga. Estaba encantada admirando a los hombres, que parecían un equipo de acción de película. Neif negó con la cabeza y se corrigió a sí misma: "Yo tengo que hacer algo".

La rubia estaba alabando el imponente aspecto de los fuertes guardaespaldas ataviados como guerreros de armadura pesada. Decía lo que “molaban” los tiradores con armas mágicas de medio o largo alcance, con armaduras de cuero marrón y camisas de cota de malla. Sonrió a Claw, Steve y a "la secretaria" relamiéndose los labios; vestían túnicas morada, roja y negra respectivamente, y capas que les abrigaban ocultando sus objetos mágicos. Eran los únicos que llevaban una máscara negra que tapaba su boca y nariz, y se preguntó por qué. "¿El hada Lilypuff tendrá algo que ver?". Había visto cómo Claw la encerraba en un minúsculo bote de cristal que guardó en su cinturón. El hada no tendría espacio ni para tumbarse, y sintió lástima de ella, aunque hubiera intentado matarlos el día anterior volviéndolos locos con su polvo de hada.

—¿Por qué tus hombres no llevan protección contra el hada? —preguntó Neif. Eso la sorprendió. Siempre hacía preguntas inoportunas, y lo que molestara a Claw podría traerles problemas a ellas también. ¿Es que no sabía mantener la boca cerrada? No se parecía en nada a Mary.

—Piensa —respondió Claw—. Mientras que parece algo decorativo, parte de nuestro uniforme de magos, sería sospechoso si todos llevaran el rostro tapado. El enemigo tomaría precauciones. Ya has oído las historias de Susan acerca de El Amo. En cambio, si todo sale bien, destruiremos el reinado de terror de ese hombre —sus hombres asintieron orgullosos—. En su lugar, tienen instrucciones de alejarse de nosotros y cómo cambiar su formación cuando use alguna de las armas respiratorias —"¿Hay más de una? ¿Cuáles? Tenemos que saberlo para que no nos alcance", se dijo Neif, de modo que lo preguntó.

—¿Qué hay de nosotras?

—No os preocupéis. Vosotras iréis desarmadas, no podréis hacer daño a nadie, así que nadie tendrá que mataros para defenderse. Y la otra opción es simplemente poneros a dormir.

—Fabuloso. Así que nuestro trabajo no es sólo servir como cebo, también haremos que el enemigo baje la guardia con ese tipo de trucos.

—Oh, no seas tan negativa. Vamos a protegeros. Está todo calculado.

—Mi hermano me dijo una vez que nadie puede calcularlo todo, y menos aún anticiparse al futuro. Los humanos tenemos límites.

—No me subestimes, chica...

—Estás pecando de arrogante, Claw —le interrumpió—, y puede que nos lleves a la destrucción. No sólo a nosotros, también a La Tierra.

El amo guardó silencio y se miraron fijamente a los ojos.

—No sabes lo que estás haciendo —insistió—, estás jugando con fuego con las vidas de miles de millones de personas, por no hablar de los animales y plantas. ¿Y si el exceso de maná resulta ser tóxico?

—No lo es.

—Con humanos, quizá. Al menos si la exposición no es permanente. ¿Pero qué hay de las plantas? ¿No lo habías pensado? ¿Y si les impide metabolizar la clorofila, por ejemplo? ¿Y si estorba a la fotosíntesis? Te cargarías la cadena alimenticia, y con ella la superficie del planeta. Sólo el mundo submarino sobreviviría. Suponiendo que no impida la fotosíntesis del plancton.

—Los humanos se adaptan a todo —se quejó Claw—. Es su especialidad. Encontrarán la manera de solucionarlo, si es que no lo hago yo mismo.

—O podrías dejar de jugar con las vidas de todos y ser responsable. No te conformas con jugar a las mafias, el niño rico tiene que jugar a ser un dios. Transformar un mundo natural en un mundo mágico para ganar más dinero. Eres un niño irresponsable, con un seudónimo infantil, atrapado en el cuerpo de un adulto.

El mago sólo la miró en silencio. Tardó en responder tanto tiempo que el ambiente se podía cortar con un cuchillo.

—Encerradla en la tercera celda de contención.

—¡¿Qué?! ¡No me vais a encerrar!

—No viene con nosotros. Ha intentado sabotear la cadena de mando y la disciplina del equipo.

—¡Neif, te dije que esto era un secuestro y que no te dejaras engañar! ¡No creas nada de lo que te diga!

La rubia la miró impasible, como si se hubiera ganado un justo castigo. Neif se preguntó si era absolutamente idiota o sólo estaba disimulando. Conociéndola, tenía que ser lo primero.

Dos guerreros la tomaron del hombro y tiraron de ella, mientras pataleaba y trataba de zafarse en vano. Tenían tanta fuerza que era como si cargaran con una bolsa de la compra entre los dos. Casi parecía una marioneta de cuyos hilos alguien tiraba para sacudirla y llamar la atención. Las celdas de contención estaban en el exterior del laboratorio, por si lo que encerrara dentro lograra escapar. Era el lugar más aterrador de la mansión, aunque no sabía lo que había en su interior. Quizá era por eso. Sólo sabía que una de las puertas macizas de metal era golpeada a menudo, y sonaba como un trueno por toda la planta. No obstante, el techo blindado era parte del bunker contra armas convencionales, así que no llegaba más allá y normalmente podía olvidarse de ello. Pero de algún modo, lo que había en las dos celdas ocupadas siempre sabía cuándo alguien pasaba junto a ellas. Pero lo que preocupaba a Neif no era la poderosa mole que golpeaba el metal, sino lo que había en la segunda celda, siempre cerrada, siempre silenciosa. Fuera lo que fuera le inspiraba terror. Siempre cruzaba el pasillo del laboratorio a paso veloz. Y ahora Claw, que nunca respondió qué diablos escondía en esas celdas, la había encerrado con ellos.

—Lamento esto, Neif —dijo Strazy levantándose el yelmo justo antes de encerrarla—, pero tienes que aprender cuándo callarte.

—Si yo fuera él, te hubiera abofeteado primero —dijo secamente Gutiérrez mirándola a los ojos—. Puedo ganar mucho dinero con esto y no voy a permitir que me cuestes el dinero, niñata.

Cerraron el grueso portón de cámara acorazada, y el impacto reverberó como un trueno. Oyó el mecanismo de los barrotes extendiéndose para cerrar la puerta. Se giró y contempló la sala vacía. Tenía un inodoro de acero inoxidable, una ducha y un desagüe. Incluso un dispensador de jabón líquido. Notó que todo el suelo estaba inclinado hacia el desagüe, y estaba concebido para que toda la estancia pudiera lavarse con la ducha. La cama se guardaba plegada dentro de la pared, a salvo de la humedad. Sujetó el tirador y la desplegó para sentarse en ella. También había una mesa de estudio plegable en la esquina, que podría servir como mesita de noche si tuviera una lámpara y un despertador. La usó para apoyar los codos y sujetarse la cabeza, pensativa y con los ojos cerrados. Intentó ignorar la molesta blancura de la sala vacía mientras se adaptaba la vista. "Un momento, este brillo...", pensó, y alzó la mirada al techo. Al otro lado había un cristal de maná. "Claro, debe haber encantamientos que limitan lo que haya encerrado aquí dentro. Emitir un poco de luz es un efecto secundario". Era un brillo sin filtrar, más irritante que en el laboratorio.

