Dentro de un uniforme

Los policías también saben cómo hacer ciertas cosas...

Dentro de un uniforme

1 – En la comisaría

Fuimos Daniel y yo a la comisaría donde trabaja Manu y, con sólo preguntar por él, me hicieron pasar a su despacho. Daniel esperó fuera por prudencia.

En el momento de cerrar la puerta, me empujó Manu y me pegó a ella para que no pudiera abrirse:

¡Cuánto tiempo! – me dijo - ¡Cada vez estás más guapo y más bueno!

¡Pues anda que tú…! – le dije -, con ese uniforme… Te lo quitaba poco a poco y te ponía a tono.

Me besó y acabamos abrazados, rozándonos las pollas.

Tengo que sentarme a la mesa – me dijo – como entre alguien me va a ver el paquete un poco abultado.

¿Un poco? – me reí -, se te ha puesto la polla como un leño y se te nota bastante.

Oye – me preguntó intrigado - ¿Ese tío moreno tan rico, viene contigo?

¿Te gusta? – le dije -; es mi pareja y me parece que no lo voy a cambiar por otro nunca.

¡Está de muerte, tío! – se levantó -. Le diré que pase, no me parece bien dejarlo ahí afuera.

Se asomó y le hizo señas para que entrase volviendo a cerrar la puerta. Me puse en pie y los presenté. Se besaron; los dos sabían que les iba el rollo. Por la cara de Daniel me pareció averiguar que Manu le había gustado. Un uniforme hace mucho.

¿Y qué os trae por aquí? – se rió - ¿Vais a casaros?

¡Noooo! – dijo Daniel -; bueno, de momento no. En realidad no nos hace falta.

Verás, Manu – le dije -, sé que vosotros os enteráis de muchas cosas que pasan. ¿Has oído hablar algo de una aldea abandonada y donde pasan cosas extrañas?

¡Joder! – exclamó -, ese sitio se llama Matacabras. Por lo visto ha habido allí algún asesinato poco claro. Una casa incendiada. Lo están demoliendo todo. Dicen que es un sitio peligroso y es mejor no acercarse.

Es que… - le dije -, fuimos allí por circunstancias muy extrañas y, por abreviar, te diré que había una señora (Matilde, me interrumpió) que maltrataba a su pequeño. Lo tenía encerrado en un sótano y lo único que hacía era ponerle un plato de comida como a un perro. Este chico se llama Alex. Se ha salvado del incendio por estar en los sótanos. Lo hemos recuperado y es un chavalín muy lindo. Nos lo hemos traído a escondidas. Necesito saber si

¿No me irás a decir que quieres adoptarlo? – dijo intrigado -.

¡No, no!, no puede ser. Tiene unos trece años. No podría ser mi hijo. Mi pregunta es que… si sería posible que fuese mi hermano.

¡Ja! – casi se ríe a carcajadas - ¡No sabes las cosas tan raras que podemos hacer! En este caso no sería difícil hacerse de una partida de nacimiento; tus padres vivían cuando él nació ¿no?

Si, vivían – le dije -. Se trataría de que yo, como hermano mayor, me hiciese cargo de él.

¿Por algún motivo especial? – preguntó -.

Le hemos dado la vida – le dije -; el chico nos quiere mucho, aunque sobre todo me considera a mí como su padre. Es un encanto. Cuando lo veas me darás la razón.

Ten cuidado con lo que haces – me aclaró -; es menor de edad.

¿Me harías ese favor? – le rogué -. Ese chico está abandonado en el mundo y quiere estar conmigo y con Daniel.

Bueno – me dijo insinuante -, me invitas a una copa y yo te hago el arreglo; pero no saques al niño a la calle sin la documentación que voy a prepararte. No creo que tarde más de quince días.

Te invitamos a casa cuando quieras – le guiñé un ojo -; y no es para pagarte el favor.

¡No hombre! – dijo enseguida -, los favores no se pagan.

Ya – dijo Daniel -, pero imaginando lo que debe haber ahí debajo de ese uniforme

¡Me gusta la idea! Quiero conocer a ese niño. Tal vez esté traumatizado por lo que ocurrió allí.

¡En absoluto! – le dije -, ahora es feliz. Ya verás su sonrisa. ¿Cuándo vas a ir?

Pufff, espera – miró la agenda -. La semana que viene, el lunes por la tarde ¿puede ser?

