Dentro de mi chochito una y otra vez
Decidí dar tregua a mi clítoris que lo tenían bien rosado e hinchado y me dispuse a bajar. Acaricié por fuera la entrada de mi vagina. Tracé varios círculos. La recorrí de arriba abajo. Introduje un poquitín mi dedo índice, que inmediatamente se cubrió con mi humedad.
Lo confieso. Me encanta masturbarme. Me siento una diosa, poderosa, hermosa, bella, fuerte, dominante. Adoro mirarme en el espejo mientras mi coño se contrae expulsando ese líquido que sabe tan rico. A través de los relatos que he ido leyendo (mi pulso se multiplica, mi imaginación vuela, mi coñito se humedece, mi cadera se arquea) me he animado a compartir una de mis muchas experiencias masturbándome.
Era sábado. Mis padres se habían ido a pasar el fin de semana fuera de la ciudad, por lo que estaba sola. Recuerdo cuando me desperté, me dije a mi misma: “ hoy sí, vas a gritar hasta hacerte oír por todo el vecindario, vas a correrte, vas a olerte, vas a sentirte satisfecha”. Todos los sábados hago un ritual de belleza por lo que ése no iba a ser una excepción. Me duche, me depilé enterita y me hidraté con mi crema favorita, rozando “casualmente” mis órganos genitales, lo cual provocó que mis pezones se excitaran y se pusieran muy duros.
Después de comer, sobre las 3 de la tarde, decidí navegar por internet, así que me senté enfrente de la pantalla del ordenador. “Involuntariamente” mis dedos teclearon el nombre de una conocida página porno e inmediatamente mi pulsó se disparó. Me ahorré el pasar videos que no me excitan nada y fui directamente a la categoría de porno lésbico. Aunque no soy lesbiana, me encanta ver porno entre mujeres, esa forma de tocarse, con delicadeza y a la vez con tanta contundencia me excita muchísimo. Nada mas “clickar” esa categoría, un sinfín de videos de sexo entre mujeres se mostraron ante mis ojos. Noté ese familiar cosquilleo entre mis muslos. Yo sabía como iba a desencadenar eso y estaba impaciente.
Elegí un video en el que las chicas que lo protagonizaban realizaron un 69. Es mi postura favorita. Me encanta ver como esas chicas con tetas y coños perfectos se lamen, chupan y besan su conchita, ya que imagino que un hombre me lo hace de la misma forma. Cuando una de esas chicas puso su coñito encima de la boca de la otra no pude evitar estremecerme. Vi como la chica que estaba debajo agarraba sus nalgas y las abría dejando ver su tierno coñito a la cámara. Éste, impaciente, se contraía a la espera de la lengua de su compañera que no dudó en acudir a saciar esa necesidad. Mientras tanto, yo me prohibí tocarme. Únicamente unos ligeros roces por encima de la bata de seda que cubría mi desnudo cuerpo y que me la había puesto después de la ducha. Mis pequeños y rosados pezones se pusieron erectos. Y noté que me empecé a humedecer. No pudo evitar fantasear en que alguien introdujese su lengua en mi sexo y lo lamiera como si su vida dependiera de ello, mientras yo cabalgaría sobre su boca. Imaginé mi cuerpo curvilíneo tumbado sobre otro cuerpo haciendo mi postura favorita. Pensé en la panorámica que mi lindo trasero ofrecería a mi acompañante: mi culo en pompa, mi precioso e impoluto ano, la entrada de mi vagina, húmeda, chorreante, incitando a introducirse en ella. Mi precioso clítoris, hinchado, suplicando ser tocado…BASTA, me dije. Si seguía así, me correría ahí mismo.
Apagué precipitadamente el ordenador no sin antes borrar mi huella: el historial. Una vez hecho esto, ralenticé el paso mientras me acercaba a mi rincón del placer: mi habitación. Imaginé que era una diosa que iba a deleitar a espectadores ocultos en la habitación mientras yo me masturbara. Tengo un espejo frente a mi cama y yo lo sé aprovechar muy bien para mis sesiones de auto placer ya que yo soy una privilegiada espectadora de las mismas. Me senté en el borde de la cama, frente al espejo. Clavé mi vista sobre mis proporcionados senos, ocultos tras la bata de seda roja, esa que hace sentirme sexy. Desabroché el cinturón de la bata y ésta se deslizó sobre mis hombros dejando al descubierto mis duros pezones. Me puse de pie quedándome completamente desnuda y extendí la bata encima de la cama. Vi que la zona de la bata que había cubierto mi vagina estaba manchada de un líquido blanco, un poquitín espeso. Sin dudarlo ni un segundo acerqué mi nariz y absorbí el aroma. Olía a mí, a mi interior. A pasión, a sexo. Unté mi dedo en ese jugo y me acaricié el pubis, sutilmente. Me estremecí. Me tumbé boca arriba en la cama, sobre la bata de seda, y me puse cojines tanto detrás de la cabeza como debajo de mi cintura, con el propósito de obtener una panorámica perfecta sobre mis pechos y coñito. Cerré las piernas, y empecé a acariciar mis pechos. Los masajeaba dándome pellizcos que hacían que me cintura se curvase. Estaba deseando abrir las