Dentro del laberinto 13 - Y La Mazmorra despertó

El péndulo del tiempo hace Tic en en un extremo y en el otro hace Tac.

Capítulo XIV: Y La Mazmorra despertó

Año 46 antes de Cristo.

La guerra civil por la sucesión del trono egipcio ha terminado. Julio César ha nombrado a Cleopatra VII y a su hermano Ptolomeo XIV cogobernantes de Egipto tras la muerte en batalla de su hermano Ptolomeo XIII, que luchaba contra su hermana. Ahora Cleopatra, descendiente directa del conquistador Alejandro Magno Ptolomeo, es una reina vasalla y la madre del hijo de Julio César, Cesarión. Egipto se ha unido a Roma por los favores prestados.

Y Cleopatra se aloja en la villa de Julio César.

Julio observaba a Cleopatra en el acantilado, pero ella sólo tenía interés en el barco. Su cargamento precioso estaba oculto en su interior. Si los piratas lo asaltaban, que se llevaran la plata expuesta a simple vista. El pequeño Cesarión, por cuyas venas circulaba la sangre de dos de los mayores conquistadores de la Historia, lloraba en brazos de la ama de cría que intentaba darle el pecho. César sabía que Cleopatra tampoco confiaba en su otro hermano y quería tener ventaja la próxima vez.

—¿En qué piensas, mi reina?

—No me llames así. Egipto se somete a ti. —Ni siquiera se dio la vuelta para mirarlo. Su cabello a la altura del cuello ondeaba al viento, y vestia tan sugerente como siempre. Estaba apoyada en la barandilla de madera y parecía querer saltar de cabeza al agua en cualquier momento. O gritar órdenes al barco a pleno pulmón. O darse la vuelta y besarlo. O abofetearlo. A menudo no sabía lo que le pasaba por la cabeza, pero desde que se recuperó del parto, y de la guerra con su propia familia, siempre estaba llena de energía y motivación. “Quizá se debe a tener un hijo.”

—¿En qué piensas, Cleopatra? —Esta vez sí se volvió para mirarlo a los ojos.

—¿Alguna vez has pensado en escapar?

Aquello desconcertó a César.

—El destino de un soldado es morir luchando. El de un gobernador morir gobernando. Soy ambas cosas.

—Pero ahora eres padre. ¿No has pensado en ponerte a salvo y alejarte de aquellos que quieren el trono? Que se lo queden.

—Cesarión tiene mi sangre y la de Alejandro. Su destino es conquistar y gobernar. -Se cruzó de brazos incómodo. -Me sorprenden tus palabras. No te creía una cobarde. —Frunció los labios.

—Que se lo queden a cambio de la vida de tu hijo y la tuya. Verlo crecer. Protegerlo.

—Qué decepción. ¿Desde cuándo me ocultas esa parte de ti? No te tomaba por sentimental ni por cobarde.

Ella suspiró y se rindió con él. Se apoyó cansada en la barandilla y vio las olas romper contra el acantilado.

—Para querer tanto a tu hijo como afirmas te separas mucho de él. —La acusó. —Muchas madres carecen de ama de cría y siempre les dan el pecho por sí mismas.

La mujer se giró y por una fracción de segundo la vio tal como era. Pero después volvió a la normalidad y cayó bajo su hechizo: Transmitía sensualidad y picardía y deseo. Se le acercó con elegancia y lentitud y vio contonearse con gracia sus tetas infladas de leche. Sus labios, que le gustaba pintarlos de rojo como hacían las prostitutas especializadas en felaciones, relucían al sol. Recordó su extraordinaria habilidad con la boca y rápidamente olvidó la conversación mientras ella lo acariciaba lentamente, susurrando cosas al oído y recorriéndolo con sus dedos. Los guardias a lo lejos se habían dado la vuelta y el ama de cría se estaba marchando.

Sujetó sus huevos con una mano, acariciándolos, mientras hacía todo tipo de virguerías con su boca, su lengua y la otra mano, sobre cada centímetro de su polla dura; pero siempre paraba a tiempo para que no se corriera demasiado pronto. Para cuando finalmente lo hizo, la conversación había sido borrada por completo de la mente de Julio César, como si el chorro que disparó su polla fueran sus recuerdos recientes derretidos por el calor del momento, expulsados para siempre sin aferrarse a su mente.

La mente en blanco de César todavía no había vuelto a la normalidad después de que ella se tragara hasta la última gota y se pusiera en pie.

—Yo... ¿Qué estaba diciendo? —Preguntó aturdido y jadeando.

—Me has vuelto a dar la razón: Tenemos que presentar a Cesarión como tu heredero. Él gobernará Roma y Egipto.

—Sí, cierto. Espera, no, el triunvirato...

Lo besó apasionadamente.

—Él lo gobernará todo. Y nosotros le protegeremos hasta que llegue ese momento. —Le dijo tras aturdirlo de nuevo. —Haremos todo lo que sea necesario hasta que tenga edad para reclamar los tronos de Roma y Egipto.

—Sí, pero... el pueblo… La Ley...

Lo besó mientras con una mano manoseaba su polla y la ponía dura de nuevo. No paró hasta que estaba haciéndole una paja tras ponerla en forma del todo, y entonces bajó y volvió a chupársela de rodillas.

—Ambos debemos proteger a Cesarión. —Dijo en una pequeña pausa antes de seguir con aún más pasión.

—Uuuuhhh... —César siempre intentaba contenerse si alguien podía oírle, especialmente al aire libre, pero ella siempre le arrancaba gemidos.

—Ambos haremos todo... por el bien de Cesarión.

Pasó a hacerle una paja rápida...

—Mmmmhh...

... que paró en seco, y le agarró la base del pene con los dedos en posición de anillo, cuando notó que estaba demasiado cerca de otro orgasmo.