Cuando quieras o puedas – dijo Daniel -, ahora estamos de descanso forzoso. Te esperamos el lunes ¿no? No nos falles.

Yo no fallo – dijo -, follo.

Manu le pareció un tío divertido a Daniel y además me confirmó que se le había puesto como una piedra al verlo: «¡Está que te cagas de bueno!».

Solo tiene una peculiaridad – le dije -; le encanta follar; es incansable. Pero le molesta que lo penetren.

Hmmmm – me abrazó Daniel -, ¡eso hay que probarlo!

2 – Solos en casa

Pasamos el fin de semana los cuatro juntos, casi siempre juntos. Cuando veíamos la tele, Alex se abrazaba a mí y no parpadeaba. Le gustaban los dibujos animados y los anuncios. Pusimos algunas películas en DVD y jugamos a esos extraños juegos eróticos que habíamos inventado usando las cartas.

Un día se llevó Daniel a Fernando a dar una vuelta para que viera cosas y Ramón se quedó en su casa. Mi niño y yo estábamos sentados en el sofá hablando de muchas cosas que podríamos hacer, se levantó y se asomó a la ventana.

Papá – me dijo -, yo pensaba que estaba muerto porque estaba debajo de la tierra. ¿Cómo estoy ahora? Esto está muy alto y la gente pasea por allí abajo.

¿Cómo vas a estar? – le dije - ¡Vivo! ¡Más vivo que nunca!

Se acercó a mí y se sentó sobre mis piernas agarrándose a mi cuello.

Hay cosas – me dijo – que sólo me gustaría hacerlas contigo.

Dime cuáles son – le respondí -, y las haremos los dos solos. Fernando y Ramón no van a estar siempre aquí.

Bajó las manos y comenzó a acariciarme la polla mientras me besaba. Evidentemente, me puso empalmado en muy poco tiempo. Cuando ya jugaba con ella y comenzó a movérmela, se incorporó un poco, se abrió las nalgas y se sentó sobre mi polla con cuidado. Yo no quise hacer nada; sólo me dediqué a besarle, pero él buscó el sitio adecuado y se fue dejando caer. Noté como lo iba penetrando poco a poco y no hacía gestos de dolor; sonreía. Cuando llegó al fondo ya no podía aguantar más, lo abracé contra mi cuerpo y él supo que me iba a correr, así que comenzó a moverse para darme más gusto: «¡Ya, ya, bonito. Ya viene!».

Se quedó sentado sobre mí un rato con mi polla dentro. Yo notaba perfectamente que estaba muy apretada, pero no le dolía. Me sonrió y volvió a abrazarse a mí. Al rato, se levantó despacio y la fue sacando. Al salir, como es normal, sintió esa sensación extraña y aspiró: «¡Ah! Me gusta».

¿Esto es lo que quieres hacer sólo conmigo? – le pregunté - ¿o es un regalito extra?

No - me dijo -, esto quiero hacerlo sólo contigo. Aquí sentados. Cuando no haya nadie.

¿Te da vergüenza? – me extrañé - ¿Tampoco quieres que nos vea Daniel?

No – me dijo seguro -, no me da vergüenza, pero quiero hacerlo sólo contigo.

De acuerdo, chaval - nos dimos la mano -, trato hecho. Esto sólo para ti. Te quiero ¿sabes?

Sí – se echó para atrás riendo -, ¡claro que lo sé! Y yo te quiero a ti.

Se puso en pie.

No te levantes – me hizo un gesto con la mano -, voy a por unas toallitas para limpiártela. Eso lo haré siempre yo. Tú te quedas ahí sentado.

Cuando llegaron Daniel y Fernando tampoco quiso que yo me levantase y salió él a abrir. Daniel lo abrazó y lo levantó en los aires besándolo y luego se acercó él a Fernando y se besaron un rato balanceándose. Tardaron muy poco en ponerse en pelotas como nosotros.

¡Mira! – dijo Daniel -, te hemos comprado unos regalitos para que juegues y traemos cuatro hamburguesas riquísimas. Fernando, avisa a Ramón de que le hemos traído una hamburguesa.

No las he comido nunca – dijo riéndose -, tendréis que enseñarme.

Es fácil – le dije levantándome -; son bocadillos muy blanditos y muy ricos. ¡Vamos! ¡A comer!, que se enfrían.

