Dentro del Laberinto - 15: El trío y La Familia

Respuestas, relaciones, y sexo por amor.

—Puedo superar la mejor oferta del amo de la mazmorra —aseguré desafiante, sosteniéndole la mirada. Su risotada sonó como un ladrido.

—¡Me gustaría verte intentarlo!

Me señaló con la espada y supe que me ofrecía mis últimas palabras; con la misma certeza que mis instintos me advirtieron de peligros anteriores, supe que estaba a punto de morir. No podía echarme atrás, era todo o nada.

Lo primero que hice fue tutearlo y dejar de parecer asustado. Reuní toda mi fuerza de voluntad y le planté cara con toda la arrogancia de que fui capaz, a su mismo nivel.

—Tus instintos te decían que no éramos aventureros, sino héroes; ¿sabes qué? Tenías razón: Vamos a subir de nivel sin corrompernos, vamos a armarnos en lugar de usar sus juguetes sexuales, y no pararemos hasta pegarle una patada en el culo a su culo fofo. Lo expulsaremos del trono, le robaremos el cetro y seremos los nuevos amos. ¿En qué bando quieres estar cuando suceda?

Sus carcajadas sonaron forzadas por primera vez. Disimulaban su mirada evaluadora. Debía preguntarse si era sólo un fanfarrón o realmente tenía posibilidades. No importaba, aquella criatura valoraba el coraje y el honor, pero por encima de todo, su propio interés: Era mercenario.

—No tenéis ni una sola posibilidad. ¿Cómo podríais, si ni siquiera yo puedo?

Sonó como un tanteo al inicio de una negociación; un mercader preparando el precio desde el que regatear. En aquél momento me di cuenta de que ni el cubo ni el chico moreno estaban cerca, pero no podía preocuparme de ellos.

—Primero: A diferencia de los otros aventureros, nosotros estamos obteniendo recompensas útiles. Segundo: Al contrario que los aventureros que usaron el espejo paralizante, que avanzaron sin subir de nivel todo lo que deberían, nuestro nivel ya está por encima de 30. ¡Y sólo vamos por el sexto piso! Si crees que es accidental, todavía no comprendes lo que tienes delante. Si crees que la tendencia no se va a mantener, sólo espera y verás. Tercero: Valystar está de nuestro lado y ya me ha dado mucha información. Cuarto: ¿Qué pasaría si al llegar a su piso, alguien liberara a los esclavos, y los armara para que lucharan a su lado? Quinto: —hice una pausa dramática intentando improvisar, pero no se me ocurría nada.

—Quinto: —intervino Mary—, esa chica rubia que acabas de ver estaba secuestrada por el amo de la mazmorra en su zona privada. Pues bien, ya la hemos rescatado. Si querías saber si somos héroes, ella es la prueba.

El monstruo guardó silencio, y era más prudente que respetuoso o reflexivo; de repente comenzó a tomarnos en serio. Pero nos puso a prueba una vez más.

—Si lo que has dicho es verdad, olvídate de usar a los esclavos contra él: Todos están controlados con hechizos. Nunca podrían traicionarle.

Mary y yo nos miramos un momento, dudando, y él lo aprovechó: Como si se hubiera teletransportado, usó toda su velocidad para embestirme con su espada; por puro reflejo apenas pude mover el hacha lo justo para evitar el golpe mortal, pero la potencia fue tal que atravesé la ventana del salón de cabeza y mi espalda se deslizó sobre el césped. Lo sentí como si fuera agua y cayera de un tobogán gracias al poder que había conseguido. Dos segundos después me había puesto en pie y saltado al interior de nuevo. Mary había sido desarmada y la vi caer al suelo con la espada en el cuello, mirándome.

—Sois torpes, decididos pero novatos. Puede que sea cierto que sólo vais por el sexto piso.

—Ven con nosotros si dudas.

—¡Ja! ¿Pretendes que os ayude a avanzar? Entonces me tomas por idiota.

—No. Pretendo que nos veas luchar; verás cómo vencemos a los jefes del séptimo piso, y que todo lo que hemos dicho es verdad. Y entonces, cuando aceptes lo que tienes delante… —alcé mi hacha hacia él, imitándole—, te pondrás de nuestro lado. Vamos a destronar a ese bastardo.

El hombre-león hizo un esfuerzo por no reírse de nuevo, pero al final, volvió a estallar en carcajadas.

—¡Está bien, chico! Veré de qué sois capaces. Una vez yo mismo probé suerte, ¿sabéis? Pero fui más sensato que vosotros y supe retirarme a tiempo —puso su espada en el hombro otra vez—. No estoy aquí para perder el tiempo. ¿A qué estáis esperando?

Mary me miró, recuperó su daga y no supo si mantener su postura de combate. Le hice un gesto con la mano que supo entender y trató de relajarse.

—Si tú vas en medio —le dije—, ella podría atacarte por la espalda, y tú podrías atacarme a mí. ¿Te parece buena solución?

—Como si un ataque por la espalda de esta chiquilla con su daga de juguete pudiera herirme. —Señalé una junta sobre su bota izquierda y vio un hilo de sangre. —¡¿Qué?! ¿Pero cuándo…?

—Cuando me desarmaste. Acompañé el movimiento —Explicó—. Tenemos magia para curar ese veneno, te sanaremos cuando estemos seguros de que no… —El monstruo sonrió desafiante y se curó a sí mismo. No parecía usar ningún objeto. Mary no terminó la frase.

—Eres ligeramente mejor de lo que esperaba, lo reconozco —en aquél momento, su ojo, siempre cerrado por su cicatriz, parecía estar guiñándoselo casi como si coqueteara. Se dio la vuelta y avanzó delante de nosotros—. ¡Vamos! —ordenó—. Hace años que no doy un paseo por los niveles inferiores.