—Nnno pares...

—Tú harás todo... por el bien de Cesarión. —Cada vez alargaba más las pausas, como siempre.

Se la chupó a alta velocidad como si le pajeara rápido con la boca.

—¡UUUuuuhh!

Paró de nuevo, sólo masajeando los huevos.

—Nnoo...

—Tú harás todo lo queyo te diga... ...Por el bien de Cesarión. —Succionó el glande y lo acarició dando vueltas con la lengua, y en el frenillo, y en la parte plana, y lo golpeó chascando la lengua, todo agarrando con más fuerza la base haciendo que deseara que le pajeara con fuerza, impaciente, pero no lo hacía.

—Haré lo que... Ggaaah...

—Tú harás todo lo que yo te diga...

Combinó ambas manos y por fin reanudó la paja, girando un cuarto de círculo a cada lado cada vez que bajaba, mientras tenía todo el glande en su boca absorbiendo a presión, deslizándose el frenillo sobre la lengua cada vez que bajaba ambas manos y bajaba la boca.

—¡¡AAAAAAAGGGHHH!!

No paró hasta tragarse la última gota.

—...Y todo será por el bien de Cesarión. —Dijo poniéndose en pie relamiéndose el semen que asomaba por sus labios y tragándoselo.

—Uuhh... —Lo sujetó para no que no perdiera el equilibrio y lo besó. Después susurró en su oído: “Todo es... Todo”.

Le hacía lo mismo cada día. César soñaba con ello. “Todo es todo.” “Harás todo lo que yo te diga. Todo por el bien de tu hijo.”

Para poder hacerselo cada día con pasión sin flaquear a ese hombre que no la atraía de verdad, se veía obligada a tomar una gota de la poción “Ansia de semen” cada día, lo que también le ayudaba a tragárselo sin dudar para su tratamiento antiedad absorbiendo parte de la energía (sexual) de los hombres.

Los tesoros que sus exploradores le trajeron de la tumba de la pirámide con el portal a la mazmorra rara vez incluían objetos sexuales, pues eran añadidos secundarios y al parecer los corrompía. Y cuanto más se corrompían más se reducía su supervivencia y con ella la cantidad de tesoros mágicos que Cleopatra obtenía. Pero había dejado instrucciones claras de que quería quedarse personalmente todos los de ese tipo que encontraran, mientras que las armas y otros utensilios útiles para el combate los reservaba para exploradores y su guardia personal.

Ella tenía interés en los objetos sexuales no sólo por diversión: Los hombres eran fáciles de controlar pero aún más fáciles de seducir, por lo que con su ayuda el poder político de Cleopatra aumentaba todavía más. Incluso le había llegado información sobre su capacidad de seducción: Se estaba haciendo famosa incluso entre el populacho al otro lado del Mediterráneo.

Ningún explorador había logrado llegar hasta el octavo piso porque las criaturas llamadas “vampiros” podían controlar sus mentes, y no había sólo uno. Hacían que se mataran unos a otros e incluso esclavizaron a los más fuertes, a los que nunca pudieron rescatar. De modo que recorrían los primeros 7 pisos una y otra vez en cuanto se regeneraba su contenido, tanto monstruos como cofres. Pero cuanto más profundo era el piso más tardaba en regenerarse. El sexto tenía un intervalo de un año, y sólo dos veces habían podido recorrerlo. La primera vez todos murieron de frío perdidos en un inmenso laberinto de hielo. La segunda fueron preparados porque durante un año enviaron exploradores a cartografiar y resolver los acertijos y despejando los monstruos que siguieran vivos, aunque fuera un trabajo inútil una vez llegado el momento de la regeneración, cuando envió a algunos de sus mejores guerreros con un mapa e instrucciones para resolver los acertijos de nuevo. Al regenerarse todos los monstruos subieron de nivel de forma efectiva, ya que no servía de nada repetir matanzas en los niveles inferiores. Era imprescindible para lograr superar el desafío del monstruo de hielo, un enorme “oso polar”. Así lo llamó un escriba a partir de la descripción de un guerrero. Los intentos durante el año de intervalo fracasaron ante el gran oso blanco por falta de nivel.

Por lo tanto sólo en una ocasión obtuvieron la llave al séptimo piso, pero los vampiros fueron infranqueables. Incluso usaban magia de sangre. Cleopatra, por entonces preocupada por sus guerras intestinas, decidió dejarlo para otro momento y conformarse con los primeros 5 pisos: El de hielo tardaba todo un año en regenerarse y era demasiado problemático. Se conformó con haber obtenido un cofre en el año del primer intento, y otros dos cuando lo lograron: 6 objetos de grado 6 en total, pero ninguno de ellos era sexual ni de control mental, a su pesar.

El quinto piso en cambio tardaba 6 meses y daba objetos bastante valiosos: En 4 ocasiones obtuvo 16 objetos de “grado 5”, la mayoría de combate pero muy dependientes de no alejarse de la magia de la mazmorra.

Para armar a sus hombres de confianza fueron más útiles los pisos 4 y 3 (3 meses y 40 días respectivamente). Los 2 primeros pisos (20 y 10 días) daban una gran cantidad de objetos de poco valor, y debido a ello donde más porcentaje de objetos sexuales obtenía; pero Cleopatra daba buena cuenta de ellos. Los demás objetos de baja calidad, tan abundantes como inútiles, eran estudiados por sus escribas y médicos para intentar comprender y reproducir la magia así como cuánto podían alejarse sin perder su poder. Generalmente cuanto menor grado más distancia y más tiempo, pero a cambio si lo perdían se rompían para siempre.

Tan sólo lamentaba que no pudieran estudiar la magia de sangre porque no podían con los vampiros del piso 7. “Si pudiera obtener su control mental...”

