Dentro del laberinto 16: La brújula gira sin parar

Los hilos del destino se cruzan, enmarañan y desentrelazan. Cuando las piezas encajan el paisaje toma forma, pero entonces...

Antes de alcanzar al hombre león llamado Tom, alias «El Gato» a partir de aquél día, nosotros nos detuvimos y abrí el inventario aprovechando a nuestro favor que no quería que le viéramos, y saqué lo que había guardado de un puñado sin mirar, las recompensas de Mary por matar a un wyvern. Estaba seguro de que correspondían a un nivel muy superior al piso, aunque ella no tuviera mi yelmo de suerte y mejora de objetos, ni mi emblema de buena suerte, tenía que ser muy bueno.

—Espera, cojamos los cetros de fuego —me dijo ella, y con varios saltos acumuló las 8 armas en sus brazos.

Yo saqué sus recompensas, una lanza, 2 carcajs y 2 arcos hobgoblin, un par de cetros de hielo, y un medallón plateado y azul. Comprendí que era defensa contra magia de hielo, y que recogió todo eso durante el tiempo que pasó perdida. Me fijé en las finas cadenas que ella tenía al cuello: además de uno gemelo al mío, tenía todavía el de compartir mis recuerdos, que estaba grabando los suyos propios desde que me acompañó. Las botellas de agua casi se habían gastado y sólo quedaban frutos secos. Una vez vaciado Adhae Mory, Mary metió los cetros con cuidado, usando las cintas de agarre. Me maravillé de nuevo de que fuera más grande por dentro y me alegré por la calidad de los ítems: «Mucho mejor que saquear dagas oxidadas del piso goblin», pensé. Luego pensé que los usuarios de fuego quizá tenían defensas contra este.

—Mary, puede que estos tengan protecciones contra… —me interrumpí al ver que ya los estaba registrando y me enseñó 3 colgantes con motivos rojizos sobre la plata, en lugar de azulados. Me dio uno y me lo puse. Si ella podía tener 2 activos, seguramente yo también, así que lo combiné con otro de protección contra el hielo. Ella también se lo puso y sumó 3 colgantes. Frunció el ceño extrañada y me hizo un gesto arriba con el pulgar, por lo que sentía que los 3 funcionaban a la vez. ¿Cuál era el límite?

Ella había sido astuta al evitar hablar sobre algo que no fuera recoger objetos de los hobgoblins vencidos. Yo sabía que el enemigo estaba oyéndonos y contaba con ello: no se imaginaría que lo verdaderamente importante, el tesoro, estaba entre mis manos.

Por otra parte, tampoco se nos había ocurrido que estábamos metiendo 8 lanzagranadas en una caja. Una en la que nos gustaba subirnos. Una que usábamos de escudo. Y que era, de hecho, una caja de bombas que El Gato podía cortar en dos en nuestra cara.

EMBLEMA DE SANGRE MALDITA

Multiplica el poder de la hemotoxina, pero paga por ello.

Requiere: Hemotoxina.

Activación: «Reclamo el emblema de la sangre maldita».

Detalles:

Sacrifica el 20% de vitalidad máxima del usuario de forma permanente.

-30% fuerza, destreza y vitalidad de la criatura maldita.

Aplica daño igual al 20% de vitalidad del usuario el primer segundo de la maldición.

Multiplica x3 el daño por minuto del veneno.

Multiplica x3 la velocidad extendiéndose del veneno.

Divide entre 3 la dosis letal de veneno.

Multiplica x6 el daño crítico: inyectado, ingerido, o llegando al corazón.

El daño crítico hace el primer segundo el daño del primer minuto del veneno.

El daño de la maldición en el primer segundo también se multiplica x6 en caso de daño crítico (120% la vitalidad original del usuario).

Al daño crítico del emblema se le suma el daño del arma en caso de usarse.

El veneno se fortalece con la vitalidad del usuario a medida que sube de nivel.

Sanar veneno no anula la maldición (FUE -30%, DEX -30%, VIT -50%)

Aumentar la dosis refuerza el daño del veneno, pero no la maldición.

Hacer nuevos ataques críticos no hace nuevas maldiciones críticas, sólo se hace una por objetivo.

No hay límite de criaturas envenenadas ni malditas simultáneamente.

Los refuerzos de vitalidad al usuario fortalecen las maldiciones posteriores, pero no alteran las previas.

Aumenta la afinidad con los venenos aumentando la resistencia pasiva a estos.

Era la primera vez que veía una habilidad de tipo sacrificio. Era arriesgada, pero tácticamente muy útil contra un enemigo poderoso. En cambio, suponía un peligro debilitarse contra un grupo, teniendo que envenenarlos uno a uno. Sería un problema especialmente en combate en campo abierto.

Por otra parte, Mary ya tenía dominada la lucha a distancia.

Imaginé lo que pasaría con el siguiente jefe de piso que nos encontráramos: un arco hobgoblin disparando una flecha envenenada con una gota de sangre de Mary, y de repente se debilitaría un 30%, y además tendría en un segundo el daño del 120% la vitalidad de Mary, quien tenía el triple de nivel que correspondía al sexto piso (y si fuera un equipo de sólo 2. A más miembros, más se reparten los niveles).

Sonreí a mi amiga y le pasé el emblema y el papel. Entonces me di cuenta de que Tom le oiría reclamar el don, pero a ella le dio igual. Sin leer mas allá de la activación y confiando en mí, lo dijo:

—Reclamo el emblema de la sangre maldita —susurró, aunque fuera inútil contra sus oídos.

Hubo un tenso silencio mientras el pecho izquierdo de Mary brillaba bajo su ropa, pero el monstruo no apareció. Pasé al siguiente:

EMBLEMA DE RESISTENCIA MÁGICA

Conocido como el emblema de los tanques antimagia, y el de los cazadores de magos, protege al usuario de la magia, pero paga por ello.

Requiere: Maná 300 y nivel 30.

Activación: «Reclamo el emblema de la resistencia a la magia».

Detalles:

Sacrifica el 30% maná máximo del usuario de forma permanente.

Cancela un 10% del daño total recibido (sea cual sea su potencia o nivel).

Cancela el daño equivalente al 20% de vitalidad del usuario.

Reduce un 30% el daño restante.

Consejos:

Ideal para guerreros, paga con tu excedente de magia.

Sólo recibes y acumulas daño si este pasa un umbral mínimo.

Puedes recibir ilimitados ataques mágicos débiles de un ejército enemigo sin que ello merme tu vitalidad, fatiga ni maná.

Aviso: Aunque tu cuerpo no sufra daños, tu armadura, armas y escudo se desgastarán o romperán.

Las instrucciones decían expresamente que era para ella, pero quería quedármelo para mí. Era muy tentador tras la experiencia en el bosque nevado, tras temer a una bruja de verdad. Pero ella se lo había ganado, así que también se lo di. Esta vez sí lo leyó al ver mis dudas.