En aquél momento no podía creerlo. ¡Había funcionado! Al igual que con el mago de los gólems y Valystar. Y entonces vimos el resplandor dorado en nuestras manos. Subí 3 niveles, del 32 al 35. Fue la única prueba que necesitaba para estar seguro de que el laberinto aceptaba la «elocuencia» como método de victoria. Pero me pregunté cuánto podríamos haber subido en caso de matarlo en combate…

—Yo 3, ¿y tú? —me preguntó ella susurrando.

—¿Sabéis que os oigo aunque susurréis, verdad? —nos dijo sin darse la vuelta, bajando por las escaleras del sótano.

—Yo también.

Había conseguido 6 niveles, repartidos, sólo con elocuencia. ¿Sería posible vencer así al mismísimo rey del laberinto? «No, es imposible. No tendría sentido», decidí. Llegamos abajo y el cubo nos estaba esperando, tirado en un rincón, como si fuera basura; supe que era su forma de disimular, y funcionó con él, que pasó de largo. Lo cogí y lo llevé al hombro. Le emití un poco de maná, que hizo que el hombre me mirara por un segundo, y el cubo volvió a flotar. Por las instrucciones sabía que no consumía maná y tenía alcance ilimitado, por lo que sólo estaba fingiendo manteniendo el perfil bajo. «Chico listo», pensé. Esa cosa podría haberlo partido en dos por capricho en caso de verlo flotando por ahí. Continuamos casi en línea recta hasta llegar a la salida, con la puerta abierta hacía ya… ¿Cuantos días? ¿Cuántas semanas?

Los dos primeros pisos en su mayor parte parecían minas de carbón, con soportes de madera y galerías que parecían excavadas a mano, salvo por los huecos de puertas bien definidos y con esquinas afiladas, pero nunca había puertas con la excepción de la que bloqueaba el paso al siguiente piso. Vimos los huesos de goblins y pensé que se descomponían antinaturalmente rápido.

El tercero tenía muchas partes construidas en ladrillo visto, de piedra y algunas partes de arcilla, dando un aspecto irregular y tosco, como si un arquitecto fuera añadiendo ideas al recorrido original.

El cuarto piso era mucho más detallado y refinado, especialmente la zona de la bóveda gigantesca de la araña; vi estatuas de piedra blanca que la vez anterior me habían pasado inadvertidas, quizá porque la telaraña se había disuelto. Del cadáver sólo quedaba la piel negra, arrugada y seca, enorme como una carpa de circo (o casi). En general, me recordó a catacumbas romanas clásicas.

A medida que profundizábamos era como si todo fuera más «civilizado», a su manera. La entrada en mi casa parecía un boquete hecho por un desprendimiento en una cueva húmeda en una playa, salvo por la trampilla y los escalones. El quinto piso ya no parecía una cueva, sino el interior de un edificio sin ventanas, quizá de estilo romano clásico; había partes labradas bastante elegantes, y algunas columnas. Lonas de colores, parecidas a banderas medievales, decoraban algunas paredes, ya viejas, agujereadas y desgastadas. La sala del kóbold gigante y bípedo recordaba a la sala de un trono antiguo y humano, ocupado por aquellas criaturas… salvo por el detalle del alto techo y enorme trono a juego con su ocupante.

La otra mitad del quinto piso recurría a piezas metálicas oxidadas y verdosas, y estatuas de algo parecido al jade. En mi cabeza había algunos toques de estilo casi steampunk al contemplar esos mecanismos y trampas rudimentarios, aunque no había rastro de máquinas a vapor. Justo antes de cruzar el umbral al sexto piso, me di la vuelta y contemplé con nostalgia la sala vacía de Valystar.

—¿Ya tenéis hechizos para el frío? —Preguntó el guerrero—, no pienso guiaros; mas os vale que sepáis el camino.

—No será problema —repliqué—, esto es sólo una de las recompensas útiles que hemos conseguido en lugar de juguetes trampa sexuales.

Llegamos abajo y vi la entrada oficial al sexto piso como la había visto mi compañera: en lugar de estar rodeado de nieve y un paisaje abierto, en montañas nevadas y rodeado de bosque, grandes pasillos con escarcha resbaladiza por todas partes, plataformas y mecanismos metálicos para accionarlas. Habíamos dejado atrás la labranza de albañiles y artesanos, y nos adentramos en terreno forjado por gigantes.

—Ábrete —ordené al cubo, y sin decir una palabra para no atraer la atención, lo hizo. Sacamos nuestra ropa de abrigo y nos vestimos—. Muestra el mapa.

Proyectó un holograma mágico y el monstruo sonrió.

—¿A quién se lo habéis robado?

—Nosotros conseguimos cosas útiles —repetí.

—A mí no me engañáis. Habéis rapiñado en alguno de los mundos conectados, como todos.

—Lo verás la próxima vez que consigamos recompensas —no me contestó y tomé nota mental de que «lo normal» era salir a aprovisionarse en mundos paralelos, en vez de retroceder hasta la entrada del piso 1. Pero volver al territorio de la bruja no era una opción. Tendríamos que encontrar salidas a otros mundos. Recordé la del piso goblin, con las lunas verde y rosada, y el presentimiento de que algo muy peligroso nos acechaba; también lo descarté.

Caminamos directos hasta el territorio del wyvern vencido, y accionamos algunas palancas de plataformas para llegar hasta allí; Mary comprendió que había partes pensadas para atascar intencionadamente a quien intentara avanzar por sí sólo, y por eso se había visto obligada a recurrir al cubo flotante para tomar atajos. También resolvimos algunos puzzles para ello, porque me parecieron fáciles y me negué a que el león nos viera hacer cualquier tipo de trampa. Ella se sorprendió por lo bien que se me daba, lo supe por su mirada, pero no dijo nada. Comprendí que ella los había dejado por imposibles o dejado para después, mientras perdía el tiempo dando vueltas.

