Deneb y el humano capitulo 5 - Nuevas interrogante
¿Has presenciado algún avistamiento? ¿Has sido abducido, o sabes de alguien que lo fue? Y la pregunta más importante ¿En realidad estamos solo en este universo? Deneb es un viajero estelar, cuya misión es evitar que el planeta Tierra sea invadido por una raza poderosa de alienígenas. Su destino: Una computadora central tan antigua como el planeta mismo, ubicada a pocos kilómetros del centro de la Tierra. Colocada allí, por los primeros visitantes de su planeta a este mundo. Desde ella, pretende lanzar una ofensiva y así eliminar de forma definitiva a aquellos parásitos, que solo saben invadir y destruir todo a su paso. Una historia de ciencia ficción, en donde nuestro viajero estelar, requerirá la ayuda de un humano para poder completar con éxito su misión. Y, así, salvar este mundo y la galaxia entera.
—¡Mi planeta peligra y una mierda! ¿De qué estás hablando? ¿Quién demonios eres tú, en primer lugar? ¿De qué manicomio te escapaste? ¿Eres fanático de alguna secta religiosa?
Después de soltar todas aquellas preguntas, el humano se desplomó en el piso de su habitación.
Deneb le observaba, sentado sobre la superficie de madera, esperando que recuperara el conocimiento, suspirando exasperado por el nuevo retraso en la misión. En un principio, se había alarmado. Le había preocupado haber causado un daño irreversible en el organismo del terrícola cuando decidió transferir aquella mínima cantidad de los microbot que se alojaban en su cuerpo. Sin embargo, luego de realizar un rápido escaneado a los órganos internos y un sondeo de los signos vitales del joven, el sednariano había comprobado que solo se trataba de un cese momentáneo de sus funciones motoras.
El primer instinto de Deneb, después de maldecir —Según el archivo en su base de datos sobre el lenguaje terrestre, era la palabra más acertada para referirse a la cantidad de vocablos soeces que profirió en su lenguaje nativo ante el nuevo retraso de su misión—, había sido despertar al humano y obligarlo a reaccionar para así poder iniciar el viaje, pero en cuanto el viajero estelar sujetó los hombros desnudos del terrícola para zarandearlo, como era su intención, nuevas descargas eléctricas recorrieron su ya sensible piel, provocando que todo su cuerpo se estremeciera.
Deneb se alejó de inmediato, confuso y aturdido, por aquella inusitada reacción. No sabía cómo tomar la insólita respuesta de los entes invasores alojados en el cuerpo del terrícola, ante su proximidad. «Porque los microbot alojados en el cuerpo del humano debían de estar rechazando la sincronización», reflexionó ya que no encontraba otra explicación que causara a la corriente de energía que había recorrido su cuerpo entero y aun hormigueaba sobre su piel.
Había vuelto a acercarse, dispuesto a propiciar un nuevo contacto con el varón humano. Curioso. Deseaba cerciorarse de que aquello no se tratara de alguna alteración en los sistemas de la MIN, causado quizás, por el prolongado contacto que compartieran segundos atrás. Pero la reacción ante su efímero roce había sido la misma y, lo que era peor, mucho más intensa.
En cuanto el viajero estelar había posado la palma de su mano sobre el pecho del joven, un espasmo le había sacudido. Todo su cuerpo volvió a estremecerse y, otra vez, se activaron sus terminaciones nerviosas. Una corriente estática ascendió por su brazo, consiguiendo que sus vellos se erizaran y su epidermis se sensibilizara. Una sensación de bienestar le había embargado, y un estremecimiento placentero había recorrido su interior; causando que se sintiera sofocado y algo mareado. Sus ojos se habían nublado y su respiración se había acelerado.
