Dentro del Laberinto 23: El laboratorio

El Amo interroga a la elfa Valystar, y vemos qué ha pasado con Susan y Neif.

Capítulo XXIII: El laboratorio

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usan despertó arropada. Neif era así, atenta. Estaba segura de que tenía calor cuando se quedó dormida, y que por tanto estaba completamente destapada, pero cuando hacía eso se despertaba con frío por el sudor. Ella lo sabía, y sin decírselo. Susan sonrió.

Después de ducharse la encontró en la biblioteca. Strazinsky y Gutiérrez estaban de guardia y le saludaron con la cabeza. Strazi estaba leyendo el periódico, y el español estaba con su teléfono móvil.

—¡Buenos días, Susan! —saludó la morena.

—Hola, cariño —contestó la rubia.

Susan miró los barrotes de las ventanas y se acercó a mirar. Antes de apartar las cortinas Strazi carraspeó para que se alejara. Alguien podría verla. Se sentó con su amiga y le acarició la mano, sólo medio segundo, antes de girar la tapa de su libro para curiosear. Prefería ser sutil.

—¿«Las guerras púnicas»? ¿Por qué? —preguntó por charlar.

—Curiosidad. Ayer estuve con biología y anteayer con Shakespeare.

—Guti, ¿me pasas Orgullo y prejuicio?

—No soy el bibliotecario —se quejó, como siempre. Se estaba convirtiendo en una costumbre. La biblioteca no tenía precisamente mucha variedad en novela romántica, así que tenía que conformarse con eso. Tampoco les dejaban acceso a internet ni a teléfonos. El videojuego del vigilante sería sin conexión, dentro de la mansión había inhibidores de frecuencia. Lo cogió del alto estante y se sentó al lado de Neif. Encontró su tez morena preciosa a aquella hora del día, iluminada de lleno por el sol, filtrado por las cortinas amarillas. La mezcla le encantó. Le resultaba tan exótica… y le recordaba a Roxan. Ya la echaba de menos. Hacía sólo unos días que la habían rescatado con una invocación, pero apenas volvió a La Tierra, aquellos mafiosos la secuestraron junto a su nueva amiga. Recordó cómo se asustó cuando la metieron en un coche desnuda, rodeada de hombres armados y trajeados.

Y recordó el accidente, el ruido de los frenos, el choque, y cómo volcaron. Las chicas fueron las únicas que no cayeron sobre el techo, porque los hombres no querían estar limitados por el cinturón si había que disparar a alguien. De modo que estaban aturdidos y Neif no perdió ni un segundo: se soltó, la soltó y le ayudó a salir por la ventana, apartando lo que quedaba de la ventanilla con una patada para que ella pudiera cruzar sin cortarse, con la piel expuesta como estaba. Los hombres ya empezaban a reaccionar, a recuperar sus pistolas, cuando echaron a correr. Protestaron y vieron un resplandor azul detrás. Se volvieron justo a tiempo para ver la explosión del coche. Cayeron al suelo. Otro resplandor, y los dos hombres aparecieron frente a ellas. Salieron de la nada, pero Susan ya estaba acostumbrándose a la magia.

—¡Cuidado, son magos! —dijo apartando a Neif, poniéndose delante—. ¡Corre! —y luego pensó «¿espera un momento, estoy haciendo de heroína?».

—¿Qué querían esos hombres de vosotros? —preguntó el chico rubio y guapo.

Entonces Susan se dio cuenta de que Neif no había echado a correr, estaba plantada detrás de ella.

—¡Vamos, corre!

—¿Cómo es que nadie ha visto el accidente? —preguntó Neif. Eso desconcertó a Susan. Miró a su alrededor y entonces lo notó. El mundo seguía funcionando con normalidad. Una pareja se desvió de su camino para no chocar con los dos hombres. Nadie era consciente de la desnudez de Susan ni, lo que era mucho más impactante, el coche en llamas.

—¡Qué calor hace hoy! —oyó decir a una señora mayor, que tuvo que apartarse del fuego al que se estaba acercando.

—Ya te lo he dicho, son magos —contestó Susan sin mirarla—. Es una ilusión. Ellos han provocado el accidente.

—Pero la magia no existe —se quejó Neif. El rubio pasó a su lado y lo vieron envolverse con un brillo blanco azulado, y parecía envolverle el vapor de la condensación.

