Deneb y el humano 6 - Una criatura peculiar
¿Has presenciado algún avistamiento? ¿Has sido abducido, o sabes de alguien que lo fue? Y la pregunta más importante ¿En realidad estamos solo en este universo? Deneb es un viajero estelar, cuya misión es evitar que el planeta Tierra sea invadido por una raza poderosa de alienígenas. Su destino: Una computadora central tan antigua como el planeta mismo, ubicada a pocos kilómetros del centro de la Tierra. Colocada allí, por los primeros visitantes de su planeta a este mundo. Desde ella, pretende lanzar una ofensiva y así eliminar de forma definitiva a aquellos parásitos, que solo saben invadir y destruir todo a su paso. Una historia de ciencia ficción, en donde nuestro viajero estelar, requerirá la ayuda de un humano para poder completar con éxito su misión. Y, así, salvar este mundo y la galaxia entera.
La habitación del humano era bastante austera. Ahora que se encontraba iluminada por el foco eléctrico que pendían del techo, Deneb podía apreciar con claridad todo lo que había en ella.
Contaba con una amplia cama, de armatostes de fierro fundido. En la cabecera se podía apreciar la representación de dos animales acuáticos, quizá delfines, chapoteando en el mar. La cama estaba cubierta por mantas rústicas tejidas a mano, con los hilos de algodón propios de la zona.
Al cerebro del sednariano acudía con total claridad la información de cada uno de los objetos que sus nervios oculares escaneaban. De forma automática, la MIN le proveía el nombre de cada objeto, así como su utilidad y propósito.
Aparte de la cama, donde yaciera inicialmente el humano, había dos muebles de madera anchos y tan altos que casi alcanzaban a tocar el cielo raso. Tenían una variedad de estantes de distinto tamaño que, tras acondicionar sus retinas a la modalidad rayos x, descubrió servían para almacenar las prendas de vestir del terrícola. El diseño de los muebles era anticuado y se mostraban deteriorados. En algunas partes, la capa de barniz que una vez los cubriera dándoles realce estaba por completo descascarada; en otras, apenas era visible.Se le sumaban a la mínima decoración, una silla de madera y un sencillo escritorio, de diseño anticuado, aunque en mejores condiciones que los dos muebles anteriores. Aquellos cuatro enseres habían sobrepasado su periodo de utilidad bastante tiempo atrás. «¿Para qué seguir conservándolos, y por qué no cambiarlos por unos nuevos y más prácticos?». El razonamiento del humano le desconcertaba.
Las paredes no mostraban mejores condiciones. El papel tapiz era viejo y estaba descolorido. En la pared, colgaban varios cuadros con imágenes de los santos religiosos terrícolas. Estos parecían observar al viajero estelar con sus rostros inclinados en súplica a su Dios y sus ojos llenos de recriminación al intruso. Para Deneb y su raza era incomprensible la existencia de aquellas representaciones beatas, que servían a los humanos para depositar sus esperanzas. Ellos veneraban fervientemente aquellos insulsos trozos de papel y tinta, confiados de que con aquel acto sus pecados serían perdonados. La raza de Deneb había dedicado muchas de sus jornadas laborales a analizar la fe ciega que los terrícolas profesaban a su única deidad, llamase como se llamase, en las diferentes culturas del planeta.
El sednariano estaba seguro de que si se propusiera hacerles entender a estas insulsas criaturas que solo ellos eran los dueños de sus destinos y no unos falsos entes celestiales inventados por sus antecesores para justificar los sucesos naturales a los que su diminuto cerebro no sabía dar explicación, fracasaría por completo. Por ello había decidido dejar aquella investigación de lado; aquellas criaturas primitivas y demasiado complejas parecían felices en su ignorancia. Era mejor así, ya que si se les forzaba a evolucionar y, debido a ello, lograban percibir el alcance de sus cerebros, no tardarían en desvelárseles todas las verdades del universo. De ser así, su egoísmo y ambición innatos los convertiría en una plaga más nociva que los Gakhurg.
Deneb volvió a repasar el dormitorio del humano, sin demasiado interés. La escasez de mobiliario hacía que la espaciosa habitación se viera demasiado precaria. Notó que no había ningún intercomunicador de ondas de largo alcance, o teléfono celular, como acostumbraban llamarlo en este planeta. De hecho, no había nada que le sirviese para comunicase con el exterior. Daba la impresión de que el humano llevaba muy poco tiempo ocupando aquella vivienda, o que se había auto impuesto alguna clase de reclusión, aprovisionándose con lo mínimo para subsistir. Aquel humano era una criatura muy peculiar, de eso no cabía duda.