—¿Alguien puede oírme?

Unos segundos después oyó una voz por un altavoz oculto.

—Al habla la sala de cámaras. ¿Cómo has enfadado tanto al jefe, Neif?

Tomó nota mental de que los vigilantes no sabían nada de lo que pasaba en el laboratorio, y que los que se llevaba Claw consigo eran aquellos en los que más confiaba.

—Le dije que puede que esté a punto de destruir el mundo al inundarlo de maná, pero le da tanto miedo que tenga razón, que ha tenido una pataleta y me ha encerrado.

La voz no contestó.

Se tumbó un rato con los ojos abiertos, pensando, sin nada que hacer. Cambió de postura, nerviosa, y oyó algo junto a la pared. Miró la esquina y vio cómo se desplegaba un panel: una bandeja deslizante se extendió, y sobre ella había un plato, un vaso de agua y un panecillo. Todo, incluidos los cubiertos, era de plástico.

—Hey, sala de cámaras. ¿La mesita es sólo para comer? Traedme algo de la biblioteca, me muero de aburrimiento.

—Estás siendo castigada.

Era una voz diferente. ¿Cambio de turno, o la observaba más de una persona? Seguramente la noticia de que la habían encerrado habría atraído al menos a uno de los curiosos de los rechazados por Claw, ya que la mayoría estaba en el laboratorio. Estarían intrigados.

—No, chicos, estoy en una sala de contención, no en la cárcel. No he sido juzgada. "Contener" significa que soy algo "peligroso" del que se pretende estar a salvo. Pues vale, ya estoy encerrada, no puedo hacer daño a nadie. ¿Y ahora qué?

Silencio. Así que cambió de estrategia: aprovechó que no eran parte de su círculo interno, que seguramente se sentirían desplazados, y cruzó los dedos mentalmente.

—Lo que nos hizo a Susan y a mí fue un secuestro desde el principio, chicos. ¿Queréis seguir sumando agravantes? Algún día la justicia caerá sobre Claw, especialmente con lo mucho que va a llamar la atención si su plan sale bien y "lidera la investigación mágica". Para cuando eso suceda, os conviene tener atenuantes. Porque una cosa es que salga bien su idea de cultivar maná, y otra que se libre de todos sus delitos. Cuanto más llame la atención, peor será para él. Y es justo lo que quiere hacer. Al final todo se sabrá.

No contestaron, como esperaba. Pero sabía que sus palabras calarían porque tenía razón. Y su lealtad no era la misma que la demostrada por esos dos guerreros. Probablemente estarían discutiendo las posibilidades. "Ahora lo que tengo que hacer es esperar". Comió sin hambre, y cuando terminó oyó el mecanismo del panel. Llevó la bandeja de plástico a la bandeja metálica junto a la puerta, y esta se incrustó en la pared de nuevo, llevándose las sobras.

—Qué limpio y eficiente es todo por aquí.

Se tumbó vestida de nuevo y cerró los ojos. La temperatura de la sala estaba controlada, y supuso que a 22 o 23 grados, lo suficiente para no pasar frío estando vestida y durmiendo. La cama sólo tenía una sábana, aunque gruesa, de invierno. De modo que se quitó el calzado y se acostó bajo ella. Al hacerlo, un panel se extendió justo bajo el punto de luz, al otro lado del grueso cristal blindado; tapó casi todo, dejando apenas una rendija. Se preguntó si era automático, o estaban pendientes de su comodidad. Y luego volvió a enfurecerse. "Estúpido Claw. Estúpida Susan. ¿Cómo has podido defenderlo?".

Oyó de nuevo el sonido de la bandeja retráctil. "¿No es demasiado pronto para comer de nuevo?". Abrió los ojos y allí estaba: un grueso libro de tapa dura. Sonrió.

—Gracias, chicos.

Una vez más, evitaron responder, pero no importaba. Sus palabras les habían llegado. Y seguirían llegando, poco a poco. Tenía un nuevo proyecto. Mientras Claw estaba fuera, haría lo posible para minar su organización desde dentro. "No me aburriré".

Y mientras tanto, estudió el volumen que ella misma había dejado en la mesa de la biblioteca, un tratado sobre la demagogia que hablaba de Aristófanes, Aristóteles y otros filósofos. Había puesto el marcapáginas en un fragmento que le llamó la atención, acerca de las revoluciones que surgían sistemáticamente en todas las épocas al oprimir al pueblo:

“La principal causa de las revoluciones en las democracias es la intemperancia de los demagogos. En algunos casos, por su política de delaciones individuales, incitan a los ricos a unirse (ya se sabe: el miedo común coaliga aun a los peores enemigos). En otras ocasiones, atacándolos como clase [inferior], concitan contra ellos al pueblo. Que así ocurre, puede verse en multitud de casos”.

Aristóteles, Política, 8, 4.

Se preguntaba qué hacía algo así en su biblioteca, si era para aprender a reconocer la demagogia, o para utilizarla. Intuía que lo segundo, porque era un hombre ambicioso y sin escrúpulos. "¿Tal vez pretende hacer carrera política después de darse a conocer como un genio en la nueva rama del conocimiento? Seguramente busca todo el poder posible, y está claro que le da igual el precio".

Pasó la página y se encontró por primera vez con texto subrayado. Todos los libros que había ojeado, o leído a fondo, en la biblioteca del mago, estaban impolutos, perfectamente cuidados, como si hasta su llegada él fuera el único en tocarlos. Ni anotaciones al margen, ni nada que los alterara. Y sin embargo, aquel pasaje sobre los demagogos populistas estaba marcado con rotulador fosforito:

“En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era también general, la democracia se transformaba en tiranía; la mayoría de los antiguos tiranos fueron primero demagogos. La causa de que así sucediera entonces y no ahora es que entonces los demagogos salían de entre los generales (pues aún no se conocía la habilidad oratoria). En cambio ahora, con el auge de la retórica, quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar…”.

Aristóteles, Política, 8, 4.

—Definitivamente, Claw es basura.

—¿Qué sucede? —oyó decir a una tercera voz.

—¿Sabíais que Claw planea hacer carrera política con todo esto? Pero de la peor clase, los que venderían a su madre por hacerse con el poder y mantenerlo.

—¿Política? ¿De qué estás hablando? —Dijo la segunda voz.

—Esto es lo único que tiene subrayado en toda la biblioteca. ¿Dónde está la cámara, en el foco? —preguntó orientando el libro hacia el techo—. Haced zoom.