—Sé cómo te sientes —me dijo.

—La próxima será diferente —me animé a mí mismo, y temía que nos saltara encima para robarnos el emblema, pero no había ni rastro del guerrero.

—Reclamo el emblema de la resistencia a la magia.

Pero nada pasó. Ella quedó desconcertada, sosteniéndolo en su palma, pero yo lo entendí: cumplía de sobras el requisito de nivel 30, pero no llegaba a 300 de maná.

—Así que no ganamos 10 puntos por nivel —murmuré.

—Un momento, empezamos en nivel 1 —me dijo—, no en 0.

—Podría ser eso si fueses nivel 30, pero eres 38.

—Entiendo. Soy de clase guerrero, después de todo —eso me recordó su emblema de análisis.

—¿De qué nivel es él?

—Sólo veo interrogaciones en su nombre y nivel.

—Oh. Eso debe significar que está muy por encima de ti.

—O que lo oculta con magia —me respondió. Cerramos Adhae Mory tras terminar de organizarlo todo, y continuamos.

Al girar comprendimos dónde se había metido el hombre león: había una extraña casita metálica, con formas redondeadas y estilizadas en lugar de con aristas, con chimenea curva, y en conjunto me recordó a una tetera dorada con adornos rojos y verdes, casi navideños. Salía humo y del interior manaba luz cálida y hogareña.

—Esto sí que no me lo esperaba —dijo Mary—, ahí vivían los últimos hobgoblins. No hay nada más.

Era cierto. Después de la casa, el desfiladero terminaba. Había una pared de piedra tan alta como el acantilado, con un puesto de vigía en la cima, y por eso supe que no era el límite de la mazmorra.

—¿Crees que habrá una pared oculta? —me preguntó.

—No, creo que hay que escalar. No es una prueba de ataque, defensa, ni intelecto, sino de movilidad. Ya le viste escalar, quizá nos dio una pista a propósito.

—Pero nosotros tenemos el inventario —dijo risueña.

—¿Entramos? Parece que él está entrando en calor.

—Prefiero dejarlo atrás…

—Creo que nos perseguirá hasta que se aburra. Al menos démosle conversación.

Junto a la puerta había un letrero y un botón:

Quien pulse este botón encerrará y matará a todos los que haya dentro.

Nos quedamos mirándonos en silencio, sin saber qué hacer.

—¿Es una trampa para los de fuera? —me preguntó inquieta.

—Creo que podría ser una prueba para la confianza de un grupo.

—Pero si funciona de verdad es un suicidio entrar.

—Piénsalo, el único refugio en todo el piso es un lugar en el que no caben todos. Si aquí viniera un ejército, sería cuestión de tiempo antes de que el eslabón más débil pulsara el botón, resentido con los de dentro, por dejarlo fuera pasando frío, y por tener la oportunidad de librarse de ellos.

—…¡Oh! Muy bien pensado.

—Tendrían que hacer rotaciones para descansar, y sólo un equipo muy unido saldría adelante.

—Pero no es problema para un equipo pequeño de aventureros —dijo meditando—, ¿salir al exterior a pasar frío y revelar sus intenciones de traicionarlos? Todos se quedarían dentro y saldrían juntos.

La puerta se abrió y Tom se mostró.

—¡Entrad de una vez, idiotas! Lo único que ha conseguido ese cartel es que no uséis el refugio.

—¿Pero el botón funciona? —pregunté ansioso.

—¿Y qué importa? El sexto piso no puede con ninguno de los tres. No me hagáis perder el tiempo.

El interior era menos espacioso de lo que parecía por fuera, seguramente porque el diseño extravagante restaba espacio útil. Había chimenea, 4 asientos frente a ella, y 2 camas. Estaba pensado para que siempre hubiera más gente despierta que dormida, y que los que durmieran estuvieran intranquilos.

—A menudo los traidores son los mayores peligros a los que se enfrentan los grupos que entran aquí —nos comentó—, el sexto piso es la primera vez que se les pone a prueba.

Él desbordaba una de las sillas rudimentarias y había juntado dos de ellas, y usaba las otras dos para sus piernas. Recibía todo el calor de la chimenea. Mary y yo nos sentamos en ambas camas. El contraste de temperatura nos estaba agobiando y nos quitamos los abrigos.

—Podéis desnudaros si queréis, aquí hace mucho calor para poder dormir sin ropa.

—Robarla y esconderla es otra manera de traicionar —expliqué a la pelirroja, recordando a mi secuestradora—. Y de paso, robar también su equipamiento. Sin matar directamente a nadie, sin arriesgarse a caer en la posible trampa para los de fuera que pulsen el botón. Ese cartel les mete la idea en la cabeza como si fuera veneno —suspiré.

—Además —añadió El Gato—, si un ejército de debiluchos intenta avanzar con los números, algunos caerán escalando ahí fuera. Eso bajará la moral y será más fácil que alguien de abajo traicione a los de arriba, cómodamente sentados aquí, calientes y sin jugarse el cuello como sus compañeros. Ha pasado y volverá a pasar.

Nos quedamos mirando las llamas en silencio.

—Señor Tom —intervino ella—, supongo que aquí es donde caen muchos grupos de mercenarios que no se conocen de nada y se juntan en una taberna para buscar tesoros explorando la mazmorra…

—Buena intuición, chica. Lo primero que hacen es saquearse entre ellos. Así acaban muriendo. Antes de hacer cualquier cosa, tienes que tener claro con quién hacerla y con quién no. Por eso sigo vivo.

—¿Significa eso que te has animado a intentarlo de nuevo y nos has elegido?

—Pero qué arrogante eres a veces, chaval. No, sólo estoy observando. Quiero ver si de verdad sois capaces de tomar el trono. ¿De dónde habéis sacado los emblemas que lleváis?

—Te lo dije, recompensas de la mazmorra.

—Sabía que dirías eso.

Abrió un baúl pero no contenía tesoros, sino provisiones.

—También son limitadas y algo por lo que pelear —murmuró Mary.

—Claro, chica. De eso se trata.

Nos ofreció odres y Mary los examinó con su habilidad.

—Pone que es agua —me dijo—. Menos mal, casi se nos ha acabado… —se dio cuenta demasiado tarde de que había hablado demasiado. No era bueno que él conociera nuestras limitaciones.

—Vinimos sin preparar nada y ahora tenemos que aprovisionarnos —dije.

—Yo puedo estar en menos de una hora en 12 mundos diferentes —nos dijo presumiendo.

—Así que llegaste sólo hasta el nivel 12.

—¡Por supuesto que no! Es sólo… Bah, te lo explicaré. El piso 13 está bloqueado, se pasa del 12 al 14. La conexión del 1, que lleva a tu mundo, cambia constantemente de ubicación, donde el laberinto quiere ir; cuando este decida cambiar, tal vez ahora, mañana o el año que viene… no podrás volver a tu mundo. Ni siquiera el rey de la mazmorra puede controlar eso. Aunque conquistaras el trono, perderías tu hogar. A menos que descubras un camino secreto para llegar al tuyo. Quizá pasando por uno de los mundos conectados.