Cleopatra era muy prudente respecto al reparto de objetos mágicos fuera del círculo de implicados con la exploración e investigación de la tumba. Aunque algunos de los mejores los había seleccionado para su guardia personal, lamentablemente utilizarlos en la guerra hubiera llamado tanto la atención que hubieran sido robados rápidamente por espías de todo el mundo conocido. Y tampoco es que tuviera tantos ni tan poderosos como para cambiar el curso de la guerra por sí solos, por no hablar de que sólo servirían relativamente cerca de la mazmorra. Le hubiera encantado enviar a la guerra a los exploradores fortalecidos por la mazmorra, pero las batallas sucedían tan lejos de la tumba que su magia dejaba de alcanzarles y se convertían en personas normales. Los objetos encantados también perdían su magia con el tiempo si estaban tan alejados, muchos repentinamente (sobre todo las armas, armaduras y escudos), y otros se debilitaban con el tiempo. La mayoría dejaban de funcionar para siempre, pero algunos se reactivaban al acercarse a la influencia mágica de La Mazmorra conectada a la tumba. Cleopatra se preguntaba a menudo si eso era una bendición o una maldición. ¿Y si el secreto de la tumba cayera en manos distintas a las suyas? ¿Qué pasaría si algún día el acceso a la tumba desaparecía de Egipto y aparecía en Roma?

—Mmmmmhh... —Julio César gimió en sueños a su lado interrumpiendo sus pensamientos. Por supuesto, estaba usando tres de los objetos encantados: Un anillo que se encogía al colocarse en la base de un pene, lo sujetaba y mantenía endurecido, y al hombre lo mantenía en excitación permanente, con una pequeña palanca para impedir o no los orgasmos (siempre se los negaba al usarlo). El segundo objeto era un anillo de hechizo de sueño de Cleopatra, uno de los pocos no sexuales que tenía, que consideró útil para dormir a su hijo si fuera necesario. Al usarlo con César sólo despertaría si recibía un gran daño físico, algo como un fuerte golpe o una puñalada, hasta que terminara el efecto al cabo de 7 horas. No era un sueño sin sueños como había oído que provocaban algunas sustancias del lejano oriente, como la de la amapola adormidera. Era un sueño rico en sueños, tanto que al combinarse con el anillo que lo mantenía permanentemente excitado y sintiendo que algo agarraba su polla dura, siempre inducía sueños eróticos intensos que no parecían tener fin. “Seguramente están diseñados para combinarse”, pensó. Siempre le impedía los orgasmos con el anillo para reservar su semen para las mamadas. No era sólo que al mover la palanca el anillo apretara más, sino algo mágico: A pesar de lo que llegaba a apretar,nunca interrumpía el flujo de sangre; lo sabía porque nunca se le ponía rojo o morado aunque lo tuviera toda la noche puesto. De ese anillo sacó la idea de bloquear el orgasmo agarrando la base cuando se la chupaba, y con un poco de práctica lo dominó… Si también paraba a tiempo de estimularlo, por supuesto.

—Uhh... Cleo...

Ella sonrió orgullosa en la cama. “Jamás me llamaría así despierto.” Sus sueños siempre trataban sobre ella. Para eso era el tercer objeto: Un ostentoso pendiente del piso 5 (de alta calidad puesto que ahí se daban los menos convencionales) que hacía que todos los que estuvieran cerca de ella siempre pensaran en ella, ya fuera sexualmente o no. Pensaban en imágenes de ella, en su voz, en sus palabras; en interacciones sociales con ella pasadas o futuras. En combate, una exploradora impediría a un monstruo enemigo pensar con claridad para luchar de forma efectiva. A un guerrero le permitiría atraer a todos los enemigos creando una oportunidad a sus compañeros para flanquear o para huir.

Pero usándolo Cleopatra bastaba con que quien tuviera cerca sintiera un poco de deseo por el cuerpo femenino: fácilmente se desviaban todos los pensamientos sobre ella al terreno sexual: El análisis de su cuerpo y su figura, lo que deseaban de ella, su sensualidad, su fama merecida de experta felatriz... Los rumores sobre que se daba baños de semen en una bañera que llenaban sus esclavos para mantenerse joven y bella, parcialmente ciertos...

Y César, en sus sueños, siempre estaba bajo el influjo de ese pendiente de atracción. Toda la noche soñaba con ella, completamente excitado con el anillo sin correrse nunca, follando con ella y ella chupándosela en sueños, sin parar durante horas y horas.

Ella siempre le quitaba el anillo de polla antes de que terminara el efecto del hechizo de sueño. Para ello ordenaba al ama de cría que le despertara 7 horas después de verla irse al dormitorio con César. La excusa de Cleopatra era dar personalmente el pecho a su hijo. La mente de Julio César era suya en sueños hasta tal punto que su influjo sobre él estando despierto debería ser tremendo. Todas las mañanas al terminar el hechizo de sueño Cleopatra nunca estaba en la cama, y él se despertaba superexcitado. En lugar de masturbarse siempre la buscaba para desatar su pasión.

Todas las mañanas la encontraba fuera, en los jardines, dando el pecho mientras amanecía. Ella siempre se negaba a hacer nada sexual en los ratos que pasaba con su hijo, y César sabía que era lo correcto. Esos momentos al amanecer eran los favoritos de Cleopatra, con el hombre que gobernaba Roma pensando sólo en ella y en su hijo. Sólo volvían al interior de su paseo matutino con su bebé en brazos cuando a César se le bajaba la excitación.