—Mejor léelo tú —dijo la primera voz. Así lo hizo.

—Pero eso no implica que nos haya ocultado nada —dijo el primero, y ella le confirmó como el más leal a Claw. Y sin embargo, Neif sonrió, porque ya pensaban en esos términos, “ocultarles cosas”.

—Alguien como él no se detendrá simplemente acumulando patentes. Es muy ambicioso, lo sabéis mejor que yo. Es del tipo que lo quiere todo. Si juega a las mafias, a los magos y a ser un dios, ¿cómo no iba a jugar a ser presidente? Y luego jugará a ser tirano, y luego a conquistador del mundo, ya sea mediante la magia o mediante la influencia. Es ese tipo de persona.

Y una vez más, guardaron silencio.

Neif durmió muy a gusto aquella noche.


El cubo y yo estábamos conversando acerca del Laberinto mientras esperábamos. Habíamos dejado pistas de nuestro rastro al escuadrón de cazadores de Vhae Dunking, y yo había localizado a los enviados del Amo para guiar a los soldados hasta ellos. Estábamos bajo las frondosas copas de árboles enormes, un lugar del piso exterior donde la luz era verdosa, había algunas charcas venenosas, plantas carnívoras con tentáculos que parecían inofensivas hasta que te acercabas demasiado, y abundaban monstruos que atacaban con proyectiles de hielo y aliento de escarcha. El cubo me advirtió que había un wyvern de hielo en alguna de las pequeñas lagunas, pero que era un “jefe opcional”, más difícil que el promedio del piso, y no era necesario vencerlo para avanzar al número 11. Era un saco de boxeo para el ejército regular, así como los zombis y esqueletos lo eran para los reclutas aprendices. De vez en cuando el Laberinto lo regeneraba y ellos volvían a entrenar con él.

—Quizá no percibí aura en los mercaderes de la catedral porque era un lugar externo —propuso el cubo—, aunque La Mazmorra conecte con él. Eso debería limitar el efecto.

—¿No es más lógico que se deba a que esos alienígenas no eran monstruos del Laberinto?

—No. Según las crónicas los aventureros a veces se matan entre ellos, pero eso no limita sus habilidades. Es decir, tu habilidad de percepción de aura funcionaría contra otros aventureros, que tampoco serían monstruos. Por eso es extraño que no funcionara en la catedral.

—¿Y si ellos se protegen con encantamientos? Tal vez todo su territorio bloquea las habilidades de combate, o de apoyo al combate. En cambio no impiden usar magia de tipo espacial, como los inventarios, para comerciar. Por eso el anillo espacial sí funcionaba.

—Tiene sentido, pero no tengo información al respecto. Los registros se pierden más allá de la historia escrita de todos los mundos conocidos. Se especula que La Mazmorra fue el logro de toda una civilización, y que por eso no hay sólo una, sino muchas variantes.

—¿Un proyecto a gran escala recurriendo a toda su “ciencia mágica” conocida? ¿Parecido a la carrera espacial?

—No conozco el concepto.

—Mi planeta llevó humanos al satélite natural que lo orbita. Sin magia.

—Pero eso es… ¡imposible!

—Pues así fue. Como decía, alguna tuvo que ser la primera mazmorra en crearse, igual que no se llegó a la Luna con el primer cohete gigante que construyeron. Pero eso serían prototipos descartados. Esta sería la primera versión buena, si es verdad que fue “la primera”. ¿Pero qué hay de los descartes? ¿Están abandonados o alguien los aprovecha de algún modo? Por ejemplo como generadores de monstruos para crear ejércitos. O como fuentes de maná, o de objetos mágicos.

—Si eso fuera posible, sería de muy baja calidad, además de estar incompleta y ser peligrosamente inestable.

—Sí, pero “mejor esto que nada”, deben pensar. Entonces, decías que esta parecía ser la primera “de verdad”, ¿no?

—Todavía no puedo confirmarlo con plena certeza, pero hay muchas probabilidades.

—Pero nada de eso responde a la pregunta más importante: ¿para qué? ¡¿Qué sentido tiene hacer todo esto?!

—¿El mismo que enviar a tu especie a un satélite? Probablemente no fuera apto para la vida.

—Bien jugado, elfo.

—No obstante, hay algunas teorías.

—¡Eso es interesante!

—Los eruditos investigan sobre todo su uso como entrenamiento militar, no sólo como campo de entrenamiento sino para fortalecer a sus soldados. Y en segundo lugar, ritual religioso para elegir a líderes aptos tras superar todas las pruebas, en el caso de los que sobrevivan hasta el final, aceptando voluntariamente el reto de ir lo más lejos posible.

—¿Religioso? Eso de elegir a un líder apto parece un ritual político de una sociedad tribal guerrera.

—En efecto.

—¿Una sociedad tan avanzada como para crear todo esto, pero que seguiría siendo paleolítica? No lo creo.

—Por eso es la segunda teoría más aceptada.

—Supongo que nunca lo sabremos. Oye, los enviados del Amo se han cargado todas las gárgolas, y un par de minijefes más. Me están ahorrando trabajo, pero también me han robado al menos un nivel.

—Preocúpese sólo de mantenerse escondido hasta que los cazadores lleguen. Les tenemos tan cerca que yo también puedo detectarlos.

—Dejemos a parte la inferioridad numérica. ¿Cuán superiores pueden ser?

—En realidad no demasiado, individualmente. Tu nivel es totalmente anormal, más del triple que el de los aventureros de este piso, que se ven obligados a dividir la experiencia entre el grupo y no han hecho trampas como tú con la bruja, o al volver a empezar con tu amiga. Pero esta gente tiene mucha más experiencia, son muchos años haciendo esto.

Antes de responder pensé en la bruja que dejé atrás, en las montañas de aquel planeta al que salí tras el tutorial. Me había olvidado de que compartíamos el vínculo del anillo. Tenía la sensación de que olvidaba algo más, algo importante respecto a ella. ¿También la había hecho subir de nivel o el enlace se rompió al volver aquí dentro? ¿Ahora que se había roto el enlace con Mary, la bruja absorbía experiencia en su lugar? No, mi velocidad de progreso se había duplicado. ¿Pero no se habría fortalecido desde entonces? ¿Y si le daba por volver al Laberinto y buscarme? Pero no era el momento de pensar en ella.

—¿No me has visto luchar, elfo? Soy prudente, y muy eficiente aprovechando los recursos y el entorno. Me has visto matar muchos monstruos superiores a mí.

—Pero no son monstruos, amo. Tienen inteligencia real.

—Buena observación. Tal vez me he malacostumbrado a pensar que soy mucho más listo que mis enemigos.

Mientras hablaba, comprobaba que la liana pudiera aguantar mi peso. La había preparado para cruzar entre dos extremos del pequeño campo de batalla de aquél claro, sobrevolando el suelo sin gastar maná para el cubo. Aquel espacio abierto no parecía tener otro propósito que luchar, y nada era casual en el Laberinto.