Intenté no preocuparme y dejé para más tarde pensar en ello. Lo único que teníamos que hacer era terminar cuanto antes.

—¿Entonces sólo son 14 pisos?

—Que yo sepa, el piso 14 es el más profundo que de al exterior. A menos que se me haya pasado por alto un pasadizo secreto en el siguiente. Mi mundo conecta con el 3, y una vez que quise saber más de los que estaban por encima para cumplir la misión que me ofrecían, también me quisieron cobrar por la información. Los detalles sobre La Mazmorra son muy, muy caros, así que todo lo que sé lo he aprendido por mis propios medios o de otros cazarrecompensas del gremio, porque en la taberna hablan gratis.

—¡No has pasado del piso 15! —exclamamos Mary y yo al unísono y sonriendo.

—¡Llegué al 16, maldita sea! ¡No me subestiméis! —estaba indignado y casi furioso.

—Es decir, sólo completaste el 15 —señalé—, y con el 13 bloqueado, sólo has resuelto 14 pisos —le pinché.

El guerrero me miró con desdén y luego me quitó la ración que estaba a punto de devorar. «Mierda», pensé mirando mis manos vacías.

—Ten, no tengo mucha hambre —mintió Mary, sentada en la cama en vez de una silla. Me senté a su lado y compartimos su comida, en silencio y relajados. Nos hacía falta un descanso.

Desperté con la cabeza apoyada en su hombro, en la cama. Ella seguía durmiendo. Estábamos apoyados contra la pared. El hombre león no estaba.

—¡El botón! ¡Despierta, Mary! —exclamé asustado, y salí corriendo. La puerta estaba abierta. No había rastro del hombre. Ella me siguió aturdida por el brusco despertar.

—¿Cómo nos hemos podido quedar dormidos? —preguntó.

—No lo sé. Quizá es magia de las camas. Quizá era un hechizo de sueño. Vuelve adentro y coge nuestras cosas. Yo vigilaré —dije cada vez más consciente del frío.

Nos pusimos en marcha y nos pusimos a flotar con el cubo hasta la cima. Nuevos hobgoblins se asomaron y nos atacaron con flechas y lanzas. Algunas de las flechas eran incendiarias, pero no supuso problema alguno mientras no nos hirieran con ellas. No teníamos espacio para maniobras y ascendíamos lentamente, así que nos encontramos rebotando con cuidado entre la pared con algunas delicadas acrobacias aéreas, y un par de veces fallamos al volver al cubo, distraídos intentando esquivar, y quedamos suspendidos con las manos. La segunda nos pasó a la vez, con la primera gran piedra que utilizaron; chocó contra el cubo y lo tambaleó. No me aplastó las manos porque todavía me faltaba medio metro para llegar al Adhae Mory, y Mary estaba por encima de mí. Pero lo peor fue cuando comenzaron a usar cubos de aceite hirviendo; era un arma de área, como nubes dispersas de gotas que nos abrasaron, y se hizo resbaladizo. Tuvimos que descolgarnos y usarlo como escudo mientras nos quemábamos las manos.

—¡Aaaah! —grité del dolor, pero aguanté sin soltarme. Me sorprendió que Mary aguantara estoicamente y envidié su clase de guerrero. Nuestros enemigos estaban equipados y entrenados para resistir asedios, y cuando por fin superamos la altura del muro, vi entre su amplio repertorio unos largos bastones de metal con un tercio de su longitud en forma de L; sin pensarlo siquiera adiviné que los usaban contra las escaleras de asedio. Había soportes del borde de hielo, y con el peso de dos goblins podrían separar las largas escaleras que usaron los ejércitos del pasado. Podrían hacerlos caer de espaldas desde aquella gran altura, o al menos girarían las escaleras sobre sí mismas enganchándolas desde un lateral.

Pero mientras esa súbita comprensión debida, supuse, a la clase explorador me asaltaba, nos quedamos sin pared contra la que rebotar. No tuvimos más remedio que pasar al ataque, como me demostró Mary saltando a por ellos. Antes de que pudiera reaccionar ella ya estaba arrasándolos con un sprint y un arma en cada mano, distrayéndolos para mí, y salté con precaución a un sitio despejado, avergonzándome de lo mal que quedaba comparado con ella.

—Parece que les tenías ganas —dije cuando acabó con las docenas que había. Subí un nivel, y por lo tanto ella también.

—No sabes cuánto. Cuando casi muero de frío eran escurridizos y mantenían la distancia. Ahora los tenía a mi alcance por fin… oye, pensaba que no habría más de estos —me miró a la cara—. ¿Qué crees que ha cambiado?

—No lo sé. ¿Ha pasado tanto tiempo que se han regenerado? O quizá es la primera vez que se repite un tipo de enemigo.

Por respuesta los cadáveres se sacudieron. Después se hincharon y deformaron, y en pocos segundos nos encontramos a un montón de grandes huargos de ojos azules, todavía más grandes que los que conocimos en pisos inferiores. Pero estos casi negros en vez de gris claro. A juego con la tez de aquellos hobgoblins.

—¡Son hombres lobo! —exclamó encantada.

—¿A qué esperas? ¡Lucha!

Fue una batalla difícil. Aquellos tenían regeneración y no bastaban fuertes golpes ni cortes poco profundos. Sólo ganábamos unos segundos antes de que se pusieran en pie, aunque debilitados. Eran rápidos y fuertes, aunque para nuestro nivel el verdadero problema era estar rodeados por docenas de ellos. Me pregunté cómo se suponía que deberíamos superar aquél desafío en condiciones normales, y si era otro de los abusos del amo de la mazmorra. Si era un nigromante, aquellas cosas que nos habían hecho subir de nivel deberían estar muertas. ¿Podría hacer eso a cualquier criatura? No podíamos bajar la guardia.

—¡Bloquea! —Mary me lanzó el escudo señalando detrás de mí, y sin pensar me volví y bloqueé una triple embestida; el impacto me desequilibró y caí de espaldas. Me libré de las 3 fauces barriendo sus cabezas con un único y fuerte golpe de escudo, y al menos los aturdió lo suficiente para ponerme en pie y prepararme observando mi alrededor.

—¡Dámelo! —exclamó sin mirarme, dirigiendo la mano hacia mí. Fue la primera vez que hacía un lanzamiento de escudo, pero me sorprendí acertando de lleno en su palma. Partió con él por la mitad la cabeza de uno que saltaba a por su garganta, y al siguiente movimiento, con el lado plano, hizo crujir las costillas de otro que acababa de derribar. Quedaban pocos, y creo que tardamos más en asegurarnos de rematarlos a todos que en derribarlos.