En cuanto llegó Ramón, comenzó a quitarse la poca ropa que traía y nos sentamos alrededor de la mesita.

Cuando probó Alex la hamburguesa hizo un gesto de sorpresa con la cara y se mordió el labio inferior: «¡Qué rico!».

Come sobre el papel – le dije -, que este pan es tan blandito que se sale toda la salsa y te vas a poner

Bueno – dijo Fernando -, si se llena todo de salsa lo limpiamos a lametones.

Fueron unos días deliciosos hasta que se fue Fernando el domingo. Lo llevé a la estación y, antes de partir, se agarró a mí en un fuerte abrazo y cayeron algunas lágrimas por sus mejillas que también me parecieron verdes.

¡Vamos, Fernando! – le dije al oído -, que no vamos a dejar de vernos y el conductor te está esperando.

Sí, sí – contestó -; ya me voy. Diles a todos que os quiero. A ti más que a nadie, pero a todos.

Pasó el autocar por delante de mí, a pocos metros, y le vi llorando mientras me decía adiós con la mano. Tuve que sentarme un poco en un banco y me fui luego a la cafetería a tomar una caña.

3 – ¡Que viene Manu!

El lunes por la tarde esperábamos a Manu viendo la tele hasta que sonó el timbre de la puerta.

¡Yo voy! – dijo Alex -. A lo mejor es Ramón.

No, bonito – le dije -, será mi amigo Manu. No te asustes si viene vestido de poli ¿eh?

Ojalá – me dijo Daniel al oído -, antes de quitarle la ropa ya me habría corrido.

Cuando entraron en el salón, traía el poli alto y fuerte al pequeño en brazos.

¿Tú serás Alex, no? – le dijo -; eres más guapo de lo que me ha dicho Tony.

Ya se había ganado Manu la confianza del pequeño, tanto, que se sentó sobre su pierna al poco rato y le hizo muchas preguntas.

¡Jo! – exclamó el pequeño -, yo creía que los polis eran todos malos.

No, hijo – le dije -, son personas. Manu es muy bueno y verás qué bien lo pasas con él.

Manu – le dijo Alex -, ponte fresquito como nosotros.

Daniel me miró de forma extraña; supongo que hubiera preferido quitarle él mismo el uniforme. Pero lo que sí noté es que cuando empezó a desabrocharse la camisa, Daniel se excusó para ir al baño.

Nosotros estamos siempre desnudos ¿sabes? – le dijo Alex -. Aquí se está muy fresquito.

Y mirando Manu al pequeño y pellizcándole la nariz le dijo:

Si siempre estáis desnudos, a mí no me importa.

Y tirando hacia abajo de sus boxers le dijo el pequeño:

No tengas vergüenza, Manu, todos tenemos lo mismo.

Me encantan estos niños sin prejuicios – dijo Manu -, ojalá en mi casa fueran así.

Tomamos alguna cosa y hablamos bastante de cómo iban a hacerse los trámites, pero al final, nos aseguraba que se podría hacer.

Noté que a Manu se le iban los ojos a la polla de Daniel. Normal hasta cierto punto; la mía ya la conocía.

Mira, precioso – le dije a Alex -, nosotros, los mayores, tenemos que hablar todavía más cosas. Algunas no vas a entenderlas y otras no deberías saberlas. Te voy a poner en la tele esos dibujos que tanto te gustan y, para no molestarte, nos iremos al dormitorio. Creo que no tardaremos demasiado.

Los tres nos íbamos ya para el dormitorio en pelotas y casi empalmados cuando me llamó Alex:

Papá – me dijo -, Manu también juega a las mismas cosas que nosotros ¿verdad?

Dudé en decirle la verdad, pero me di cuenta de que no debería mentirle.

Sí, bonito – lo besé -. Además sé que te gustaría jugar con él a esas cosas, pero ahora es mejor para todos que sigas viendo esos dibujitos.

¡Claro, papá! – contestó como extrañado -, yo no te he dicho que quiera irme con vosotros; veré la tele, pero sé que jugaréis un poco a follar.

Sí, cariño, sí – le acaricié todo el cuerpo -. Igual que te he prometido que haremos una cosa tú y yo solos, te prometo que si un día quieres follar con Manu, me lo dices y ya está. Pero antes tengo que preguntarle ¿sabes? A la poli no le gusta que se juegue a esas cosas con niños.