Cleopatra tenía una contrapartida al pendiente, su gemelo del piso 5, que hacía lo contrario, nadie pensaba en ella hasta el punto de que ni siquiera eran conscientes de su presencia si ella no forzaba su atención. Hasta tal punto funcionaba que una persona podía escabullirse como si fuera invisible tan sólo con guardar silencio y apartarse de los demás. Esa defensa secreta se la guardó entre sus ropas para emergencias y encargó una réplica del otro para llevarlos a juego. No obstante en más de una ocasión había sustituido el de atención por el de evasión para escabullirse de situaciones incómodas como fiestas aburridas y la reunión extraoficial posterior a hablar asuntos importantes.

Pero el objeto favorito de Cleopatra era la poción de pintura de labios: Absorbida a través de los labios con un beso provocaba deseo sexual obsesivo e impulsivo (aunque breve) por la persona que tuviera delante, fuera quien fuera. Había que tomar un antídoto para que no le afectara a sí misma cuando se pintaba los labios de rojo brillante. En una ocasión se encontró despertando desmayada tras llenar el espejo de manchas de besos y sobre un charco de sus flujos vaginales, de masturbarse hasta perder el sentido absurdamente excitada. Fue la única vez que se le olvidó el antídoto antes de pintárselos.

Ambos objetos podían salir, siempre juntos, en el piso 3 (intervalo de 40 días), por lo que en un par de años había acumulado varios botes de reserva. El inconveniente era que al incluir el antídoto no daba más variedad de objetos, el cofre se gastaba sólo con esa pareja de pociones, y como tales eran consumibles. A cambio eran los terceros objetos sexuales más poderosos que tenía, y los únicos en gran cantidad. Una vez untada esa viscosa poción roja con un pincel quien fuera que besara la desearía más que nada en el mundo (por unos minutos). O más concretamente a cualquier persona que tuviera delante en ese momento. Una vez se preguntó juguetona lo que pasaría si besara a alguien con el pendiente de discreción y luego simplemente se fuera de una de esas reuniones aburridas de políticos gordos y anodinos.

Otra cosa que le encantaba de su objeto sexual favorito era el efecto aplicado sobre el glande o clítoris: multiplicaba la sensibilidad a las caricias y la intensidad del placer sexual. El inconveniente era que entonces los orgasmos de los hombres durarían demasiado poco, por esa mala costumbre del cuerpo masculino de agotarse tras ellos, y conllevaba que su seducción perdiera efectividad. Pero cuando lo usaba para masturbarse… Eso sí que eran orgasmos: Una cascada de uno tras otro, sin darle un respiro a su cuerpo hasta terminar el efecto, sólo poniéndose una gota concentrada en el clítoris, absorbiéndose en segundos. El sexo con hombres comenzaba a aburrirle y ya no lo buscaba por deseo sino por poder.

Luego estaba el aceite: Una de las pociones del piso 1 era un bloqueador de orgasmos, pero intentar envenenar a César podría costarle la vida; y cualquiera pensaría que intentaba envenenarlo si le veían echándole unas gotas en su comida o bebida. Pero descubrió que al diluirla en un aceite de masaje aromatizado, se absorbía por la piel. Lo que hacía era que César le untara sensualmente aceite por la piel por las mañanas al volver de los jardines con el niño, a veces eso significaba antes de follar (sólo las veces que ella consideraba necesarias). Hacía que César la deseara tanto tantas horas al día como fuera posible, sin el alivio de los orgasmos, follando debajo de él hasta que el famoso general curtido en mil batallas quedaba agotado sin desahogarse. Ella tampoco se corría por el efecto del aceite, pero más tarde ella se masturbaba con el pintalabios en el clítoris.

Los únicos momentos del día en que Julio por fin se corría, tras desearlo de día y de noche, despierto y dormido, era cuando Cleopatra decidía chuparle la polla.

El pintalabios sobre la polla neutralizaba el aceite antiorgasmos, pero este evitaba que vinieran demasiado rápido… Pero no debilitaba su potencia cuando por fin llegaban, sino que eran aún más intensos por la espera.

Y siempre llegaban justo cuando ella quería, ni antes ni después, así de grande era su habilidad.

En aquél momento, con el hombre más poderoso del mundo sometido a su lado, se estaba masturbando sin la poción pintalabios, ya desvanecido el efecto del aceite a esas horas de la noche. Su deseo natural por el sexo había sido sustituido por el deseo de masturbarse con la poción pintura (que intentaba no malgastar) y en segundo lugar por su fetiche sexual: Le excitaba mucho recordar el sexo oral que hizo a los hombres que le atrajeron de verdad; recordaba exactamente lo que les hizo y cómo lo hizo, y de qué manera gimieron y cómo se corrieron en su boca, y el sabor del semen que se tragaba para mantenerse joven y atractiva. Sin embargo allí mismo tenía al hombre al que más había hecho disfrutar de todos (con ayuda mágica), pero no le interesaba. Lo respetaba como a ningún otro hombre, pero no despertaba pasión real en ella. Por eso a veces tomaba no una sino varias gotas, para follárselo con locura de vez en cuando sólo para hacerlo correrse cuanto antes y tragárselo todo; César necesitaba pequeños alivios como ese de vez en cuando, no sólo algo de sexo rutinario por semana y entre 1 y 3 mamadas diarias.

A parte del anillo de dormir en una mano llevaba en la otra otro anillo del piso 5, el que permitía poner en trance. Funcionaban como dos mitades, de nuevo consumiendo un cofre completo del quinto piso, como los pendientes.