Sobre el mueble de caoba, que servía de escritorio, se apreciaba una variedad de objetos. Había una computadora portátil, aunque no un modelo de última generación, carpetas apiladas unas sobre otras, lapiceros y varios cuadernos de apuntes. Había también unos pocos retratos del humano, con los que parecían ser sus progenitores, por el gran parecido entre los tres. Deneb se acercó para indagar, con la intención de aprender un poco sobre aquel terrícola. Las imágenes lo mostraban desde su tierna infancia, luciendo una enorme sonrisa, con apenas unos cuantos dientes medio chuecos, hasta recostado en una cama blanca e impoluta, de aquel hospital donde pasara gran parte de su niñez. Su enclenque cuerpo apenas en los huesos.
La imagen que reflejaba la inocencia de aquel pequeño, la esperanza en sus ojos verdes y el brillo peculiar en sus pupilas, provocaron que algo en el interior del sednariano se removiera. Un sentimiento extraño se agitó en su pecho; diferente a los que había experimentado antes, durante su forzado contacto con el varón terrícola. Varias dudas asaltaron la cabeza de Deneb: ¿Por qué se había interesado en aquel humano? ¿Qué lo había motivado a estudiarlo, a realizar aquel seguimiento tan minucioso de su vida? Pero, por más que intentó darles respuesta a aquellas interrogantes, no logró dejar nada en claro.
La curiosidad no era una de las virtudes del viajero estelar. De hecho, de ninguno de sus hermanos. Era muy poco probable que ese hubiese sido el motivo. «No, con seguridad, su motivo se debió al interés científico de investigar la resistencia de aquella estructura débil, siendo sometida a tratamientos cada vez más agresivos», se convenció. Era un científico, después de todo. Había nacido en el seno de una de las razas más avanzadas en el campo de la Ciencia. La extraña particularidad en la condición del terrícola debió de haberlo motivado a investigar. Su cuerpo enclenque había tenido una mejora acelerada y considerable, y la salud del pequeño había evolucionado de forma favorable en muy poco tiempo.
Aun así, Deneb no logró quitarse la sensación de que había olvidado algo importante referente a este caso. Aquello le hizo sentirse un tanto inquieto. Volvió a centrarse en el escritorio del terrícola, dejando que aquella preocupación se relegara al fondo de su cerebro. Ya la MIN estaba revisando todos los archivos que tenían que ver con el humano y le informaría de cualquier anormalidad que encontrara.
Sobre una repisa engarzada a la pared, se alineaban varios libros, según su tamaño, en bastante buen estado. El poco uso que mostraban le dijo a Deneb que habían sido comprados recientemente. Rozó el lomo de cada uno, con la intención de que sus sensores digitales escanearan las letras impresas sobre la superficie. Cuando su microprocesador procesara aquella información, le arrojaría todo lo referente a dichos ejemplares.
—Alrededor de la luna, Panteón, Expedición a Marte —enumeró—, El hombre de dos mundos, Los vientos de cambio… —Y varios títulos más. Todos clásicos en el género de la ciencia ficción—. Estos humanos y su idea distorsionada sobre la existencia de vida en la galaxia —murmuró en voz baja.
—Hubo un tiempo en que estaba obsesionado con la idea de que los extraterrestres invadirían el planeta —aclaró el terrícola, un tanto avergonzado.
Deneb se sobresaltó. No había escuchado al humano salir del cuarto en el que se había recluido, ni mucho menos había notado cuando se había acercado y posicionado tras su espalda. Retrocedió con cautela. De nuevo su cuerpo comenzaba a sentir aquel hormigueo que se le hacía cada vez más familiar, e igual de molesto. Con la suficiente distancia entre ambos, pudo notar que las señales de cansancio habían desaparecido en el rostro del humano. Solo se atisbaba cierta inquietud, gran parte de ella debido a los acontecimientos recientes.
El terrícola sacó del estante unos tomos gruesos y pesados de Astronomía y Aeronáutica, y los ojeó con nostalgia.
—He vuelto a mi viejo hábito —Se encogió de hombros. En la mirada del humano se reflejaba cierto aire de miseria y dolor—. Parece ser que solo distrayendo mi mente con fantasías e hipótesis descabelladas logro olvidar la miseria que presencié en un horrible rincón del planeta. Allí donde no se respetaba la vida; donde los humanos pisotean los derechos de sus semejantes, envolviéndolos en conflictos sin sentido, justificando aquellas vejaciones en nombre de su religión, de su Dios, de sus creencias. Bueno... —El humano sonrió con cierta ironía y su mirada se tornó un tanto inquieta—, quién me iba a decir que mis hipótesis descabelladas de adolescente terminarían siendo ciertas.
Después de soltarvarios suspiros, y sin dejar de contemplar al sednariano con aquel semblante inquieto, se dio la vuelta para comenzar a revolver presuroso los estantes de los muebles que decoraban su dormitorio. Depositó parte del contenido de estos sobre la cama.