Vimos algunos hobgoblins de tez oscura y violácea, bien arropados; intentaron atacarnos con arcos y lanzas, pero Mary no les daba tiempo: los mató a todos a la primera con su ballesta; les acertó siempre en la cabeza haciendo daño crítico con los proyectiles mágicos, y con nivel 37 eran mucho más poderosos.

—Ojalá me hubiera sido tan fácil cuando… —pero no terminó para no dar demasiada información al enemigo. Le puse la mano en el hombro.

—Buen trabajo, Mary.

El acertijo que abría el gran portón hasta el wyvern ya estaba resuelto y este permanecía abierto. Entramos en la explanada con las trampas desmontadas, y vimos el esqueleto de esa especie de dragón pequeño y sin patas delanteras.

—Me gusta matarlos —comentó la bestia—, siempre son muy entretenidos.

—Muy cierto. Oh, ¿Y tu mundo con qué piso del laberinto conecta? —pregunté. Llevaba tiempo esperando la oportunidad en que se pusiera locuaz.

—¡Ja! Como que te lo voy a decir. —Y se rió de nuevo, caminando frente a nosotros. Tuve que apostar.

—¿Vienes del mundo con la luna verde y la luna rosa? El que conecta con el piso de los goblins, el segundo.

Dio un paso en falso, dudando, y supe que había acertado. ¿Pero qué era ese sentimiento de peligro a sus puertas?

—Cuando entramos allí, noté como si algo nos estuviera observando —le dije—, algo muy peligroso y apunto de…

—Goblins —dijo secamente.

—Sí, en el piso de los… —se volvió y me miró con severidad durante un larguísimo segundo.

—Eran goblins.

Algo en su voz me hizo entender que no tenían nada que ver con los del interior de la mazmorra; tragué saliva y continuamos.

—A partir de aquí es terreno inexplorado para nosotros —dijo Mary como si rompiera el hielo; prácticamente no hablaba con esa cosa delante.

—Ya veo. Entonces… —se giró y nos miró con una mezcla de sarcasmo y maldad, haciendo un gesto teatral para que le adelantáramos— vosotros delante.

Mary no se fiaba de él a nuestras espaldas y no le quitaba ojo, mientras avanzábamos por el interior de un desfiladero de piedra y hielo. Sin embargo, de algún modo yo sí confiaba en él, al menos de momento. Así se lo hice entender con una mirada serena que la tranquilizó un poco. Pensando en cómo ella miraba a su alrededor, para vigilarlo, decidí que yo debería examinar el terreno; me llamó la atención las esquinas curvadas de la base del acantilado, en lugar de formar un ángulo recto con el suelo. Me vino la inspiración y miré a la criatura: estaba detenida demasiado lejos, y sonreía con una mueca.

—¡Una trampa! ¡Flotemos!

Ambos saltamos sobre el cubo y este se elevó, sin problemas con nuestro maná combinado para levantar nuestro peso. Sabía lo que iba a pasar durante demasiados incómodos segundos durante los que temí parecer un completo estúpido, pero finalmente sucedió: un grupo de hobgoblins asomaron sobre el desfiladero empujando un montón de rocas redondas que cayeron desde más de 20 metros, y al llegar abajo no se detuvieron, sino que tomaron las dos curvas sobre el suelo y volvieron a subir; y a bajar, y a subir, y a bajar… a nosotros no nos afectó aquél caos de pelotones de piedra de dos metros chocando entre sí como bolos, pero poco faltó cuando uno de ellos chocó con una esquina del inventario y nos empujó unos centímetros desequilibrándonos; ella me sujetó y evitó que cayera y me atropellaran.

—Se van a enterar —anunció Mary. Habíamos elevado el cubo todo el tiempo y cuando finalmente sobrevolamos sobre el hueco, vimos a un montón de hobgoblins arqueros, y nos separamos repartiéndonos ambos lados. Era la primera vez que mataba monstruos con el enorme hacha de doble hoja, y se me hizo raro cómo me frenaba la inercia y tenía que calcular el movimiento, pero era un gustazo arrasar a varios a la vez partiéndolos por la mitad. Ella se bastó con un sprint y la daga cortando sus cabezas. No les dimos oportunidad de reaccionar. Miré a nuestro alrededor y no había nada, estábamos prácticamente «fuera del mapa». ¿Podríamos aprovecharlo? Sobre nosotros había una gran distancia hasta el techo de hielo, como si fuera una habitación para gigantes. Pensé en el frío, y se me ocurrió que lo único bueno de aquél lugar comparado con los días que pasé con la bruja, era la ausencia de viento, incluso en aquél punto, que parecía la cima de aquél micromundo. Sabía que el viento afecta a la sensación térmica, y además iba con ropa de invierno y abrigo impermeable. Pero era cuestión de tiempo que nos heláramos, como ya le había pasado a Mary.

Oí cómo el hielo se rompía y vi cómo el guerrero escalaba hasta nuestra posición, sólo con sus zarpas incrustándose en el hielo que cubría la pared opuesta. Cuando llegó arriba nos sonrió y saltó a por nosotros.

—Buenos reflejos pero poca previsión —nos juzgó—. Sin esa cosa que vuela podríais estar muertos.

—Nos has visto luchar —dijo Mary en tono desafiante—, ¿de verdad crees que unas cuantas rocas nos matarían?