—Eso es lo que me preocupa, amo. Pueden usar en tu contra tu anterior ventaja. Para ti sería un error fatal subestimar su inteligencia y coordinación.

—Así que no puedo avanzar por aquí porque me han cortado el paso al undécimo con hechizos de barrera y detectores, según tu escáner. Antes de poder romperlo, dices que les daría tiempo de venir, especialmente si tienen teletransportes. Pero una vez salí de aquí a un planeta con dos lunas, en la zona de los goblins. Estaba con Mary por entonces. ¿Y si les atraemos a un mundo exterior, y luego volvemos dándoles esquinazo? Incluso podríamos ser nosotros los que bloqueáramos el paso de alguna manera.

—No me convence, amo. No dejarían de vigilar la salida. Su ventaja numérica dificulta ese plan. Además la bloquearían igual que el paso principal.

Observé las plantas multicolores de aquél pequeño paraíso deprimente de luz mortecina; eran venenosas al contacto y escupidoras de toxinas. Estaba oculto con cuidado entre arbustos, pero había recogido algunas muestras de su veneno siguiendo instrucciones del cubo, sólo por si acaso.

—¿Y no es posible cruzar entre pisos tomando atajos? Tal vez el Laberinto tenga esto previsto, y en ese caso desbloquearía otros portales. Puede que me permita cruzar al piso 11 por mi nivel o mi karma, sin matar obligatoriamente al jefe.

—Es posible. Sería una explicación a los portales secundarios que a veces han sido vistos en algunos mundos. Aunque desintegran a los no invitados, con mayor exigencia de lo habitual. No es sólo como los reclutas ex presidiarios de Vhae Dunking, cuando intentan desertar al piso anterior o al siguiente. Gente corriente es aniquilada. Incluso podría haber portales así en tu planeta, alternativas de paso para el piso 1. Aunque a veces aparecen en los sitios más insólitos e inútiles, lejos de la gente. Por ejemplo en desiertos de arena o de nieve.

—Si sabes eso, es porque hay medios de detectarlos, así que intentémoslo. Busquemos un portal secundario ahí fuera, en los alrededores de Vhae Dunking. Seguramente sus eruditos tengan artefactos que puedan localizarlos, aunque no estén en las tiendas normales. Se van a hartar de buscarnos, si sobreviven. Ya casi están aquí. Por cierto, ¿cómo se llamaba el planeta de dos lunas?

—Dolmund, amo.

—¿Y qué significa?

—Sol.

—¿Sol?

—Debido a la antigua adoración al sol como dios de todo, creador y alimentador de la vida.

Guardé silencio al verlos aparecer. Un lancero con armadura pesada iba en vanguardia. Era prudente. No avanzaban de forma ruidosa, sino sigilosa. Se adentró en el claro mirando hacia las copas, en busca de alguno de los monos que lanzaban piedras con fuerza como para aplastar armaduras sin encantar. Con su lanza a ras del suelo buscó algún cable trampa, pero no lo halló. Cuando ya se había adentrado lo suficiente, esa especie de explorador guerrero hizo un gesto con la mano en alto, y le siguieron otros 3.

—Te dije que eran 4 equipos de 4 —susurré al cubo.

Distinguí la silueta de una mujer esbelta y de piel ligeramente azulada. El cabello negro le caía hasta el cuello, y el gran flequillo le hubiera tapado el ojo izquierdo, pero en su lugar ambos ojos estaban tapados con una máscara de tela con un ojo blanco dibujado. En cambio, de la nariz hacia abajo su rostro estaba despejado. Vestía armadura de cuero negro tachonado, y las piezas metálicas plateadas me hicieron pensar que parecía una rockera, con esas pequeñas puntas de lanza como adornos. Sus labios eran de color rojo oscuro. Daba la sensación de ser una gótica, pero sabía que no era maquillaje sino rasgos raciales. Me pregunté si tendría las orejas grandes y alargadas. El cabello le caía elegantemente en dos mechones largos a ambos lados de la barbilla, hasta la clavícula. Además vestía altas botas de cuero marrón.

—¿Amo? —susurró el cubo—. No deja de mirar a una de ellos. Contrólese, me da vergüenza.

—Lo siento, es que está muy buena. ¿Qué es, una maga?

—Parece una asesina, en su espalda veo dos sai enfundados: son dagas con guarda diseñada para bloquear espadas. Aparentemente no necesita luz para ver, por lo que usa hechizos de niebla de ceguera.

—El clásico “hacerse invisible en la oscuridad” pero provocando la oscuridad, entiendo. Explorador guerrero, y asesina maga. Háblame de los otros.

—Su uniforme blanco es de curandera de combate. Son retaguardia por su debilidad, así que en batalla generalmente observan. Pero a veces son jefes de equipo, por su posición y su inteligencia.

—Es verdad que es la más débil, pero su aura es azul. ¿Cómo puede atacar?

—Armas de gases y dardos, daga envenenada, hechizos debilitantes por contacto con sus manos, y el típico de manos bisturí, que hace que sus dedos corten como dagas sin peso… pero eso son los niveles bajos. De esta podemos esperar curación rápida de sí misma y de sus aliados, y tal vez alguna habilidad muy problemática.

—¿Por ejemplo?

—Inyecciones de refuerzo temporal para sus aliados, aunque son a costa de estropear su salud con efectos secundarios. Puede convertir a alguien débil en un saco de músculos forzudo. Hechizo protector de área debilitante cerca de ella, que afecta a cualquiera que necesite acercarse para matarla. Hechizo de proyectil mágico que, si impacta en una persona, se le impide recibir magia curativa, o efectos de pociones curativas… son recursos típicos del ejército con curanderos de este rango.

—¿Qué rango es?

—Es la jefa del equipo, tiene el emblema dorado. Cabo de cazadores de élite.

—De las fuerzas especiales, entiendo. Lo raro es que no va en retaguardia, debe ser buena luchando. Será multiclase, como los otros.

Ya habían cruzado el claro y se habían posicionado. Estaban colocando pergaminos que crearían un hechizo para descansar. Yo les observaba desde una posición elevada, sin dejarme ver, detrás de un grueso árbol, simplemente detectando con precisión sus cuerpos. Pero había uno al que no había podido echar un vistazo, el único con aura verde, el más fuerte. Fui prudente y mi instinto me dijo que en ningún momento debía cruzar la vista con él o me vería también. Tenía al cubo entre mis piernas, sentado en la rama, y lo sujetaba para usarlo como escudo si me descubrían. El fuerte era el que me preocupaba. Su aura era enorme, como si estuviera envuelto en llamas. Hasta entonces eso había indicado que preparaban un ataque especial, pero aquel soldado estaba en ese estado todo el tiempo. Y su color verde me indicaba que tenía un nivel muy cercano al mío, y se suponía que yo triplicaba el de un aventurero del piso 10. Sabía que entre los 16 soldados rastreadores habían enviado a 4 como él a por mí, e inicialmente asumí que eran los jefes de cada grupo. Pero su posición como subordinado significaba que era un arma viviente y desechable. Era el perro de presa al que la curandera enviaría a por mí señalándome y dando con una orden. Imaginé cómo la mole verde saltaría a por mí al hacerlo. “Se han traído un hulk ”, pensé preocupado. Entonces noté que era capaz de percibir su estado emocional: estaba furioso. ¿Por eso estaba en llamas a pesar de no preparar un ataque?