Deneb se mantuvo por varios segundos, embelesado, observando cómo el pecho del humano se elevaba de forma rítmica para exhalar el aliento de sus pulmones, por los labios entreabiertos. Mirar aquellas finas líneas de rosada piel, que cubría la cavidad bucal del terrícola, provocó que el rostro del sednariano enrojeciera. Lo asaltó una extraña urgencia de volver a sentir la suavidad de aquellos labios al rememorar la sensación de los mismos posándose sobre los suyos; haciendo presión y sometiéndolo. El olor picante de los fluidos del humano, aún persistente en el aire, impregnó sus fosas nasales haciendo que su cuerpo hormigueara por la necesidad de sentir el calor del otro cuerpo, de posarse sobre la figura maciza del muchacho.
Confundido por aquella urgencia, incapaz de controlar la extraña necesidad que lo embargaba, Deneb se dejó arrastrar por esta. Necesitaba averiguar la causa de aquellas reacciones, entender las ambiguas emociones que comenzaban a tomar forma en su cabeza. Por ello, no luchó cuando sus manos sujetaron el rostro del terrícola y sus labios descendieron en busca de los del joven. Aunque no llegó a rozarlos, ni a posarse sobre ellos. Una descarga eléctrica mucho más intensa que las anteriores sacudió el cuerpo del viajero estelar, causando un dolor tan intenso, que lo cegó por varios segundos. Aquello había sido inesperado. Su cuerpo no solo se había paralizado, sino que además toda su piel ardía como si hubiese sido envuelta en llamas.
Una vez hubo recuperado el control de todas sus funciones motoras, el sednariano retrocedió asustado y alarmado, hasta que su espalda chocó contra una de las paredes del cuarto. Se sintía mareado, y muy confundido.
Incrédulo, Deneb contempló el rostro inconsciente del humano, mientras su cuerpo poco a poco recobraba la serenidad, y la bruma en sus ojos se despejaba.
El varón terrícola continuaba inmóvil e inconsciente sobre el piso de la habitación. Mientras tanto, Deneb intentó analizar aquella anomalía presentada por los entes invasores en el cuerpo del humano. «¿Era su proximidad la que los había hecho reaccionar de aquella manera, agrediéndolo?», se preguntó.
En ningún momento se había acercado al terrícola con intenciones de lastimarlo. Todos sus movimientos habían sido mesurados. Por lo tanto, los microbot, cuya parte de sus funciones era proteger el organismo invadido, no deberían de haberlo visto como una amenaza ni haber provocado aquel repentino ataque hacia su persona.
Quizás se había precipitado y no había tomado en consideración la estructura humana. Ya que si bien, sus organismos compartían notorias similitudes, los humanos seguían siendo una especie subdesarrollada. Eso lo llevó a cuestionarse las medidas que había tomado para con este humano en particular.
Deneb se sentía bastante contrariado, y eso no le agradaba. Las emociones humanas implantadas en su conciencia, debido a su reciente enlace con el terrícola, eran demasiado complejas. No estaba acostumbrado a sentir aquella corriente de emociones y, verse obligado a experimentarlas, lo tenía un tanto irritado.
Mientras esperaba que el terrícola reaccionara, ordenó a la MIN que hiciera una revisión del funcionamiento de aquellas unidades microscópicas, que vagaban por el torrente sanguíneo del terrícola, para evaluar posibles fallas y tomar medidas en consecuencia. Pero su Microprocesador Integrado Neuronal, no había detectado error alguno en los sistemas primarios de los microbot. Los algoritmos con los que habían sido programados enviaban las señales esperadas y, se mantenían cumpliendo al pie de la letra, la función para las que habían sido diseñados.
A pesar de todo, a pesar de la seguridad del microprocesador, que aseguraba que todo funcionaba con normalidad, Deneb no estaba conforme con aquella evaluación. Pensaba mantener un control sobre las acciones del joven en cuanto este despertara, manteniendo cierta distancia, por supuesto. No deseaba ser el blanco de un nuevo ataque de los microbot que se alojaban en el terrícola, ni verse afectado por lo que fuera que los hacía reaccionar.