—¡4 niveles más! —exclamó ella.

—equivalen a 8 para uno sólo. Esto no ha sido dificultad de jefe de piso, ha sido como el wyvern del que me has hablado.

—Lo supe desde que los cadáveres se alzaron. Ese tipo no juega limpio. Y encima con autoregeneración… si los zombis, vampiros y demás se regeneran, van a ser un problema.

—No creo que debamos preocuparnos por los zombis, Mary, son demasiado lentos.

—No has visto suficientes películas. Y su mordedura sería como la de los vampiros, un tipo de veneno para el que no hay antídoto.

—Sólo si de verdad te pueden convertir así en uno de ellos.

—¿Después de lo que has visto te parece excesivo?

El suelo adoquinado indicaba que estábamos en una amplísima azotea de castillo, y su calidez mágica era lo que impedía que se acumulara escarcha en su superficie; y por supuesto dentro del laberinto no llovía ni nevaba. No vi ni intuí rastro alguno de trampas, ni huellas que indicaran que había algo oculto. Era casi todo espacio despejado, y sólo había un acceso al interior del edificio; este actuaba tácticamente como embudo en caso de que un ejército asaltante (superioridad numérica) alcanzara la cima, para reducirlos y enfrentarlos poco a poco.

—Acabo de perder el rastro de El Gato. Se ha alejado demasiado

—Por fin. Ya casi echaba de menos tu voz, robot impertinente —repliqué al cubo que me seguía. Entonces la impaciente Mary derribó la pesada puerta de acero con una patada y se adentró en el estrecho pasillo; estaba formado por gruesos muros de piedra y vigas de metal, y supe gracias a mi clase que estaba construido para resistir ataques mágicos o bombas, algo a lo que hubiera recurrido un grupo que intentara anular el embudo.

En el interior del estrecho pasillo había 8 hobgoblins en parejas, todos con armadura pesada (para su tamaño) y hachas de doble filo a dos manos. Mary los embistió a todos con el escudo y luego los degolló en pocos segundos. Esperamos un tiempo prudencial, pero aquellos no resucitaron ni se curaron. Entonces la guerrera continuó encabezando la marcha.

Al fondo, justo antes de adentrarse en la escalera que bajaba al interior del castillo, se activó una trampa triple: fue ensartada desde 3 paredes, desde el suelo y desde el techo con lanzas, y sólo pudo esquivar algunas. Al mismo tiempo hicieron de barrotes, impidiendo que la ayudara o que ella escapara. Entonces fue rociada con gas venenoso, y en lugar de contener la respiración, oí cómo el aliento escapaba de sus pulmones a causa de las puñaladas. Yo sólo me tapé la cara y retrocedí, muy preocupado por mi amiga pero igualmente asustado del veneno en espacio cerrado.

—¡MMMFFH! —la llamé. Vi sus ojos llorosos volviéndome para mirarme, lamentándose por su error mientras estaba arrodillada; estaba atravesada por lanzas y empapada, esta vez sí, de su propia sangre. Pero incluso entonces se negó a quejarse o gritar de dolor. Casi dijo la primera sílaba de mi nombre.

Entonces la explosión tras ella me expulsó al exterior y perdí la conciencia.


Neif estaba sólo en la oscuridad. Las antorchas estaban apagadas, y era incapaz de encontrar la salida. Había palpado las paredes para orientarse, pero sólo logró llegar hasta una zona donde las paredes de roca natural en vez de labrada estaban húmedas, y a su pesar acabó lamiendo las gotas de condensación que pudo encontrar. Se preguntó si había una fuente de agua desde la que goteaban, y buscó algún tipo de escalera. Tras fracasar, pensó que el agua iría a algún lugar o el lugar estaría inundado con el tiempo; desenganchó de su llavero la anilla y, a ciegas, la ponía a rodar. Logró encontrar sutiles pendientes y las siguió. A causa de ello nunca encontró la entrada junto a la que pasó lamiendo las paredes, sediento y temiendo su muerte por deshidratación. En su lugar, tras muchas horas de ensayo y error con la anilla, con la tenue esperanza de seguir la cuesta hasta el agua estancada, alcanzó la entrada al siguiente piso.

—¡Luz, por fin! —exclamó aliviado mientras bajaba las escaleras. Echó a correr y se deslumbró por un momento al llegar al pasillo. No ocultó su desagrado ante los cadáveres de los escarabajos gigantes, pero se alegró de que así no tenía que temerlos. Ya había visto un auténtico monstruo bípedo y parlante en aquella casa, así que estaba preparado para ver algo seminatural como aquellas criaturas salidas del cretácico. Se preguntó qué los habría matado con semejante violencia, y esperó no tener que encontrárselo.

Se paralizó al encontrar el primer cadáver de chacal, y se asustó pensando que estaba indefenso si se encontraba bestias salvajes. Estos estaban pudriéndose al igual que los escarabajos, y tuvo náuseas. No podría comérselos, ni tenía fuego para cocinarlos y matar microorganismos en caso de necesidad. No vio ni rastro de árboles o arbustos, ni siquiera heces para usar como combustible; después se preguntó de qué arroyo beberían, pero tampoco encontró agua. Volvió a usar el truco de la anilla y se animó al ver que funcionaba de nuevo. En el camino vio unas pequeñas babosas y no sabía si sería buena idea comérselas. De modo que cogió unas cuantas y se las guardó en el bolsillo.

—Quizá me sirvan para pescar —no era idiota y no quería arriesgarse a comer algo tan extraño, podría resultar tóxico. «Sólo como último recurso. ¡Y además, son bichos!», pensó. Gracias a la iluminación, intentando no pensar en la sed ni los peligros potenciales que podrían estar ocultos, llegó hasta las escaleras del tercer piso. Tembló antes de bajar. ¿Y si había cosas aún más peligrosas que esos cánidos allí abajo? ¿Y si no estaban todos muertos? Y lo peor, ¿Y si se topaba con lo que fuera que los había masacrado? Miró atrás y se preguntó si su hermana Neif estaría bien. «Para arriba no hay salida. Tal vez encuentre otro camino. Y necesito provisiones. O al menos agua». Entonces se le ocurrió que podría ir con dos antorchas a buscar la salida en el piso oscuro, pero pensó que debería hacerlo cuando estuviera preparado.

