Demisexual follado - final

Mi experiencia con Irene, mi transexual follador, llega a su culmen

¡¡Buuuuuffff!! ¿Qué me diera la vuelta, pero Irene no se daba cuenta de que mi polla estaba tan erecta que me lo impedía? No obstante, el putito que había nacido en mi recibía enigmáticas pero inequívocas señales desde el culito: “Hazlo”.

Me puse boca abajo sin rechistar, abrí un poco las piernas, para no parecer demasiado descocado y facilón, y traté de relajarme y esperar a ver qué me tenía reservado Irene.

Ella se situó entre mis piernas, para lo que no dudó en abrir las mías utilizando para ello sus torneados muslos, que me erizaron hasta el último vello al sentir el contacto de aquella delicada piel. Comenzó a regalarme con una serie de placenteras cosquillas apenas arañándome con sus muy cuidadas uñas, contactando con mis pantorrillas, corvas y parte trasera de los muslos. Tuve que pasar rápidamente una de mis manos a mi vientre para recolocarme la polla, porque se había puesto aún más dura y el contacto con la sábana me hacía daño; así me tenía aquel mujerón. Irene se percató de mi maniobra y me lanzó una fuerte nalgada que me sorprendió y excitó a partes iguales.

-¿Qué haces, putito, te colocas la pollita bien para no hacerte daño? Pues ya verás cómo consigo que te siga creciendo…

Dicho y hecho: sentí cómo se inclinaba sobre mi torso y comenzaba a combinar caricias y besos sobre mi espalda, alternándolos con lametones que me ardían sobre mi piel y subían mi calentura hasta límites insospechados, hasta el punto de que mis sienes latían como un tambor, mi garganta enronqueció por la excitación y pensé que aquello no podría ir a más, pero me equivocaba, pues Irene bajó a renglón seguido hasta mis nalgas, a las que se aplicó a mordisquear, chupetear, repasar con sus dientes nacarados, besar, azotar… ¡Joder, cómo me estaba poniendo! Me limitaba a mordisquear la almohada y a ronronear de gusto, dejándome hacer, deseando que Irene continuase avanzando hacia mi ojete huérfano de atenciones, pues ella se cuidaba de limitarse a aplicarme el tratamiento solo en mis nalgas, las cuales deberían estar a esas alturas como las de una sumisa practicante de la disciplina inglesa, enrojecidas, húmedas, con señales de los mordisquitos y chupetones que Irene no se había recatado en administrarme con profusión.

De repente cesó en sus caricias anales, pensé que por fin se decidiría a atacarme la joya de la corona, esa que yo no me importaba entregar, pues mi vientre hacía ya rato que había dejado de estar en contacto con las sábanas, elevándose en busca de la boca juguetona y castigadora de Irene, así como mis piernas estaban completamente abiertas para ofrecer a mi diosa polluda el mejor acceso a mi retaguardia indefensa.

Pero Irene volvió a posponer el ataque oral a mi ano, dejando recaer su cuerpo sobre mi espalda, presionándome contra el colchón, hasta posar su ardiente lengua contra mi nuca, cubriéndola de húmedos besos, desplazándose hasta mi oreja, en la cual introdujo su lengua, alternándolo con besos en el lóbulo que me derretían como mantequilla en el infierno.

-Mmmmmmmm –gemí-

-¿te gusta, putito?

-Siiiiiiiii…

-Pero preferirías que te comiera otra cosa que no es la oreja, ¿verdad?

Me moría de la vergüenza, pero después de haberme comido semejante pollón y de tragarme toda su corrida no era momento de mostrarse tímido y recatado:

-Siiiiii… quiero que me comas el culo.

-Pues tendrás que abrirte tú mismo las nalgas para ofrecérmelo.

Al instante dirigí mis manos hacia mis nalgas, las cuales abrí como una naranja, ofreciendo a Irene mi más recóndito tesoro, no virgen, pero poco explorado, por así decirlo, pues sólo unas cuantas amantes me lo habían agasajado mientras me felaban.

Irene seguía pegada a mi espalda, maniobró un poco y lo que sentí me dejó helado: aprovechando mi oferente postura aposentó en toda su longitud su magnífica polla en la raja de mi culo, notando claramente cómo su prepucio sobresalía de la misma, aterrizando sobre mi rabadilla. La sorpresa me dejó petrificado, inmóvil.

-No te preocupes, putito, ahora mismo te la quito del culo. No pienso hacerte nada que no me pidas…

Sacó su polla de la raja de mi culo y la sentí desplazarse hasta colocarse de rodillas entre mis piernas para, a renglón seguido, dispararme su lengua como un húmedo dardo en el centro de mi hambriento ano.