El humano comenzaba a recuperar la conciencia. Deneb dejó todas aquellas interrogantes de lado, para cerciorarse de que el joven se encontrara bien. Cuanto antes partieran, mejor. Los ojos empañados del terrícola le miraron desenfocados y confusos. Intentó incorporarse, pero una mueca de dolor le hizo permanecer otros segundos recostado sobre el suelo. Cerró sus ojos y respiró profundo varias veces. Cuando los volvió a abrir, la expresión acusatoria que mostrara en un principio cambio a una de incredulidad.
—Estás brillando —advirtió el terrícola asombrado—. Tu apariencia volvió a ser como antes... Todo tu cuerpo emite un aura extraña, diferente. Me cuesta enfocarte con claridad. Con razón te confundí con mi ángel de la guarda.
Deneb se contempló en el espejo de cuerpo entero empotrado en el ropero. En efecto, el camuflaje había desaparecido y su apariencia había vuelto a la normalidad. Otro fallo que la MIN no había advertido ni había evitado que ocurriera. Cuando acabara esta misión, sometería a la MIN a una minuciosa revisión. Le ordenó a esta hacer conexión con sus entes microscópicos para que rehicieran las modificaciones. Su cuerpo vibró y hormigueó cuando las diminutas máquinas propiciaron de nuevo el cambio.
—¡Wow! —exclamó el humano, sorprendido. Se incorporó para sentarse, esta vez sin esfuerzo, sin apartar la mirada del sednariano—. ¡Mierda! ¿De verdad eres un alienígena?
—¿Alienígena? ¡Oh! —Después de una rápida investigación en su base de datos, Deneb comprendió a lo que se refería el humano—. Vengo de Sedna —corrigió , incorporándose también. Se sentó sobre sus talones y se acercó un poco para encarar al terrícola —. Debemos partir cuanto antes —volvió a insistir—. Necesito tu ayuda. Tu planeta está en grave riesgo. Es necesario que me lleves a las coordenadas: 37° 51,05"Sur – 71°10,45"Oeste.
—Espera, espera... ¿De qué estás hablando? ¿A qué peligro te refieres? No te entiendo.
Deneb suspiró. Debía conseguir que el humano tomara conciencia de la gravedad de la situación a la que se enfrentaban. Cada minuto que perdían, brindaba una ventaja a los parásitos que invadirían la Tierra, cuando acabaran con los recursos de su planeta. «Y con sus habitantes», se lamentó.
No le quedaba más otra opción que mostrarle la amenaza que se cernía sobre su especie, el peligro que sobrevendría tras la inminente invasión de aquella raza destructiva. «MIN descarga el archivo N° 1051, bitácora con fecha: 332.07. Transfiérela al cerebro del humano», ordenó a través de su enlace neuronal.
—¿Qué...? ¡Ouch!
«Bitácora con fecha: 332.07 abierta.Archivo N° 1051, descargándose y siendo transferido al cerebro del humano.»
Varios años de estudio sobre los "Gakhurg", la raza que los había invadido y aniquilado gran parte de los planetas de la galaxia, fueron transferidos al cerebro del terrícola. El humano se tensó y comenzó a sacudir la cabeza, rechazando el enlace.
—Relájate. No dolerá, si te mantienes tranquilo —aconsejó el sedariano.
—¿Qué? ¡No! ¡Basta, basta! ¡Detenlo, por favor! ¡Duele! —suplicó el joven, sujetándose la cabeza.
—Es necesario que comprendas. Solo mantén la calma.
La información fluyó de forma expedita al cerebro humano, siendo procesada casi de inmediato. Deneb se aseguró de ello; aliviando, a través de su enlace sensorial, el estrés que se estaba acumulando en los lóbulos occipitales por ser forzados a asimilar una gran cantidad de información en un periodo tan corto de tiempo. De esa manera, mitigó el dolor que el humano estaba sintiendo.
Cuando cesó el flujo de información, Deneb esperó a que el terrícola se repusiera y procesara la información para responder las dudas que, estaba seguro, tendría.