Todavía estaba practicando intentando usarlo de forma efectiva. Por sí sólo se basaba en la excitación y los orgasmos, cuanto más intensos más fácil era grabar cosas en las mentes de los hombres, que quedaban más desprotegidas y durante más tiempo. Y era la clave de sus mamadas al César de Roma: Los únicos momentos del día en los que por fin alcanzaba el orgasmo era cuando ella usaba ese anillo, que aumentaba aún más su excitación y la potencia de sus orgasmos acumulados, y al mismo tiempo debilitaba la mente hasta ser extremadamente sugestionable. Antes de viajar a la villa de Julio César había practicado su uso con esclavos, aprendiendo hasta qué punto podía doblegar sus mentes, cuánto tardaba, cuántos orgasmos, cuántas mamadas, cuánto excitarlos, qué cosas podía meterles en la cabeza y cuán fuertes serían… Y hasta qué punto cambiarlos. Pero sobre todo, cómo hablarles durante el efecto, y cómo mezclarlo con su sensualidad, como aquella tarde en el acantilado.

Pero César se resistía. A pesar de que lo mantenía deseándola y tan excitado tantas horas al día, mucho más de lo que hizo con cualquier esclavo, a pesar de que en sueños ella cegaba su mente de deseo y placer, como no hizo con ningún esclavo, su voluntad era más fuerte que la de ningún otro hombre que había conocido. Todos los días lo intentaba y todos los días fracasaba. Aunque parecía que funcionaba, al día siguiente volvía a la normalidad. Con él los efectos nunca duraban, su mente era de hierro.

—Y sin embargo me deseas más que a nadie. —Le dijo irritada. —¿Cómo puedes desearme tanto y al mismo tiempo no aceptar mis...? —Bajó la voz antes de decir “órdenes” al darse cuenta de que alguien podría oírla. Sería peligroso que luego se lo contaran a César.

Pensó en la segunda recompensa que obtuvo al segundo año en el piso 6. Lo más poderoso que había obtenido de la tumba mágica era algo tan peligroso que quiso llevárselo con ella hasta la villa de César, pero que al notar que estaba perdiendo su magia se vio obligada a enviarlo de nuevo a Egipto. Era un objeto obtenido indirectamente con otro premio del piso 6, un pergamino de invocación. Junto a este en lugar de un segundo premio sólo había una lista de objetos disponibles con precios a pagar cada vez mayores en concepto de niveles, que eliminaba la necesidad de conocer el objeto o haber estado en contacto con él: Otra pareja de objetos que consumían el cofre con un mismo propósito. En la lista había objetos que no deberían aparecer en el piso 6 pero astutamente el equipo de exploración recurrió al explorador superviviente más veterano de todos y se le ordenó consumir todos sus niveles para obtener el más caro de la lista.

—El espejo de Narciso. —Susurró mirando a Julio. “Con eso realmente podría controlar por fin a Julio César —Pensó—, pero sería muy difícil ocultar el hecho de hacerlo. Su líbido se dispararía demasiado hasta parecer un animal, todo el día masturbándose en el espejo o intentando montarme a mí o a cualquiera como una bestia. Todos pensarían que he envenenado su mente para gobernar por su incapacidad.Los triunviros se enfurecerían conmigo. Y ninguno de los exploradores ni esclavos había vuelto a la normalidad, el efecto era permanente (al menos hasta que consiguieran sus instrucciones). Algunos de ellos resultaron tener mentes tan maleables como un cordón de tela, mientras que otros únicamente fueron cegados por la lujuria de forma permanente, sin rastro de mente inteligente. Varios exploradores y esclavos han sido hechizados intentandocomprender y perfeccionar su uso, pues la trampa de la invocación es que no incluye instrucciones. Es demasiado evidente el influjo externo. “Es una decisión difícil.” —Y por eso Cleopatra decidió devolver el espejo a Egipto sin utilizarlo antes de que perdiera su poder y quedara inutilizado, pues era de los que se debilitaban con el tiempo en vez de inutilizarse repentinamente. Perdió la ocasión de usarlo con César por ser prudente, “pero más adelante lo utilizaré en Egipto con quien sea necesario, hermano”, decidió antes de correrse. César gimió al oírla, mezclado con su sueño en el que lograba que se corriera. Para él era un orgullo las pocas veces que lo conseguía porque desconocía el efecto del aceite. Sólo sucedía cuando ella quería porque no aplicaba la poción al aceite, las únicas veces que permitía que él se corriera en su interior. No quería otro hijo demasiado pronto.

Tras el orgasmo Cleopatra se durmió. Los constantes gemidos del hombre a su lado le ayudaban a dormir igual que el sonido de las olas.


El barco llegó al puerto designado en el río Nilo. Descargaron su cargamento y fue cambiando de manos. Al principio las miradas se dirigían a los contenedores de riquezas, pero cuando llegó a palacio algunos de mayor estatus y mejor informados comenzaron a mirar al verdadero tesoro, oculto entre nimiedades.

—Una de las naves de Cleopatra ha llegado, su alteza. —Dijo inclinado uno de los consejeros ante Ptolomeo XIX.

—¿Quieres decir una de las que tienen cosas mágicas?

—La reina ordenó que se evitara esa palabra. Son sólo objetos atípicos de una tumba poco común.

—Traédmelo.

A pesar de que Cleopatra había intentado mantener ocultos los secretos de la mazmorra, finalmente había llegado a oídos de su hermano coregente. Abrieron la caja de hortalizas y quitaron el doble fondo. Retiraron el collar lujoso y debajo quitaron la tela que lo amortiguaba. Sacaron un estuche negro y unas instrucciones y el sirviente se lo entregó al rey de Egipto.

—Retiráos.

Leyó las instrucciones desarrolladas por un escriba con lo que habían averiguado.

—Con esto podría gobernar por completo. —Dijo para sí mismo a solas. —Convertiría a Cleopatra en lo que todos dicen que es. Nadie la seguiría en la guerra ni el gobierno. Su mente sería la de una bestia en celo. —Se frotó las manos satisfecho con su botín y sonrió.— ¿Qué estabas tramando ocultándome esto, hermana? Le daré un buen uso cuando vuelvas a casa… Antes de que tú lo uses contra mí.