—Lo más probable es que uno se hubiera librado y el otro estuviera gravemente herido. —respondió encogiéndose de hombros—. Entonces sería una carga para su compañero. Se supone que los equipos son de más de dos miembros, si tuvierais más miembros alguno podría haberse concentrado en las trampas en lugar de preocuparse por mí.

—Te hemos visto luchar —le dije yo—, ¿de verdad crees que el resto de nuestro equipo se hubiera preocupado de las trampas en vez de ti?

Ahí estaba de nuevo, una carcajada que sonaba como ladridos, con ambos ojos cerrados, y tuve la tentación de atacarle, así que puse la mano ante Mary para que ella no lo hiciera. Acerté por cómo me miró, frustrada.

—Tienes razón, chaval —dijo al final—. Volvamos.

Y sin una palabra más, saltó al barranco. Segundos después oímos el impacto y el crujido del hielo cuando aterrizó. Eso me hizo pensar en un lago helado rompiéndose y tragándoselo.

—Mary, ten cuidado. Creo que el hielo podría hundirse a nuestros pies. ¿Cómo vas de maná?

—Muy bien, creo que regenero lo mismo que gasto para flotar. Quizá más.

—Yo también. ¡Vuelo ilimitado! —me emocioné.

—No, sólo cuando nos movemos lentamente. Ya tengo práctica con el cubo de mi vez anterior. El consumo crece de forma casi exponencial aumentando la velocidad y el peso.

Fuimos prudentes y bajamos sobre Adhae Mory, y ya no desmontamos, siempre a un metro sobre el suelo para evitar pisar interruptores, hielo quebradizo, o patear cables. Él parecía decepcionado al salir del desfiladero a otra gran llanura, y cuando se alejó de nosotros dando un rodeo estuve seguro de que estábamos sobre un lago helado.

—¡Kikiki! —gritó señalándonos un hobgoblin que apareció al extremo opuesto del desfiladero, tras un recodo. Tras él aparecieron varios más, y todos llevaban cetros llameantes.

—¡Un grupo de hechiceros de fuego! —Advertí.

—Arriba —dijo ella soltando mi mano y apuntándoles con su derecha; comprendí que quería estrenar sus hechizos de hielo y pensé que era mala idea, a esa distancia era mejor la ballesta.

—¿No están demasiado lejos? Las estacas tienen alcance limitado.

—Por eso subimos.

Los monstruos bombardearon el lago con su primera ráfaga, y se convirtió en un archipiélago de hielo flotante. Pero los 8 fueron asesinados por Mary antes de que nos atacaran directamente a nosotros con su segunda andanada, que ya estaban conjurando; tuvieron fuga de maná con los impactos de estalactitas atravesándoles el pecho o abdomen y sus hechizos fallaron.

—¿Era tu primera vez? ¡Incluso has compensado el movimiento del cubo! —la elogié mirando el resplandor en mi mano. Apenas cabíamos juntos sobre el Adhae Mory, y nos sujetábamos de una mano mutuamente para guardar el equilibrio, espalda contra espalda, cubriéndonos o poniéndonos de lado contra el mismo objetivo. Tras una pausa con aquella encantadora sonrisa, respondió quitándose mérito.

—Ellos no se movían, y nuestro movimiento era estable y predecible. Y las estacas de hielo son muy gordas. Pero no era mi primera vez; ya estudié su alcance y parábola con los otros goblins, aunque tenían hechizos contra ataques de hielo en sus ropas: las estacas rebotaban sin herirlos. ¡Pero estos eran usuarios de fuego! Ya tenía ganas de estrenarlo.

—Ahora soy de nivel 36 —anuncié—. Supongo que podemos dar por concluida la limpieza de esta mitad del piso.

—38. Y se me ha recargado el maná por subir de nivel. Tengo el 100% de saetas…

Hizo que dejáramos de ascender y la entendí; vi cómo el león andante seguía bordeando el lago tranquilamente, como si diera un paseo tomando el fresco. Desde nuestro punto de vista, estaba atrapado en un pasillo, frente a una pared blanca; era una inmensa galería de tiro de 200 metros. Imaginé la tasa de éxito que podríamos tener bombardeando con todas las saetas posibles a esa cosa. Decidí que no valía la pena intentarlo, era demasiado peligroso.

—Ni lo pienses —dije sin concretar, porque probablemente podría oírnos—, ¿cuánto maná gastas con la ballesta?

—Poquísimo. No es un crecimiento lineal acorde al nivel.

—Debe ser por habilidades pasivas.

Finalmente nos reunimos al otro lado y tomamos el recodo.

—¿Cuál es el nombre de este guerrero, señor? —le pregunté recuperando el tono formal, flotando con Mary, tomando su mano con la izquierda y sujetando mi hacha con la derecha, cubriéndonos mutuamente las espaldas. Ella parecía no tener problemas de puntería con la ballesta en su mano izquierda.

—Puedes llamarme Tom —dijo sencillamente, y tomó el recodo. No sabía si adelantarse significaba que no nos esperaban trampas, o que no quería volver a darnos pistas.

—Oye Mary, ahora que lo pienso… Todavía no sé qué recompensa te dio el wyvern.

—Ahora que lo dices, yo tampoco.


Valystar llegó a la sala del trono y anunciaron su nombre; ella iba encadenada como precaución y para demostrar su estatus de esclava en la corte. El hecho de que tuvieran que tomar esa medida de seguridad, sabía Valystar, significaba que el nigromante no confiaba plenamente en su contrato ni en sus conjuros de control. «Lo que significa que puede ser derrotado». Era la primera vez que la hacían ir en persona a la Torre Negra, que desde aquél día sería conocida como La Torre De Los Gritos. Oyó cómo los parientes del nigromante, híbridos de distintas razas, hijos, nietos y hasta algunos chiquillos bisnietos, opinaban sobre ella; como siempre, lo que les llamaba la atención era el tatuaje tribal blanco en su frente, y que caminara con los ojos cerrados. Se detuvo a la distancia correcta, se inclinó y saludó con los modales correctos, y se presentó a sí misma, aunque fuera redundante.