—Ya hemos creado la burbuja —dijo una voz femenina—, ahora no puedes escapar. Sabemos dónde te escondes. Sal o te sacaremos.

Me quedé paralizado, conteniendo el aliento. ¿Se marcaba un farol? Tracé mentalmente las aristas imaginarias que conectaban los 4 pergaminos, y me di cuenta de que mi árbol estaba justo dentro del perímetro. “¿Cómo me he podido dejar coger de esta manera?”. Pero ni el cubo ni yo hicimos sonido alguno.

—Muy listo conteniendo el aliento —dijo otra mujer—, pero sigo oliendo tu cuerpo. ¡Aunque reconozco que no me desagrada tu olor de macho dominante! —y se rio de su propio chiste.

—¿Has oído todo lo que hemos dicho? —susurré tan bajo que casi no pude oír mis propias palabras.

—¿Por quién me tomas, novato? Claro que sí.

—Tan sólo te ha faltado hacer una hoguera y mandarnos señales de humo —intervino la curandera—. Era evidente que querías conducirnos a una trampa. Pues bien, ya estamos aquí y no hay ninguna, y nosotros te tenemos a ti.

—¡Deja de fingir ser una rata cobarde! Sabemos que eres un 62 —dijo una voz debajo de mí. Me asomé y vi al lancero explorador. Volví a respirar y suspiré. Me puse en pie, con la liana a mi lado y el cubo en la otra, sujetándolo como si fuera un pedazo de metal.

—El Amo del laberinto es un tramposo —expliqué bien alto sin moverme de mi rama—. Ha enviado unos matones a por mí porque no le gusta que me haga fuerte. A los demás les daba sólo basura, pero he conseguido que el Laberinto me de premios auténticos, y eso le molesta. Así que la situación es la siguiente: necesito ayuda, he intentado ir a vuestra ciudad a comerciar y descansar, y los guardias se asustaron al ver mi nivel. Luego me atacaron los arqueros, pero en vez de matarles sólo les hice una advertencia rompiendo una mesa. No he hecho nada malo.

—Eso es tu versión, y no nos importa —dijo la jefa—. Cumplimos órdenes. Ya serás interrogado más tarde.

—Si sobrevives —dijo la rockera—. Por favor, resístete.

Me asomé y la vi lamer la hoja de un sai. Parecía excitada.

—Tranquilos, no voy a atacaros. Es más, vuestros 12 compañeros tienen que localizarnos. Permitidme que los llame.

Alcé mi mano al cielo y disparé una gran bola de fuego. No era de las más rápidas, sino la más lenta, grande y potente que podía lanzar de una sola vez.

—Todos vuestros equipos tienen al menos un detector de maná, ¿cierto? Lo sé porque ese es el sentido que no has mencionado, chica gótica. Yo soy un explorador, igual que tú, y puedo ver las auras.

No contestó. Nadie dijo nada. Estaban lamentándose de no haberme impedido lanzar esa señal, ni haberla interceptado antes de sobrepasar las copas de los árboles, pero perdieron su oportunidad. Y sabían que algo no iba bien. Yo estaba demasiado tranquilo, a pesar de que eso atraería a sus compañeros. Y sabían que aquello tenía toda la pinta de una trampa a la que les había intentado guiar. Se miraban nerviosos sin decir nada.

—Si lo que dices es cierto —preguntó inquieta—, ¿de qué color son?

—El fuerte es el único con aura verde, los demás la tenéis azul claro.

Incluso desde aquella distancia pude verla palidecer.

—¿Qué estás tramando? —preguntó la curandera. La ignoré.

—Pareces sorprendida, chica gótica.

—Ningún aventurero tiene esa habilidad. Sólo unos pocos de los nacidos cada siglo la tienen, no sólo en La Ciudad, sino en todo el mundo. No deberías tener ese poder. ¡Es sólo para algunos elegidos!

—Diría que es para los especialistas en percepción, en realidad. Aquellos que entrenan tus habilidades de rastreo. Tapas tus ojos para obligarte a no usarlos, y seguro que lo haces desde hace muchos años.

—¿Insinúas que no tengo un don, sucio bastardo?

—Basta —cortó la jefa—. Nos está distrayendo. De algún modo esto es parte de su plan. Tenemos que averiguar de qué se trata, pero no le quitéis la vista de encima.

—No pienso moverme —dije alzando la mano libre.

—Deja de fingir que eso no es un Adhae Mory —se quejó el explorador.

Lo dejé resbalar y se puso a flotar sin caer al suelo.

—Saludos. Lo que ha dicho mi amo es cierto. Debo insistir en la vía diplomática: tan sólo quiere comerciar y descansar. Está muy interesado en algunos artículos raros que sin duda los eruditos de la biblioteca podrían intercambiar. Tiene algunos artefactos interesantes…

—Silencio —interrumpió la detectora—. Algo se acerca. Intenta… no, intentan esconder su presencia.

—¿De qué estás hablando, chica gótica? Yo podía detectarlos todo el tiempo, ¿tú no?

Se quedó boquiabierta al comprender.

—¡Él era el cebo, la trampa es una emboscada! ¡Ya están aquí!

Salté agarrando el cubo al centro del claro, tras los 4 soldados. Pude ver al fortachón, una torre de músculos culturista de otra raza, una especie de orco de piel roja. Vestía armadura de placas que no parecía lastrarle más que unos pedazos de tela. Todos me estaban mirando mientras yo les sonreía con las manos en alto, con el cubo a mi lado. No sabían si girarse hacia mí o hacia ellos.

Llegaron a gran velocidad, corriendo, azotando la vegetación y arrancándola a su paso. Estaban envueltos por una burbuja transparente que les hacía casi invisibles, pero ese efecto era totalmente inútil arrasando el bosque de esa manera.

No importaba; rompieron el hechizo y cayó como cristales rotos. Uno de ellos, con dos grandes espadas, saltó y de un solo tajo cruzado rompió un gran pedazo de la barrera, y los demás le siguieron al interior del claro. Allí estaban, los enviados del Amo, con su aura naranja.

—¡Son naranjas! —exclamó asustada la detectora, que ahora, sin la burbuja de camuflaje, podía analizarlos con claridad. Todos se prepararon para luchar y desenvainaron sus armas, y el explorador se puso en posición de embestida. Pero antes de formar contra ellos, tenían que tomar una decisión respecto a mí. ¿Cómo colocarse, espalda contra espalda contra los “naranjas” y contra mí, o formar un frente común a mi lado? Tomé la iniciativa antes de que nadie pudiera hablar.