No te preocupes – me dijo -, me encantas los dibujos estos.

Pasamos los tres al dormitorio y puse el pestillo por si acaso, pero el pequeño no nos interrumpió en ningún momento. Mientras cerraba la puerta, ya le tenía Daniel agarrada la polla a Manu.

¡Joder, tío! – dijo - ¡Estás para hacerte encajes de bolillos!

Hazlos.

Me subí a la cama con ellos y hubo una primera sesión silenciosa de besos y caricias de todas clases. Nuestras pollas iban a reventar. Llegado el momento, nos puso Manu a los dos boca abajo en la cama: «¡Estáis detenidos!». Se echó a reír y empezó a meternos los dedos por el culo a los dos haciéndonos un masaje riquísimo. Daniel y yo nos abrazamos y comenzamos a besarnos y él se fue primero para Daniel, le abrió las nalgas y se puso directamente a comerle el culo. Daniel suspiraba y me besaba y me mordía los labios. Su lengua casi me llega a la garganta. Cuando ya lo vio excitado, tiró de las nalgas aún con más fuerzas y le metió media polla de una vez. Daniel abrió los ojos y me agarró la mano apretando. Poco después, empujó otro poco y acabó metiéndosela hasta que sus enormes huevos, colgando de aquellos preciosos escrotos, chocaron con sus piernas. Daniel alucinaba mientras me miraba deshecho en placer. Luego se la sacó de un tirón y apretó Daniel los labios: «¡Qué gustazo!». Entonces me tocó a mí. Manu sabía lo que me gustaba, así que también abrió mis nalgas tirando y me comió el culo y lo lamió con la punta de su lengua haciendo un vaivén que quitaba el sentido. Se levantó al rato y escupió justo en mi agujero, se escupió en la mano y se untó la polla. Me abracé a Daniel fuertemente; sabía lo que venía. Puso la punta de la polla en mi agujero (apenas rozándolo) y empujó de una vez hasta adentro. Aquella mezcla de dolor suave y de placer casi me hace perder la vista. Daniel y yo estábamos aferrados el uno al otro. Finalmente, echándose sobre mí, me susurró al oído:

Me gustaría correrme dentro de los dos, pero me parece un poco difícil. Como tú ya lo conoces, voy a follarme a Daniel, pero te prometo que volveré y te la meteré hasta el estómago.

Asentí con una sonrisa y volvió a pasarse sobre el cuerpo de Daniel. Le escupió en el agujero del culo, se untó la polla con saliva y se la metió hasta el fondo de una vez. Daniel me apretaba la mano y me miraba mordiéndose los labios de placer. Comenzó a follarlo a su manera, es decir, la sacaba despacio y apretaba de pronto hasta el fondo. Cuando empezó a jadear y a moverse con más rapidez, Daniel y yo nos besamos frenéticamente. Finalmente se corrió, se echó sobre él y espero a calmarse para sacarla.

Tomé papel para limpiarnos y seguimos besándonos otro rato.

Por favor – dijo Manu casi asfixiado -, dejadme venir de vez en cuando. Os lo juro, no es el cobro de nada, es que sois una pareja perfecta.

Ven cuando quieras, Manu – le dijo Daniel -, aquí tienes dos culos para ti.

Gracias – dijo -, sois un encanto, pero ahora os quiero boca arriba. Además de dos culos, me parece que tengo dos pollas ¿no?

Nos pusimos boca arriba y comenzó a mamar un poco en una y otro poco en otra; alternando. Cuando notó que yo me corría, se la metió entera (no sé cómo) y mis chorros de leche salieron disparados con tal placer que se me levantó el culo de la cama. Terminó con Daniel en poco tiempo, pero vi cómo le hacía lo mismo; su polla le entraba entera.

Estoy sudando – dijo - ¿Os importa que me refresque en la ducha?

¡Espera! – le dije -, te abro la puerta y te doy una toalla. Ya sabes que al niño no le asusta verte desnudo. Cuando acabes, te vas para el salón.

Papá – me dijo Alex - ¿ya habéis terminado?

Sí, cariño – le dije besándolo -, pronto serás mi hermanito aunque me digas papá.

¡Qué bien! – respondió abrazándose a mí -. ¿Podéis esperar un poco a que termine esta peli? Quiero darle las gracias a Manu.