Deneb observó con algo de impaciencia al joven terrícola; deseaba iniciar el viaje de una vez por todas, pero el humano se encontraba absorto revolviendo las prendas de vestir y separando los objetos que sacaba de los cajones. Después, volvió a salir de la habitación, sin prestar atención al viajero estelar.
La irritación de Deneb estaba volviendo a aflorar. Desde su posición, logró escuchar los pasos del humano en las otras estancias de la vivienda y el ruido de más gavetas siendo abiertas. Después de unos cuantos minutos, lo vio regresar al cuarto, llevando en los brazos un montón de artefactos.
Mientras metía aquellos suministros en la mochila que había sacado de uno de los muebles, repasaba cada objeto murmurando su asentimiento antes de depositarlo en el bolso. De paso, informaba a Deneb, sin alzar la vista de la tarea que lo mantenía ocupado, para qué servía cada uno y en qué situación les serían de utilidad. De vez en cuando, alzaba la mirada y se centraba en el viajero estelar, como comprobando que aún seguía en la habitación. Y, cerciorarse, por enésima vez, de que no se trataba de un sueño. Receloso, volvía a sus quehaceres, soltando repetitivos suspiros y unas pocas maldiciones, de esa manera aliviaba el estrés que se empezaba a acumular en su frágil mente.
—De acuerdo, tengo todo lo que podemos necesitar. Estoy listo—informó, con el semblante aun nervioso, a la espera de instrucciones.
Deneb no entendía la necesidad del terrícola de llevar consigo tantos pertrechos. Tendrían que deshacerse de la mitad en cuanto llegaran a la nave. Con suerte, ellos dos cabrían en la misma. Además, iban solo a un monte; a una formación rocosa elevada y un tanto indómita, cubierta de abundante vegetación que hacía imposible encontrar una ruta viable desde el aire. Nada, que no pudieran sortear con sus propias habilidades.
Quiso hacérselo ver, asegurarle al terrícola que toda aquella parafernalia era innecesaria, que no les sería de ninguna utilidad. Incluso, llegó a formular las palabras en su cerebro para pronunciarlas con sus labios en el leguaje terrestre. Pero la seguridad de que si hacía comentario alguno solo conseguiría una gran cantidad de peroratas por parte del terrícola, que afianzaba las correas del bolso con demasiada fuerza como pidiéndole prestado algo de entereza al objeto inanimado que afirmaba sobre su espalda, le hicieron desistir. Ya habían perdido demasiado tiempo, por lo que Deneb, quien aún se encontraba tenso por todos los sucesos acaecidos minutos atrás, desistió de continuar agotando su cerebro, con las réplicas del terrícola. Ya se encargaría de ello más adelante.
—Partamos, entonces —indicó, impulsándose para saltar por la ventana.
Deneb aterrizó de forma grácil sobre el suelo de tierra del patio trasero. A su espalda, el humano recorrió apresurado las habitaciones de su morada, para salir por la puerta principal. Una vez fuera de la vivienda, aceleró sus pasos hasta alcanzar al sednariano e igualar el ritmo de sus zancadas.
—Hay una puerta, ¿sabes?—increpó el terrícola, cuando le hubo alcanzado, en un tono que Deneb no supo descifrar.
Miró al muchacho, con una expresión indiferente, sin aminorar la marcha.
—Ok, entiendo. Nada de charla. Tienes prisa —masculló el humano, en tono mordaz, acelerando sus pasos y dejando al sednariano atrás.
Inconscientemente, Deneb se distrajo, con la evaluación que sus ojos estaban realizando a la anatomía del humano. Tomó nota del ancho de su espalda y de cómo había cambiado del niño enclenque que había sido al adulto saludable que tenía delante. Observó el grueso de sus brazos, que se apreciaban musculosos bajo la delgada cazadora que los cubría; y las firmes y esbeltas piernas, que daban zancadas poderosas y firmes. Aquella figura recia y varonil, que no tenía nada que envidiarle a los guerreros del cuadrante Cygnus, lo hacía ser demasiado consciente de las cualidades del terrícola.
«¿Qué pasa conmigo?», se reprendió Deneb. Era un erudito, un sabio entre su gente. Poseía más conocimiento que cualquiera de los de su raza, superado solo por la mente privilegiada de su padre. No era un guerrero, para estar haciendo comparaciones ni dejarse llevar en contemplaciones sobre la estructura del cuerpo del terrícola.
El humano lo estaba afectando de manera negativa. Aquello estaba mal, muy mal. El viajero estelar volvió a acelerar sus pasos, dejando al joven varios metros atrás. El localizador incorporado en su cápsula de escape se mantenía enviando las coordenadas de su posición a la MIN y, esta, le guiaba con la ruta que debían seguir. Desde ese momento, guiaría el camino y no se detendrían hasta llegar a la primera parada: su nave. En ella, emprenderían el viaje al acceso más cercano a la entrada del núcleo y la computadora central.