—Eso es un aura de frío para protegerse del calor —explicó Susan.

—Pareces muy versada en la materia, chica —dijo el hombre de mediana edad. De algún modo parecía muy peligroso, a pesar de su actitud tranquila.

—Me han enseñado algunas cosas.

Entonces Neif se puso delante de ella.

—Si alguien debe tapar a alguien, mejor que sea yo, que vas desnuda.

Fue la primera vez que le hizo sonreír.

El rubio volvió con una piedra verde con flechas doradas, como si fuera un reloj sin manecillas. O una brújula sin aguja. Se la dio al hombre con cuidado, como si fuera de cristal, a pesar de que estaba intacta tras la explosión. El otro la sostuvo como si fuera el Santo Grial. Tardó en reaccionar, y cuando lo hizo se la guardó en la chaqueta de su elegante traje (sin que se apreciase bulto alguno, como si fuera más grande por dentro), sacó un cetro de metal de su bolsillo (y entonces Susan supo que sí, eran más grandes por dentro), y les hizo una proposición.

—Todo indica que estabais con esa gente en contra de vuestra voluntad. Buscaban esto —hizo el gesto de acariciarse el bolsillo—, y si lo pierden os buscarán de nuevo. Por ahora no estaréis a salvo.

—Pero no nos conocemos de nada —protestó Neif—. Y eso que acaba de coger me pertenece. Ha pasado de generación en generación en mi familia. Devuélvamelo.

—Más adelante, tal vez. Por ahora lo necesito.

—Pero…

—Te pagaré por ello.

—Bueno, en ese caso…

Miró a los lados, inquieto de repente, y luego el rubio habló:

—Ya vienen.

—Lo sé. Chicas, os recomiendo que aceptéis mi protección. Venid con nosotros. No estáis a salvo.

—Lo que acabamos de ver —dijo Neif—, es un asesinato. ¿Me equivoco?

—No es momento para eso —dijo el rubio.

—Tenéis que elegir ya —insistió el hombre—. Buscan reliquias como esta, y podrían haceros daño, y a vuestras familias, intentando encontrar otras. Tenéis que esconderos un tiempo.

—Pues iremos a la policía —dijo Neif.

—Como queráis.

El cetro metálico brilló, y pequeños relámpagos envolvieron a los dos hombres. Por instinto Susan levantó las manos y gritó:

—¡Sí! ¡Acepto! —miró a Neif y la cogió del brazo—. Aceptamos.

Ella la miró como si le hubiera dicho una estupidez. El resplandor se apagó. El rubio sacó una carta del bolsillo y esta brilló. Un círculo de luz dorada apareció a sus pies, y se encontraron envueltas en una esfera amarilla transparente. Una explosión estalló al otro lado, y ambas saltaron del susto.

—Os habéis visto envueltas en algo peligroso, como podéis ver —dijo el jefe—. Ellos acaban de averiguar quién soy al utilizarse esa carta, así que ahora os lo puedo decir. Me llamo Claw. Y si no venís conmigo, os arrepentiréis —y aunque habló en plural, se dirigía a Neif. Esta dudó. Vieron a algunos hombres apuntarles y ser ignorados por los transeúntes. No usaban sólo pistolas, uno tenía un arco rojo y otro un rifle de asalto. Sólo el arquero disparó, y ondas concéntricas como las de una piedra tirada a un lago brotaron del punto en que se clavó la flecha de punta roja. Se quedó incrustada y el escudo comenzó a agrietarse, segundo a segundo.

—Tenemos cinco segundos —dijo Claw—. ¿Sí o no?

—Sí —dijo Susan sujetándola del brazo, y mirándola a los ojos—. Me van a rescatar otra vez, y entonces vendrás conmigo.

Una segunda flecha impactó, y el escudo se agrietó más. La expresión de Neif indicó que acababa de comprender que las armas de fuego eran para el momento en que fuese destruido.

—¡Sí! —gritó. Claw y el rubio sonrieron. La luz azul y los relámpagos las envolvieron, y aparecieron en el sótano, sobre un círculo grabado en tiza con símbolos extraños alrededor. Era algo parecido al laboratorio de Claw.