—Silencio —la cortó. Ella podía ver el cascarón y al hombre oculto bajo él. En secreto era un hombre pequeño y bajito, como su nieto malhumorado, que aguardaba tras ella; pero al mundo siempre ofrecía una ilusión imponente, un enorme y curtido guerrero con armadura pesada y yelmo de cuernos, un semigigante oscuro y temible. Emitía presión psíquica para ser el centro de atención, e infundir miedo, lo que los de su tipo confunden con respeto. Pero ella sabía la verdad, siempre la sabía acerca de todos. Le resultaba tan fácil ver… no era sólo lo oculto a la vista, era la imagen que formaban también los huecos, y lo que se pretendía mostrar. Las personas siempre le mostraban su verdadera naturaleza incluso cuando intentaban ocultarla activamente. Y aquél hombre aterrador y dominante, en su interior, no era mas que un cobarde aterrorizado del mundo, que además estaba sediento de aprobación, atención y respeto; era como un niño malcriado que, para desgracia de todos incluido él mismo, confundía con juguetes armas de verdad.

—Vos me habéis llamado, majestad —el cascarón respondió con un violento puñetazo de martillo sobre el trono, y todos salvo ella se encogieron por un momento.

—Eres una traidora, Valystar.

—¿De qué se me acusa?

—De conspirar contra mí, EL REY. De ayudar y proteger a un invasor en lugar de cumplir con tu deber. ¡Y de herirme intencionadamente! —Y en ese momento la señaló acusadoramente. El asombro se extendió entre los asistentes, en pie tras ella.

—¿Cómo os he herido, exactamente?

—¡No juegues conmigo, mujer!

—Insisto en saberlo, me puede la curiosidad, oh, gran rey, rey de todos, rey de la mazmorra: ¿cómo una esclava atrapada en la sala de placer, proyectando ilusiones al quinto piso, os ha podido herir? Es imposible dado vuestro inconmensurable poder, ¿cómo podría haber logrado tal proeza? Estoy segura de que todos los presentes están ansiosos por saberlo.

«¡Sí!», «¡Dínoslo!», dijeron algunos de los más jóvenes. «¡Confiésalo tú!», respondió uno de los más viejos. Se impuso el silencio cuando el rey alzó la mano.

—No cambiará nada, pero, ¿tienes algo que decir en tu defensa, traidora?

Para los demás su voz sonó fría, la voz del juez dictando sentencia, la del verdugo dando los buenos días preparando el nudo de la soga. Para Valystar sonó como la rabieta de un niño frustrado.

—Todos conocemos la importancia del karma en este laberinto: el tipo de acciones que acometes te son devueltas; por ejemplo, el refrán humano que dice «quien a hierro mata, a hierro muere». O en este caso, La Sala de La Lujuria…

—¡SILENCIO! —gritó poniéndose en pie, y ella reprimió una vez más su risa sin mostrar un sólo atisbo de ella—. ¿Cómo osas… tú… cómo te atreves…?

—«Me encanta que me follen por el culo, ¿a ti no?» emitió a todos los presentes telepáticamente menos a él. Dos segundos de estupefacción, y el nuevo discurso del rey fue interrumpido por una explosión de carcajadas.

—¡¿Qué?! ¿Cómo? —Frente a su trono, retrocedió, chocó y se cayó de culo sobre el asiento—. ¿Qué ocurre? —Preguntó inseguro. Pero nadie respondía, todos evitaban mirarlo, unos se aguantaban más la risa que otros, o se miraban entre ellos tapándose la boca; se les saltaban las lágrimas, y el hombrecillo bajo el disfraz temblaba—. ¡¿Valystar, qué has hecho?!

—¿Puedo hablar ahora, amo?

—¡Soy tu rey!

—¿Ya no eres mi amo?

—Lo soy —se dio cuenta a tiempo de que no reconocerse como su amo cancelaba el contrato de esclava.

—Mientras seas mi amo, jamás serás mi rey.

—¡Seré tu rey, ahora y siempre, esclava!

—Sí, amo, seré tu esclava mientras dure el contrato.

—¡Tu rey!

—Tú, rey.

—¿Qué?

—¿Qué?

—¡Azotadla!

Uno de sus hijos, conteniendo la risa, avanzó y la azotó con un látigo de 7 colas en la espalda; ella no emitió ni un gemido de dolor, puesto que pausó los receptores de dolor del cerebro con magia ilusoria.

—¡Otra vez! —Lo hizo—. ¡No pares!