-¡¡Aaaaaaggggghhh… qué gustoooooo!!!

Aquello fue el acabóse; durante no sé cuánto tiempo Irene me comió el culo como una loba en celo, notaba cómo cada vez me lo humedecía y dilataba más con su lengua, cómo poco a poco mi esfínter iba cediendo y le franqueaba el paso hasta el tope que la longitud de su lengua le permitía, mientras yo seguía con las manos aferradas a mis nalgas para facilitarle el acceso hasta el límite, disfrutando como una perra del maravilloso annilingus de esta diosa del sexo, que aún no había rozado mi polla pero que me estaba matando de gusto.

-¡Máaaaas, Irene.. por favor.. quiero máaaaas!

-Cariño, ya no puedo meterte más lengua, mira que la tengo larga como una víbora, pero ya no puedo penetrarte mas con ella… ¿Quieres que te haga un dedito?

-Siiiiiiiiiii

-Pues escúpete en la mano como un buen putito y humedécete el ojete, sólo así me darás permiso.

Ya era suyo completamente, no me lo pensé ni por un momento, deposité abundante saliva en mi mano y la deposité en todo el centro de mi ano, que estaba encharcado como un pantano, pero que aquella loba me había obligado a volver a humedecer como una señal inequívoca de dominación y sometimiento que no hizo sino ponerme más caliente y sumiso.

-Muuuuuuy bien, putito, ahora vas a ver lo que le ocurre a los nenes obedientes como tú.

Comenzó a dedearme con el dedo corazón, sólo con la yema y realizando rápidos movimientos circulares, que no hicieron sino confirmarle que con el trabajo previo de lengua que me había realizado la entrada estaba franca para el avance del dedo, pero nuevamente lo retiró y me lo acercó a la cara:

-Chúpamelo y ensalívamelo bien, así cuidarás tu culo de putito y lograrás que te entre bien, así… chupa hasta donde quieras que te lo meta… ¡Pero mira que eres zorra!

Le chupé el dedo hasta la palma de la mano, tras lo que me lo retiró de la boca y sin más preámbulos lo introdujo en mi ensalivado ano sin dificultad hasta el fondo. Creí morir de gusto. Lo dejó quieto unos segundos en el fondo de mi recto y poco a poco lo bombeó lentamente, consiguiendo que el leve escozor, la sensación del esfínter siendo desdoblado hacia dentro y afuera con cada bombeo... Me estaba gustando aquello, pero no era nada que no hubiera hecho antes con mis anteriores amantes “completamente femeninas”, aunque el salto de calidad estaba por llegar de forma inminente, pues Irene me sacó el dedo del culo y volvió a acercarlo a mi boca con gesto malicioso en su cara:

-Toma putito, vuelve a chupármelo, que se está secando y quiero que te resbale bien y darte gusto sin hacerte daño, así aprovechas y degustas cómo te sabe el interior de tu culito de putito tragoncete.

Sin rechistar me tragué su dedo, notando un sabor ácido, el sabor de mi culo –no me podía creer que estuviera haciendo aquello-.

-Lo tienes muy dilatadito, ¿quieres que te meta dos dedos?

Mi respuesta fue chuparle también el dedo índice. Irene, con una sonrisa comprensiva, prosiguió con mi emputecimiento, introduciendo sin demasiada dificultad ambos dedos en mi cada vez más dilatado culo, iniciando un movimiento lento de mete y saca que combinaba con otro giratorio para dilatar aún más mi esfínter, lo que me estaba llevando peligrosamente cerca del orgasmo sin necesidad de tocarme el rabo. Prosiguió con algo a lo que yo no le había autorizado, introduciéndome sin mediar palabra un tercer dedo, que al principio me hizo daño, pero que sabiamente, ayudándose de generosas dosis de saliva, logró seguir agrandando mi ya de por sí dilatado ano.

-Mmmmmmm.. Irene, me estás matando de gusto, como sigas así me corro..

-Creo que seguir con los dedos es tontería, paquito, tu culo está pidiendo polla a gritos.. no seas tonto y pídeme que te folle en condiciones, que te voy a matar de gusto.

Aquello ya eran palabras mayores; podía tener un pase comerse aquel pedazo de rabo, pero dejar que me follara con él rabo, con aquel descomunal rabo.. aquello ya era mariconeo abiertamene declarado y…

-¿Pero cómo crees que podrías meterme ese pollón por el culo, estás loca?