Y entonces, justo después de vestir a Susan con ropa de la única mujer a las órdenes de Claw, comenzaron las normas y las explicaciones. Por el momento tan sólo esperarían. Había hombres armados las 24 horas, y no sólo con armas de fuego, también mágicas. Había sólo una habitación de invitados, que no esperaba tener, siendo el resto para personal residente con literas. Les ofrecieron cambiar la cama de matrimonio por una litera (con mirada que lo decía todo por parte de sus subordinados, a los que les tocaría dormir juntos), pero Susan lo rechazó antes siquiera de que Neif se lo pensara. Se había pasado mucho tiempo en una cama con otras dos mujeres, y le daba igual.

Para Neif fue más difícil, entre que había visto la reacción de los hombres y la buena disposición de la otra chica. La había visto desnuda y no tenía nada que mostrar, pero… no estaba cómoda con la idea.

Tardó un par de noches en acostumbrarse. Pero Susan todavía no había conseguido ir más allá. Se preguntaba si sería cuestión de tiempo, como con Roxan y ella.

De modo que en la biblioteca, leyendo Orgullo y prejuicio, miraba a Neif de vez en cuando recordando a Roxan, enfrascada en sus estudios, y sin poder evitarlo se le pusieron los pezones duros, marcados tras la camiseta. No le gustaba el sujetador porque le daba calor. Los dos vigilantes los notaron. Era muy obvio para ellos desde el primer día, pero eran siempre disimulaban. Se preguntó si podría lograr algo tentándolos. «¿Qué tal una orgía entre los 4 Neif? Eres de Egipto, ¿montamos un harén?». Aunque jugó con la idea en su cabeza, sabía muy bien que Neif sólo tenía ojos para Steve. Se le hacía la boca agua con él delante. «Si quiero hacer algún avance, primero necesito que él me ayude».

Hasta el almuerzo no verían al rubio, de modo que para hacer tiempo Susan se fue a la ducha y allí se masturbó. Fantaseó con ella y recordó las cosas que le había hecho Roxan, y todo lo que había aprendido. Mientras jugaba con su clítoris se imaginaba que era el de Neif, y cómo reaccionaría. Cuando se metía los dedos intentaba reproducir las mejores sensaciones que le dio Roxan.

No se dio por satisfecha hasta el tercer orgasmo.

En la sala de cámaras el vigilante de turno acababa de apostar con Steve que no se masturbaba con él. Para el rubio era «evidente» que las dos chicas lo desearían, «como todas». Pero los vigilantes se contaban los cotilleos, así que el otro hombre sonrió para sus adentros pensando en que sería dinero fácil cuando intentara camelarse a la rubia y la lesbiana lo rechazara.

Steve se dispuso a visitar a Susan en su dormitorio, mientras se secaba.

Pero Claw le hizo llamar, y a las chicas también. Se reunieron en el sótano, en la sala blindada que servía de laboratorio, bunker antiaéreo y bunker antimágico.

—Por fin he encontrado un camino —anunció al grupo reunido, incluyendo sus más fieles ayudantes, y eso incluía a Tracy, su sexy secretaria de largo cabello castaño recogido en una coleta. Siempre parecía una ejecutiva de una importante empresa, con zapatos de tacón y elegantes y caros vestidos. Pero por lo que Susan sabía sólo se encargaba del papeleo de Claw. Como era habitual en ella, iba con su inseparable portafolio con algunos documentos sujetos con su pinza y un bolígrafo incrustado. Le costó disimular la sonrisa cuando valoró positivamente el ceñido y definido busto de la mujer. Era mayor que Susan, quizá 30 años, pero Roxan era décadas mayor que ella, así que no le importaba. Volvió a mirar a Claw cuando notó que este se había callado y la miraba fijamente.

—Perdón. Estaba distraída.

—No lo habría logrado sin el artefacto «brújula». Aunque las conexiones de La Mazmorra con este mundo se han cerrado, este objeto permite rastrear su objetivo a través de las dimensiones.

—Pero Claw —interrumpió Steve—, pensé que servía para encontrar los portales secundarios, los que no son para los invitados por La Mazmorra.

—Así es, pero lo he usado como punto de partida. Ahora podremos navegar a través de la espiral.

—¿Como una galaxia? —propuso Neif.

—Pues sí, es muy parecido —contestó sorprendido el mago—. Millones de millones de burbujas, la mayoría incompatibles con nuestro plano de existencia, y de entre aquellas a las que sí podemos viajar, muchas son callejones sin salida. En vez de planetas son dimensiones burbuja de origen natural. Aunque unas pocas son artificiales, creadas por magos muy poderosos.

