Dentro del Laberinto - 14: Una oferta y un rescate
Tolium y Neif llegan a la casa del chico a través de la trampilla del sótano, y quedan sobrecogidos por la batalla. Tolium trata de proteger a su hermana, pero no sabe ni por dónde empezar.
Las armas bramaban truenos y sus destellos eran relámpagos de tormenta. Las chispas florecían a su alrededor mientras las fugaces sombras volaban por la habitación. Era una guerra encerrada en un salón y su única línea de defensa era una cosa de metal flotando ante ella.
Susan estaba encogida en un rincón tapando sus oídos del ensordecedor ruido; no se atrevía a abrir los ojos y no podía creer lo que estaba pasando. Mientras llamaba en susurros a su madre una voz extraña le decía que huyera, pero sus piernas no le respondían: Sólo era capaz de encogerse más en su posición fetal.
Apenas una hora antes estaba haciendo el amor con Roxan, intercambiando caricias y susurros cariñosos. «¿Cómo ha llegado a pasar esto?», se preguntó.
Una hora antes:
La puerta de la Sala de La Lujuria se abrió y apareció un alto orco piel-roja escoltando a un hombre bajito con una túnica gris; ocultaba su rostro con una capucha rematada en un sombrero picudo chafado sobre sí mismo, y llevaba un cinturón con bolsitas de objetos y una espada corta. Las chicas se interrumpieron de golpe y Susan levantó la sábana de seda para taparse.
—Esclava Valystar, hija de Anystar y heredera de Lomystar, el rey de la Montaña Azul: Vuelve en ti inmediatamente.
Pocos segundos después la mujer de cabello verde y orejas puntiagudas abrió los ojos con los que no podía ver; Susan pudo ver por segunda vez sus iris escarlata. Ella se incorporó mostrando sus pequeños y firmes pechos sin atisbo de vergüenza y contestó al extraño:
—Arcturus, hijo de Kregor El Grande, nieto del Amo de La Mazmorra: He oído tu llamada, pero no reconozco tu autoridad, pues no ostentas el Cetro de Agamenón ni nos ata contrato alguno.
El hombre chasqueó la lengua molesto y descubrió su rostro: Era joven, no mayor que Susan, pero su cabello y cejas eran canosas y grises; sus ojos eran diferentes entre sí, uno ámbar con pupilas felinas, y el otro de un intenso azul eléctrico, tan brillante como si reflejara el sol. Su nariz era pequeña y discreta y sus labios llegaban demasiado lejos a los lados, trazando una inquietante sonrisa desafiante y arrogante. No pertenecía a la raza humana, pero quizá fuera mestizo. Miró a Valystar con un desafío silencioso y le sostuvo la mirada a la mujer ciega.
No pudo aguantar más de unos segundos.
—El viejo me envía. Quiere interrogarte sobre el nuevo. Quizá hayas oído sus gritos, está muy enfadado con él. —Su cara se tornó burlona. —Me pregunto qué le habrá hecho…
—Acudiré a su llamada cuando me lo ordene en persona. No especificó lo contrario en el contrato.
—¡¿Cómo te atreves a desafiar su voluntad?! ¡Sólo eres su esclava! —Alzó la voz al ser contrariado como un adolescente impetuoso.
Por respuesta Roxan, sentada y tensa, bajó lentamente la sábana, muy alerta y casi inmóvil. Susan tuvo miedo de ella.
La mujer elfa, en cambio, contestó con naturalidad:
—Corrección: Soy la Guardiana del Quinto Piso, la Administradora del Tutorial, la Examinadora de Héroes, la Detectora de Invasiones, La Mensajera de La Mazmorra, La Consejera de Guardianes, y La Que Se Follaba A Tu Madre.
—¡¡AAAARGGH!! —El hombre se abalanzó sobre ella espada en mano y Roxan en el intervalo entre dos latidos lo desarmó de una patada que hizo volar su espada por la ventana. Exactamente como había calculado.
El hombre saltó hacia atrás junto al guardaespaldas y este intervino alzando la gran hacha de batalla de doble hoja y filigranas rojas que se activaron con maná. Tenía barba larga y blanca, y cicatrices de batalla donde no cubría su armadura pesada. No era un soldado raso.