El humano se mantuvo sujetándose la cabeza, con los ojos fijos en el sednariano, respirando con dificultad. La expresión en su rostro era una mezcla de horror y asombro.
—¡¿Qué demonios son esas cosas?! —preguntó, consternado.
—Se llaman Gakhurg. No sabemos de dónde provienen, ni tenemos registros de su verdadera apariencia. Solo sabemos que se apropian del cuerpo de los sujetos a los que invaden; se alimentan y se reproducen dentro del organismo. Consumen sus fluidos, energía vital y hasta su conciencia, dejando un cascarón vacío e inservible, que desechan una vez ha cumplido su propósito. Debemos partir —urgió otra vez—. Necesito que me lleves al punto de reunión...
—Espera. Cálmate un poco. Déjame entender... ¿Dices que invadirán la Tierra?
—Lo harán —afirmó Deneb—. En cuanto consuman todos los recursos de mi planeta.
—Todo aquello que me muestras es demasiado absurdo para ser real. Parece sacado de una película de ciencia ficción. Los extraterrestres que vi, ¡son demasiado gigantescos para ser unos putos parásitos!
—Ya te expliqué que se apropian del cuerpo de los sujetos a los que someten. Aquella no es su apariencia real. Sus huevos son incubados dentro del organismo. Si el organismo les aporta algún beneficio, lo conservan, se acoplan con él. Si no le es de utilidad, se deshacen del cuerpo en cuanto se han alimentado. Son como una plaga que continúa extendiendose por el universo. Sin propósito aparente. Se alimenta, acaban con los recursos y saltan hacia otro planeta. ¡Movámonos, nos estamos retrasando demasiado! —ordenó al ver que el terrícola seguía cavilando sin moverse.
Deneb volvió a enviarle otra seguidilla de imágenes con el alcance destructivo de esta raza. Además, incluyó los últimos recuerdos que conservaba de su planeta, posteriores a la llegada de la flota invasora.
—¡Auuch! ¡Otra vez! Te pedí que pararas de hacer eso —replicó el humano, sosteniendo de nuevo su cabeza—. Esto me sigue pareciendo una locura...
Deneb se tensó. ¿Qué esperaba el terrícola para obedecer sus órdenes y guiarlo a donde deseaba ir. El recuerdo de su planeta le devolvió al sednariano las ansias de completar esta misión. Necesitaba reunirse con su gente. No estaba seguro si alguno de sus congéneres había logrado escapar. Había sido obligado a abordar la cápsula de escape, con órdenes precisas de su padre, para comenzar la ofensiva. La incredulidad del humano, junto con su poca disponibilidad de cooperar, lo estaban exasperando.
—Te he mostrado lo que estos parásitos son capaces de hacer. El peligro al que se expone tu gente... ¿Y aun así tienes dudas y no piensas cooperar?
—No puedes asegurar que vayan a destruir la Tierra. Existen gobiernos poderosos aquí, con equipo y armamento sofisticado. Podrán oponerse, si esos alienígenas deciden invadir el planeta. —objetó el humano.
—Qué ingenuo eres, humano —acusó Deneb, irritado—. La pobre ofensiva de tus congéneres solo conseguirá iniciar una guerra que no van a ganar. Muchas personas van a morir en el proceso. Los Gakhurg cuentan con tecnología más avanzada, con armas mucho más destructivas, y por si fuera poco, poseen las habilidades de las mejores razas de la galaxia. Tu planeta va a sucumbir tarde o temprano, y ellos se harán un festín con los sobrevivientes. No necesitan de los humanos para alimentarse, cualquiera forma de vida les sirve. A la hora de encubar sus huevos, no les importa el recipiente. Solo hay una manera de detenerlos, por eso necesito que me guíes. Necesito tu ayuda.
El humano suspiró y se puso en pie, alborotó un poco sus cabellos y se restregó la cara.
—¿Me puedes repetir las coordenadas? —preguntó.