—La Mazmorra es alguna de esas burbujas —explicó Steve.

—En realidad es toda una red de burbujas artificiales. Sin embargo, una burbuja puede corresponder a todo un universo, una infinidad de espacio en todas direcciones. Sin la brújula sería imposible encontrar La Mazmorra, aunque conociéramos la burbuja exacta. Es entonces cuando podremos usar magia espacial para cruzar a un punto adecuado, que no esté en medio de una pared, y sobre el suelo. Por supuesto requiere ajustarse a la velocidad de rotación y traslación del planeta al otro lado, como hacen los portales de La Mazmorra.

—Dijiste que no sabías cuánto podías tardar en encontrarla, pero que podía ser toda una vida —repuso Steve.

—En las últimas horas he hecho bastantes avances: no sólo he identificado la «galaxia» y el «brazo», sino que lo he reducido a un sector del 18%. Pero a medida que descarto, cuesta cada vez más tiempo afinar la búsqueda.

—Como barrer lo gordo con el pie —dijo Susan. Neif se rio, y ella le sonrió.

—Chicas, comportaos —las regañó Tracy. «Estirada», murmuró Neif. Claw prosiguió como si nada.

—Creo que en menos de una semana localizaré La Mazmorra. O al menos una de ellas, a la que pertenezca este artefacto en particular. Me encantaría que fuera la primera, la original. La inspiradora de Las Musas. Pero dadas las circunstancias no me puedo quejar.

Sus subordinados comenzaron a aplaudir por puro reflejo en cuanto lo hizo la secretaria. Incluso Steve, observó Susan. Pero ni ella ni Neif lo hicieron.

—Conocimientos secretos, riquezas y poder nos esperan. ¿Qué más podríamos desear?

Todos se rieron y aplaudieron de nuevo. Susan y Neif comenzaban a sentirse al margen.

—¿Cuándo podremos volver a casa? —preguntó Neif.

—Ya os hablé de las facciones a las que nos enfrentamos. Todos recopilamos artefactos sembrados por La Mazmorra a lo largo de la Historia. Los investigamos y tratamos de encontrarla. Gracias a ellos hemos traído la magia a un mundo sin magia natural.

—Eso es como funcionar a pilas sin tener enchufes —dijo Susan cruzándose de brazos—. Yo he visto la magia real, y no se parece a vuestros juguetes.

Se hizo el silencio, y era muy incómodo. Ya no sabía qué decir para romper el hielo, pero Neif intervino.

—Eso no es una respuesta. Mi amiga y yo tenemos que volver. Nos dijiste que no estaríamos a salvo sin tu ayuda.

—Y así es. Pero una vez que conquistemos La Mazmorra, nuestros enemigos se convertirán en aliados. Para acceder a nuestros recursos harán tratos con nosotros.

—¿Y por qué no hacerlos ya? —dijo Neif exasperándose, como si tratara con niños diciendo tonterías—. Dejad de jugar a las mafias, juntaos y colaborad. Dejadnos en paz y dejad de malgastar nuestro tiempo y el vuestro —y entonces señaló a Claw acusatoriamente—. Ha muerto gente. Tú los mataste.

—Os habían secuestrado.

—Probablemente con la misma intención que tú, averiguar lo que sabíamos sobre otros artefactos, que es «nada». Nosotras estaríamos en la misma situación, pero ahora esos hombres están muertos. Déjanos en paz.

—En su debido momento…

—Estamos secuestradas, Susan —dijo interrumpiendo a Claw—. No dejes que te engañen.

Se dio media vuelta y volvió a su habitación. Nadie intentó retenerla.

—Ojalá el mundo funcionara de forma tan simple. Como iba diciendo, en su debido momento volveréis a vuestros hogares, Susan. Y me aseguraré de indemnizaros por las molestias. Ya sabes que no me falta el dinero para hacerlo. Seré generoso porque esto ha sido un gran avance en nuestro proyecto.

—Sí, sí, lo que tú digas. Me voy con Neif. Sólo hay dos personas que me interesen aquí, y ninguno de ellos eres tú, señor Monólogos.

Claw no estaba acostumbrado a las adolescentes, y no encontraba diferencia alguna entre aquellas chicas de unos 20 años y una quinceañera. Pero tenía paciencia, así que contuvo su lengua.