—¿Se va a portar mal otra vez, señorita Roxanian? —Preguntó con voz grave y serena acariciando el filo de su hoja con el pulgar. No miró a la mujer de piel morena. El tatuaje rojo de ella se activó como respuesta, y añadió:
—Dile a tu jefe que si vuelve a atacarnos la próxima patada no sólo le romperá el cuello, su cabeza será lo que vuele por la ventana. Y me basta con un movimiento. Lo sabes.
—Sí, sé que podrías… Si yo no estuviera. —El veterano hablaba como si estuviera dando clase a sus alumnos al aire libre en la pradera, disertando sobre filosofía viendo las aves sobrevolar. Pero estaba balanceando delicadamente su arma para comprobar el correcto equilibrio del peso, calculando cómo afinar la precisión de sus movimientos en caso de tener que luchar.
El hombre menudo y gris la miraba con ojos inyectados en sangre, agarrándose el brazo lesionado mientras ellos hablaban. Poco a poco abandonó su mirada furibunda hasta tornarse en algo que heló la sangre a Susan. Y al final susurró, y eso fue aún peor:
—¿Cómo te atreves… ¿A hacerme daño? —Ella se estremeció de pavor. Era como ser arrollada por una ola de muerte, un frío letal, sutil e implacable que caló hasta su alma.
—¡¿Cómo te atreves a alzar tu mano contra nosotras?! —Exclamó Roxan con energía opuesta.
Fue como una ola igual y opuesta que contrarrestó a la anterior devolviendo a Susan el equilibrio: Inmediatamente dejó de temblar de miedo.
La elfa se levantó sin decir nada y caminó con movimientos lentos y tranquilos en dirección al emisario. Era como si intentara que un animal salvaje no huyera ni atacara.
—Ya te has alterado demasiado por esta vez, joven Arcturus; iré contigo. Lamento lo sucedido, ha sido todo por mi culpa.
—Tú no puedes disculparte por ella. —Se giró hacia Roxan. —Serás castigada por tu insubordinación, y además me compensarás. Me voy a divertir pensando en las dos cosas mientras esperas… Y no será nada de lo que te gusta, sucia perra en celo. —Escupió con asco.
—¿Por qué no lo intentas? ¡Ven, vamos! —En respuesta al desafío, Arcturus avanzó un paso y se llevó las manos a las bolsas de su túnica.
—Señorito. —El guerrero sólo tuvo que decir una palabra para que el impulsivo mago se detuviera en seco, igual que si chocara contra una pared invisible. Relajó sus manos y retrocedió.
—Vámonos, esclava. Ya hemos perdido demasiado tiempo. —Salió de la habitación dándoles la espalda a todos. Tras unos segundos prudenciales para que se alejara, Valystar fue tras él y después el orco cerró el paso despidiéndose de Roxan:
—Tus impulsos te traerán la perdición. A menos que aprendas a controlarlos.
Y cerró la puerta.
Susan seguía en la cama y poco a poco recuperó la respiración normal. Su cuerpo aliviado se relajó y se dejó caer sobre el colchón.
—Aaaahhh…
—Siento que haya pasado esto, pequeña.
—Has salvado a Valystar, ¿Por qué te disculpas?
La morena se volvió y sonrió. Parecía apesadumbrada aunque intentaba sonreír.
—Algún día te sacaré de aquí.
Volvió a la cama y la abrazó. Susan quiso animarla y la acarició. Finalmente bajó a su entrepierna y se lo chupó.
—Hmmm… Gracias… —Murmuró. Pero la tensión de la pelea, la adrenalina, no la abandonaban. De modo que Susan se esforzó mucho, todo lo que pudo para hacerla sentir mejor; se sentía reconfortada a medida que Roxan se relajaba minuto a minuto, y Susan se estremecía entre sus muslos cada vez que la hacía gemir con otro orgasmo.
—¡Aaaaaaahhhh…!
—¡Hmmph! —Farfullaba Susan con el clítoris en su boca, sin soltarlo. Había pasado meses con ella sin otro pasatiempo y se había convertido en una especialista. Ahora Susan también era capaz de tocar sinfonías con el cuerpo de una mujer…
—¡¡¡OOOOOOHHHHhhhhh…!!!
—¡¡MMMMMMmmmhhh!!
…Y generalmente también se provocaba algunos orgasmos a sí misma cuando le daba uno tras otro, aunque sólo fuera de la excitación por hacerlo, y por anticiparse a lo que le esperaba.