piernas, notar como mis labios se despegaban el uno del otro y dejar mi inflamado clítoris al aire. Así lo hice. Una y otra vez, abrir, cerrar, abrir, abrirme más, y volver a cerrar. Gracias a mi postura podía ver perfectamente como mi sonrosado agujerito se llenaba de atractivos jugos que requerían mi atención, ya que la cantidad era tal que llegaron hasta mi ano. Estaba deseando tocarme, pellizcarme, oler mis dedos, introducirlos dentro de mi ser…pero todavía era muy pronto, si lo hacía acabaría con el juego. Decidí cambiar de postura. Me puse boca abajo a cuatro patas, como la postura del perrito. Realicé movimientos circulares con mi culo. Gracias al espejo, pude ver cómo mis pechos se movían de lado a lado y de arriba abajo. Minutos más tarde, seguí boca abajo, pero esta vez tumbada, con las piernas abiertas y flexionadas. Recordé la escena del video porno que minutos antes había visto y que yo imaginé. Me agarré los glúteos y los abría y cerraba, esperando que esto produjera un roce en mi amado conejito. Me vi con las mejillas sonrosadas, el cuerpo sudoroso y cada vez más viscosidad blanca. Entonces fue cuando decidí que mi cuerpo no podía esperar más y que necesitaba contacto, roce. Me levanté y fui directa al baño, examinando cualquier objeto que pudiera serme útil para saciar mi hambre, mi deseo. Me decanté por un desodorante forma similar al de un pene. Lo nombre “mi aliado”. Volví a la habitación. Necesitaba abrir las piernas, sentir cualquier roce sobre mi clítoris. Puse dos sillas al lado del borde de la cama. Necesitaba introducirme algo en mi precioso coñito y quería el pleno contacto de mis pareces vaginales con el objeto que fuere. Por ello utilicé el respaldo de esas dos sillas para apoyar y colgar mis piernas, de tal modo que mi culo quedó al borde de la cama, a escasos milímetros del espejo, suficientes para que mis morbosos ojos vieran lo que sucedía ahí abajo. No hizo falta mojar mis dedos con saliva, ya que mi chochito me proporcionaba suficiente líquido como para hacerme gritar de placer. Con el dedo índice di varios toques a mi clítoris. Al cabo de un rato presioné un poco más y realicé movimientos circulares, después movimientos de izquierda a derecha. No podía dejar de gemir. De mi boca salían palabras que ni yo misma me daba cuenta:
- ¡Así!-Casi en un susurro a un ser imaginable-¡Sí!Ah..ah…ohh-Mi corazón iba a cien por hora. Mis dedos actuaban por sí solos, sin ninguna orden.
Decidí dar tregua a mi clítoris que lo tenían bien rosado e hinchado y me dispuse a bajar. Acaricié por fuera la entrada de mi vagina. Tracé varios círculos. La recorrí de arriba abajo. Introduje un poquitín mi dedo índice, que inmediatamente se cubrió con mi humedad. Esto me ponía más cachonda que introducirlo entero, porque me dejaba con ganas de más. Podía oír ruido que hacía mi dedo mezclado con mis jugos mientras entraba y salía de mi vagina. Entraba y salía.
- Oh…ah…¡Sí! ¡Sí…Fóllame! ¡Qué gusto, que placer! Esto es gloria…ohh…ahhh..
Gracias a que mis piernas colgaban de la silla, podía ver como la zona de mi vagina se contraía y pedía más. Decidí que era el momento de utilizar el objeto que con toda picardía había traído del baño. Temerosa al principio, empañada de lujuría después, no tuve ningún problema en introducir ese objeto con forma de pene dentro de mi ser. Resbaló sin ningún problema, gracias a mi excitación. Quité mi pierna izquierda que estaba apoyada sobre la silla y la flexioné de tal forma que sujeté con mi talón el “pene” para que no saliera de mi dulce coñito. Ese momento era mío. No quería que se saliera, por nada del mundo. Necesitaba estar llena, contraerme con eso dentro. Sentir ese duro metal dentro de mi chocho. Acerqué mi mano izquierda a mi coño y con ella sujeté mis labios, los puso tirantes, hacia arriba, dejando al descubierto el no olvidado clítoris. Con la mano derecha, y esta vez sí que unté mis dedos con saliva, me dispuse a volver loco a mi clítoris. Sin piedad, sin dejar de tocarlo, volviéndolo y volviéndome loca. De una forma salvaje, con movimientos muy rápidos. A su vez, mi pelvis no dejaba de moverse, de arriba abajo, de abajo arriba y gracias a mi pie, mi “aliado” no salió de su cueva.
- Me voy a correr…quiero repetir…no quiero acabar…ohhh…ahhh…ahhh…oh..ahh…que rico…oh siiiii, sí, sí , sigue, sigue…
Y de repente, el tan esperado orgasmo llegó, proporcionándome fuertes sacudidas y oleadas de inmenso placer, ya que el placer venía tanto del clítoris, como de las contracciones de mi vagina. Fue un orgasmo largo. Me corrí. Empapé la bata y mi ano con mi corrida y no paré de jadear hasta 5 minutos después. Tendida sobre la cama, sin apartar la vista ni tan siquiera durante el orgasmo de mis tetas y coñito, empecé a excitarme otra vez. Pero esa es otra historia que os la contaré otro día.