La empujaron dentro de una celda de la torre, sin ventanas; la puerta era maciza. No circulaba el aire ni entraba un rayo de luz. 4 paredes y un techo, en un espacio de 2 metros de lado. No había cama, ni siquiera un montón de paja para sus excrementos como en las celdas de castigo normales de los esclavos. Valystar comprendió que los que eran encerrados allí nunca salían, y pensó que su capacidad para no sentir dolor era realmente frustrante para el anciano. Lo llamaba anciano porque ya estaba marchitado para su raza, aunque ella tuviera una edad similar. Todavía recordaba cuando llegaron juntos al laberinto, los 3 compañeros de aventuras invitados directamente al piso de los vampiros. Sentada en silencio sobre la dura piedra, recordó cómo era él por entonces. Siempre sintiéndose a la sombra de su compañero, atractivo, fuerte, popular. Celoso de que ella lo prefiriera a él, sin entender las razones, perdido en su egocentrismo. Siempre intentando competir contra todos, siempre ocultando su miedo a todo, siempre intentando tenerlo todo. Valystar no sabía qué clase de educación o padres habría tenido para ser así, pero no importaba. Estaba loco; o al menos, tan loco como puede estar un cuerdo. Al final, él mismo mató a su antiguo camarada y compañero de armas, traicionándolo dentro de la mazmorra. Ella no supo ver con claridad la oscuridad que se formaba en su interior hasta que fue demasiado tarde. En un abrir y cerrar de ojos, se hizo con el cetro ante la agonizante mirada de su amigo, que estuvo a punto de tomarlo para abrir las puertas y usar la mazmorra como paso franco conectando una red de mundos, como ella había propuesto. Las posibilidades de intercambio de información, tecnología, magia y cultura, se evaporaron. Las posibilidades comerciales y de exploración se convirtieron en sombras de guerras y alianzas en la turbia mente del hombre. Convirtió la mazmorra en su reino fortaleza, sus monstruos se erigieron en sus ejércitos, y la esclavizó incluso a ella, a quien había llamado amiga los anteriores 2 años. «Si no eres mía como mujer, serás mía como esclava», le dijo. «Tener una esclava no es tener una mujer, ignorante», le respondió entonces.

Estuvo sumida en sus pensamientos, atrapada dentro de la celda aislante que le impedía proyectarse al exterior, incomunicada y ciega por tercera vez en su vida. Pero el miedo no la controlaría: ella controlaría al miedo.


El enorme guardaespaldas piel-roja, alto orco con barba blanca, entró de nuevo en La Sala de La Lujuria. Esa vez iba sólo.

—¿Qué le habéis hecho a Valystar? —preguntó Roxan sin más rodeos.

—El amo la ha encerrado en una celda negra.

—¿Entonces es una condena a muerte?

—Como si estuviera emparedada. ¿Por qué no parece que le afecte, señorita Roxanian?

—En cambio tú pareces triste, Garrok.

—Mi hermano Garruk ha muerto.

—¿Quién ha sido capaz? —se levantó de la cama al preguntarlo, y él la vio desnuda. Pero a ninguno le importaba. Se acercó silenciosamente hasta ella, hasta tenerla a centímetros, inclinado sobre ella; se acercó hasta su oído, y comenzó a hablar en susurros:

—La espada de Arcturus atravesaba su cuello. Lo asesinó por la espalda, en el patio —destapó un bulto de tela que llevaba en su cinturón, y ella vio la espada ensangrentada que apenas una hora antes había pateado de la mano del asesino.

—¡No! —ella se tapó la boca, acongojada. «¿Cómo podría haber hecho algo tan horrible a un hombre tan honorable? —pensó ella—. Matarlo por sorpresa, por la espalda, sin siquiera un desafío. Negarle la muerte del guerrero…».

—Arcturus descubrió algo, supongo. O Él lo descubrió, y se lo ordenó a su nieto.

—¿No estarás insinuando…? —respondió ella también en susurros.

—¿Tal vez mi hermano tramaba un plan de escape?

—Dio su palabra al aceptar el contrato. No lo creo.

—Los elfos le metieron algunas ideas en la cabeza —susurró con desaprobación—. Una vez me dijo que «dar la palabra bajo cocción no es un verdadero juramento».

—¿Quieres decir coacción?

—No, cuando te esclaviza, el contrato mágico te cuece las tripas.

—Ah, claro.

—Los elfos son muy quejicas, ya sabes. Y hablando de tu amiga…

—No estará allí para siempre —ella dejó de susurrar y se separó. Se sentó sobre la cama, a medio metro de él, la cabeza a la altura de su cintura, mirando a la nada.

—¿Por qué crees que saldrá viva? —preguntó él con voz normal.

—El amo y ella tienen un pasado.

—Había oído rumores, pero nunca los creí.

Roxanian estaba segura de que Garruk tramaba una gran fuga de prisioneros, porque Valystar había reunido algunas pistas. Apenas pisaba el mundo real desde hacía muchos meses subjetivos, antes de Susan, porque en aquella zona el tiempo iba acelerado y ella quería investigar fuera. Y además era un método muy lento porque su fantasma astral era vigilado, así que tenía que deducirlo todo desde la distancia, prestando atención a lo que sus vigilantes no se la daban. Por ejemplo analizando los movimientos de tropas a lo largo del laberinto y la red de mundos. O escuchando las quejas sobre sutil falta de comida en el rancho de los soldados, sin relación con recortes en cocina: tal cosa podría ser una pista de que los esclavos robaban alimentos para acumular provisiones en un escondite, para una fuga y éxodo a alguno de los mundos.

Aunque no podían arriesgarse a hablar de algo así a las claras en aquél lugar, Valystar y Roxan tenían años de experiencia comunicándose de forma indirecta, incluso sin la telepatía (interceptable) de Valystar. Lo que decía o no decía, la forma en la que lo decía, y cómo no cuadraba con el comportamiento y forma de hablar de la elfa, le daba a entender entre líneas más que suficiente. De hecho, evitaba usar la telepatía porque era lo que vigilaban con atención. A Roxan tan sólo le faltaba un nombre, el organizador de todo aquello para saber a quién seguir y pedir ayuda, y ahora lo tenía… pero estaba muerto. «Asesinado por ese pequeño bastardo de Arcturus, hijo de una de las esclavas violadas». Valystar la había conocido muy bien, pero ya estaba muerta. Fue anterior a Roxan.

—Tu hermano era un hombre honorable, Garrok —lo consoló tomándole gentilmente la mano ante ella.