Garruk Gor-Korrak nació en una tribu de los pantanos, al Oeste de la cordillera fronteriza; nació con el don de la batalla a pesar de su linaje marginal. Paso a paso se abrió camino hasta la cima, desafío al líder de la tribu y se convirtió en su sucesor.
Después de sólo un año unificó las 12 tribus ante un enemigo común: La alianza élfica de las tribus del bosque del Oeste. Fue su raro don entre los orcos para la elocuencia lo que lo llevó tan lejos, lo que lo hizo negociar un tratado, que no tregua, con los elfos, y finalmente llegó a formar parte del Triunvirato del Oeste: El rey elfo, el nuevo rey orco, y el rey humano Dorian, guardián del Paso del Sur que conectaba la península con el resto del continente.
Demostró ser sabio y justo a pesar de su juventud; demostró su valor en la guerra contra los elfos. Pero sobre todo demostró su inteligencia y carisma al convertir una mera tregua en un nuevo gobierno unificado. “Raro don es el de la diplomacia en manos de un orco”, lo elogió el rey elfo el día de la firma con sangre. “Un gran futuro te espera, rey Garruk”, le profetizó la adivina del rey Dorian.
Los trovadores humanos cantaban canciones sobre él; las doncellas élficas suspiraban pensando en superar viejos prejuicios; los guerreros orcos pensaban que sería una lástima desafiarlo cuando envejeciera porque podría morir.
Un día la mazmorra lo invitó con la sutileza de un piano de cola cayendo desde un quinto piso: El portal se abrió a sus pies y se vio rodeado de un wyvern de fuego y un ejército de caballeros hobgoblins, que montaban huargos de montaña pardos como los osos, y casi tan fuertes como ellos.
Los venció a todos y se abrió paso piso tras piso como una odisea heroica traspasando los libros de Historia.
Entonces un día cayó bajo el control del nigromante, y fue asignado a las tropas de su castillo como jefe de escuadra: Su nivel no era tan alto, le dijo el jefe de la guardia, como para relevarle. “Eso es porque no doy caza a los que huyen”, replicó orgulloso.
Fingió acostumbrarse a su nueva vida mientras tramaba la rebelión, la caída del nigromante y el rescate de todos los esclavos y esclavas. Estos susurraban su nombre, murmuraban esperanzas y tomaban fuerzas de él. “Pronto”, solía decir. “Sólo necesitamos la distracción adecuada”.
Y entonces llegó El Día de Los Gritos del Amo de La Mazmorra, y tomó la oportunidad que los cielos le ofrecieron: Rompió el cuello a dos guardias de su misma raza (cuyas mentes se habían podrido con el tiempo hasta ser marionetas huecas), y despejó el camino del mismo modo hasta la salida del castillo; abrió por tanto una brecha entre los dormitorios de los esclavos y el patio principal. Se encaminó a las celdas de castigo de los dos altos orcos que se ganaron su respeto, en la torre 3 en el otro extremo del patio. Estaba preparado para convencer o asesinar a quien se le interpusiera. “Hoy es el día”, pensó decidido y a paso rápido. “En cuanto los libere, abriremos el portón principal y entonces daré la señal a los esclavos con el grito de batalla”.
Una espada le atravesó el cuello matándolo en el acto. Era la que pateó Roxan por la ventana.
Acababan de cambiar posiciones cuando una luz dorada envolvió a Susan.
—¡Invocación! —Exclamó Roxan entre sus piernas.
—¡Sabía que vendría! —Dijo a la vez Susan por efecto de la tablilla de confesiones, sintiendo un atisbo de mí en aquella magia.
Y pocos minutos después, una guerra en un salón, caos y peligro de muerte inminente.
—Mamá… —Susurró otra vez, con los ojos cerrados y en posición fetal. Algo la sacudió bruscamente y abrió los ojos aterrorizada: Era una mujer morena y de cabello oscuro y corto, como Roxan, pero a la vez muy diferente. Tiraba de ella con fuerza y la obligó a ponerse en pie. Puso su brazo sobre su hombro y cargó con ella:
—¡Corre!
Sin que su mente reaccionara, su cuerpo lo hizo; sus piernas se movieron solas y huyó de la primera línea de batalla, dejando atrás a la lanza rota en pedazos, la espada kóbold partida por la mitad, y la tormenta de golpes con armas mágicas entrechocando. Las risas del hombre león sonaban casi como rugidos, disfrutando del fragor de la lucha y sin esforzarse para que no se le acabara la diversión; mientras tanto, sus dos oponentes de niveles 32 y 34 apenas podían mantener el ritmo. Pero lo que más le gustaba era que pudieran sincronizarse así de bien.