Las naves de Cleopatra no sólo transportaban objetos mágicos de la mazmorra: Los de menor grado estaban a la vista de la tripulación aunque no supieran sus efectos. Eran utilizados para intentar localizar otras mazmorras alrededor del mundo mediante la pérdida o atenuación de su poder; Los matemáticos habían calculado cómo triangular la posición de una posible mazmorra alternativa reuniendo la información de distintos barcos; únicamente tenían que informar sobre su posición en el momento en que los objetos perdieran su brillo, o en qué medida se atenuaron hasta apagarse y con qué ruta.

De ese modo intentaban triangular la posición de otras mazmorras por el mundo navegando a través de los ríos por Europa, África y Asia.

Buscaron durante mucho tiempo después de la muerte de Cleopatra, puesto que los hombres elegidos le fueron fieles. Generación tras generación se formó una tradición: Los pocos que conocían el secreto, ahora linajes familiares, usaban los artefactos para buscar zonas de poder mágico por todo el mundo. Algunos de ellos los vendieron en el mercado negro a nobles caprichosos y curiosos, incluso a algunos reyes. Pero las instrucciones se perdieron con el tiempo y los objetos perdieron su magia. La mayoría eran conservados como simples reliquias míticas.

Algunos de ellos lo lograron, se enriquecieron vendiéndolos a nobles o con mecenas financiando sus expediciones suicidas. Otros murieron cortando más lazos con Cleopatra.

Siglo tras siglo quedaban cada vez menos linajes con alguien dispuesto a recorrer el mundo y tratar de encontrar un lugar que las reactivara, si es que eso fuera posible, y suponiendo que aún funcionaran tras siglos o incluso milenios sin protección mágica.

Con el tiempo surgieron algunos coleccionistas ricos que reunieron colecciones de Las Naves de Cleopatra. Debido a su bajo rango casi todos fueron anulados para siempre al perder su poder, pero los que se reactivaron al detectar nuevas mazmorras tenían cotizaciones absurdamente altas entre aquellos que creían la leyenda. Reuniendo suficientes de ellos podía triangularse la posición de una nueva mazmorra, y por supuesto darles uso.

Más tarde las armas de pólvora dejaron atrás los artefactos de combate (de hasta grado 5, pues se había perdido el rastro de los pocos de grado 6) y sólo se valoraron los artefactos con utilidades variadas y los pocos de uso sexual con suficiente grado para no haberse roto. Estos últimos hicieron las delicias de algunos nobles de Europa famosos por su depravación.

Napoleón en Egipto siguió el rastro de las míticas armas de Cleopatra, sin éxito. Buscaba los artefactos de grado 6 que se decía que nunca salieron del país. No tuvo éxito ni siquiera en lo más profundo de las tumbas de las pirámides, donde los parásitos, las bacterias y los hongos consumieron a los exploradores como “maldiciones”. Aquello terminó con la paciencia de Bonaparte y desechó el proyecto.

Y el tiempo pasó...


Tolium y Neif eran dos hermanos egipcios con muchas ganas de aventuras en el siglo XXI. Una de sus reliquias familiares era una piedra verdosa con una brújula dorada grabada, y la leyenda decía que tenía el poder específico de mostrar el camino de vuelta a la mazmorra mágica: “Nada de triangular ni esas cosas de matemáticos, un camino de verdad”, les dijo su abuelo cuando eran pequeños. Pero desde que se cerró la de Egipto dos mil años antes perdió su brillo. Aunque era de piso 1 y por lo tanto poco valiosa según la mitología de la tumba mágica, muchos antepasados marineros la habían llevado consigo por el mundo como recuerdo familiar o simple amuleto de la suerte. Para los hermanos de familia de tradición mercante sólo era una piedra extraña y adornada, pero su abuelo también les contó que algunos de sus antepasados estaban seguros de que fue lo único que les mantuvo a salvo en sus viajes.

—El abuelo de mi abuelo—Les contó una noche ante el fuego—, dijo que el primero de nosotros, el que obtuvo la piedra en el primer día que se abrió El Portal, cruzó a través de una piedra de la base de una pirámide cuyo nombre se guardó en secreto. Él era un esclavo al que la mismísima reina Cleopatra regaló su libertad por el descubrimiento.

—¿Fue él quien descubrió la “mazmorra”, abuelo? —Preguntó Neif.

—Así fue, pequeña. Después la reina le prohibió volver a entrar, una vez nombrado hombre libre, así que no pudo buscar más tesoros. Pero no le importó porque no era codicioso.

Tolium se quedó pensativo mirando el fuego. A sus 10 años ya había aprendido un par de cosas sobre la naturaleza de los hombres. El abuelo continuó:

—Ya era conocido por ser un buen hombre entre los esclavos, y no cambió cuando dejó de serlo. Algunos hombres muestran cómo son cuando aumenta su posición social, pero él lo demostró para bien.

—¿Qué quieres decir? —Preguntó Tolium.

—Los premios que daba la tumba tenían que ver con lo puro que fuera el corazón de los hombres. Por eso el tesoro que la reina le devolvió como regalo, el primero que salió de su interior, era mucho mejor de lo que la mismísima Cleopatra creyó. Ella pensó que era basura del menor grado. Pero la esposa de nuestro antepasado siempre estuvo segura de que la tumba se abrió para él. Y el primer premio que la pirámide entregó, lo obtuvo él solo, luchando por su vida por adentrarse por curiosidad. Los antepasados estaban seguros de que aquél tesoro también estaba dedicado a él. Eso es la piedra verde con la brújula incrustada. El primer tesoro entregado a un buen hombre.