Para su sorpresa, encontró nuevos monstruos; esta vez con aspecto semihumano, parecían niños deformes y con piel verde, además de narices y orejas exageradamente grandes. Vestían harapos y también se estaban pudriendo, pero pudo armarse con su equipamiento. Le costó decidir con qué quedarse, y era la primera vez en su vida que sostenía un arma blanca. Se quedó con un pequeño escudo de madera y una espada corta «parecida a una gladius romana», el arma más larga que vio que no fuera una lanza; pensó que así evitaría chocar con las paredes y no perdería movilidad. «No siempre serán pasillos anchos, supongo». Después se encontró cadáveres de algo parecido a enormes lobos grises, aunque algunos eran blancos. Se preguntó qué clase de mutación sería y si en alguna parte algún zoólogo los tenía documentados. Su teléfono seguía sin funcionar aunque estaba seguro de que tenía batería de sobras, así que no pudo tomar fotografías de estos ni los «niños mutantes», como se dijo a sí mismo que eran. Se sorprendió al encontrarse con las escaleras al siguiente piso, puesto que todavía estaba haciendo la exploración inicial. Algo le decía que debería seguir bajando porque allí no encontraría nada de interés, y así lo hizo. Pero tomó nota mental de que el laberinto cada vez parecía menos enrevesado. O al menos no se tomaba tan en serio desorientar a sus visitantes.

Pero con el cuarto piso todo cambió. Era enorme, mucho más laberíntico que los anteriores, y lo peor, sí había cosas en movimiento. Las llamó cosas porque no había término mejor para esa especie de robots de piedras pegadas unas a otras, así que sólo echó a correr. Corría y corría, y recuperaba el aliento hasta que era encontrado de nuevo. «¿Por qué a mí?», pensaba autocompadeciéndose. «¿Por qué yo?». En una ocasión, cuando por alguna razón dejaron de perseguirle, en un largo y estrecho pasillo peor iluminado cayó súbitamente al vació mientras miraba a su espalda. Milagrosamente se asió por reflejo al bordillo; si no fuera por el ímpetu de su carrera hubiera caído hasta… ¿hasta dónde, exactamente? Se atrevió a mirar abajo y se temió lo peor al distinguir una capa sedosa y blanquecina. «Oh, no, por favor. ¿Arañas del jurásico? ¡NO!». Pero el problema más inmediato era subir a pulso, y simplemente no podía. Tal vez si estuviera fresco la adrenalina le hubiese ayudado, pero en aquél estado, por más que pataleó para darse impulso, resbalaba y no era efectivo. Sin un buen asidero y con sólo el ángulo de 90 grados como anclaje, con sus manos deslizándose sobre los adoquines, era incapaz de encaramarse. El tiempo pasaba y estaba más cansado a cada segundo. Sus brazos temblaban, sus manos le dolían, y finalmente…

—No puedo más.

Cayó. Y sintió un fugaz instante de alivio al detenerse su caída en la telaraña; fue rápidamente sustituido por pánico al quedar pegado e inmovilizado de espaldas, boca arriba, indefenso. Cuando pudo mantenerlo bajo control, se convirtió en simple terror. «Al menos por fin podré descansar», pensó irónica y cínicamente intentando tomárselo con humor. Fue una larga, agónica espera aguardando a su captora, pero la araña nunca vino. Neif no lo sabía, pero nosotros la habíamos liquidado. Sólo necesitaba liberarse sin caer al vacío en el intento, y de algún modo milagroso, trepar sobre la pared lisa y conseguir llegar hasta donde antes no había podido.

Jamás lo logró.


Cuando Neif y Susan salieron del laberinto, mientras el hermano de ella ganaba tiempo con el monstruo leónido, se dieron de bruces con un grupo de hombres armados.

—¡Quietas! —ordenaron en griego. Ninguna de ellas les entendió, pero entendían el lenguaje de las armas. Palidecieron y levantaron las manos. No vestían uniformes de policía, y tardaron poco en comprender que eran algún tipo de mafia. Las obligaron a punta de pistola a montar en un coche junto al monumento, y Susan llegó a distinguir a un policía local hablando con uno de ellos a lo lejos; o al menos supuso que estaba con ellos porque vestían parecido. Tal vez no fueran realmente mafiosos, después de todo. Quizá no estaban sobornando a la policía para que no se acercaran lo suficiente para ver un secuestro. Quizá todo aquello tenía una buena razón… pero el hecho de que Susan fuera una chica desnuda, y además particularmente llamativa, haría sonar las alarmas de cualquier policía, así que no pudo mantenerse optimista al respecto y decidió que unos corruptos estaban permitiendo que las secuestraran, y aquellos hombres definitivamente eran mafiosos, decidió.

Las montaron en el amplio asiento trasero de uno de los vehículos, y dos hombres las acompañaban bloqueando las puertas a cada lado. Habían guardado sus armas «para que no se las quitemos en un descuido», pensó Neif, y en su lugar confiaban en someterlas por mera fuerza bruta si intentaban algo.

—¿Hablas mi idioma? —preguntó en inglés uno de ellos.

—Mi lengua materna es el árabe.

—Árabe moderno —replicó el otro en inglés—. Déjamelo a mí —se giró hacia ella y le interrogó en su idioma. Quería saber qué «artefacto» habían usado para cruzar «el umbral». Quién se lo había dado, cómo se usaba y por qué lo hicieron aquél día y no antes. O después, ya puestos. Cómo sabían que habría una puerta precisamente en ese lugar, qué tecnología tenía su organización, quienes eran, su número, sus armas…

—¡Ya se lo he dicho tres veces! —se quejó hastiada. Él la abofeteó y repitió la pregunta.

—¡No tenemos armas! ¡No somos de ninguna organización, empresa ni nada por el estilo! —otra bofetada, en la otra mejilla. Ella se cayó y taladró sus ojos con la mirada. Él la abofeteó de nuevo, y lágrimas de ira brotaron antes de clavarle la mirada de nuevo. Él le golpeó en el estómago, y luego la abofeteó tres veces más, mucho más fuerte. Ella se echó a llorar.

—¡Ya basta! ¡Dejadla en paz! —gritó Susan. Como respuesta el mismo hombre le estrujó una teta violentamente, y ella gritó de dolor. El otro le sujetó del brazo y se lo separó. Pero fue su mirada lo que lo desautorizó, y se contuvo.

—Dame el artefacto —exigió el que hablaba árabe. Finalmente Neif obedeció y le entregó la piedra-brújula. El hombre la tomó como si estuviera hecha de oro y diamantes, y se quedó absorto contemplando sus detalles.

—Chicas —dijo el otro en inglés—, debéis colaborar con nosotros. Estáis metidas en un buen lío.

—Lo sabemos —respondió Susan, que desde entonces no dejó de taparse los pechos ni un segundo en lugar de resignarse a estar en pelotas.

—Quizá tú colabores mejor que tu amiga.

—La acabo de conocer.

—¿Cómo? —el cambio de tema hizo que Neif enarcara una ceja.

—¿Quieres que te diga la verdad?

—No quiero castigarte si me mientes, pero lo sabré si lo haces.

—¿Ah, sí? Perfecto entonces —inspiró hondo y habló a toda velocidad—. Pues la he conocido mientras me sacaba a rastras de una pelea entre superhumanos, donde un cubo metálico flotante bloqueó 3 ataques perdidos de armas blancas, y uno de ellos era un monstruo hombre-león, con armadura de cuero, espada y cola con la que golpear o agarrarme, como hizo al principio. Los otros dos eran compañeros de mi universidad, pero acababan de rescatarme de una mazmorra mágica llena de monstruos de todo tipo donde me habían secuestrado y esclavizado, y el amo de todos era un mago oscuro de tipo nigromante, con el poder de alzar muertos, crear zombis e incluso vampiros y hombres lobo.