—Gracias, señorita. Si es posible que el amo perdone a tu amiga… intentaré hablar con él, cuando se le pase el enfado.

—Ya sabes que es muy rencoroso, y que el tiempo en la torre va mucho más despacio. Tardará mucho. Los dos moriremos de viejos esperando porque aquí el tiempo va acelerado, y tú me llevas décadas de ventaja —él le posó la mano en la cabeza, y le acarició el pelo.

—Eres buena, Roxan —ella alzó la cabeza bruscamente al perder por fin las formalidades, y él se sorprendió con aquellos ojos azabache brillando y sonriéndole, y entonces ella abrazó todo su grueso brazo, apoyando las mejillas en él, con los ojos cerrados, en un gesto de cariño. Él no supo si cerrar la mano o dejarla abierta, por si rozaba algo indebido.

—Al menos te tengo a ti, viejo.

—¿Alguno de los guardias de la puerta ha hecho… algo, últimamente?

—Lo intentaron con Susan, la nueva. No se lo permití.

—Muy bien.

Él se zafó de su abrazo, pero ella se resistía, así que tuvo que deslizar hacia arriba, y sintió la suavidad de sus pechos acariciando su brazo, y tragó saliva, avergonzado. Ella puso cara de hacer una travesura. A Gorrak le resultaba difícil pensar en ella como alguien con edad suficiente para él, además de ser de otra raza. Él se consideraba un guerrero tradicional, de los de casarse  y morir luchando a los 30; si había suerte, después de ver a su nieto cazar sus primeras presas. Pero para entonces ya era prisionero y no tuvo la oportunidad de una muerte honorable. A sus 50 años llevaba una década con el cabello y la barba blancos, y ya debería ver a su bisnieto cazando su propia comida. Pero a veces, cuando aquella chica cogía confianzas con sólo ellos despiertos en la habitación… «¡Pero si parece que casi no tiene edad de casarse!», se quejó en silencio.

—Creo que a ti sí te lo permitiría —tanteó ella.

—Roxan… Eres muy joven para mí —por primera vez, vio los ojos de la morena humedecerse en lágrimas, y se quedó paralizado.

—Es muy duro cuidar de todas. Es tan agotador… sólo tú cuidas de mí. Creo que contigo puedo… descansar. Dejarme llevar.

Le abrazó a la altura de la cintura, su mejilla cálida en su vientre, y él acarició su pelo de nuevo. Le resultaba difícil ceder a los deseos de la chica porque aquella relación le hacía sentir más paternal que masculino.

—Los dos tenemos muy mal día —le dijo ella mirándole desde abajo, esos ojos negros, brillantes, hermosos y suplicantes…

—No está permitido.

—Hace poco el amo se enfadó porque sintió que un hombre se lo follaba por el culo gracias a Valystar.

—Curioso.

—¿De verdad crees que no querrá sentir cómo me follan? ¿O cómo tú me follas?

—Señorita, esta sala es para que el amo sienta el placer de las mujeres «entrelazadas». Para lo otro, las toma él mismooOOH?

Ella había deslizado una mano entre los huecos de la armadura y las capas de tejido con tal destreza que parecía un pijama liviano, y le agarró la polla.

—¡Qué grande! —dijo mientras él intentaba separarse, pero ella no se movió del sitio y se la sujetó con la firmeza de unos alicates (unos que consiguen no romper el huevo que sujetan mientras su usuario baila la conga).

—Suéltame, señorita Roxan… —pidió con poca convicción. Ella logró sacarle la polla de los pantalones y se la encontró tal como era: El triple de gorda y larga que una promedio humana, semifláccida y poniéndose erecta, pero casi sin crecer en longitud al hacerlo. Rojiza como era, se puso de color rojo intenso, y el glande comenzó a asomar y decir buenos días por sí sólo, como a ella le gustaba. Se le marcaron las venas y se puso dura al tacto, sin ceder al presionarla. «Las pollas humanas no se ponen tan duras», recordó. Tocó las gruesas venas y hasta estas permanecían en su sitio, apretadas y empujando hacia fuera; le daban textura que podría sentir al metérsela dentro.

—Roxy…

—Si me vuelves a pedir que te suelte, lo haré.

—…

—Eso pensaba

Y la levantó y la lamió desde abajo, justo desde la base. Tuvo que parar varias veces para humedecer la lengua de nuevo hasta llegar a la punta, y entonces recorrió el hueco bajo el glande, lentamente. Luego abrió mucho la boca y se lo metió entero, cerró los labios y calculó cuánto le costaría hacerle una mamada. Se dio cuenta de que podría concentrarse sólo en el glande, de su base a la uretra, y ya sería tanto recorrido como el habitual al chupar una polla humana mediana. Además de lubricarla para metérsela, le estaba tomando la medida para saber si sería demasiado. «Va a doler al principio, pero el glande y un poco de polla creo que cabe. Suficiente para meter y sacar». Notó que él no gemía, así que le miró a los ojos y en el intercambio de miradas se sonrieron. Ella aceleró la mamada de glande, y probó a meterse todo lo que pudo, pero era demasiado gruesa y se atragantó; «tengo que limitarme a poco más que el glande». Comenzó a usar ambas manos a diferente altura para pajearle, y tardó un poco en cogerle el ritmo, uno que a él le gustara especialmente. También supo anticiparse a cuando le faltaba poco para el orgasmo y ralentizó sus movimientos para que durara más. «¿Cuánto más vas a hacerte el duro? ¿Por qué no gimes?», pero el hombre era una roca. Ella le tomó una de sus manos y se la llevó hasta sus tetas. Le dijo que le acariciara y pellizcara con delicadeza los pezones, y lo hizo. A ella se le escapó un gemido mientras se concentraba en chupar, y segundos después a él se le escapó otro. «¡Por fin!».