Las palabras del sednariano parecían haber calado hondo en su cerebro. Se veía preocupado. Deneb quería darle un voto de confianza al terrícola. Dejar que sopesara las consecuencias de no prestar su ayuda. Esperaba actuara según su conciencia. Se puso de pie imitando al humano y contestó.
—37° 51,05"Sur – 71°10,45"Oeste. 800 kilómetros bajo la superficie del volcán Copahue.
—¡Estás loco! —estalló el humano, agitando las manos—. Esa zona está en alerta roja. El volcán Copahue lleva varios meses haciendo erupción. Las autoridades han prohibido que se acerque todo tipo de vehículo. Las familias a 500 kilómetros a la redonda han sido evacuadas. Los gases y la ceniza volcánica que expulsa todos los días hacen imposible una excursión. Sin contar con los temblores que sacuden la ladera todo el tiempo. ¡Es un suicidio acercarse a esa zona!
Aquello desbarató el autocontrol de Deneb. Ya había tenido suficiente del humano. El joven entendía, pero no quería aceptar el peligro inminente al que estaban expuestos los de su raza; la amenaza que se cernía sobre sus cabezas. Podría obligarlo a cooperar, utilizar su enlace neuronal para hacer que este obedeciera sus órdenes e hiciese lo que le pedía, pero aquello solo lo pondría al nivel de los parásitos que intentaba destruir por lo que desistió y le encaró.
—¡Suficiente! No requiero de tu ayuda. Encontraré la entrada al núcleo por mis propios medios. No sé por qué me desvié en primer lugar. Debí de suponer que un humano débil como tú no me sería de ninguna utilidad.
Deneb se dio la vuelta para abandonar la vivienda. Se encontraba demasiado alterado. Aquellas emociones le molestaban. Aquellos sentimientos caóticos que estaba experimentando por primera vez y, que eran causados por la terquedad del humano, estaban conmocionando no solo su cerebro, todo su organismo empezaba a reaccionar de manera extraña.
Él tenía una misión que cumplir, un deber para con su gente. Se enfocaría en ello. No se rebajaría a suplicar. No tenía por qué hacerlo. Dejaría al humano molesto a su suerte y completaría la misión. Para ello había venido a la tierra.
Antes de abandonar de forma definitiva la habitación, el sednariano envió al cerebro del terrícola, una nueva carga de información e imágenes sobre la raza que pronto invadiría la Tierra. Se sintió satisfecho al escucharlo gemir de dolor.
—Espera. Cooperaré. No me envíes más imágenes, por favor. Entiendo —suplicó el humano, resignado. Lo retuvo del brazo, antes de que saltara a través de la ventana.
Deneb se soltó de inmediato y retrocedió a una distancia prudente. No necesitaba agregar al estrés de su cuerpo la corriente eléctrica que, de inmediato, había vuelto a hormiguear por toda su piel.
—Solo deja que me vista. ¿De acuerdo? Necesito preparar una mochila con las cosas que vamos a necesitar, si planeas escalar aquella montaña.
—Está bien —respondió el sednariano, mirando impasible al terrícola.
El humano dudó por unos segundos, pero luego se dio la vuelta para ingresar a otra habitación más pequeña, que conectaba con el dormitorio.
Deneb permaneció junto a la ventana, a la espera de que este estuviera listo. Volvió a replantearse si había sido buena idea solicitar la ayuda del terrícola. En un principio, creyó que sería lo más acertado, que fácil convencerlo; que al exponerle los hechos, cooperaría de inmediato. Qué iluso de su parte pensar que una raza tan inferior como esta, dejaría de lado su bien arraigada desconfianza y autoconservación, para embarcarse en una aventura que no le suponía beneficios.
Ya habían perdido bastante tiempo. Se lamentó Deneb. Demasiado como para asegurar, en un cien por ciento, el éxito de esta misión. De todas formas esperaría, se arriesgaría a confiar. De cualquier manera, se convenció, otro par de minutos no haría gran diferencia.