—¿Voy a hablar con ellas? —propuso Steve, recordando su apuesta y a Susan con la piel húmeda y brillante, envuelta en sólo una toalla blanca. Le costó disimular el impacto cuando entró para avisarle de que la llamaban, pero sabía que ella lo había notado por cómo le sonrió.

—Como quieras. No es importante, y ya he dicho lo esencial.

«Voy a ganar», se felicitó de antemano subiendo las escaleras. Iba distraído, así que no notó cómo Tracy mordisqueaba la patilla de sus gafas mientras miraba fijamente su culo, de reojo. «Es el culo de América», pensó.

Claw vio el deseo en el rostro de su secretaria, y sintió celos de Steve.

Gutiérrez vio cómo Claw miraba a Tracy, y sintió celos de Tracy.

Strazinsky vio cómo Gutiérrez miraba a Claw, y sintió celos de Claw.

Mientras tanto, Lilypuf, un hada capturada en un tarro de cristal, se tapaba la boca riéndose a carcajadas por los efectos de sus feromonas de lujuria. El efecto se incrementaría hora tras hora, llegaría a su cenit y se disiparía tras 12 horas en total. Le había costado desgastar la junta del tapón, pero había conseguido expulsar al exterior sus polvos, aunque sólo fuera por fastidiar. Eran de la variante más tóxica, la que dispara la violencia, la ira y los celos. Y las violaciones seguidas de venganza.

—Sí… Mataos entre vosotros —murmuró—. Eso os pasa por encerrarme.

Claw fue directo al frasco, lo abrió y la agarró con la mano antes de que pudiera reaccionar para escapar. La estrujó y le hizo tanto daño que creyó que oía sus huesos romperse.

—No… puedo… respirar… —susurró una aguda y sutil voz.

—Si quieres volver a respirar, suelta inmediatamente el antídoto —susurró al hada. Luego se volvió a los demás—. Escuchadme todos: esta criatura nos ha intoxicado. No pensamos con claridad. Tracy, corre a avisar a Steve y las chicas, y volved de inmediato. No importa lo que veáis, no cedáis a vuestros impulsos. Díselo.

—Entendido.

Y tal como le había ordenado, fue corriendo, quitándose los zapatos de tacón. Los llevó colgando en la mano, con sus medias negras como calzado. Casi todos observaron cómo se movía su culo escaleras arriba, cómo ondeaba la falda verde oscuro hasta sus rodillas, y cómo su camisa rosa y su chaqueta azul no lograban ocultar su ajustada silueta femenina.

—Van a follar, ¿verdad? —se quejó otro de los vigilantes.

—Si ese bicho nos ha puesto así de cachondos, está claro que sí —sentenció otro.

—Nada de relaciones personales en el trabajo —dijo sencillamente Claw.


El Amo desplegó un holograma mágico verde con la red de mundos conectando con todos los pasillos de La Mazmorra, un denso laberinto en 3 dimensiones donde las personas serían menores que la punta de una aguja. Llenaba toda la celda, pero lo reorientó y resaltó los caminos y los portales. Todos llevaban al mismo portal receptor bifurcado entre portales repartidos por todas partes. Ese portal separado tenía unos glifos con el nombre del reino y del mundo.

—¿Tú sabes por qué de repente todos los portales secretos llevan al mundo de Tom?

—Si tengo que adivinar, diría que la mazmorra intenta que venga alguien de allí, y que no es necesario que el invitado demuestre su valía porque ya estuvo allí una vez abriéndose camino de la manera normal. Así que es intenta atraer a alguien muy poderoso al que La Mazmorra pretende utilizar.

—¿Es un aliado para sus propios planes?

—Solo es la primera suposición que se me ha pasado por la cabeza. No lo sé. También podría ser lo que considera el mejor punto de evacuación, si quiere que la gente se vaya porque está en peligro. ¿Estamos a punto de recibir una gran invasión? O puede...

—¿Qué pasa?

—Nada. Una tontería.

—Dilo.

—...

—Si no es para que la gente vaya al mundo de ese mercenario, ni para atraerlo sin importar a qué piso para que actúe cuanto antes, ¿Qué queda?

—No tiene por qué tener nada que ver con Ragh'r, hijo de Fauces Carmesí y de Tirano Loco, también conocido como "Tom". Lo acabas de mencionar.