Ella no respondió, con manos expertas me giró, me puso bocaarriba, elevó mis piernas hasta ponerme en la posición del “pollo asado”, acercó su pelvis a mis nalgas y puso su polla, que lucía enorme, venosa y amenazadora, en contacto con mi esfínter. ¡Qué maravilla sentir el contacto ardiente de aquel prepucio contra mi culo virgen de polla. Comencé a palpitar incontroladamente en el orificio del ano sintiendo aquel poderoso ariete que apenas lo rozaba. Me mordí el labio inferior, deseando que Irene dejase de preguntar y de pedir permisos y lanzara aquel ariete contra mi ansioso culo, pero ella, lejos de permitirse esa licencia, dejó su prepucio en contacto con mi esfínter y se estrechó contra mi pecho, comenzando a cubrir de besos mi cuello hasta llegar a mi oreja, volviéndome loco de deseo, derribando todos mis miedos y prejuicios, todo tabú que impidiera darle la respuesta que ambos deseábamos:

-Putito, pídeme, ruégame que te folle, dilo con todas las palabras o lo dejamos estar por hoy…

-Fóllame Irene, fóllame el culo... pero por favor, ten cuidado, no creo que sea posible que eso pueda entrarme…

Ella se arrodilló nuevamente ante mi, cogió un preservativo de la mesita de noche, se lo puso mirándome fijamente a los ojos mientras sonreía, aunque yo sólo tenía mi atención dividida entre el miedo y el deseo que me provocaba aquel magnífico pollón enfundado en látex que estaba a punto de introducirse en mi culo por mi mala cabeza.

Una vez que se enfundó el preservativo, tomo un bote de crema de la mesita, la cual distribuyó generosamente entre su polla y mi esfínter, regando incluso en interior de mi ano utilizando su dedo, tras lo que asió su ariete y comenzó a barrenar mi ano en sentido circular y sin intentar profundizar, aplicándose en esa elipse que poco a poco notaba cómo dilataba mi esfínter, que, ayudado por el deseo, se ofrecía elástico y glotón a sus tímidos avances, hasta que de improviso, sin esperármelo, Irene empujó su barra dura como el acero y la enterró hasta media asta en mi maltrecho culo; creí morir de dolor: aquello ardía como un tizón al rojo, sentía la piel de mi culo estirarse hasta lo insoportable, pues aquella polla era excesivamente gorda para entrar donde lo había hecho. Entre lágrimas supliqué, pues Irene me tenía asido fuertemente por la parte trasera de los muslos y me impedía cualquier movimiento evasivo:

-¿Por favor, Irene, por lo que más quieras, sácala, me duele muchoooooo, joooodeeeerrrr!

-Sssssshhhhhh… tranquilo... relájate... respira profundo... no hagas presión... deja que tu cuerpo responda, déjate llevar… respira… así, muy bien..

Con las lágrimas recorriendo mi cara, transido de dolor, poco a poco conseguí relajarme, tratando de no pensar en el insoportable escozor y ardor que sentía en mi maltrecho y dilatado ano, relajando en lo posible mi esfínter para que se adaptase al intruso que lo estaba matando… poco a poco  lo logré, no sin mucho esfuerzo mental. Irene lo notó perfectamente, aprovechando para, en un cruel movimiento, introducirme de sopetón su polla hasta el fondo de mi ano; casi me desmayo del dolor, notaba cómo me ardía el intestino hasta el vientre, mientras ella permanecía inmóvil pero sin retroceder ni un ápice ni permitir el más leve movimiento por mi parte para zafarme de la mortal estocada de carne que me había propinado.

-¡Cabrona, hija de puta, sácame la polla, sácala ahora mismo, me estoy muriendo de dolooooooor!

-Tranquilo, cariño, espera unos segundos... ahora no puedo sacarla porque te haría daño, relaja un poco el culito y déjala salir... así, muy bien, relájalo un poco más, ¿ves lo bien que sale?

Aliviado y resoplando comprobé cómo centímetro a centímetro iba sacando su pollón de mi culo; ya había sacado más de la mitad, notando una sensación progresiva de alivio que me estaba haciendo casi sonreír, cuando aquella mala pécora se dejó caer sobre mi nuevamente y volvió a meterme la polla hasta el fondo; creí que me iba a desmayar de dolor, pero no, sólo me limité a resoplar y a analizar que el dolor había disminuido bastante, aunque seguía sintiéndome con el ano a punto de estallar, la piel estirada hasta el límite y con mi intestino relleno de aquella carne dura y palpitante, que poco a poco estaba haciendo cambiar las tornas, pues aquello estaba a pasando a convertirse en un dolor placentero, no sé si me explico…

-Ajá, ¿ves putito? Tu culito tragón ya se está acostumbrando a mi polla. Ahora te voy a follar de una manera que te va a encantar.