—¡Estos mercenarios me protegerán, acabarán con vosotros!

Me di la vuelta y corrí lo más rápido que pude, directo contra la barrera, a la vez que sacaba un ultra espadón doble del anillo inventario, lo incendié con el anillo de fuego, y perforé el obstáculo con todas mis fuerzas. Cedió medio metro con elasticidad, se resquebrajó y cedió, dejando un gran hueco por el que pasé. Seguí esprintando, y allí estaban llegando los refuerzos.

—¡Rápido, 4 naranjas quieren acabar con ellos!

—¡Estás arrestado, entrega tus armas! —gritó el jefe ignorándome. Controlaba dos marionetas flotantes metálicas, que en un videojuego online hubieran tenido el papel de “tanque”. Aguantarían el daño en primera línea, y estaban repletas de armas blancas y mágicas de corto alcance pero muy potentes. En una fracción de segundo comprendí que le permitían estar en relativa retaguardia tras ellas, usándolas como escudo. Y al mismo tiempo obtendría información tanteando con esos “soldados” desechables: averiguaría el tipo de habilidades del enemigo, su rango de alcance y su nivel aproximado. Todo a la vez que el marionetista funcionaba como líder yendo delante y protegiendo a sus compañeros. Me cayó bien y se me escapó una sonrisa; noté que no iba desarmado, llevaba una espada y un escudo en la espalda y pensé que era por si se le agotaba el maná con el que las controlaba. Estuve a punto de responder, pero un compañero lo alcanzó corriendo y se puso a su lado, con sólo un par de dagas; mi instinto de explorador me dijo que tuviera cuidado con ellas, como si fueran una trampa, así que estaban envenenadas. También lo estaban las armas blancas de las marionetas, que ya se estaban desplegando amenazadoramente multiplicando el volumen de mis obstáculos.

—¡Dice la verdad, han aparecido unos naranjas! —tenía uniforme blanco de curandero, pero sus palabras indicaban que también era detector. Al parecer se arriesgaba en esa posición para salvar al líder de un ataque crítico, uno que tras recibirlo le pudiera matar en segundos. El tiempo justo para aplicar una curación de alto nivel. “Este también es bueno”, pensé. “No va en retaguardia”. Miré a los otros dos: un mago con túnica negra ya estaba conjurando lo que aprendí más tarde que era un hechizo de atadura. A su lado un druida con túnica verde y aspecto de medio bestia, probablemente por un hechizo de estado: noté que su ropa ceñida era elástica y su corpulencia habitual era menor. Iba acompañado una especie de oso muy agresivo que se puso en pie mientras me gruñía, y sabía que se disponía a saltar para atacarme, como si fuera un felino. Su papel también era el de un “tanque” desechable, pero en este caso protegiendo la línea trasera. “¿Por qué no he detectado al oso? ¿No tiene aura porque no tiene maná, o porque es débil?”. Pero no tenía tiempo para pensar mientras el mago intentaba capturarme al mismo tiempo que el druida: en lugar de atacarme con sus garras, estaba conjurando raíces para atarme también; lo supe porque pude sentir su maná emitiéndolo bajo mis pies.

No perdí el tiempo discutiendo ni luchando. Mi objetivo era usarlos contra los otros. Así que miré hacia arriba, localicé el punto adecuado y salté varios pisos de altura; en lugar de escalar, seguí saltando entre las grandes ramas, rebotando en varias direcciones y dándoles esquinazo. Luego recordé que tenían un detector, así que no les perdería. Cambié de dirección y avancé directo al tercer grupo, hacia el oeste. Uno tras otro los dirigí a la barrera donde se encontraban mis objetivos. Entre ellos había otras clases que aún no había visto, como invocadores de enjambres venenosos, algo que era mucha menor escala que el del cíclope gigante, pero era bastante molesto. Y eso no les impedía invocar animales o monstruos “pequeños”, simplemente era una especialidad con menor consumo de maná. Pero los que me llamaron la atención fueron los domadores: controlaban a los monstruos y animales de los alrededores, y además los reforzaban. Más tarde supe que también se comunicaban con los animales para obtener información, pero no podían hacerlo con criaturas sin mente real como eran las creaciones del Laberinto. Y lo mejor era que podían coordinarse con los invocadores (siempre que sus criaturas no tuvieran demasiado nivel). Como resultado uno los colocaba en el campo de batalla y el otro los dirigía con precisión, coordinando con experiencia militar algunos monstruos básicos y enjambres de avispones, mientras el invocador le cubría las espaldas con sus dos escudos. Y los monstruos invocados eran más fuertes que sus equivalentes en el Laberinto, porque como me había dicho anteriormente el cubo, normalmente estaban debilitados, a menos que fueran enviados a eliminar a alguien “no aceptado”. Pude ver que uno de los monstruos que trajeron por un portal era un kobold (parecido a un perro humanoide, que encontré en los primeros pisos), ataviado con armadura y espada larga; a diferencia de aquellos pude ver inteligencia en sus ojos al observarme y retroceder.

En cuanto a la barrera incapaz de detenerme, sí que sirvió como contención: las explosiones mágicas no arrasaron el pequeño bosque.

—Es una lástima que no estuvieran reunidos los 16 desde el principio —me lamenté—. Como han llegado de 4 en 4 los han vencido con facilidad. Al menos a los de rango azul celeste.

Estábamos junto a un salto de agua, una pequeña catarata donde había bebido. Estaba descansando sentado en el cubo, flotando y esperando.

—¿Entonces ya sabe cuál es el resultado, amo?

—Sí. Del primer grupo sólo ha sobrevivido la rockera. No la remataron y tampoco se movía, así que se desmayó o se hizo la muerta. Después creo que logró escaparse con su niebla de guerra, ayudando a la vez al último equipo en llegar. Pero su aura brilla poco y parece una vela a punto de apagarse. Ya estaba herida antes de huir, y se ha seguido debilitando. Quizá deberíamos ayudarla.

—¿Y qué hay de los enemigos?

—Han caído 3 de 4 naranjas —sonreí—. Pero lamentablemente, a parte de la rockera, sólo han sobrevivido 2 de los 4 verdes “buenos”. 3 de 16. ¿No es eso mortalidad del 81%, o lo he calculado mal?

—No lo entiendo, si han quedado 2 naranjas vivos, ¿por qué han permitido vivir a 2 verdes?

—Porque intentaban escapar y ya estaban heridos. Sabrían que querían pedir refuerzos y dar la alerta en la ciudad, pero no eran una amenaza inmediata para ellos. En cambio, como también estaban heridos como supe por su aura, preferían retirarse también en vez de perseguirlos.

—Así que ninguno de los 5 tenía ganas de seguir luchando, no con dolor y mientras se desangra.

