Dene y el humano capitulo 2- El humano

¿Has presenciado algún avistamiento? ¿Has sido abducido, o sabes de alguien que lo fue? Y la pregunta más importante… ¿En realidad estamos solo en este universo? Deneb es un viajero estelar, cuya misión es evitar que el planeta Tierra sea invadido por una raza poderosa de alienígenas. Su destino: Una computadora central tan antigua como el planeta mismo, ubicada a pocos kilómetros del centro de la Tierra. Colocada allí, por los primeros visitantes de su planeta a este mundo. Desde ella, pretende lanzar una ofensiva y así eliminar de forma definitiva a aquellos parásitos, que solo saben invadir y destruir todo a su paso. Una historia de ciencia ficción, en donde nuestro viajero estelar, requerirá la ayuda de un humano para poder completar con éxito su misión. Y, así, salvar este mundo y la galaxia entera.

La pequeña casa estaba alejada del pueblo, pero todavía a kilómetros de su posición. Durante mucho tiempo, Deneb había estado observando a este humano. En un principio, lo había hecho por puro aburrimiento. Era particularmente débil; siempre estaba con el rostro bañado por el líquido que producían sus glándulas lagrimales y su diminuto cuerpo conectado a una serie de agujas que le impedían moverse con libertad.

Desde su central de trabajo, que estaba enlazada a los satélites terrestres, había hecho un seguimiento de su vida. Tenía informes detallados de cada etapa de su crecimiento, hasta su llegada a la adultez. Después había dejado de interesarle. Había recuperado la salud y ganado fuerza física, pero todavía seguía siendo débil. Todos los humanos lo eran. Deneb entendía a la perfección, el por qué, varios de los hijos de Sedna se habían asentado en la Tierra eones atrás. Los humanos habían resultado ser una especie fascinante.

Con ayuda de los colonos de su raza, habían evolucionado a lo que eran hoy. Aunque estaban lejos de alcanzar el nivel cultural y el elevado desarrollo de las mejores civilizaciones de la galaxia. Sin embargo, el sednariano no entendía el motivo por el cual sus hermanos se habían negado a regresar a su planeta y abandonarlos, una vez sus investigaciones a esta primitiva especie, habían concluido. Los terrícolas habían demostrado ser demasiado destructivos con los de su misma raza, y estaban llevando su planeta a un estado de declive irreversible. Eran una vergüenza para el resto del Universo.

El viajero sintió una profunda lastima por aquellos peregrinos que abandonaron su planeta hace ya tanto tiempo. No lo volverían a ver ni pisarían de nuevo su tierra madre; por causa de  aquellos invasores que lo usurparon, no existía ya un hogar al cual regresar.

Ya avistado el techo de la vivienda, Deneb corrió los metros que le faltaba para llegar a ésta. Había alcanzado la propiedad en un tiempo menor al esperado, y eso le complació. Escaneó el área y luego el interior de la cabaña. No había señales de actividad; excepto por el humano que, según su sondeo de la frecuencia cardiaca, se encontraba en inactividad. Todo parecía seguro.

Divisó una ventana abierta en la segunda planta. Se impulsó y aterrizó en el alféizar, internándose sin hacer el menor ruido. La suerte lo acompañaba, pues se coló justo donde necesitaba: en la habitación del humano. El terrícola se encontraba tendido e inmóvil sobre la superficie acolchada de su cubículo de descanso. Deneb avanzó con la intensión de despertarlo y llevarlo con él, pero no alcanzó a tocarlo; fue arrojado al piso de la habitación e inmovilizado. Sus brazos fueron sujetos por las piernas del humano y su garganta apresada por una de sus manos. Estaba imposibilitado de defenderse, así que optó por recurrir al único medio que conocía para conseguir librarse de su captor.

La respuesta fue rápida; en cuanto ordenó a la MIN que activara los microbot para que repelieran a su atacante, estos actuaron. Sintió el calor elevar su temperatura corporal, seguido de la vibración provocada por los diminutos electrodos hormigueando toda su piel. La corriente de energía salió disparada por todos los poros de su cuerpo; directo al cuerpo del más grande. El humano aflojó su agarre. El flujo de energía recorrió todas sus terminaciones nerviosas sacudiéndolo y arrojándolo varios metros hacia atrás; provocando que chocara contra la pared del cuarto y se desplomara.

