Dentro de la Estatua de la Libertad y Dentro de...

Lo que paso en la estatua de la libertad y como me adentre en ella y en Eduardo.

Dentro de la Estatua de la Libertad

Y Dentro de Eduardo

Le ví la verga por primera vez al terminar de orinar. Se la sacudió violenta, pero pausadamente. Me pareció que quería que yo se la viera. Traté de disimular, pero mientras más alejaba mi vista de su órgano, más se tardaba en metérsela de regreso en el pantalón.

Finalmente se alejó de mí, mientras otra persona entraba al sanitario. Yo continué orinando y esperé a que el que había entradado saliera. Entonces me acerqué al lavabo donde el tipo se secaba parsimoniosamente sus manos. Sabía lo que quería, pero no me atrevía a hacer algo en aquel lugar atestado de turistas.

"Hace frío, ¿verdad?", me dijo el esbelto hombre con un acento dominicano.

"Un poco", le contesté yo bastante nervioso.

"Necesitamos calentarnos un poco", me contestó tocándose levemente su abultado jeans.

"Si", le contesté, "lo malo es que yo ando con mi familia".

Pensó por unos segundos mientras yo me acercaba a él para secarme las manos. Sentí su bulto que me rozaba levemente el muslo mientras me decía, casi en un susurro:

"Espérate para el ultimo ferry. Invéntate una excusa para quedarte y que tu familia se vaya antes y así nos podemos ver aquí".

"Pero, yo no quiero hacerlo aquí", le contesté al momento que entraba un gringo al orinadero.

"No, yo conozco un mejor lugar. Te veo aquí a las 5, ¿de acuerdo?". Me tocó suavemente la mejilla haciéndome un guiño con el ojo. Por cierto que fue entonces que me fijé en sus ojos verdes que hacían un tremendo contraste con su piel morena. Salí del sanitario y sentí la brisa otoñal en mi rostro.

Estaba pasando la vacación del día de acción de gracias en New York junto con mi mujer y mi familia. Y ese día habíamos escogido ir a la estatua de la libertad en la isla del mismo nombre. Era un día bastante fresco y nublado. Frente a nosotros estaba Manhattan con las líneas de edificios que son tan famosas en el mundo entero. Y a un lado nuestro la estatua más famosa de este país.

Pero desde mi visita al sanitario no pude dejar de pensar en otra cosa que no fuera aquel dominicano que me había encontrado allí y de cómo haría para concretar mi cita con él en menos de una hora. Mi mujer estaba tan emocionada con la visita que, me parece, no notó mi nerviosismo.

Llegada la hora de partir hicimos la fila para embarcarnos de retorno a la ciudad. Al momento que el ferry atracaba, yo le comuniqué a mi mujer que me sentía mal del estómago y que mejor se fueran ellos de regreso. Ella no objetó porque comenzaba a hacer frío y a obscurecer.

"Me esperan en el café Listro", le indiqué. "Llego media hora después de ustedes".

Mi familia abordó mientras yo me escondía, literalmente, detrás de la pared de un pequeño restaurante que está a los pies de la estatua. Y así, suspirando por los nervios, entré al baño.

"Ven, vamos", me dijo el dominicano que estaba en la puerta del baño observando disimuladamente a un hombre que orinaba en aquel momento.

"¿A dónde?", le pregunté mientras salíamos de regreso.

"Yo trabajo aquí", me informó mientras en mi cerebro diminutas ondas eléctricas producían temor, "y conozco el lugar perfecto".

Para mi sorpresa, me condujo rápidamente hasta el pedestal de la estatua. Entramos por un puerta a la que le quitó llave, encendió la luz y apareció ante mí un pequeño cuarto con varios objetos extraños.

"Es el lugar donde guardamos las exhibiciones pasadas", me explicó quitando una lámpara Antigua de enmedio para que yo pudiera pasar hasta donde estaba un sillón marrón.

"¿Nadie nos va a encontrar aquí?", le pregunté aun nervioso por toda la situación.

"Ya cerramos. A esta hora sólo mi ayudante está aquí, y él está limpiando allá arriba", me señaló hacia la estatua.

"¿Haces esto a menudo?", le pregunté sentándome.

"Cada vez que puedo", me contestó con sinceridad.

"¿Con los turistas?" "Lo he hecho con turistas de todo el mundo", fue su respuesta. En ese momento pensé: "este sería un personaje central excelente para mis relatos". "Y por cierto, ¿de dónde eres?", continuó, "déjame adivinar: de Centroamérica, posiblemente de Nicaragua".

"Muy acertado", le contesté con una sonrisa.

"¿De El Salvador?", se acercó a mí y volví a notar sus grandes ojos verdes. Se sentó a la par mía.

"Exacto", le contesté mientras su mano se posaba sobre la mía.

"Soy Eduardo", me dijo.