—Eso es. Tal como había calculado, aunque tenía esperanzas de que murieran todos los naranjas, y todavía dudo si ir a rematarlos. Ahora sólo tengo que ayudar a los supervivientes y llevarlos a salvo a la ciudad. Así me dejarán en paz, podré ir a una tienda y descansar. Mira que son complicados, ¿no podrían haberme dejado hacerlo desde el principio?

—Impresionante —dijo la rockera, y me caí del cubo. Estaba allí mismo, en ese pequeño claro, y vi caerse en pedazos su burbuja de invisibilidad, como la de los enviados del Amo. Estaba jadeando y apoyándose en sus rodillas. Había improvisado una venda cortando su ropa, y su piel estaba expuesta entre los huecos sin armadura de cuero negro. Estaba manchada de sangre y me sentí mal por ella.

—Lo siento —dije—, pero no me dejasteis otra opción. Ni ellos ni vosotros.

—Así que decías la verdad. Tenía que saber qué pensar de ti.

—…

—No me has sentido acercarme, ¿verdad?

—No. ¿Cómo lo has hecho? Todavía te ubico en aquella pequeña cueva, la madriguera de unos monstruos de tipo oso. Oh…

—Claro, idiota. Era un señuelo puesto allí a propósito. Yo también puedo ocultar mi rastro, si sé que mi enemigo es un detector de alto nivel como tú. Normalmente no me hace falta.

—Yo no sé ocultar mi rastro, pero no tenían buenos rastreadores.

—Pero el Amo dispone de ellos. Los enviará la próxima vez, ahora que sabe a lo que se enfrenta. Tal vez ya estén entre los refuerzos preparados. En ese caso estarán aquí enseguida.

—Ya veo por dónde vas.

—Necesitas mi ayuda, puedo ocultarte. Lo sabes tan bien como yo: vienen a por ti. Se han tomado un pequeño respiro de la batalla para regenerar maná y tratar sus heridas, pero pedirán refuerzos; en cuanto lleguen te buscarán, y esta vez estarán preparados… y estarán muy furiosos porque ya han perdido a 3, y has jugado con ellos.

—Lo sé.

—No puedes contra todos tú sólo.

—Lo sé. ¿Intentas convencerme de que te proteja, de que no te ataque, o de que te ayude a matarlos?

—¡Han matado a mis compañeros! ¡Casi toda la compañía Lobo Blanco! Elegimos el nombre del animal mitológico que representa la nobleza y la fiereza, porque nos representaba muy bien. ¡No huiré con el rabo entre las piernas como un perro, soy una loba!

—Ve al grano.

—Tú nos has metido en este lío. ¡Tienes que compensarnos! ¡Han muerto 13 de mis amigos! ¡Nos lo debes!

—Sabes tan bien como yo que El Amo es una amenaza para Vhae Dunking. Es un hombre malvado y peligroso, y tu ciudad está justo a las puertas de su dominio. Es como un reino vecino poderoso y hostil.

—La Mazmorra nunca nos ha atacado. Pero puede que tú hayas empezado una guerra, maldito lunático.

—No creo, les dije que erais mercenarios. Estaba calculado.

Ella guardó silencio, reprimiendo su lengua y juzgándome fríamente. Si pudiera ver sus ojos bajo la máscara del ojo blanco, sé que los hubiera visto cargados de odio.

—Estás herida, déjame ayudarte.

Localicé los objetos que pudieran servir para tratar heridas y los saqué del anillo inventario. Ella se dejó ayudar. Era orgullosa, pero no estúpida. Lavé sus heridas con la cascada, las desinfecté con botellas de alcohol que había encontrado, y que al parecer provenían de la destilería abandonada de los sótanos, la que cruzamos al escapar del cíclope gigante. Le puse vendas limpias que compré a los mercaderes de la catedral, el objeto más barato que tenían. En el proceso se tuvo que quitar la armadura de cuero, así que pude ver casi todo su cuerpo desnudo, mientras iba tratando cada herida una a una, y ella contenía sus quejas por el escozor del alcohol. No era voluptuosa, pero me seguía dando morbo. Además su piel azulada me resultaba exótica.

—Hueles a macho en celo, espero que te controles.

—No te preocupes.

Mientras tanto, me había explicado algunas cosas de la lucha, detalles que no pude ver. El más débil era el invocador del cíclope. Al parecer las invocaciones eran su especialidad, pero ya no podía hacerlas. Tampoco podía teletransportarse, ni siquiera a unos metros de distancia, que era una habilidad muy útil en un combate ágil. Ni a sí mismo ni a su equipo. Y ellos estaban furiosos con él.

—Le recriminaron haber enfadado a La Mazmorra. Lo oí mientras me hacía la muerta.

—Seguramente fue debido a todos los muros que destruyó su cíclope —sugirió el cubo—. Te lo dije, amo: pagaría un precio. Así que ha perdido su magia espacial, quizá para siempre. Al menos en La Mazmorra.

—Eso no era lo único, Adhae Mory.

—Llámeme Orbis, señorita. El cubo es mi casa.

—Orbis, también tenía sólo la mitad de su maná. Al parecer había gastado tanto invocando a ese cíclope que perdió más de la mitad. Pero desde que lo hizo, no había regenerado nada. Uno de sus compañeros lo llamó inútil, y otro un lastre. Creo que por eso algunos hemos sobrevivido.

—¿El invocador ha muerto? —pregunté.

—No. Se quedó detrás todo el tiempo y ayudaba con algunos hechizos bastante mediocres. Es un especialista sin su especialidad.

—Eso es una buena noticia. De los dos que quedan uno no es una amenaza. ¿Pero ha regenerado su maná? A esta distancia no lo distingo con precisión.

—Sí, antes de alejarme me fijé en ello. Pero llegado a un punto su reserva deja de crecer. Antes de la mitad, lo que confirma lo que dijeron.

—Amo —intervino el cubo—, ¿entonces ahora distingue la diferencia entre la reserva de maná y el estado de salud?

—Eso creo. Pero necesitaba información, un “muestreo estadístico” por decirlo de alguna manera. Ahora sé las diferencias, pero es difícil verlo con precisión a esta distancia. En cambio, el estado crítico es muy evidente, como cuando parecía que el aura de esta mujer iba a apagarse, como una vela ante el viento —me dirigí a ella preocupado—. ¿Seguro que estarás bien sin una transfusión de sangre?

—No sé qué es eso —contestó ella—, pero mientras tenga unas horas para descansar, me recuperaré. Siempre que no siga perdiendo sangre.

—Elfo, ¿existe algo parecido a muros de carga?

—¿Elfo? —preguntó extrañada la mujer, pero no le contestamos. Se me pasó por la cabeza que aparentaba unos 30 años, y me imponía demasiado respeto, así que no podía pensar en ella como “chica”, sino como “mujer”. Tras una larga pausa, el cubo contestó.

—Tal vez las paredes exteriores de cada piso sean equivalentes a muros de carga. Y el suelo y techo principal. Siguiendo en línea recta, rompiéndolo todo como el cíclope, en algún momento deberías llegar al final del laberinto que crea La Mazmorra. Esos límites actuarían como la frontera entre la dimensión de La Mazmorra y lo que haya al otro lado, ya sea espacio vacío o algún mundo habitado.