—¡Fantástico, sois fantásticos! ¿Cuántos años lleváis peleando juntos? —Los elogió retrocediendo y tomándose una pequeña pausa. —¡Hacía mucho que no me divertía tanto en un combate!
Tolium estaba parado bloqueando la puerta del pasillo con la vana esperanza de ganar tiempo para su hermana y la chica demasiado aturdida como para escapar por sí misma. Estaba desarmado contra aquellos locos absurdamente poderosos, pero tal vez hablando…
—¿Huh? ¿Y tú de dónde sales? Tu olor es nuevo. —Tolium se puso rígido cuando el monstruo reparó en su presencia, pero mantuvo la compostura.
—No sé qué está pasando ni por qué peleáis, pero esa chica rubia estaba en peligro y muy asustada. Por favor, comportaos.
El monstruo se quedó impresionado y después se rió a carcajadas.
—¡Pero si sólo eres un nivel 1! —Dijo tras recuperar el aliento. —Tú sí que tienes agallas, chaval. ¿O sólo es ignorancia?
Cambió de actitud, se puso serio y avanzó lentamente. Sus dos adversarios todavía estaban exprimiendo cada segundo para recuperar el aliento, pero Tolium sabía que era la única línea de defensa para su hermana.
—¡Si te detienes… Haré un trato contigo! —Improvisó a la desesperada, intentando no moverse del quicio de la puerta abierta. El felino humanoide se detuvo y su sonrisa se volvió más tenebrosa.
—Sólo negocian los débiles. Son incapaces de lograr por sí mismos todo lo que se proponen. Hasta el punto de que piden ayuda a sus enemigos.
—Yo sólo… Intento evitar muertes innecesarias. Señor.
—Hmm… ¿Eres tú a quien ha invitado La Mazmorra? Supongo que la que huele parecido a ti sólo te acompañaba.
—No sé de qué está hablando, señor.
El chico y la chica se habían puesto a las espaldas del hombre bestia lentamente, con sigilo, pero no atacaban. La abominación sostenía su espadón como si fuera un simple cuchillo de cocina apenas a un metro de Tolium.
—¿Te presentas ante mí sin saber nada de por qué o cómo has sido elegido y convocado? ¿Me tomas por imbécil, chaval?
Fue entonces cuando Tolium pensó a cerca de cómo era capaz de entenderse con semejante criatura. Y estaba seguro de estar hablando en su lengua materna, pero igualmente seguro estaba de que aquél engendro no lo hacía. Y sin embargo…
—¡Ya!
El chico dio la voz de ataque y ambos intentaron apuñalar por la espalda a la criatura. Esta no se volvió y con un sólo movimiento los bloqueó a ambos colocando su ancha espada de dos manos en la posición exacta para actuar como escudo.
—N-No puede… ser… —Murmuró el chico asustado, todavía intentando empujar con su gran hacha de doble hoja. La chica, en cambio, en cuanto falló el golpe saltó hacia atrás y tomó una postura defensiva, preparada para desviar con su pequeña daga como Tolium le había visto hacer antes.
—Atacar por la espalda es de débiles y cobardes. —Se quejó el hombre bestia sin mirar atrás. —También demuestra que tú… —Tolium se sintió desvanecer y sus piernas dejaron de soportar su peso. Nunca había sentido algo semejante; la primera vez en su vida que sintió el instinto asesino lo la olvidaría jamás. —...No tienes… —Y la cabeza de león se volvió para mirar al chivo a los ojos. —…Honor.
Él saltó hacia atrás justo antes de un ataque explosivo del guerrero que había desplomado a Tolium sólo con su presencia. Y por eso mismo el guerrero permaneció inmóvil: Sería un movimiento inútil fuera de rango. En su lugar, se giró lentamente.
—Déjamelo a mí. —Dijo la chica poniéndose ante él para protegerlo; ella no estaba tan asustada. —Algo se me ocurrirá. —Tolium vio cómo forzó una sonrisa para intentar tranquilizarlo, pero adivinó que también era para sí misma, para luchar contra su propio miedo.