"Yo me llamo Diego", le contesté mientras sentía como su mano bajaba lentamente hasta mi bulto que a estas alturas ya estaba poniéndose grueso.

"¿Quieres que yo comience?", me preguntó y sin esperar mi respuesta me abrió la cremallera de mi jeans. "Vamos a ver que tenemos aquí", dijo al momento de abrir de par en par la cremallera. Mi boxer gris apareció a la vista mientras se agachaba un poco. Yo comencé a relajarme al pensar para mí mismo: "aquí estoy a punto de tener una mamada en la estatua de la libertad". Me sonreí.

Eduardo tenía manos grandes y músculos fuertes. Podía sentir la firmeza con me tocaba y eso me agradó. Además, era un hombre con un físico atrayente: piel morena obscura, ojos verdes, cabello rizado corto, amplios hombros y con unas nalgas paradas y bien trabajadas.

Me quitó levemente el boxer solamente con el espacio suficiente para sacar mi verga.

"Uhm, que ricura…¿cinco? ¿seis?" Eduardo se refería a las pulgadas que medía mi verga. (Unos 18 centímetros creo).

"Seis", le contesté.

"Y está gruesa también", dijo mientras la tomaba con ambas manos. Sentí como sus manos bajaban por mi mástil hasta llegar a mis huevos peludos. De allí en adelante sólo sus labios gruesos que se colocaban en mi glande. Cerré los ojos y disfruté de aquella sensación húmeda en mi verga. Me lamió de abajo a arriba y de un lado a otro hasta tragarse mi carne con suavidad. Luego bajó hasta los huevos. Me incorporé mientras me quitaba el jeans.

"Quiero volver a ver tu verga", le dije recordando el pedazo de carne obscura que había visto en el lavabo hacía un par de horas.

Se puso de pie y se quitó su jeans quedándose solamente en calzoncillo y en su camisa azul del uniforme que llevaba puesto.

"Ven aquí", le dije tomándolo de las piernas gruesas. Con mis manos temblando, esta vez por la emoción, no por el miedo, le quité el calzoncillo. Una verga grande, gruesa, morena, saltó ante mis ojos. Parecía la verga de un hombre que tenía la testosterona al ciento por ciento de su virilidad.

"Trágatela", me pidió mientras se desabotonaba su camisa. Su pecho era amplio, no muy musculoso pero con dos tetas enormes que se me antojaron de inmediato, pero al pedido, no tuve otra cosa más que hacer que concentrarme en aquella imponente verga morena que tenía frente a mis ojos. Sentí el olor a su verga húmeda y sudorosa, pero aun así me acerqué y la besé mojándola aun más. "Trágatela toda", me volvió a decir. Así que no tuve otra opción más que engullirla hasta el momento que topó en el cielo de mi boca. "Uy, eres un experto", me dijo dándome su aprobación. Lo mamé dos veces más mientras le tocaba los grandes huevos que colgaban enmedio de sus piernas. "¡Oh, como me gusta esto, uy, hay…qué rico!". A estas alturas Eduardo se movía en un ligero vaivén de su pelvis y yo me mantenía quieto solamente disfrutando de su verga en mi boca.

"Tengo que besarte esas tetas", le dije incorporándome unos centímetros para poder alcarnzar una de aquellos pezones negros. Lo chupé y lo mordisquée mientras Eduardo cerraba sus ojos y me tocaba mi verga que rozaba levemente con su pierna. Le di media vuelta mientras le continuaba tocando su verga peluda y morena. Sentí el fuerte olor a sudor que emanaba de su culo, pero no me importó. Comencé a besarle las nalgas mientras con mi lengua mojaba rápidamente la raya.

"Ay…", dijo Eduardo lentamente mientras hacía lo posible por abrir sus piernas aun más para que mi lengua no tuviera ninguna dificultad en entrar a su trasero. Tomó sus nalgas con ambas manos y se las abrió mientras yo seguía sobándole su verga con una de mis manos mientras la otra subía y bajaba por su cuerpo. Mi lengua saboreaba ya su orto mientras se lo abría con rapidez.

"¡Qué ricooooo!", era lo único que Eduardo atinaba a decir enmedio de sus espasmos de placer.

Un ruido que provenía del otro lado de la sala hizo que levantara yo mi vista.

"¿Quién está allí?", le pregunté a Eduardo.

"Ah…ah…", sus jadeos eran exqusitos, era ver a un hombre gozar de aquel momento, "debe ser mi ayudante".

Traté de incorporarme tan rápido como pude, pero una voz proveniente de detrás de un viejo sofa hizo que me detuviera.

"No, por favor, quédate allí".

Un muchacho blanco, delgado, de cabellera larga, lacia y rubia, se levantó. Sus pantalones estaban hasta la rodilla y su miembro estaba erecto enmedio de sus manos.

"¿Puedo participar?", fue la pregunta que nos llevó al siguiente nivel de éxtasis.

Este relato continuará.

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