Deneb había controlado los vatios expulsados, para que dispararan sólo una pequeña carga; la suficiente para aturdir a su atacante. No había previsto que la resistencia del varón humano fuera tan pobre ni que chocaría contra la estructura sólida, quedando inconsciente sobre el piso. Esperaba no haber provocado un daño irreversible en sus órganos internos, porque cualquier retraso, supondría un fallo en el éxito de su misión.

Pasados varios segundos, en los que el sedanariano aprovechó de comprobar los signos vitales del cuerpo inconsciente, para así, asegurarse de no haber provocado la muerte del terrícola, el muchacho reaccionó  y se incorporó con lentitud.

—¡Auch!.. ¿Qué carajos me hiciste? ¿Y quién demonios eres tú? ­—interrogó molesto, al tiempo que se sentaba con dificultad. Se frotó la cabeza y el costado del cuerpo donde había recibió gran parte del impacto, mirándolo desconfiado e inquisitivo—. Espera… ¡¿Estás brillando?! —exclamó, abriendo de forma exagerada los ojos.

—Tuve que activar los Microbot para defenderme de tu ataque. Me disculpo si fui demasiado rudo.

—¿Quién demonios eres? —Volvió a preguntar cauto el terrícola—. ¿Por qué has entrado a mi casa a estas horas de la madrugada? ¿Pretendes robar? No encontraras nada de valor en esta casucha vieja… Sólo toma lo que quieras y vete. —instó en tono cansino—. No opondré resistencia. No es necesario que recurras a la violencia. —Los ojos del humano se esforzaban en enfocarlo. Aún se le veía desorientado; la confusión era evidente en su rostro y el miedo estaba comenzando a aflorar en su cuerpo.

Mi nombre es Deneb-K.345 —se presentó el sednariano. Se incorporó sentándose sobre sus rodillas y se acercó de forma tentativa para conseguir toda la atención del humano. Relajó sus músculos tensos e inhabilitó la defensa de los microbot, para así, parecer menos amenazador y no provocar una nuevareacción violenta por parte de éste —.Necesito que me guíes a las coordenadas: 37° 51,05” Sur – 71°10,45” Oeste. Tu planeta peligra, requiero detu ayuda.

El muchacho terrícola, parecía no entender el peligro que había sido puesto en conocimiento, pues no prestaba atención a las palabras de Deneb. Se mantuvo por varios segundos silencioso, sentado en el lugar que había sido arrojado, con su espalda reclinada contra la pared, sobándose su dolorida cabeza. Sus redondos iris, en donde predominaba el negro de sus pupilas, trataban de aclimatarse a la oscuridad de la habitación. La escaneaba con la mirada, comprobando si de verdad se encontraba despierto o era otro más de aquellos sueños extraños que lo perseguían desde niño.

Continuó en esa actitud por varios minutos impacientando al viajero estelar, quien esperaba el asentimiento del terrícola y su inmediata cooperación pero, éste, en vez de levantarse y prepararse para el viaje que les esperaba, lo contemplaba de forma intensa; con una mirada demasiado precavida es sus ojos. Cuando Deneb, por fin lo vio tomar conciencia de que se encontraba por completo despierto y de que lo que acontecía en esos momentos, no era una más de las alucinaciones que deja como secuela la guerra de la que fue partícipe por varios años, sus ojos se ampliaron sorprendidos y una sonrisa emocionada se dibujó en su rostro.

—¡Tú… tú eres aquel ángel!—exclamó—. Tu rostro, el color platinado de tu cabello, incluso tu vestimenta es la misma… ¡Si, eres tú! ¡Volviste! —El muchacho terrícola se levantó del piso, ignorando el dolor que esta acción le provocó y el mareo que lo desestabilizó e hizo el intento de abordarlo. Deneb siguió su ejemplo y también se levantó—. ¡No sé cuántas veces les aseguré a mis padres que te había visto! —continuó divagando, elevando la voz cada vez más emocionado—. ­No me creyeron. Pensaron que eran delirios de un niño enfermo y desahuciado. Pero cuando me recuperé a pesar del pronóstico de los médicos, que no me asegurabamás que unos pocos meses de vida, no les quedó más remedio que creerme. Pensaron que había sido cosa de un milagro.

Deneb comprendía sólo la mitad de lo que el terrícola decía. Hablaba demasiado rápido y él aún estaba familiarizándose con su idioma. De lo que lograba entender, el muchacho aseguraba conocerlo, haberlo visto con anterioridad, pero aquello era imposible, pues este era el primer viaje que realizaba a este planeta.