—Tú eres un poco mejor que él. Demuéstrame que al menos tú sí mereces vivir.
Si hasta el minuto anterior el hombre león parecía fuego encarnado, en aquél momento era puro hielo estremecedor. La chica estaba temblando por puro instinto de conservación, pero Tolium supo ver hasta qué punto dominaba sus propias emociones.
—¿Y bien? —Preguntó la bestia, inmóvil. —¿Tengo que ir yo a buscarte?
—Ante un enemigo superior… ¿No es más inteligente evitar enfrentamientos innecesarios? —Intentaba ser ingeniosa pero su voz temblaba.
—Qué decepción. Creía que teníais madera de héroes, pero sólo sois aventureros. Los calabozos y las áreas de esclavos están llenas de gente como vosotros. —Suspiró. —Vuestros huesos poblarán La Mazmorra. —Puso el espadón en su hombro como si no cortara y puso una postura más relajada. El chico tras ella parecía relajarse por momentos. “Es que no se da cuenta?”, pensó Tolium. “El combate no ha terminado. Y esta criatura no ha bajado la guardia ni por un segundo. Esa pose también es parte de su estilo. ¿Cómo no lo ve?”. Y luego se preguntó desconcertado: “¿Cómo puedo saberlo yo?”
—¿A qué ha venido, señor? —Preguntó el chico del hacha. Tolium notó la breve pausa antes de decir “señor” y supo que lo había copiado de él. —Esta es mi casa.
—El amo del cetro no puede extender su control sobre los esclavos fuera de los dominios de su territorio. —Se señaló a sí mismo con el pulgar, orgulloso: —En ocasiones como esta recurre a mercenarios como yo. Se ha tomado muchas molestias enviando a un emisario hasta mi mundo, una muestra de respeto hacia mí.
Los chicos parecían desconcertados y se miraron entre sí, pero para Tolium no había diferencia alguna: La piedra de Egipto que mostraba el camino los había guiado hasta un nexo de puertas mágicas, y la que habían elegido les mostró nada mas llegar una lucha sobrenaturalmente poderosa. “Seguramente hubiera sido algo equivalente en cualquier otro lugar. Lo importante es que este sitio es peligroso. Tengo que sacar de aquí a Neif cuanto antes. Y a la otra chica, si se quiere venir”. Tolium no pensó en su cuerpo espectacular ni en el hecho de que estuviera desnuda; se enorgullecía de tener los pies en la tierra y la cabeza en su sitio.
—¿De modo que no es una creación de la mazmorra? —Preguntó ella.
—¿A caso te parece que tengo el cerebro hueco, niña?
—¡Pero entonces vencerlo no nos daría puntos de experiencia! —El chico dejó de darle importancia, lo que reavivó la ira del monstruo.
—Parece que hoy estás empeñado en morir, chaval. —Separó su espadón del hombro y lo dirigió hacia el techo, firme. “Si deja todo su cuerpo expuesto… Es porque no lo está mediante algún hechizo, o porque sobrestima sus propios reflejos y velocidad bajando la guardia”, pensó Tolium.
—Siento haberle ofendido, señor. —Se apresuró a contestar. —Es sólo que usted tampoco ganaría puntos con nosotros. ¿Así que por qué pelear?
El hombre león no dijo nada; sólo permaneció inmóvil con su arma preparada para su gran estocada final, apuntando al cielo mismo a través de los techos de la casa.
—Si es un mercenario —Intervino su compañera. —, es que no tiene interés en el laberinto, sino en lo que le paga el nigromante. Sea lo que sea. Oro, por ejemplo.
—No te creas muy lista sólo por eso. Era algo implícito en lo que he dicho: Soy un cazarecompensas. —Replicó el guerrero. Pero Tolium notó que su determinación había menguado. Ya no estaba tan enfadado. “¿Es este el momento adecuado para que me marche?”, pensó Tolium. “A estas alturas seguro que Neif ha cruzado al otro lado con la chica y la pied…” Entonces se dio cuenta de que al huir con la piedra, él no podría acceder al nexo. Estaba atrapado con aquella gente, y muy lejos de su hermana. Potencialmente a dos o incluso 3 continentes de distancia; ni siquiera sabía en qué región del globo se encontraba, y no tenía tiempo de calcularlo por la posición de las sombras en el exterior.
—¿Podemos hacerle una contraoferta? —Intentó el chico.