Los dos hombres intercambiaron miradas pero no le hicieron más daño.

—¿Dónde podemos encontrarlos?

«Mierda», pensó Susan.


Al salir de clase, poco antes de que vinieran mis padres, Vicky vino a mi casa; no habíamos ido a clase ni respondíamos al teléfono, y estaba preocupada, nos echaba de menos… y estaba cachonda.

Pero al llegar se encontró la puerta del jardín cerrada y nadie respondía al timbre, así que miró a ambos lados y trepó hasta colarse. Lo primero que la sobresaltó fue ver la ventana rota, con el jardín lleno de cristales esparcidos, como si algo la hubiera atravesado con mucha fuerza desde dentro. Se acercó con cuidado de no pincharse a través de las zapatillas con trozos grandes, y los sintió crujir bajo sus pies. Miró por el hueco y vio todo el salón destrozado a tal nivel que no podría ser cosa de ladrones.

—¡¿Pero qué coño ha pasado aquí?!

No tardó ni 2 minutos en encontrar la llave de repuesto que tenía escondida y entró por la puerta trasera. Quedó desolada temiendo lo peor cuando entró en el salón y observó las marcas de pelea con armas blancas. «¿Qué ha sido esto, un pelotón de ninjas o qué?». Corrió al dormitorio y no nos encontró escondidos en el armario ni en el canapé. Buscó por toda la casa y finalmente bajó al sótano. Todo el tiempo gritó nuestros nombres, pero se calló al ver la trampilla abierta.

—¿Qué es esto? —se preguntó, sintiéndose atraída por la oscuridad. Sabía que había algo extraño y perturbador emanando de aquél lugar, y se adentró sin pensar bajando las escaleras. Al llegar al final las antorchas se encendieron para ella, y quedó asombrada.

—¡Nunca me dijiste que tenías algo tan enorme debajo de tu casa!

Victoria exploró el laberinto con la esperanza de encontrarnos, pensando que debíamos haber escapado al interior de quien fuera que nos hubiese atacado. Llevó mejor que Tolium encontrarse con todo tipo de cadáveres antinaturales y en descomposición. También demostró tener mucho mejor sentido de la orientación, y experiencia en resolver laberintos en videojuegos y en papel durante cierta etapa de su niñez. Aun así, cada vez se preocupaba más al ver criaturas imposibles como los goblins, e intuyó que los charcos de ácido que le marcaron las zapatillas también podrían ser algún tipo de ser vivo extraño (los slimes vencidos).

Pero sobre todo se asustó tras perderse por primera vez por descuidarse, antes de llegar al cuarto piso, cuando decidió seguir buscándonos en vez de bajar demasiado pronto al siguiente. Así que retrocedió hasta encontrar el camino de vuelta a mi casa, y allí se equipó tal y como yo hice la primera vez, pero con un par de ideas mejores. Entre otras cosas cogió una mochila de mi dormitorio y la llenó con una botella de agua de la nevera, frutos secos de la cocina, y cogió dos recambios de cuerdas de tender, todavía empaquetadas, para usarlas para retroceder el camino andado. Sabía que no tendrían longitud suficiente, pero pensó en deshilacharlas con un cuchillo y usar hilos en su lugar. Tuvo la idea por la mitología griega, la historia de Teseo en el laberinto de Creta, el del minotauro. Para separar las hebras cogió el cuchillo más grande que encontró en la cocina pensando que en caso de emergencia podría defenderse con él. Apenas se preguntó por qué hacía todo eso, qué era la fuerza que la atraía y por qué huyó al sótano cuando oyó gritar a mi madre, en vez de salir a hablar con ella sobre nuestra desaparición; se asustó creyendo que mis padres pensarían que el destrozo y nuestro secuestro o asesinato era cosa de ella, así que echó a correr y cerró la trampilla tras de sí con un portazo. Todavía la sujetaba con los ojos cerrados y tiraba con fuerza cuando deseó intensamente que se quedara cerrada, como si alguien echara la llave. Que la trampilla permaneciera oculta. Que nadie pudiera encontrarla.

—Que nadie más pueda entrar —susurró.

Y así el portal del laberinto desapareció de mi casa: Victoria cortó la conexión con el planeta Tierra.


Roxan temblaba. Sabía que habían encerrado a Valystar y estaba furiosa. Y sin su protección ni la del alto orco, ahora que estaba sola, no sólo los dos guardianes de turno de la puerta, sino todo su equipo de 8 habían entrado en la sala de la lujuria. Pretendían violarla mediante superioridad numérica. Se puso tan furiosa que no sólo tembló, también sufrió su transformación: aparecieron nuevas marcas en su cara, no de brillante energía mágica sino cicatrices de antiguas batallas. Sus dedos cuyas uñas solía morderse se convirtieron en garras afiladas hechas para degollar a sus presas. Sus dientes crecieron. Se hizo más alta, sus tetas encogieron, su cuerpo se fortaleció a la vez que sus músculos se hincharon como los de un culturista, y antes de que los monstruos entendieran lo que estaba pasando, la salvaje y brutal hermafrodita les había reventado los cráneos con ambas manos, aplastado sus costillas a pesar de la armadura contra la pared, arrancado las gargantas de un bocado, arrancado la mano con un zarpazo y partido con la mitad con el hacha robada al vuelo. Tomó una segunda hacha y salió de su cautiverio dispuesta a rescatar a Valystar por la fuerza, aunque tuviera que matarlos a todos. Aquél estado tenía límite de tiempo y fue su arma secreta desde que fue capturada, esperando el momento. Acostumbraban a echar el cierre mágico de la puerta y era algo que no podría vencer con fuerza bruta, según le explicó su amiga. «Ha llegado el momento. Todo o nada», pensó mientras arrancaba los brazos de uno de ellos por la fuerza después de partir las cabezas de otros dos lanzándoles las hachas; las recuperó y atravesó el salón comedor cortando cabezas de guardias desprevenidos. Para cuando se organizaron quedaban muy pocos, y en seguida dio buena cuenta de ellos. Continuó escaleras abajo y corrió por el patio hasta el edificio que albergaba a la mayoría de esclavos, que conocía de mirarlo por la ventana. Mató a los guardias y desactivó el cierre mágico.

—¡Salid todos! ¡Ha llegado la hora! —ordenó. Tenía la esperanza de que el viejo Gorrak le ayudara cuando llegara el momento. Y sabía que necesitaba cuanta ayuda pudiera conseguir para adentrarse en la torre y salvar a su mejor amiga. Así que tuvo que tomar el lugar del difunto Garruk, y así esperaba posicionar de su lado a Gorrak.