—Entonces… Eso quiere decir —De prontola expresión del muchacho cambió. Se detuvo a unos centímetros de Deneb con el cuerpo tembloroso y el rostro pálido— ¿Viniste por mí? —preguntó con una mezcla de asombro y temor en la voz.

Necesito de tu ayuda —repitió el sednariano —. Tuplaneta peligra . Debo llegar a las coordenadas: 37° 51,05” Sur – 71°10,45” Oeste. Debes guiarme hasta allá. ­

Deneb aguardó paciente la respuesta del humano, creyendo que por fin había comprendido la relevancia de la misión que le había sido encomendada, pero se equivocó. El joven terrícola comenzó a deambular por el cuarto, murmurando en voz baja. Lo observo e intentó serenarse. Restaban muy pocas horas para reunirse con su gente. Si no tomaban acciones inmediatas contra los parásitos que habían invadido su planeta, ninguna civilización de la galaxia estaría a salvo.

—Estoy en mi cuarto —aseguró el muchacho y se rascó la nuca.

Deneb lo evaluó mientras este revisaba con la mirada la habitación, en busca de quien sabe, qué cosa. Era igual a como lo recordaba de su último informe: Su rostro angular con rasgos armónicos, mostraba los signos de una noche de sueño interrumpida; su musculatura se había fortalecido, incluso había ganado más estatura según las mediciones que arrojaba la MIN; el cabello oscuro y ensortijado estaba más corto de lo que recordaba, y le daba un aire de madurez a su semblante. Solo los ojos se conservaban iguales: expresivos y de un verde tan claro, como las lagunas que se forman a los pies de las montañas estériles de su planeta. Entre los estándares humanos, el terrícola podría considerarse un varón bastante atractivo.

—Hace ya dos semanas que regresé de Irák. No puedo estar muerto. —El humano continuó murmurando incoherencias, con una expresión desconcertada en su rostro. Se le veía más aturdido que en un comienzo—. El  refugio donde atendíamos a los enfermos estaba lejos del impacto de la bomba; sólo sufrimos daño estructural. El inmueble era viejo, hubo que evacuar a todos los pacientes… —Se restregó el rostro de forma exagerada; para asegurarse de no encontrarse inmerso en otra de las pesadillas de muerte que lo acosaran después de que regresara de aquel lugar olvidado de Dios—. No estoy muerto, esto es solo un sueño, otra alucinación…

Prorrumpió en una risa histérica y nerviosa. Luego se dio la vuelta, con la intensión de volver a reposar sobre su cubículo de descanso, ignorando por completo la impaciencia de Deneb y la urgencia de éste por partir de inmediato. Desestimando las palabras que le advertían de la grave situación a la que todo el planeta estaría expuesto si el viajero estelar no lograba completar la misión que lo había llevado hacía ese planeta. Aquello desbarató toda la calma del sednariano. Aquel ser de raza inferior, ¿No se daba cuenta de la gravedad del asunto?, ¿Del peligro al que todos estaban expuestos? La supervivencia, tranquilidad y vida despreocupada de los terrícolas dependía de que realizaran con bien su cometido, entonces, ¿Cómo podía ignorar su petición y tomarse a la ligera los hechos que le habían sido revelados?

—¡ Tu planeta peligra! Debo llegar a las coordenadas: 37° 51,05” Sur – 71°10,45” Oeste, a las 0600 horas. —Molesto, elevó la voz buscando la atención que merecía, y así poder exigir la cooperación que necesitaba —. Deboreunirme conmis congéneres. Necesito de tu ayuda. Debes guiarme hasta allá.

—¡Argggg… Detente! —El humano se quejó y sujetó su cabeza con ambas manos, sacudiéndola de lado alado—. ¡Eso duele! ¡No te entiendo! ¡No entiendo lo que dices!

Deneb suspiró resignado. No había tomado en consideración que los terrícolas utilizaban una parte mínima de su cerebro, su lenguaje debía de ser incompresible para los de su especie. Avanzó decidido, conocía sólo una manera para conseguir hacerse entender, aunque no estaba seguro si era viable lo que estaba planeando. O si daría los resultados esperados el llevar a cabo aquel procedimiento. No tenía alternativa, tendría que arriesgarse. Había mucho en juego; demasiado como para sentarse a evaluar el pro y los contras en esos momentos. Debía actuar rápido, tomar medidas extremas.