Inmediatamente extrajo unos centímetros su polla y la volvió a hundir hasta la base. Yo era en ese momento lo más parecido a un pollo de asador ensartado en un espeto, un hierro candente y delicioso que estaba sacando la putita escondida en mi interior. El bombeo de Irene era rítmico y muy placentero. Me ordenó abrirme las nalgas con las manos.

-¿Lo notas, putito, notas cómo mis huevos chocan con tus nalgas tragonas? Toma, toma, disfruta…

-Siiiiiiiiiii… joooooooder, qué caliente me tienes, cómo disfruuuutooooo… dame más, dame caña Irene… oooooooggghhh… siiiiiiiiiiii.. pétame el culo, dame fuerteeeeeeee…

Dicho y hecho: Irene se asió al cabecero de la cama y comenzó a bombearme duro y rápido, sacando su pollón de mi culo casi hasta el exterior para volver a lanzarlo hasta el fondo como un pistón que me estaba derritiendo por dentro, una vez olvidado el dolor inicial.

A los pocos minutos de estar siendo follado como una fulana por Irene, sentí cómo algo bullía en mi interior, cómo mi vientre se unía con el interior de algo en mi culo que me estaba llevando hasta donde nunca había llegado, culminando en un orgasmo que me nubló la vista, me dejó sin aliento, mientras mi polla, que no había tocado desde que entré en su casa, comenzó a escupir la corrida más copiosa que había lanzado en toda mi vida, vertiendo sus vigorosos lanzamientos en mi cara, pecho y hasta terminar ya a media asta en mi barriga, dejándome completamente perdido de mi propia leche.

-¿Estás disfrutando como un auténtico cerdo, verdad putito? Estabas loco por que te follara desde la primera vez que me viste, aunque tú no lo supieras… y yo estaba loca por meterte mi polla desde ese mismo día, aunque nunca pensé que pudiera hacerse realidad y que fueras tan putito… me está encantando partirte el ojete, pero por hoy creo que ya tienes bastante, no quiero que acabes en el hospital como una mariquita novata, con el culo roto… me voy a correr… ¿dónde quieres mi leche, putito?

Llegados a este punto lo que me apetecía de verdad era que me rellenase el culo con su leche caliente, follándome como la perra en la que me había convertido, sin condón, a pelo, pero no estaba tan loco como para eso, ya habría tiempo:

-Quítate el condón y córrete en mi cara y en mi boca… quiero más leche, antes me gustó mucho.

Aquello pareció disparar el morbo y la excitación de aquella diosa polluda y perversa, precipitando su orgasmo, pues me sacó la polla del culo, que emitió un sonido como de descorche de botella a presión, se deshizo rápidamente del condón, se puso a horcajadas sobre mi pecho y, pajeándose, comenzó a gruñir y a lanzar chorreones de leche espesa contra mi cara, rociándome profusamente mejillas, nariz, ojos… Medio cegado por sus disparos de leche busqué con mi boca ávida su polla y comencé a succionar los estertores de su corrida, bebiéndome varios disparos aún de corrida que acabaron en mi garganta, hasta notar que aquella polla divina iba perdiendo dureza y vigor, remitiendo su esplendor. No por ello dejé de chupar, relamiendo todo el tallo, el prepucio, hasta dejarlo completamente limpio y brillante, como una chica hacendosa y modosita.

Irene se desplomó sobre mi, cubriéndome de besos y lametones allí donde reposaban los restos de nuestras corridas, limpiando mi barriga, pecho y cara, para finalmente fundirse en un beso en el que ambos degustamos el esperma de del otro entremezclado con el propio, algo delicioso y totalmente nuevo para mi.

Nos deshicimos entre arrumacos, caricias, besos y mimos durante toda la tarde. Irene me trató el dolorido culo con una pomada que según ella haría milagros en la recuperación de mi dolorido y maltrecho esfínter, de lo que puedo dar fe porque le di permiso para fotografiármelo con su móvil, algo que según ella era como una especie de trofeo que guardaba de algunos de sus amantes. Sentí una especie de vergüenza mezclada con orgullo cuando me vi en la foto a cuatro patas, con el culo abierto y con algo de sangre, recién follado… pero qué coño: para hacer una tortilla es imprescindible romper algunos huevos, no?

Finalmente me despedí entre arrumacos y besos de Irene, la cual, justo a la salida de su piso, me advirtió:

-Putito, espero que no esperes a que tu culo se recupere del todo para volver a llamarme, quiero que lo hagas cuanto antes, porque el próximo día quiero que me hagas disfrutar como la mujer y la perra que soy, quiero que me destroces el culo como hoy te lo he roto yo a ti, no demores en llamarme…

Pero esa será otra historia, otro culo y otro día…