—¿Los mercenarios?

—Si no han cambiado mucho las cosas, el reino de Kar-Blorath en el planeta Dolmund posee la mejor colección de guerreros compatibles con La Mazmorra. Tom es sólo uno de ellos.

—De su élite.

—Eso le gusta decir, ayuda con sus honorarios. Pero hay otros mejores.

—¿Entonces insinúas que La Mazmorra intenta llenar mi reino de mercenarios para que luchen contra mí?

—Dije que era una tontería. ¿Quién iba a poder pagar a unas fuerzas tan grandes como para plantarte cara en tu propio territorio en lugar de tener asilo y la opción de duplicar el precio? Eso les ofreces siempre que descubres que alguien pone precio a tu cabeza.

—Tan sólo es un guerrero. Ahora está en el piso 10. No es una posibilidad. No importa que la mazmorra intente cruzar su camino con ellos…

El amo se dio la vuelta y comenzó a alejarse pensativo. Estuvo a punto de cerrar la puerta cuando ella le detuvo:

—A menos que acepten algo diferente a riquezas.

—¿¡Qué!? ¿¡Como qué!?

—Los Tesoros Verdaderos. Las Recompensas Verdaderas. Pisos propios, como el número 13, bloqueado. Incluso puede ofrecer el trono mismo al que te dé el golpe de gracia. Hay tantas opciones...

—¡Ridículo! ¿Y qué cuerdo renunciaría al trono estando a su alcance?

—Él lo ofrecería a cambio de su vida y la de sus amigos, para volver a casa y cerrar este capítulo de su vida, olvidando La Mazmorra.

—Nadie capacitado para llegar tan lejos carece de ambición. Sin ella la voluntad de perseverar es débil, y eso conduce a la muerte cuando se está bajo presión.

—Hay algo que olvidas. Dime lo que de verdad te preocupa.

—¿De qué estás hablando? Y soy yo el que hace las preguntas.

—Ya sabes la respuesta. Es la verdadera razón por la que intentas calmar tus miedos hablando con tu conocida más antigua, tu vieja compañera de equipo.

—Conmigo no hables de forma enigmática.

—Ordénamelo.

—No me obligues. El contrato te forzaría.

—Todavía conservas la ilusión del honor para ti mismo. Amo, tú sabes lo que te preocupa. Ponle nombre.

—No intentes confundirme.

—Siempre te has engañado a ti mismo. ¿Hasta cuándo?

—No te andes con rodeos. Di de una vez cómo crees que el aventurero usará los portales hacia los mercenarios. Es imposible que los contrate.

—Eres tú el que da rodeos. Dilo: ¿de qué tienes tanto miedo?

Valystar supo, con sus ojos cerrados, y con el ojo de su mente bloqueado dentro de la celda, que las manos del Amo temblaron y aferraron con más fuerza su bastón de mando.

—Te encanta provocarme.

—Disfruto viendo a un gusano revolcarse temeroso en el fango de su mezquindad, mientras se pregunta en qué piensan los seres superiores, y se inventa razones por las que debe gobernarlos.

La abofeteó, como ella esperaba. Su tenue silueta en la penumbra no reaccionó. El Amo eclipsaba la luz del pasillo, la calidez que ya echaba de menos en su piel.

—No eres nadie, pero aún no lo sabes.

Le pegó más fuerte, y con el puño cerrado. Una gota verde brotó de su labio, resplandeciendo a la luz de las antorchas del exterior. Lo resistió estoicamente. No era nada en su escala personal de sufrimiento.

—Hay algo que me ocultas, Valystar. ¿Qué tiene el aventurero que ofrecer? Lo has conocido.

—Vida, verdad, amistad, lealtad, honor, amor, compasión, justicia, valentía, seguridad y confianza. Deja que piense algo más.

—No esquives mi pregunta. ¿Cómo podría poner a los mercenarios de su lado?

—Ya te lo dije. ¿Me vas a contestar? Ponle nombre a tu miedo.

Él golpeó el suelo con su bastón.

—Valystar, según tu primera descripción se trata de casi un niño, novato y sin aptitudes para la guerra.

—Dilo.