Garrok observó cómo aquella mujer se la sujetaba y se la sacaba de la ropa, cómo se la palpó y estudió, y cómo la lamió y chupó. La vio metérsela cuanto pudo hasta la garganta, y usar ambas manos además de la boca. Reconoció que se sentía bien, pero no fue nada comparado con cuando ella le hizo jugar con sus pequeñas y firmes tetitas; tenía gruesos y salidos pezones a juego con los grandes dedos de Garrok (como pollas humanas), pezones tan grandes que los podía manipular y pellizcar desde todos los ángulos. Fue entonces cuando empezó a encenderse de verdad. Entonces ella chupó con más pasión y también gimió. Aquello le excitó tanto que Garrok se sorprendió dejando escapar su propio gemido, algo que no le sucedía desde su temprana juventud. De algún modo se había distraído con las tetas y bajado la guardia, como si se relajara, y eso hizo que la mamada le gustara más. También se excitó más, y todavía más cuando ella gimió. Ella bajaba el ritmo a veces para que no terminara demasiado pronto, y le sorprendió su habilidad y que supiera leer sus reacciones. «Es buena de verdad».

Roxan decidió parar, pero no la soltó.

—Quiero que me folles. Por favor.

—Pero…

—No me hagas suplicártelo. Sería humillante.

—¿Por qué lo deseas tanto?

Ella estuvo a punto de replicar malhumorada «porque hace al menos diez años subjetivos que no follo con un hombre». Pero en su lugar respondió:

—Tú sólo hazlo, por favor.

Se la soltó y se puso en la cama con los brazos extendidos. Al final él cedió y se quitó la armadura. Se montó a horcajadas y tomó lo que para él eran pequeñas y finas piernas, con cuidado, abriéndolas, y trató como pudo de introducirla sin hacerle daño, pero no pudo. Vio su cara de dolor intentando contenerse.

—¡No pares!

—Está bien.

—Poco a poco, pero no pares. Sólo dame tiempo. Ya está lubricado de sobras.

—¿Hasta dónde?

—Menos de la mitad, no me puede caber más.

Ella sintió el grueso y duro glande, con la dureza y suavidad de metal o cristal, con la calidez y humedad de un órgano masculino; notó cómo profundizaba poco a poco, cómo se dilataba su coño, cómo apretaba a presión intentando que cediera, y dolía. Pero también le gustaba, poco a poco, a medida que se acostumbraba. Él sabía no hacerle daño. Después llegó el turno del resto del tronco, y notó el relieve de las venas como si estuvieran talladas en mármol. Si cerraba los ojos podía imaginar el surco de estas, el camino de cada vena, la forma exacta del pollón de alto orco rojo. «¿Pero qué estoy haciendo?», se preguntó de repente. «Me estoy follando un…», pero no continuó con su autocrítica: él había decidido comenzar a sacar y meter, y la mezcla de dolor, al que se acostumbraba con cada lenta embestida, y placer, y excitación, le impidieron seguir pensando.

Por la cara que ella puso, él supo que era el momento adecuado, ya se había acostumbrado, así que se la sacó con cuidado, casi hasta fuera; con lo pequeño y apretado que era su coño, casi se la expulsó sin querer, pero volvió a entrar. Se pasó empujando al encontrar esa resistencia, y entró casi hasta el fondo de golpe, y ella se quejó del dolor. Tuvo más cuidado al segundo intento, y la metió un poco más lento, pero se chocó bruscamente contra el fondo y ella se quejó de nuevo. Al tercer intento creyó haber dado con la mezcla correcta de velocidad y profundidad, o al menos deceleración, porque también se lo llenó hasta, literalmente, rebosar dos tercios de tronco por fuera. Entre el cuarto y el sexto notó que ya no se quejaba, y trataba de tomar un ritmo adecuado. Después del décimo perdió la cuenta porque ella empezó a gemir, y se distrajo. En algún momento él también comenzó a gemir, y a veces perdía el control y empujaba demasiado fuerte, y ella se quejaba de dolor de nuevo. Pero al final logró dominarlo con precisión, y aprendió a follarse mujeres humanas.

—¡¡AAAAAAAHHH!! —gritó ella, estrujando la sábana de seda púrpura. Él sintió cómo su pequeño y apretado coño palpitó y apretó aún más, pero Garrok no estaba ni siquiera cerca del orgasmo porque estaba demasiado apretado para su gusto, o eso pensó. En realidad era porque ella estaba disfrutando mucho más que él. De modo que siguió y siguió, ignorando sus gemidos, y ella se retorcía más y más, a veces conteniendo la respiración. Él no estaba seguro, pero pensó que podría ser un orgasmo, tal vez uno largo. Si no, no sabía si había sido con el grito, o qué le pasaba, sólo tenía claro que le gustaba por la forma en que tenía la lengua fuera, se le caía la baba y tenía la mirada perdida.

Roxan perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo antes de sentir el chorro de semen caliente a presión dentro de su coño, que rebosó y encharcó la cama.

El encantamiento de limpieza hizo su trabajo en minutos. Garrok se sintió agotado de repente y se tumbó junto a ella. Ella le acarició el pelo por una vez, y jugó con su barba blanca. Él le sonrió con cariño. Aquél guerrero tenía mucho más de hombre que los humanos que había conocido en su mundo. Después ella intentó convencerlo de probar por el culo, al menos el glande, pero él se negó y se vistió.

Poco después, con Garrok fuera e investigando el asesinato de su hermano, en todo el castillo se oyeron de nuevo Los Gritos de La Torre Del Amo De La Mazmorra cuando le llegó la experiencia en diferido. Se preguntó si se había metido en un lío.