Los llevó hasta el portón principal, y para entonces se encontró una formación de altos orcos encabezada por el indestructible fantasma de la mazmorra, varias enormes bestias cabalgadas de infantería pesada, cuatro wyverns de fuego montados sobrevolando, y arqueros posicionados en las almenaras con los arcos tensados.

—Rendíos y viviréis —ofreció sencillamente el fantasma.

Roxan liberó su aura roja y multiplicó la fuerza de los más cercanos a ella, aquellos que sabían luchar y a los que armó con las armas de los enemigos vencidos. No podría multiplicar su velocidad o resistencia a los daños, pero esperaba marcar la diferencia.

Fue una batalla difícil; muchos esclavos murieron por las flechas ante su negativa a detenerse, pero el grupo de élite que la acompañaba y ella misma acabaron con las bestias parecidas a dinosaurios y con sus jinetes lanceros, además de con el pelotón de orcos y los otros dos de refuerzo que vinieron. Algunos de los esclavos eran hechiceros pero tenían su maná sellado y murieron igual que los niños. El invencible fantasma, que actuaba como tanque absorbiendo daño e intentaba agarrarlos, simplemente era evitado corriendo a su alrededor. Roxan y su pequeño equipo tenía suficiente agilidad y reflejos para esquivar la continua lluvia de flechas gracias a la distancia hasta los arqueros.

Finalmente, cuando sólo quedó el fantasma, los wyverns comenzaron a bombardear con grandes bolas de fuego que explotaban con el impacto: sólo sobrevivieron 3. Roxan vio con alivio que algunos esclavos habían escapado a tiempo, aunque fuera entregándose al cuarto y pequeño pelotón que venía en camino. Su tranqulidad duró poco, porque comenzaron a asesinarlos incluso entregados de rodillas.

—¡NOOO! ¡BASTARDOS!

Entonces cayó sobre ella la nueva andanada de bombas, y fue la única que se dejó alcanzar; los otros dos esclavos pudieron apartarse a tiempo y tirarse cuerpo a tierra. Malherida y dolorida por las quemaduras, y con sus oídos pitando, comprendió que no podía vencer a la fuerza aérea. Entonces, en un último intento desesperado, concentró toda la fuerza que le quedaba en un único movimiento: desgarró el suelo, saltó por encima del edificio, y durante la trayectoria ascendente decapitó limpiamente a uno de los wyverns: los jinetes arqueros cayeron desde una altura mortal para ellos, y antes de aterrizar sobre el tejado, apuntó con cuidado y lanzó con todas sus fuerzas las dos hachas: decapitó a otro y al tercero lo hirió de muerte destruyendo su cuello, cayendo también. Le dolió el impacto a pesar de reducir la altura evitando caer sobre el patio, pero sobre todo le dolieron las fibras musculares rotas de brazos y piernas por el súbito sobreesfuerzo.

—¡Aargh! —se quejó con voz grave. Apenas vio venir una flecha que casi le alcanza la cara, pero pudo esquivarla en el último momento y rodó, se puso en pie y corrió sobre el tejado. Se forzó una vez más, rompió donde pisaba y saltó hasta la cima del muro exterior; creyó que no podría volver a andar, pero lo hizo. Cayó en el pasillo donde se apostaban los arqueros, y supo que tendría que acabar con ellos para poder escapar. Mucho más lento que antes, pudo alcanzar a uno de ellos esquivando hasta 3 flechas que, desesperado, intentó usar para defenderse. Sin piedad lo alcanzó, separó la cabeza del cuerpo y tomó su daga, arco y carcaj. Sus tiempos como cazadora empezaron con ese arma, y uno tras otro mató a todos los arqueros, alineados en fila, mientras esquivaba sus flechas. La muralla le protegía de los arqueros que disparaban a lo lejos, pero no se descuidó. Ni siquiera cuando le alcanzó el costado una de las flechas que vinieron de frente se dejó alcanzar por la que se dirigía directa a su oreja; se agachó a tiempo y se arrancó la que tenía incrustada, que sólo le había hecho una herida superficial. Por supuesto estaba envenenada, pero su regeneración pasiva, aunque lenta comparada con los hechizos, era suficiente en la mayoría de los casos. Especialmente durante la transformación.

Entonces tuvo que elegir: saltar al otro lado de la muralla y correr, con un wyvern sobrevolándola a prudente distancia, o intentar darles esquinazo en el interior. Sin tiempo para pensar decidió que necesitaba tiempo para curarse, así que abrió la puerta y se metió en el interior de la muralla exterior, en una de las compañías militares. Estaba vacío, como esperaba, y no había nadie durmiendo en las camas. La mayoría de ellos ya estaban muertos por su mano. Pero abrió los baúles a sus pies y encontró suficientes objetos de valor. Preparó un equipaje de emergencia en un par de minutos y se pertrechó con flechas y una segunda daga. Lamentó no encontrar armas mayores pero parecía ser el puesto de descanso de los vigilantes de las almenas.

Mientras tanto ellos organizaban el asalto despejando habitación tras habitación, y muy pronto la encontrarían, pero eso no era lo peor. Su cuerpo, aunque recuperado de la fatiga, heridas, veneno y lesiones musculares, no podría enfrentarse a ellos porque estaba llegando a su límite: cuando eso pasara no sólo recuperaría el cuerpo de mujer debilitándose, sino que el efecto de retroceso la destrozaría; cuanto más poder utilizaba más caro lo pagaba después. Y en ese momento quedaría completamente indefensa, sin siquiera poder moverse.

¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Un minuto? ¿Tres? En cualquier caso ya había empezado a debilitarse, y por mucho que intentara forzarse de nuevo el techo de poder máximo ya estaba decayendo rápidamente.

Se asomó con cuidado por la rendija de la puerta al exterior y vio que el wyvern en aquél momento estaba sobrevolando el otro extremo, dándole la espalda. Se agachó y con sigilo salió, cerró la puerta con cuidado, y se asomó buscando alguien que pudiera verla. El wyvern casi había terminado de alejarse en su patrulla y en seguida podría verla. «Ahora o nunca». Saltó agachada en el aire entre el hueco de los merlones (sobre las almenas) cuando pensó que nadie la veía. Cayó limpiamente en tierra blanda haciéndose daño de nuevo, y buscó cobertura visual del wyvern. Por alguna razón en aquél lugar había vegetación, aunque era escasa. ¿A caso no era parte del laberinto? ¿Era un pedazo desgajado de un mundo al que el nigromante tomó como de su propiedad? ¿La dimensión de bolsillo era apenas un campo de fuerza y en realidad estaba en un planeta ajeno al laberinto? No le importaba; tan sólo se escondió debajo de un pequeño árbol poco frondoso y permaneció inmóvil. Incluso contuvo la respiración cuando el monstruo la sobrevoló, pero no la vio.