La miró a los ojos y por un segundo su disfraz se desvaneció, inestable por sus emociones. Ella no necesitaba que fallara su ilusión para conocer su mirada de terror al aflorar su duda a la superficie. La había estado evitando desde que lo habló con su hijo, compartimentando su mente.

—¿Es... es un Candidato Especial?

Ella suspiró, dejó la posición del loto y se estiró perezosamente en el suelo de su celda. Sonrió.

—Contesta, Valystar.

—Dilo correctamente.

—¡Obedece!

—Contesto: necesitas pedirlo correctamente. ¿Ves? No incumplo el contrato.

—Tú... -tragó saliva.

—Tú puedes. Ánimo.

—¿Por favor?

—Muy bien. Sólo tienes que preguntarte a quién se parece más: ¿A ti, a mí, o a Arkrynd, al que mataste para ocupar el trono?

—¿De qué estás hablando?

—Veo que ya has comenzado a olvidarlo. Dímelo.

—No.

—Dime tu nombre.

—¡No!

Golpeó la pared con el cetro, y un relámpago esmeralda sacudió el castillo con su trueno.

—Pagaste el precio del poder, Amo. Moriste. Apenas quedan cenizas de tu vida anterior. Aquí, en tu tiempo ralentizado, sólo yo te recuerdo. El único ser vivo que conoce tu nombre. Incluso tú lo has olvidado.

Oyó el impacto de sus lágrimas en el suelo, bajo la ilusión del poderoso guerrero. Oyó su respiración rota, conteniendo un sollozo.

—Vives rodeado de muerte. Todo es un reflejo de haberte perdido a ti mismo. Ni siquiera recuerdas tu traición. Sólo pudiste gobernar este mundo de ruinas encantadas porque le mataste.

—Cállate.

—Mataste a tu amigo. A mi amante. Mi protector juramentado se convirtió en mi carcelero y en mi amo.

—¡Silencio!

No pudo hablar.

—Valystar, vas a contestar a mi siguiente pregunta sin rodeos. Es una orden: ¿Ese hombre del pasado era un Candidato Especial?

—Sí, es la única razón por la que el camino hasta el trono estaba abierto.

—Eso no es cierto. Sigue bloqueado.

—Estás equivocado. Simplemente la cerradura se abre con karma positivo. Renunciaste a él hace miles de años. En tiempo objetivo.

—Me establecí aquí porque si yo no podía llegar a la cima, nadie podría. Yo fui el elegido de La Mazmorra.

—Tu trono sólo es otra de tus ilusiones. Mataste al legítimo rey.

—Contesta: ¿Ese chico es mi posible sucesor?

—Puesto que tú nunca lo fuiste, eso es imposible. Sólo robaste el cetro. Las cucarachas tienen más honor.

—La Mazmorra lo puso a mi alcance, y después me concedió su poder. Podría haberlo impedido, pero superé todas las pruebas. Incluida la prueba final.

—Pareces creer que pagar con la vida de tu amigo era un precio exigido para ti.

—Así quedó demostrado.

—Si fue un precio que te costó pagar, fue sólo autoimpuesto.

—La Mazmorra exige sacrificios constantemente. Lo sabes.

—No voy a seguirte en tu telaraña de autoengaños.

—De modo que tengo que dar la alerta máxima, levantar a mis fuerzas de reserva y convocar a los mercenarios primero.

—No he dicho que sea quien temes. No puedo saberlo.

—Después de mí eres quien mejor conoce la mazmorra. Seguiré tu instinto.

—Ten mucho cuidado.

—Gracias por tu interés.

—Si no lo tienes, todavía más víctimas colaterales sufrirán.

Le apuntó con el cetro y enmudeció. Sin su permiso no podría volver a hablar.

Él se marchó y cerró la puerta.

Ella se sintió aliviada: al menos ya no intentaba convencerla de ser su reina. Lo único bueno que podía decir del hombre en que se había convertido, es que sin su permiso nunca la tomaría.

Era un privilegio que sólo disfrutaba ella y a quien tomara bajo su protección personal, a cambio de vivir en la Sala del Placer para compartir las experiencias sexuales con él, como un espía mirando por la ventana. Un mirón que ella siempre sentía al otro lado con la solidez de una garrapata incrustada en el pecho. Por eso evadirse en el plano astral era su pasatiempo favorito. Dejaba lo demás a las chicas que iban y venían durante su larga estancia en aquella prisión. "¿Cuándo seré libre?".