—Otra salida propia de cobardes. —Pero la criatura bajó la espada. Estaba dispuesta al menos a escuchar.
—Para eso necesitamos saber lo que le ha ofrecido.
—A los mercenarios como yo no se nos compra, se nos pide nuestros servicios; decidimos si el solicitante lo merece, y valoramos cada petición por sí misma.
—Estoy seguro de su ética profesional y sentido del honor, señor. ¿Qué le ofreció como compensación el nigromante? Quiero decir, el propietario del Cetro de Agamenón.
—Además del oro, su hospitalidad siempre es bien recibida. Es agradable tener acceso ilimitado a todas sus sirvientas, desde las de alojamiento hasta las de diversión y entretenimiento.
Entonces la mujer pelirroja estalló de furia apuntándolo con su daga, vociferando y dispuesta a saltar sobre él en cuanto terminara de hablar:
—¡Acceso a su burdel de esclavas sexuales pero sin pagar! ¡Todo para decirte a ti mismo que eres mejor que los que pagan! ¡Eres escoria!
“Nononono, idiotaidiotaidiota”, pensó Tolium. “Ya casi estaba…”
—¿Por quién me has tomado? —Replicó orgulloso y altivo el guerrero. —En ningún momento he mencionado nada sexual. —Casi parecía desconcertado por haber sido malinterpretado a tal extremo.
—…¿Eh?
—Tiene sirvientas muy divertidas. Están las comediantes, las de los números de magia sin magia, las animadoras de actividades en grupo, las… —Carraspeó y recuperó su actitud intimidante. —Es un “resort” de descanso muy acogedor. Y es de acceso libre para todos los que aceptamos sus peticiones al menos una vez. En nuestra profesión tiene tan buena reputación que algunos lo consideran un logro a alcanzar. Es donde vamos siempre que nos tomamos unas vacaciones.
-…Ah.
Tolium se escabulló y corrió escaleras abajo por el sótano, cruzó la trampilla y palpó a ciegas la pared de roca a la derecha, en donde recordaba que se abrió la puerta. “No, no, no… ¡Neif! ¡Vuelve, me has dejado atrás!”
—¿Cómo te llamas? —Una voz a su espalda lo asustó. Se volvió y era una cosa cuadrada… No, un cubo metálico, flotando y… ¿Hablando? “¿Eso era lo que estaba protegiendo a la rubia?”
—Me temo que vas a tener que huir y esconderte. Pero no vayas más profundo que este piso. Aléjate de los caminos principales, los reconocerás porque el suelo está adoquinado. No dejes que te toquen los slimes ácidos ni las ratas que contagian enfermedades. Ni te comas las babosas venenosas.
—Pero yo… Mi hermana…
—Aún falta tiempo para que se regeneren las criaturas y puedas subir de nivel. Pero la situación ahí arriba se ha calmado sólo temporalmente.
—Me llamo Tolium. —Contestó con retraso.
—No detecto a tu hermana. Ni a “Susan”. ¿Sabes qué les ha pasado?
—Lo sé. Pero no te lo voy a decir. Para mí no eres algo en lo que confiar.
—Honorable, como dijo El Gato. Podrías haber ocultado que lo sabías y no arriesgarte a que el enemigo te capture y te interrogue, quizá con tortura. Debes haber sido invitado por la propia Mazmorra.
La cabeza de Tolium daba vueltas. Demasiadas cosas, demasiado poco tiempo, su hermana demasiado lejos, y demasiados peligros por todas partes. Demasiado en lo que preocuparse, demasiado…
—¡Alerta! ¡El Gato viene! ¡Escóndete!
—¿Qué? Pe-Pero… Me olerá…
—Camúflate con cadáveres de ratas. Muchos días de putrefacción.
Las rodillas le temblaban y se descubrió paralizado.
—¡¿A qué esperas?! ¡Huye! —El cubo metálico lo empujó por la espalda y sus piernas siguieron moviéndose como por inercia, y ya no paró; no se detuvo hasta alejarse del camino de roca viva, luego de los caminos adoquinados, y finalmente de los pasillos medianos. Se escondió entre las sombras apagando antorchas en una esquina que apestaba con huesos de ratas. Se tumbó en el suelo para reducir su silueta y se pegó a la pared. Aprovechó su pelo negro y su ropa oscura para camuflarse mejor entre las sombras.
Aquél día comenzó la caída de Tolium en la oscuridad.