—¿Por qué no sabemos lo que hacía? —Se quejó Tolium. —Si todos los objetos venían con instrucciones.

—Nuestro antepasado no sabía leer y terminó perdiendo el papel. Seguramente se lo llevó el viento del desierto, perdido para siempre.

Neif no apartaba los ojos de su abuelo, atenta siempre a sus historias. Le extrañaba que Cleopatra se hubiera equivocado en algo tan simple como el número del piso:

—Pero si lo consiguió en el piso 1 era de nivel 1, ¿No, abuelo?

—Era del primer piso, pero eso no lo hacía del grado inferior.

—A mí todo eso me parecen los cuentos que me contaba la abuela cuando era pequeño. —Replicó escéptico Tolium.

—Yo te creo, abuelo. —Contestó Neif.

—Claro, con 8 años te crees cualquier cosa.

Su abuelo le acarició el pelo a Neif.

—Es la historia familiar. Recordadla y algún día contádsela a vuestros nietos.


—¡Tolium, Tolium, ven! —Exclamó una noche Neif en el salón, mientras su hermano se lavaba las manos para cenar.

—¿Qué pasa? ¿Es otra de tus bromas? —A pesar de que ambos pasaban ya de los 18 años su hermana era demasiado inmadura para su gusto.

Se acercó a mirar y se quedó de piedra: Ella sostenía la reliquia familiar y uno de los puntos cardinales dorados estaba brillando con luz propia.

—Por un momento me has engañado. Le has puesto una luz LED.

—¡No, te lo prometo!

Se la quitó y examinó por su cuenta, pero no vio rastro de engaño. La golpeó con los nudillos y luego con el cucharón: Era totalmente maciza y muy densa, como siempre. Al tacto las flechas doradas parecían metal sin rastro de manipulación. Por supuesto no tenía aguja de brújula, sólo era un adorno con las 8 direcciones cardinales. Era un metal que no se oxidaba pero le habían dicho que no era oro.

Sin embargo lo más desconcertante es que realmente funcionaba como una brújula: Al girarla sobre sí misma la dirección cardinal iluminada se apagaba siendo sustituida por la siguiente: La dirección que indicaba era constante, de modo que las 8 flechas funcionaban como la aguja de una brújula normal.

—¿A qué dirección apunta? —Preguntó Neif.

—El sol se ha puesto por allí, así que… Es el Noroeste.

—¿Significa esto lo que yo creo, Tolium? —Tenía risa juguetona, como cuando de pequeños jugaban al escondite. Al principio él sólo la miró en silencio.

—¿Cuánto tienes ahorrado? —Preguntó al final.

—Suficiente para hacer un viaje y alojarnos en algún sitio barato unos días. —Contestó muy feliz.

Tolium sonrió.

—Yo también. Juntando el dinero puede ser un viaje muy largo y con escalas. Y nos daría para vivir un par de semanas. Pero en sitios baratos, los hoteles buenos son carísimos.

—¡Bien! —Neif saltó de alegría. —Por fin saldremos de Egipto, ¡Me muero de ganas de viajar!

Tolium mostró media sonrisa. Siempre era más reflexivo y menos efusivo que su hermana, pero también tenía ganas de ver mundo.

—Prepara las maletas. Vamos a dejar la universidad hasta después del verano.

Los hermanos vivían solos con el dinero de la familia, instalados junto a la Universidad de El Cairo. Para ellos ahorrar consistía en reducir gastos innecesarios.

Al día siguiente cruzaron al lado Oeste del Nilo y recorrieron muchos kilómetros en el coche de Tolium siguiendo la dirección de la brújula. Al final del camino llegaron a Alejandría.

—Debe ser por aquí. —Comentó Tolium cuando por primera vez dejó de indicar el Noroeste. Su hermana tenía el cabello negro brillante bailando, asomada por la ventanilla y jugando con la mano contra el viento como si cabalgara olas.

—¿No íbamos a ir a Europa en avión? —Dijo metiendo la cabeza dentro. Estaba un poco decepcionada.

—¿Y qué quieres que haga si la piedra nos trae aquí?

Llegaron hasta Kite-Bey, fortaleza que se erigía sobre las ruinas del Faro de Alejandría.

—Me temo que el camino termina aquí, Neif. —Dijo con el coche parado. —No vamos a entrar ahí.

—Pues yo pienso ir a Europa. Me da lo mismo París, Roma o Granada. ¿Te vienes?

—No tan deprisa. Mira esto. —La brújula no se decidía. Con el menor movimiento cambiaba la dirección.

—¿Qué significa?

—Significa que está muy cerca, entre dos flechas cardinales, y que no apunta exactamente a la fortaleza.

—¡Oh! ¿Apunta al mar?

—Podría ser. Tal vez a Atenas o a Macedonia, están casi alineadas desde aquí.

—¿Vamos a Grecia entonces?

—¿Por qué no? —Los dos se animaron.


Se encontraban en la Acrópolis de Atenas, en la zona norte, en las ruinas del Erecteón, erigido en honor de Atenea, Poseidón y el rey ateniense Erecteo. Rodeando lo que quedaba del edificio turístico la brújula indicaba todo el rato su interior, de modo que entraron. En aquél momento la brújula la sostenía su hermana.

—¡Aaah!

Le asustó pero no pasaba nada.

—¿Qué te ha dado de repente?

—¡Mira eso! —Señaló una de las paredes por el lado interior.

—¿Qué pasa?

—Un momento, ¿Es que no lo puedes ver si no la tienes?

Miró a su alrededor. Uno de los turistas se acercó por el pequeño grito, pero vio que no pasaba nada extraño ni se estaban peleando. Ambos aguardaron a que se fuera y siguiera haciendo fotos por el otro lado.

—Ahora que no pasa nadie por dentro. —Le pasó la piedra y Tolium se asustó.