—Me pregunto qué pasaría si alguien rompiera un muro de carga… tal vez sea nuestra mejor estrategia contra El Amo, obligarle a romperla.

—Es un plan descabellado —se quejó ella, mientras yo tensaba el último nudo de la última venda sobre su hombro izquierdo. Mientras tanto ella había lavado con una mano su ropa en la corriente de agua. También le había cosido algunas de sus heridas con agujas que compré a los mercaderes, extrañados por encontrarles alguna utilidad. Creyeron que era para untarles veneno, pero no les parecía apropiado para cazar monstruos. Pero lo que más les desconcertó fue que les comprara hilo, para eso no tenían explicación. Lo tenían sólo porque uno de ellos hacía arreglos de ropa fuera de la catedral, donde fuera que viviera. Llevaba una bobina consigo por casualidad.

—No sé cómo podríamos forzarle a ello —continué—, pero volver al Laberinto contra él podría ser nuestra mejor opción.

—Lo más factible es que le robes el Cetro de Agamenón, amo.

—Lo sabe y se lo espera. No, tenemos que sorprenderle.

—Estás completamente loco.

—Últimamente me lo dicen a menudo.

La observé embelesado mientras se vestía. Estaba empapada y no le importaba. Su armadura seguía recordándome a una cazadora de cuero negro de estrella del rock, y sus adornos plateados brillaban con destellos cálidos ante la luz anaranjada de la puesta de sol. Su tez pálida y azulada contrastaba con su ropa oscura. Su musculatura fibrada y sus botas marrones hasta las rodillas (supuse que para patear el campo), me inspiraban fuerza y perseverancia. Su seguridad y valentía me hacían sentir como un aficionado: ¿qué sería de mí sin mi nivel anormal? Aquella cazadora sí que era una soldado de verdad.

Mientras yo la contemplaba, ella, siempre con los ojos vendados, miraba sin ver su reflejo en el riachuelo; no le importaba que el salto de agua enturbiara la imagen porque no usaba la luz para ver. Me pregunté si simplemente estaba meditando. Fue entonces cuando noté que su cabello corto, con mechones hasta los hombros, no era totalmente negro, sino con un matiz verdoso que ahora brillaba con la humedad. La ropa que había bajo la armadura de cuero era también negra, y la máscara de tela estaba arremangada: comprendí que para cazar de noche simplemente se la bajaría. También usaba guantes negros, aunque en ese momento no los llevaba puestos. Sus enemigos sólo verían el dibujo de un ojo blanco acercarse rápidamente hacia ellos, intimidándolos y desconcertándolos como a un animal ante una serpiente, cuando les cayera encima por sorpresa.

Conjuró un aura de llamas que la secó rápidamente emanando vapor, y lo hizo sin usar objetos mágicos. “Eso no me lo esperaba, definitivamente es multiclase, no sólo de tipo asesino”, pensé. El resplandor de sus llamas se reflejó sobre la pequeña cascada, sobre el río; brillaba ante mí junto al sol que me deslumbraba filtrándose entre las copas, y admiré la belleza de todo lo que tenía ante mí. Todavía no le había preguntado su nombre, pero no encontraba el momento adecuado.

—¿Estás seguro de que no eres curandero? —preguntó.

—Lo que te he aplicado son primeros auxilios. Es una información bastante conocida en mi mundo. Lo que me sorprende es que hayas resistido que te cosiera sin anestesia local —me ahorré comentar que mi madre me obligó a coser con ella cuando comencé el instituto, igual que me obligó a cocinar, “para aprender a ser independiente”. Con aquella edad me molestaba mucho, pero ahora le daba las gracias.

—No me tomes por una niña. ¿Qué es la anestesia?

—Es parecido a concentrar en un punto magia de sueño. Se usa para no sentir dolor.

—Ah, sí. Mi cabo la usaba a menudo, era una buena curandera.

Enmudeció cabizbaja, y se puso triste. Me acerqué a ella con cuidado de no asustarla, como con un gato callejero, y le puse la mano en el hombro sano.

—Mi primer objetivo es seguir vivo. El siguiente es anular la maldición de vampirismo en una amiga, y al parecer necesito encontrar al rey de los vampiros, hacer que me ayude y que no nos haga daño en el proceso. Mi tercer objetivo ya lo he decidido: voy a pegarle la patada en el culo a ese rey de pacotilla. Ese tal “Amo” no se merece gobernar. Ahora seré yo quien le de caza. Y luego me volveré a casa, con mi amiga Mary.

—Y luego encontrarás una mina de oro, y luego tendrás un harén del tamaño de un ejército, y luego te harás rey del mundo, y luego te despertarás. No digas tonterías.

—¿Me ayudarás a derrocar al rey del Laberinto, cazadora? Él os ha hecho esto, y pone en peligro vuestra ciudad. Es como la espada de Damocles, suspendida sobre vuestras cabezas hasta el día en que decida conquistaros.

Sentí sus ojos clavarse en los míos a través de la máscara, furiosa, y por primera vez sus ojos brillaron con lágrimas.

—¡No, tú nos has hecho esto! Todo iba bien esta mañana. Estaba jugando con las niñas del orfanato, enseñándoles a conjurar esculturas de niebla. Y por la tarde estoy medio muerta y he perdido a casi todos mis compañeros.

—Vosotros ibais a matarme, y los enviados del Amo también. Todos habéis descubierto que es una mala idea. Y así en el futuro, cuando habléis de mí y de mi mundo, recordaréis este día y lo que hice, y también sabréis que fui yo el que derrocó al “Amo”. Y sabréis lo que pasa si buscáis problemas con nosotros, con mi planeta. Sabréis que os conviene dejarnos en paz. Hay más como yo.

Ella tragó saliva, y no dijo nada. Continué.

—O bien podéis empezar a forjar una alianza desde ahora, conmigo. ¿Cómo crees que se lo tomarán tus superiores en el futuro? No pienses en su reacción inmediata al desastre de hoy; piensa en el mañana. ¿Quieres ser conocida como “la superviviente”? La loba blanca que huyó para sobrevivir. ¿O quieres ser conocida como la que ayudó a crear una alianza con un nuevo mundo? ¿Y qué tal te suena “La que ayudó a derrocar al tirano de La Mazmorra”?

Ella se quedó pensativa, y me aparté para darle espacio. Me tumbé a tomar el sol con la espalda apoyada en el cubo, viendo el atardecer anaranjado entre los árboles.

—Lo haré —dijo al fin—. Te ayudaré. ¿Por dónde empezamos?

—Lo primero es lo primero: necesito saber cómo te llamas.

—Me llamo Valentina, hija de Claw y Valystar.

[Nota: los comentarios ayudan a los escritores a seguir, que ninguno cobra por ello. Se agradecerán las opiniones]