—¡Mmmf! —cayó de rodillas y se tapó la boca intentando no gritar de dolor cuando el retroceso la sacudió. Se retorció como si tuviera un ataque epiléptico y temió que la viera en la siguiente pasada, pero pronto pudo recuperar el control de su cuerpo. Apenas podía moverse, como si estuviera gravemente enferma, pero recuperó la capacidad de pensar con claridad. Tras la siguiente pasada notó que el wyvern descendía al patio. Se preguntó cómo no la había encontrado el fantasma. ¿Quizá estaba ocupado liderando las tropas? En cualquier caso, con cuidado y de cobertura en cobertura, lentamente y esperando un tiempo prudencial, escapó; pero no podía dirigirse al portal que conectaba con el laberinto porque estaría vigilado. Y si en alguna parte otro portal llevaba al mundo de origen de aquél pedazo de tierra, sin duda también estaría asegurado. ¿Qué podía hacer, pues?

—Valystar… —susurró—. Ojalá estuvieras conmigo. Siempre sabes lo que hay que hacer.

Pero encerrada en su celda negra, sin un rayo de luz y aislada de todo y de todos, sin poder proyectarse al exterior y con su magia bloqueada, la princesa elfa no podía oírla.

Sólo dejaron a dos supervivientes del barracón de esclavos I, el que había sido el grupo más numeroso. Eran los diestros guerreros que le habían acompañado en el patio, que finalmente fueron reducidos al perder el refuerzo del aura de Roxan, no sin perder algunos miembros en su derrota. Los interrogaron por separado mediante tortura y después los mataron. Roxan no lo sabía pero se lo temía. «Lo siento chicos, pero al menos teníamos que intentarlo». Se enjugó las lágrimas con la manga y continuó arrastrándose lentamente, con el camuflaje que improvisó sobre su espalda con algunas fibras y ramas. Ya no iba desnuda porque se cubrió con ropas de orco que le iban enormes, pero eran marrón oscuro y ayudaban con el camuflaje. Siempre miraba atrás por si distinguía en la lejanía nuevos guardias vigilando para saber cuándo detenerse. Había agotado su maná y durante un tiempo ni siquiera lo regeneraría, así que no podrían localizarla así, y probablemente habían contado con hacerlo, así que pensó que finalmente le retroceso jugó a su favor. Recordó que el nigromante seguramente alzaría a los muertos y los esclavos sólo engrosarían sus filas de marionetas leales, aunque como zombis serían más débiles. «Todo esto no ha servido de nada», se lamentó. «Esclavos en vida y ahora también en la muerte».

A medida que sus quemaduras desaparecían por completo se impacientaba cada vez más. Quería echar a correr pero sabía que tenía que tener paciencia. Cada metro arrastrándose acentuaba su desolación, pero lo soportó. Ella siempre lo soportaba todo.


Arcturus estaba disfrutando de sus esclavas personales en su habitación cuando oyó el estruendo de las explosiones. Empujó a las dos que se la estaban chupando y se levantó de su silla; se asomó por la ventana y vio la lucha. Se asustó y cerró las cortinas. «El nieto del Amo de Todo no debe entrometerse en asuntos menores como fuga de prisioneros. Eso es trabajo de la tropa», pensó. Se dirigió a la cama y agarró del pelo a una de las esclavas, que arrastró y lanzó sobre el lecho, sin emitir esta una queja; se puso a horcajadas sobre su cara y le hizo lamerle el ano. No le gustaba hacer esfuerzos, así que ella tenía que mantenerlo levantado y a la vez separarle los glúteos, mientras él se dejaba caer sobre sus manos cómodamente, y ella tenía suficiente fuerza para sostenerlo con la firmeza de un verdadero asiento.

—Tú, ven aquí —llamó a la tercera—. Sigue chupando por delante —y 5 segundos después, en su postura relajada y «sentado» en la cama, su polla dura también estaba dentro de una boca sin siquiera cambiar de postura. Lo encontraba agradable—. Número Dos, enciende el fuego. De repente tengo frío.

Las tres mujeres, siempre resignadas y aceptando su nueva vida, se tragaron una vez más su orgullo y trataron de servir como mejor pudieron al amo que les habían asignado. Habían tenido suerte, pensaban, porque podría haberles tocado algo con polla descomunal como un alto orco y siempre les dolería. Además, por su estatus aquél hombre nunca se vería envuelto en batallas; y sobre todo, sus apetencias eran comunes y simples, sin ningún capricho sádico o peligroso. Sabían que otros en aquél lugar eran torturadores por vocación. Así que con aquél tenían vidas tranquilas, sólo tendrían que limitarse a tenerlo contento y hacer tareas domésticas a su alrededor. Es más, incluso tenía la cortesía de hacer rotación para penetrarlas, por lo que solían estar recuperadas entre polvo y polvo. Por supuesto dependía de ellas tener la precaución de haberse puesto aceite lubricante cuando las mandaba llamar; debían estar preparadas por si a su amo le apetecía usarlas por delante o por detrás, así como tener también limpio el culo, por si a caso.

Pero aquél día estaban preocupadas. Les habían llegado rumores de la revuelta de esclavos, pero para no meterse en líos y evitar ser interrogadas (torturadas) se lo callaron. Y cuando el ruido de la lucha les alcanzó, apenas pudieron ocultar su miedo lo suficiente para no despertar sospechas. «Yo no tengo nada que ver», pensaba una. «Yo no sabía nada», se mentía a sí misma otra. Pero la tercera, la que preparaba el fuego, sintió cómo la esperanza la llenaba, y vio la oportunidad. Tomó un atizador y se acercó al amo mientras estaba con los ojos cerrados, estremeciéndose con la doble estimulación. Lo golpeó con todas sus fuerzas y ambas manos en la cabeza, y perdió el sentido.

—¡Vamos! —exigió a las otras, y las tomó de las manos sacándolas a rastras de la cama mientras estaban aturdidas. No sabían qué hacer. Habían olvidado lo que se siente tomando decisiones. Ella las sujetó del cuello y les miró amenazante.

—¡Nos vamos ahora mismo, esclavas! ¡Corred, ya! —las soltó y las guió—. ¡Vamos, vamos, vamos! —ellas seguían aturdidas pero obedecieron casi por reflejo.

El edificio estaba casi vacío, sólo vieron a un par de altos orcos que no estaban de servicio. Uno las reconoció y las saludó con la cabeza. Era extrañamente familiar con las esclavas humanas, pero no le dieron importancia. Entonces oyeron un gorgojeo y se volvieron. Había degollado a su compañero.

—Venid conmigo —ordenó—. Gorrak me ha pedido que ayude a las esclavas que estén a mi alcance. Está claro por vuestro miedo que estáis huyendo. Creo que puedo escabulliros, pero tenéis que seguir mis órdenes.

—A sus órdenes, mi amo —respondieron al unísono por disciplina.