—¡¿Cómo…?!

Ante él había un brillante disco de luz de casi dos metros de diámetro, con textura semisólida, granulada iridiscente, que parecía una espiral girando lentamente.

—¡Lo que decía el abuelo era cierto, Tolium! ¡Un portal!

Pero él no estaba dispuesto a creer en ello tan fácilmente. No sin cruzarlo, al menos. Neif puso su mano también en la piedra.

—Puede que también sea una llave. —Reflexionó ella. —Si nadie lo ha cruzado por error… Si nadie puede verlo normalmente, es que hace falta esto para entrar.

—Y para salir, si tienes razón. No lo olvides.

—¿Lo intentamos?

Esa vez fue él quien miró alrededor. Sonrió y dejó escapar su faceta aventurera.

—¡Vamos!

Los dos hermanos cruzaron el portal en Atenas y aparecieron en una enorme sala circular blanca, llena de puertas con inscripciones. Neif soltó la piedra un momento y no pasó nada; entonces corrió y se puso a leerlas todas.

—¡Están en nuestro idioma!

Tolium estaba paralizado. “¿Entonces todo era cierto?” Ella siguió leyendo carteles de puertas.

—¡Son números de pisos y tipos de criaturas! “Lucha con Kóbolds y arañas.” “Lucha con Gólems, Demuestra tu intelecto y ve a través de ilusiones.” Indica el tipo de desafíos. ¡La mazmorra quería que nuestro antepasado eligiera!

—¿Qué sentido tendría elegir sin hacerse fuerte primero? —Tolium recobró su faceta analítica. —Necesitas “subir de nivel” primero.

—Quizá con la piedra no haga falta. ¿Y si te da “autonivel”?

—¿Qué es eso?

—El “autolevel” es algo que tienen algunos videojuegos de rol. —Explicó ella. —Muchos jugadores lo odian porque dicen que se pierde la sensación de progreso. Otros lo defienden diciendo que es para explorar con libertad. ¡Perfecto para quien le guste viajar!

A Tolium no le gustaba nada que su hermana perdiera el tiempo con juegos online en vez de estudiar. La universidad le costaba dinero a la familia.

—¿Y si viajar libremente viviendo aventuras era el gran deseo de nuestro antepasado esclavo... Y la mazmorra se lo concedió por su buen corazón?

“Eso tiene cierto sentido.” Pensó Tolium.

—¿Y si nosotros somos como él y por eso se ha activado? —Terminó ella. Pero Tolium no contestó. Se aproximó a la puerta a su derecha, la que estaba en blanco y sin pomo, la penúltima en sentido de las agujas del reloj. “¿Por qué no podemos elegir esta?”, pensó. “No es que haya que superar las anteriores primero. Esta está bloqueada a propósito.” Leyó la siguiente: “24. Las puertas sólo pueden desbloquearse pagando con suficiente buen karma. Lucha con elfos de luz hechiceros.”

—¿Qué pasa, hermano?

—Parece que lo que bloquea esta puerta guarda relación con necesitar pagar con “buen karma” en el siguiente piso.

—¿Cómo lo sabes?

—Es una deducción. ¿Has visto alguna otra puerta que mencione al karma?

—¿Es que ya has leído todas desde aquí?

—No me hace falta.

—¿Entonces el máximo al que podemos ir es al piso 22? ¡Vale!

Tolium la sujetó del brazo.

—No tenemos ni idea de lo peligroso que puede ser. Aunque tu teoría del “autolevel” sea correcta, no sabemos luchar, ni tenemos armas, ni sabemos enfrentarnos a las trampas, ni tenemos “habilidades” como lanzar hechizos. Es una estupidez arriesgarse.

—Bueno, entonces vamos por la puerta 1. “Lucha con ratas, slimes y babosas.”

Tolium se debatió entre su curiosidad y ganas de aventura, y cuidar de su hermana y de sí mismo.

—Está bien, vamos.

Cruzaron la puerta y aparecieron en un pasillo de roca de algún tipo de cueva. A su izquierda había labradas unas escaleras hacia arriba. Entraba luz del exterior y su hermana tuvo el impulso de ir hacia allí primero, así que él la siguió.

—Pero si esto es… -Su hermana estaba sorprendida con razón. Aquello parecía totalmente mundano y anodino: Estanterías usadas como cuarto trastero, herramientas, una ventana alta que daba a un jardín… Era un sótano de una casa normal y corriente.

—Qué raro. —Murmuró Tolium acariciándose el mentón y su perilla de una semana. —¿Exploramos la casa o volvemos a la cueva? ¿O a la puerta? Creo que la hemos dejado abierta.

—¡Aaaaah!

Oyeron la voz de una mujer. El primer impulso de Tolium fue ponerse delante de su hermana para protegerla, y el de ella apartarlo y subir las escaleras corriendo. Oyeron golpes y cosas rompiéndose y algo metálico chocando. Subieron al pasillo y llegaron a un salón patas arriba por una pelea, lleno de muebles rotos y marcas de golpes en la pared. Una mujer pelirroja con un abrigo de pieles de lobo y una daga y un chico con una enorme hacha de guerra estaban bloqueando juntos el espadón de una especie de hombre-león con armadura de cuero, que reía como si jugara con sus presas antes de comérselas. Una mujer rubia y desnuda estaba acurrucada contra la pared, aterrorizada en posición fetal. Un cubo metálico flotante se interponía entre ella y el caos.

En aquél momento Tolium y Neif tuvieron que tomar una decisión: Volver atrás y hacer como que no había pasado nada, o intentar ayudar de alguna manera como les gritaba su conciencia, a la vez que su instinto les decía que eran hormigas en una estampida de elefantes y que por favor no hicieran una estupidez.

La hicieron.